En las grandes ciudades, el aire nunca está del todo limpio. Una neblina de partículas diminutas —tan pequeñas que caben decenas de ellas en el grosor de un cabello humano— se mezcla con cada inhalación. Se sabe que esas partículas, llamadas PM2.5, afectan los pulmones, el corazón, la piel. Lo que ahora empieza a quedar claro es que también dejan su huella en el cerebro.
Un estudio reciente publicado en Science siguió la pista a estas partículas con una precisión inédita. El equipo analizó registros de salud de más de 56 millones de estadounidenses, cruzando códigos postales con niveles de contaminación. Los números mostraron un patrón inquietante: quienes vivían expuestos a mayores concentraciones de PM2.5 tenían más probabilidades de ser hospitalizados por demencia con cuerpos de Lewy, un trastorno neurodegenerativo emparentado con el Parkinson que erosiona lentamente la memoria, el juicio y la autonomía.
Pero los autores no se detuvieron en las estadísticas. Llevaron la pregunta al laboratorio. En ratones, la exposición crónica a estas partículas no solo deterioró funciones cognitivas, también produjo un tipo particular de agregados de alfa-sinucleína, la proteína que se acumula en el cerebro de pacientes con Parkinson y demencia con cuerpos de Lewy. Los investigadores llamaron a estas nuevas formas “PM-PFF”. Son resistentes, tóxicas y capaces de propagarse con rapidez, como si la polución hubiera diseñado su propia cepa de patología cerebral.
Lo más desconcertante fue la coincidencia molecular: los perfiles genéticos alterados en los cerebros de los ratones expuestos eran prácticamente los mismos que se encuentran en pacientes humanos con demencia con cuerpos de Lewy. No era ya un vínculo epidemiológico abstracto, sino un espejo de laboratorio.
Las implicaciones trascienden la biomedicina. Si la contaminación del aire no solo aumenta la probabilidad estadística de deterioro cognitivo, sino que induce directamente los mecanismos que lo producen, las fronteras entre salud pública y salud mental se difuminan. Lo que ocurre en las calles y fábricas se infiltra, silenciosamente, en la memoria de las personas.
El hallazgo también reabre una pregunta social más amplia: ¿cuánto estamos dispuestos a tolerar en nombre del progreso urbano e industrial? Porque cada inhalación en una ciudad saturada de partículas ya no se limita a los pulmones. Puede, años después, decidir la manera en que recordamos, pensamos y reconocemos a quienes amamos.
Referencia: Xiaodi Zhang et al. Lewy body dementia promotion by air pollutants. Science. DOI:10.1126/science.adu4132