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La vocación amputada

  • 10/02/2016
  • Rita Arosemena P.
Imagen: Oscar Keys / Unsplash

Una conocida aprovechó recientemente un acercamiento para explicarme detalle a detalle por qué había decidido renunciar a su trabajo. Desde luego, la gente renuncia a su trabajo todos los días, una decisión a la que seguramente le precede un cauteloso análisis introspectivo de las causas de su infelicidad laboral; lo curioso es que pocas veces el análisis gira en torno a las razones que impidieron su felicidad laboral, una revelación que sin duda esclarecería todo lo demás.

«En la vocación religiosa, se supone que quien llama es Dios, pero analíticamente (psicoanalíticamente) el “quién llama” se vuelve mucho más complejo. Yo pensé que quien llamaba era un objeto interno necesitado, o uno externo necesitado y destruido, que llama a la persona para que le ayude. Pensé que “quien llama” era el súper-yo o el objeto dañado mismo (…), pero quien llama es el niño que hemos sido. El niño que hubiésemos querido ser». Marie Langer, psiquiatra vienesa

Esta conocida, por otro lado, sostuvo entre los motivos de su renuncia el tormento que suponía invertir ocho horas de su vida cada día a tomar asiento en una oficina donde todos, en pleno, odiaban trabajar; donde mover un solo dedo para la consecución de cualquier logro no implicaba satisfacción o dicha, y donde lo más parecido a un brote de motivación ocurría en el efímero instante en que un cheque les ocupaba las manos. “No tienen vocación”, acabó diciendo ella. Pero ¿qué es, al fin y al cabo, la vocación?

Dicho de la manera más simple: es una inclinación. Un llamado.

Tradicionalmente, la vocación fue un término reservado para referirse exclusivamente a dos tipos de inclinación: la religiosa y la médica, un fenómeno que en las tribus y pueblos primitivos se conjugaba en la figura del chamán. Ha habido siempre un evidente peso de carácter social en el reconocimiento de la vocación de un individuo, pues incluso entonces no bastaba con sentir un ímpetu o una pasión, ni siquiera con poseer cualidades innatas, sino que era necesaria la aceptación social, que al individuo le fuese permitido atender a su llamado. En ese aspecto, poco o nada es distinto hoy.   

La influencia del medio en la formación del carácter y la personalidad ha sido estudiada desde mucho antes de la consolidación de la Psicología como ciencia. En el siglo IV a.c., Aristóteles ya elaboraba profundos juicios analíticos en su obra “Política” al asegurar que el hombre era, por naturaleza, un animal social, de modo que el individuo que por causas naturales se comportaba de manera asocial no podía ser sino una bestia, o un Dios.

En la contemporaneidad, psiquiatras como Enrique Pichón-Rivière y Ronald Laing realizaron aportes interesantes ligados al tema. Por un lado, Pichón-Rivière se refirió en su teoría social a la imposibilidad del sujeto para separarse de su entorno, incluso refugiándose en el vago concepto de la subjetividad, puesto que el individuo y su aparato psíquico (que Pichón llamó ECRO) estaban conformados a partir de una multiplicidad de voces. El sujeto nunca estaba solo, nunca era solo él, sino un compendio de las voces de todos.

A su vez, Ronald Laing en “Yo y los otros” (1971) habla de la identidad que la sociedad impone al individuo desde la infancia y de la posibilidad, siempre dificultosa, de transformarse en el camino rumbo a la conformación de una nueva:

«Son los otros quienes te dicen quién eres. Más tarde, asumimos su definición o tratamos de deshacernos de ella. Puede suceder que nos esforcemos por no ser lo que muy en el fondo «sabemos» que somos. Puede suceder que nos esforcemos por extirpar esa identidad «extraña» de la que hemos sido dotados o a la que hemos sido condenados, e intentamos crear con nuestros actos una nueva identidad que nos empecinamos en hacer reconocer de los demás. En todo caso, nuestra primera identidad social nos es conferida. Aprendemos a ser lo que nos dicen que somos.» Ronald Laing, psiquiatra escocés

¿Cómo ocurre, entonces, que la vocación es amputada? En definitiva, se trata de un proceso de índole social, pero ¿qué motivos lo impulsan?

Para Erich Fromm, el proceso social requiere la estandarización del sujeto de la misma forma en que la producción en masa requiere la estandarización de los productos. Así que, a los 3 o 4 años, el sujeto es sumergido en un patrón de conformismo tras el cual pasa a ser un miembro más del rebaño; incluso el día de su muerte (esa posibilidad que, citando a Heidegger, es la única que habita todas las posibilidades) el sujeto amaestrado está completamente de acuerdo con su patrón. Este es el componente que Fromm describe como un factor de la vida contemporánea, aquel que convierte al individuo en un “ocho horas” concebido para producir (porque todos producen) y para consumir (porque todos consumen). Cualquier atisbo de un presunto llamado a dedicar toda una vida a una práctica considerada inútil por su núcleo social, es juzgado, denigrado y, en ausencia de un YO fortalecido, aniquilado.

«Desde el nacimiento hasta la muerte, de lunes a lunes, de la mañana a la noche: todas las actividades están rutinizadas y prefabricadas. ¿Cómo puede un hombre preso en esa red de actividades rutinarias recordar que es un hombre, un individuo único al que sólo le ha sido otorgada una única oportunidad de vivir, con esperanzas y desilusiones, con dolor y temor, con el anhelo de amar y el miedo a la nada?»  Erich Fromm, psicólogo alemán.

Cuando a la psiquiatra Marie Langer le preguntaron por el fracaso vocacional y su relación con cualidades como la tenacidad y la perseverancia, hizo referencia a lo que Erik Erikson llamase Fuerza del Yo, un concepto que implica la capacidad de autoreconocerse y reafirmarse, de saber que uno es, que uno vale, que uno puede. Un YO fuerte prevalece porque se protege a sí mismo y es capaz de validarse ante la ausencia de validación; el descreimiento del mundo no hace tambalear los cimientos de su identidad, los obstáculos son trampolines y, los tropiezos, sinónimo de valentía.

Puede que el proceso social guíe al individuo a la renuncia, a la amputación, pero es finalmente el individuo quien decide o no renunciar.

También te puede interesar: Cuando el trabajo te hace infeliz

Referencias:

  • Langer, M. (2008). Marie Langer: Algunos textos Inéditos de Marie Langer. Marielanger.com. Consultado el 31 de Enero de 2016. Disponible en: http://www.marielanger.com/2008/03/txtos-inditos-de-marie-langer.html
  • Fromm, Erich (2007). El arte de amar. . México D.F., México: Editorial Paidós Mexicana, S.A
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Rita Arosemena P.

Graduada en Comunicación y especialista en Educación Superior. Amante de la literatura, el arte y las ciencias (y del café. El café no se lo toquen). Le interesan especialmente la neuropsicología, la psicología evolutiva y la psicopatología. Le apasiona la música francesa y no tiene nada contra Freud.

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