En cuestión de segundos, sin darnos cuenta, decidimos si alguien nos parece confiable, dominante o simplemente agradable. Durante años, la psicología ha estudiado este fenómeno con fascinación. Sin embargo, las investigaciones más recientes nos empujan a cuestionar lo que antes dábamos por hecho: que nuestras primeras impresiones dicen algo verdadero sobre el otro. A veces lo hacen. A menudo no.
Estas son cinco reglas recientes que complican, y enriquecen, nuestra comprensión del juicio instantáneo.
1. Lo que ves no es lo que hay
Alexander Todorov y su equipo en Princeton desmontaron una de las suposiciones más arraigadas: que los rostros comunican rasgos de personalidad de forma fiable. En vez de captar algo esencial del otro, lo que hacemos es proyectar nuestras propias ideas de lo que una “cara normal” debería ser. Mientras más se parece un rostro a ese patrón interno, más confiable o simpático nos parece.
Este sesgo hacia lo “típico” explica por qué muchas personas coinciden en cómo juzgan una cara, pero también por qué esas impresiones pueden estar equivocadas en masa. No estamos leyendo a la otra persona. Nos estamos leyendo a nosotros mismos. (Artículo original).
2. Alta autoestima, mejor percepción (pero no necesariamente más cariño)
Un estudio reciente liderado por Lauren Gazzard Kerr y Lauren Human, usando eventos de citas rápidas y sesiones de socialización entre extraños, mostró que las personas con mayor autoestima son juzgadas de forma más precisa. Su personalidad real coincide más con la percepción que otros tienen de ellos. Sin embargo, en los encuentros románticos, ser “acertadamente” leído cuando se tiene baja autoestima puede jugar en contra: quienes los perciben con claridad tienden a gustarles menos.
La conclusión es incómoda: si no te sientes bien contigo mismo, tal vez no conviene que te conozcan tan bien, al menos no al principio. Las primeras impresiones demasiado certeras pueden revelar más de lo que conviene. (Artículo original).
3. Las personas menos felices son un enigma
En un análisis de más de 4,700 encuentros individuales, los investigadores encontraron que las personas con mayor bienestar emocional son más fáciles de leer. No sólo sus gestos y palabras parecen más transparentes, sino que los demás aciertan más al describir su personalidad.
¿Y los que no están bien? Son más difíciles de descifrar. Algo en el malestar emocional parece oscurecer las señales que normalmente usamos para entender al otro. No se sabe aún si esto es un mecanismo de defensa, una distorsión en la comunicación, o ambas cosas. Pero lo que es claro es que las personas con bajo bienestar se vuelven menos legibles. (Artículo original).
4. Subestimamos cuánto gustamos
Otra capa de esta historia: tendemos a pensar que gustamos menos de lo que realmente gustamos. En adolescentes, esto se asoció con factores de personalidad como la extraversión, la autoestima y un bajo nivel de neuroticismo. Pero solo al principio.
Durante los encuentros, lo que más influyó en su percepción de ser o no ser apreciados ya no fueron sus rasgos de personalidad, sino la forma en que la otra persona reaccionaba ante ellos. Es decir, empezamos con una hipótesis sobre cómo nos van a percibir, pero rápidamente nos ajustamos a lo que parece estar ocurriendo en la interacción.
Una señal positiva para quienes temen no caer bien: probablemente estás siendo mejor recibido de lo que crees. (Artículo original).
5. Las videollamadas no nos quitan humanidad
En la era postpandemia, muchos sospechan que conocer a alguien por Zoom no puede compararse con un encuentro cara a cara. Pero los datos no apoyan esa idea.
Marie-Catherine Mignault y su equipo en Cornell descubrieron que las personas logran percibir la personalidad del otro casi con la misma precisión, ya sea a través de una pantalla o en persona. Incluso el grado de simpatía generado en ambos contextos fue prácticamente igual.
Eso sí, algunos detalles sí importan: según otro estudio, tener plantas o libros como fondo en la videollamada aumenta la percepción de competencia y confiabilidad. Y, tal como en la vida real, sonreír ayuda. (Artículo original).
Conclusión
Las primeras impresiones nunca han sido simples. Lo nuevo es que ahora tenemos datos que matizan nuestra intuición. Nos recuerdan que, en muchos casos, ver no es comprender, y ser comprendido tampoco garantiza ser querido.
¿La lección? Tal vez convenga dejar de confiar tanto en ese primer juicio, y abrir espacio para que el otro se revele más allá de los primeros minutos. Porque en la psicología del encuentro, como en la vida, lo esencial casi nunca se capta de un vistazo.