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  • Ciencia y Evidencia en Psicología

Lo que sí sabemos (y lo que aún no): Respuestas clínicas frente a la incertidumbre en psicofarmacología infantojuvenil

  • 15/04/2025
  • David Aparicio

La práctica clínica en salud mental infantojuvenil avanza con pasos firmes, pero no siempre sobre terreno firme. A pesar de las guías clínicas, la experiencia diaria nos obliga a tomar decisiones con evidencia limitada o indirecta. Justamente, ese es el valor del artículo publicado por Samuele Cortese y colegas en el Journal of Psychopharmacology: recopila las 27 preguntas más frecuentes hechas por clínicos durante el reconocido curso de psicofarmacología infantojuvenil de la BAP (British Association for Psychopharmacology), y ofrece respuestas basadas en la mejor evidencia disponible —combinada con experiencia clínica experta.

Puedes descargar la guía completa en inglés.

El documento no pretende ser dogmático. Por el contrario, muestra las ambigüedades, limitaciones y dilemas de la práctica psicofarmacológica actual, aportando claridad en la incertidumbre. Aquí analizo los ejes más relevantes para el quehacer clínico.

1. ADHD: más allá del manual

Uno de los focos del artículo es el tratamiento del TDAH. La discusión sobre el uso de dosis por encima de las recomendadas en formularios como el BNF refleja una realidad clínica: en algunos casos, sobre todo en adolescentes con sobrepeso o baja respuesta, puede justificarse aumentar la dosis de metilfenidato o lisdexanfetamina, siempre con monitoreo clínico riguroso. La decisión no es trivial: no hay estudios meta-analíticos sólidos que respalden estas prácticas, pero la experiencia acumulada sugiere que pueden ser necesarias.

También se aborda el dilema frente a la falta de respuesta a dos estimulantes: antes de abandonar los psicoestimulantes o añadir múltiples fármacos, se recomienda revisar con rigor la titulación, los síntomas diana, la presencia de tolerancia, y las condiciones contextuales y comórbidas. Esta mirada integradora evita la precipitación hacia la polifarmacia.

2. Depresión y ansiedad: qué hacer cuando los SSRI no alcanzan

La resistencia al tratamiento en jóvenes con depresión o ansiedad plantea enormes desafíos. Si no hay respuesta a dos ISRS y a TCC, se sugiere considerar opciones no aprobadas como mirtazapina, venlafaxina, litio o antipsicóticos atípicos, siempre con una evaluación detallada del diagnóstico y discusión de riesgos.

También se aborda el manejo del “switch afectivo inducido por antidepresivos”, diferenciándolo del síndrome de activación conductual. Una distinción clínica compleja, pero crucial, sobre todo para evitar diagnósticos erróneos de trastorno bipolar.

3. ASD y farmacología: límites y excepciones

En niños con autismo, el uso de ISRS para conductas repetitivas sigue sin respaldo meta-analítico, pero puede considerarse en casos resistentes a intervenciones conductuales. Para la agresión, risperidona y aripiprazol se destacan como opciones de primera línea, pero siempre bajo un enfoque multidisciplinario y con monitoreo cuidadoso.

Cuando estos tratamientos fallan, los autores abren la posibilidad a antipsicóticos como quetiapina u olanzapina, e incluso a combinaciones con benzodiazepinas, pero enfatizan que medicar nunca debe ser la respuesta a la falta de recursos conductuales o estructurales.

4. Trastornos de la conducta alimentaria: más allá del peso

Los riesgos cardíacos, la hipocalemia y la sensibilidad a efectos secundarios requieren una precaución extrema al prescribir psicofármacos en adolescentes con anorexia. La guía propone un uso puntual de antipsicóticos como olanzapina no para inducir aumento de peso, sino para reducir la activación durante las comidas.

También aborda el dilema de tratar comorbilidades como ansiedad u OCD: si bien muchas veces se resuelven al tratar el TCA, hay casos donde persisten y justifican intervención específica.

5. Esquizofrenia y consumo de sustancias: el dilema diagnóstico

Frente a adolescentes con síntomas psicóticos y consumo de cannabis, la recomendación es clara: si cumple criterios, se diagnostica esquizofrenia, con o sin uso de sustancias. Lo relevante es establecer un plan de tratamiento integrado y considerar antipsicóticos inyectables de acción prolongada si hay problemas de adherencia.

Clozapina también se menciona para esquizofrenia resistente, incluso en adolescentes, aunque con todas las precauciones habituales.

6. ¿Y los trastornos de personalidad? Psicoterapia, no fármacos

Una de las declaraciones más firmes del artículo: no hay evidencia de que ningún medicamento mejore los síntomas nucleares del trastorno límite de la personalidad (TLP) en adolescentes. La recomendación es centrarse en intervenciones basadas en evidencia como la DBT o la mentalisation-based therapy, integrando factores sociales relevantes.

Conclusión

Este artículo no entrega recetas fáciles. De hecho, su valor radica precisamente en aceptar la incertidumbre como parte del trabajo clínico, y ofrecer criterios sólidos para tomar decisiones individualizadas, prudentes y basadas en lo mejor que sabemos hasta ahora.

En contextos donde el acceso a especialistas, terapias estructuradas o seguimiento cercano es limitado, este tipo de guías intermedias, que se mueven entre la ciencia y la práctica, resultan esenciales para acompañar el juicio clínico sin reemplazarlo.

  • Ciencia y Evidencia en Psicología

¿Tiene el litio un lugar en la depresión unipolar? Un análisis crítico de la evidencia

  • 15/04/2025
  • David Aparicio

El litio es, sin dudas, uno de los tratamientos más estudiados para el trastorno bipolar. Su capacidad para estabilizar el ánimo y reducir el riesgo suicida está bien documentada. Pero, ¿qué ocurre cuando se traslada su uso a personas con depresión mayor unipolar? ¿Tiene sentido seguir prescribiéndolo fuera del espectro bipolar? La revisión sistemática conducida por Undurraga et al. (2019) se propuso responder esta pregunta con evidencia empírica, y sus hallazgos ameritan atención.

¿Qué investigaron?

El equipo revisó 39 ensayos clínicos aleatorizados y controlados (RCTs), distinguiendo entre tres contextos clave del uso de litio en la depresión unipolar:

  • Monoterapia para episodios agudos
  • Aumento de eficacia en combinación con antidepresivos
  • Tratamiento de mantenimiento a largo plazo

Importante: los estudios incluidos excluyeron, en su mayoría, a pacientes con diagnóstico de trastorno bipolar, aunque la posibilidad de diagnósticos ocultos o futuros episodios hipomaníacos no puede descartarse por completo.

Monoterapia: resultados inconclusos

En los seis estudios analizados sobre el uso del litio como tratamiento único para episodios agudos de depresión unipolar, no se encontraron diferencias estadísticamente significativas frente a placebo ni frente a antidepresivos tradicionales (como los tricíclicos o ISRS). En otras palabras: no hay evidencia robusta que justifique el uso de litio como tratamiento de primera línea en estos casos.

Lo llamativo es que esta ausencia de eficacia podría deberse más a la escasez y debilidad metodológica de los estudios que a una verdadera falta de efecto. Solo dos estudios incluyeron comparaciones directas con placebo, y muchos mezclaron muestras con características poco claras.

Aumento del tratamiento: ahí sí hay efecto

Donde el litio sí muestra un beneficio claro es como tratamiento coadyuvante en depresiones resistentes a antidepresivos. En los 12 estudios analizados, la adición de litio a un antidepresivo resultó significativamente más eficaz que el placebo, con un OR (odds ratio) de 2.34.

Este efecto fue más pronunciado en los casos de depresión resistente al tratamiento (TRD), donde la odds ratio alcanzó 3.09. Aunque solo 4 de los 12 estudios individuales mostraron beneficios significativos por sí solos, el meta-análisis general respalda el valor clínico del litio en este contexto.

La conclusión es clara: si un paciente no mejora con antidepresivos, considerar litio como potenciador puede ser una estrategia basada en evidencia.

Tratamiento de mantenimiento: una alternativa razonable

Otro hallazgo importante de la revisión fue que el litio demostró eficacia en la prevención de recaídas en MDD. En particular:

  • Fue superior al placebo en 7 ensayos de mantenimiento a largo plazo (OR=4.51).
  • Fue igual de eficaz que los antidepresivos en 5 ensayos (OR=2.21, no significativo).
  • Mostró beneficio adicional cuando se usó junto a antidepresivos (OR=2.38).

Esto sugiere que el litio no solo es útil para episodios agudos resistentes, sino también como estabilizador del ánimo en depresiones recurrentes.

¿Reduce el riesgo suicida?

Sí. El litio mostró una reducción significativa del riesgo de suicidio y de muertes por cualquier causa en personas con MDD. Un meta-análisis incluido en la revisión reportó una reducción del 88.5% en intentos suicidas y un 85% menos riesgo de suicidio completado en pacientes tratados con litio, comparado con quienes no lo recibieron.

Este efecto antisuicida se ha replicado en diversos estudios y representa uno de los argumentos más sólidos para considerar el litio en poblaciones de alto riesgo.

¿Entonces por qué se usa tan poco?

A pesar de su eficacia, el litio está subutilizado. El artículo identifica varias razones:

  1. Preocupaciones por su perfil de seguridad: Requiere monitoreo estrecho debido a su estrecho margen terapéutico y posibles efectos renales, tiroideos y metabólicos.
  2. Estigma: Aún hay asociaciones negativas entre el litio y los trastornos “graves”.
  3. Falta de interés comercial: Al ser un mineral no patentable, no hay incentivos para su promoción o investigación por parte de la industria farmacéutica.

Consideraciones críticas

  • Heterogeneidad de los estudios: Muchos ensayos presentaron diferencias metodológicas importantes y niveles altos de heterogeneidad estadística (I² > 60%), lo que reduce la solidez de algunas conclusiones.
  • Diagnósticos imprecisos: A pesar del esfuerzo por excluir casos bipolares, es probable que algunos pacientes incluidos estuvieran en fases depresivas del trastorno bipolar tipo II o dentro del espectro bipolar.
  • Falta de estudios modernos: Hay escasez de ensayos recientes que comparen litio con antidepresivos contemporáneos, lo cual limita la aplicabilidad actual de los hallazgos.

¿Qué debería hacer el clínico?

  • En casos de depresión resistente al tratamiento, considerar litio como potenciador puede ser una decisión basada en evidencia.
  • En pacientes con antecedentes de múltiples recaídas, el litio como mantenimiento puede ser una alternativa válida, incluso frente a un antidepresivo.
  • Si hay riesgo suicida significativo, el litio puede ofrecer protección adicional, un punto crítico para la toma de decisiones clínicas.

Conclusión

El litio, un fármaco clásico que a menudo se asocia exclusivamente con el trastorno bipolar, tiene un potencial no despreciable en la depresión unipolar. No es una panacea, y su uso debe ser cuidadoso, pero los datos sugieren que ignorarlo completamente sería un error clínico. En tiempos donde la depresión mayor sigue siendo una carga global, herramientas eficaces y subutilizadas como el litio merecen una reconsideración informada.

Referencia: Undurraga J, Sim K, Tondo L, et al. Lithium treatment for unipolar major depressive disorder: Systematic review. Journal of Psychopharmacology. 2019;33(2):167-176. doi:10.1177/0269881118822161

  • Análisis

La mano sin la taza

  • 15/04/2025
  • Fabián Maero

Aunque solemos usar el término conducta para hablar de la actividad de un organismo, en realidad se trata de un concepto relacional. Es la interacción entre ese conjunto de procesos que llamamos organismo y ese otro que llamamos ambiente, alterándose mutua y constantemente. Como escribe Skinner en la primera línea de Conducta Verbal: “Las personas actúan sobre el mundo, cambiándolo, y a su vez son cambiadas por las consecuencias de sus acciones”.

Esto se hace evidente en nuestras acciones cotidianas. En cierto sentido cada uno de nuestros hábitos incorpora el mundo que lo moldea. Nuestras acciones se imprimen en el mundo, y el mundo a su vez se imprime en nosotros. Cuando agarro mi taza de café, el ángulo que adopta mi mano, la posición de los dedos, la fuerza que despliego, toda esa actividad toma esa forma específica debido a mi historia con esa y otras tazas. Aunque modesta, esa historia ha dejado una huella en una partecita de mis acciones.

Lo mismo sucede con las personas. Cada persona con la que interactuamos se imprime en nuestros hábitos, dándoles una forma particular. Como la mano agarrando la taza, nuestro repertorio envuelve y adopta la forma de las personas que amamos. No es copia, sino transformación. Las personas que he amado moldearon algunos de los giros y expresiones que empleo al hablar, pero también moldearon mis formas de actuar con otras personas, de lidiar con el mundo, de estar en el mundo.

Esto implica que un duelo no es solamente tristeza, sino la continuidad de acciones que se han quedado sin su parte del mundo, un repertorio que ha quedado abrazando un vacío: la mano sin la taza. Ya no está la persona, pero continúa intacta la huella que ha dejado en nuestros hábitos. Seguimos viéndola, saludándola a la mañana, compartiéndole un pasaje interesante del libro que estamos leyendo. Pero nuestros gestos se apoyan en la nada, como un paso en falso, una acción que ha perdido su contexto, y eso es lo que nos duele.

Pero también un consuelo, porque esto significa que quienes hemos amado y perdido se quedan para siempre en nuestro repertorio, en nuestros movimientos, expresiones, pensamientos y costumbres. Las personas que he amado están para siempre conmigo, están todas en mi voz. Todas han marcado mi repertorio, como transeúntes cruzando una calle de tierra en un día de lluvia. Y mientras yo viva, algo de ellas seguirá vivo.

Soy una huella de su paso por el mundo.

Artículo publicado en Grupo ACT y cedido para su republicación en Psyciencia.

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Formación en TCC con aval científico y aplicación clínica

  • 08/04/2025
  • David Aparicio

Si estás buscando una formación clara, estructurada y útil en Terapia Cognitivo Conductual (TCC), este curso puede ser lo que necesitas. CETECIC, el Centro de Terapia Cognitivo Conductual y Ciencias del Comportamiento, abrió una nueva edición de su curso “Teoría y técnica de la terapia cognitivo conductual”, pensado para psicólogos, psiquiatras y estudiantes avanzados que quieren incorporar herramientas basadas en evidencia a su práctica clínica.

La propuesta es directa: 16 clases grabadas que cubren los fundamentos teóricos de la TCC y, sobre todo, su aplicación técnica en distintos contextos clínicos. Está organizado para que avances a tu ritmo, con acceso online durante 4 meses. Además, incluye videos de sesiones clínicas, ejercicios prácticos y foros de intercambio con otros profesionales.

El objetivo no es solo que comprendas cómo funciona la TCC, sino que puedas utilizarla de forma efectiva desde el primer módulo. Al finalizar y aprobar la evaluación, recibirás un certificado digital.

¿Cuál es el costo?

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Para más detalles o para inscribirte, visita la página oficial del curso Formación en terapia cognitiva conductual con CETECIC.

Si trabajas con personas y quieres mejorar la efectividad de tus intervenciones, esta puede ser una excelente oportunidad para fortalecer tu formación profesional.

Publicado en colaboración con CETECIC.

  • Artículos de opinión (Op-ed)

Cuando todo parece sin sentido: una mirada honesta al vacío, y cómo seguir adelante

  • 06/04/2025
  • David Aparicio

A veces, despertarse por la mañana no es más que una rutina coreografiada: el mismo café, el mismo trayecto, las mismas conversaciones vacías. No hay tragedia visible, solo una sensación sorda, como si la vida se hubiese vuelto demasiado silenciosa para notarse. Si te sientes así, no eres el único.

Esa sensación de vacío no siempre viene acompañada de una explicación clara. A veces se instala lentamente, como una humedad imperceptible que va debilitando las estructuras internas. En otros casos, golpea de frente: una pérdida, una traición, un diagnóstico. Y, muchas veces, simplemente está ahí, sin aviso ni razón. Solo el eco de una pregunta incómoda: ¿esto es todo?

Los psicólogos conocen bien este terreno. El aburrimiento existencial, la falta de propósito, no siempre se debe a una enfermedad mental, pero puede estar relacionada. La depresión, los trastornos del estado de ánimo, incluso una ansiedad constante, pueden quitarle color a la vida. Lo que antes te entusiasmaba, hoy solo existe como una tarea más.

Pero también hay causas menos clínicas. Un trabajo que no conecta con tus valores. Relaciones que se sienten vacías. Una vida social en piloto automático. Todo eso puede hacer que la vida se sienta mecánica, como si estuvieras viviendo el guion de alguien más.

¿Qué se puede hacer? Lo primero: no tratar de resolverlo todo con frases bonitas o consejos rápidos. La búsqueda de sentido no es una receta. Es una práctica. Y muchas veces, es incómoda.

Vivir con intención

Uno de los primeros pasos es observar. No de forma pasiva, sino con una atención radical. Preguntarte por qué hacés lo que hacés. ¿Por qué aceptás ciertas invitaciones? ¿Por qué sigues en ese trabajo? ¿Por qué evitas ciertas conversaciones?

Vivir con intención no significa tener una gran misión o una lista de metas. Es algo más íntimo: alinear tus acciones cotidianas con lo que valoras. Puede empezar con algo tan simple como darte tiempo suficiente para prepararte en la mañana, en vez de correr siempre con el tiempo justo. O dejar de hacer scroll automático en el teléfono mientras tomas café, y prestar atención al sabor, al aroma, al momento.

¿Qué cosas te generan alegría?

No tiene que ser una alegría grandiosa. Puede ser algo pequeño: cuidar una planta, cocinar para alguien, caminar sin auriculares. La pregunta no es solo qué te gusta hacer, sino qué te hace sentir que estás presente. ¿Qué cosas te hacen perder la noción del tiempo? ¿Cuáles te hacen pensar: “Esto importa”?

A veces, estas pistas están en la nostalgia. Volver a ver fotos viejas. Escuchar música que amabas a los quince años. Llamar a alguien que conoces desde siempre. No para vivir en el pasado, sino para recordar que hubo momentos llenos de sentido. Y que todavía pueden existir.

Gratitud, pero no como mantra

La gratitud no es repetir que estás agradecido mientras todo arde. Es notar lo que sí funciona. Es reconocer a quien te sostuvo cuando estabas mal, escribirle una carta, o simplemente darle las gracias. Es hacer una lista –mental o escrita– de lo que valoras hoy, aunque sea breve. Esto no niega lo que duele. Solo amplía el panorama.

La compañía correcta

No es menor con quién compartís tu tiempo. Las relaciones que suman son aquellas donde puedes ser tu, sin adornos ni filtros. Donde no tienes que dar explicaciones todo el tiempo. Estar rodeado de personas que escuchan, que validan tu experiencia sin minimizarla, puede ser un ancla cuando el mundo parece flotar.

Darle valor a lo cotidiano

El sentido no siempre está en las grandes decisiones. Muchas veces está en cómo te lavas los dientes, en cómo saludas a tu pareja, en cómo terminas tu día. La psicóloga clínica Noelle Nelson sugiere mirar esos actos con atención: abrazar porque quieres, no porque toca; poner la alarma temprano para no vivir apurado. Pequeños gestos con intención.

Buscar ayuda profesional

Cuando todo esto se vuelve demasiado, hablar con un terapeuta puede ser un punto de inflexión. No porque ellos tengan las respuestas, sino porque saben hacer las preguntas correctas. Un buen terapeuta no te dice qué hacer: te ayuda a entender qué querés hacer tu.

Y si sientes que no tienes con quién hablar, buscá un profesional. No hay que estar “muy mal” para ir a terapia. A veces, basta con sentirse desconectado.

La vida, en sus mejores momentos, es profundamente ambigua. No siempre hay una historia coherente ni un destino épico. Pero dentro de esa ambigüedad, puedes construir algo significativo. No para siempre, no perfecto. Pero tuyo.

Y en un mundo donde todo cambia rápido y las promesas se agotan, eso ya es bastante.

  • Ciencia y Evidencia en Psicología
  • Salud Mental y Tratamientos

Trastorno esquizoafectivo: entre la psicosis y el trastorno del estado de ánimo

  • 31/03/2025
  • David Aparicio

Durante mucho tiempo, la psiquiatría ha trazado fronteras entre los trastornos psicóticos, como la esquizofrenia, y los trastornos del estado de ánimo, como el trastorno bipolar o la depresión mayor. Pero hay una condición que parece habitar una tierra de nadie, donde ambas dimensiones conviven y se entrelazan de forma confusa y persistente: el trastorno esquizoafectivo.

Lejos de ser una curiosidad diagnóstica, el trastorno esquizoafectivo representa un desafío clínico significativo por su complejidad, su impacto funcional y la dificultad para establecer un diagnóstico certero. En este artículo vamos a explorar qué es este trastorno, cómo se origina, qué opciones de tratamiento existen y qué pueden hacer las personas que conviven con él.

Un diagnóstico de frontera

El trastorno esquizoafectivo combina características de dos grandes grupos diagnósticos: los síntomas psicóticos propios de la esquizofrenia (como alucinaciones, delirios o desorganización del pensamiento) y los síntomas afectivos típicos de los trastornos del estado de ánimo (ya sea depresión mayor, manía o hipomanía).

Para que se haga este diagnóstico, deben cumplirse varios criterios (según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, DSM-5):

  1. Un episodio mayor del estado de ánimo (depresivo o maníaco) debe estar presente junto con síntomas característicos de la esquizofrenia.
  2. Alucinaciones o delirios deben ocurrir durante al menos dos semanas en ausencia de un episodio del estado de ánimo, lo cual diferencia este trastorno de un trastorno del estado de ánimo con características psicóticas.
  3. Los síntomas del estado de ánimo deben estar presentes durante la mayor parte del tiempo en que el paciente ha estado enfermo.
  4. La alteración no puede ser causada por el uso de sustancias u otra condición médica.

Existen dos tipos: el tipo bipolar (si los episodios del estado de ánimo incluyen manía o una mezcla de manía y depresión) y el tipo depresivo (si solo hay episodios depresivos mayores).

¿De dónde viene el trastorno esquizoafectivo?

El origen del trastorno esquizoafectivo no está del todo claro, en parte porque el propio diagnóstico es motivo de debate dentro del campo psiquiátrico. Algunos investigadores consideran que el trastorno esquizoafectivo podría ser una forma de esquizofrenia con síntomas afectivos prominentes, mientras que otros lo ven como una variante del trastorno bipolar con síntomas psicóticos prolongados.

Dicho esto, los estudios disponibles sugieren que su origen es multifactorial:

  • Factores genéticos: Existen antecedentes familiares tanto de esquizofrenia como de trastornos del estado de ánimo en personas con esquizoafectivo, lo que apunta a una vulnerabilidad heredada.
  • Alteraciones neurobiológicas: Disfunciones en los sistemas dopaminérgico y serotoninérgico, cambios estructurales en el cerebro (como agrandamiento de ventrículos o reducción del volumen del hipocampo) y anormalidades en la conectividad cerebral podrían estar involucradas.
  • Factores ambientales: Eventos estresantes tempranos, abuso infantil, trauma psicológico y consumo de sustancias como el cannabis o psicoestimulantes pueden aumentar el riesgo.
  • Curso del neurodesarrollo: Algunos expertos proponen que el esquizoafectivo es resultado de una alteración en el desarrollo del sistema nervioso central que se manifiesta con síntomas psicóticos y afectivos superpuestos.

¿Cómo se trata?

El tratamiento del trastorno esquizoafectivo debe abordar ambos componentes del cuadro: los síntomas psicóticos y los síntomas del estado de ánimo. En este sentido, se requieren abordajes combinados y adaptados a las necesidades de cada paciente. A continuación, se describen las principales estrategias:

Tratamiento farmacológico

Es la piedra angular del tratamiento y suele requerir una combinación de medicamentos:

  • Antipsicóticos: Medicamentos como la risperidona, olanzapina, aripiprazol o paliperidona (el único aprobado por la FDA específicamente para el trastorno esquizoafectivo) son utilizados para reducir los síntomas psicóticos y estabilizar el ánimo.
  • Estabilizadores del ánimo: El litio, el ácido valproico o la lamotrigina pueden ser usados especialmente en la variante bipolar.
  • Antidepresivos: En la variante depresiva, se pueden incorporar ISRS como la sertralina o la fluoxetina, con cuidado de no inducir síntomas maníacos.

La elección y combinación de medicamentos se hace en función del subtipo, los síntomas predominantes y la respuesta individual.

Psicoterapia

La evidencia sugiere que la psicoterapia puede ser un complemento fundamental al tratamiento farmacológico. Algunas formas útiles son:

  • Terapia cognitivo-conductual (TCC): Ayuda a las personas a identificar y modificar patrones de pensamiento distorsionados, manejar los síntomas residuales y reducir el impacto del estrés.
  • Terapias de tercera generación, como la terapia de aceptación y compromiso (ACT) o la terapia basada en mindfulness, también han mostrado beneficios en la psicosis crónica, al mejorar la flexibilidad psicológica y el funcionamiento global.
  • Psicoeducación y terapia familiar: Orientadas a mejorar el conocimiento sobre el trastorno, aumentar la adherencia al tratamiento y reducir el riesgo de recaídas.

Rehabilitación psicosocial

Las personas con trastorno esquizoafectivo pueden experimentar deterioro funcional importante en áreas como el trabajo, las relaciones sociales o el autocuidado. Por eso, el tratamiento debe incluir:

  • Entrenamiento en habilidades sociales
  • Apoyo para la inserción laboral o educativa
  • Terapias ocupacionales
  • Redes de apoyo comunitario

La integración en actividades significativas puede marcar una gran diferencia en el pronóstico a largo plazo.

Pronóstico y calidad de vida

Aunque el trastorno esquizoafectivo tiende a tener un curso más favorable que la esquizofrenia pura, el pronóstico sigue siendo muy variable. Algunas personas pueden lograr una buena estabilidad con tratamiento, mientras que otras atraviesan episodios severos o recaídas frecuentes.

Factores que mejoran el pronóstico:

  • Inicio más tardío del trastorno
  • Buen funcionamiento premórbido (antes del primer episodio)
  • Presencia de síntomas afectivos predominantes
  • Buena respuesta a medicamentos y adhesión al tratamiento
  • Red de apoyo sólida

Aun así, la carga del trastorno es considerable. Las personas pueden experimentar hospitalizaciones frecuentes, desempleo, aislamiento social y dificultades para mantener relaciones estables.

Recomendaciones para pacientes y familias

  1. No abandonar el tratamiento: Es común sentirse mejor y pensar que ya no es necesario tomar medicamentos, pero suspenderlos puede aumentar el riesgo de recaída. Es importante consultar siempre con el psiquiatra antes de hacer cualquier cambio.
  2. Buscar apoyo profesional: Además del psiquiatra, contar con un psicólogo y eventualmente con un trabajador social puede brindar contención emocional y apoyo en la vida diaria.
  3. Involucrar a la familia: Las familias pueden ser aliadas fundamentales si reciben orientación, comprensión y recursos adecuados para acompañar al paciente.
  4. Evitar el consumo de sustancias: El alcohol, el cannabis y otras drogas pueden agravar los síntomas y aumentar el riesgo de hospitalización.
  5. Establecer rutinas saludables: Dormir bien, comer de forma equilibrada, mantener cierta estructura diaria y hacer actividad física pueden mejorar el estado de ánimo y la estabilidad general.
  6. Aceptar el diagnóstico como un punto de partida, no como una condena: Aunque no existe una “cura”, muchas personas con trastorno esquizoafectivo logran vivir una vida significativa, desarrollar vínculos importantes y alcanzar metas personales.

Una condición real, no una categoría borrosa

El trastorno esquizoafectivo puede parecer un diagnóstico híbrido, una mezcla de etiquetas que no encajan del todo bien. Pero detrás del nombre técnico hay personas que atraviesan experiencias difíciles, intensas y a menudo incomprendidas. Acompañarlas con un enfoque basado en la evidencia, la compasión y el trabajo interdisciplinario es una deuda que aún tenemos con quienes habitan estos márgenes de la psiquiatría.

Referencias

  • American Psychiatric Association. (2013). Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (5th ed.).
  • Malaspina, D., Owen, M. J., & Heckers, S. (2022). Schizoaffective disorder: A review of epidemiology, diagnosis, and treatment. Psychiatric Clinics of North America, 45(1), 1-14.
  • Miller, T. J., et al. (2018). Cognitive-behavioral therapy for schizophrenia and schizoaffective disorder: Meta-analytic review and recommendations. Clinical Psychology Review, 62, 10–23.
  • National Alliance on Mental Illness (NAMI). (2023). Schizoaffective Disorder. https://www.nami.org
  • National Institute of Mental Health (NIMH). (2023). Schizoaffective Disorder Information Page. https://www.nimh.nih.gov
  • Ciencia y Evidencia en Psicología

¿Quién escucha mejor? Una exploración global del oído humano

  • 29/03/2025
  • David Aparicio

Por décadas, las investigaciones sobre la audición humana han girado en torno a dos protagonistas predecibles: el envejecimiento y el ruido. Con una lupa puesta principalmente sobre poblaciones industrializadas, la narrativa dominante ha sostenido que la pérdida de audición es consecuencia casi inevitable del paso del tiempo y de la exposición a ambientes sonoros agresivos. Pero un nuevo estudio internacional publicado en propone una visión más rica y matizada: nuestra audición está moldeada no solo por la biología, sino también por el entorno en el que vivimos, y lo hace de formas sorprendentes.

Mujeres con mejor oído, en todas partes

La diferencia más robusta y consistente hallada por los investigadores fue de género: las mujeres escuchan mejor que los hombres. En promedio, su audición fue dos decibelios más sensible, sin importar la edad, país, ni idioma. Esta diferencia se mantuvo constante en las 13 poblaciones analizadas, desde aldeas andinas hasta ciudades inglesas. No se trató solo de los agudos –como han sugerido estudios previos–, sino de toda la gama de frecuencias. La hipótesis: diferencias hormonales durante el desarrollo o microvariaciones estructurales en la cóclea.

En cambio, la edad mostró una influencia más tenue. A partir de los 35 años, la sensibilidad auditiva declinaba ligeramente, pero este efecto fue menor que la diferencia entre sexos. Curiosamente, el oído derecho resultó ser un poco más sensible que el izquierdo, un hallazgo que ha sido observado antes y podría tener relación con la lateralización cerebral.

El entorno también moldea la audición

Lo realmente innovador de este trabajo fue su enfoque ecológico. Los investigadores midieron la audición de 448 adultos sanos en cinco países: Ecuador, Inglaterra, Gabón, Sudáfrica y Uzbekistán. Las poblaciones fueron seleccionadas para representar una diversidad de entornos: selvas tropicales, zonas urbanas, regiones rurales y áreas de gran altitud. La herramienta utilizada fue un test no invasivo de emisiones otoacústicas evocadas por transitorios, que permite evaluar la sensibilidad auditiva sin depender del idioma o de respuestas conscientes.

Los resultados mostraron que el ambiente local tiene un efecto claro en cómo oímos. Por ejemplo, los participantes que vivían en bosques tropicales –con alta densidad de vegetación y sonidos naturales constantes– presentaban mayor sensibilidad auditiva, especialmente en las frecuencias que ayudan a detectar sonidos animales. En contraste, quienes vivían en zonas altas como los Andes mostraban menor sensibilidad, posiblemente debido al impacto del oxígeno reducido sobre el sistema auditivo.

En las ciudades, el oído parecía adaptarse a la contaminación sonora. Allí, la audición se desplazaba hacia frecuencias más altas, lo que recuerda un fenómeno bien documentado en aves urbanas: cantan más agudo para hacerse oír sobre el ruido de fondo. Este tipo de adaptación sugiere que el oído humano también responde, de manera plástica, a los desafíos del entorno acústico.

¿Y el idioma? Menos influencia de la esperada

El equipo también exploró si el idioma que hablamos podría modificar nuestra audición. Clasificaron a los participantes según familias lingüísticas, como el indo-europeo o el níger-congo. Aunque hallaron diferencias leves, el efecto del idioma fue mucho menor que el del ambiente físico. Esto sugiere que la biología auditiva humana se moldea más por los paisajes sonoros en los que vivimos que por los sonidos del lenguaje que hablamos.

Una visión más compleja de la audición

Este estudio desafía la idea de que la audición humana es una función estática, afectada solo por desgaste y daño. En cambio, revela un sistema auditivo flexible, sensible a las condiciones ambientales, el contexto ecológico y las diferencias biológicas. Aunque el estudio no incluyó datos genéticos, plantea una pregunta crucial: ¿estas diferencias se heredan o se desarrollan a lo largo de la vida en respuesta al entorno? La respuesta podría tener implicaciones importantes para el estudio de la pérdida auditiva y la tolerancia al ruido.

Como comentó la investigadora principal Patricia Balaresque, “nuestros hallazgos desafían suposiciones previas y subrayan la necesidad de considerar tanto factores biológicos como ambientales al estudiar la audición”.

Quizás escuchar, más que un acto pasivo, sea también una forma en la que nuestros cuerpos dialogan con el mundo.

Referencia:

Balaresque, P., Delmotte, S., Delehelle, F. et al. Sex and environment shape cochlear sensitivity in human populations worldwide. Sci Rep 15, 10475 (2025). https://doi.org/10.1038/s41598-025-92763-6

  • Ciencia y Evidencia en Psicología

Tinta y trauma: cómo los tatuajes ayudan a los soldados a lidiar con la guerra

  • 26/03/2025
  • David Aparicio

En medio del caos, algunos soldados no encontraron consuelo en el silencio, la terapia o el olvido, sino en la tinta. Un nuevo estudio publicado en Stress and Health exploró cómo ocho soldados israelíes usaron los tatuajes como una forma de procesar y sobrevivir emocionalmente a las experiencias vividas en combate.

Lejos de ser un acto puramente estético o una rebeldía juvenil, estos tatuajes se convirtieron en anclas psíquicas. Algunos evocan a compañeros caídos; otros marcan heridas visibles e invisibles. Para estos soldados, tatuarse fue una forma de narrarse a sí mismos lo que el uniforme no permite decir.

El estudio, dirigido por Keren Cohen-Louck y Yakov Iluz, reunió a ocho soldados que habían participado directamente en operaciones militares. Seis eran hombres, dos mujeres, con edades entre 21 y 29 años. Todos habían recibido al menos un tatuaje durante o poco después de su servicio militar. Algunos tenían solo un par; uno de ellos, quince.

En las entrevistas surgieron dos patrones principales. El primero: los tatuajes funcionaban como memoriales de momentos traumáticos. No eran imágenes decorativas al azar, sino símbolos profundamente ligados a experiencias límite: el silbido de las balas, la muerte de un compañero, la escena de un suicidio. Uno de los participantes dijo: “Cuando me dieron de baja, no dejaba de pensar en mi comandante, en las balas pasando por encima de mi cabeza. Lo veo con sangre, todo”.

El segundo patrón fue aún más revelador: los tatuajes ayudaban a regular el malestar emocional. Tres de los soldados describieron que tatuarse les proporcionó alivio psicológico. El dolor físico breve del tatuaje era un canal para externalizar emociones intensas. “Algunos tatuajes me ayudan a reducir el estrés y estar más tranquilo”, explicó uno de ellos. “Cuando recuerdo que son parte de lo que viví, me siento menos afectado por lo que pasa”.

Para otros, los tatuajes eran una fuente de fortaleza. No solo recordaban el sufrimiento, también resignificaban el trauma como prueba de supervivencia. La tinta transformaba el caos en narrativa, la pérdida en identidad.

Este hallazgo se suma a una creciente línea de investigación sobre el rol psicológico de los tatuajes, especialmente en veteranos de guerra. La literatura ha comenzado a reconocer que, en contextos de alto estrés, marcar el cuerpo puede ser una forma simbólica de control: una intervención estética sobre una historia que a menudo escapa del lenguaje.

Claro, el estudio tiene limitaciones. Se trata de una muestra pequeña, localizada y cualitativa. Ocho soldados israelíes no representan a la totalidad de quienes han pasado por experiencias bélicas. Las dinámicas del ejército, el contexto cultural y las condiciones de combate varían ampliamente. Aun así, los resultados ofrecen una ventana única sobre una forma de afrontamiento que raramente es abordada en la literatura clínica.

Frente al sufrimiento, no todos acuden a palabras. Algunos, como estos soldados, escriben su historia en la piel. No para olvidar, sino para poder seguir.

Referencia: Cohen‐Louck, K., & Iluz, Y. (2024). Tattooing Among Combat Soldiers as a Coping Resource With Their Military Service Experiences. Stress and Health.

  • Ciencia y Evidencia en Psicología

Cuando el diagnóstico pesa: el vínculo entre bipolaridad y riesgo cardiaco

  • 26/03/2025
  • David Aparicio

Durante años, el enfoque sobre el trastorno bipolar ha estado dominado por sus altibajos emocionales: los picos de energía y grandiosidad de la manía, y la pesadez silenciosa de la depresión. Pero un nuevo estudio realizado en el País Vasco sugiere que las consecuencias del trastorno no terminan en la mente. El cuerpo, en particular el corazón, también paga un precio.

Según los datos del estudio FINEXT-BD, publicados en Brain and Behavior, las personas con trastorno bipolar presentan un riesgo estimado del 3.1% de eventos cardiovasculares, frente al 2.2% en personas sin este diagnóstico. Aunque estas cifras podrían parecer pequeñas en apariencia, revelan un patrón persistente: quienes viven con bipolaridad no solo enfrentan una lucha interna, sino también una vulnerabilidad física que muchas veces pasa desapercibida en la práctica clínica.

La investigación, liderada por José Etxaniz-Oses y su equipo, comparó 65 personas con trastorno bipolar con 29 participantes sin diagnóstico. Evaluaron indicadores como la composición corporal, la condición cardiorrespiratoria y marcadores bioquímicos relacionados con el riesgo cardiovascular. Los resultados fueron claros: quienes tenían bipolaridad presentaban una peor salud física en múltiples frentes.

El índice de masa corporal era mayor. También lo eran la circunferencia de cintura, la proporción cintura-cadera y la cantidad total de masa grasa. En otras palabras, los cuerpos de quienes padecen este trastorno tendían a acumular más grasa en las zonas que hoy sabemos están más asociadas con enfermedades metabólicas y cardiovasculares.

Pero no se trataba solo de grasa corporal. Los niveles de proteína C-reactiva —un marcador clave de inflamación— eran más altos en el grupo con bipolaridad, al igual que otras medidas preocupantes, como la glucosa. Además, la capacidad cardiorrespiratoria —un indicador confiable del estado de salud general— también era inferior en este grupo.

La combinación de estos factores da como resultado un riesgo cardiovascular más alto. No se trata de una mera coincidencia. Ya existían estudios que sugerían una esperanza de vida reducida en personas con trastorno bipolar, muchas veces debido a causas físicas como enfermedades cardiovasculares. Este nuevo estudio contribuye con datos concretos que refuerzan esa preocupación.

Pero ¿qué está detrás de esta relación entre salud mental y física deteriorada?

Una posibilidad es que los efectos secundarios de algunos tratamientos psiquiátricos —como los estabilizadores del ánimo o los antipsicóticos— contribuyan al aumento de peso o a la alteración del metabolismo. Otra es que los propios síntomas del trastorno bipolar, como la impulsividad o la falta de motivación en fases depresivas, dificulten la adopción y mantenimiento de hábitos saludables. A eso se suma la inequidad histórica en el acceso a atención médica integral para personas con trastornos mentales graves.

El estudio también plantea una pregunta incómoda: ¿estamos prestando suficiente atención a la salud física de quienes atendemos por problemas de salud mental? La respuesta, implícita en los datos, parece ser no.

Los autores del estudio son contundentes al respecto: es necesario promover programas de estilo de vida saludable que no excluyan a quienes padecen enfermedades mentales. Esto no significa imponer rutinas rígidas o dietas restrictivas, sino diseñar intervenciones que consideren el contexto emocional, social y clínico de estas personas. Programas verdaderamente transdisciplinarios, donde psiquiatras, psicólogos, nutricionistas y fisioterapeutas trabajen juntos.

Claro, el estudio tiene limitaciones. La muestra es pequeña y proviene de una única región, lo que limita la generalización de los hallazgos. Además, no queda claro si estos riesgos físicos son específicos del trastorno bipolar o si también se observan en otras condiciones psiquiátricas graves.

Aun así, el mensaje es relevante: la salud mental y física están profundamente entrelazadas, y separarlas en compartimientos clínicos es una simplificación que puede costar vidas. Ignorar los factores físicos en el tratamiento del trastorno bipolar no es solo una omisión médica, sino una forma de desatención estructural.

Mientras la psiquiatría sigue refinando sus tratamientos, y la psicología continúa aportando estrategias para mejorar la calidad de vida, no podemos olvidar que los cuerpos de las personas con trastornos mentales también hablan. Y están diciendo que necesitan más cuidado del que solemos ofrecerles.

Referencia: Etxaniz-Oses, J., Maldonado-Martín, S., Zorrilla, I., Gorostegi-Anduaga, I., Apodaca-Arrizabalaga, M. J., & González-Pinto, A. (2024). Are Adults With Bipolar Disorder at Increased Cardiovascular Risk due to Their Physical, Biochemical, and Physiological Profiles? The FINEXT-BD Study. Brain and Behavior.

  • Ciencia y Evidencia en Psicología

Cuando la tristeza se viste de negro: cómo los rasgos oscuros de personalidad se relacionan con la depresión

  • 26/03/2025
  • David Aparicio

Al pensar en depresión, es común imaginar a alguien abatido, sin energía o atrapado en pensamientos negativos sobre sí mismo. Menos frecuente es imaginar a alguien manipulador, emocionalmente frío o impulsivo. Sin embargo, un nuevo metaanálisis publicado en Journal of Research in Personality sugiere que ciertos rasgos de personalidad socialmente indeseables podrían estar estrechamente relacionados con los síntomas depresivos.

El estudio revisó datos de más de 15,000 personas distribuidas en 31 investigaciones y encontró una asociación consistente entre la psicopatía y el maquiavelismo con mayores niveles de síntomas depresivos. En cambio, el narcisismo no mostró una relación clara.

La llamada Tríada Oscura —psicopatía, maquiavelismo y narcisismo— agrupa características como desapego emocional, búsqueda de beneficio personal y tendencia a manipular a otros. Aunque se originó como un concepto para describir perfiles clínicos, hoy sabemos que estos rasgos existen en diferentes niveles dentro de la población general.

Hasta ahora, la mayoría de los estudios sobre personalidad y depresión se han centrado en el modelo de los cinco grandes factores, como el neuroticismo y la responsabilidad. Pero este modelo deja fuera rasgos como la manipulación o la frialdad afectiva, que también podrían tener implicaciones clínicas importantes. Esta omisión ha impulsado una nueva línea de investigación que busca entender el vínculo entre los rasgos oscuros y la salud mental.

El metaanálisis, liderado por Chunwei Lyu, Danna Xu y Guo Chen, recopiló estudios publicados hasta mediados de 2024. Seleccionaron investigaciones que evaluaran la relación entre los rasgos oscuros y los síntomas depresivos mediante herramientas validadas. Por ejemplo, la psicopatía fue medida con escalas como la Self-Report Psychopathy Scale, y la depresión con cuestionarios estándar como el Beck Depression Inventory.

Los hallazgos fueron claros: tanto la psicopatía como el maquiavelismo se asociaron con niveles más altos de síntomas depresivos. Quienes tienden a actuar sin pensar, manipular a otros o desconfiar crónicamente también parecen reportar más sentimientos de desesperanza y tristeza.

El narcisismo, por su parte, ofreció un panorama más complejo. Cuando se evaluó con escalas que captan la faceta grandiosa (como el Short Dark Triad, centrado en la seguridad excesiva, dominancia y necesidad de admiración), la relación con la depresión fue débil o incluso negativa. Es decir, sentirse superior podría proteger contra el desánimo. Pero cuando se usaron herramientas que incluyen aspectos de vulnerabilidad —como la Dirty Dozen, que aborda inseguridad y sensibilidad al rechazo—, la conexión con síntomas depresivos fue leve pero significativa.

Este matiz sugiere que no todos los narcisismos son iguales, al menos en lo que respecta a la salud emocional.

Otro hallazgo importante fue que los resultados variaban según las herramientas utilizadas para medir tanto los rasgos como la depresión. Algunas escalas eran más sensibles a detectar malestar emocional en personas con rasgos oscuros, lo que modificaba la fuerza de la relación estadística entre variables. Este punto subraya la importancia de elegir bien los instrumentos de evaluación en investigación y en clínica.

Pero como todo estudio, este también tiene sus límites. Al basarse en correlaciones, no puede afirmar si los rasgos oscuros causan depresión, si la depresión incrementa estos rasgos, o si hay una relación bidireccional. Tampoco logró distinguir con profundidad entre las formas grandiosa y vulnerable del narcisismo. Y aunque los datos incluyeron regiones como Europa, Asia y América del Norte, aún falta evidencia en lugares como África y Oceanía.

Pese a ello, el trabajo amplía nuestra comprensión de cómo los perfiles de personalidad influyen en el bienestar psicológico. Para los profesionales de la salud mental, esto implica que rasgos como la frialdad emocional, la impulsividad o la tendencia a manipular no solo son desafíos en la relación terapéutica, sino también posibles indicadores de malestar subyacente.

La depresión puede adoptar muchas formas. A veces, puede venir acompañada de llanto, retraimiento o desesperanza. Otras veces, puede coexistir con desdén por los demás, cinismo o una fachada de autosuficiencia. Reconocer estas variaciones no solo mejora el diagnóstico, también permite intervenciones más precisas y humanas.

Referencia: Lyu, C., Xu, D., & Chen, G. (2024). Dark and Blue: A meta-analysis of the relationship between Dark Triad and depressive symptoms. Journal of Research in Personality.

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