Psyciencia
  • SECCIONES
  • PSYCIENCIA PRO
    • ÚNETE A LA MEMBRESÍA
    • INICIA SESIÓN
    • CONTENIDO PARA MIEMBROS
    • RECURSOS PARA MIEMBROS
    • TIPS PARA TERAPEUTAS
    • PODCAST
    • WEBINARS
  • NORMAS APA
  • SPONSORS
  • NOSOTROS
Psyciencia
  • SECCIONES
  • PSYCIENCIA PRO
    • ÚNETE A LA MEMBRESÍA
    • INICIA SESIÓN
    • CONTENIDO PARA MIEMBROS
    • RECURSOS PARA MIEMBROS
    • TIPS PARA TERAPEUTAS
    • PODCAST
    • WEBINARS
  • NORMAS APA
  • SPONSORS
  • NOSOTROS

Publicaciones por autor

Buenaventura del Charco Olea

21 Publicaciones
Buenaventura del Charco es Psicólogo Sanitario y Psicoterapeuta. Trabajó como profesor universitario en Madrid y actualmente ejerce de Profesor Invitado en distintas universidades e instituciones y como Psicólogo en Marbella y Granada
  • Análisis

Pobre gruñon

  • 30/05/2025
  • Buenaventura del Charco Olea

Si has clicado en este artículo, probablemente tú o una persona de tu entorno está todo el día gruñendo (eso o te lees todo lo que escribo… pero, ¿qué haces con tu tiempo? Sal y vive, no hay mejor aprendizaje que lo que vivimos y vemos de nosotros en esas vivencias). Y eso no es nada agradable, ni para el que está al lado de esa persona arisca y hostil, y, sobre todo, para el que está todo el día de mala leche.

A nadie le gusta estar todo el día rabioso. Tengo pacientes que sufren de este problema, que no pueden controlar sus enfados o que se enfadan muy fácilmente, y fliparías de ver cómo sufren. Aunque no lo parezca, ellos también son víctimas (aunque eso no les quita su responsabilidad) de su manera de funcionar, pagan un precio altísimo, que voy a tratar de enumerar:

Por un lado, acaban siendo siempre los malos de la película (en parte, se lo ganan claro), de forma que cuando se quejan por algo, aun llevando razón, nadie los escucha o toma en consideración, sus legítimas reclamaciones quedan descalificadas porque les pierden las formas o porque como está siempre enfadado han perdido “el derecho” a decir lo que les parece mal.

Por otro lado, con frecuencia, sus enfados los llevan a sentirse muy solos. No es muy agradable estar al lado de una persona que siempre está rabiosa. Poca gente parece escucharlos o sentir empatía o compasión por su dolor. Lo cual hace que se sientan aún más heridos, y por lo tanto más furiosos. La verdad es que pocos pacientes me han transmitido tanta soledad como aquellos que tienen problemas con la gestión de la rabia…

Además, no es una soledad estándar, es una soledad culposa. Se sienten mal porque están o se sienten solos, ya que es por su culpa, por perder el control, por estar enfadados todo el rato, por no saber manejar su rabia. En su soledad, recuerdan la última vez que “la liaron” perdiendo el control, diciendo aquello tan hiriente que en el fondo no querían decir, haciendo daño a sus seres queridos, alejando a la gente de ellos o “perdiendo la razón por las formas” en algo que sabían que tenían derecho a decir o reclamar.

Muchas veces (aunque esto no es tan frecuente, o yo al menos no lo veo sistemáticamente en la consulta con mis pacientes), no sólo están enfadados con los demás, también están enfadados con ellos mismos y esa agresividad que tienen con los demás, la tienen consigo mismos.

También es muy cansado, discutir y tener explosiones de rabia es realmente agotador. Después de una buena bronca o tangana uno suele quedarse exhausto, (más si le añadimos la culpa anteriormente descrita, que una buena paliza mental a uno mismo cansa como pocas cosas), lo que hace que tengan pocas cosas de nada o se sientan con el derecho a disfrutar de algo.

Finalmente, muchas veces viven esos enfados como pérdida de ansiedad, lo que a muchas personas les genera una fuerte ansiedad, ya que la sensación de no tener el control sobre nuestras propias reacciones y saber que eres un polvorín a punto de explotar a la mínima llama, no es precisamente chilling o relajante. 

Pero, si a nadie le gusta estar todo el día enfadado y pagan un coste tan alto… Entonces, ¿por qué lo hacen?

Primero necesito explicar de forma muy breve cómo funcionan las emociones: hay una necesidad no cubierta, como defenderte ante un ataque o una injusticia, entonces se activa en ti (tú no lo controlas, simplemente pasa, aunque si puedes gestionarla) una emoción de rabia que “motiva” a una conducta (la de cabrearte) que es eficaz para cubrir esa necesidad (la de defenderte), una vez la realizas y te has defendido, no necesitas seguir estando enfadado, así que esa rabia desaparece porque ya ha cubierto su función.

Ese es el proceso de autorregulación emocional “sano”. Lo que Leeslie Greenberg, creador de un modelo de psicoterapia humanista (el tipo de psicoterapia que practico) llamado Terapia Focalizada en la Emoción (que tiene evidencia empírica demostrada) llama “emoción primaria adaptativa”. 

¿Entonces, qué diablos les pasa quienes están todo el día enfadados? Pues que están enganchadas en lo que el mismo Greenberg denomina una emoción secundaria desadaptativa. ¿En qué consiste toda esa palabrería? Pues básicamente, que, estas utilizando una emoción para evitar sentir otra emoción que te cuesta manejar o te resulta amenazante. En el caso que estamos hablando hoy de los eternos gruñones, suele ser la tristeza.

La gente que está todo el día enfadada, suele ser gente que está muy triste, (aunque a veces también es gente que se siente muy débil y vulnerable y compensa tapándolo con todo ese enfado). Se trata de personas que les da un profundo miedo su tristeza, les resulta muy amenazante, por ejemplo porque “llorar es de nenazas”, porque tienen miedo a ser débiles o porque han tenido familiares con depresiones gordas y ellos no quieren eso para sí o sus familiares. Así que tienen que “tapar” esa emoción, intentar no sentirla, y una buena dosis de rabia, es muy eficaz para eso.

Piénsalo: la rabia es lo contrario a la tristeza. La tristeza te mueve a estar de bajón, vivenciarte muy débil, a estar inactivo, intentando no sentir nada. La rabia es subidón, vivenciarte poderoso y lleno de energía.

Asi que probablemente, si estás siempre enfadado, lo que te pasa es que estás muy triste. Intenta mirar esa tristeza, escucharla y darle voz (por ejemplo puedes tratar de escribir sobre ello), y si empiezas a mirar la tristeza y a actuarla, ya no necesitas taparla con el enfado. Si conoces a una persona gruñona y quiere ayudarle, intenta conseguir hablar con ella de si está triste y por qué, no le des consejos y le regañes, simplemente haz lo que haría un perrito: escúchale y quédate a su lado.

Sigue a Buenaventura Del Charco Olea en su página de Facebook o en Instagram.

  • Artículos de opinión (Op-ed)

Cómo pedir perdón

  • 19/09/2022
  • Buenaventura del Charco Olea

Hay veces que una relación importante se destruye. Bien por algo que ocurre poco a poco, comiéndolo todo como una gangrena que se expande, o bien por algún suceso que una de las partes vive como la hoja de una cuchilla que cercena toda posibilidad de relación. Creo que las primeras son más difíciles de reparar que las segundas (el otro se acostumbra a estar dolido y poco a poco empieza a vivir la relación como una fuente de sufrimiento que como algo nutritivo, mientras que en las que se rompen de golpe queda el anhelo o el recuerdo de ese vínculo como algo bueno). Pero también que la capacidad de amar de las personas es algo increíble, muchas veces capaz de cosas tan hermosas como el perdón o dejar una puerta que no se cierra del todo al otro, si bien para todo ello, como para casi cualquier proceso humano, deben darse las condiciones adecuadas.

Dicho esto, también quiero rebajar tus expectativas con este artículo: no hay fórmulas perfectas que garanticen nada cuando se trata de relaciones humanas. Las personas tienen capacidad de libre elección, por lo que no depende exclusivamente de ti que las cosas en una relación de dos ocurran, por mucho que lo hagas perfecto. Así que está bien si este artículo te ayuda o te da ganas de intentarlo, pero asume que tu margen de maniobra es el que es.

Como pedir perdón parece un proceso sencillo, que aparentemente consiste en pronunciar las disculpas, pero va mucho más allá. En primer lugar, hay que mostrar empatía y un reconocimiento sincero del dolor del otro y, en segundo lugar, debemos realizar alguna acción “reparadora” del malestar del otro.

Reconocer el daño del otro requiere de una condición previa: que empaticemos con el otro como para entenderlo, y en caso de no ser capaces de hacerlo, pedirle humildemente al otro que nos lo explique. El error habitual aquí, suele ser el de negar la vivencia del otro, con frases del tipo “te pido perdón, aunque no es para tanto” o “si algo te ha ofendido te pido disculpas, pero no creo que…” y similares que convierten la disculpa en una mera formalidad, ya que estás recalcando que no hay nada de lo que disculparse, y es culpa del otro el estar enojado. Otro error frecuente es el de pedir disculpas justificándose o presentando la ofensa como la consecuencia de la conducta del otro “te pido perdón por enfadarme, pero es que me llevas al límite” o “discúlpame por entrometerme, pero si no lo hago yo tú no lo haces” o mierdas similares.

Así que antes de preguntar cómo pedir perdón a mi pareja, amigo o a quien sea, piensa en primer lugar si estás dispuesto a asumir que el otro tiene derecho a estar dolido, y, sobre todo, si el dolor del otro te importa por encima de llevar razón, señalar lo que el otro hace mal o justificarte.

Entiende además que el otro necesita ver que te importa su dolor y que quieres acogerlo, aunque eso implique oír cosas que no te gusten porque te ponen como el malo de la película, pues siento decirte que si lo que pretendes es un “pasar página” o “seguir adelante” o “borrón y cuenta nueva” lo que quieres es estar bien, no reparar el daño. El dolor requiere ser expresado, legitimado y acogido para sanar. La persona dolida necesitará, a veces en repetidas ocasiones, expresar cómo se siente con lo sucedido y explicar en detalle por qué le ha dolido y cómo eso le enfada o decepciona profundamente, y a ti te tocará oír ese discurso doliente varias veces. No puede haber arrepentimiento si queremos pasar por algo lo sucedido, si deseamos dejarlo atrás: cuando algo te importa, lo atiendes.

Son ya unos añitos como psicólogo y creo que ninguna fórmula es más eficaz que decir: “claro que quiero arreglar las cosas contigo, pero sobre todo lo que me importa no es si estamos bien, si no el hecho de que tú estés dolido. Por favor, cuéntame qué te duele, pues, aunque sea incómodo para mí oírlo atender tu dolor me importa más que nada”. Joder, qué frase, tiene muchísima miga: en primer lugar, porque muestra que estamos de verdad dispuestos a lo que sea necesario para arreglarlo, en segundo lugar, porque le damos permiso al otro para estar mal y sobre todo, porque muestra un interés real en la persona, en el otro, por encima de lo que yo quiero, que es volver a tener relación.

Por orgullo, por falta de empatía, por miedo a lo que nos diga el otro o por culpa, muchas veces queremos arreglar las cosas y el otro siente que no importa, si no que importa arreglarlo y ya, sintiéndose utilizado o doblemente dolido porque su dolor vuelve a no importar y a ser negado.

El otro proceso del asunto, una vez reconocido, validado y acogido el dolor del otro, es el de realizar una acción reparadora. En todo manual sobre como arreglar mi relación de pareja, familiar o amistad, este debería ser al menos, el otro 50 % del volumen. Y es que reconocer el dolor del otro es una parte importantísima, pero se quedaría en un brindis al sol, vacía de contenido, si no hiciésemos algo para intentar reparar el daño que hemos realizado. Cuál es esa acción en cada caso es difícil de saber, pues dependerá enormemente de qué ocurrió y de cómo es el otro y lo que valora. Además, muchas veces el daño no puede deshacerse, pero creo que más que la eficacia de dicha acción reparadora es la intención lo que importa: que el otro nos vea dispuestos a hacer algo incómodo, intentarlo de corazón o esforzarnos por él, le transmite que realmente nos importa, y eso suele pesar mucho.

Por cierto, otra cosa que te recomiendo, en vez de buscar por internet, es acercarte al otro y preguntarle con sinceridad y humildad, qué necesita para que podáis arreglar de una vez por todas, lo vuestro. Y es que, en las relaciones, nos sentimos tan asustados, que muchas veces, se nos olvida preguntar.

  • Análisis

Se murió y sentí liberación

  • 05/07/2022
  • Buenaventura del Charco Olea
man in black suit standing near the coffin

Creo que esta es una de las frases que más les cuesta verbalizar a mis pacientes, no sé tanto si por el hecho de que otro las oiga y les juzgue (en este caso yo) o por si les da miedo oírselas decir en voz alta. Hay verdades duras, frías, contundentes y demoledoras como una viga de acero forjado. Pero como decía el gran Fritz Perls “lo que es, es” y es absurdo juzgarlo como correcto o incorrecto, cuando simplemente, es una jodida verdad. Un hecho. La descripción honesta y observadora de un fenómeno.

Nos cuesta entender los motivos para esa frase, que más bien es la verdad profunda que experimentan (yo también la experimenté) todas aquellas personas que tienen que acompañar durante un proceso doliente a un ser querido que está muy enfermo y supura dolor y sufrimiento por cada poro de la piel. Si te paras a pensarlo, lo jodidamente ilógico sería que uno no experimentase liberación cuando esa persona fallece. En primer lugar, por el difunto, que estaba pasando la mundial, sufriendo, viéndose impedido (y muchas veces vejado y humillado, que las enfermedades y cómo nos lastran y limitan tienen tela) y quizás con ganas, o no, de aferrarse a la vida, pero desde luego pasándolo mal e incluso sufriendo alteraciones de carácter o personalidad, que van asociadas a muchas enfermedades… Cuando se llega a las fases crónicas o finales de la enfermedad, donde enfrentar el dolor puede sí tener un sentido espiritual o personal (que eso cada uno decide si se lo da o no) pero no clínico, porque no hay mucho más que pueda hacerse para evitar lo irremediable, luchar contra el dolor y el sufrimiento puede parecer algo que no renta o no tiene un por qué claro, y ahí suele ser mejor acabar de una jodida vez.

Si lo miramos por parte de los seres queridos, o más bien si intentamos empatizar con ellos, pues es normal que una parte de ellos sienta liberación: porque no quieren ver sufrir al enfermo, pero también porque ellos sufren en esa situación. Poco más doloroso que ver como alguien se apaga entre retortijones de dolor, por experimentar esa impotencia frustrante de ver a un ser amado sufriendo y no poder hacer una puta mierda para aliviarle el dolor, por tener que aguantar el tipo y “ser fuerte” y negando su propio dolor para echarse a la espalda el problema, que alguien tiene que tirar del carro en estos momentos difíciles, reprimiendo emociones de tristeza, ansiedad o ira, teniendo el vértigo de tener que asumir responsabilidades, de tomar decisiones en las que no hay respuesta clara y sobre qué es lo adecuado. Es algo difuso. O cargar con el bienestar de otros que se apoyan en uno en un momento de extrema debilidad. Como decía John Stevens hay “(…)una debilidad que reside en el hecho de ser fuerte”.

Y luego está la autoexigencia y la culpa, claro que sí, no vaya a ser que en un momento de extrema dificultad aflojemos un poco con nosotros mismos, nos demos un puñetero respiro. Así que ahí estamos, reprochándonos que debiéramos hacerlo mejor, que no debería afectarnos o que se nos notase, torturándonos sobre si se pudiese haber evitado…

El caso es que aparece esa verdad interna: “uf, menos mal que se ha muerto, que me he liberado de esta carga, que ya no siento esta presión y frustración” y es difícil no sentirse terriblemente mal. Nos culpabilizamos por algo que es ajeno a nuestro control, por lo que sentimos. Y esto me parece importante recalcarlo: no tenemos absolutamente ningún control sobre nuestras emociones. Es imposible decidir sobre ellas, igual que sobre cualquier otra función fisiológica (hambre, sueño, fiebre, dolor…) simplemente, podemos reprimirlas e ignorarlas o decidir darle salida de una forma más o menos coherente, a veces ni eso. Pero parece que eres mala persona, parece que si sientes eso es que no le querías o que no te importaba realmente… Parece, en suma, que nos cuesta entender que las personas tenemos diferentes partes de nosotros, y una puede sentir pena y desgarro por lo perdido y otra liberación, hasta júbilo, no por la pérdida del ser querido, sino de la situación que en ese momento estaba ligada a su existencia. Entender que sobre las emociones, lo cortés no quita lo valiente y que debemos aprender a darle un espacio a cada una de nuestras partes y de sus necesidades, que podemos responsabilizarnos de las decisiones que tomamos, pero no de lo que sentimos.

Por desgracia, se sigue hablando mucho de permitir la tristeza en el duelo y la pérdida, de cuidar al cuidador, pero poco de no juzgarlo y de permitirle expresarse y sentir honestamente, puede que desde fuera nos choque, pero siempre hay un motivo para ello…

Artículo publicado en el blog de Buenaventura del Charco Olea y cedido para su republicación en Psyciencia.

  • Artículos de opinión (Op-ed)

Lo que veo en consulta y no es psicoterapia

  • 19/04/2022
  • Buenaventura del Charco Olea
shouting woman with hands on head in dim red light

Cada vez atiendo más a personas que no tienen un diagnóstico reconocible, de los existentes en los manuales científicos, sino que vienen con problemas dispares y sobre todo, una sensación de insatisfacción, agotamiento vital fruto de una continua pelea entre una parte de si que se exige y pone metas y otra que no las alcanza y siente que ni quiere ni puede más. Además, cuando las consigue, no le llenan plenamente, con una exigencia imposible de ser saciada que tortura mucho cuando no alcanza algo, pero luego, rápidamente, pide otra meta y otra más.

Veo pacientes que han pasado por uno o dos profesionales (coach, psiquiatras, psicólogos…) y que, si bien han mejorado algunos aspectos mediante técnicas, siguen en términos generales con una sensación de desbordamiento y de malestar profundo, de un no entenderse a sí mismos y de no poder parar unas dinámicas de vida en las que se meten sin saber muy bien por qué coño lo hacen (enfados, querer controlar todo, desfase e impulsividad, postureo…).

Creo que todo esto señala el fracaso de una psicología muy centrada en el problema y poco en lo que le ocurre al individuo en su realidad más profunda: cuáles son sus grandes miedos, qué intentan conseguir o evitar con esas cosas disfuncionales que hacen (se exigen hasta la ansiedad por miedo a que si no funcionan no les querrán, se obligan a ser fuertes por el miedo a ser atacados o rechazados, no ponen límites o toman decisiones por el pánico al fracaso o porque se sienten débiles, etc).

Pero, sobre todo, considero que evidencia además que se tratan de forma excesivamente individual los problemas de la persona sin ver cómo afectan variables de la era que estamos viviendo: la continua comparativa y tener que aparentar éxito y felicidad inherentes a las redes sociales, que hace que la gente esté insatisfecha de cojones con su vida / competencias y habilidades/aspecto físico/pareja porque es imposible que si en 15 minutos de redes ves a 35 personas, tu vida sea mejor que la de todos esos en todos los aspectos.

También está el hecho de que vivimos en una sociedad que ha roto ideas y reglas que creíamos irrompibles y a las que nos negamos a renunciar (con bastante sentido común): el esfuerzo ya no parece tener las recompensas de mejora económica y estabilidad que tenía anteriormente (aunque sigo creyendo en la meritocracia, desde luego actualmente está escacharrada), la inestabilidad del mercado laboral, la vivienda o la pareja, con cambios continuos y requisitos cada vez más disparatados en los que construir proyectos a largo plazo parece imposible con nuestra vida actual.

Se ignora también, otro gran factor que a mí entender es clave: la vorágine del consumismo. Éste se basa en crearnos necesidades que no son reales pero que nos hace vivir en una continua insatisfacción por todo lo que “deseamos” en una lista que crece cebada por una publicidad brutal en la que se añaden cosas mucho más rápido que la que lo podemos conseguir y que además hace que cuando hacemos algo, en vez de disfrutarlo ya estemos pensando el próximo y frustrado por no tenerlo. Y esto no es lo peor, sino que nuestro tiempo, recursos y esfuerzos se vuelcan en esta lista en vez de en cosas más ambiguas pero más importantes como los principios y valores, la familia, el autocuidado, el pensamiento crítico, los seres queridos o lo comunitario.

La tecnología nos ha dado muchas ayudas, pero también ha creado un ecosistema y unas demandas a las que nuestro cerebro no está preparado ni adaptado, como que todo sea disponible todo el rato, el famoso “multitask” o el imperativo de la inmediatez, todo lo cual nos lleva a la ansiedad por no llegar a todo, la sensación de no poder desconectar o una impaciencia e intolerancia a la frustración mucho mayor que la de nuestros abuelos.

Finalmente, el cambio de paradigma social en la que los argumentos han sido sustituidos por los sentimientos, donde vivimos en la esquizofrenia de que se nos bombardee con una idea de “perfección” contÍnua pero a la vez se hable de la normatividad como el demonio o de pedir que sea siempre lo externo quien deba responsabilizarse de cómo me estoy sintiendo. Como si yo no tuviese nada que ver y todos los problemas fuesen únicamente sociales (lo que convive con un extremo individualismo en un discurso totalmente incongruente), o la información y política basada en el frentismo donde las ideas del otro me son tan ofensivas e intorolerables que sólo puedo censurarlo, indignarme, juzgarlo o exigir su cancelación.

Mucho social, espiritual, económico, filosófico, tecnológico que añadir a lo psicológico, por eso supongo, cada vez leo más sociología, filosofía o antropología que psicología.

Visita la página de Buenaventura del Charco Olea.

  • Artículos de opinión (Op-ed)
  • Ciencia y Evidencia en Psicología

Del éxito en el colegio al fracaso en la universidad

  • 25/10/2021
  • Buenaventura del Charco Olea
man studying inside the classroom

Cada cierto tiempo tengo uno de estos pacientes: chicos (normalmente varones) que durante su etapa en el instituto sacaban muy buenas notas, eran aplicados y se esforzaban pero que cuando les toca irse a realizar sus estudios universitarios, padecen una fuerte crisis existencial. Estos jóvenes se vuelven extremadamente apáticos, con poca capacidad no sólo para cumplir sus obligaciones como acudir a clase o estudiar, sino también para cosas que, en principio, parece lógico que les motivasen como salir de fiesta o echarse una novia. Sus días trascurren haciendo cosas que acaparan por completo su atención y les permite abstraerse de su realidad, “no pensar”, como jugar a videojuegos, pasar las horas muertas en internet, consumir series en atracones o fumar porros.

Aunque casi todo el mundo lo que ve de ellos es su falta de disciplina y trabajo (luego voy con eso) hay una cosa que es la que me llama poderosamente la atención: No son balas perdidas o fiesteros empedernidos, calaveras que se estén “desfasando” y su motivación parece más dirigida hacia tratar de “no sentir” que la búsqueda de experiencias. Cuando tenía 20 años, que no hace tanto de ello (actualmente tengo 34) en general se hablaba más del joven perdido que buscaba estar todo el rato “desfasándose” en el consabido botellón, que salía todos los días que podía y siempre encontraba una excusa para irse de jarana. Aquel que acudía a las clases modo zombie debido a la falta de sueño (recuerdo cuántos buenos ratos pasé en el botellódromo de Granada, y como te encontrabas al día siguiente a los compañeros que viste de fiesta saliendo con la cara de cadáver en la cafetería de la facultad, pidiéndonos un café para no quedarnos dormidos en clase y tratando de rehacer el cuerpito post fiesta y resacoso).

Estos chicos de los que hablo, en cambio, viven en modo zombie pero no por el cansancio de las noches de fiesta, sino porque intentan pasar por la vida como muertos vivientes. Viven una vida grises y apáticos como un anciano de 80 años sin sueños. Estoy pensando ahora mismo en algunos que tengo en consulta cuando escribo este artículo y se me parte el puto corazón (sobre todo con los dos a los que no supe ayudar y veía la desolación de la desesperanza en sus ojos).

No quiero hacer apología del sino de mi generación y mucho menos de la anterior, donde la heroína o “la ruta del bakalao” fue un problema gordísimo, pero me parece que al menos queríamos sentir cosas, estar vivos, había algo que nos motivaba y nos empujaba.

¿Por qué les pasa esto a tantos jóvenes hoy en día?

Como siempre que se debaten estos temas, lo primero es decir que voy a hablar de un fenómeno, pero que trata de describir lo que ocurre en personas, y las personas, son “cada una de su pae y de su mae” que decimos en Granada, por lo que por obligación este artículo dará unas explicaciones estereotipadas, reduccionistas y posiblemente necesarias pero no suficientes para explicar cada caso individual, sobre todo ese por el que posiblemente estés leyendo este artículo y que te preocupa.

Para empezar, creo que el factor clave es el miedo al fracaso, son niños que se sienten poco válidos (aunque hayan “triunfado” o todo les haya ido bien), con lo que se denomina una fuerte autoestima basada en el logro, que consiste en que sienten que su valía como individuos, lo dignos de ser amados que son, depende de sus logros. Normalmente suelen ser niños que han sido muy estimulados o exigidos desde el plano académico, no tiene porque haber sido de forma dura ni castigadora (muchas veces incluso ha sido en forma de atención y ayuda) pero sienten que el contacto con ellos y el interés hacia ellos siempre han girado en torno a sus logros (el interés era por lo que podían conseguir o conseguían no por ellos como individuos), interiorizando un mensaje de que “tanto logro tanto valgo”. Claro, cuando eso ocurre el miedo al fracaso es enorme, paralizador, ya que, si intento algo y no lo consigo, perdería mi valía como individuo y nadie me amaría. Ese bloqueo paradójicamente les hace fracasar, lo que hace que les de más miedo intentarlo (a fin de cuentas “han fallado” pero no lo han intentarlo) y entran en un difícil círculo vicioso.

Esto hace que, por lo general, sean chicos que se sienten terriblemente solos (aunque a veces estén rodeados de personas o sus padres) ya que nadie parece ver su pena o interesarse por su “yo real” más allá de la hoja de servicios y su expediente académico. Muchas veces viven el estar con otros como una situación amenazante, ya que temen hacer algo que evidencie su falta de valía y fracasen, o tienen una sensación visceral de que a nadie les importa realmente quienes son.

Muchas veces sienten que simplemente han vivido alineados, haciendo “lo correcto”, lo que se espera de ellos en esa consecución de logros, y nadie les ha preguntado realmente qué querían hacer o no han podido escoger…. Aunque no siempre, algunos me cuentan en consulta que si ellos no importan, ¿por qué iban a esforzarse en nada? A fin de cuentas, ellos no merecen la pena.

Es esa falta de sentido de vida, de certeza sobre quienes son ellos y qué quieren más allá de conseguir triunfoses el otro gran factor de su falta de actividad. Cuando no tenemos un por qué, una motivación íntima, esforzarse o avanzar es terriblemente pesado, y ellos sienten que importan poco o no saben quienes son realmente, más allá de ser quienes conseguían esos logros por los que eran amados.

Cuando la vida no tiene mucho sentido, tenemos un miedo atroz al fracaso y no sabemos realmente qué queremos ¿para qué intentar nada? ¿para qué exponerme a fracasar? Mejor batirme en retirada existencial, recluyéndome en una realidad donde no hago nada y por tanto no puedo fallar, donde no tengo que mantener esa pesada fachada de éxito y triunfo para que otros me quieran y detrás de la cual nadie me ve (ni siquiera ellos mismos).

Pero no son simples víctimas, la vida no es sólo lo que nos toca vivir. A la famosa frase de Ortega y Gasset de “yo soy yo y mis circunstancias” hay que añadir un “y cómo yo me posiciono ante ellas y cómo decido encararlas”. Con frecuencia la falta de disciplina, la vida cómoda donde han tenido de todo o que con frecuencia se han vivido sobreprotegidos a pesar de las exigencias en los logros (eso explica en parte su miedo y huida, pues se viven incapaces de encarar el dolor) suele hacer que se batan en retirada, que prefieran esa vida no vivída (para mi la más triste de las opciones) y que no se rebelen contra esa sensación. Que no griten su dolor y pidan ayuda, que se instalen en la comodidad de un discurso indolente sobre sí mismos y la falta de sentido de la vida o que, sencillamente, traten de llenar el vacío con cosas que no le hagan pensar para no ver su propio dolor.

¿Cómo ayudarles entonces? Transmitiéndoles una preocupación genuina por ellos, más allá de que estén fracasando, haciéndoles ver que su dolor nos conmueve y que su fracaso nos preocupa más que nos estorbe. Cogiéndoles la mano y estando a su lado.

Y si en vez del ser querido de uno de esos chicos, tú eres el chico, decirte, que esto tú también lo puedes hacer contigo: en vez de huir quedarte contigo en tu pena, acompañarte por duro que sea, porque a ti si te importas más allá de tus logros.

Artículo publicado en el blog de Buenaventura del Charco Olea y cedido para su republicación en Psyciencia.

  • Ciencia y Evidencia en Psicología

Cómo ayudar a alguien que está jodido

  • 02/08/2021
  • Buenaventura del Charco Olea

Creo que tener mal a un ser querido es una de las peores experiencias posibles. Verle destrozado, roto por la preocupación, el miedo o el dolor arrasa con uno por dentro. Sentimos, o más bien decidimos, que su dolor es el nuestro porque nos importa, porque le queremos, y eso nos mueve a intentar ayudarlo, a querer hacer lo que esté en nuestra mano por calmarlo, y, sobre todo, por intentar solucionar su problema.

El problema es que muchas veces es esa angustia que sentimos al ver sufrir a un ser querido lo que nos lleva a hacerlo de forma brusca, y sobre todo, tratando de “zanjar” el asunto cuanto antes: darle una solución y animarlo. Esas prisas (aunque evidencian lo mucho que nos importa la persona y nos conmueve su dolor) conllevan una serie de problemas y errores frecuentes que voy a intentar desgranar es este texto.

En primer lugar y como regla fundamental, no critiques ni juzgues a la persona que está mal, por mucho que su malestar provenga de sus propias acciones o actitud al encararlo. Básicamente porque si está jodido, que le metas los dedos en las heridas no le va a ayudar, más bien lo contrario, y, a la postre, si se siente atacado se cerrará en banda y no escuchará nada de lo que le digas, por mucho que sean verdades como puños. Piensa en un niño llorando, angustiado y lleno de dolor y rabia, ¿crees que en ese estado emocional va a entender nada de lo que le digas? Primero necesita consuelo, y, una vez se calma, puede tener apertura mental para otras cosas.

Si los problemas son fruto de su comportamiento, muestra interés y ayúdale a entender por qué lo está haciendo mal y se sabotea, preguntas del tipo “¿qué es lo que te lleva a actuar así? ¿de qué tratas de protegerte con eso?” son frecuentes en las terapias porque son tremendamente clarividentes. Muchas veces hacemos las cosas mal y no las podemos cambiar porque no entendemos por qué funcionamos así.

Como segunda idea, céntrate en la persona más que en el problema en sí. Por un lado, porque muchas veces te vendrán con un problema sin solución (“mi madre ha muerto”) o que tiene una solución que no depende al 100% ni de ti ni de él (“estoy en el paro”). Con frecuencia, como vemos mal a un ser querido nos centramos en el problema, ya que es algo más “neutro” y que cuesta menor mirar que el dolor, pero cuando las personas tienen un problema, en el fondo tienen dos: el problema en sí y cómo se sienten con el problema propiamente dicho.

Normalmente las personas se sienten furiosas consigo mismas, tristes por lo que ocurre, asustadas o vulnerables por el problema, ya sea porque es algo que va inherente en el problema en si (como cuando cierra la empresa en la que trabajamos), porque toca algo de ellos, como por ejemplo tienen poca autoestima y todo lo atribuyen a que son tontos, o porque para manejar su dolor entran en esos estados mentales de preocupación o culpa. En ese segundo problema (el cómo se sienten con ello) siempre puedes hacer algo, porque no es lo mismo estar triste porque te ha dejado tu novia y sentirte solo, que estar triste porque te ha dejado tu novia, pero sentirte acompañado por tu amigo. Muchas veces, al centrarte en el problema, dejas a la persona sola (no le preguntas por cómo está, no le das cariño, ya que sólo hablas de “cómo solucionarlo” o de lo que ha pasado).

Artículo recomendado: Cómo ayudar a un ser querido que sufre problemas de salud mental

No le pidas que sea optimista o mire el lado bueno de nada, la persona está mal, está con su dolor, la vida le ha dado un buen golpe y tiene derecho a estar así (de hecho, estará así hasta que alguien le de consuelo) ya sea él mismo, pero también, y eso sí que es una ayuda eficaz, puedes ser tú. Antes de hacer algo y librar una batalla necesitamos reponernos del golpe y curar las heridas (aunque sólo sea parcialmente) y tenemos derecho a gritar o llorar de dolor un momento. El mal llamado “pensamiento positivo” está privando a la gente del derecho a lo que es la respuesta natural, cuando algo te duele, estás triste. Sería incongruente y profundamente deshonesto que no fuese así. No culpabilicemos a la gente por estar mal cuando algo le duele y la vida le golpea. Además, que no mirar el problema y ver “el lado bueno” no le va a ayudar a solucionar el problema ni a asumir su difícil y no querida situación actual. Y para salir de algo, primero tienes que aceptarlo y eso sólo se hace mirándolo y llorando.

Tampoco le digas a la persona “que pase” del problema o que no es tan importante, si su cabeza va a ese tema una y otra vez, es porque ese tema tiene algo por resolver y no necesita evitarlo, sino responsabilizarse y afrontarlo. Además de que psicológicamente no es posible, estamos diseñados para que nuestra atención se focalice en ello.

Quédate a su lado y ofrece un hombro sobre el que llorar, muéstrale que te conmueve y te importa. Normalmente, necesitamos más un bastón en el que apoyarnos que un consejero.

Artículo publicado en el blog de Buenaventura del Charco Olea y cedido para su republicación en Psyciencia.

  • Artículos de opinión (Op-ed)

La trampa de la autoestima

  • 29/07/2021
  • Buenaventura del Charco Olea

Durante muchos años, en la psicología se habló del tema de la autoestima como la piedra filosofal, parecía que todo el bienestar de una persona, incluso su éxito laboral, dependía de que desarrollase una buena autoestima y en consecuencia de ésta, seguridad en sí mismo. Posteriormente surgieron otras modas (por desgracia en la sanidad también existen), pero la autoestima probablemente sea de los temas que siempre siguen ahí.

Y me parece lógico, porque en gran medida llevan razón (aunque quizás se exagerara al venderlo como una receta de la felicidad), pero el problema es que lo explicaron de forma errónea, casi diría que perversa.

Las corrientes más cognitivas de la psicología (aquellas que postulan que las personas actúan y se sienten en función de cómo piensan y entienden el mundo) explicaron mal este concepto, que se deformó como una caricatura de la idea original, de forma que muchos de los grandes psicólogos, incluso de las corrientes cognitivas como Albert Ellis, llegaron a criticar enormemente este mensaje. ¿Si es tan importante, cuál fue el problema?

El problema fue que se vendió la idea de que la autoestima era el resultado de un balance interno que la persona hace sobre sí misma, básicamente que pones en un lado de la balanza todas tus cosas buenas y en otra todas la malas, y si pesan más las buenas, es que tienes buena autoestima. Como resultado de ello, las personas entramos en un estado de auto evaluación, de examen con uno mismo continuo, y ante la angustia de que ese examen interno pudiera ser negativo, nos exigíamos mejorar continuamente, fustigándonos para lograr alcanzar más metas y objetivos para así tener el derecho a sentirnos bien con nosotros mismos. Se confundió por tanto, autoestima con autoconcepto, cuando son dos cosas muy diferentes.

Durante años se trasladó mucho (todavía hoy puede verse mayoritariamente entre muchos psicólogos españoles para mi asombro, frustración y por qué no decirlo, cólera indignada) éste mensaje y se probaron intervenciones psicológicas en esta dirección: Hacer que la gente en vez de mirar sus defectos, mirasen sus virtudes. Esto no sólo fracasó estrepitosamente, no consiguiendo mejoras significativas en el bienestar de la gente (si te interesa el tema puedes leer «Se más amable contigo mismo» de Kristin Neff, una de las grandes investigadoras del tema), sino que siguió fomentando a la gente a evaluarse continuamente, y esto -aunque fuese una evaluación positiva- es terrible, ya que le dice a la gente que su valor como personas depende de ello.

Pero tratarse bien no es sólo llorar por uno mismo, sino también estar dispuesto a pelear cuando toca, porque cuando uno ama a algo, (como espero que a ti mismo) estamos dispuestos a defenderlo, aunque eso implique enseñar los colmillos.

La meritocracia, tan positiva en algunas áreas, se llevó a la valoración de las personas en su faceta más humana, íntima y privada: en su relación consigo mismas, en su compromiso consigo misma, en su empatía intrapersonal, en su valía personal.

Tanto sabes hacer o tanto tienes igual a tanto vales se convirtió en la nueva y perversa premisa, como si el valor de un individuo dependiera de ello. ¿Qué es entonces la autoestima real? Si miramos el origen epistemológico de la palabra, autoestima significa «con nosotros mismos» y «amor», es decir, amarnos. Si para amar a otros no necesitas ver sus virtudes o defectos, ¿por qué sí tienes que tenerlos en cuenta contigo mismo para decidir si te mereces amarte o no? El amor, para que se real, ha de ser basado en la aceptación incondicional, y no en una evaluación interna.

El amor es un verbo, no un concepto o una evaluación. Amar es una decisión que se actúa cada día, tratándonos bien en la adversidad, sobre todo siendo compasivos con nuestro dolor, ahí es cuando es bueno que nuestro dolor nos importe como para hacernos llorar, que nos conmueva profunda y amorosamente. Esto no debe confundirse con el victimísmo, el derrotismo o ser negativo, se trata de ofrecernos un hombro sobre el que llorar, de acompañarnos en eso sin meternos más caña y juzgarnos. Para curar las heridas, para tratarnos con respeto.

Pero tratarse bien no es sólo llorar por uno mismo, sino también estar dispuesto a pelear cuando toca, porque cuando uno ama a algo, (como espero que a ti mismo) estamos dispuestos a defenderlo, aunque eso implique enseñar los colmillos. Luchar por protegernos, por lo que es importante para nosotros, de forma responsabilizada y honesta, porque no vamos a permitir que nos hagan daño sin plantar cara.

Nada da más seguridad que saber que tienes un aliado, una persona que siempre estará dispuesto a pelear por ti y no te abandonará por duro que sea el combate. Nada da más consuelo que ser escuchado, consolado y arropado por una persona que siempre te acogerá y nunca te dejará solo.

Porque cuando estamos mal, nuestra parte torpe y defectuosa necesita el compromiso sincero de acompañarla en el dolor, darle consuelo y animarla a luchar por ella. Porque esa parte (aunque sea la que no nos gusta), también eres tú, y posiblemente sea la que más necesita ser amada.

Porque mereces la pena.


Buenaventura del Charco Olea, es el autor del libro Hasta los cojones del pensamiento positivo. Puedes comprarlo en Amazon en versión digital o impresa.

  • Ciencia y Evidencia en Psicología

Nuka, el robot que puede utilizarse en el tratamiento psicológico de niños y adultos mayores

  • 25/02/2021
  • Buenaventura del Charco Olea

Entrevista con el Ph. Dr. Shibata, Ingeniero del Instituto Tecnológico de Massachusetts sobre la aplicación de inteligencia artificial y robots en las intervenciones psicológicas.

Hola, Dr. Shibata. Antes de que empecemos me gustaría agradecerle el hecho de que viniese a mi ciudad, Marbella, para explicarnos Nuka (aunque se haya comercializado como Paro en los otros lugares del mundo). Nuka, un robot con inteligencia artificial que puede interactuar con las personas. ¿Podría explicarnos por favor y en detalle qué es exactamente Nuka?

Nuka/Paro es un bebé foca para terapia conductual animal robótica en hospitales, residencias de mayores y hogares para gente que no puede interactuar con animales reales. Nuka es un dispositivo médico en los Estados Unidos y pronto también en Europa. 

Tengo que reconocer que la apariencia del robot es impresionante. Creo que fue maravilloso y debo reconocer que me fue imposible no sonreír cuando les vi a ambos interactuar y cuando el robot demandaba su afecto. ¿Qué le hizo llevar a cabo ese diseño? ¿Hubo algún tipo de investigación al respecto?

Desarrollé varios prototipos y experimentos en conducta psicológica de acorde a investigar la aceptación de los diferentes tipos de animales para las personas. 

¿Cuál diría que es el mercado objetivo para Nuka? ¿Qué tipo de cuestiones puede mejorar esta mascota-robot?

Nuka puede ser usado desde niños a mayores en numerosos tipos de situaciones y tiene tres tipos generales de efectos de mejora: efectos psicológicos (mejoras en el humor, el dolor, la ansiedad, la depresión y la motivación), efectos fisiológicos (mejoras en el estrés y también en los signos vitales como la presión sanguínea y el corazón) y efectos sociales (mejora en la comunicación y la sociabilidad). Como utensilio médico en los Estados Unidos, Nuka puede ser prescrito para pacientes diagnosticados con dolor, ansiedad, depresión y trastornos de sueño y comportamiento como agresión, agitación o comportamiento errático. También para pacientes con demencia, cáncer, trastorno de estrés postraumático, daños cerebrales y Parkinson. Nuka puede ser prescrito para rehabilitación en habilidades motoras, hablar o problemas al tragar. El coste del tratamiento para prescriptores y terapeutas puede ser reembolsado por los seguros médicos y privados en Estados Unidos. Puede ser prescrito en servicios médicos para el hogar y también en servicios médicos institucionales como hospitales, hospicios e instalaciones de enfermería especializada. Nuka es una terapia no farmacológica que reduce las medicaciones psicotrópicas que tienen problemas como efectos secundarios y un amplio coste. Hay numerosos casos de evidencia clínica, incluyendo los ensayos aleatorios controlados.

Es realmente fascinante el hecho de que no solo ayuda a nivel psicológico, sino también a uno físico, reduciendo el uso de la prescripción de medicamentos y el alto impacto que ello tiene en el paciente. ¿Aprende el robot de diferente manera en cada paciente? ¿Es capaz de reaccionar de diferentes maneras con cada persona en un contexto donde haya numerosos usuarios (como una residencia de ancianos)?

Nuka no reconoce con quién está interactuando, por lo tanto si hay muchos usuarios que interactúan con Nuka no puede aprender de cada uno independientemente. Sin embargo, si los usuarios les dan un nuevo nombre común a Nuka este gradualmente aprende el nuevo nombre y empieza a responder a él. Si Nuka es compartido por varias personas como familia, aprenderá sus comportamientos favoritos y reacciones y cambiará su personalidad para adaptarse a sus gustos. 

Lo cierto es que uno no asociaba ciertos ambientes como la preocupación por las personas y los aspectos limitadores de ello y no pensaría en el uso de la inteligencia artificial. Sin embargo, fue muy obvio al ver algunos de sus vídeos como Nuka consigue una clarísima respuesta emocional en las personas al usarlo.

Muchas gracias 

¿Qué ventajas diría que tiene Nuka sobre la terapia asistida con animales? Por un lado, los aspectos logísticos e higiénicos (ya que no requiere cuidados, pueden ser usados en lugares donde los animales no están permitidos debido a razones sanitarias, etc.) pero, ¿cuál es el nivel de eficiencia terapéutica?

Si las personas pueden interactuar con animales reales y cuidarlos yo creo que son mejores que Nuka. Si las personas tienen alergia, miedo por posibles mordeduras y son propensos a las infecciones de los animales, entonces Nuka es una muy buena opción. 

¿Qué rol cree que Nuka puede tener cuando se trata de pandemias que nos fuerzan al aislamiento como el COVID-19? Algunos pacientes infectados por el coronavirus (COVID-19) pueden ser obligados a permanecer aislados en un centro o en casa. Nuka sería una positiva, sana y fácil compañía para ellos y así combatir la soledad, la ansiedad, el dolor o la depresión. Si los pacientes necesitan usar ventiladores, Nuka mejoraría su humor, el dolor, la ansiedad y la depresión en hospitales.

Podemos ver dos fotografías de ejemplo de un paciente que necesitaría un respirador en el centro pediátrico del Instituto Karolinska en Estocolmo, Suecia. Es famoso por haber ganado el premio Nobel en psicología o medicina. Nuka ha estado siendo usado ahí por la niña para mejorar su estado anímico, el dolor, la ansiedad y la depresión durante muchos años desde 2003. Espero que Nuka tenga la oportunidad de contribuir a la ayuda de pacientes infectados con COVID-19.

¿Hay algún debate ético en torno a asistir a pacientes con máquinas en vez de con personas reales?

El comité ético de Dinamarca debatió acerca de Nuka y los robots sociales durante más de medio año en 2007. Admitieron admitir a Nuka en la sociedad debido a que es de ayuda tanto para los pacientes como para los cuidadores. Nuka no es un sustituto de las personas, pero puede mejorar a los pacientes que requieren de cuidados.

Por último, Dr. Shibata, ¿Qué áreas espera que sean adecuadas cuando se trata de salud mental?

Hay numerosas aplicaciones de Nuka para la salud mental. Me gustaría explorar nuevas aplicaciones más profundamente con bastantes investigadores, especialistas y facultativos.

Artículo publicado en el blog de Buenaventura del Charco Olea y cedido para su publicación en Psyciencia.

Investigaciones realizadas sobre la efectividad de NUKA/PARO y sus aplicaciones clínicas: 

  • Hung, L., Liu, C., Woldum, E., Au-Yeung, A., Berndt, A., Wallsworth, C., Horne, N., Gregorio, M., Mann, J., & Chaudhury, H. (2019). The benefits of and barriers to using a social robot PARO in care settings: a scoping review. BMC geriatrics, 19(1), 232. https://doi.org/10.1186/s12877-019-1244-6
  • McGlynn, S. A., Kemple, S., Mitzner, T. L., King, C.-H. A., & Rogers, W. A. (2017). Understanding the Potential of PARO for Healthy Older Adults. International Journal of Human-Computer Studies, 100, 33-47. https://doi.org/10.1016/j.ijhcs.2016.12.004
  • Shibata, T. (2012). Therapeutic Seal Robot as Biofeedback Medical Device: Qualitative and Quantitative Evaluations of Robot Therapy in Dementia Care. Proceedings of the IEEE, 100(8), 2527-2538. https://doi.org/10.1109/JPROC.2012.2200559
  • Wada, K., Shibata, T., Musha, T., & Kimura, S. (2005). Effects of robot therapy for demented patients evaluated by EEG. 2005 IEEE/RSJ International Conference on Intelligent Robots and Systems, 1552-1557. https://doi.org/10.1109/IROS.2005.1545304
  • Wada, K., Shibata, T., Saito, T., Sakamoto, K., & Tanie, K. (2005). Psychological and Social Effects of One Year Robot Assisted Activity on Elderly People at a Health Service Facility for the Aged. Proceedings of the 2005 IEEE International Conference on Robotics and Automation, 2785-2790. https://doi.org/10.1109/ROBOT.2005.1570535
  • Yu, R., Hui, E., Lee, J., Poon, D., Ng, A., Sit, K., Ip, K., Yeung, F., Wong, M., Shibata, T., & Woo, J. (2015). Use of a Therapeutic, Socially Assistive Pet Robot (PARO) in Improving Mood and Stimulating Social Interaction and Communication for People With Dementia: Study Protocol for a Randomized Controlled Trial. JMIR Research Protocols, 4(2), e45. https://doi.org/10.2196/resprot.4189
  • Artículos de opinión (Op-ed)

¿Por qué me afectan tanto las cosas?

  • 04/02/2021
  • Buenaventura del Charco Olea

¿Por qué me afectan tanto las cosas? Es uno de los planteamientos frecuentes que oigo de mis pacientes, haciendo referencia a una sensación subjetiva y consistente en que pequeños acontecimientos provocan en ellos respuestas más intensas (o que les afectan más de lo que a ellos les gustaría o consideran lógico).

Como casi todo cuando hablamos de psicología —y de algo tan rico y variado como son las personas— no hay una única explicación posible aplicable a todo el mundo y que explique por sí el asunto. Y es que cada persona es un mundo, tiene su propia historia de vida y su forma de entender la misma en base a su sistema de valores y creencias (vamos, que cada uno es de su padre y de su madre…).

Aun así, voy a intentar explicar las causas más frecuentes de esta sensación y las reflexiones que suelo hacer con mis pacientes. Es decir; que ellos hacen y yo también (que en mi trabajo se aprende muchísimo del paciente, esa persona que en teoría es la que está mal) sobre el tema.

Por un lado, una explicación pausible es la de que ya no puedes más, estás al límite de tus fuerzas, sobrecargado de llevar cosas o aguantando en una situación muy costosa e hiriente para ti (como mantenerte en un trabajo que no aguantas, vivir a base de sobreesfuerzos, sentirte muy culpable o mal contigo mismo, sentirte indefenso o expuesto, que no tienes el control de tu vida y no eres libre…). De forma que, al igual que un vaso que está a ras no necesita un chorro grande de agua para desbordarse, sino que basta con una simple gota, a ti no te no hace falta que ocurra nada de mucha intensidad, para que sobrepases tu límite natural y te quiebres o pierdas el control.

La cuestión aquí por tanto no es cómo hacer para no desbordarte, sino para poder vaciar ese vaso que va tan lleno, y por qué te has acostumbrado o has normalizado estar siempre al límite o convivir con algo que siempre va añadiendo agua a tu vaso.

La otra opción más frecuente es que aquello que pasa, aunque sea pequeño, toca en una herida emocional abierta, es decir: algún tema que te hace daño porque aún no tienes resuelto. Por eso basta que lo que ocurra, por pequeño que sea, tenga que ver con ese tema (o tu mente pueda hacer una asociación con el mismo) y por eso duele tanto y tu reacción es acorde a ese dolor. Siguiendo la metáfora de la herida, un pequeño golpe en una pierna sana no es dolorosa, pero… ¿y si te golpearan ligeramente una pierna en carne viva y con un corte muy profundo? Te dolería terriblemente, e incluso una caricia también podría provocar esa reacción de dolor.

Por ejemplo, cuando tenía entre 12 y 15 años se metían mucho conmigo por mi aspecto físico (tenía un problema de crecimiento en la mandíbula y no era un chaval muy agraciado, más bien feo) que fue algo que me hizo (todavía me hace) mucho daño. Cuando en la etapa universitaria salía de fiesta y me intentaba ligar alguna chavala, cualquier comentario sobre mi aspecto o que me reachazara me afectaba enormemente, teniéndome de bajón uno o dos días. Yo no lo entendía ¿Por qué me afecta tanto si esa chica ni la conozco ni me importa más allá de querer conocerla de copas? ¿Por qué mi bienestar depende tanto de ligar o no?, hasta que mi psicoterapeuta me hizo ver que cada vez que me «rechazaban» eso tocaba esa herida dolorosa, esa sensación de ser atacado y rechazado por ser feo. Es por ello que que cuando la chica en cuestión me rechazaba, mi mente conectaba con esas sensaciones tan dolorosas de mi pre adolescencia.

Sea por una cuestión u otra, el caso es que ocurre algo «tonto» o «poco importante» y reaccionas, no sólo a aquello que acaba de sucederte, sino a todo lo acumulado, y de pronto te derrumba. Normalmente, por «derrumbarse» hablo de una reacción emocional que solemos entender desproporcionada: nos enfadamos enormemente y no lo podemos controlar: nos echamos a llorar sin poder evitarlo, estar unos días de bajón o sin ganas de nada y nos aborda la ansiedad y sentimos que perdemos el control…

Cuando te ves así o después de esta reacción tiendes a pensar «¿por qué me he puesto así con algo tan insignificante?» y, o te da el pánico porque sientes que se te está yendo la olla o te fustigas y te tratas fatal por ser así de blando o histérico y por no tener más autocontrol. Y la realidad, es que estás viendo sólo una pequeña escena, en lugar de ver toda la jodida película.

Si sólo miras esa escena, en la que pierdes los nervios con tu pareja, pues sí, eres un poco histérico. Pero si ves la película completa, y haces lo difícil, que es en vez de juzgarte aceptar que eso te está pasando y tratar de entenderte, te darás cuenta de que al personaje de esa peli le llueve sobre mojado, y que su reacción fue desproporcionada, ¿pero cómo no lo iba a ser con lo que lleva pasado? Si esto te pasa con relativa frecuencia, puedes buscar chorradas en libros de autoayuda e internet sobre «cómo hacer que las cosas no te afecten» o «5 tipos de control emocional» o puedes echarle cojones, tratarte con amor y respeto, e ir a psicoterapia.

  • Artículos de opinión (Op-ed)

El alto costo de «ser fuerte»

  • 16/01/2021
  • Buenaventura del Charco Olea

La frase puede chocarte, pero es muy cierta. Las personas fuertes, o más bien aquellas que “van de fuertes” (ya que al fin y al cabo todos tenemos una faceta débil y una fuerte) pagan un enorme precio por serlo. La fortaleza es una amante exigente que siempre nos pide estar al 100% dando todo de lo que somos capaces en aquello que hagamos para mostrar cuan fuertes somos.

Y es que podemos ser de utilizar mucho tipo de áreas o facetas para evidenciar nuestra supuesta “fortaleza”. Desde el desempeño laboral a ser cuidadores de otros, ser “rudos” o que las cosas no nos afecten, mostrando que tenemos unas espaldas anchas sobre las que se puede cargar casi cualquier cosa sin que nos produzca el coste emocional que le provocaría a cualquier otra persona.

Las personas que funcionan desde esta dinámica suelen pagar un alto coste y el primero y más evidente es el cansancio. Muchos pacientes me narran en la consulta su sensación de cansancio no sólo físico o emocional, sino sobre todo vital. Cuando uno se exige ser fuerte, la vida es algo que pesa (en gran medida porque tienes que estar siempre dándolo todo y cumpliendo los altos estándares de exigencia que suelen tener), lo que mantenido en el tiempo es realmente agotador.

Este cansancio o agotamiento suele venir acompañado de otros efectos colaterales (aunque estos no tienen por qué darse siempre), como el hecho de sentirse tan exhausto –como si fuese un limón exprimido al que ya no le quedan más energías– que ni siquiera pueden hacer aquellas cosas que le solían gustar o disfrutar. Se vuelven así apáticos, con dificultades para ilusionarse, capaces únicamente de esforzarse, o cuando no queda otra, descansar hastiados y sin ganas de casi nada. Otras veces, esta sensación de continuo sobreesfuerzo les lleva a terminar hartos, ya que la vida es una dura carrera cuesta arriba, y este cansancio les lleva a estar malhumorados y enfadados, saltando cuando alguien le viene con otro problema más que resolver. Otras veces, en vez de enfado, esas personas experimentan otro tipo de “descontrol” o incluso lo buscan activamente, ya que tienen que soltar toda esa tensión por algún lado. Si has visto la peli de Martin Scorsese «El Lobo de Wall Street», sabrás bien a qué me refiero.

Y es que las personas “fuertes” tienden a no sólo encargarse de sus problemas y objetivos sino también de los de los otros, bien porque expresan la fortaleza a través del cuidado o bien como forma de evidenciar su fortaleza ante otros y ser alabados. Muchas otras veces, ocupan de forma más o menos voluntaria ese “rol” en la familia o grupo, de forma que otros esperan y a veces incluso exigen poder acudir a ellos cuando tengan un problema para poder resolverlo.

A parte del cansancio y sus consecuencias, la fortaleza tiene otras facturas que pagar, por ejemplo la de la soledad. Muchas personas fuertes se sienten solas, incluso cuando están rodeadas de personas (frecuentemente si manifiestan su fuerza ayudando a otros, suelen ser muy queridos y apreciados) pues el liderazgo (por naturaleza) implica una soledad en la toma de decisiones, tirar del carro o encabezar a otros.

Las personas fuertes pocas veces pueden hablar de su cansancio o de su tristeza, pues serían síntomas de una debilidad que no saben manejar o que les da miedo y que tapan con su fortaleza. Así que muchos, incluso aunque parezcan enfadados (a veces usamos el enfado para tapar la tristeza, sobre todo si temes a la debilidad) en el fondo están terriblemente tristes. Van acumulando, echándose a las espaldas su propio dolor y malestar, sintiéndose muy solos en todo ello y preguntándose si lo demás no lo ven, cosa que rara vez ocurre. En parte porque a todos nos gusta tener a alguien fuerte que nos saque las castañas del fuego, pero también –y sobre todo– porque rara vez lo muestran. Así este “no poder ser débil y estar triste” se convierte en una losa muy pesada.

Otro precio que suele acompañar a una fortaleza exacerbada es el de la autocrítica (y muchas veces también la culpa), que se convierte en la fusta que mantiene activo el ritmo a galope tendido de la persona, ya que sino, bajaría su esfuerzo y dejaría de ser tan fuerte. Éste juez interior e incansable se convierte en uno de sus mayores enemigos, pues siempre está exigiéndoles más y más (siendo casi insaciable) de forma que nunca pueden descansar y sobre todo que cuando consiguen algo (un objetivo que han conseguido con sangre, sudor y lágrimas reprimidas) ya está ahí la próxima tarea que desempeñar, la siguiente prueba de fuerza que demostrar. Con esto apenas pueden saborear las mieles de sus esfuerzos (que es una de las cosas que nos motivan y “recompensan” los mismos) y desde luego, no pueden disfrutarlos reponiendo fuerzas.

¿Qué les lleva a todo esto? Normalmente tienen miedo de asumir su propia parte débil, que es algo que les da mucho miedo, no vaya a ser que tome el control de su ser, o porque les rechacen. Las vivencias que te llevan a eso son muy variadas, como vivir experiencias difíciles en las que no pudieron hacer nada y no quieren volver a sentirse así, porque sólo se sintieron amados cuando mostraron esa fortaleza o por exigencias de una situación difícil en la que para sobrevivir hubo que hacer grandes esfuerzos y se quedan “instalados” en esa forma de funcionar.

Personalmente, yo me exigí mucho ser fuerte hasta que me lo trabajé en terapia (aunque donde hubo fuego quedan rescoldos muy a mi pesar), y creo que en gran parte se debe al hecho de que sufrí bullyng en el colegio (y no pude defenderme) o a que tuve un padre anciano y una madre enferma a los que tuve que cuidar.

Con esto no quiero decir que no haya momentos de apretar los dientes. Claro que puedes esforzarte, pero no como forma de estar en la vida. Y mucho menos por miedo a una parte débil que por mucho que te esfuerces en dejar atrás siempre estará ahí, ya que es tuya y no puedes huir de ti mismo.

Disfruta de tu fortaleza, pero que ser fuerte sea algo que eliges en un momento y no una forma de vida.

Artículo originalmente publicado en la página de Buenaventura Del Charco Olea y cedido para su re-publicación en Psyciencia.

Paginación de entradas

123Próximo

Apoya a Psyciencia con tu membresía 💞.    

Únete a Psyciencia Pro
  • Inicia sesión
  • Tips para terapeutas
  • Podcast
  • Recursos
  • Webinars
  • Artículos
  • No todo es psicología (36): Trata el fracaso como un científico
  • ¿Me están manipulando? Un análisis psicológico de la manipulación relacional estructurada
  • Entender la bulimia (Guía)
  • Entender el burnout (guía)
  • Cómo simplificar la gestión de pacientes y evitar cancelaciones (webinar)
Psyciencia
  • Contáctanos
  • Publicidad
  • Nosotros
  • Publica
Psicologia y neurociencias en español todos los días

Ingresa las palabras de la búsqueda y presiona Enter.