Psyciencia
  • SECCIONES
  • PSYCIENCIA PRO
    • ÚNETE A LA MEMBRESÍA
    • INICIA SESIÓN
    • CONTENIDO PARA MIEMBROS
    • RECURSOS PARA MIEMBROS
    • TIPS PARA TERAPEUTAS
    • PODCAST
    • WEBINARS
  • NORMAS APA
  • SPONSORS
  • NOSOTROS
Psyciencia
  • SECCIONES
  • PSYCIENCIA PRO
    • ÚNETE A LA MEMBRESÍA
    • INICIA SESIÓN
    • CONTENIDO PARA MIEMBROS
    • RECURSOS PARA MIEMBROS
    • TIPS PARA TERAPEUTAS
    • PODCAST
    • WEBINARS
  • NORMAS APA
  • SPONSORS
  • NOSOTROS

Análisis

356 Publicaciones
  • Análisis

Intervenciones clínicas en parejas heterosexuales desde una perspectiva evolutiva

  • 12/04/2023
  • Equipo de Redacción
a couple holding drink together

Por Lic. Carmela Rivadeneira y la Lic. Marcela Collia.

En los últimos tiempos, hemos notado que una fuente de sufrimiento en los pacientes cuando hablan de sus problemas de pareja, es el hecho de que les cuesta mucho relacionarse con el otro y comunicarse de forma asertiva; notamos que esto iba más allá del modo de comunicar. Cuando en la terapia se trabaja la asertividad, algo empieza a surgir respecto a que hay algo más que el entrenamiento asertivo, algo más de base.

La asertividad no solo tiene que ver con la comunicación funcional, y eficaz a la hora de expresar lo que sentimos, sino también con un conocimiento previo de ‘qué quiero’ o ‘qué busco al comunicar esto’. Creo que acá es clave hacerse preguntas, previo a la comunicación, relacionadas a los conceptos teóricos y prácticos que manejan las parejas cuando quieren comunicar algo a otro.

Las ideas, creencias y supuestos aprendidos socialmente, con las que algunas personas se manejan, de hecho basadas en la educación que hemos recibido respecto de la vida en pareja, han traído algunos comportamientos disfuncionales. Esta disfunción genera una fuente importante de sufrimiento, que suele ser un frecuente motivo de consulta en nuestros consultorios psicológicos.

En los tiempos actuales, se observa que esta disfunción en las parejas heterosexuales se incrementó con el empoderamiento de las mujeres y la deconstrucción que han hecho algunos varones. Aunque estos cambios eran realmente necesarios para una mejor sociedad, debo confesar que tengo dudas de que, por momentos, lejos de mejorar algunos conceptos sociales, estos trajeron nuevas maneras de mirar a las relaciones, no siempre con un efecto beneficioso. Era necesario hacer cambios (disminuyendo incluso el machismo imperante en la sociedad); no obstante, a la hora de observar la comunicación de parejas heterosexuales, se han pasado por alto variables fundamentales de origen biológico que considero, no deberían dejar de tenerse en cuenta a la hora de diseñar un buen tratamiento psicoterapéutico con este motivo de consulta. 

¿Cómo funcionan nuestras emociones cuando tenemos ideas relacionadas al concepto de pareja, observando que la realidad no coincide por momentos con este concepto? Creemos que la clave reside en el hecho que tenemos corteza prefrontal y por lo tanto,  en asuntos en los que se requiere pensamiento racional, estamos capacitados para hacer muchos avances y de hecho como sociedad los venimos haciendo. Si consideráramos sólo esto (sumado a que hoy en día mucha gente habla de la igualdad de los géneros en asuntos que no son necesariamente los de la ley) nadie haría terapia. De hecho, muchas veces hacemos terapia por conflictos de intereses ya sea propios o con otras personas. 

Partamos de esta base: los hombres y mujeres somos iguales (o deberíamos ser iguales) ante la ley, ante los derechos y deberes sociales; sin embargo, creo que debemos recordar que hay diferencias biológicas esenciales y que estas habrían que ser tenidas en cuenta a la hora de tratar personas con problemas de pareja. Explicar estas diferencias a los pacientes, tanto hombres como mujeres, nos ha mostrado un resultado realmente significativo en cuanto a disminuir el sufrimiento de cada miembro en la pareja.

Para ello, tomo en cuenta a los estudios de Darwin de selección natural. La psicología evolucionista a estudiado fenómenos cotidianos, intentando extractar algunos supuestos observables en las especies; muchas han sobrevivido a la evolución con patrones seleccionados que hoy por hoy, siguen vigentes en nuestros genes y que se siguen expresando a pesar de las miles de capas de adoctrinamientos, educación y demás adquisiciones culturales. De hecho, la psicología evolucionista, suele dar explicaciones muy acertadas cuando explica por ejemplo, la base biológica en los trastornos de ansiedad; por ende, no debería ser una excepción tomar estas mismas hipótesis evolucionistas para explicar el devenir de la sexualidad humana.

Analicemos algunos errores y supuestos en pareja que provocan sufrimiento:

Los comportamientos de los hombres y las mujeres son simétricos:

En general no es lo que se observa. Si una mujer que está buscando pareja en alguna aplicación y concertó una cita con cierto varón, suele suceder, al enterarse que él está -a la vez- conociendo a varias mujeres, hay enojo y congoja: yo me había enganchado, dice ella. Frente al sufrimiento de esta mujer, hay que poder explicarle algún fenómeno que aclare este comportamiento estadístico, y tener en cuenta que en general, los varones buscan sólo tener sexo, sin importar enamorarse o formar pareja estable. Al menos en los primeros momentos. Puede que luego se entusiasme y se enamore, pero en el período de búsqueda, sólo quiere tener sexo. Este comportamiento se observa en varias especies de homínidos y si nos ponemos a ver comportamientos de animales domésticos como perros y gatos (digo domésticos porque ya en sí, los patrones del animal doméstico, se encuentran alterados); sin embargo, este comportamiento sexual en el macho es altamente observable. Cuando esta simple explicación se le da a la paciente mujer, ésta logra entender que ese comportamiento está en la naturaleza del varón y que no necesariamente es que ella fallara en todos sus intentos de conquista. El sufrimiento en estos casos, es la interpretación de la persona sobre su “mala” performance y no en un patrón y una tendencia que se observa a nivel evolutivo. Distanciar la explicación autorreferencial y de autojuzgamiento, de ser inadecuada, y adoptar una hipótesis explicativa en base a patrones observables, disminuye objetivamente el padecer de esta persona, generando incluso, ser paciente y persistir con su búsqueda de pareja, teniendo en cuenta estos detalles.

Tratemos de pensar que la conducta, no siempre es un acto voluntario, hay muchísimos comportamientos que realizamos sin darnos cuenta, sin ser conscientes, incluso sin siquiera a veces saber que lo estamos haciendo. Hablamos de tendencias, de maneras de actuar a las que se tiende de manera sesgada, teniendo en cuenta que somos parte de una especie animal (sólo que con mucho aprendizaje cortical de siglos que nos convierte en seres distintos de los animales en un punto). Pero no dejamos de serlo. Analicemos esta tendencia como un tema de costos.

Un hombre tiene muy pocos motivos para no tener sexo con alguien cuando se le presenta la oportunidad. Primero podría verse más como un tema de oferta y demanda. La estadística lo dice claramente.  Los hombres le dan like al 60% de perfiles de Tinder, las mujeres al 4%. Se estima que un tercio de los consumidores de porno son hombres pero que cuando es paga son un 98% y los hombres constituyen un 99% de la gente que paga por sexo. Entonces no es que son máquinas sexuales, sino que tienen muy poco para perder y pocas inhibiciones en términos de deseo; es un patrón evolutivo y no se puede modificar al menos en primera instancia. Por el contrario, las mujeres se enfrentan con demasiada oferta. Tienen todos los motivos evolutivos para ser más selectivas y en esto sí se juega el deseo. El deseo es parte de la selección sexual que hace que estemos hoy donde estamos; el deseo, de algún modo, aporta también a la supervivencia, a poder procrear y que la evolución lo haya dejado como un elemento que genera atracción y dicho encuentro sexual con el hombre para -en definitiva- dejar descendencia (conservando a la vez esos detalles atávicos que en ocasiones,  en el mundo moderno parecen sin utilidad pero siguen estando presentes). A veces es difícil entender la evolución; este señor Darwin observó muchas cosas pero es difícil seguirlo. Para entender algo de genes atávicos, posiblemente lo entendamos con un ejemplo diferente al sexual. Por ejemplo, pensemos en nuestros antecesores millones de años atrás. El hombre más parecido a un homínido de lo que hoy es, seguramente fue predado por muchos depredadores; el estar alerta y correr, seguramente fue lo más necesario. Trepar a los árboles también. Aquellos humanoides que tenían más sudor en las manos cuando se asustaban, son seguramente los que trepaban más rápido a los árboles y se aferraban con más destreza que aquellos a los que no les sudaban las manos; a esos que se resbalaron, se los comieron impidiendo su descendencia.

Hoy, a nosotros, cuando estamos muy ansiosos, nos sudan las manos; esto lo conservamos desde hace millones de años, sólo que hoy es un comportamiento atávico que no nos sirve de nada. En esto se ven claramente los mecanismos vetustos que conservamos los humanos sin ser conscientes de ello. Lo mismo nos pasa con los comportamientos sexuales y de búsqueda de pareja. Conservamos tendencias viejas y  saber de ellas, nos cambiará la visión de lo que nos pasa. Un ejemplo de esta tendencia, es cómo actuamos las mujeres casi sin darnos cuenta a la hora de buscar pareja; y no tiene que ver con priorizar señores musculosos o características físicas  (únicamente),  ni con seguridad (únicamente), aunque en general no buscamos que el señor sea un indigente. Pero las mujeres solemos tener muchos más requisitos. Cuando se habla de pareja a largo plazo tanto hombres como mujeres, no están dispuestos a que sus parejas tengan bajo IQ (nivel de inteligencia); esto significa que importa que la otra persona sea inteligente. Pero cuando se habla de sólo sexo, los hombres no tienen molestia con que el IQ de la persona sea casi nulo. Las mujeres no, en general a la mujer le atrae el hombre simpático, gracioso, inteligente, incluso si no es estéticamente agradable; en ocasiones le atribuyen inteligencia sin evidencia de la existencia de la misma. También algo que se observa es que los hombres tienen umbrales de asco mucho más altos, es decir, son menos selectivos a la hora de tener sexo. 

En general el varón busca tener sexo. Desde el punto de vista de Richard Dawkins, diría que intenta esparcir sus genes donde más pueda. Las mujeres también buscamos tener sexo, pero como primer paso para lograr otros elementos muy importantes: seguridad y protección. Es por esta razón, que como observamos en muchas especies de mamíferos, la hembra tiene la capacidad de embarazarse, mantener un embarazo de un tiempo importante (meses en general, dependiendo de la especie), parir, amamantar y proteger a su cría; en tanto, es esencial un macho que la proteja y le garantice comida para sobrevivir. Entiendo que actualmente somos muchas las mujeres que ni necesitamos protección y que incluso podemos mantener económicamente a un señor si este no tiene trabajo; no obstante, a la hora de enamorarnos, se activan todas nuestras variables atávicas y esto se pone en juego sin siquiera darnos cuenta, e incluso sin querer que suceda. No es voluntario, se activan de modo autónomo. Cuando este hecho se le comunica al paciente, deja de sentirse “usado/a” ante la conducta del otro en conquista y puede entonces dejar de sufrir buscando otras maneras menos iatrogénicas de relacionarse.

Querer igualar la performance sexual en las conquistas es otro ítem equivocado que notamos en los relatos de los pacientes en la terapia.  En una consulta, una paciente me comentó que ve como injusto que el chico con quien sale hace un tiempo, en ocasiones, tiene sexo con otras chicas e igual le dice que la elige a ella. La chica intentó hacer lo mismo  procurando de equiparar la situación, y trató de tener sexo con varios chicos para demostrarle a él que también podía hacerlo. Buscaba de algún modo equidad en esa performance, acaso como modo de mostrarle que ella también era capaz de lo mismo. Cuando lo hablamos en el espacio de terapia, y ante mi pregunta de si la pasó bien teniendo sexo con otros hombres, me contestó que no, que más bien se sintió muy mal y que no entiende porqué su novio hace eso (y se siente bien de hacerlo y ella no), que no es justo. Lo que observamos en general, es que hay una diferencia entre la mujer y el varón cuando tienen sexo con varias personas: él se sentía muy bien teniendo sexo con varias chicas y ella se sintió muy mal cuando intentó igualar este patrón. Y no… Es muy diferente lo que busca un varón teniendo sexo con varias: placer. Es muy diferente lo que siente una chica teniendo sexo con varios: vacío, o al menos falta de placer. Incluso hasta podríamos decir que una chica que tiene sexo con varios hombres,  no se siente bien seguramente, o está buscando algo que no va a encontrar de esa manera. Está tratando de llenar un vacío (de esto tratamos justamente a las pacientes borderline cuya búsqueda es así pero en forma sistemática y no sólo en la búsqueda de pareja); sin embargo, este comportamiento en varones sólo se ve como una manera de satisfacer su sexualidad y notar que no se engancha con ninguna, sino que su comportamiento lo deja satisfecho, le agrada, le da placer. A largo plazo puede que esto lo lleve a buscar una pareja estable, pero no en el período de búsqueda. Igualmente, los tiempos han cambiado mucho y esta tendencia a tener varios partenaires sexuales también se ve bastante en mujeres, pero disminuye con la edad de la mujer; y en el hombre se mantiene como un patrón más estable en edades incluso de adultos mayores. Nuevamente reiteramos que la conducta y la voluntad no siempre van de la mano. Hablamos de tendencias. Incluso, la sociedad ha hecho y aún hace hoy un juicio de valor diferente entre la sexualidad del varón y de la mujer; y en esto, no estamos de acuerdo, pero sí destacamos la tendencia biológica en la diferencia de la sexualidad entre hombre y mujer.

Para no caer en un psicologismo diagnóstico al mencionar a las pacientes borderline, que nada tiene que ver con este artículo (es un tema muy complejo y tratable, obviamente), es importante destacar la correlación de la desregulación emocional y la promiscuidad. Aquí estamos dentro de la psicopatología, en donde el comportamiento desregulado incluye conductas altamente riesgosas y no sólo relacionadas a la cantidad de compañeros sexuales, sino a la falta de cuidados en un amplio espectro (con desconocidos, con varios al mismo tiempo sin utilizar preservativos, con gente violenta, etc). En este artículo, estamos tratando de destacar la tendencia biológica que dispara conductas diferenciadas entre hombres y mujeres a la hora de iniciar y mantener relaciones de parejas; la conducta patológica de los pacientes con Trastorno límite de la personalidad (borderline) sería un extremo patológico de un patrón distorsionado de búsqueda.

Son interesantes, por ejemplo, algunas encuestas respecto a opiniones masculinas y femeninas y sus diferencias. Si a un hombre se le pregunta con cuántas personas (al menos), quiere tener sexo antes de morirse, los números siempre van a ser significativamente elevados a diferencia de las mujeres. Es mucho más probable que ellas pongan una cláusula de calidad y que la cantidad no les importe tanto, lo cual disminuye significativamente la cifra.

Un dato no menor y clave en esas diferencias, se relaciona a la frecuencia orgásmica, porque tiene que ver directamente con las chances de experimentar placer en un encuentro sexual, y la mayoría de mujeres saben (o sospechan) que eso es difícil en un primer encuentro. Si a las mujeres les preguntamos por el deseo sexual, la gran mayoría nos dirán que es eso lo que privilegian más que la cantidad de varones con los que quieren tener sexo.

El conocido Efecto Rooster también entra aquí como una diferencia entre sexos con mucho basamento biológico, que se da en muchas especies, y nos incluye como especie humana. En general, a un varón le cuesta tener varias veces sexo con la misma mujer en una noche; sin embargo, si en una noche tiene varias mujeres, no se cansará de satisfacer a ninguna. Esto tiene una explicación biológica justamente basada en la variabilidad de la motivación sexual del macho ante diferentes estímulos. En las mujeres sucede al revés; la motivación sexual es muy significativa cuando tiene sexo con el mismo hombre. De hecho, un observable en las parejas heterosexuales al inicio es: hombre teniendo muy buen sexo y frecuente con su mujer y ésta sintiendo menos excitación sexual. A medida que pasa el tiempo y la relación se afianza, notamos que la mujer mejora su calidad y frecuencia de los orgasmos mientras que el hombre baja la motivación sexual. A medida que ella mejora su performance, él va disminuyendo en la suya. Muchas veces, esta explicación por ejemplo en mujeres a las que les cuesta llegar al orgasmo en las primeras relaciones con alguien nuevo, mejora con este tipo de explicaciones evolutivas, generando paciencia y ver cómo a medida que aumenta la confianza, aumenta la capacidad orgásmica.

Otra diferencia entre géneros:

En general los hombres infieles no tienen por qué estar infelices con sus parejas cuando lo son y en mujeres infieles suele haber insatisfacción sexual con la pareja. 

En parejas de varios años de casados, la mujer deja de tener motivación sexual en un tiempo medianamente corto, más aún luego de tener hijos. La caída hormonal se relaciona también a perder la alerta de búsqueda de un macho; ya lo consiguió, ya está protegida y segura (recordemos que son sensaciones atávicas, no necesariamente representativas de la vida que lleva). En cambio, el varón se convierte en un buscador de sexo dentro de la pareja. Las consultas típicas en nuestro consultorio, implican mujeres que nos dicen que no tienen ganas de tener sexo y que el marido busca, se pone insistente, lo cual les provoca menos ganas. Por otro lado, en terapia los hombres que nos dicen que su mujer nunca tiene ganas y que si le proponen al menos tener sexo oral los miran aterradas. Si el varón no lo encuentra, a largo plazo buscará afuera. Las abuelas tenían una frase interesante: “Atendelo a tu marido o se va a ir a buscar afuera”. En nuestros tiempos actuales, esta frase nos parece detestable. Cuando los terapeutas atendemos mujeres de mediana edad que no quieren tener sexo con el marido o que quieren pero no están motivadas (el deseo sexual  hipoactivo es una consulta muy frecuente en nuestros consultorios), intentamos dar algunas explicaciones biológicas e con el objetivo de reactivar ese deseo para poder mejorar la performance sexual en la pareja; por otro lado, mitigar el sentimiento doloroso de encontrar una infidelidad por parte del marido en esta situación de no tener sexo en pareja. 

Respecto al tema de la satisfacción, un estudio reciente habla de un análisis de satisfacción sexual en lo que ahora llaman ‘parejas de sexo mixto’, o sea parejas heterosexuales. Decía que en los hombres, lo más central en la pareja es la satisfacción sexual, mientras que en mujeres es el deseo sexual. Tengamos en cuenta lo siguiente a nivel de respuestas estadísticas: Si a un varón se le plantea una situación en la que puede reducir los intermediarios entre el deseo y el sexo (por ejemplo, estar en pareja), el señor probablemente diría que tiene muchas ganas de que esto pase. Si a la mujer se le plantea lo mismo (no en términos de tiempo), pero si en términos de lo que le atrae, creo que es bastante distinta la respuesta. Entonces la monotonía no tiene por qué reducir la satisfacción pero aniquila el deseo. Aquí, entonces, se expondría la categoría diagnóstica de Deseo Sexual Hipoactivo y su sobrerepresentación en mujeres en parejas monógamas. 

En un punto, nos damos cuenta que el deseo funciona diferente en mujeres y hombres; los hombres buscan más activamente. Las mujeres muchas veces no tienen deseo sexual espontáneo sino más asociado a algo en particular, no como acción pura. Y ese algo muchas veces es la seducción y el sentirse deseadas. Cuando una pareja (o alguno de los dos) llega a terapia porque no tienen sexo y citan el bajo deseo sexual de ella como motivo, es importante también explorar el contexto. Comportamentalmente hablando, las acciones tienen más chances de ocurrir cuando están programadas de alguna forma; de hecho, agendar un día para que la pareja tenga sexo, es una de las técnicas de primera elección en los tratamientos de baja conducta sexual en parejas, tanto heterosexuales como homosexuales. Pese a que los pacientes al comienzo no les agrada la programación de tener sexo porque consideran que debería ser una conducta espontánea, la realidad es que no se está produciendo y al programarla aumenta significativamente la acción, mejorando sustancialmente la relación de pareja. Paradójicamente, la conducta sexual ocurre espontáneamente cuando las personas tienen citas (en este caso lo que se programa es la cita). Cuando dos personas conviven es otra historia y este factor es muy escuchado en las consultas, de ahí que, hoy por hoy, muchas parejas funcionan mejor fuera de la convivencia. La convivencia es muy preciada en los primeros tiempos, pero sexualmente genera una sensación de que el sexo está disponible las 24 horas, por lo tanto, sino tenemos sexo hoy, podemos tenerlo mañana, y si no podemos mañana, podemos pasado y el sexo pasa a ser uno de las acciones más postergadas en las parejas convivientes. El deseo sexual hipoactivo es una de las consecuencias a mediano plazo.

Creo que más allá de las discrepancias entre hombres y mujeres (que quedan más en evidencia en este contexto), es relevante cuál es la concepción del deseo y del sexo que tiene la gente. Una de las consecuencias de hablar tanto de empoderamiento es que hoy mucha gente piensa que tener sexo es algo que uno hace con una motivación intrínseca muy fuerte, y que siempre tienen que tener muchísimas ganas y disfrutarlo un montón. Esa sobrevaloración del sexo ha sido generadora de grandes frustraciones para las parejas y casi un motivo frecuente para acudir a consultas psicológicas y porque no, también un motivo de separación. Sabemos en clínica que las altas expectativas en el sexo generan muchos trastornos y disfunciones como la impotencia y la anorgasmia. Parte de nuestro trabajo es reestructurar la idea sobre el sexo “perfecto” y con un deseo y excitación casi de Hollywood; la realidad claramente, es otra. Y cuando se trabaja sobre este tema y basándonos en la realidad, es donde observamos una franca mejoría de nuestros pacientes. Parte de la terapéutica es, justamente, programar los encuentros sexuales, intentando que la activación conductual genere la motivación y las ganas; casi el camino inverso de lo que venía haciendo la pareja que convive y posterga el encuentro sexual. Si bien es muy importante que se haya empezado a hablar de consentimiento más explícitamente, en ocasiones en las que esto no es un problema, pensar que el sexo es algo que uno sólo hace cuando está altamente motivado, sin haberlo pensado o planificado o sin que el otro haya iniciado, es un grave error. La mayoría de cosas que hacemos no se hacen así. La espontaneidad no es algo frecuente en nuestro comportamiento cotidiano, lo mismo aplica a la mayoría de cosas que disfrutamos. Es usual en terapia, especialmente, que se plantee como intervención el hacer las cosas sin ganas para luego ver cómo se siente uno (una vez realizada la tarea, en vez de quedarse con la idea), antes que el seguir procrastinando la acción.  

Como conclusión, la mayoría de acciones que hacemos eficazmente en el día, como levantarnos, asearnos, ir a trabajar, ir a entrenar al gym, ir a hacer las compras, etc., no las hacemos en ocasiones con ganas, ni motivación, sino que simplemente accionamos; las ganas, o incluso el placer, vendrán después o durante la acción. En el sexo (entendamos que la conducta sexual es también eso, una conducta) cumple los mismos principios. Pero recordemos, entonces, que las reglas del comportamiento son las mismas en los seres humanos y en muchos animales dotados de neocortex (la corteza cerebral más evolucionada): no obstante, hay diferencias biológicas entre los distintos sexos, lo cual genera que bajo esas mismas reglas comportamentales, el análisis funcional sea diferente y lo que a un hombre lo motiva, puede ser opuesto a lo que motiva a una mujer.

No es el objetivo de este artículo dejar deprimido al lector. La idea fundamental es que cuando nos consultan personas heterosexuales por asuntos de pareja, nosotros podamos darles un tratamiento con un amplio espectro de abordajes, uno que tenga en cuenta el contexto de esa pareja, sumado a aquellos elementos que son tendencias biológicas, (no sería procedente ignorarlas, generando en tal caso una igualdad distorsionada). Saber cómo funciona la biología deja a veces con mejores herramientas a los pacientes para poder accionar racionalmente, mitigando el sufrimiento. 

Pasaron millones de años y el hombre actual difiere mucho del hombre primitivo, pero la fisiología de nuestros cuerpos, está casi intacta.

Referencias:

  • Nagoski, Emily. 2015. Come as You Are. New York, NY: Simon & Schuster.
  • Ogas, O., & Gaddam, S. (2011). A billion wicked thoughts: What the world’s largest experiment reveals about human desire.
  • Análisis

Efectividad de las intervenciones psicológicas en autismo: Una revisión sistemática

  • 22/03/2023
  • Mauro Colombo

En la actualidad, el trastorno del espectro autista (TEA) es considerado una condición del neurodesarrollo que afecta a la persona a lo largo de toda su vida y tiene impactos en diversas áreas, entre las que podemos mencionar dificultades en comunicación y lenguaje, interacción social y patrones de conductas e intereses repetitivos (APA, 2015). Las personas que llevan este diagnóstico suelen presentar indicios ya desde la temprana niñez, en ocasiones antes de los 18 meses de edad, pero en general suelen observarse de manera más marcada a partir de esa edad. 

Dentro del campo de la psicología, existen numerosas hipótesis sobre la etiología del mismo, sin existir en la actualidad una respuesta concluyente o que aplique a todos los casos. Se lo considera una condición multifactorial, donde intervienen variables tanto genéticas como ambientales. Del lado de la terapéutica, existen numerosos tratamientos y abordajes que tienen la finalidad de brindar a las personas con autismo (y a sus familias y contextos donde se desenvuelven) herramientas para que puedan adquirir las habilidades necesarias para su vida. 

Como no es extraño en psicología y clínica en general, existe un amplio abanico de opciones terapéuticas y educativas, pero que no gozan todas del mismo estatus empírico. Si separamos en 3 grandes categorías las intervenciones psicológicas en TEA, encontraremos algunas que sabemos desde hace décadas que, sin ser perfectas, funcionan, otras que poseen evidencia emergente pero no disponen de estudios sólidos metodológicamente, y un tercer grupo de terapias de las cuales no disponemos de evidencia, o sabemos directamente que no funcionan, como es el caso del psicoanálisis o de ciertas dietas.

Sabemos que en el autismo una serie de habilidades de vital importancia para la persona están afectadas. También sabemos con bastante certeza que estas dificultades suelen presentarse (aunque de forma enormemente variable) en la primera infancia, y cientos de estudios y varios años de investigación también indican de manera clara que una intervención temprana e intensiva suele establecer un mejor pronóstico en cuanto a la adquisición de autonomía y habilidades. 

Estudiar la efectividad de las intervenciones psicológicas en autismo es de crucial importancia, considerando el panorama anterior. Lo es para la propia persona con autismo, también para sus familias y escuelas, que con los conocimientos necesarios pueden ellos mismos ser contextos inclusivos para personas con TEA. También es fundamental para la toma de decisiones políticas y económicas, las cuales (aunque no siempre es así) deberían estar basadas en evidencia. Los gobiernos destinan fondos para investigación, campañas de concientización y en algunos países, para los propios tratamientos. No es inocuo entonces destinar millones de pesos, euros, dólares o la moneda de cada país en abordajes que no funcionen. A su vez, el que personas con dificultades en el desarrollo se vuelvan autónomas, redunda en beneficios para ellas mismas pero también para los mismos Estados que requerirán de menores inversiones para hogares o cuidados de adultos que no tuvieron oportunidades de desarrollar determinadas habilidades en su vida. 

Actualmente sabemos que aquellos tratamientos con mayor soporte empírico son los de base conductual, los que están dentro de modelos basados en ABA. En Psyciencia hemos publicado numerosos artículos sobre ABA y autismo, analizando la solidez de sus evidencias, la diferencia entre más o menos horas de intervención, diversos modelos de tratamientos como PRT, Conducta Verbal, ESDM, etc. 

Un nuevo trabajo, para ser más específico, una nueva revisión, aporta datos interesantes en relación a aquellas intervenciones psicológicas más efectivas en TEA y sugiere algunas líneas a seguir en cuanto a abordaje se refiere. 

¿En qué consistió el trabajo?

Se trató de un estudio de revisión de revisiones que siguió las recomendaciones PRISMA (Preferred Reporting Items for Systematic reviews and Meta-Analysis). Se buscaron revisiones que incluyeran niños y adolescentes menores de 18 años con diagnóstico de TEA y también revisiones cuyos destinatarios de las intervenciones fueran familias de alguien con TEA, siempre y cuando tuvieran como objetivo indirecto de intervención al hijo/a. 

La búsqueda se realizó en 36 bases de datos, siendo las más destacadas PsycINFO (n=6), PubMed (n=4), ClinicalTrial.gov (n=3), Cochrane Central (n=3), Embase (n=3), Medline (n=3) y WHO International Clinical trials Registry Platform (n=3). La misma se acotó a los últimos 5 años, es decir, entre el 2017 y 2022. La cantidad total de estudios es 85, de los cuales, cerca del 79% eran ensayos clínicos aleatorizados (RCTs). El total de participantes fue de 4063 personas, con una edad que varió entre los 17 meses a los 18 años, de los cuales un 80% fueron hombres, un dato consistente sobre la prevalencia del autismo en la actualidad (si bien es una tendencia que va cambiando). 

Dentro de las investigaciones analizadas se encontraron 3 grandes bloques de intervenciones y/o estrategias implementadas: 

  • La terapia cognitiva conductual (TCC) 
  • La terapia de conducta (ABA) 
  • Intervenciones orientadas a la comunicación 

Hallazgos y pautas de la revisión

Tomando en consideración los 3 grandes bloques antes descriptos, hallaron que la Terapia Cognitivo Conductual es eficaz para los síntomas de ansiedad, ya sea a partir de programas de intervención específicos o a partir de distintas técnicas representativas de las TCC, como la reestructuración cognitiva, las técnicas de exposición, estrategias de afrontamiento y la psicoeducación. 

Del lado de la terapia de conducta (ABA) se analizaron principalmente aquellas intervenciones tempranas, en donde también tuvieron en cuenta tanto modelos específicos como técnicas aisladas. En referencia a estas últimas, se pueden mencionar aquellas intervenciones basadas en juego, estrategias de mejora de la comunicación, enfocadas en mejorar la relación padre-hijo, etc. En aquellas intervenciones tempranas e intensivas es en donde mayores resultados se observan, reportando mejoras en habilidades de la vida diaria, inteligencia, comunicación, comportamientos adaptativos y habilidades sociales. También se han encontrado mejoras en estrés parental y disminución de hiperactividad y problemas de conducta, en modelos específicos como la terapia de interacción padres e hijos o COMPASS for Hope. 

En relación a las intervenciones dirigidas a mejorar habilidades comunicativas, también se hallaron tanto programas concretos, aproximaciones (enfoques naturalistas) y estrategias específicas como PECS, que es el nombre que recibe un programa alternativo y aumentativo de comunicación por intercambio de imágenes (la persona entrega la imagen de lo que desea y otro sujeto entrega el ítem y/o permite acceso a la actividad). 

Conclusiones

La revisión permitió encontrar intervenciones psicológicas efectivas en autismo, así como algunas características que debe poseer un programa basado en evidencia. En general, en las habilidades donde mayores cambios se observaron son habilidades comunicativas, inteligencia, disminución de conductas problemáticas y también las habilidades que los padres adquieren para relacionarse con sus hijos con TEA. 

Se resumen las conclusiones reportadas por el grupo de investigadores a continuación: 

  • Las intervenciones conductuales tempranas e intensivas reportan mejoras en comunicación, inteligencia, habilidades de la vida diaria y conductas adaptativas, lo que redunda todo esto en mejoras generales a nivel autonomía
  • La terapia cognitivo conductual es eficaz para la mejora de síntomas de ansiedad, pero esto en pacientes con menores necesidades de apoyo (lo que en ocasiones se denomina “alto funcionamiento”) 
  • Los programas basados en ABA mejoran comprensión lingüística y a su vez la relación con los padres 
  • La incorporación de familias reportan un tamaño de efecto mayor en tratamientos y en fases de seguimiento 
  • La utilización de sistemas alternativos y aumentativos de comunicación, como PECS, resulta en mejoras en habilidades comunicativas e inicio de conversaciones 

Como mencionamos anteriormente, varias de estas conclusiones corroboran lo que desde hace años se sabe en el campo del autismo y el análisis de la conducta aplicado, no obstante, revisiones de este tipo son de utilidad para evaluar si aparecen nuevas formas de intervención eficaces y además de que forma se pueden mejorar aquellas existentes.  

Referencia:Contreras, J. M. F., Askins, M. C., & Becerra, I. G. (2023). Efectividad de las intervenciones psicológicas en Trastorno del Espectro Autista: una revisión sistemática de meta-análisis y revisiones sistemáticas. Revista de Psicología Clínica con Niños y Adolescentes, 10(1), 10. Descarga el artículo completo.

  • Análisis

Trastornos alimentarios vs. trastorno dismórfico corporal: ¿cuál es más común?

  • 21/03/2023
  • Equipo de Redacción

Por Eva Fisher (Miembro de la Facultad de Comunicación, Universidad Estatal de Colorado Global), Fugen Neziroglu (Profesora Asistente Clínico de Psiquiatría, Facultad de Medicina, Universidad de Hofstra) y Jamie Feusner (Profesor de Psiquiatría y Científico Clínico en el Centro de Adicciones y Salud Mental de la Universidad de Toronto).

Aunque los trastornos de la conducta alimentaria han recibido mucha publicidad durante décadas, se ha prestado mucha menos atención a una afección relacionada con ellos denominada trastorno dismórfico corporal o TDC.

El trastorno dismórfico corporal suele ocultarse a la opinión pública debido a la vergüenza que sienten las personas por una o más partes de su cuerpo, pero es una afección psicológica devastadora y debilitante. Las personas con este trastorno sufren pensamientos obsesivos y comportamientos repetitivos relacionados con su aspecto.

Mientras que las personas con trastornos alimentarios pueden ver su cuerpo con bajo peso como demasiado gordo, las que padecen trastorno dismórfico corporal se ven a sí mismas feas o desfiguradas aunque a los demás les parezcan normales o atractivas.

El trastorno dismórfico corporal es más frecuente en hombres y mujeres que la bulimia o la anorexia. Aproximadamente el 2,5% de las mujeres y el 2,2% de los hombres de EE.UU. cumplen los criterios del trastorno dismórfico corporal, cifra superior a la prevalencia del trastorno de ansiedad generalizada, la esquizofrenia o el trastorno bipolar en la población general.

A modo de comparación, en cualquier momento del tiempo, la bulimia se observa en aproximadamente el 1,5% de las mujeres y el 0,5% de los hombres en EE.UU., y la anorexia en el 0,35% de las mujeres y el 0,1% de los hombres.

Somos un equipo de investigadores y clínicos de comunicación y salud mental de la Colorado State University Global, la Hofstra Medical School y la Universidad de Toronto. Una de nosotras, Eva Fisher, vivió con el trastorno durante casi 15 años antes de conseguir ayuda y recuperarse. Mi libro, titulado “The BDD Family” (La familia del TDC), ofrece una visión de mi lucha diaria con el trastorno dismórfico corporal, junto con información sobre el diagnóstico y el tratamiento.

En nuestra opinión, el trastorno dismórfico corporal debe conocerse y divulgarse mejor para que más personas que lo padecen puedan ser diagnosticadas y tratadas adecuadamente.

Comparación entre el TDC y los trastornos alimentarios

Las personas con trastorno dismórfico corporal y las que padecen trastornos de la conducta alimentaria comparten emociones negativas similares, como vergüenza, asco y enfado por su aspecto. También tienen algunos comportamientos similares, como mirarse en el espejo, hacerse fotos para controlarse, buscar que los demás les tranquilicen sobre su aspecto y utilizar la ropa para camuflar u ocultar los defectos percibidos.

Las personas que padecen estos trastornos suelen evitar lugares y actividades por estar acomplejadas por su aspecto. Además, quienes padecen trastornos de la alimentación y trastorno dismórfico corporal pueden no ser conscientes de que sus creencias sobre la imagen corporal están distorsionadas.

La depresión es común en las personas con trastorno dismórfico corporal, y tienen una mayor tasa de suicidio que las personas con trastornos alimentarios, incluyendo pensamientos suicidas e intentos de suicidio. Aunque tanto los trastornos alimentarios como el trastorno dismórfico corporal pueden ser graves y poner en peligro la vida, las personas con trastorno dismórfico corporal experimentan por término medio un mayor deterioro en su funcionamiento diario que las que padecen trastornos alimentarios.

Una visión personal

Mis síntomas (los de Eva) de trastorno dismórfico corporal empezaron a los 16 años. Algunas causas podrían haber sido el acoso escolar en la infancia y el perfeccionismo sobre mi aspecto. Me obsesionaba con la forma y el tamaño de mi nariz durante más de ocho horas al día y comparaba constantemente mi aspecto con el de las modelos de las revistas de moda.

Estaba convencida de que los demás me juzgaban negativamente por mi nariz, que yo percibía como gorda y fea. Odiaba tanto mi nariz que no quería casarme ni tener hijos porque temía que la heredaran.

Incluso después de hacerme cirugía plástica a los 18 años para adelgazar la nariz, seguía odiándola. Este es un resultado muy común entre las personas con este trastorno que se someten a procedimientos de cirugía estética.

Las investigaciones indican que el 66% de las personas con trastorno dismórfico corporal han recibido tratamiento estético o dermatológico. Sin embargo, incluso cuando las personas se sienten mejor con una parte de su cuerpo después de la cirugía, la obsesión por la imagen suele trasladarse a otra u otras partes del cuerpo.

Algunos pacientes se someten a varias intervenciones en la misma parte del cuerpo. Otros se sienten tan decepcionados por los resultados de la operación que quieren suicidarse.

Trágicamente, muchas personas con trastorno dismórfico corporal piensan en suicidarse y otras intentan quitarse la vida. Aproximadamente el 80% de las personas con trastorno dismórfico corporal experimentan ideación suicida a lo largo de su vida, y entre el 24% y el 28% han intentado suicidarse. A menudo, son hombres y mujeres jóvenes que se sienten tan desesperanzados por los defectos que perciben en su aspecto que el suicidio les parece la única forma de poner fin a su sufrimiento.

Cuando la apariencia se convierte en un problema

¿En qué se diferencia el trastorno dismórfico corporal de las preocupaciones normales por la apariencia? Los investigadores han hallado pruebas de que, aunque la insatisfacción con la apariencia puede variar en gravedad, existe un grupo diferenciado de personas con una preocupación mucho mayor por la apariencia, muchas de las cuales probablemente padezcan el trastorno. Estas personas se sienten mucho peor con su aspecto que las que tienen una apariencia normal y experimentan más ansiedad, depresión, vergüenza y autodesprecio por algunos aspectos de su apariencia.

Aproximadamente un tercio de las personas con este trastorno se obsesionan con sus defectos percibidos entre una y tres horas al día, casi el 40% entre tres y ocho horas al día y aproximadamente una cuarta parte más de ocho horas al día. La mayoría de las personas con trastorno dismórfico corporal saben que pasan demasiado tiempo pensando en su aspecto, pero otras creen erróneamente que es totalmente normal preocuparse por su aspecto durante horas todos los días.

Entre los comportamientos más comunes del trastorno dismórfico corporal se incluyen, de más a menos común: 

  • camuflar los defectos percibidos con ropa y maquillaje
  • comparar el propio aspecto con el de los demás
  • mirarse en espejos y otras superficies reflectantes
  • buscar tratamientos estéticos como cirugía y dermatología
  • hacerse fotos repetidamente para comprobar su aspecto
  • buscar el consuelo de los demás sobre el defecto percibido o convencer a los demás de que no es atractivo
  • tocar el defecto percibido
  • cambiarse excesivamente de ropa
  • hacer dieta y rascarse la piel para mejorar el aspecto
  • hacer ejercicio en exceso, incluido el levantamiento de pesas.

Descubrir las causas del trastorno dismórfico corporal

Se desconocen las causas exactas del trastorno dismórfico corporal. Entre las posibles causas del desarrollo se incluyen factores genéticos, el acoso en la infancia y las burlas en la niñez sobre la apariencia y la competencia, así como el maltrato y los traumas en la infancia. Otros factores que podrían influir son el hecho de crecer en una familia en la que se da mucha importancia a la apariencia, los estándares perfeccionistas con respecto a la apariencia y la exposición a elevados ideales de atractivo y belleza en los medios de comunicación de masas.

Los rasgos de personalidad más comunes entre las personas con trastorno dismórfico corporal son el perfeccionismo, la timidez, la ansiedad social, la baja autoestima y la sensibilidad al rechazo y la crítica.

Los investigadores han descubierto que las personas con este trastorno pueden presentar anomalías en el funcionamiento del cerebro. Por ejemplo, un estudio descubrió que las personas con trastorno dismórfico corporal, así como las que padecen anorexia, tienen un sesgo en el procesamiento de la informaciónhacia una información visual más detallada en lugar de ver las imágenes de forma global; en otras palabras, ven los árboles en lugar del bosque. Esto sugiere que las anomalías en el sistema visual del cerebro podrían contribuir a las distorsiones que experimentan las personas con trastorno dismórfico corporal y anorexia.

Tratamientos eficaces

Afortunadamente, existen tratamientos eficaces para las personas con trastorno dismórfico corporal. Tanto la terapia cognitivo-conductual como la medicación se utilizan para tratar el trastorno.

Durante la terapia cognitivo-conductual, los terapeutas trabajan con los pacientes para ayudarles a modificar los pensamientos y creencias intrusivos sobre el aspecto físico y a eliminar los comportamientos problemáticos asociados a la imagen corporal, como mirarse en el espejo y buscar consuelo.

Los medicamentos llamados inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina, o ISRS, como Prozac y Zoloft, pueden reducir o eliminar las distorsiones cognitivas, la depresión, la ansiedad, las creencias negativas y los comportamientos compulsivos. También pueden aumentar los niveles de insight y mejorar el funcionamiento diario.

Yo (Eva) trabajé con un psicólogo y un psiquiatra para combatir la depresión y la ansiedad causadas por mis problemas de apariencia. Afortunadamente, tanto la medicación como la terapia fueron eficaces para reducir mis sentimientos negativos y comportamientos compulsivos.

Dos años después de empezar el tratamiento, mis síntomas disminuyeron y se volvieron manejables. Hoy facilito dos grupos de apoyo en línea y animo a la gente a aprender más sobre el trastorno. Los miembros del grupo ofrecen apoyo y consuelo a otras personas que comprenden sus luchas diarias. También comparten consejos sobre cómo obtener ayuda para este trastorno de la imagen corporal tan común pero tan poco conocido.

Para más información sobre el diagnóstico y el tratamiento del trastorno dismórfico corporal, visite el sitio web de la International OCD Foundation BDD.

Artículo publicado en The Conversation y cedido para su republicación en Psyciencia.

  • Análisis
  • Salud Mental y Tratamientos

Las personas con TLP necesitan compasión, sin embargo, incluso los clínicos las estigmatizan

  • 07/03/2023
  • Equipo de Redacción

Durante muchos años, luchaste con comportamientos impulsivos y autolesivos, y con reacciones emocionales intensas, incluyendo cuando percibías cualquier señal de que alguien podría estar rechazándote o abandonándote. Visitaste psicólogos, psiquiatras y otros clínicos, pero no encontraste alivio. Cada clínico te dio un diagnóstico diferente, y cada diagnóstico llevó a un tratamiento diferente. Probaste lo que parecía una serie interminable de medicamentos.

Entonces, finalmente, un terapeuta te diagnosticó con trastorno limite de la personalidad (TLP), y de repente las piezas encajaron. El diagnóstico tiene sentido, y los enfoques de tratamiento diseñados para el TLP comienzan a ayudar. Te preguntas por qué no te lo dijeron antes. Y aunque el diagnóstico te conecta con un tratamiento útil y te ayuda a entender tus problemas, pronto descubres que algunos proveedores de atención médica parecen tener reacciones negativas cuando se lo mencionas. Por ejemplo, pueden parecer menos confiados en ti, más distantes o menos dispuestos a ayudar.

Desafortunadamente, el escenario en el que te hemos colocado no es hipotético para muchas personas con TLP, y algunos lectores seguramente se identificarán con él. Resulta que el TLP, que afecta aproximadamente al 1 o 2 por ciento de la población general, es una de las enfermedades mentales más estigmatizadas, incluso entre los clínicos de salud mental. Aunque el estigma afecta significativamente a personas con otros diagnósticos psiquiátricos, como la depresión, la esquizofrenia y los trastornos alimentarios, el estigma alrededor del TLP es particularmente pernicioso y preocupante. Ningún trastorno es recibido con actitudes más peyorativas tanto por parte de los clínicos como del público.

Cuando las personas ven a clínicos de salud mental, esperan que sean fuentes de conocimiento y ayuda no estigmatizantes. Sin embargo, las experiencias de muchas personas con TLP pueden no estar alineadas con esas expectativas. En investigaciones anteriores, los clínicos han informado sentir menos optimismo, menos empatía y más hostilidad en relación con pacientes con TLP, en comparación con pacientes con otros trastornos. Estas actitudes e ideas negativas pueden resultar en una atención menos efectiva y llevar a algunos clínicos a evitar trabajar con pacientes que tienen TLP. Estos pacientes ya luchan con una vergüenza significativa, un concepto de sí mismos negativo y una sensibilidad al rechazo, y la estigmatización de los clínicos es probable que exacerbe estos problemas.

A menudo, el TLP no se diagnostica o se diagnostica erróneamente durante muchos años debido a esta estigmatización y malentendido por parte de los clínicos. Algunos clínicos no creen que el TLP sea un trastorno real; otros pueden ser reacios a dar el diagnóstico debido a la preocupación de que podría exponer a los pacientes a la estigmatización de otros. El trastorno se puede diagnosticar en jóvenes y adultos, y está asociado con una angustia significativa, así como con un riesgo sustancial de muerte prematura; según una estimación, alrededor del 10 por ciento de las personas con TLP mueren por suicidio. La intervención temprana es ideal. Sin embargo, un estudio con evaluaciones estructuradas encontró que alrededor de una cuarta parte de las personas diagnosticadas con trastorno bipolar deberían haber sido diagnosticadas con TLP. En otro estudio, la brecha promedio entre el inicio de los síntomas de TLP y el momento del diagnóstico fue de 15 años. Esto sugiere que si los síntomas de una persona comienzan a aparecer a los 15 años, es posible que no reciban un diagnóstico adecuado hasta los 30 años. En ese lapso de tiempo, habrán pasado la mayor parte de su adolescencia y juventud sin un diagnóstico que les hubiera ayudado a conceptualizar sus problemas y encontrar tratamiento.

Empeorando las cosas, las representaciones de los medios de comunicación sobre el TLP a menudo están llenas de estigma. Por ejemplo, el personaje interpretado por Glenn Close en la película Atracción fatal (1987), o la forma en que el diagnóstico de TLP se utilizó como arma en relación con el reciente caso judicial entre los actores Amber Heard y Johnny Depp: se usó la especulación sobre el diagnóstico de Heard para sugerir que ella debía ser una mentirosa y abusadora. Además, los materiales aparentemente destinados a ayudar a las personas que tienen un diagnóstico de TLP, incluidos los libros de autoayuda, a menudo hacen más daño que bien. Los clínicos con experiencia en ayudar a personas con TLP suelen advertirles que una búsqueda en internet puede revelar una serie de ideas engañosas, incluida la noción de que el TLP es intratable, lo que se contradice directamente con décadas de investigación sobre tratamientos para el TLP, como la terapia conductual dialéctica.

El estigma también está arraigado en el sistema legal. Por ejemplo, el programa de desvío previo al juicio de California, que ofrece tratamiento como alternativa a la prisión para personas con enfermedades mentales, con algunas excepciones. Se está haciendo un esfuerzo para cambiar las reglas de exclusión del programa, que actualmente impiden que las personas con TLP accedan a él.

¿Por qué está tan estigmatizado el trastorno límite de la personalidad (TLP)? La respuesta a esta pregunta es compleja y no se entiende completamente. Sin embargo, los síntomas del TLP y la historia del diagnóstico proporcionan pistas.

El TLP incluye un patrón generalizado de inestabilidad, también llamado «inestabilidad estable». Esta inestabilidad afecta el estado de ánimo e incluye períodos intensos de ira o tristeza que duran desde unos pocos minutos hasta unas pocas horas. El comportamiento también es inestable, caracterizado por la impulsividad y los actos autodestructivos. Del mismo modo, las personas con TLP tienen dificultades con la estabilidad de las relaciones y con encontrar un sentido de sí mismos estable. A menudo oscilan entre idealizar a otras personas y devaluarlas: en un momento pueden ver a un ser querido como perfecto y solidario, y en el siguiente pueden ver a esa misma persona como terrible o malévola. Este cambio entre idealizar y devaluar a los demás se llama «splitting» y a menudo ocurre cuando la persona con TLP, que generalmente es muy sensible al abandono, percibe críticas o rechazo.

El término «límite» o «borderline» es difícil de entender y no proporciona información útil sobre cómo pensamos sobre el TLP hoy en día. Fue acuñado por primera vez en la década de 1930 y luego se utilizó peyorativamente para etiquetar a los pacientes, en su mayoría mujeres, a quienes los médicos creían que eran difíciles, problemáticos o no tratables. No se ha actualizado para reflejar las comprensiones modernas del TLP. El TLP fue reconocido oficialmente como trastorno en 1980, lo que catalizó la investigación y el desarrollo de tratamientos. Sin embargo, la investigación sobre el TLP está significativamente subfinanciada en comparación con la investigación sobre otros trastornos, a pesar de que el trastorno es común, discapacitante y potencialmente mortal. La relativa falta de atención en el TLP también es común en los programas de formación, donde muchos clínicos de salud mental no aprenden sobre esta afección específicamente.

Los síntomas del TLP pueden ser difíciles de entender tanto para el público en general como para los clínicos no especializados. La forma en que estos síntomas se manifiestan es variable e inestable, lo que puede hacer que parezcan controlables por parte de la persona, cuando en realidad no lo son sin tratamiento. Mientras que los comportamientos comunes en el TLP, como la autolesión, la tendencia suicida y la evitación desesperada del abandono, a menudo son percibidos por otros como manipulación intencional o búsqueda de atención, se comprenden mejor como el resultado de una angustia abrumadora y una desregulación emocional. Las personas con TLP luchan dolorosamente con estas emociones y comportamientos, pero a menudo se les atribuyen intenciones maliciosas rápidamente debido a que sus comportamientos pueden ser difíciles de entender.

Para aquellos con TLP, luchar contra el estigma público también brinda la oportunidad de combatir su propio estigma internalizado.

Afortunadamente, el futuro es prometedor para las personas con TLP. Los investigadores y clínicos están trabajando para comprender mejor el trastorno y el estigma relacionado con él. En los próximos años, la forma en que se conceptualiza el TLP y otros trastornos de personalidad podría cambiar significativamente. Algunos han argumentado que ya no debería llamarse «trastorno de personalidad». Alejarse de la idea de que la personalidad de alguien está trastornada puede ayudar a otros a ver esta condición como algo con lo que una persona lucha, en lugar de lo que es. En la opinión pública, celebridades prominentes como el comediante estadounidense Pete Davidson y el jugador de fútbol americano Brandon Marshall han hablado abiertamente sobre vivir con TLP. La ciencia del estigma sugiere que estas historias personales pueden ser especialmente útiles para mejorar las actitudes.

En este contexto, hay cosas que tú también puedes hacer en relación al estigma, ya sea que conozcas a alguien que tenga un diagnóstico de TLP o simplemente quieras apoyar un cambio en cómo se percibe.

La educación puede ser transformadora. Aprender sobre la propia condición, a menudo llamado psicoeducación, está asociado con una mejora en el bienestar y una reducción de los síntomas de TLP. La psicoeducación es esencial para reducir el estigma que muchas personas con TLP internalizan. Si tú o alguien que amas tiene TLP, busca educación. Hay varias organizaciones que ofrecen recursos gratuitos para aprender sobre la condición. Por ejemplo, Emotions Matter provee guías informativas y apoyo de pares en línea. De manera similar, la National Education Alliance for TLP tiene una gran cantidad de recursos en línea.

Organizaciones como estas también proveen amplias oportunidades para la participación de pacientes y familias en seminarios educativos, conferencias e iniciativas de defensa. Estas pueden ser experiencias empoderadoras. Para aquellos con TLP, combatir el estigma público también provee una oportunidad para combatir su propio estigma internalizado.

La educación sobre TLP es útil tanto para los clínicos como para los pacientes: aprender sobre la condición hace que los clínicos expresen menos desagrado por las personas con TLP, más esperanza sobre la recuperación, una mayor disposición para tratar a personas con TLP, una mayor empatía y compasión por ellos, y más confianza en que podrán hacer un diagnóstico adecuado y brindar ayuda. Esto sugiere que el estigma sobre TLP surge en parte por la falta de comprensión y la incertidumbre sobre cómo abordar el tratamiento del trastorno. Aunque no es responsabilidad del paciente ni de la familia educar a los proveedores de atención, pueden hacer preguntas sobre la formación y actitudes del clínico sobre TLP al buscar atención y pueden buscar una segunda opinión sobre diagnósticos y tratamiento si es necesario.

Finalmente, todos podemos aspirar a reservar el juicio y buscar comprensión. Las personas con TLP a menudo actúan de maneras que parecen extremas y difíciles de entender para aquellos sin TLP. Alentamos a los lectores a considerar que el comportamiento aparentemente extremo no siempre es malicioso o tiene la intención de dañar a otros. Las personas con TLP merecen ser entendidas, lo que puede requerir reservar el juicio y reconocer que estos comportamientos a menudo surgen de luchas dolorosas con la regulación emocional. La conexión y la pertenencia son temas principales dentro de la recuperación de TLP, y ambos son respaldados por un entorno comprensivo y no-juzgador.

Las personas con TLP son miembros vibrantes e importantes de nuestras comunidades que merecen un tratamiento efectivo y compasión. El estigma que a menudo encuentran crea barreras para la atención y profundiza aún más los sentimientos de vergüenza. La desconstrucción de este estigma debe comenzar ahora, y puede comenzar contigo y las personas a tu alrededor.

Por:

  • Sara Rose Masland es profesora asistente de ciencias psicológicas en Pomona College en California y psicóloga clínica con licencia. Estudia trastornos de personalidad, estigma y el impacto de la crítica en relaciones cercanas.
  • Hannah E. A. Peeples es una estudiante universitaria de tercer año en Pomona College en California. Está estudiando ciencias psicológicas y trabaja en el laboratorio de Sara Rose Masland estudiando la personalidad y la psicopatología.

Artículo publicado en Psyche y traducido y adaptado al español para Psyciencia.

  • Análisis

De la anorexia a los dilemas morales: cómo los avatares nos ayudan a estudiar la psicología humana

  • 06/03/2023
  • Equipo de Redacción

Por : Vanesa Pérez Torres, Profesora del área de Psicología Social, Universidad Rey Juan Carlos

En la primera parte de la película Avatar conocimos a Jake Sully quien, inmerso en el mundo de Pandora, tuvo la oportunidad de volver a caminar. Fuera del cine, el uso actual de la palabra “avatar” está relacionado con las representaciones sobre sí mismos que utilizan los usuarios en la red o las que construyen para que formen parte de los mundos virtuales en los que participan. 

Estos sistemas permiten que los usuarios puedan experimentar proyecciones visuales, sonoras e incluso kinestésicas a partir de representaciones tridimensionales diseñadas por ordenador que le otorgan la percepción de realidad. Además, al ser inmersivos ofrecen una experiencia psicológica en la que la sensación principal es la de perderse en el mundo digital cerrando el paso a todas las señales y estímulos externos.

El diseño de los avatares ha avanzado para que dispongan de una mayor complejidad. Los sistemas más recientes ofrecen una interfaz bastante intuitiva y natural que puede registrar, por ejemplo, las extremidades de los usuarios para transferir esos movimientos a un esqueleto virtual. 

Esto suele producir una sensación ilusoria de experimentar el cuerpo del avatar como si fuera propio, lo que se conoce como “ilusión de intercambio” o “propiedad del cuerpo”. Debido a la plasticidad cerebral podemos experimentar la ilusión perceptiva de poseer partes del cuerpo o incluso un cuerpo completo que no es el nuestro representado en el avatar.

Para mejorar la sensación de realidad se utiliza el realismo conductual: la forma en que los seres humanos virtuales y otros objetos se comportan igual que sus homólogos en el mundo físico. Así, Jake podía observar los árboles y animales del mundo de Pandora y relacionarlos con los que conocía en su realidad. Además, creía que estaba controlado por su representación virtual y, por tanto, podía enamorarse y convivir en ese mundo de manera natural y su presencia (sensación de ser y actuar) era experimentada como si fuera real.

Avatares contra la anorexia

Estas herramientas han impulsado el desarrollo de varias líneas de investigación en psicología. Así, es posible su utilización en tratamientos psicológicos para la ansiedad o las fobias. Los psicoterapeutas pueden utilizar diferentes entornos de exposición para los pacientes de acuerdo a sus necesidades de tratamiento, adaptarlos a su caso específico y repetir estos escenarios todas las veces que sea necesario. 

En trastornos de la conducta alimentaria permiten –acompañadas de sesiones de tratamiento psicoterapéutico– abordar la distorsión de la imagen corporal con sistemas de realidad virtual basados en la ilusión de intercambio o propiedad del cuerpo.

Estos medios permiten también realizar manipulaciones experimentales imposibles en el mundo real como cambiar el color de la piel y diseñar el avatar con un parecido físico al del usuario real.

Ajustar el comportamiento a las expectativas

En el laboratorio de interacción humana y virtual de la Universidad de Stanford llevan décadas dedicados a estudiar las características físicas de los avatares y su influencia sobre las personas. Por ejemplo, el atractivo físico del avatar puede hacerlo más fiable y ayudar a una persona a perder peso comiendo de manera saludable o haciendo más ejercicio físico. 

Otro ejemplo es que pueden ayudar a promover comportamientos de ahorro de dinero cuando observan un avatar diseñado a imagen y semejanza de ellos en el futuro. También, permite fomentar el desarrollo de actitudes positivas en las personas, como puede ser la conservación del medio ambiente.

Estos cambios, que son causados por un avatar con características específicas, se explican por el efecto Proteus: cuando los rasgos de un avatar se asocian a determinados estereotipos o están basados en la experiencia previa. Así, los usuarios se comportan de la manera en que otros esperarían que su avatar lo hiciese. Es decir, el comportamiento se ajusta a las expectativas y estereotipos de la identidad del avatar. 

Por ejemplo, en un estudio sobre los efectos de la musculatura de los avatares sobre el rendimiento físico y la percepción del esfuerzo, aquellos participantes que utilizaron avatares más musculosos tenían una percepción de menor esfuerzo físico percibido en una tarea real de fuerza. Una de las explicaciones de este efecto es la teoría de la autopercepción, ya que los usuarios se evalúan desde la perspectiva de una tercera persona e infieren el comportamiento de su avatar de acuerdo con las expectativas más comunes.

El dilema del tren a través de un avatar

Un tema difícil de investigar en su contexto natural es la conducta moral. Hay un grupo de investigaciones dedicadas a estudiar la representación de dilemas morales en entornos virtuales en las que se utilizan historias simuladas que plantean situaciones donde existe un conflicto de valores y en las que es necesario que el participante tome una decisión (por ejemplo, el clásico dilema del tren o del tranvía). 

Los resultados de estos estudios no solo permiten la explicación de la conducta moral sino que también pueden contribuir al entrenamiento de sistemas de inteligencia artificial en la toma de decisiones éticas.

Artículo publicado en The Conversation y cedido para su republicación en Psyciencia.

  • Análisis
  • Salud Mental y Tratamientos

The chosen one. Se busca psicoterapeuta

  • 03/03/2023
  • Gretel Martinez

“Hola, quiero un turno por la tarde” “Me dijeron algo del conduccionismo” “Busqué en google y saltó tu nombre, quiero empezar psicología” “Mi hermano fue una vez y le hizo bien, quiero lo mismo para mí”. Son las pistas con las que solemos empezar la búsqueda de un psicoterapeuta, a veces llevan de A a B y otras, un largo recorrido por el abecedario.

Nadie nace sabiendo y tampoco tenemos por qué saber ciertas cosas. Por eso, en este artículo se hará una reseña de sugerencias para iniciar la búsqueda con el pie derecho que posiblemente nos lleve a buen puerto.

Actualmente, hay una variedad de tratamientos que tienen como objetivo ayudar a una persona a identificar y cambiar emociones, pensamientos y comportamientos problemáticos. Algunos centrados en la conversación y otros que usan este método como forma de generar aprendizajes guiados. Esta labor clínica sucede entre un profesional matriculado y su consultante individual, pareja o grupo.

Algunas razones que pueden motivar la búsqueda de un psicóloga/o suelen relacionarse con:

  • La necesidad de manejar estrés severo o a largo plazo de una situación laboral o familiar, la pérdida de un ser querido o problemas familiares o en algún vínculo;
  • Tener síntomas a los que no se les encuentra una causa médica (por ejemplo: cambios en el sueño o el apetito, bajo nivel de energía, falta de interés o placer en actividades que antes disfrutaba, irritabilidad continua, preocupación excesiva o una sensación de desánimo o desesperanza que no desaparece);
  • Recibir algún diagnóstico de salud o sospecha que esté interfiriendo en algún área de la vida o que podría hacerlo;
  • Acompañar a algún familiar que está atravesando alguna situación relacionada a su salud o algún evento muy delicado.

Suele sugerirse en primer lugar descartar causa médica. Bien, ¿qué significa esto? Se refiere a que es importante saber que el malestar que se supone es psicológico no tiene su causa o se explica mejor por alguna enfermedad o problemática orgánica.

La psicoterapia puede ser el único tratamiento, usarse como alternativa a otro apoyo terapéutico, llevarse adelante junto con medicación y/o con tratamientos de otras disciplinas, este plan de tratamiento se diseña según las necesidades de la persona y su situación de salud. En las terapias basadas en evidencia, el criterio en la elección del protocolo a usar se centra en el modelo que posea mayor respaldo científico al momento de la consulta.

Estos tratamientos psicológicos que tienen la integración de la mejor investigación disponible con la experiencia clínica en el contexto de las características, la cultura y las preferencias del paciente, procuran la práctica psicológica efectiva, mejorar la salud pública mediante la aplicación de principios empíricamente apoyados por evaluación, formulación de casos, la relación terapéutica e intervención.

Es deseable que el tipo de tratamiento elegido sea el recomendado para el cuadro o problemática específica. Por ejemplo, se usa terapia de exposición progresiva y sistemática (una variante de TCC) en un trastorno de ansiedad siendo que no es aconsejable como forma de abordaje en un trastorno bipolar. Los terapeutas pueden usar un enfoque principal o incorporar otros elementos según su capacitación, el trastorno que se está tratando y las necesidades de la persona que recibe el tratamiento. Es esencial que esto sea informado y que el consultante tenga tal conocimiento del tratamiento que está recibiendo que pueda explicarlo a otros si así lo desea.

Entonces, ¿qué es imprescindible para el “match”’

  • Es recomendable que la formación, especialidad y experiencia del profesional sea en el área que se consulta. No todos sabemos y hacemos todo (afortunadamente).El enfoque que utiliza un terapeuta depende del cuadro o problemática que se esté tratando y de la capacitación y experiencia de ese terapeuta. Los terapeutas pueden combinar y adaptar elementos de diferentes enfoques.
  • Hablando se entiende la gente. Una vez que haya identificado uno o más posibles terapeutas, una conversación preliminar puede ayudar a comprender cómo sería el tratamiento y decidir si se siente cómodo con el terapeuta. La relación y la confianza son esenciales. Las discusiones en la terapia son profundamente personales y es importante que sentirse cómodo con el terapeuta. Estas conversaciones preliminares pueden ocurrir en persona, por teléfono o virtualmente. 
  • Cultura de lo nacional. Se puede consultar por un trastorno grave, una problemática específica o también para desarrollo personal. En la cultura argentina, asistir a terapia podría decirse que es algo común (Fernández-Álvarez, H., 2008), ya sea por formas de pensar contraproducentes, miedos irracionales, problemas para relacionarse con otras personas o dificultad para afrontar situaciones en el hogar, la escuela u otros. En un estudio comparativo (Jock et al, 2013), se arrojó que a diferencia de los participantes estadounidenses que eran referidos al tratamiento por profesionales, acudían por recomendación de amistades o familia. Ya que somos autodidactas en la búsqueda es fundamental que sepamos qué buscar en un agente de salud mental.
  • Menos es más. En ocasiones sabemos detalles del terapeuta, sus intereses, actividades, hobbies, algún curso al que asistió recientemente o cómo luce su mascota. Más allá y más acá de esos detalles que humanizan, pueden a su vez, aportar  a la alianza terapéutica (Bordin, 1994), esa función en la cual terapeuta y paciente colaboran mutuamente, tanto en tareas como en las metas y el vínculo. 

La cuestión es cuando sólo esa es la información que tenemos de nuestro tratamiento. Hay información básica que merece nuestra atención. Estos seis ítems concentran la información indispensable que no podemos no saber a la hora de elegir el profesional que se ocupará de nuestra salud mental:

  1. ¿Cuáles son sus títulos? ¿Y su experiencia? ¿Tienen alguna especialidad?
  2. ¿Qué enfoque tomará el terapeuta? ¿Practica algún tipo de terapia en particular? ¿Por qué ese tratamiento y no otro? ¿Tiene algún respaldo científico de que funciona o es el que se sugiere usar primero?
  3. ¿Tiene el terapeuta experiencia en el diagnóstico y tratamiento de gente de esa edad (por ejemplo, infanto juvenil, tercera edad, neurodesarrollo, consumo problemático de sustancias, etc…)? ¿Tiene el terapeuta experiencia en la condición específica para la cual se busca tratamiento? Si el paciente es un niño, ¿cómo participarán los padres o cuidadores en el tratamiento?
  4. ¿Cuáles son los objetivos de la terapia? ¿Recomienda el terapeuta un marco de tiempo específico o un número de sesiones? ¿Cómo se evaluará el progreso – cómo lo sabré – ? ¿Qué sucede si usted (o el terapeuta) nota que no está comenzando a mejorar?
  5. ¿Son los medicamentos u otra terapia una mejor opción? 
  6. ¿Las reuniones son confidenciales? ¿Cómo se asegura la confidencialidad? ¿Existen límites para la confidencialidad?

¡Ya estamos listos para salir a encontrar terapeuta! Y si ya lo tenés, posiblemente sea oportunidad de ponerte a prueba: ¿Pudiste responderte las preguntas sugeridas?

Referencias:

  • Bordin, E. (1994). Theory and research on the therapeutic working alliance: New directions. In A. Horvath & L. Greenberg (Eds.), The working alliance: Theory, research and practice (pp. 13-37). New York: Wiley.
  • Fernández-Álvarez, H. (2008). Integration in psychotherapy: An approach from Argentina. Journal of Psychotherapy Integration, 18(1), 79–86. https://doi.org/10.1037/1053-0479.18.1.79
  • Jock, W., Bolger, K. W., Gómez Penedo, J. M., Waizmann, V., Olivera, J., & Roussos, A. J. (2013). Differential client perspectives on therapy in Argentina and the United States: A cross-cultural study. Psychotherapy, 50(4), 517–524. https://doi.org/10.1037/a0033361
  • National Institute of Mental Health. (2022). Psychotherapies. U.S. Department of Health and Human Services, National Institutes of Health. Retrieved February 17, 2023, from https://www.nimh.nih.gov/health/topics/psychotherapies#part_2491
  • Análisis

La rumiación como hábito

  • 27/02/2023
  • Fabián Maero

Hoy querría señalar algunos aspectos de la rumiación, el papel que juega en la depresión, y explorar algunas formas posibles de intervenir clínicamente cuando se presenta.

En el improbable caso de que no conozcan el término: rumiación se refiere al análisis prolongado y recurrente que la persona realiza sobre los aspectos o eventos negativos de su vida, examinando sus posibles causas y las posibles consecuencias y ramificaciones de los mismos. Hay diferentes formas de conceptualizarla y describir sus características (véase Smith & Alloy, 2009), pero en líneas generales podríamos decir que se trata de un proceso verbal, abstracto (es decir, no enfocado en detalles), evaluativo, enfocado en la interpretación de los eventos negativos, y de naturaleza más bien pasiva: “las personas que están rumiando permanecen fijadas en los problemas y en sus sentimientos al respecto sin tomar acción” (Nolen-Hoeksema et al., 2008, p. 400). La rumiación suele enfocarse sobre los aspectos negativos de sí mismo (“¿por qué soy así?”), sobre los sentimientos dolorosos (“¿por qué me siento así?”), y los eventos estresantes (“¿por qué me pasa esto?”). En otras palabras, es el análisis extenso, pasivo y recurrente sobre todo lo que está (o podría estar) mal en la vida de la persona, que puede suceder tanto en la vida cotidiana como en el consultorio, en voz alta.

Cabe señalar que sus similitudes con otros procesos tales como la preocupación (worry), y los análisis post mortem (procesamiento post evento) que son frecuentes en los problemas de ansiedad generalizada y ansiedad social, respectivamente, ha llevado a que se las agrupe bajo el denominador común de Pensamiento Negativo Repetitivo (PNR) como proceso transdiagnóstico (Ehring & Watkins, 2008b; McEvoy et al., 2010). Señalo esto porque, aunque me interesa principalmente la rumiación depresiva, lo que expondré aquí probablemente pueda generalizarse a todas las formas de PNR.

Hay un cúmulo de evidencia que señala a la rumiación como un factor de riesgo tanto para la depresión como también para otros problemas psicológicos (Buckman et al., 2022; Donaldson et al., 2007; Ehring & Watkins, 2008a; Michl et al., 2013; Nolen-Hoeksema, 2000; Stefanovic et al., 2022; Watkins & Brown, 2002), por lo cual el proceso ha suscitado un notable interés en el campo, especialmente en las últimas dos décadas. La investigación ha encontrado que la rumiación tiene varias consecuencias que son especialmente problemáticas para la persona deprimida (Watkins & Roberts, 2020). En primer lugar, intensifica el malestar experimentado, es decir, la persona se siente cada vez peor a medida que rumia. En segundo lugar, la rumiación interfiere con las acciones de resolución de problemas y de aproximación, es decir, reduce la probabilidad de que la persona lleve a cabo justamente el tipo de acciones que podrían aliviar la depresión. Finalmente, la rumiación podría reducir la sensibilidad a los cambios en el contexto y así interferir con nuevos aprendizajes (Reilly et al., 2019).

Por todo esto, la rumiación es un proceso a tener en cuenta en el tratamiento de la depresión. La cuestión es que suele resultar técnica y emocionalmente desafiante de abordar clínicamente. La persistencia y recurrencia de la rumiación, sea en sesión (rumiar en voz alta, digamos) o entre sesiones, y el foco puesto de manera casi exclusiva sobre los aspectos vitales negativos puede resultar agotador y aversivo incluso para terapeutas con experiencia. Hay varios modelos e intervenciones que se ocupan específicamente de la rumiación (Nolen-Hoeksema, 1991; Ruiz et al., 2020; Salazar et al., 2020; Watkins et al., 2011; Wells et al., 2009), desde distintas perspectivas teóricas. Lo que aquí querría compartirles es una forma de pensarla y tratarla –una forma algo macarrónica quizá, surgida de la adaptación de ideas de abordajes dispares, pero que a fin de cuentas me ha resultado particularmente útil para mi trabajo clínico. De manera que si les interesa el tema y no tienen nada mejor que hacer, permítanme desarrollar.

Nada hay tan práctico como una buena teoría

Uno de los aspectos más desconcertantes de la rumiación es que pareciera ocurrir de manera casi involuntaria. Quien rumia no se suele proponer hacerlo –de hecho es frecuente encontrarse en el medio de una rumiación que lleva ya un buen tiempo, sin saber cómo demonios ha llegado uno allí. Aun cuando se perciba que la rumiación ejerce un efecto negativo sobre el estado de ánimo, es muy difícil no “engancharse” en ella, por lo que la rumiación parece automática.

Destaco que parece porque, al mismo tiempo, se trata de una conducta que requiere bastante activamente de la persona. A diferencia de la mayoría de lo que llamamos pensamientos “automáticos”, que son breves y aparecen de manera más bien espontánea, la rumiación tiende a ser extensa e involucrar un deliberado y con frecuencia trabajoso análisis verbal de las situaciones. Además, a diferencia de los pensamientos automáticos es relativamente posible interrumpirla o distraerse de ella sin aumentar notablemente su intensidad.

Estas características clínicas la vuelven un poco desconcertante: parece ser automática, pero no del todo; parece ser voluntaria, pero no del todo. Creo que estas modestas perplejidades pueden resolverse efectuando un pequeño cambio de perspectiva. Concretamente, creo que puede ser útil pensar a la rumiación como un hábito.

La idea no es nueva ni mía, sino que fue expuesta hace un tiempo ya por Watkins y Nolen-Hoeksema (2014). Sin embargo, ellos la elaboraron desde un punto de vista más bien cognitivo, con conceptos y articulaciones que resultan bastante objetables y engorrosas para quienes estamos habituados a conceptualizaciones conductuales o contextuales, por lo cual “conductualizarla” un poco (si me disculpan el neologismo), me sirve para hacérmela más amistosa. Pero, más allá de preferencias personales, creo que tomar esta idea desde un punto de vista conductual simplifica la cuestión y permite emplear la densa y nutrida literatura sobre hábitos que la tradición conductual ha desarrollado a lo largo de décadas. En particular me he servido de algunas ideas recientes sobre hábitos (Balleine & Dezfouli, 2019; Bouton, 2021; Bouton et al., 2020; Dickinson, 1985; Salkovskis et al., 1999; Thrailkill et al., 2021; Thrailkill & Bouton, 2015; Trask et al., 2020), especialmente algunas de Bouton, y tomaré algunos aportes prácticos de los abordajes molares sobre autocontrol (Rachlin, 1980, 2000), por lo que este texto, como el Heimdal nórdico, es hijo de varias madres.

Lo habitual

Empecemos despejando el concepto de hábito, que tiene una copiosa historia que puede inducir a confusión.

Solemos llamar hábito a toda conducta que repetimos (“tengo el hábito de mirar fútbol los domingos”), pero la definición conductual es un poco más precisa. La conceptualización conductual del hábito comienza señalando que las conductas operantes pueden adoptar una de dos formas: “acciones dirigidas a metas, que se emiten si producen un resultado que el organismo actualmente quiere o valora, y hábitos, que ocurren automáticamente en una situación particular sin importar el valor actual del resultado” (Bouton et al., 2020).

En otras palabras, los hábitos son conductas que están controladas por un contexto en particular y que se ejecutan sin prestar atención (sin responder) a la conducta ni a sus resultados. Un hábito se “dispara” bajo cierto contexto, sin que sea necesario prestarle atención.

La distinción es funcional, no topográfica, por lo cual una misma respuesta puede comportarse como una acción o como un hábito en diferentes contextos. De hecho, tradicionalmente se asume que todo hábito empieza como una acción dirigida a metas. El hábito “es una conducta instrumental, que comienza como una acción controlada por el conocimiento de su relación con la meta, y que con la práctica repetida se convierte en una respuesta, autónoma del valor actual de la meta y es simplemente disparada por los estímulos en cuya presencia ha sido repetidamente ejecutada”(Dickinson, 1985).

Un ejemplo que probablemente les resulte familiar está dado por nuestras conductas con los interruptores de la luz. Cuando nos mudamos a una casa nueva, inicialmente manipulamos los interruptores deliberamente (es decir, como acción orientada a metas). Sin embargo, si pasamos un cierto tiempo en ese lugar, el encender las luces se vuelve un hábito, algo que simplemente hacemos bajo determinadas condiciones contextuales: salimos del baño y nuestra mano se va hacia el interruptor de la luz. Por ello cuando se corta la luz solemos accionar los interruptores en vano: la conducta de manipularlos se ha convertido en un hábito, cuya emisión está controlada no por sus efectos sino por ciertas características del contexto –por ejemplo, que estemos cerca de un interruptor y que esté oscuro. Es decir, se trata topográficamente de la misma conducta, pero con diferentes historias de aprendizaje que modifican sus propiedades.

Las acciones dirigidas a metas requieren prestar atención tanto a la respuesta como a sus resultados, mientras que los hábitos se ejecutan sin prestar atención a ninguno de esos aspectos. Lo que les da ese aparente carácter de “automáticos” es que se realizan sin prestar atención a lo que se está haciendo ni al efecto que está teniendo.

La atención, en la perspectiva de Bouton, juega un papel destacado en el carácter de habitual de una conducta: un hábito se forma a medida que se retira atención a la respuesta y consecuencias. Una forma simplificada de expresarlo es que si en un cierto contexto el resultado de una acción de topografía estable se vuelve muy predecible, es innecesario prestarle atención: “la atención a las señales que predicen un reforzador debería declinar a medida que el reforzador se vuelve más y más predecible durante un condicionamiento extendido. ¿Por qué deberíamos prestarle atención a algo una vez que sabemos lo que significa? (Deberíamos responder a él automáticamente).” Digamos, cada vez que, con las manos en cierta posición sobre el teclado de la computadora, presiono la primera letra a la izquierda, aparece la letra “a”. Ese resultado de esa acción específica es tan confiable que puedo dejar de prestarle atención, convirtiéndose así en un hábito lo que inicialmente fue fruto de un laborioso aprendizaje.

La hipótesis que Bouton propone es que la condición de habitual de una respuesta resulta de un segundo aprendizaje que inhibe su carácter de acción dirigida a metas. Digamos, cuando aprendo a usar el teclado de la computadora se establece una asociación entre presionar la tecla “a” y el resultado. A medida que esa conducta se repite, de la misma manera, en el mismo contexto, y con el mismo resultado, se fortalece una segunda asociación, esta vez entre el contexto y la respuesta. Esa asociación Contexto-Respuesta inhibe o suprime a la asociación Respuesta-Resultado, pero no la borra (quizá noten aquí un eco con las teorías inhibitorias de la extinción. No es casualidad: Bouton está detrás de ambas). Por lo tanto, una respuesta puede ser hábito en ciertos contextos y acción dirigida a metas en otro. Esto es algo particularmente interesante porque justamente lo que queremos hacer es transformar un hábito en una acción. Los hábitos son frágiles, porque su emisión depende de que el contexto sea estable. No se puede “transportar” un hábito a un contexto diferente sin que se vuelva a transformar en una acción (es decir, que requiera atención).

Hábitos y rumiación

Habiendo examinado la naturaleza de los hábitos podemos volver ahora a la tesis central de este texto: la rumiación es un hábito.

Empecemos diciendo que no hay nada que prohíba que una conducta verbal se vuelva un hábito. No hay nada a priori que restrinja la condición de hábito a las conductas no verbales, por lo que no parece un dislate considerar a la rumiación como un hábito verbal (o mental, si prefieren terminología más cognitiva). Esto es, la rumiación sería una conducta cuya emisión es disparada por cierto contexto, y se realiza sin prestar atención a las respuestas que la integran y a sus efectos.

Como mencionamos, para que una acción se convierta en un hábito se requiere a) un contexto estable y b) consecuencias estables. Pero la rumiación se lleva a cabo en diferentes lugares y situaciones, ¿Cuáles serían entonces el contexto y las consecuencias estables en ese caso? Veamos si se nos cae una idea.

Como probablemente sepan, “contexto” abarca todas las condiciones del ambiente externo e interno, históricas y actuales, de las cuales una conducta es función: el entorno físico, el momento del día, personas, conductas previas, experiencias internas (estado de ánimo o cansancio), o cualquier combinación de estos factores. ¿Cuál podría ser el contexto del que depende la rumiación? Si revisamos la literatura pertinente encontramos que un factor frecuentemente asociado al inicio de la rumiación es el estado de ánimo (Hawksley & Davey, 2010; Nolen-Hoeksema, 1991). Probablemente no sea el único factor, pero es uno que aparece reiteradamente en la literatura: inducir un estado de ánimo negativo tiende a hacer que las personas habituadas a rumiar empiecen a hacerlo.

La constelación particular de estímulos sensoriales que constituyen un determinado estado de ánimo sería el contexto que dispara el hábito de rumiar. Como el estado de ánimo es primariamente corporal, funciona una suerte de “contexto portátil” que puede ocurrir en diversas situaciones y llevar a la rumiación en entornos físicos diferentes.

Esto explicaría por qué la mejoría del estado de ánimo (sea generada por causas ambientales, químicas, o de cualquier otra naturaleza) suele llevar a una reducción de la rumiación: reduce o suprime el contexto que dispara la rumiación. Esto también señalaría un posible peligro de reducir la rumiación sólo por medio de controlar el estado de ánimo: si la rumiación es un hábito disparado por un determinado estado de ánimo es de esperar que si ese estado de ánimo se repite (por ejemplo, al discontinuar la medicación o frente a un nuevo evento estresante), la rumiación aparezca nuevamente. Lo que se necesitaría es un nuevo aprendizaje que rompa el hábito.

El segundo factor necesario para considerar a la rumiación como hábito (reforzadores de presentación predecible), puede resultar un tanto engañoso. Después de todo, la rumiación genera malestar, ¿qué demonios la estaría reforzando tan predeciblemente como para que se convierta en un hábito? La respuesta, por supuesto, es en última instancia experimental, pero podemos conjeturar aquí un par de reforzadores que podrían cumplir este papel: la coherencia y la reducción de malestar.

Respecto al primero de estos posibles reforzadores, la rumiación es básicamente un extenso ejercicio verbal de análisis e interpretación: ¿por qué sucede esto? Es un ejercicio de buscar y proporcionarse respuestas. Ahora bien, quienes trabajan con Teoría de Marco Relacional han señalado que la coherencia puede tener efectos reforzantes en sí misma (Villatte et al., 2016). Es decir, lograr coherencia relacional o simbólica (vg. tener una explicación) puede ser algo reforzante para un ser humano verbalmente competente, más allá de que dicha coherencia sea precaria o sesgada. En otros términos, nos deja tranquilos contar con una respuesta a la pregunta “¿por qué me pasa esto?”, aún cuando la respuesta sea dolorosa o no sirva para nada. Y por supuesto, dado que se trata de preguntas imposibles de contestar (las causas de la depresión de una persona en particular están en su pasado y por tanto inaccesibles para siempre), no hay manera de llegar a una respuesta definitiva y el proceso puede extenderse indefinidamente. Entonces, aun cuando genere malestar en general, la rumiación proporciona una suerte de ilusión de comprensión que puede reforzar su emisión.

Respecto al segundo posible reforzador, se ha señalado que la rumiación, al igual que la preocupación, puede funcionar en ocasiones como una respuesta evitativa frente a emociones intensas (Giorgio et al., 2010; Stroebe et al., 2007). La rumiación sería una estrategia de evitación experiencial que contribuye a amortiguar el impacto de emociones displacenteras intensas, aun cuando prolongue el malestar en el tiempo.

Entonces, desarrollando la tesis, la rumiación sería un hábito que se emite en presencia de un estado de ánimo depresivo (por ejemplo, tristeza), y que es reforzada por la coherencia y evitación (entre otros reforzadores). La rumiación comenzaría en la historia de la persona como una acción dirigida a metas, una respuesta verbal de análisis y resolución de problemas orientada hacia las causas y características de los mismos, que es desplegada por la persona que atraviesa un evento estresante o que experimenta algún malestar. El grado en que se emplee probablemente dependa en gran medida de la historia de aprendizaje de la persona (sabemos, por ejemplo, que las mujeres tienden a rumiar más que los hombres, lo cual probablemente se explique por diferencias de socialización, véase Calmes & Roberts, 2008; Jose & Brown, 2008).

Si la respuesta de rumiación se repite cada vez que aparece malestar, y cada vez resulta previsiblemente reforzada por la coherencia y reducción de malestar, es posible que la acción progresivamente se convierta en un hábito: una conducta que se realiza sin prestarle atención cada vez que se presenta cierto contexto. Llegado este punto, la rumiación podría iniciarse cada vez que apareciera (y mientras durase) un estado de ánimo triste o deprimido, sea por el motivo que fuere, y funcionaría como todo hábito: de manera aparentemente automática. Mientras dure el estado de ánimo, es de esperar que siga emitiéndose la conducta.

Es de esperar que los efectos negativos de la rumiación inicien en ese caso una reacción en cascada que por la cual un evento estresante desemboque en un episodio depresivo hecho y derecho. En primer lugar, la rumiación genera malestar, que a su vez es el contexto para más rumiación, que genera más malestar, etcétera. Es algo similar al prurito, en el cual el rascado simultáneamente alivia y empeora la picazón, lo cual invita a más rascado. El resultado es una amplificación y prolongación de un malestar que hubiese sido más breve en caso de no intervenir la rumiación. En segundo lugar, como la rumiación interfiere con las conductas de resolución de problemas y de aproximación, reduce el interés por conductas activas –es decir, podría contribuir a la anhedonia depresiva. Finalmente, la rumiación reduce la sensibilidad al contexto, por lo cual es probable que los aspectos agradables o valiosos del ambiente vean reducido su efecto, que la persona se “cierre” sobre sí misma, por así decir. De esta manera, la rumiación podría ser un puente que condujera a la persona de un evento estresante o un malestar pasajero a un episodio depresivo con todas las letras.

Aspectos clínicos de la rumiación

Abordar a la rumiación como hábito permite esclarecer varios de sus aspectos clínicos más extraños. La rumiación parecería automática si se tratase de un hábito que se lleva a cabo sin prestar atención ni a la respuesta ni a sus consecuencias, de la misma manera que alguien se come las uñas sin darse cuenta. Pero, al mismo tiempo, si de alguna manera se restableciera la atención hacia ella sería posible que volviese a ser una acción dirigida a metas, de la misma manera que alguien que se come las uñas puede dejar de hacerlo en el momento que se lo señalan.

Esta perspectiva también sugiere que probablemente sea completamente inútil discutir o intentar convencer a la persona de sus sesgos o distorsiones al rumiar. Si alguna vez lo han intentado, en la clínica o en la vida cotidiana, sabrán que es una tarea notablemente difícil, engorrosa, y que a menudo suele prolongar y exacerbar la rumiación más que detenerla –lo cual quizá explique por qué algunas investigaciones han encontrado que el uso de intervenciones de reestructuración cognitiva o de desafío de creencias centrales puede empeorar los síntomas depresivos (Hawley et al., 2017; Webb et al., 2016). Desde la perspectiva que aquí estamos explorando, intentar discutir el contenido de la rumiación es como criticar la técnica con la que una persona se come las uñas.

Lateralmente, creo que esta perspectiva podría explicar algunas peculiaridades que se han presentado en la investigación de Terapia Cognitiva basada en Mindfulness (MBCT, por las siglas en inglés; Segal et al., 2013). MBCT es un tratamiento dirigido a reducir la probabilidad de nuevos episodios depresivos a través de la implementación de herramientas de mindfulness y psicoeducación, y que sigue el formato general del protocolo Reducción de Estrés Basada en Mindfulness (MBSR, por las siglas en inglés; Kabat-Zinn, 1990). El tratamiento se ha mostrado eficaz para prevenir recaídas depresivas, pero con una peculiaridad: sólo es eficaz previniendo las recaídas de personas que hayan tenido tres o más episodios depresivos, pero no en aquellas que hayan tenido solo uno o dos episodios (Ma & Teasdale, 2004; Teasdale et al., 2000). Tampoco la intervención fue eficaz cuando los episodios depresivos estuvieron estrechamente asociados a eventos vitales específicos (duelos, despidos, separaciones, etcétera), sino más bien cuando no hubo participación notable de eventos externos.

Estoy básicamente hablando al pedo aquí, no me tomen demasiado en serio, pero creo que esto se podría interpretar así: MBCT es básicamente una intervención que intenta modificar las respuestas cognitivas y emocionales típicas de la depresión –rumiación y evitación principalmente–, y lo hace proporcionando herramientas y prácticas para entrenar respuestas diferentes: observar pensamientos, volver al momento presente, hacer lugar a las emociones, etc.

Ahora bien, si la rumiación fuese efectivamente un hábito, eso significaría que requiere repeticiones a lo largo del tiempo para establecerse como tal. Un hábito requiere mucha práctica. Una persona que hubiese tenido solo uno o dos episodios depresivos probablemente carecería del entrenamiento suficiente para que la rumiación se establezca como hábito, y por tanto una intervención como MBCT, basada en cambiar respuestas cognitivas y emocionales, no estaría siendo efectiva porque no estaría aun establecido la forma habitual de respuesta (rumiación, evitación) que se intenta corregir. Sería como intentar cambiar un hábito antes de que lo sea. En cambio, a partir de tres o más episodios depresivos es más probable que a fuerza de práctica la rumiación se “habitualice”, y gracias a sus efectos negativos pase a ocupar un lugar destacado en la génesis y mantenimiento de los episodios depresivos, y en ese caso MBCT sí tendría algo para corregir, lo cual se reflejaría en esa curiosa eficacia diferencial.

Creo que lo más importante de esta perspectiva es que si pensamos a la rumiación como un hábito podemos entonces intervenir sobre ella usando las herramientas conocidas sobre cambio de hábitos. La ventaja que esto ofrece es evidente: la literatura sobre cómo intervenir sobre la rumiación es bastante reciente y está aún en desarrollo, pero el análisis de la conducta tiene una larguísima tradición de investigaciones y conceptualización para la modificación de hábitos, tradición que podemos aprovechar para el trabajo clínico.

El abordaje habitual de la rumiación

Los hábitos suelen ser engañosamente simples. Por un lado, las acciones que entrañan son sencillas de modificar. Si me permiten el ejemplo personal, hace varios años dejé de fumar, y cuando las personas me preguntan cómo hice, mi respuesta es “dejé de comprar cigarrillos”. La respuesta es una broma, claro está, pero no porque sea falsa (es rigurosamente verdadera), sino porque no está respondiendo a lo central de la pregunta: lo difícil del hábito no es modificar la acción particular, sino lidiar con el patrón que entraña, es decir, lidiar con la recurrencia.

Con la rumiación sucede algo similar: es relativamente sencillo interrumpirla. Basta introducir un estímulo o contexto inesperado, o involucrarse con una actividad medianamente demandante (es más fácil rumiar cuando uno está solo o en la cama que estando acompañado y haciendo otras cosas, digamos). El problema es que, al igual que el impulso de fumar o comerse las uñas, la rumiación vuelve cuando se repite el contexto. Lo más difícil del asunto es su persistencia y recurrencia. Por esto diría que la principal cualidad clínica para lidiar con la rumiación es paciencia. El hábito no va a cambiar porque se interrumpa una de sus instancias, ya que lo que se necesita cambiar es el patrón de respuestas frente al estado de ánimo depresivo, y eso no se da con una o dos instancias de práctica.

Hay varias consideraciones y sugerencias clínicas que podría ensayar al respecto, pero para no extenderme demasiado señalaré tres componentes de intervención que pueden ser de utilidad para trabajar con la rumiación considerada como hábito:

  • Tener un por qué
  • Visibilizar el hábito
  • Disponer de conductas alternativas

Lo primero que se requiere para modificar un hábito es tener un buen motivo para hacerlo. Terapia Metacognitiva (Fisher & Wells, 2009) ha señalado que con frecuencia la preocupación es valorada como algo positivo, un proceso que permite prepararse para eventos posibles. Algo análogo podemos verificar con la rumiación. A menudo el análisis minucioso y prolongado de los eventos de la depresión es visto como algo deseable en sí mismo, como una forma de ganar comprensión sobre la situación. Se asume que rumiar sobre esos temas es algo bueno, pero rara vez se examina si ese análisis posibilita efectivamente o no acciones concretas que palien la depresión –de hecho, algunas terapias activamente alimentan esto, alentando activamente a los pacientes a especular largamente sobre las posibles causas y ramificaciones de la depresión.

De manera que la primera tarea es explorar con los pacientes los efectos y costos del rumiar. Esto es necesario porque los costos son la principal motivación para detener o modificar una conducta.

Una forma sencilla de hacer esto es explorando sus consecuencias, quizá con un análisis funcional de la rumiación. Martell y colaboradores (2010, p. 138) proponen el siguiente ejercicio para identificar los costos y efectos de la rumiación: “Cada vez que te encuentres pensando sobre algún tema, tomate dos minutos para seguir haciéndolo. Luego de esos dos minutos quiero que consideres dos preguntas. La primera es ‘¿estoy avanzando en resolver el problema que estoy considerando?’ y la segunda es ‘¿me estoy sintiendo menos autocríticx o menos deprimidx después de estos dos minutos de pensar esto?’” (compartimos este ejercicio completo en este artículo). Con toda probabilidad la respuesta a ambas preguntas sea no, pero lo importante del ejercicio es que sean los pacientes mismos quienes verifiquen esto, en lugar de proporcionar nosotros directamente la respuesta.

En segundo lugar, una condición básica para cambiar todo hábito es visibilizarlo y esto también aplica a la rumiación. Por definición los hábitos se emiten sin prestar atención, por lo cual aún cuando la persona quiera cambiarlos, le será imposible si no percibe cuando los está llevando a cabo. En este sentido, un registro conductual puede ser útil, no solo como forma de juntar información, sino como intervención por derecho propio. El registro lleva la atención a la conducta, lo cual, si la conducta es un hábito, la vuelve a convertir en acción dirigida a metas y hace más fácil controlarla. Un simple registro de episodios de rumiación puede ser de utilidad a este fin (hemos dedicado este artículo a los registros, y hay allí de hecho una planilla de registro de rumiación que pueden descargar).

Finalmente, cuando la persona detecta que está rumiando puede serle de utilidad contar con una respuesta alternativa. Aquí el abanico de opciones es amplio. Un camino posible es proporcionar y practicar habilidades de resolución de problemas, de manera que en lugar de rumiar pasivamente la persona se enfoque en dar pasos concretos. No es coincidencia que terapia de solución de problemas sea un tratamiento con buena evidencia para depresión (Kirkham et al., 2016; Nezu et al., 2013). Otro camino posible son los recursos contemplativos, como los que se ofrecen en MBCT, Terapia Metacognitiva, ACT, etc., aquellas formas de respuesta que consisten en la observación desapegada de sentimientos y pensamientos. Otro recurso similar a este son los recursos de foco en los cinco sentidos tal como se utilizan el modelo de Activación Conductual de Martell y colaboradores(2010), que básicamente consisten en redirigir la atención a la tarea que uno estuviere realizando o a las percepciones de cinco sentido del momento.

Entrenar respuestas alternativas probablemente sea a la larga un factor decisivo en prevenir recaídas depresivas asociadas a la rumiación. Como señalé antes, si la rumiación se redujera porque el contexto del que depende es suprimido –es decir, porque la persona se siente mejor, sea por el motivo que fuere– es de esperar que un regreso del contexto conllevaría un regreso de la rumiación porque nada ha cambiado en ese aspecto, no se han adquirido nuevas habilidades, solo se ha suprimido temporalmente el factor que disparaba la rumiación. Pero si ayudamos a practicar formas de reemplazar la rumiación cuando aparece (con resolución de problemas, contemplación, contacto con el presente, etc.), entonces estamos entrenando un repertorio que, cuando el contexto rumiativo vuelva a aparecer, competirá con la rumiación como respuesta.

Cerrando

La rumiación es uno de los excesos conductuales más notables en la depresión. En un cuadro en donde todo parece pasar más bien poco, la rumiación constituye una nota discordante. Sin embargo, no creo que la rumiación sea el factor en la depresión. No todos los pacientes deprimidos rumian, y entre los que lo hacen, hay diferencias notables en intensidad y persistencia. No hace falta rumiar para deprimirse, pero ayuda.

Pero sí es un proceso muy frecuente y algo difícil de abordar clínicamente. Por eso creo que conectar a la rumiación con la literatura sobre hábitos ofrece una vía bastante sólida, conductualmente hablando, para aproximarnos a ella.

Artículo publicado en Grupo ACT y cedido para su republicación en Psyciencia.

Referencias

  • Balleine, B. W., & Dezfouli, A. (2019). Hierarchical Action Control: Adaptive Collaboration Between Actions and Habits. Frontiers in Psychology, 10(December). https://doi.org/10.3389/fpsyg.2019.02735
  • Bouton, M. E. (2021). Context, attention, and the switch between habit and goal-direction in behavior. Learning and Behavior, 49(4), 349–362. https://doi.org/10.3758/s13420-021-00488-z
  • Bouton, M. E., Broomer, M. C., Rey, C. N., & Thrailkill, E. A. (2020). Unexpected food outcomes can return a habit to goal-directed action. Neurobiology of Learning and Memory, 169(September 2019), 107163. https://doi.org/10.1016/j.nlm.2020.107163
  • Buckman, J. E. J., Saunders, R., Arundell, L. L., Oshinowo, I. D., Cohen, Z. D., O’Driscoll, C., Barnett, P., Stott, J., Ambler, G., Gilbody, S., Hollon, S. D., Kendrick, T., Watkins, E., Eley, T. C., Skelton, M., Wiles, N., Kessler, D., DeRubeis, R. J., Lewis, G., & Pilling, S. (2022). Life events and treatment prognosis for depression: A systematic review and individual patient data meta-analysis. Journal of Affective Disorders, 299(November 2021), 298–308. https://doi.org/10.1016/j.jad.2021.12.030
  • Calmes, C. A., & Roberts, J. E. (2008). Rumination in interpersonal relationships: Does co-rumination explain gender differences in emotional distress and relationship satisfaction among college students? Cognitive Therapy and Research, 32(4), 577–590. https://doi.org/10.1007/s10608-008-9200-3
  • Dickinson, A. (1985). Actions and habits: the development of behavioural autonomy. Philosophical Transactions of the Royal Society of London. B, Biological Sciences, 308(1135), 67–78. https://doi.org/10.1098/rstb.1985.0010
  • Donaldson, C., Lam, D., & Mathews, A. (2007). Rumination and attention in major depression. Behaviour Research and Therapy, 45(11), 2664–2678. https://doi.org/10.1016/j.brat.2007.07.002
  • Ehring, T., & Watkins, E. R. (2008a). Repetitive Negative Thinking as a Transdiagnostic Process. International Journal of Cognitive Therapy, 1(3), 192–205. https://doi.org/10.1680/ijct.2008.1.3.192
  • Ehring, T., & Watkins, E. R. (2008b). Repetitive Negative Thinking as a Transdiagnostic Process. International Journal of Cognitive Therapy, 1(3), 192–205. https://doi.org/10.1521/ijct.2008.1.3.192
  • Fisher, P., & Wells, A. (2009). Metacognitive therapy: Distinctive features. In The CBT Distinctive Features Series. Routledge.
  • Giorgio, J. M., Sanflippo, J., Kleiman, E., Reilly, D., Bender, R. E., Wagner, C. A., Liu, R. T., & Alloy, L. B. (2010). An experiential avoidance conceptualization of depressive rumination: Three tests of the model. Behaviour Research and Therapy, 48(10), 1021–1031. https://doi.org/10.1016/j.brat.2010.07.004
  • Hawksley, J., & Davey, G. C. L. (2010). Mood-as-input and depressive rumination. Behaviour Research and Therapy, 48(2), 134–140. https://doi.org/10.1016/j.brat.2009.10.004
  • Hawley, L. L., Padesky, C. A., Hollon, S. D., Mancuso, E., Laposa, J. M., Brozina, K., & Segal, Z. V. (2017). Cognitive-Behavioral Therapy for Depression Using Mind Over Mood: CBT Skill Use and Differential Symptom Alleviation. Behavior Therapy, 48(1), 29–44. https://doi.org/10.1016/j.beth.2016.09.003
  • Jose, P. E., & Brown, I. (2008). When does the gender difference in rumination begin? Gender and age differences in the use of rumination by adolescents. Journal of Youth and Adolescence, 37(2), 180–192. https://doi.org/10.1007/s10964-006-9166-y
  • Kabat-Zinn, J. (1990). Full Catastrophe Living: Using the Wisdom of Your Body and Mind to Face Stress, Pain, and Illness. Deltra Trade Paperbacks.
  • Kirkham, J. G., Choi, N., & Seitz, D. P. (2016). Meta-analysis of problem solving therapy for the treatment of major depressive disorder in older adults. International Journal of Geriatric Psychiatry, 31(5), 526–535. https://doi.org/10.1002/gps.4358
  • Ma, S. H., & Teasdale, J. D. (2004). Mindfulness-based cognitive therapy for depression: replication and exploration of differential relapse prevention effects. Journal of Consulting and Clinical Psychology, 72(1), 31–40. https://doi.org/10.1037/0022-006X.72.1.31
  • Martell, C. R., Dimidjian, S., & Herman-Dunn, R. (2010). Behavioral activation for depression: a clinician’s guide. The Guilford Press.
  • McEvoy, P. M., Mahoney, A. E. J., & Moulds, M. L. (2010). Are worry, rumination, and post-event processing one and the same?. Development of the repetitive thinking questionnaire. Journal of Anxiety Disorders, 24(5), 509–519. https://doi.org/10.1016/j.janxdis.2010.03.008
  • Michl, L. C., McLaughlin, K. A., Shepherd, K., & Nolen-Hoeksema, S. (2013). Rumination as a mechanism linking stressful life events to symptoms of depression and anxiety: Longitudinal evidence in early adolescents and adults. Journal of Abnormal Psychology, 122(2), 339–352. https://doi.org/10.1037/a0031994
  • Nezu, A. M., Maguth Nezu, C., & D’Zurilla, T. J. (2013). Problem-Solving Therapy. Springer Publishing Company.
  • Nolen-Hoeksema, S. (1991). Responses to Depression and Their Effects on the Duration of Depressive Episodes. Journal of Abnormal Psychology, 100(4).
  • Nolen-Hoeksema, S. (2000). The role of rumination in depressive disorders and mixed anxiety/depressive symptoms. Journal of Abnormal Psychology, 109(3), 504–511. https://doi.org/10.1037/0021-843X.109.3.504
  • Nolen-Hoeksema, S., Wisco, B. E., & Lyubomirsky, S. (2008). Rethinking Rumination. Perspectives on Psychological Science, 3(5), 400–424. https://doi.org/10.1111/j.1745-6924.2008.00088.x
  • Rachlin, H. (1980). Behaviorism in Everyday Life. Prentice-Hall.
  • Rachlin, H. (2000). The science of self-control. Harvard University Press.
  • Reilly, E. E., Lavender, J. M., Berner, L. A., Brown, T. A., Wierenga, C. E., & Kaye, W. H. (2019). Could repetitive negative thinking interfere with corrective learning? The example of anorexia nervosa. International Journal of Eating Disorders, 52(1), 36–41. https://doi.org/10.1002/eat.22997
  • Ruiz, F. J., Peña-Vargas, A., Ramírez, E. S., Suárez-Falcón, J. C., García-Martín, M. B., García-Beltrán, D. M., Henao, Á. M., Monroy-Cifuentes, A., & Sánchez, P. D. (2020). Efficacy of a two-session repetitive negative thinking-focused acceptance and commitment therapy (ACT) protocol for depression and generalized anxiety disorder: A randomized waitlist control trial. Psychotherapy, 57(3), 444–456. https://doi.org/10.1037/pst0000273
  • Salazar, D. M., Ruiz, F. J., Ramírez, E. S., & Cardona-Betancourt, V. (2020). Acceptance and Commitment Therapy Focused on Repetitive Negative Thinking for Child Depression: A Randomized Multiple-Baseline Evaluation. The Psychological Record, 70(3), 373–386. https://doi.org/10.1007/s40732-019-00362-5
  • Salkovskis, P. M., Clark, D. M., Hackmann,  a, Wells, A., & Gelder, M. G. (1999). An experimental investigation of the role of safety-seeking behaviours in the maintenance of panic disorder with agoraphobia. Behaviour Research and Therapy, 37(6), 559–574. http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/10372469
  • Segal, Z. V., Williams, J. M. G., & Teasdale, J. D. (2013). Mindfulness-based cognitive therapy for depression (2nd ed.). The Guilford Press.
  • Smith, J. M., & Alloy, L. B. (2009). A roadmap to rumination: A review of the definition, assessment, and conceptualization of this multifaceted construct. Clinical Psychology Review, 29(2), 116–128. https://doi.org/10.1016/j.cpr.2008.10.003
  • Stefanovic, M., Rosenkranz, T., Ehring, T., Watkins, E. R., & Takano, K. (2022). Is a High Association Between Repetitive Negative Thinking and Negative Affect Predictive of Depressive Symptoms? A Clustering Approach for Experience-Sampling Data. Clinical Psychological Science, 10(1), 74–89. https://doi.org/10.1177/21677026211009495
  • Stroebe, M., Boelen, P. A., Van Den Hout, M., Stroebe, W., Salemink, E., & Van Den Bout, J. (2007). Ruminative coping as avoidance: A reinterpretation of its function in adjustment to bereavement. European Archives of Psychiatry and Clinical Neuroscience, 257(8), 462–472. https://doi.org/10.1007/s00406-007-0746-y
  • Teasdale, J. D., Segal, Z. V., Williams, J. M. G., Ridgewaya, V. A., Soulsby, J. M., & Lau, M. A. (2000). Prevention of relapse/recurrence in major depression by mindfulness-based cognitive therapy. Journal of Consulting and Clinical Psychology, 68(4), 615–623. https://doi.org/10.1037/0022-006X.68.4.615
  • Thrailkill, E. A., & Bouton, M. E. (2015). Contextual control of instrumental actions and habits. Journal of Experimental Psychology: Animal Learning and Cognition, 41(1), 69–80. https://doi.org/10.1037/xan0000045
  • Thrailkill, E. A., Michaud, N. L., & Bouton, M. E. (2021). Reinforcer predictability and stimulus salience promote discriminated habit learning. Journal of Experimental Psychology: Animal Learning and Cognition, 47(2), 183–199. https://doi.org/10.1037/xan0000285
  • Trask, S., Shipman, M. L., Green, J. T., & Bouton, M. E. (2020). Some factors that restore goal-direction to a habitual behavior. Neurobiology of Learning and Memory, 169(September 2019), 107161. https://doi.org/10.1016/j.nlm.2020.107161
  • Villatte, M., Villatte, J. L., & Hayes, S. C. (2016). Mastering the clinical conversation : language as intervention. The Guilford Press.
  • Watkins, E. R., & Brown, R. G. (2002). Rumination and executive function in depression: An experimental study. Journal of Neurology Neurosurgery and Psychiatry, 72(3), 400–402. https://doi.org/10.1136/jnnp.72.3.400
  • Watkins, E. R., Mullan, E., Wingrove, J., Rimes, K., Steiner, H., Bathurst, N., Eastman, R., & Scott, J. (2011). Rumination-focused cognitive-behavioural therapy for residual depression: Phase II randomised controlled trial. British Journal of Psychiatry, 199(4), 317–322. https://doi.org/10.1192/bjp.bp.110.090282
  • Watkins, E. R., & Nolen-Hoeksema, S. (2014). A habit-goal framework of depressive rumination. Journal of Abnormal Psychology, 123(1), 24–34. https://doi.org/10.1037/a0035540
  • Watkins, E. R., & Roberts, H. (2020). Reflecting on rumination: Consequences, causes, mechanisms and treatment of rumination. Behaviour Research and Therapy, 127(January). https://doi.org/10.1016/j.brat.2020.103573
  • Webb, C. A., Beard, C., Kertz, S. J., Hsu, K., & Björgvinsson, T. (2016). Differential Role of CBT Skills, DBT Skills and Psychological Flexibility in Predicting Depressive versus Anxiety Symptom Improvement. Behaviour Research and Therapy, 81, 12–20. https://doi.org/10.1016/j.brat.2016.03.006
  • Wells, A., Fisher, P., Myers, S., Wheatley, J., Patel, T., & Brewin, C. R. (2009). Metacognitive Therapy in Recurrent and Persistent Depression: A Multiple-Baseline Study of a New Treatment. Cognitive Therapy and Research, 33(3), 291–300. https://doi.org/10.1007/s10608-007-9178-2
  • Análisis

Adicción al sexo, hipersexualidad y comportamiento obsesivo sexual

  • 14/02/2023
  • Gabriel Genise

Llega a la consulta una persona de sexo femenino de unos 37 años a quién vamos a llamar María. Ella fue muy insistente en pedir la consulta y que fuese conmigo dado que necesitaba que sea con un profesional sexólogo. Estuvo dispuesta a esperar 2 meses hasta que tuve un hueco en la agenda y pude ofrecerle una cita. El día de la entrevista se presentó en el horario establecido. Al ingresar, se la notaba con vergüenza acerca de aquello que estaba a punto de comentarme. Luego de explicarle las reglas básicas de la terapia y en qué consistía el secreto profesional, me preguntó si no me molestaba que hablara sin demasiado tecnicismos ya que podría marearse intentando buscar las palabras correctas. Naturalmente la alenté a que pudiera hablar con ella quisiera y sin ningún tipo de tapujo. 

Finalmente decidió dar el primer paso y decir lo siguiente “Gabriel estoy acá porque verdaderamente no sé si tengo algún problema o no, si necesito iniciar una terapia o con esta conversación es suficiente. Estoy perdida. El tema es que desde hace un tiempo a acá me inicié en el mundo de las aplicaciones de citas y me doy cuenta de que pasó mucho tiempo en ellas, que me encanta verme con hombres que sean algunos años más chicos que yo y calentarlos. He llegado a estar con más de uno en el mismo día. O sea, siempre 1 a 1, pero luego de estar con ese tipo, algunas horas más tarde, me fui a encontrar con otro, y me doy cuenta de que lo disfruto mucho. Pero también me pregunto si es un problema lo que tengo ¿o qué? Por eso estoy acá”. 

Si bien la entrevista continuó por los canales que debía continuar una primera entrevista de admisión, me llevó a pensar y querer compartir con ustedes algunas reflexiones en torno a la adicción al sexo.

Muchas personas disfrutan del sexo y necesitan practicarlo a diario solas o en pareja. Tener sexo es algo sano y de hecho provee una serie de beneficios tanto físicos como mentales (Mollaiolli et al., 2020). Eso sí, que su práctica no se convierta en un comportamiento obsesivo o un deseo incontrolable. 

En el caso que esto llegara a ocurrir, entonces ¿podríamos estar hablando de una adicción al sexo? 

El Consejo Nacional sobre Adicción y Compulsividad Sexual describe la adicción sexual como “patrones persistentes y crecientes de comportamiento sexual que se manifiestan a pesar de las crecientes consecuencias negativas para uno mismo y para los demás”. La evaluación de la adicción sexual muestra que no es necesariamente la frecuencia o el tipo de comportamiento, sino la pérdida de control, o la compulsividad y las consecuencias negativas, lo que indica adicción (Orzack & Ross, 2000). 

Hoy en día, el constructo previamente citado no se encuentra descripto en los manuales tradicional de clasificación de trastornos mentales, ya sea, el DSM o la CIE. Lo que sí podemos ubicar en el DSM, en su última versión DSM – 5 – TR y su antecesora, es el trastorno hipersexual. Este trastorno se encuentra caracterizado por aumento en la frecuencia, intensidad de fantasías, excitación, impulsos y conductas sexuales no parafílicas, asociadas con impulsividad, que provocan malestar significativo, deterioro social u ocupacional. Presenta alta prevalencia en varones y elevada comorbilidad en el Eje I (Hipersexualidad, Trastorno Hipersexual Y Como, 2013). 

En cuanto a la caracterización del trastorno hipersexual, ésta se ve diferente en cada persona. Quién lo presenta posee una preocupación excesiva por fantasías, impulsos o conductas sexuales que son difíciles de controlar, presentan angustia o afecta, de manera negativa, la salud, el trabajo, las relaciones u otros aspectos de la vida. 

La conducta sexual compulsiva puede comprender una variedad de experiencias sexuales que normalmente son agradables. Como, por ejemplo: la masturbación, el cibersexo, múltiples parejas sexuales o el consumo de pornografía. Cuando estas conductas sexuales se transforman en un elemento que la persona lo considera esencial para su vida, los considera difíciles de poder controlar y son disruptivas o perjudiciales para sí o para los demás, pueden entonces considerarse  comportamientos sexuales compulsivos. 

Las personas con hipersexualidad presentan con mayor frecuencia alteración de la dinámica de pareja y familia, mayor riesgo de enfermedades de transmisión sexual y embarazos no deseados, problemas laborales derivados del consumo de pornografía en las horas de trabajo y presencia de malestar personal como consecuencia de su conducta sexual (Chiclana, 2012). 

Los principales síntomas asociados a la hipersexualidad pueden dividirse entre los conductuales y los cognitivos:

Síntomas conductuales del trastorno hipersexual:

  • Contactos sexuales frecuentes
  • Masturbación compulsiva
  • Búsqueda de nuevos contactos sexuales para huir del aburrimiento provocado rápidamente por los anteriores
  • Tentativas repetidas e infructuosas de poner fin o reducir las conductas sexuales excesivas
  • Participación en actividades sexuales sin excitación psicológica
  • Problemas judiciales relacionados con la conducta sexual
  • Recurso frecuente a la pornografía

Síntomas cognitivos y emocionales del trastorno hipersexual:

  • Pensamientos obsesivos concernientes a la sexualidad y las relaciones sexuales
  • Sentimientos de culpabilidad por las actividades sexuales excesivas y problemáticas
  • Soledad, aburrimiento o sentimiento de rabia como desencadenante
  • Depresión y baja autoestima
  • Vergüenza sobre las conductas sexuales propias
  • Indiferencia respecto a las parejas sexuales habituales
  • Falta de control en general, en la vida (no exclusivamente con la conducta sexual)
  • Deseo de huir o suprimir emociones desagradables
  • Preferencia por el sexo anónimo
  • Costumbre de disociar la vida privada de la sexualidad (Fernández, 2019). 

¿Qué causa la hipersexualidad? 

Hoy en día no es claro qué causa exactamente la hipersexualidad. La investigación señala las siguientes como posibles causas de esta condición:

  • Se cree que condiciones como la epilepsia causan daño a algunas partes del cerebro, lo que a su vez podría desencadenar la condición.
  • Un desequilibrio químico en el cerebro: el cerebro controla casi todo nuestro funcionamiento diario, incluido el comportamiento sexual. Un desequilibrio químico podría causar una completa falta de interés en los impulsos o comportamientos sexuales o hipersexualidad. Hay alguna evidencia que sugiere que un desequilibrio de dopamina podría desencadenar la condición.
  • Medicamentos: según algunos investigadores, la hipersexualidad podría desarrollarse como un efecto secundario de ciertos medicamentos. Se ha descubierto que los medicamentos de reemplazo de dopamina, que generalmente se usan para tratar la enfermedad de Parkinson, a veces causan hipersexualidad.

Además de las causas probables de la afección, ciertos factores de riesgo podrían poner a algunas personas en mayor riesgo de desarrollar la afección que a otras. Estos incluyen abuso de drogas o alcohol, antecedentes familiares de problemas de salud mental y abuso sexual (Kwong, 2022).

Tratamiento para la hipersexualidad

Al igual que con muchas otras condiciones de salud mental, la hipersexualidad se trata más comúnmente con una combinación de medicamentos y psicoterapia.

Medicamentos

Una de las causas probables de la hipersexualidad es un desequilibrio químico en el cerebro. Los medicamentos pueden ayudar con esto y ayudar a aliviar los síntomas de la afección. Los medicamentos recetados a menudo para ayudar con la hipersexualidad incluyen:

  • Estabilizadores del estado de ánimo: Algunas investigaciones muestran que podrían ayudar a reducir los impulsos sexuales en personas que tienen hipersexualidad.
  • Antidepresivos: En ciertos casos, la hipersexualidad puede ser provocada por otras condiciones de salud mental como la depresión. El tratamiento de la condición que desencadena la hipersexualidad también podría ayudar a controlar los impulsos y comportamientos sexuales. Los IRSS, en particular, se han recetado y se ha demostrado que ayudan a las personas con hipersexualidad.
  • Naltrexona. La naltrexona (Vivitrol) generalmente se usa para tratar la dependencia del alcohol y los opiáceos y bloquea la parte del cerebro que siente placer con ciertos comportamientos adictivos. Puede ayudar con las adicciones conductuales, como el comportamiento sexual compulsivo o el trastorno del juego.
  • Antiandrógenos. Estos medicamentos reducen los efectos biológicos de las hormonas sexuales (andrógenos) en los hombres. Debido a que reducen los impulsos sexuales, los antiandrógenos a menudo se usan en hombres cuyo comportamiento sexual compulsivo es peligroso para los demás.

Psicoterapia

La psicoterapia, puede ayudar a aprender cómo manejar el comportamiento sexual compulsivo. Los tipos de psicoterapia incluyen:

  • La terapia cognitivo conductual (CBT, por sus siglas en inglés), Fundamentalmente se centra en enseñar al consultante estrategias para hacer que estos comportamientos sean menos privados e interfieren con la posibilidad de acceder a contenido sexual tan fácilmente.
  • Terapia de aceptación y compromiso, que es una forma de TCC que enfatiza la aceptación de pensamientos e impulsos y el compromiso con estrategias para elegir acciones que sean más consistentes con valores importantes.
  • Psicoterapia psicodinámica, que es una terapia que se enfoca en aumentar su conciencia de los pensamientos y comportamientos inconscientes, desarrollar nuevos conocimientos sobre sus motivaciones y resolver conflictos.
  • Grupos de Autoayuda: Estos siguen el modelo del programa de 12 pasos de Alcohólicos Anónimos. Algunos de estos grupos incluyen: sexo anónimo, adictos al sexo anónimos, adictos al sexo anónimos, adictos al sexo y al amor anónimos y compulsivos sexuales anónimos. 

Estas terapias se pueden brindar en formato individual, grupal, familiar o de pareja (Compulsive Sexual Behavior – Diagnosis and Treatment, 2022).

Lidiando con la hipersexualidad

Muchas personas con hipersexualidad informan que sienten una profunda vergüenza. Al igual que con cualquier otra afección mental, el tratamiento adecuado y las estrategias de afrontamiento pueden ayudar a la persona a vivir una vida saludable y mantener sus impulsos bajo control.

Referencias

  • Chiclana, C. (2012). Trastorno hipersexual y comorbilidad en el eje I .
  • Compulsive sexual behavior – Diagnosis and treatment. (2022, December 13). Mayo Clinic. Retrieved February 7, 2023, from https://www.mayoclinic.org/diseases-conditions/compulsive-sexual-behavior/diagnosis-treatment/drc-20360453
  • Fernández, P. (2019, January 23). Trastorno hipersexual: ¿qué es la adicción al sexo? Top Doctors. Retrieved February 1, 2023, from https://www.topdoctors.es/articulos-medicos/que-es-en-realidad-la-adiccion-al-sexo#
  • Griffiths, M. (2012). Internet sex addiction: A review of empirical research. Addiction Research and Theory, 20, 111-124.
  • Hipersexualidad, trastorno hipersexual y como. (2013, March 1). Psiquiatria.com. Retrieved February 1, 2023, from https://psiquiatria.com/bibliopsiquis/hipersexualidad-trastorno-hipersexual-y-comorbilidad-en-el-eje-i/
  • Kwong, I. (2022, November 14). Hypersexuality: Definition, Symptoms, Causes, Treatment. Verywell Mind. Retrieved February 7, 2023, from https://www.verywellmind.com/hypersexuality-definition-symptoms-treatment-5199535
  • Mollaiolli, D., Sansone, A., Ciocca, G., Limoncin, E., Colonnello, E., Di Lorenzo, G., & Jannini, E. (2020). Benefits of Sexual Activity on Psychological, Relational, and Sexual Health During the COVID-19 Breakout. J Sex Med, 18(1), 35–49. 10.1016/j.jsxm.2020.10.008
  • Orzack, M., & Ross, C. (2000). Should Virtual Sex Be Treated Like Other Sex Addictions? Sexual Addiction & Compulsivity, 7, 113 – 125. : http://dx.doi.org/10.1080/10720160008400210
  • Rosenberg, K., Carnes, P., & O’Connor, S. (2014). Evaluation and Treatment of Sex Addiction. Journal of Sex & Marital Therapy, 40(2), 77-91. https://doi.org/10.1080/0092623X.2012.701268Schneider, J. (2004). Sexual Addiction & Compulsivity: Twenty Years of the Field, Ten Years of the Journal. Sexual Addiction & Compulsivity, 11, 3-5. https://doi.org/10.1080/10720160490458193
  • Análisis

7 cosas que nos hacen felices y cómo cultivar este estado de bienestar

  • 30/01/2023
  • Laura Ruiz
woman using umbrella with lights

Todos y todas la buscamos, en cierta manera. Hablamos del concepto de felicidad. Pero, ¿qué es realmente la felicidad? Seguramente habrá tantas definiciones como personas en el mundo, ya que la felicidad, así como el bienestar, son estados (mentales y físicos) totalmente subjetivos. Y en la historia de la filosofía, la literatura y la psicología, encontramos una cantidad casi inacabable de definiciones. Hemos rescatado algunas. 

Por ejemplo, Ruut Veenhoven, de la Universidad de Rotterdam, define la felicidad en un artículo como “el goce subjetivo de la vida”. 

Pero hay definiciones más filosóficas, como la del filósofo Jean-Paul Margot, quien la define en un artículo para Praxis Filosófica como algo que no se reduce al “bienestar afectivo de un organismo adaptado a su medio”; según él, ser feliz supone que las personas seamos capaces de lograr un equilibrio que supere nuestras contradicciones y conflictos. 

Muchos autores han relacionado la felicidad y el bienestar con un estado de armonía mental, de equilibrio y paz interior. Y en el camino hacia estos estados, nos damos cuenta de que no existe una fórmula mágica (y mucho menos, única), para la felicidad. Y esto es porque, como decíamos, no se trata de algo que tenga una definición universal, pues para cada quien este concepto puede variar en función de sus propios sueños, necesidades y características personales. 

“La felicidad es la finalidad última de la existencia humana”. -Aristóteles-

Pero, a pesar de que no exista una decisión unánime para definir la felicidad, sí que hay algunas cosas que universalmente nos ayudan a ser personas más felices, como es el caso de:

1. Vivir en el presente

Suena fácil pero, ¿cuán difícil puede ser a veces centrarnos en el aquí y en el ahora? Aunque, una vez que empiezas a hacer este ejercicio, notarás que cada vez será más fácil. 

No se trata de dejar de luchar con esos pensamientos que nos hacen preocuparnos por el futuro o que nos llevan hacia el pasado, sino de dejarlos ir y no quedarnos anclados en ellos. Cambiar nuestra forma de relacionarnos con dichos pensamientos. La meditación o el yoga son actividades que nos pueden ayudar a vivir más el presente.

2. Probar cosas nuevas

Aunque esto pueda generar un poco de temor al principio, probar cosas nuevas nos ayuda a descubrir nuevos intereses y nos mantiene viva la curiosidad y la capacidad de asombro que estuvo presente en nuestra infancia, cuando todo en el mundo era nuevo y excitante. Además, cuando probamos cosas nuevas que nos generan placer o euforia, liberamos endorfinas, las llamadas “hormonas de la felicidad”.

3. Enfocarnos en lo bueno

Esto no significa vivir desde un optimismo naif, en un mundo de fantasías sin problemas ni dificultades, sino que tiene que ver con buscar las cosas buenas que hay siempre en cada situación y aprender a ser agradecidos por ello.

Es una acción muy simple pero que te puede ayudar a cambiar el estado de ánimo para bien. Insistimos, no se trata de no querer ver lo malo y solo centrarnos en lo bueno, sino de saber apreciar las cosas buenas que existen a pesar de las dificultades. Esto también nos ayudará a desarrollar otra habilidad, que es la resiliencia.

4. Ayudar o colaborar

Hay una relación directa entre la felicidad y el hecho de dar; bien sea dar parte de tu tiempo compartiendo con otros o colaborando de otras maneras. La generosidad llena el corazón y alivia nuestras penas. Es una opción ideal para sentirnos felices haciendo a otros sentirse felices también. Podemos ayudar en nuestro día a día a las personas que queremos o también a través de voluntariados, por ejemplo.

5. Rodearse de personas que aporten 

Cultivar un estado de bienestar también depende, en gran medida, de las personas de las que nos rodeemos. Hay personas que nos dan vitalidad, buen rollo, ganas de hacer cosas, calma… es decir, que nos aportan cosas buenas. 

En cambio, hay otras personas que, ya sea por su forma de ser, o por las dinámicas que establecemos con ellas, nos restan. Y otras que incluso, nos hacen sentir mal, nos chupan la energía. Por ello, rodearse de personas que aporten algo positivo a nuestra vida también se relaciona con un estado de felicidad.

6. Desconectar

Desconectar del trabajo, del estrés, de la rutina diaria, de las preocupaciones… Esto también nos proporciona calma y bienestar, y además, es algo que necesitamos. Necesitamos desconectar de todas estas cosas para conectar con un estado de relajación, parar de vez en cuando, recargar pilas. 

Esta acción, no solo nos relaja físicamente, sino que también nos permite tomar distancia de los problemas, ver las cosas con una perspectiva nueva, relativizar y, en definitiva, conectar con el placer de “no hacer nada” o simplemente descansar.

7. Practicar el autocuidado

Cuando hablamos de autocuidado nos referimos a todas aquellas acciones que van en beneficio de uno mismo, y que implican, como su propio nombre indica, cuidarnos. 

Tanto a nivel físico como a nivel cognitivo y emocional. Autocuidarnos nos hace sentir bien, y podemos hacerlo a través de diferentes acciones (algunas de las cuales ya hemos hablado), como: comer bien, tener momentos de relax, rodearnos de personas “vitamina” (personas que nos aporten), tomar un baño caliente, cortar vínculos tóxicos, tener una buena higiene del sueño, alimentar nuestras pasiones y hobbies, cuidar nuestro diálogo interno, etc.

¿Cómo cultivar un estado de bienestar? 

Hemos hablado de siete “pequeñas grandes acciones” que nos reportan bienestar, y que podemos implementar en nuestro día a día. Pero hay otras muchas cosas aparentemente simples que podemos practicar diariamente y que nos ayudan a ser un poco más felices, como por ejemplo:

Practicar el agradecimiento. No existe nada más poderoso que el agradecimiento para conectarnos con nuestra realidad, con todo lo que tenemos y con los motivos para ser felices (cosas que incluso en los días más oscuros, existen).

Dedicar tiempo para ti. Haz de ti una prioridad y aparta tiempo en tu agenda siempre para ti, aunque sea unos 5 minutos al día. Pero que ese tiempo sea para ti, para hacer algo que disfrutes mucho como dar un paseo, hacer una rutina de cuidado de la piel, ver esa serie que tanto te gusta… En fin, cualquier cosa que te haga feliz.

Meditar.  La meditación y los ejercicios de relajación, respiración y visualización son de gran ayuda para ayudarnos a conectar con nosotros mismos y a enfocarnos en el presente. Son una herramienta ideal que además favorece la salud. También puedes probar con opciones ya mencionadas, como el Tai Chí o el Yoga.

Y a ti, ¿qué te hace feliz?

“La felicidad no es algo que se pospone, sino algo que se diseña para el presente”.

-Jim Rohn-

Referencias:

  • Margo, J.P. (2007). La felicidad. Praxis Filosófica, 25, 55-79.
  • Ruut Veenhoven. (2005). Lo que sabemos de la felicidad. In: León Garduno Estrada, Bertha Salinas Amescua & Mariano Rojas Herrera (coordinadores). Calidad de vida y bienestar subjetivo en México, Plaza y Valdés, S.A. de C.V., México.
  • Análisis

Curar, cuidar, y el tiempo

  • 25/01/2023
  • Fabián Maero

Hace unos días acompañe a un viejo y querido amigo, enfermero él, a hacer unos trámites en la escuela de enfermería en donde da clases, y en el transcurso del tiempo burocrático nos pusimos a conversar con la gente de la dirección de la carrera. La enfermería es una profesión fascinante y frecuentemente infravalorada (hasta hace poco, en la Ciudad de Buenos Aires ni siquiera se la consideraba como una profesión de la salud sino como administrativa), y durante la conversación me señalaron una distinción que es bastante popular en el ámbito: si la medicina es el arte de curar, en cambio la enfermería es el arte de cuidar.

Esto es, si la primera se ocupa principalmente de llevar a cabo acciones al servicio de la resolución de enfermedades y dolencias, la segunda se ocupa más bien de atender a las necesidades y la calidad de vida en general de la persona. Por supuesto, la división no es tajante ni excluyente –curar involucra en cierto grado cuidar y viceversa. No son conceptos excluyentes sino meramente distintos, que sirven para identificar –no para oponer– los centros gravitatorios específicos de cada una de esas profesiones. El curar señala una dimensión más bien instrumental, de despliegue de técnicas y recursos al servicio de restablecer la salud, mientras que el cuidar tiene que ver con una dimensión más vinculada con la atención a la calidad y condiciones de vida en general de la persona que está en un sistema de salud, más allá del tratamiento de la dolencia específica que se presentare.

El cuidado involucra una dimensión ética particular, diferente de la ética más instrumental que asociaríamos más a las acciones del curar. En palabras de Irene Comins Mingol en su excelente Filosofía del cuidar (Icaria, 2009): “la ética del cuidado nos recuerda la obligación moral de no abandonar, de no girar la cabeza ante las necesidades de los demás” (p.52). Mientras que la ética de curar pertenece a una dimensión más bien objetiva, instrumental, la del cuidado “es radicalmente intersubjetiva, toma como punto de partida las necesidades de los otros, su interpelación, aunque esta sea silenciosa (…) Para cuidarnos unos a otros debemos conocernos y así saber qué necesitamos” (p.22).

Comins Mingol utiliza una analogía que podemos parafrasear para ilustrar la relación entre curar y cuidar: “la ética del cuidado (…) trata de darle un contenido, darle color al dibujo. Si es la línea del dibujo; el cuidado, el amor y la ternura dan color a ese dibujo. Y eso no le quita ni pizca de importancia ya que muchas veces es el color el que nos deja percibir el dibujo mientras las líneas en blanco y negro nos confunden y lo esconden” (p.53).

Curar y cuidar pueden ubicarse a lo largo de la misma línea conceptual que distingue razón y emoción, objetivo y subjetivo, universal y particular, etc. –dicotomías gastadas y completamente inútiles si se utilizan para separar y excluir, pero que pueden provechosamente utilizarse para identificar ámbitos vitales que involucran competencias y fines distintos aunque complementarios y tender puentes entre ellos.

Ahora bien, probablemente se estén preguntando por qué demonios estoy yo escribiendo sobre estos temas en este lugar. La respuesta es que creo que esa distinción entre curar y cuidar puede servir para arrojar algo de luz sobre algunas cuestiones de la psicología clínica. Para esto tenemos que tomar ambos términos en su sentido más amplio, a lo largo de esa línea de demarcación que acabo de señalar –especialmente con el concepto de curar, que tiene en psicología su propia historia. Pero si distendemos un poco la precisión del término, hay algunas intelecciones interesantes que hacer.

Si hacemos eso, podemos notar algo interesante en la relación que esos conceptos tienen con nuestra disciplina. La medicina tiene su eje en el curar, la enfermería en el cuidar, pero con la psicología pasa algo curioso.

Por un lado, la psicología clínica claramente se ocupa del curar, es decir, del despliegue instrumental de técnicas y recursos para el tratamiento de los problemas psicológicos. La mayoría de los modelos en psicología se ocupan ante todo del abordaje y resolución de varias formas de sufrimiento psicológico (como sea que se las defina), por distintos caminos conceptuales y procedimentales. Pero por otro lado, también se ocupa del cuidar, de las acciones que no se enfocan tanto en resolver sino más bien en brindar acompañamiento y apoyo a la persona que sufre. Claro está, no es el mismo tipo de cuidados que brinda la enfermería, pero sí hay acciones clínicas que no están dirigidas directamente a resolver sino más bien a acompañar, acciones que se salen del estricto resolver.

Cabe aquí una aclaración: podríamos pensar que curar y cuidar coinciden con cambio y aceptación o cambio y validación, tal como se las cataloga en ACT, DBT o terapias similares, pero creo que hay una sutil pero importante diferencia: si bien hay un paralelo entre curar y el cambio conductual, aceptación y validación son también en buena medida acciones instrumentales, que en última instancia se despliegan para favorecer algún tipo de cambio –por eso se trata de herramientas técnicas que ocupan un lugar definido dentro de los tratamientos. Cuidar, por su parte, sigue una lógica no instrumental, del cuidado como forma fundamental de relación con otro ser humano que sufre.

Ambos aspectos son inseparables, pero una terapia psicológica puede en cada momento determinado hacer hincapié en uno u otro según las circunstancias específicas que se estén atravesando. En el tratamiento de una fobia simple sin otras complicaciones, por ejemplo, quizá cobre preminencia el aspecto de curar, el despliegue instrumental de técnicas y procedimientos al servicio de un cambio conductual determinado. En el caso de un paciente atravesando un duelo, en cambio, probablemente ocupe un lugar destacado el cuidar, el acompañamiento empático en una situación que no se resuelve sino que más bien se transita, por decirlo de alguna manera.

Pero repito, es meramente una cuestión de énfasis variable, ya que ambos aspectos son inseparables y complementarios. El curar involucra atender a la calidad de vida de la persona, y el cuidar se ve potenciado por consideraciones técnicas precisas, no es meramente un “les traigo amor” –también a cuidar se aprende.

Mi punto hoy es que con que con frecuencia los tratamientos descuidan uno u otro aspecto, y eso se trata de algo problemático, aunque con implicaciones diferentes según el aspecto descuidado. Permítanme elaborar, si no tienen nada mejor que hacer.

Curar sin cuidar, cuidar sin curar

No es raro encontrarse con tratamientos que se ocupan solo de los aspectos instrumentales y técnicos del tratamiento, dejando de lado la atención global a las circunstancias y calidad de vida de la persona.

Si me permiten un ejemplo personal, hace varios años empecé una terapia para lidiar con una situación personal difícil, y cuando en una ocasión, luego de un par de meses de sesiones, le pedí a mi terapeuta algo de contención y apoyo adicional durante una crisis puntual que estaba atravesando, el doctor me respondió que aún no había decidido si me iba a tomar como paciente. Por supuesto, decidí que no lo iba a tomar como terapeuta.

El asunto es que técnicamente el terapeuta no estaba haciendo algo incorrecto: estaba siguiendo lo que su marco teórico le indicaba como apropiado (que el marco teórico valiese dos pesos o no, es algo que no viene al caso aquí). Es decir, se ocupó exclusivamente del curar, de los aspectos técnicos instrumentales del tratamiento relacionados con el motivo de consulta. Lo que faltó fue la dimensión del cuidar, de la atención a las circunstancias y calidad de vida de la persona que está enfrente.

Dicho de otra forma, curar sin cuidar nos lleva a ocuparnos sólo de los aspectos directamente relacionados con el trastorno o problema psicológico en cuestión, dejando de lado a la persona y su contexto vital general. Esto nos puede llevar a la situación que describe el viejo chiste: “la operación fue un éxito, pero el paciente murió”.

Por otro lado están los tratamientos en los cuales el énfasis está puesto casi exclusivamente sobre el aspecto del cuidado, del sostén y acompañamiento emocional general, pero sin ocuparse de manera directa de llevar a cabo acciones para resolver trastorno o problema psicológico que la paciente trajera a consulta. Creo que no es necesario explayarse demasiado sobre las consecuencias negativas de esto. Cuando una terapia sólo brinda cuidados y sostén emocional, habiendo formas efectivas de abordar el motivo de consulta, se producen varias consecuencias indeseables.

En primer lugar está el perjuicio directo que ocasiona el problema en cuestión que permanece sin resolverse. Por ejemplo, una persona con agorafobia que recibe un tratamiento psicológico que no se ocupa de resolver la situación continuará teniendo una vida severamente limitada, e incluso pueden aparecer nuevas complicaciones derivadas de la persistencia de la situación –depresión, pérdida de contacto social, desempleo, etc.

En segundo lugar, cuando un tratamiento no funciona para aquello para lo cual es requerido, es de esperar que las personas comiencen a buscar otras opciones que pueden ser inefectivas o acarrear efectos secundarios indeseables: medicación, remedios caseros, terapias alternativas, etc. No parece descabellado conjeturar que el desmesurado consumo de psicofármacos que se verifica actualmente sería menor si las personas dispusieran de un fácil acceso a tratamientos psicológicos efectivos. Pero si ir a terapia no cambia aquello que las personas quieren cambiar, el resto de las opciones serán más atractivas.

Se le hace un flaco favor a la profesión cuando se populariza que ir a terapia es sólo ir a hablar y recibir alguna frase ingeniosa o explicación efectista, sin que involucre el aprendizaje de nuevas habilidades y formas de abordar los problemas concretos que movilizan la consulta. Un tratamiento psicológico involucra una inversión de tiempo, energía, y dinero, que merece ser honrada de la mejor manera posible.

Quisiera señalar que no creo que estos desbalances de curar y cuidar, en una u otra de sus variedades, sea algo ligado exclusivamente a los modelos teóricos particulares que guían la terapia –aunque por supuesto, juegan un papel destacado. Algunas terapias enfatizan un poco más el resolver, otras el acompañar. No creo que esto sea un problema, en tanto haya disposición y flexibilidad para enfocarse en uno u otro aspecto según sea necesario. Creo que el problema surge cuando, por el motivo que fuese, una terapia se queda estancada en uno de ellos. Más concretamente creo que los modelos teóricos no determinan sino que influencian uno u otro énfasis, junto con la participación del contexto social, económico, y cultural en que transcurre la terapia.

A continuación querría ocuparme de explorar algunas implicaciones de estas ideas en el campo de las terapias basadas en evidencias.

Cuidar y el tiempo

curar y cuidar en psicoterapia

En las últimas décadas –hablo aquí de Argentina en particular– ha sido posible apreciar un interés creciente en terapias efectivas. Uso esta expresión en sentido amplio, denominando aquellos procederes clínicos que se ocupan un poco más deliberada y metódicamente de resolver aquello que lleva a las personas a consulta, y que usualmente cuentan con algún tipo de evidencia controlada como respaldo.

Cada vez hay más terapeutas que trabajan con este tipo de intervenciones, cada vez hay más estudiantes de psicología que demandan actualizaciones en los planes de estudio para incluirlas, y cada vez hay más personas que acuden a consulta pidiendo específicamente intervenciones de este tipo. El proceso no carece de altibajos y dificultades a resolver, pero la tendencia es bastante clara, señalando un cambio de aires en la psicoterapia.

Una idea estrechamente asociada a esta tendencia es la de la brevedad. Se solicitan y ofrecen intervenciones que sean efectivas en lapsos de tiempo que resulten accesibles para los pacientes –meses o años, ya no lustros, décadas o simplemente un tiempo indeterminado. Intervenciones breves, protocolos de tiempo previamente estipulado, resultados rápidos, se han convertido en parte corriente del intercambio clínico.

Frente a esta idea es fácil adoptar una actitud desdeñosa y criticar la prisa capitalista, el acento en los resultados, el frenesí del mundo de hoy. Efectivamente es fácil y tentador, en tanto no sea uno quien está pagando los honorarios –no he escuchado jamás a ningún paciente quejarse de que su terapia le haya funcionado en un lapso de tiempo demasiado breve. La verdad es que cuando una persona acude a consulta por un problema psicológico concreto –no hablemos de exploración personal, sino de problemas que suponen riesgo de vida o limitaciones severas a la persona que las padece– tiene el derecho a recibir una atención que se ocupe de ello de la manera más efectiva y duradera posible según lo que indica el estado del arte en la disciplina. Es posible que una intervención cuya efectividad no ha sido rigurosamente evaluada funcione eventualmente, pero eso es apostar con dinero ajeno, y es cosa de mal criollo.

De manera que, por mi parte, apoyo la tendencia de que las terapias sean tan breves y efectivas como sea posible, y que se ocupen de los problemas psicológicos particulares que las personas llevan a consulta.

Pero (por supuesto que se venía un pero).

Es fácil que el anhelo por la brevedad y efectividad se transformen en una exigencia respecto a dichas cualidades. En clases y supervisiones, he escuchado colegas jóvenes preocupados por un tratamiento que no parece avanzar después de cinco o seis sesiones, o por síntomas que están llevando demasiado tiempo. Esto muchas veces goza de respaldo institucional: conozco varias instituciones que imponen a sus terapeutas un límite arbitrario y uniforme de sesiones de trabajo, sin importar el motivo de consulta de que se tratare.

Mi punto es que con frecuencia esa prisa está solamente del lado de los terapeutas. Las terapias deben ser tan breves como sea posible, pero no más. No más de lo que los pacientes piden y necesitan. Y aquí podemos volver a los conceptos de curar y cuidar. La presión instrumental por los resultados, por el curar, no debe arrollar y pasar por alto el cuidar (podría hacer un juego de palabras con “des-cuidar”, pero si en algún momento sustituyo los argumentos por esos recursos, tienen mi permiso para pegarme un martillazo en las rodillas).

Cuando nos enfocamos sólo en el curar perdemos una parte importante de nuestra profesión, el cuidar, el acompañar, el ocuparnos por la calidad de vida y las circunstancias particulares de la persona que tenemos enfrente. El cuidado es contextual, situado, ya que mientras un trastorno o problema psicológico puede tener características generales, las necesidades de la persona son particulares, atadas inextricablemente a las circunstancias específicas que la persona está atravesando.

El cuidar requiere de un tiempo que no puede ser acelerado. Comins Mingol apunta: “El tiempo es necesario para nuestra capacidad comunicativa, detener la velocidad y dedicar todo el tiempo necesario es la base del diálogo (…) Pero no sólo para dialogar, también para escuchar. Escuchar con el interés de comprender al otro y ponerse en su lugar. Fuente del auténtico diálogo, no es amigo de prisas ni estrés. Cuando dialogamos con prisas tratamos al otro como un medio, no escuchamos sus palabras, sólo nos interesan las nuestras (…) El tiempo es la clave fundamental que garantiza una escucha de calidad, sincera, volcada en el otro y no sólo en sí mismo. Es de hecho la primera destreza que requiere la capacidad de la escucha” (op.cit., p. 166).

Por supuesto, no estoy proponiendo aquí abandonar intervenciones efectivas, prender un sahumerio y encomendarnos a los astros. Estoy intentando señalar que nuestra disciplina es un bote de dos remos, y olvidar cualquiera de ellos puede impedirnos avanzar.

Sé que las limitaciones y exigencias son reales, determinadas por los sistemas de salud y por las posibilidades de cada caso. Pero creo que hay que tener cuidado de no apresurarse más allá de lo necesario. Como mencioné, muchas veces nuestras prisas ni siquiera son compartidas por los propios pacientes, que preferirían en cierto grado hacer espacio a otros aspectos que van más allá del motivo de consulta. Y el punto es que escuchar y ocuparnos de ello no es irresponsable, sino que es parte de nuestra profesión. Curar y cuidar.

La buena noticia es que en los últimos años cada vez más los modelos de psicoterapia se ocupan del contexto vital ampliado de las personas que consultan. En lugar de enfocarse exclusivamente en diagnósticos y trastornos, vemos terapias que se enfocan en valores, en los procesos relacionados calidad de vida, y desde allí se abordan los fenómenos que la deterioran. Cada vez más las terapias, sin perder el foco en los problemas específicos y su abordaje, incorporan los procesos interpersonales de conexión, la calidez. En cierto modo, incorporan una dimensión de cuidado, y diría incluso de ternura –palabra que puede sonar un poco discordante en ámbitos académicos, pero que creo que viene haciendo bastante falta en nuestras interacciones sociales. Incluso el foco creciente en el consentimiento informado es parte central de ello, ya que implica tratar al otro como un interlocutor válido que es partícipe activo en la psicoterapia, con sus posibilidades y necesidades, en lugar de un componente pasivo que acata indicaciones sin explicaciones ni permisos.

En la medida en que podamos ser efectivos sin perder la dimensión humana estaremos realmente en el ámbito propio de nuestra profesión. Curar y cuidar. Ser efectivos y precisos en el curar, y ejercitar paciencia y ternura en el cuidar. Nos hemos deslizado problemáticamente en una u otra dirección. Viene siendo tiempo de recordarnos de usar ambas manos al trabajar.

Artículo publicado en Grupo ACT y cedido para su republicación en Psyciencia.

Paginación de entradas

Anterior1…1112131415…36Próximo

Este sitio es posible gracias al apoyo de sus miembros ❤️.  

Únete a la membresía
PSYCIENCIA PRO
  • Inicia sesión
  • Cuenta
  • Cierra sesión
  • Artículos
  • Recursos
  • Webinars
Recomendados
  • El estatus científico de las técnicas proyectivas
  • El diagnóstico del TDAH en adultos: características clínicas y evaluación
  • Cómo actuar cuando alguien expresa directa o indirectamente pensamientos de suicidio
Tips para terapeutas
  • 3 preguntas para realizar cuando tienes la sospecha de que tu paciente está ocultando sus pensamientos suicidas
  • Cómo ayudar a los pacientes con trastorno bipolar a decidir a quién informar sobre su diagnóstico
  • Cómo ayudar a los consultantes que lloran incontrolablemente durante la sesión
Recursos
  • 10 ilustraciones para usar en terapia
  • Comportamientos para una relación saludable (hoja de trabajo)
  • Cómo calmarte después de un ataque de pánico
Podcast
  • «La reinvención del psicólogo», con Augusto Méndez – Watson, episodio 7
  • «Psicoterapia y Pokémon», con José Olid – Watson, episodio 9
  • «Repensando la psicoterapia: infancia, neurodiversidad y el futuro de la intervención clínica» – Javier Mandil, Watson, episodio 18
Webinars
  • ACT para el abordaje de trastornos psicóticos
  • Cómo potenciar intervenciones terapéuticas a través de los estilos de comunicación en DBT
  • Terapia cognitiva conductual para el tratamiento del déficit de atención con hiperactividad en adultos
Psyciencia
  • Contáctanos
  • Publicidad
  • Nosotros
  • Publica
Psicologia y neurociencias en español todos los días

Ingresa las palabras de la búsqueda y presiona Enter.