En la Universidad de California Riverside se llevó a cabo una investigación que utilizó videojuegos para evaluar si funcionaba para reducir la ansiedad en estudiantes que se sentían ansiosos mientras esperaban una supuesta evaluación de su apariencia física. El estudio encontró que jugar videojuegos puede ser efectivo, pero no como método de distracción sino como un recurso para estar presente, en estado de flow.
El flow es un estado en el que la mente se orienta por completo al presente. La atención se concentra tanto en lo que se está haciendo que el tiempo y las preocupaciones pierden relevancia. En ese momento, la persona deja de luchar con su ansiedad y, sin intentar eliminarla, simplemente deja de alimentarla. No se trata de escapar del malestar, sino de relacionarse de otra manera con él: a través de la acción comprometida en el aquí y el ahora.
En lugar de quedar atrapada en la lucha interna por sentirse bien, la persona dirige su atención a lo que está haciendo y se conecta con la experiencia presente. Al entrenar esta capacidad de enfoque y apertura, los videojuegos se convierten —quizá sin proponérselo— en un espacio donde se practica algo muy parecido al mindfulness en acción.
Esa misma habilidad puede trasladarse a otros contextos: mantener la atención en lo que importa, aunque la ansiedad esté presente. Los videojuegos, en este sentido, no solo distraen; muestran que es posible actuar, disfrutar y comprometerse con la vida sin esperar a que la mente esté en calma.
Esto no significa que los videojuegos sean una herramienta útil para todas las personas con ansiedad, pero sí pueden serlo para quienes disfrutan de jugar o sienten afinidad con este tipo de actividad.