Este protocolo desarrollado por el Ministerio de Educación de Chile ofrece un marco práctico para que los colegios incorporen en su reglamento interno una guía estructurada frente a la desregulación emocional y conductual de estudiantes. Apunta a cubrir tanto la prevención como la intervención en situaciones en que las estrategias habituales fallan o el riesgo emocional o físico es significativo.
Características del protocolo
- Prevención clara y precisa: invita a identificar estudiantes vulnerables (por ejemplo, por TEA, TDAH o experiencias traumáticas), anticipar sus desencadenantes y ajustar el entorno —como reducir estímulos sensoriales o prever cambios— para disminuir la posibilidad de una crisis.
- Intervención según intensidad:
- En etapas iniciales: cambiar actividad, ofrecer espacios más relajados o apoyos sensoriales, permitir pausas acordadas, usar intereses del estudiante para favorecer la autorregulación.
- En momentos de mayor escalada: trasladar al estudiante a un lugar seguro y tranquilo, contar con tres roles de adulto (encargado, acompañante interno y externo), y registrar todo en una bitácora.
- Solo en casos extremos, considerar contención física —previa autorización familiar y con entrenamiento— y establecer protocolos específicos por alumno.
- Reparación después de la crisis: reestablecer afecto y comprensión, conversar sobre lo ocurrido, generar acuerdos conjuntos para prevenir futuros episodios, trabajar habilidades emocionales, empatía y consciencia de consecuencias. Incluir también al entorno afectado.
- Herramientas útiles: incluye una bitácora detallada como anexo para documentar cada episodio —hora, contexto, reacciones, acciones tomadas, evaluación y aprendizajes.
Este protocolo no es un conjunto genérico. Se basa en evidencia, ajusta respuestas según la intensidad de la situación y pone foco tanto en el estudiante como en quienes lo acompañan. Facilita intervenciones más humanas y efectivas.