David Dorenbaum para El País:
(…) “La memoria se reconfigura a partir del presente, es decir, que los acontecimientos y experiencias pasadas se reinterpretan en función del presente. Este recuerdo es a su vez transformador de la realidad social, y promueve nuevas alternativas para interpretar el aquí y el ahora”. La dirección de nuestros recuerdos no es del pasado hacia el presente, sino, por el contrario, del presente hacia el pasado; quiénes somos ahora afecta cómo percibimos el pasado, cómo lo moldeamos, lo remodelamos o incluso lo inventamos.
Existe un malentendido muy común sobre cómo funciona la memoria. Muchas personas creen que sus recuerdos son imágenes fieles de sus experiencias, pero las investigaciones muestran que no podemos confiar del todo en ellos. Cada vez que un recuerdo llega a nuestra mente lo reconstruimos y lo remodelamos, lo que puede llevarnos a añadir o eliminar información del contexto y de los hechos.
Este fenómeno se convierte en un obstáculo cuando una terapia se centra de manera excesiva en explorar y reinterpretar el pasado del paciente. Si los recuerdos no son registros fijos, sino reconstrucciones cambiantes, el riesgo es que tanto el paciente como el terapeuta trabajen sobre versiones distorsionadas de la experiencia. Eso puede generar conclusiones poco fiables o incluso reforzar narrativas que no reflejan lo que realmente ocurrió.
Además, al depositar demasiado peso terapéutico en la exactitud de los recuerdos, se corre el peligro de desviar la atención de los problemas presentes. Una terapia que busca soluciones basándose únicamente en la reconstrucción del pasado puede dejar de lado los recursos actuales del paciente, así como las conductas y patrones que mantienen su malestar en el aquí y el ahora. Por eso, muchas terapias contemporáneas ponen el énfasis en cómo la persona se relaciona con sus pensamientos, emociones y recuerdos, en lugar de validar su fidelidad histórica.