Por Nicolas Genise y Gabriel Genise
Lucas, un abogado de 38 años, acude a terapia preocupado por una disfunción eréctil que ha comenzado a interferir con su vida afectiva. En su relato no hay referencias a enfermedades médicas, pero sí a jornadas laborales de doce horas, insomnio, presión por el rendimiento y una intimidad conyugal marcada por el silencio. A los ojos del manual diagnóstico, podría tratarse simplemente de un «trastorno de la excitación sexual masculina». Sin embargo, esa etiqueta no alcanza para explicar lo que realmente sostiene su malestar.
La práctica clínica en sexualidad sigue estando influenciada por modelos que priorizan el síntoma y la clasificación, pero que muchas veces dejan por fuera la complejidad funcional y contextual de cada caso. Las dificultades sexuales no se presentan en el vacío: emergen de redes de significados, aprendizajes, creencias, emociones, valores y contextos socioculturales. Frente a este desafío, la Psicoterapia Basada en Procesos (PBP) ofrece una alternativa poderosa: un enfoque que desplaza la atención desde los síntomas hacia los patrones dinámicos que los organizan.
Este artículo explora cómo la PBP puede transformar el modo en que formulamos, intervenimos y comprendemos los malestares sexuales en la clínica. A través de fundamentos teóricos, evidencia empírica y el caso clínico de Lucas, examinaremos cómo una lectura basada en procesos permite construir mapas funcionales más precisos, respetuosos y efectivos, que orientan el cambio más allá de la supresión sintomática. Porque a veces, entender lo que ocurre no implica nombrarlo, sino mapear cómo se sostiene.
Marco conceptual y teórico: del diagnóstico a los procesos
Durante décadas, la práctica clínica en salud mental ha estado estructurada en torno a sistemas diagnósticos categoriales, como el DSM, que prometen clasificar el sufrimiento humano con base en listas de síntomas observables (American Psychiatric Association, 2013). Esta lógica permitió avances en investigación, estandarización y comunicación profesional, pero también generó una psicoterapia cada vez más alejada de la singularidad de cada consultante. En el terreno de la sexualidad, esto se traduce en intervenciones que buscan «normalizar funciones» antes que comprender contextos.
La Psicoterapia Basada en Procesos (PBP) nace como una respuesta crítica y constructiva frente a este paradigma. En lugar de centrarse en qué tiene una persona, se pregunta cómo funciona su sistema psicológico: qué procesos están activos, cómo interactúan, y qué función cumplen dentro de su contexto actual (Hofmann & Hayes, 2018). Este giro implica pasar de un enfoque descriptivo a uno funcional, donde los síntomas se leen como señales de una red de procesos interconectados que organizan la experiencia y la conducta.
Desde la PBP, los problemas psicológicos no se comprenden como entidades estáticas ni como alteraciones localizadas, sino como sistemas dinámicos en movimiento. Una dificultad sexual, por ejemplo, puede emerger de la interacción entre fusión cognitiva, evitación experiencial, rigidez atencional y desconexión motivacional. Estos elementos no actúan en forma aislada: se enlazan, se retroalimentan y configuran patrones autorregulados que sostienen el malestar (Hayes, Hofmann & Ciarrochi, 2020).
Este enfoque se nutre de la teoría de redes en psicopatología (Borsboom, 2017), la teoría de sistemas dinámicos (Meadows, 2008) y el metamodelo evolutivo extendido (Hayes & Hofmann, 2020). En conjunto, estas perspectivas ofrecen un marco para mapear, analizar e intervenir sobre las relaciones funcionales que constituyen un patrón clínico. Así, se sustituye la pregunta “¿qué diagnóstico tiene esta persona?” por otra mucho más potente: “¿cómo se organiza su sistema frente al malestar, y qué procesos debemos transformar para restaurar su capacidad adaptativa?”.
Este cambio de perspectiva no implica desechar el conocimiento acumulado en las terapias basadas en la evidencia, sino integrarlo de forma más flexible y contextual. La PBP no es un nuevo paquete de técnicas, sino una forma de leer e intervenir en el sufrimiento humano desde su arquitectura interna.
Comprender el comportamiento como una red en evolución permite al terapeuta adoptar una posición menos prescriptiva y más exploratoria. En lugar de aplicar un protocolo estándar a partir de una etiqueta diagnóstica, se construye junto al consultante un mapa funcional que guíe la intervención desde los procesos implicados. En palabras simples: se trata de mirar menos el “qué” y mucho más el “cómo” y el “para qué”.
Revisión de evidencia: fundamentos empíricos para una psicoterapia basada en procesos
El desarrollo de la PBP no surge como una moda teórica, sino como una respuesta sustentada en décadas de investigación que cuestionan los límites del modelo categorial tradicional. Varios estudios han señalado que, a pesar del aumento en la precisión diagnóstica y la proliferación de protocolos, los avances en efectividad terapéutica han sido modestos (Hayes et al., 2020). Esto ha motivado a la comunidad científica a explorar modelos alternativos que prioricen los mecanismos comunes del cambio, más allá de las etiquetas clínicas.
Una de las críticas más relevantes proviene del campo transdiagnóstico: diversos estudios han demostrado que muchos trastornos comparten procesos psicológicos subyacentes, como la rumiación, la evitación experiencial o la fusión cognitiva (Harvey et al., 2009). Estos hallazgos sugieren que intervenir sobre dichos procesos puede generar mejoras significativas en múltiples cuadros clínicos, sin necesidad de encasillar al consultante en un diagnóstico particular.
Además, la teoría de redes aplicada a la psicopatología ha permitido visualizar cómo los síntomas no se distribuyen de forma aleatoria, sino que se organizan en estructuras dinámicas con propiedades propias (Borsboom, 2017). Estas redes pueden estabilizarse en patrones rígidos que perpetúan el malestar, o flexibilizarse a partir de intervenciones bien dirigidas. En el ámbito clínico, este modelo ha mostrado utilidad para explicar fenómenos como la comorbilidad, la recaída y los cambios súbitos en el estado psicológico (Robinaugh et al., 2016).
A su vez, el metamodelo evolutivo extendido propuesto por Hayes y Hofmann (2020) aporta criterios concretos para evaluar la funcionalidad de los patrones clínicos: variabilidad, selección, retención y ajuste al contexto. Estos principios permiten comprender por qué una conducta —como evitar el sexo— puede ser adaptativa en un momento de la vida y profundamente disfuncional en otro, dependiendo de cómo se inserte en la red global del sistema psicológico.
La PBP también ha comenzado a recibir apoyo empírico en estudios clínicos. Ensayos recientes han mostrado que intervenciones centradas en procesos (como la defusión cognitiva, la clarificación de valores o la regulación emocional) pueden producir mejoras sostenidas en distintas áreas del funcionamiento psicológico, incluyendo la ansiedad, la depresión y los problemas sexuales (Barthel et al., 2020; Papa et al., 2018). Estos efectos no se deben a técnicas aisladas, sino al impacto que tienen sobre los nodos centrales de la red funcional del consultante.
En el campo de la sexualidad, esta perspectiva es especialmente valiosa. Modelos tradicionales han tendido a reducir las dificultades sexuales a disfunciones localizadas, muchas veces medicalizadas o tratadas como fallas individuales (McCarthy & McDonald, 2009). En contraste, la PBP permite una formulación más contextual, dinámica y respetuosa de la experiencia sexual, reconociendo la interacción entre historia personal, mandatos culturales, emociones, creencias y vínculos afectivos.
En resumen, la PBP no solo está teóricamente bien fundamentada: cuenta con un respaldo empírico creciente que valida su utilidad clínica. Al enfocarse en procesos transdiagnósticos y dinámicos, ofrece una vía más precisa, flexible y potente para intervenir en el malestar psicológico, incluyendo aquel que se manifiesta en la intimidad sexual.
Aplicación clínica: un mapa funcional del malestar sexual
En la consulta, Lucas no llega con un diagnóstico, sino con una vivencia: “me desconecto cuando más quiero estar presente”. Lo que inicialmente aparece como una disfunción eréctil adquiere, desde el enfoque basado en procesos, una profundidad mucho mayor. No se trata de un problema localizado en el cuerpo ni de un déficit de deseo, sino de una red funcional que se ha reorganizado en torno a la evitación del fracaso, el control rígido del rendimiento y la desconexión afectiva.
El primer paso en la PBP es abandonar la lógica del síntoma aislado y comenzar a mapear los procesos activos. En el caso de Lucas, emergen con claridad cuatro núcleos disfuncionales:
- Fusión cognitiva con pensamientos como “si fallo, no valgo como hombre”, que se viven como verdades absolutas.
- Hipervigilancia somática, con foco en señales corporales mínimas como anticipos del fracaso.
- Rumiación anticipatoria, que alimenta la ansiedad antes del encuentro íntimo.
- Evitación experiencial, mediante la cual se elude el contacto sexual como forma de evitar la vergüenza.
Estos elementos no se expresan en forma lineal, sino como una red recursiva que se autorrefuerza. Cada nodo potencia al siguiente: pensar que fallará lo lleva a estar más pendiente de su cuerpo, lo que aumenta su ansiedad, que a su vez incrementa la probabilidad de que ocurra la disfunción, reforzando la creencia inicial. Así se consolida una estructura rígida y resistente al cambio.
El segundo paso es ubicar estos procesos en contexto. En la historia de Lucas hay aprendizajes que organizaron su identidad en torno al rendimiento, con poco espacio para la expresión emocional o la vulnerabilidad. Su entorno actual refuerza este patrón: jornadas laborales extenuantes, una cultura de exigencia masculina, y una pareja con la que ha perdido intimidad emocional. Lejos de ser solo una dificultad “sexual”, su malestar refleja una red de relaciones entre historia, contexto, emociones, cogniciones y conductas.
A partir de este mapa funcional, el trabajo terapéutico se orienta a intervenir sobre los procesos que mantienen la rigidez del sistema. En vez de buscar una “cura” para la disfunción, se apuntan tres objetivos centrales:
- Aumentar la variabilidad conductual, mediante tareas de exposición erótica graduada, donde el foco no está en el rendimiento, sino en el contacto sensorial y afectivo.
- Debilitar la fusión cognitiva, con prácticas de defusión como observar pensamientos sin engancharse (“estoy notando que aparece la idea de que voy a fallar”).
- Reconectar con valores personales, explorando qué lugar tiene para él la intimidad más allá del sexo como desempeño.
Estos objetivos se traducen en tareas intersesión que operan como agentes de cambio: ejercicios de relajación, prácticas de mindfulness, diarios de motivos afectivos, expresión cotidiana de afecto y contacto social significativo. No se trata de técnicas aisladas, sino de intervenciones orientadas por la comprensión funcional del sistema.
Con el correr de las semanas, Lucas comienza a relatar cambios sutiles pero significativos: puede quedarse más tiempo en contacto íntimo sin evitar, los pensamientos de fracaso ya no lo definen, y empieza a recuperar momentos de disfrute genuino con su pareja. Lo que cambia no es solo su vida sexual: cambia la red.
El caso de Lucas muestra cómo la PBP permite leer el malestar sexual como una configuración compleja, no como una falla localizada. Esta perspectiva evita tanto la patologización apresurada como la tecnificación del tratamiento. En lugar de reparar “una función rota”, se trabaja para restaurar la flexibilidad del sistema, ampliar las opciones de respuesta y reconectar al consultante con sus valores y deseos más profundos.
Discusión crítica: desafíos y oportunidades clínicas del enfoque basado en procesos
La aplicación de la PBP en el campo de la sexualidad ofrece una posibilidad transformadora: abandonar la lógica del déficit y leer el malestar sexual como una red funcional compleja. Esta perspectiva permite diseñar intervenciones más precisas, sensibles al contexto y ajustadas a los valores del consultante. Sin embargo, no está exenta de desafíos.
Uno de los principales obstáculos es de orden formativo. Trabajar desde procesos requiere un tipo de lectura clínica que va más allá del diagnóstico: implica observar patrones dinámicos, identificar funciones, mapear redes de retroalimentación, y formular hipótesis idiográficas. Esto exige un entrenamiento que no siempre está presente en la formación tradicional de profesionales, más orientada a aplicar técnicas que a comprender sistemas. Sin una base sólida, la PBP corre el riesgo de volverse una etiqueta más, aplicada sin entender su fundamento.
Además, este modelo implica una tensión epistemológica: mientras el campo de la sexología ha estado históricamente anclado en clasificaciones y enfoques normativos, la PBP propone una lectura contextual, plural y evolutiva de la sexualidad. Esto obliga a revisar no solo nuestras intervenciones, sino también nuestras creencias profesionales: ¿a qué llamamos “problema sexual”? ¿desde qué valores leemos el sufrimiento del otro?
En términos clínicos, trabajar desde procesos demanda tolerancia a la ambigüedad. A diferencia de los modelos manualizados, aquí no hay un protocolo fijo, sino un camino que se construye caso por caso. Esto requiere capacidad de escucha, flexibilidad, y una posición terapéutica que se sostiene más en la colaboración que en la dirección. También requiere tiempo: mapear una red funcional no es inmediato, y muchas veces implica un proceso terapéutico más lento, pero más profundo.
Por otro lado, las oportunidades que ofrece este enfoque son notables. En un área tan atravesada por el juicio, el mandato y la vergüenza como la sexualidad, la PBP habilita una forma de intervención que no busca “corregir” cuerpos ni conductas, sino facilitar la reorganización del sistema desde adentro, al servicio del bienestar y la agencia del consultante.
La PBP en sexología clínica no es simplemente un modelo más: es una invitación a pensar distinto, a leer distinto y a intervenir desde un lugar más humano, más situado y respetuoso de la complejidad de lo sexual.
Cierre y reflexión final
La sexualidad humana no puede comprenderse desde la rigidez del diagnóstico ni desde la lógica de la normalización. Es un fenómeno profundamente encarnado, relacional y simbólico, que se organiza en redes de procesos tan singulares como cada persona que consulta. En ese terreno, la Psicoterapia Basada en Procesos ofrece una brújula clínica poderosa: no prescribe desde afuera, sino que ayuda a leer desde adentro cómo se organiza el sufrimiento y cómo puede transformarse.
El caso de Lucas muestra que detrás de una disfunción puede haber una red de experiencias, creencias, aprendizajes y contextos que requieren ser escuchados y acompañados con sensibilidad. No se trataba solo de restaurar una función, sino de reconectar con una forma de habitar el cuerpo, el vínculo y el deseo.
Adoptar esta mirada implica un cambio de paradigma, pero también una promesa clínica: que es posible intervenir sin reducir, comprender sin juzgar, y facilitar el cambio sin imponerlo. Y que, al hacerlo, no solo se transforman los síntomas, sino las vidas que los sostienen.
Referencias
- American Psychiatric Association. (2013). Diagnostic and statistical manual of mental disorders (5th ed.). Washington, DC: Author.
- Barthel, A. L., Haynes, S. N., & Smith, G. T. (2020). Understanding generalized anxiety disorder from a network perspective. Journal of Anxiety Disorders, 72, 102234. https://doi.org/10.1016/j.janxdis.2020.102234
- Borsboom, D. (2017). A network theory of mental disorders. World Psychiatry, 16(1), 5–13. https://doi.org/10.1002/wps.20375
- Harvey, A. G., Watkins, E., Mansell, W., & Shafran, R. (2009). Cognitive behavioural processes across psychological disorders: A transdiagnostic approach to research and treatment. Oxford University Press.
- Hayes, S. C., Hofmann, S. G., & Ciarrochi, J. (2020). Beyond the DSM: Toward a process-based alternative for diagnosis and mental health treatment. World Psychiatry, 19(3), 266–277. https://doi.org/10.1002/wps.20740
- Hayes, S. C., & Hofmann, S. G. (2020). Process-based CBT: The science and core clinical competencies of cognitive behavioral therapy. New Harbinger Publications.
- Hofmann, S. G., & Hayes, S. C. (2018). The future of intervention science: Process-based therapy. Clinical Psychological Science, 7(1), 37–50. https://doi.org/10.1177/2167702618772296
- McCarthy, B., & McDonald, D. (2009). Sex therapy failures: A crucial link between clinician comfort and effectiveness. Journal of Sex & Marital Therapy, 35(4), 320–337. https://doi.org/10.1080/00926230903086500
- Papa, A., Lancaster, N. G., & Kahler, J. (2018). Common emotion regulation strategies and psychological symptoms: The mediating role of perceived ability to tolerate distress. Journal of Nervous and Mental Disease, 206(2), 115–121. https://doi.org/10.1097/NMD.0000000000000764
- Robinaugh, D. J., LeBlanc, N. J., Vuletich, H. A., & McNally, R. J. (2016). Network analysis of persistent complex bereavement disorder in conjugally bereaved adults. Journal of Abnormal Psychology, 125(5), 673–683. https://doi.org/10.1037/abn0000161