Durante años hemos escuchado la misma historia: “una copa de vino al día es buena para el corazón y para el cerebro”. La idea de que el consumo moderado de alcohol podía ser incluso beneficioso fue tan repetida que se convirtió en un consejo popular, aceptado por médicos, difundido en medios de comunicación y utilizado como excusa social para beber sin remordimiento.
Pero ¿qué pasaría si esa narrativa estuviera equivocada? ¿Y si, en lugar de proteger al cerebro, incluso pequeñas cantidades de alcohol aumentaran el riesgo de deterioro cognitivo?
Un estudio publicado recientemente en BMJ Evidence Based Medicine da un giro inesperado a este debate. Se trata del análisis más grande realizado hasta ahora sobre alcohol y demencia, que combina datos observacionales y genéticos de más de 2,4 millones de personas. Y sus conclusiones son contundentes: no existe un “punto justo” para beber. Cada trago, por pequeño que sea, parece aumentar el riesgo.
Un mito que comienza a caer
Hasta ahora, la mayoría de estudios sugerían una curva en forma de U: quienes bebían en exceso o no bebían nada tenían más riesgo de demencia que los bebedores moderados. Este patrón reforzó la creencia en un “consumo saludable” de alcohol.
Sin embargo, el nuevo análisis, que utilizó un método genético llamado Mendelian randomization, mostró otra realidad. No hay efectos protectores. No existe un refugio seguro para los bebedores sociales. Lo que se observa es un aumento progresivo del riesgo de demencia por cada copa adicional a la semana.
Un dato concreto ilustra la magnitud del hallazgo: entre 1 y 3 tragos extra semanales incrementaron el riesgo en un 15%. Y duplicar el riesgo genético de dependencia al alcohol aumentó la probabilidad de demencia en un 16%.
Cuando la causa y el efecto se confunden
Uno de los descubrimientos más reveladores del estudio es lo que los científicos llaman causalidad inversa. En términos simples: no es que beber moderadamente proteja, sino que quienes comienzan a tener un deterioro cognitivo temprano tienden a reducir su consumo de alcohol.
Esto significa que muchos estudios previos pudieron haber confundido los datos: lo que parecía un beneficio del consumo moderado no era más que un efecto de los primeros síntomas de la enfermedad. La supuesta protección era un espejismo estadístico.
El valor de mirar de cerca y a gran escala
El estudio se nutrió de dos bases de datos enormes: el Million Veteran Program en Estados Unidos y el UK Biobank en Reino Unido. Los investigadores siguieron a personas de entre 56 y 72 años, de orígenes europeos, africanos y latinoamericanos. En total, más de 14.500 participantes desarrollaron demencia durante el seguimiento.
La solidez de los resultados proviene de combinar distintos enfoques: por un lado, los datos tradicionales que parecían confirmar la vieja idea del consumo moderado; por el otro, la evidencia genética que desarmó ese mito mostrando que la protección era solo aparente.
Más allá de los números: ¿qué significa para ti, para mí, para todos?
Los datos son impresionantes, pero lo que realmente importa es cómo esto nos interpela en la vida diaria. Si creciste escuchando que una copa de vino en la cena podía ser buena para tu salud, esta evidencia resulta incómoda. Nos obliga a cuestionar hábitos muy arraigados y hasta formas de socializar.
La ciencia no dice que un brindis ocasional condene inevitablemente a la demencia. Cada persona tiene riesgos diferentes según su genética, su salud general y su estilo de vida. Pero lo que este estudio sugiere con fuerza es que el cerebro es más vulnerable al alcohol de lo que pensábamos.
El mensaje es más sencillo de lo que parece: cuanto menos alcohol consumamos, mejor. Y tal vez, lo mejor sea nada.
Un cambio necesario en la conversación pública
El impacto va más allá de las decisiones individuales. Durante décadas, las políticas de salud pública han transmitido mensajes ambiguos: “beba con moderación”, “un poco puede ser saludable”. Ahora sabemos que esa guía pudo estar basada en una interpretación incompleta o equivocada de la evidencia.
Los investigadores calculan que reducir a la mitad los casos de consumo problemático de alcohol podría disminuir los diagnósticos de demencia en un 16%. Esa cifra, aplicada a poblaciones enteras, representa miles de personas que podrían conservar su memoria, su independencia y su calidad de vida.
La humildad que exige la ciencia
Tal vez lo más valioso de este estudio no sea solo lo que revela sobre el alcohol, sino lo que nos recuerda sobre la ciencia misma. Lo que hoy parece un consenso puede ser cuestionado mañana por estudios más amplios y rigurosos.
En temas de salud, aferrarse a creencias cómodas puede ser peligroso. La ciencia avanza, corrige, y nos empuja a aceptar que lo que pensamos que sabíamos a veces estaba equivocado. Esa humildad —reconocer que siempre hay más por aprender— es también un recordatorio de nuestra responsabilidad: revisar nuestras decisiones a la luz de la mejor evidencia disponible.
Lo que podemos hacer hoy
- Informarnos: no asumir que lo “moderado” es seguro.
- Cuestionar hábitos sociales: ¿por qué el alcohol está en el centro de tantas celebraciones y encuentros?
- Reducir el consumo: incluso pequeños cambios pueden marcar la diferencia.
- Hablar del tema: normalizar la conversación sobre riesgos ayuda a tomar decisiones más conscientes.
En síntesis
El nuevo estudio no cierra el debate para siempre, pero sí ofrece una conclusión clara: cuando se trata de alcohol y salud cerebral, menos siempre es mejor.
Quizás lo realmente revolucionario no es la cifra exacta de riesgo, sino aceptar que no necesitamos justificar el consumo de alcohol como “saludable”. La ciencia nos invita a pensar distinto, y quizá también a brindar menos, pero con más claridad y cuidado por nuestro futuro.
Referencia: Topiwala A, Levey DF, Zhou H, et al Alcohol use and risk of dementia in diverse populations: evidence from cohort, case–control and Mendelian randomisation approaches BMJ Evidence-Based Medicine Published Online First: 23 September 2025. doi:10.1136/bmjebm-2025-113913