Hoy me encontré con este breve y lúcido video de José Luis Marín, psiquiatra y psicoterapeuta español, donde comparte recomendaciones clave para no complicar más un trabajo que ya es bastante difícil. Coincido con todo lo que plantea, pero quiero detenerme en un punto específico: las notas clínicas. A veces creemos que anotarlo todo nos hace mejores terapeutas, pero también puede convertirse en una forma de evitación. Es una manera sutil de tomar distancia cuando la intensidad emocional nos incomoda o cuando sentimos inseguridad sobre cómo intervenir.
Muchos terapeutas —sobre todo quienes están empezando— sienten la presión de no perder nada durante la sesión. Anotan cada frase, cada ejemplo, cada detalle. En la superficie parece diligencia clínica; por dentro, puede ser una estrategia para no mirar de frente lo que está ocurriendo en el espacio terapéutico. Cuando la libreta se vuelve un refugio, perdemos contacto con el paciente justo en los momentos donde más necesita nuestra presencia.
La presencia no es un accesorio: es la herramienta que sostiene al resto. Si estás mirando el cuaderno, te pierdes señales importantes.
Cómo se ve en la sesión:
- El paciente baja la mirada cuando menciona a su pareja, pero tú estás escribiendo y no ves el quiebre emocional.
- La voz se le afloja por un segundo, pero estás estructurando tu siguiente intervención.
- Hace un gesto de retraimiento al tocar un tema sensible, pero tú estás revisando tus apuntes y no lo notas.
Estas microseñales son datos clínicos. No se repiten. No vuelven. Y si no estás ahí, se pierden.
Kelly Wilson lo desarrolla de forma magistral en Mindfulness for Two: el trabajo clínico cambia cuando el terapeuta se permite estar. No para “controlar” la sesión, sino para acompañar el proceso vivo que ocurre frente a él.
La técnica importa, claro. Pero sin la presencia del terapeuta, la técnica se queda vacía. Cuando confiamos demasiado en las notas, dejamos de confiar en nuestra capacidad de observar, sentir y responder en el momento. Y ahí es donde se empobrece la intervención.
Estar presentes no solo beneficia al paciente; también nos vuelve más honestos con nuestros propios procesos internos. Nos obliga a tolerar la incertidumbre, la vulnerabilidad y la responsabilidad que implica estar con otra persona en su sufrimiento.
Y, como suele recordar mi amigo Fabián Maero, el trabajo clínico avanza cuando combinamos paciencia y presencia.