Psyciencia
  • SECCIONES
  • PSYCIENCIA PRO
    • ÚNETE A LA MEMBRESÍA
    • INICIA SESIÓN
    • CONTENIDO PARA MIEMBROS
    • RECURSOS PARA MIEMBROS
    • TIPS PARA TERAPEUTAS
    • PODCAST
    • WEBINARS
  • NORMAS APA
  • SPONSORS
  • NOSOTROS
Psyciencia
  • SECCIONES
  • PSYCIENCIA PRO
    • ÚNETE A LA MEMBRESÍA
    • INICIA SESIÓN
    • CONTENIDO PARA MIEMBROS
    • RECURSOS PARA MIEMBROS
    • TIPS PARA TERAPEUTAS
    • PODCAST
    • WEBINARS
  • NORMAS APA
  • SPONSORS
  • NOSOTROS

Publicaciones por autor

Sergio Lotauro

15 Publicaciones
Es licenciado en psicología, egresado con diploma de honor y medalla al mérito académico. Luego de su graduación, obtuvo un doctorado en neurociencias cognitivas y se especializó en neuropsicología. Desde hace doce años, su interés de investigación se centra en el estudio del cerebro y su relación con la conducta. Ha publicado trabajos acerca de psicología experimental en revistas especializadas y disertado como invitado en diversas jornadas afines a estos temas. Es asimismo escritor y columnista sobre psicología, neuropsicología y neurociencias cognitivas en publicaciones de divulgación cultural y científica.
  • Ciencia y Evidencia en Psicología

El poder de las expectativas y creencias

  • 23/05/2016
  • Sergio Lotauro
Creencias, cree

La verdad es que sabemos muy poco sobre el cerebro. Y no lo digo por usted o por mí en particular, sino por la ciencia en general.

No obstante, en los últimos veinte años se ha avanzado más sobre el conocimiento del cerebro que en toda la historia de la humanidad, y si bien aún es muy prematuro hablar de axiomas o leyes que rigen la dinámica cerebral, se tienen al menos un puñado de certezas, como resultado de algunos interesantes e inteligentes estudios llevados a cabo dentro de disciplinas como las neurociencias cognitivas, la neuropsicología y la psicología experimental.

Uno de los hallazgos más significativos es que los seres humanos somos seres emocionales antes que racionales, y esto es algo que tiene serias implicancias en las pequeñas y grandes decisiones que tomamos en el día a día.

Todo parece indicar que la mayoría de las veces no somos conscientes de las verdaderas razones que nos impulsan a actuar de una determinada manera y no de otra, y para suplir este desconocimiento inventamos toda clase de explicaciones que ayudan a reducir la incertidumbre y le otorgan coherencia y sentido interno a nuestro comportamiento.

A estas explicaciones que contribuyen en la construcción mental de un propósito personal se las llama “racionalizaciones”.

Dentro del ámbito laboral, esto es especialmente comprobable en el rubro de servicios. Creemos, por ejemplo, que el Dr. González es un excelente médico. Nos decimos, una y otra vez, que es un profesional dotado de un gran sentido común, criterioso y que siempre acierta con el diagnóstico de nuestras enfermedades cuando acudimos a su consultorio en busca de ayuda.

Todo parece indicar que la mayoría de las veces no somos conscientes de las verdaderas razones que nos impulsan a actuar de una determinada manera

Sin embargo, no ponemos atención consciente a algunas características inherentes al Dr. González y que en principio no parecen tener influencia alguna sobre la opinión que nos hemos formado de él: es algo robusto, de mandíbula cuadrada, voz gruesa pero cálida, cada vez que se dirige a nosotros nos sonríe y cuando nos ausculta siempre nos mira a los ojos.

Incluso somos capaces de rechazar con vehemencia y absoluto convencimiento que el buen porte del médico tenga algo que ver con nuestra percepción sobre su trabajo. Después de todo, sabemos que la competencia profesional pasa por otro lado.

Muy a pesar de nuestra seguridad sobre el tema, se ha comprobado que el cerebro decodifica los rostros bellos o agradables como sinónimo de rostros buenos. ¿Qué significa esto? Significa que una cara simétrica es homologada por nuestras neuronas como inequívoca señal de honestidad y confiabilidad para su portador, y que la altura y la voz gruesa se asocian con la seguridad y el aplomo.

Y más aún, en EE.UU. existe una correlación positiva entre las querellas por mala praxis y la falta de cordialidad dispensada por el médico hacia el paciente.

En términos sencillos, los peores médicos no son los peores médicos, es decir, los que efectivamente cometen las mayores negligencias, sino aquellos que no les sonríen a sus pacientes ni los miran a los ojos cuando les hablan.
Pero continuemos un poco más. Acabo de presentarle al Dr. González y ahora voy a presentarle a la Dra. Pérez…

Ella es trigueña, de cabello oscuro, bajita y de voz chillona.

Tanto el Dr. González como la Dra. Pérez tienen un currículum impecable, ambos se han recibido con honores y ambos son poseedores de una profusa experiencia hospitalaria. También ambos se han especializado en cirugía de corazón.

Dentro de este contexto, imagine la siguiente situación: Usted tiene un pequeño hijo de cuatro años que ha nacido con una enfermedad congénita y necesita una intervención quirúrgica urgente de corazón.

El pesimismo es contagioso, pero el entusiasmo también lo es

Con esta información en mente, llegó el momento crítico de tomar una determinación: Usted debe decidir ahora mismo en manos de cuál de los dos médicos prefiere poner la vida de su hijo.

Y no lo olvide, prácticamente cualquier justificación que usted me brinde a favor del Dr. González será con seguridad una racionalización que lo proteja de sus propios temores y le proporcione esperanza y anhelo de buena salud para su hijo.

Bien, dejemos esto de lado por un momento. Voy a invocar ahora la presencia de otra persona. Él se llama Roberto.

Roberto es un hombre frío y calculador… ¿Qué le parece más probable?:
* ¿Qué Roberto sea abogado y matemático?
* ¿Qué Roberto sea conductor de taxi?

Tómese unos minutos para pensarlo… Si considera que es más probable que Roberto sea abogado y matemático, entonces su cerebro irracional está haciendo de las suyas nuevamente…

Ah, advierto que tal vez no termine de entender por qué. Muy bien, se lo voy a explicar de otra manera: ¿Qué es más probable..? (y aquí la palabra “probable” juega un rol protagónico):
* ¿Qué Roberto sea alto?
* ¿Qué Roberto sea alto, de origen húngaro, sordo de un oído, tuerto de un ojo, hable cuatro idiomas y tenga un perro caniche?

Todo parece sencillo, una vez explicado. Esa era una de las sentencias favoritas de Sherlock Holmes, y la verdad es que la ocurrencia de un solo hecho (conducir un taxi) siempre es más probable que la ocurrencia de varios hechos en simultáneo.

Sin embargo, el cerebro ignora completamente esta información y para arribar a una conclusión recurre a una asociación espuria apoyada en el estereotipo de que los abogados son personas frías, y los matemáticos necesariamente son calculadores.
Y esto no es todo. Volvamos con el afable Dr. González. Es muy posible que cualquier fármaco que él nos prescriba nos alivie de nuestra dolencia con mucha mayor rapidez y eficacia que si el mismo fármaco nos lo recetara el Dr. Gómez, que es una buena médica, pero en la que no confiamos tanto.

El efecto es aún mayor si el Dr. González es un reconocido especialista (alcanza con que creamos que lo es) o nos ha asegurado entusiasta que este es un fármaco de última generación, refiriéndonos una y otra vez sus propiedades analgésicas maravillosas, aún cuando tales propiedades no existan.

El pesimismo es contagioso, pero el entusiasmo también lo es. Si a esto le sumamos un profesional que nos presta atención, nos escucha y nos contiene, el cocktail puede disparar los procesos de curación interna del cerebro, además de promover la secreción de hormonas como las endorfinas que mitigan el dolor físico, bajan la ansiedad y detienen la angustia.

En sintonía con lo anterior, también se ha demostrado en una serie de ingeniosos experimentos el poder que ejercen las expectativas para teñir o modificar la experiencia perceptual. Todo parece indicar que cuando anticipamos que algo será bueno, es bastante probable pues, que resulte serlo.

Por ejemplo, somos capaces de bebernos un vaso completo de cerveza mezclada con vinagre y saborearla sin prejuicio alguno si quien nos convida sencillamente omite el detalle de la adulteración. Por el contrario, si nos informa exactamente qué es lo que estamos a punto de beber, tan pronto como probemos un sorbo, frunciremos la nariz y pondremos cara de asco. Es decir, si nos dicen que algo tiene mal sabor, efectivamente percibimos el mal sabor gracias a las expectativas previas que nos hemos generado.

En forma análoga, si tenemos que valorar cuánto nos gusta el café que se sirve en determinada cafetería, nos parecerá mucho más sabroso y estaremos bien predispuestos para darle una alta calificación si todo aquello que rodea al café, incluida la vajilla y la mantelería del lugar, parece ser de primera calidad.

Si luego tenemos la oportunidad de probar el mismo café, pero nos dicen que se trata de otra marca, y nos lo sirven en un vaso de plástico, esta vez nos parecerá mediocre o directamente malo. Una vez más, nuestras expectativas, tienen una influencia poderosa sobre la percepción del sabor.

Toda esta irracionalidad que tiñe los sentidos y juega un rol tan importante en las decisiones cotidianas, es atribuible, en parte, al hecho de que el cerebro es un perezoso cognitivo

En otro experimento, catadores expertos han elogiado las bondades de un vino de siete dólares, cuando se les informó previamente que la botella costaba setenta dólares y se les sirvió la bebida en exóticas y delicadas copas de cristal.

El conocimiento previo que tenemos sobre algo, nuestras creencias, los prejuicios y estereotipos derivados de la cultura, son todos factores que afectan la forma en que vemos el mundo. Sepa usted que si es dueño de un restaurante, le conviene cuidar minuciosamente la presentación de sus comidas, ya que son tan o más importantes que la elaboración del plato en sí mismo. Si es usted médico, tenga siempre bien planchado el ambo.

No alcanza con que un producto sea realmente el mejor del mercado, o que una persona sea un eximio profesional dentro de su disciplina… además tiene que parecerlo.

Toda esta irracionalidad que tiñe los sentidos y juega un rol tan importante en las decisiones cotidianas, es atribuible, en parte, al hecho de que el cerebro es un perezoso cognitivo. Esto quiere decir que se rige de acuerdo a un principio de economía mental que muchas veces lleva a que nos equivoquemos en nuestras apreciaciones del día a día.

Se trata de un proceso invisible, inconsciente, mediante el cual se simplifica lo complejo; y nos ayuda a crear categorías mentales para poder clasificar nuestra experiencia, y no tener que partir desde cero cada vez que nos enfrentamos a una situación nueva.

También nos induce a tomar atajos en nuestros procesos de razonamiento y extracción de conclusiones; todo, por supuesto, con el loable propósito de facilitarnos las cosas, pero lamentablemente con el costo adicional de cierta pequeña locura o irracionalidad en nuestro comportamiento.

  • Artículos de opinión (Op-ed)

Sonrisas por fuera, enojo por dentro

  • 18/04/2016
  • Sergio Lotauro

¡Sonrían, digan whisky..!

A lo largo del día experimentamos diferentes emociones que muchas veces son gatilladas por una situación específica que nos toca vivir. Si debemos visitar a un familiar enfermo y muy querido que está internado en un hospital, nos sentiremos tristes y apesadumbrados. Por el contrario, si vamos a una divertida fiesta, experimentaremos alegría y hasta posiblemente euforia. Si vamos a una feria de ciencia, es probable que nos embargue el asombro.

En algunas ocasiones, las emociones que espontáneamente aparecen, facilitadas por las circunstancias que nos tocan vivir, trascienden el presente inmediato y se generalizan a otras áreas o aspectos de nuestra vida.

Por ejemplo, es más probable que estemos dispuestos a dar limosna a un indigente que mendiga en la calle si acabamos de escuchar un sermón en la iglesia sobre la compasión y el altruismo, que si acabamos de salir de la casa de nuestra suegra.

Por otra parte, existen situaciones que exigen que nos sintamos de determinada manera y que responden a convencionalismos sociales. En estos casos, podemos llegar a percibir la emoción como poco espontánea, como algo artificial que se nos impone desde afuera.

Por ejemplo, si debemos visitar en el hospital al familiar antes mencionado, pero por quien no sentimos precisamente un gran aprecio; o cuando debemos fingir complacencia en una fiesta que nos resulta insoportablemente aburrida.

En algunos casos, éste imperativo cultural cobra dimensiones desproporcionadas e inapelables, como sucede en determinados cargos laborales que implican un intercambio social permanente con el cliente, tal el caso de quienes se dedican a la venta u ocupan puestos de atención al público.

Al gerente de una empresa como de comida rápida no le importará demasiado si una empleada tiene ganas o no de atender al cliente esbozando una amplia sonrisa en su rostro, se le exigirá que lo haga de todas maneras. Una emoción positiva estampada en su cara, más allá de su real estado anímico interno, forma parte de su trabajo, y así se lo hacen saber en los fuertes procesos de inducción o entrenamiento que las grandes organizaciones imparten a su fuerza de trabajo.

La premisa que subyace a esta dinámica es que un rostro feliz contribuye a la satisfacción del cliente, la cual a su vez propiciará sucesivas compras del producto o servicio en cuestión, que elevarán los réditos de la empresa.

Veamos otro ejemplo que apunta en la misma dirección: una madre estará encantada si la maestra de su hijo habla en la reunión anual utilizando un lenguaje corporal positivo, aunque lo que tenga para decir sobre la socialización del niño no sea precisamente muy alentador.

De la misma manera, un mesero deberá mostrarse solícito y condescendiente con los desplantes del cliente más caprichoso y reprimir sus instintos asesinos que de manera natural luchan por emerger una y otra vez.

Y hay más. Un vendedor de seguros deberá exhibir su sonrisa más persuasiva frente a un cliente renuente, y barrer debajo de una alfombra psíquica esa tristeza que quiere surgir como consecuencia de una ruptura amorosa aún muy reciente como para ser olvidada.

Los ejemplos pueden multiplicarse de manera exponencial, y lo cierto es que en todos los casos la obligación de sonreír permanentemente y dar un trato amable al cliente, bloqueando el verdadero estado anímico interno puede tener efectos nocivos no solo sobre la salud psicológica de la persona, sino también sobre su salud física y en consecuencia sobre su estado global.

Sonrisas rígidas, ventas que se esfuman

En recientes investigaciones, se ha comprobado que aquellas personas que ocupan puestos de trabajo que se caracterizan por una interacción permanente con el cliente, muestran en general una mayor predisposición al abuso de alcohol y drogas ilegales, y presentan un mayor consumo de psicofármacos como ansiolíticos y antidepresivos.

El problema no son las emociones que genuinamente puede mostrar un empleado cuando ingresa en la tienda que tiene a su cargo un viejo cliente de años con quien a esa altura ya ha establecido una relación firme y de mutua confianza, que no requiere mayor esfuerzo mental.

Las dificultades, por el contrario, aparecen cuando tanto el humor como la fisiología no coinciden o se encuentran llanamente en las antípodas de la emoción que un jefe o un supervisor inmediato le obliga a fingir, generándose un desgaste físico e intelectual extra que se suma al malestar psicológico y la sensación de desasosiego producto de la contradicción, el choque de intereses, y la disonancia cognitiva.

Por otra parte, cuando una persona muestra una emoción que no se corresponde con lo que verdaderamente siente en su interior, aumenta notablemente la probabilidad de que su interlocutor perciba inconscientemente que “algo no está bien”, lo cual abonará el terreno para la  suspicacia, llevándolo a adoptar instantáneamente una postura defensiva, cerrándose a cualquier ofrecimiento (si se trata de un producto) o ayuda (si se trata de un servicio) que se le pueda hacer, aunque sea con la más sincera de las intenciones.

La amabilidad fingida y la sonrisa impostada pueden, como corolario, ser detectadas como falsas por el cliente, lo cual lo llevará a deducir que probablemente “haya gato encerrado” o que se le está tratando de vender algo contrario a sus intereses.

Por supuesto, nada de esto ocurriría si la persona pudiera expresar en forma genuina sus emociones, sin tener que recurrir a estrategias o maniobras represoras. En este sentido, la sonrisa auténtica de una empleada feliz que atiende un puesto de informes en un centro comercial, tampoco representa ningún problema.

Rumbo a la enfermedad

Lo que estoy sugiriendo es la conveniencia, para aquellas personas que trabajan en contacto permanente con el público, de un estado de ánimo positivo que se vehiculice de manera natural y espontánea en una genuina sonrisa hacia los demás.

Claro que esto no siempre es sencillo de conseguir.

Pero lo contrario, la sonrisa impostada y la simulación permanente de una emoción positiva suelen derivar en cuadros de fatiga física y mental, que si se prologan en el tiempo pueden hundir al infortunado actor en una depresión profunda o dispararle alguna  enfermedad psicosomática.

Esto es especialmente válido para quienes trabajan en puestos de atención al cliente, donde la amabilidad constante y el interés por la otra persona son un requerimiento esencial.

Algunos consejos útiles

A continuación enumero algunos consejos que pueden ayudar a propiciar un estado de ánimo positivo en el lugar de trabajo, y a mantener la cabeza fría en situaciones difíciles o de fuerte estrés.

  • Si usted es gerente de recursos humanos, o el jefe de un equipo de trabajo, la premisa general a tener en cuenta es que la represión de la emociones de los empleados no es una buena idea a mediano y largo plazo. Trate de crear las condiciones necesarias para que se genere en su equipo un sentimiento positivo real y duradero. Solo las emociones reales son contagiosas.
  • Siempre que pueda, apele a un toque de humor para descomprimir situaciones tensas. Minimice los conflictos, no los dramatice más allá de lo estrictamente necesario.
  • Si el punto anterior no fuera posible, trate de reestructurar mentalmente la situación difícil tomando cierta distancia interna que le permita conservar la operatividad y el profesionalismo.
  • Premie periódicamente a su gente con pequeñas recompensas emocionales que revitalicen su autoestima.
  • Explique claramente las normas de comportamiento ante las diferentes situaciones problemáticas posibles que pudieran presentarse. Establezca un manual de procedimiento. Esto reducirá la ansiedad del empleado ante la incertidumbre por no saber que hacer cuando perciba que un conflicto se le escapa de las manos.Asimismo, de cierto margen de libertad de acción o garantice cierta flexibilidad para hacer cambios.
  •  Convierta su lugar de trabajo en un ambiente cálido y acogedor. Dótelo de un confort y estética que favorezcan la agradabilidad tanto para quienes trabajan allí como para los potenciales clientes. Este es el punto de partida físico contextual para el buen humor.
  • Propicie en sus colaboradores el desarrollo de la empatía. Este punto implica no solo aprender a colocarse en el lugar del otro, sino además experimentar en carne propia, al menos en parte, la misma emoción que nuestro interlocutor está sintiendo. La falta de ajuste o adecuación en este sentido, puede acarrear serios problemas a la persona poco empática. Para ilustrar este punto, basta con imaginar a un médico que comunica indiferente, o lo que es peor, sonriente, una mala noticia a los familiares de una persona enferma.
  • Propicie recreos mentales entre sus empleados, para que puedan hablar entre ellos e intercambiar anécdotas sobre sus clientes.

Una red social de apoyo mutuo contribuye a descomprimir emociones bloqueadas.

  • Salud Mental y Tratamientos

El mito de la multitarea

  • 01/04/2016
  • Sergio Lotauro

Estamos en la oficina, sentados frente a nuestra computadora trabajando en las formulas de una planilla de cálculo. En segundo plano, cada 5 o 10 minutos, nuestro programa de correo electrónico suelta un pitido que nos avisa de la llegada de un nuevo e-mail. Dejamos la planilla de cálculo y nos apresuramos a responder el mensaje, pues podría ser importante o tener alta prioridad. Mientras tanto, un par de compañeros de trabajo sentados en oficinas adjuntas, nos disparan preguntas desde la ventana de chat de la red a la que estamos conectados. Suena el teléfono; es un cliente que necesita que lo pongamos al día con respecto a algunos precios. Por supuesto, lo atendemos usando el “manos libres” mientras continuamos tipeando en la computadora. Entra el jefe y nos deja una serie de encargos sobre el escritorio, masculla un par de instrucciones al respecto y se retira tan raudamente como llegó. Acto seguido nos suena el celular: Es nuestra esposa, que nos pide que pasemos por el supermercado de regreso a casa y compremos leche descremada, un frasco de mermelada de durazno, un paquete de jabón en polvo y una botella de lavandina (o cloro). Tan pronto como cortamos, llega un mensaje de texto; es nuestro terapeuta que nos pregunta si podemos adelantar la sesión del viernes…

seguimos empecinados en la idea de la multitarea como una forma de ganar tiempo

A pesar de la imposibilidad real, científicamente demostrada, de prestar atención eficazmente a múltiples tareas al mismo tiempo, seguimos empecinados en la idea de la multitarea como una forma de ganar tiempo y aumentar la productividad en el ámbito laboral y otros aspectos de la vida.

Lejos de poder realizar todo esto en paralelo, el cerebro aborda la lista de tareas en forma secuencial, es decir, tomándolas una por una. Esa es su esencia, su naturaleza biológica.

Para eso, necesita primero enfocar la atención sobre una actividad, y luego “desengancharla” para pasar a la siguiente. Esto es lo que en neuropsicología se conoce como “capacidad de alternancia” e implica la posibilidad de conmutar la atención, lo que equivale a “saltar” de un estímulo a otro.

Para ello se requiere cierta flexibilidad mental que, para colmo de males, se va deteriorando con el paso del tiempo, a medida que envejecemos, con lo cual se nos hace cada vez más difícil concentrarnos de manera sucesiva en actividades disímiles.

Vivimos soñando con la llegada del fin de semana y las vacaciones

Estoy convencido de que el frenético ritmo de vida al que lenta pero inexorablemente nos hemos acostumbrado a llevar en los inicios del siglo XXI es en gran medida el responsable de que se haya disparado en forma abrumadora la tasa de depresión y trastornos de ansiedad en las sociedades occidentales. La salud mental de la población se encuentra actualmente en jaque gracias a los niveles crecientes de estrés derivados del imperioso paradigma de la multitarea y la hiperconectividad.

Se supone que toda la tecnología actual está al servicio de la comunicación. Celulares, mensajería instantánea, correo electrónico y redes sociales deberían, al menos en su concepción teórica, contribuir a estrechar el vínculo entre las personas. Sin embargo, lejos de sentirnos conectados con los demás, nos sentimos invadidos, vulnerados una y otra vez en nuestra intimidad, atrapados en un círculo vicioso de intrusión permanente.

Tampoco nos permite ahorrar tiempo, aunque sería deseable que así fuera.

No, la tecnología no nos está simplificando la vida, porque su irrupción en el mundo moderno coincide con la instauración del paradigma de la multitarea. Ahora podemos hacer cosas en la mitad del tiempo que en comparación nos tomaba la misma tarea hace unos diez o veinte años, pero también es cierto que cuando terminamos, nos sentimos apremiados a hacer algo más durante el tiempo excedente, y así salimos corriendo a cargarnos con nuevas obligaciones.

La posibilidad de ahorrar tiempo ahora para disfrutar la vida después, ya sea con actividades relajantes o divertidas, es una ilusión, una zanahoria atada al extremo de un palo que nunca logramos alcanzar.

la tecnología no nos está simplificando la vida

Vivimos soñando con la llegada del fin de semana y las vacaciones. Insatisfechos con nuestra calidad de vida, diezmados por la ansiedad y el estrés, procuramos desesperadamente aliviar nuestro malestar haciendo más de lo mismo. Tratamos de curar semejante intoxicación psicológica con más veneno cuando nos obligamos a trabajar un poco más duro o más rápido, anticipando falsamente un santuario, una tierra prometida de gratificación personal, pero que resulta esquiva y nunca logramos encontrarla.

Vivir en una cultura individualista como la nuestra es el caldo de cultivo, la base sólida sobre la que se edifica el paradigma de la multitarea.

“Puedes hacerlo”, “debes ganártelo con el sudor de tu frente” y “hay que dejarlo todo en la cancha” son expresiones que mamamos desde la cuna y que ilustran los mandatos sociales que rigen nuestra vida y que nos hacen creer, erróneamente, que todo depende de nuestro esfuerzo y que somos los artífices absolutos de todo cuanto tenemos y somos.

Por este camino entonces resulta fácil pensar, muy erróneamente por cierto, que el fracaso es solo para quien lo merece, ya sea por viejo, débil o flojo.

No. El tiempo no es susceptible de ser ahorrado. Si así fuera, los bancos además de ofrecer cajas de ahorro en pesos y en moneda extranjera, es seguro que también ofrecerían cajas de ahorro en tiempo.

La otra gran falencia que promueve la idea de la multitarea es la sensación de que todo cuanto hacemos es imprescindible o tiene el mismo grado de relevancia. Estamos perdiendo la capacidad para discriminar lo importante de lo que no lo es. Nos cuesta ordenar prioridades, todo lo vivimos como si fuera urgente o absolutamente necesario. Corremos de un lado para el otro bajo el embrujo de que todo es esencial, nada es prescindible ni delegable.

 El tiempo no es susceptible de ser ahorrado

La sensación subjetiva de fatiga mental, de aturdimiento y embotamiento psíquico que muchas veces solemos experimentar al final del día, son los síntomas naturales de un sistema de atención y procesamiento de la información sobrecargado, al límite de su capacidad biológica.

Es posible hacer una analogía entre este tema y lo que ocurre cuando se llena el disco rígido de la computadora, o se agotan las reservas disponibles de la memoria residente. Llegado ese punto, es cuando todo se ralentiza, los programas empiezan a funcionar con una lentitud pasmosa, aparecen cada vez más seguido los errores de ejecución y las fallas de sistema, hasta que finalmente se vuelve literalmente imposible realizar cualquier tarea que no sea jugar al solitario.

Me ha pasado, y apuesto a que a usted también.

Recuerde, su sistema de atención es el software que corre sobre un hardware, su cerebro. Dele un trato amable a su maquinaria y desista del absurdo de la multitarea. Ya verá cómo mejora sustancialmente su calidad de vida e incluso, paradójicamente, aumenta su productividad.

  • Análisis

La felicidad bajo el microscopio

  • 28/09/2015
  • Sergio Lotauro

Mucha gente cree que la felicidad es un estado al que se llega una vez que han alcanzado un determinado objetivo, y que luego permanece inmutable, para siempre. Si tal creencia se pudiera resumir en una sola frase, sería algo así: “sólo podré ser feliz cuando me haya recibido” o bien “sólo podré ser feliz cuando haya salido campeón de rugby”.

Otras personas creen que la felicidad viene asociada a un logro material concreto: la casa de sus sueños, un auto cero kilómetro o ganar el premio gordo de navidad.

Y en parte, todas están personas, tienen razón. Pero solo en parte. Cualquier recompensa, emocional o material, luego de un proceso más o menos sostenido de esfuerzo personal hace que nos sintamos, finalmente, muy pero muy felices.

El problema estriba en que tal periodo de felicidad suele ser bastante modesto, de una duración tan efímera, que casi siempre durante el transcurso de las semanas posteriores a la obtención de la meta deseada nuestro índice de felicidad vuelve al punto de partida, experimentando una fuerte regresión, y se estabiliza, gracias a un fenómeno psicológico que se conoce como adaptación hedónica.

La adaptación hedónica, consiste esencialmente en un rápido acostumbramiento a lo nuevo, que se da en todos los órdenes, y que pasada la primera euforia nos lleva otra vez a nuestro nivel de felicidad de base. Por ejemplo, las personas lisiadas no son en promedio menos felices que las personas no lisiadas, ganar el premio gordo de navidad produce un gran monto de felicidad inicial que se diluye con el tiempo.

En este contexto, una vez disipada la alegría, por lo general sobreviene una sensación de vacío que nos empuja a establecer nuevos objetivos personales o a comprar nuevos bienes que nos proporcionen, aunque más no sea por un ratito, una nueva oleada de plenitud y bienestar. Esta es la razón por la que muchas personas caen en la compra compulsiva de cosas que en realidad no necesitan, como una forma de renovar permanentemente la efímera felicidad inicial que produce la adquisición de bienes materiales.

En este sentido, también es un error preguntarnos si somos felices o no, como si la felicidad dependiera de un interruptor de encendido y apagado.

Cuando compramos una cafetera, sumamos un bien material a nuestras pertenencias y sabemos que vamos a poder tomar café durante un buen tiempo. En cambio, la felicidad no es para siempre. Pensar que podemos disfrutar de un estado de bienestar permanente es ingenuo y puede ser la causa de mucha frustración.

La pregunta que debemos hacernos entonces es: ¿cómo podemos ser más felices?¿Cómo podemos aumentar nuestro índice de satisfacción con la vida?

No pretendo con el presente artículo brindarle al lector una fórmula infalible e inequívoca para alcanzar la felicidad. Ello resultaría imposible por una decena de razones distintas, de manera que renuncio a tal desmedida ambición.

Pero por otra parte, desde hace algún tiempo el concepto de felicidad y sus vicisitudes se han convertido en objeto de interés por parte de la psicología y otras ciencias; de manera que hoy en día contamos con un esbozo, algo parecido a un borrador preliminar, que contiene una serie de premisas que parecen funcionar como los pilares de la felicidad, elementos necesarios en mayor o menor medida para poder llevar adelante una vida plena y cargada de satisfacciones.

Placer

El primer paso, y el más básico, es identificar todas aquellas cosas que nos proporcionan placer. Una cuota de hedonismo es un ingrediente necesario para la felicidad.

Le sugiero que escriba una lista de todas aquellas cosas que le brindan placer físico o emocional, desde las más insignificantes hasta las más sofisticadas.

A los fines ilustrativos y porque no, con el propósito de inspirarlo, en su lista de disfrute personal puede incluir cosas como estas: comer helado de chocolate, andar en bicicleta, tener sexo con su pareja, jugar al ajedrez, leer novelas de misterio, mirar películas de acción y cocinar para los amigos.

Ahora bien, cuando haya terminado, repase la lista cuidadosamente y observe cuántas de estas cosas hace realmente en la semana. Si es usted como la mayoría de las personas descubrirá que por descuido o falta de tiempo, muchas de estas actividades las ha abandonado o no las practica con la frecuencia que le gustaría.

Procure entonces maximizar el placer, sin estas pequeñas recompensas cotidianas no parece probable bienestar alguno. Busque la manera, haga los arreglos necesarios que le permitan sacarle más provecho a los pequeños placeres que nos ofrece el día a día.

Pero cuidado, el hedonismo no lo es todo, sino un mero punto de partida. Ponga especial atención también a los cuatro puntos que siguen…

Habilidades

Haga también una lista de competencias personales; es decir, anote todas aquellas cosas que considera que hace bien.

Trate de responder a la pregunta: ¿para qué soy bueno? Ya sea que se trate de actividades en las que usted u otras personas consideran que posee cierta habilidad.

Puede incluir cosas como las siguientes: “soy bueno para tomar fotografías”, “me doy maña en cuestiones de electricidad”, “soy bueno para explicar temas o dar clases”, “soy un jardinero aficionado excelente” o “hago una mermelada casera deliciosa”.

Hecho esto, ahora lo invito a ejercitar más seguido sus virtudes personales. Puede cambiarle los enchufes quemados a la abuela Margarita y alegrarle el día, darle algunas clases particulares de geografía a su sufrido sobrino que está a punto de llevarse la asignatura a marzo, o hacer mermelada casera de durazno para su novia, que tanto le gusta.

Incluir la práctica de las habilidades personales en su rutina semanal lo colmará de amor y agradecimiento de sus amigos y seres queridos, mejorará su concepto de sí mismo, le ayudará a desarrollar un sentido de autoeficacia, y lo hará sentir un miembro valioso de su familia y comunidad.

Ejercicio

Sin movimiento no hay felicidad. Nuestro organismo y nuestro cuerpo han sido diseñados evolutivamente para la acción.

Cuando ejercitamos el cuerpo, las redes neuronales que dan forma a nuestro cerebro se encienden como un árbol de navidad.

Treinta minutos de actividad aeróbica al día funcionan como un potente energizante, mantienen nuestros músculos flexibles, y previene un amplio abanico de enfermedades cardíacas y neurológicas.

Incluso muchos trastornos psicológicos, como la depresión y los cuadros de ansiedad, encuentran el camino allanado cuando se lleva una vida sedentaria y caracterizada por la inmovilidad.

Aprendizaje

Las personas más felices poseen un espíritu curioso incansable, y nunca dejan de aprender a lo largo de sus vidas.

Ya sea de manera formal, por medio de institutos de enseñanza, o de manera informal, como autodidacta, la perspectiva de aprender nuevas cosas permanentemente es el mejor antídoto contra el aburrimiento y un pasaporte seguro hacia la realización personal.

Revise su lista de intereses y trate de perfeccionarse en aquella materia que ya domina mientras, en forma complementaria, suma nuevos conocimientos provenientes de otras áreas a su acervo personal. Ya se trate de un curso de teatro, aprender diseño gráfico, cultivo orgánico o un idioma nuevo, el aprendizaje es uno de los mejores estímulos y alimentos para el cerebro. Aumenta la reserva cognitiva, y de paso mantiene alejados a la desidia y el abandono.

Sentido

¿Para qué vino usted a este mundo?

Sé que la pregunta no es nada fácil de responder, pero si logra al menos delinear un esbozo estará mucho más cerca de otorgarle un sentido a su vida, lo cual constituye la clave suprema para la felicidad.

Estoy hablando aquí de un propósito de carácter humanitario, algo que trascienda su propia existencia, que no desaparezca una vez que haya muerto.

Preguntas similares que pueden ayudarlo a pensar al respecto podrían ser: ¿cuál es su misión en la vida? ¿qué puede hacer para que el mundo sea un lugar mejor? ¿cómo le gustaría ser recordado cuando ya no esté?

Tener un objetivo de vida trascendental funciona como un faro, una luz que nos guía y orienta en los peores momentos, cuando la oscuridad arrecia.

Las personas más felices son las que llevan adelante una vida cargada de significado, y dedican buena parte de sus esfuerzos físicos e intelectuales para hacer del pequeño pedacito que habitan en el mundo, un lugar más reconfortante.

Piense en ello.

Imagen: Donnie Ray Jones (Flickr)

  • Ciencia y Evidencia en Psicología

El Efecto Gigoló: ¿Es verdad que por interés baila el mono?

  • 15/09/2015
  • Sergio Lotauro

Hace unos días, gracias a la cobertura que periódicos y noticieros de televisión le dieron al caso, saltó a la fama un caballero de dudosa moral cuyo principal mérito, que lo llevó a ganar cierta triste notoriedad seguramente pasajera y el repudio más o menos generalizado de la población, fue estafar a más de cien mujeres de la alta sociedad argentina, apelando a promesas románticas y variadas ostentaciones que no se correspondían en absoluto con su realidad económica.

Concretamente, lo que este señor hizo, fue fingir que pertenecía al estrato superior de la escala social, para obtener los favores de mujeres incautas que se dejaban llevar por la fabulación que les vendía con absoluta convicción y desparpajo. Según las propias declaraciones que el “gigoló argentino” hizo en diferentes programas de televisión, confesó que para perpetrar sus fechorías, utilizaba apellidos falsos que aparentaban ser del alta alcurnia, vestía ropa de marca, les enviaba mensajes a sus víctimas desde teléfonos celulares caros, y se encargaba de que todo el mundo supiera que era un polista consumado.

Lo notable del asunto es que este sujeto no es a simple vista especialmente agraciado. Es sencillo embaucar mujeres si se tiene el rostro de George Clooney, pero dado que este no es el caso, el embrollo tiene un barníz de incredulidad y desconcierto generalizado.

Curiosa y coincidentemente, hace poco más de un año, algunas observaciones que hice en este sentido dentro del marco de la vida cotidiana, me llevaron a preguntarme si sería posible que un contexto de alto valor social, pudiera hacer que un hombre cualquiera, sin ser especialmente bello ni especialmente feo, fuera percibido como más hermoso desde un punto de vista meramente estético a los ojos de una mujer promedio.

Hay muchas investigaciones que han demostrado que un vino tinto de bajo costo es juzgado como de calidad exquisita y fastuosa cosecha, incluso por catadores expertos, cuando es servido en una fina copa de cristal, en comparación a cuando se lo sirve en un vaso común. Sentía curiosidad por saber si, en forma análoga, podía un hombre ser juzgado por las mujeres como más bello si se lo mostraba vestido de acuerdo a ciertos indicadores culturalmente aceptados de estatus social.

No habían diferencias significativas en el nivel de atractivo físico que las mujeres de ambos grupos le atribuían al hombre

Simplificando aún más el problema: El estatus social de un hombre ¿tiñe la percepción de agradabilidad de las mujeres? ¿O ambas variables no están relacionadas, y el hombre les parecerá igual de lindo o feo con independencia de a qué estrato social crean que pertenece?

Me propuse averiguarlo. Para ello, diseñe un experimento científico y lo llevé adelante junto a un grupo de colaboradores.

La biología y la psicología evolutiva han explicado muy bien en qué se fijan hombres y mujeres a la hora de elegir pareja.  

Esencialmente, los hombres buscan una buena capacidad reproductiva que se traduce en indicadores como la juventud y cierta proporción entre la cintura y la cadera de la mujer. Para ellas, en cambio, tiene mucho peso la autosuficiencia, y la capacidad de protección que exhiba el hombre en relación a la familia. Los signos más fiables de esto último lo constituyen cierta experiencia de vida y soltura económica.

A su vez, estos dos factores se ponen de relieve en las exhibiciones materiales que el hombre puede hacer, ya sea que ostente un auto de alta gama, ropa de marca, o una ocupación asociada a un respetable ingreso económico mensual.

Después de deliberar un poco sobre el tema, llegué a la conclusión de que la profesión de médico concentraba los requisitos de estatus social que necesitaba para mi experimento.

Lo que hice fue lo siguiente. Tomé una muestra de 120 mujeres de edades comprendidas entre los 20 y los 65 años, y las dividí azarosamente en dos grupos de 60.

A las participantes del primer grupo les mostré en forma individual una foto tamaño carta y a color de un caballero posando en primer plano de la cintura hacia arriba. El sujeto, de alrededor de 35 años, lucía una camisa blanca y mostraba una expresión neutra estampada en su rostro. A esta condición del experimento la denominé “neutra” o “sin estatus”.

A las participantes del segundo grupo les mostré, de igual forma, una foto del mismo caballero, en condiciones contextuales y escenográficas idénticas a las de la imagen anterior, pero con una diferencia: La camisa blanca había sido reemplazada por un guardapolvo blanco de médico. También llevaba un estetoscopio colgando del cuello y una credencial prendida a su indumentaria que indicaba su profesión. A esta condición del experimento la denominé “estatus social”.

Antes de que se alcen voces críticas en mi contra he de aclarar que factores como la edad de las mujeres de ambos grupos, así como su nivel educativo, fueron debidamente bloqueados merced a las características del diseño experimental escogido. Soy consciente de que algunas variables como las mencionadas pueden influir sobre las elecciones personales en materia de gustos masculinos, de ahí que decidiera neutralizarlas convenientemente.

Una vez que las mujeres tenían en sus manos la foto que les correspondía, y habiéndola observado detenidamente, les formulaba las siguientes tres preguntas en forma cosecutiva:

  1. ¿Cuán atractivo le parece este hombre? Es decir, ¿cuánto le gusta desde un punto de vista físico o estético?

(Puntuar de acuerdo a escala de “1” a “10”, donde “1” equivale a la menor calificación posible y “10” a la máxima calificación posible).

  1. Si no existieran impedimentos morales, religiosos, de fidelidad a una pareja estable actual, o diferencia de edad… ¿Estaría dispuesta a tener una cita con él? (tomar un café, salir a cenar)

(SI / NO)

  1. Si no existieran impedimentos morales, religiosos, de fidelidad a una pareja estable actual, o diferencia de edad… ¿Tendría relaciones sexuales con él?

(SI / NO)

La primera de las preguntas apuntaba a determinar el grado de atractivo físico que las mujeres le otorgaban al hombre de la foto. Las siguientes dos preguntas, procuraban averiguar, siempre ateniéndose a lo que las participantes podían percibir a través de los ojos, cuan lejos estaban dispuestas a llegar con el caballero en cuestión, en un sentido romántico.

La idea final era comparar estadísticamente el resultado obtenido por ambos grupos y ver si había alguna diferencia significativa.

Lo que procuraba averiguar era si el alto estatus social que eventualmente puede exhibir un hombre tiene algún efecto sobre la percepción de agradabilidad en las mujeres. Es decir, si el rango o la jerarquía que una profesión como la medicina provee a un hombre lo vuelve literalmente más bello a los ojos de las mujeres.

Si esto fuera cierto, entonces las participantes de la condición “estatus social” deberían puntuar mejor, en promedio, la estética del hombre de la foto, en comparación a las mujeres de la condición “sin estatus”.

¿Cuáles cree el lector que fueron los resultados?

Tengo que admitir que me sentí decepcionado al analizar los datos cuando hube concluido el experimento. La hipótesis de un mecanismo cognitivo inconsciente que realzara la percepción interpersonal durante la fase de cortejo me parecía muy interesante.

Sin embargo, en rigor a la verdad, no habían diferencias significativas en el nivel de atractivo físico que las mujeres de ambos grupos le atribuían al hombre. En promedio, el caballero evaluado recibió un puntaje que oscilaba entre los 4.80 y los 5.55 puntos en la escala de belleza masculina; de lo cual se desprende claramente, que una profesión determinada como puede ser la medicina, no hace más hermoso a nadie.

Las mujeres de las dos condiciones tenían plena consciencia de lo que se encontraba frente a sus ojos.

Las participantes de la condición “estatus social” estaban bien predispuestas a llegar mucho más lejos con el caballero

Pero luego me encontré con una sorpresa inesperada, cuando me dispuse a analizar los datos de las dos preguntas cualitativas.

Resultó que así y todo, las participantes de la condición “estatus social” estaban bien predispuestas a llegar mucho más lejos con el caballero aún con pleno conocimiento de que no se trataba de un galán de cine.

Mientras apenas un puñado de las mujeres del primer grupo consideraba que podían tener una cita con él, y prácticamente todas rechazaban la idea de tener relaciones sexuales, cuando el mismo hombre, en idéntica pose y expresión, aparecía vestido como médico, las citas románticas se multiplicaban exponencialmente, así como también los encuentros sexuales en el hotel más cercano.

En otras palabras, las mujeres seguían viéndolo igual de lindo o feo, pero estaban mejor predispuestas a hacer un sacrificio y dejar sus parámetros estéticos de lado.

Vaya un consejo para los lectores masculinos de este artículo. Hacer una carrera universitaria del alto reconocimiento social, y ostentarlo de todas las formas posibles, puede hacer la diferencia a la hora de relacionarse con el sexo opuesto, aunque las mujeres no se enamoren de usted precisamente por su belleza natural. A este fenómeno lo he denominado convenientemente: el “efecto gigoló”.

A las pruebas me remito. A continuación presento una tabla con los valores totales.

 

CondiciónValoración estética

(Puntaje promedio)

Cita romántica

(Mujeres que aceptaron)

Relaciones sexuales

(Mujeres que aceptaron)

Sin estatus5,55107
Con estatus4,832215

 

Como puede observarse, la cantidad de mujeres que tendrían una cita romántica, e incluso relaciones sexuales en forma espontánea con el caballero que acaban de conocer, se duplica por el mero hecho de que el hombre lleva puesto un guardapolvo de médico; no existiendo ninguna otra posible razón que explique el fenómeno.

Queda por verse si los resultados serían los mismos o parecidos ante la presencia de otros indicadores de estatus social, como puede ser un auto caro, ropa o accesorios de elite, etc.

En función de las desventuras que los medios de comunicación revelaron en estos días sobre el gigoló argentino, es lícito pensar que así es. Los resultados son preliminares pero, todo parece indicar que la vieja sentencia que solía pronunciar mi abuela es verdadera: “Por interés baila el mono”.

Paginación de entradas

Anterior12
Regístrate al boletín semanal 💌
PSYCIENCIA PRO
  • Inicia sesión
  • Cuenta
  • Cierra sesión
  • Artículos
  • Recursos
  • Webinars
Recomendados
  • El estatus científico de las técnicas proyectivas
  • El diagnóstico del TDAH en adultos: características clínicas y evaluación
  • Cómo actuar cuando alguien expresa directa o indirectamente pensamientos de suicidio
Tips para terapeutas
  • ¿Qué hacer cuando los pacientes usan el “sí, pero” para evitar el cambio?
  • Cómo lidiar con los pensamientos autocríticos para promover la autoaceptación
  • Mi paciente tiene una familia muy invalidante que impide la activación, ¿qué hago?
Recursos
  • Recurso: «De la catastrofización a la calma: estrategias efectivas para abordar la ansiedad»
  • Cómo conceptualizar un caso desde ACT
  • Entender el perfeccionismo (guía)
Podcast
  • «La vida del terapeuta», con Fabián Maero – Watson, episodio 5
  • «La construcción de una carrera con sentido» con Tiare Tapia – Watson, episodio 21
  • «Psicoterapia y Pokémon», con José Olid – Watson, episodio 9
Webinars
  • Fortaleciendo la conexión: Método Gottman para terapia de parejas
  • Entrenamiento a padres, madres y cuidadores como intervención de crianza efectiva
  • Evaluación y abordaje del trastorno de tics y síndrome de Tourette en niños y adolescentes
Psyciencia
  • Contáctanos
  • Publicidad
  • Nosotros
  • Publica
Psicologia y neurociencias en español todos los días

Ingresa las palabras de la búsqueda y presiona Enter.