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El ambiente al que somos expuestos durante nuestra infancia tienen un poderoso efecto en nuestro desarrollo psicológico y cerebral. Uno de los ejemplos más evidentes es el de los niños que nacen en ambientes de pobreza y los que viven en ambientes con mayor estabilidad económica, en los cuales no sólo se encuentran diferencias conductuales y psicológicas sino también a nivel cerebral.
La investigación publicada el pasado viernes 15 de enero en la revista The American Journal of Psychiatry, ofrece evidencias importantes del efecto de la pobreza en el cerebro. Sus datos sugieren que las principales estructuras cerebrales relacionadas con la regulación emocional y el aprendizaje tienen conexiones más debiles con otras áreas del cerebro. En concreto las estructuras fueron: el hipocampo – región importantísima para el aprendizaje, la memoria y la regulación del estrés; y la amigdala – región que está estrechamente relacionada con el estrés y la emoción.
También se encontró que entre más pobre era la familia, mayor riesgo se encontraba de que el hipocampo y la amígdala tuvieran conexiones más débiles.
Otro dato que preocupó a los investigadores fue que los niños en edad preescolar tenían más probabilidades de sufrir de síntomas de depresión cuando alcanzaban la edad de escolarización.
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La alta exposición que sufren los niños en ambientes de pobreza a los factores ambientales adversos como: estrés, agresividad, exposición al humo del cigarrillo, mala nutrición, poca interacción con estimulos congnitivos, etc. Todo esto incrementa el riesgo de sufrir de trastornos mentales y conductas antisociales.
Pero no todo está perdido. Según los autores de esta investigación, la pobreza no determina toda la vida de los niños y se pueden prevenir sus efectos si se trabaja en diferentes intervenciones que cuiden de su desarrollo emocional y cerebral.
Fuente: Psypost