Enrique Alpañés en El País resume los datos de una investigación de la revista Neurology que asocia el consumo frecuente de edulcorantes con el deterioro cognitivo:
La investigación cogió una base de datos de 12.700 adultos, pero se centró en aquellos de entre 55 y 72 años (unos 5.000), después siguió su evolución durante ocho años. En este tiempo se les hizo registrar todo lo que comían y se les sometió a pruebas para comprobar su rapidez mental y deterioro cognitivo. Los investigadores hicieron un seguimiento de siete edulcorantes artificiales que suelen encontrarse en alimentos ultraprocesados. Las personas que consumían las cantidades totales más elevadas presentaron un deterioro más rápido de las capacidades cognitivas y de memoria en general, equivalente a 1,6 años de envejecimiento, que aquellos que apenas consumían edulcorantes.
La investigación presenta algunas limitaciones, entre ellas que la cantidad de edulcorantes consumida por los participantes fue demasiado amplia. Además, se trata de un estudio correlacional, lo que implica que, aunque exista una relación entre ambas variables, no puede afirmarse que el consumo de edulcorantes sea la causa del deterioro cognitivo. Aun así, los autores consideran que los hallazgos ofrecen información valiosa y nos invitan a ser más cautelosos con el consumo excesivo de estos endulzantes:
”Hay dos hallazgos que sugieren que los edulcorantes podrían tener efectos específicos más allá de ser un marcador de una dieta deficiente”, se defiende Suemoto. “En primer lugar, observamos asociaciones para varios edulcorantes individuales”, explica. Estos son los que echa la gente en el café o el yogur a diferencia de los compuestos, que usa la industria en sus productos. “Además, existe una plausibilidad biológica a partir de estudios en modelos animales”, continúa la experta. Los edulcorantes artificiales pueden desencadenar procesos como la neuroinflamación, la neurodegeneración o la alteración del eje intestino-cerebro. Así lo han demostrado varios estudios en ratones. Estos fenómenos podrían afectar al cerebro y explicar su deterioro.
Y añade:
“Hemos añadido pruebas sólidas de que estos compuestos pueden no ser inocuos”, resume Suemoto, “especialmente cuando se consumen con frecuencia y a partir de la mediana edad”. En un contexto científico más amplio, estos hallazgos ponen de relieve la necesidad de examinar de forma más crítica lo que utilizamos para sustituir el azúcar en nuestra dieta, y subrayan que las elecciones alimentarias en la mediana edad pueden tener consecuencias para la salud cerebral décadas más tarde.