Javier Lacort en Xataka:
El estatus ya no se exhibe con coches ruidosos ni relojes que tintinean. Se exhibe, o mejor dicho, se oculta, con silencio. Vivir sin ser interrumpido, sin vibraciones, sin voces ajenas atravesando paredes demasiado finas. Poder cerrar el mundo cuando te apetece.
Mis AirPods no filtran ruido. Filtran realidad. Y esa capacidad, hoy, cuesta dinero.
La investigación muestra que la exposición prolongada al ruido aumenta la activación fisiológica, dificulta la atención sostenida, afecta la memoria de trabajo y eleva el riesgo de ansiedad y síntomas depresivos. Y no hablamos solo de ruidos intensos. Hablo de conversaciones que se filtran por las paredes, tráfico permanente, televisores encendidos, notificaciones que no paran. El sistema nervioso lo registra todo, incluso cuando creemos que ya “nos acostumbramos”.
El problema es que el silencio no está disponible para todos. Hoy tiene un costo. Es un privilegio que permite aislarse del entorno, filtrar estímulos y decidir cuándo, cómo y qué escuchar. Cancelación de ruido, viviendas mejor aisladas, barrios más tranquilos, espacios privados. Para muchos, esa posibilidad simplemente no existe.
En ese contexto, el valor de ciertos espacios se vuelve más evidente. La psicoterapia, como una iglesia o un lugar de meditación, ofrece algo cada vez más escaso: silencio, un ritmo más lento y la posibilidad de pensar sin interrupciones. No solo para hablar, sino para permitir que el cuerpo y la mente bajen la guardia, aunque sea por un momento.
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