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Publicaciones por autor

Gabriela Wabeke

3 Publicaciones
Soy psicóloga, me fascina atender en situaciones de crisis porque mi parte obsesiva ama llevar orden al caos. Me especializo en Violencia de Género y luego de un largo romance con el Psicoanálisis decidí tirar a la basura la monogamia y comenzar pasionales aventuras con las Terapias Conductuales de Tercera Ola. El humor es una de las principales herramientas en mi vida y en el consultorio, y por ello comparto a genios como Tute o Quino cada vez que puedo en mi página de Facebook.
  • Artículos de opinión (Op-ed)

“¿Hay algo de esto que no funcione?”

  • Gabriela Wabeke
  • 03/04/2018

Es justo que empiece este artículo de opinión advirtiéndole que esto es, entre otras cosas, mi crítica personal al psicoanálisis y al sistema de educación superior en psicología en Argentina. Es también un intento de repensar aquello que consideramos normal y aceptable solo porque estamos acostumbrados. Si lo primero le genera escozor, quédese al menos con lo segundo. De todas formas, usted está avisado.


¿Hay algo de esto que no funcione? Parece ser una pregunta sencilla que incluso nos hacemos algunas veces. Obviamente no estoy hablando de si no funciona el control remoto de la televisión y necesitamos así comprar nuevas pilas. Estoy hablando de todos aquellos aspectos que no funcionan en nuestras vidas (no es tan fácil conseguir pilas nuevas para solucionar esto, ¿verdad?).

Alguna relación de amistad que mantenemos sin saber por qué, decisiones que tomamos y no nos acercaron pero tampoco nos alejaron de nuestras metas, ideas y conceptos que seguimos repitiendo sin que la realidad pareciera confirmarlos. Puede que muchas cosas no estén funcionando y no hacemos nada solo porque no funcionan mal. Creemos que hay una diferencia enorme entre esas dos situaciones. Suponemos que no es lo mismo un control remoto que no responde en absoluto porque se le acabaron las baterías, a uno que cuando quiero subir el volumen me lo baja. El primer caso no pareciera ser tan negativo como el segundo. Pensamos que una relación en la que hay constantes discusiones y desacuerdos es peor que una relación en la que solo se está aburrido y desanimado. Como si algo que no funcionara fuera perfectamente inocuo.

Y no, no lo es. La acumulación de todo aquello que no funciona es muy dañina. Acostumbrarnos a esa supuesta ‘“inocuidad” transforma nuestra interpretación de lo que consideramos normal y se vuelve perfectamente cotidiano vivir a medias.

La primera vez que escuché esa pregunta, así tal cual la escribí en el título, fue en un postgrado de psicoanálisis lacaniano. Me encontraba en mi segundo año de cursada y en el décimo año de mi educación psicoanalítica. Los profesores me parecían geniales y lo que explicaban me resultaba a veces deslumbrador y a veces inalcanzable de entender. Y de pronto, de la nada, un compañero hace esa pregunta: ¿Hay algo de esto que no funcione? Se generó un silencio terrible seguido de algunas risas. Mi compañero continuó desarrollando su duda y preguntó si a lo largo de los años la comunidad psicoanalítica se había puesto de acuerdo o no con respecto a aquellas prácticas que no dieron resultados. Leíamos los libros de Freud y de Lacan y de tantos otros sin decir nunca: “Este capítulo no lo tomen tan en cuenta porque se ha demostrado que no sirve para la clínica.” O “No vamos a profundizar en el tomo XII porque otros autores han mejorado ese tipo de intervenciones.”

No, jamás ni en la facultad ni en las supervisiones ni en los grupos de estudio ni en ese postgrado se había dicho qué de esa doctrina no funcionaba. Jamás fue una opción leer ciertos libros más que para tener una idea de los inicios de una terapia, no, había que leer todo y estudiar cada punto o coma.

En toda mí cursada en la carrera e incluso luego en un postgrado, nunca jamás leímos alguna investigación científica sobre psicoanálisis

Esa pregunta fue el inicio del fin. Empecé a recordar todas las clases de la carrera, miré mis apuntes, hablé con algunas colegas… y nada. Siempre habíamos estudiado en profundidad todos los temas sin nunca descartar algo. Un libro escrito hace un siglo atrás explicaba formas de intervenir en pacientes que al parecer seguían funcionando perfectamente. A pesar de que los pacientes que yo trataba no vivían ni en la sociedad ni en el momento histórico ni tenían el nivel económico de los pacientes de Freud. Y eso sin tener en cuenta que estudiábamos dos o tres casos que el mismo Freud diagnosticaba de una u otra manera y generalizábamos luego para tratar dichas patologías solo a partir de la información recolectada de esos escasos ejemplos.

Es obvio que mis profesores se daban cuenta de esa brecha y la corregían afirmando que si se ajustaban ciertas distancias y se tenía en cuenta que muchos otros psicoanalistas habían “repetido” las experiencias de Freud en la clínica, podíamos de todas formas usar las mismas técnicas. Incluso he tenido profesores que afirmaban que aunque utilicemos técnicas de otras orientaciones, mantengamos de todas formas el marco teórico psicoanalítico para aplicarlas “mejor”. Pero eso sí, investigaciones científicas que nieguen o afirmen todo esto no leímos nunca. Y quiero ser insistente en este punto: en toda mí cursada en la carrera e incluso luego en un postgrado, nunca jamás leímos alguna investigación científica sobre psicoanálisis.

N<o funciona un sistema en el que no es la norma enseñar y facilitar el acceso a otras teorías

¿Cómo era posible entonces no haberme hecho esa pregunta durante una década? Y la verdad, era muy posible. La gran mayoría de mis profesores eran psicoanalistas, prácticamente no profundizamos en ninguna otra teoría durante mis estudios, la única terapia personal que conocí en ese período fue en un diván, los dos colegios de psicólogos en los que estuve matriculada poseían un largo historial de comisiones ejecutivas de solo psicoanalistas. Estaba rodeada y caí en una trampa que nadie puso. No estaban mal ni Freud ni mis profesores ni mi terapia, estaba mal el sistema. El umbral de lo que consideraba normal se construyó en ese contexto.

Hoy en día, ya divorciada de todo eso y luego de haber tenido incluso pacientes en diván, puedo decir que ese sistema no funciona. ¿No funciona el psicoanálisis? Tengo mi respuesta personal a esa pregunta pero científicamente hablando no lo sé, es tarea de los psicoanalistas llevar adelante sus estudios e investigaciones y responderla. De lo que estoy bastante segura es que no funciona un sistema en el que no es la norma enseñar y facilitar el acceso a otras teorías. Claro que aprendí sobre otras formas de terapia, pero poco o nada. Y en un país como Argentina, me llevó mucho dinero y esfuerzo acceder a otras fuentes de información. Vivía a 1000km de Buenos Aires por ejemplo, y tuve que viajar e invertir hasta el cansancio para subsanar las fallas de un sistema que prácticamente solo me había enseñado sobre Freud… y algo de Lacan.

No educar a nuestros futuros colegas desde la ciencia y la diversidad es un error grave aunque en el contexto argentino pueda no parecerlo

¿Se acuerda del ejemplo del control remoto? Quizás se vea tentado a pensar que en un país con tanta tradición psicoanalítica está bien que existan universidades que enseñen fundamentalmente con esa orientación. Será tarea de cada uno luego buscar su propio camino como profesional. Quizás crea que está bien eso porque no funciona mal. Pero, ¿funciona? Lo que no funciona no es inocuo. Un control remoto con las baterías agotadas no es inocuo, aunque a usted le pueda parecer normal tener que levantarse del sillón para cambiar de canal porque hace 3 semanas que no recuerda comprar nuevas pilas.

Esta es un poco mi experiencia personal y mi crítica al psicoanálisis y a sus fallas para acomodarse a los mínimos estándares científicos, sí, pero es fundamentalmente también mi crítica al sistema educativo en las facultades de psicología. Sé que no todas son así, pero un interesante porcentaje entran en esa categoría. No podemos obviar que no enseñar a alguien sus opciones es lo mismo que no dárselas. No educar a nuestros futuros colegas desde la ciencia y la diversidad es un error grave aunque en el contexto argentino pueda no parecerlo. Lamentablemente, en Argentina la diversidad es un lujo para quienes viven en ciudades grandes. Yo tuve el privilegio de poder ir hacia la montaña, pero hasta el día de hoy la montaña no se acerca a quienes no viven cerca.

Un profesional que se recibe en una facultad que mayoritariamente enseña solo una teoría, y luego se matricula en un colegio dirigido por colegas que siguen la misma teoría, y asiste a capacitaciones y postgrados pensados y organizados por otros colegas que también apoyan dicha teoría, ese profesional no eligió libremente su orientación. Se le fue impuesta.

¿Hay algo de todo eso que no funcione? Sí, y no es inocuo.

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¿Hacer o no hacer terapia? esa es la cuestión

  • Gabriela Wabeke
  • 12/05/2016

En épocas en las que ir al terapeuta es prácticamente una moda, me pregunto si realmente existe tanta necesidad de explotar estos espacios de autoayuda que abundan en la ciudad.

¿Qué kamikaze planteo para una psicoterapeuta, no?

Particularmente, llevo un buen tiempo haciendo terapia, en mi caso comencé por cuestiones personales y, actualmente, continúo manteniendo dicho espacio por cuestiones más bien profesionales. Pero ¿es así en todos los casos? ¿Realmente concurrir a terapia es una decisión pensada y tomada luego de analizar el resto de las posibilidades -o al menos una parte de estas- y con la subsiguiente conclusión de que dicha opción era la correcta?

Para poder reflexionar mejor todo esto, me parece una idea interesante compartir una de las incontables viñetas terapéuticas que han ocurrido en esa hora semanal que tanto me gusta. No fue hace mucho que sucedió y es muy breve, aunque no por ello menos efectiva:

Mi psicóloga: Gabi, el olmo da “olmos”El olmo no da ninguna fruta denominada “olmos”, mi terapeuta utilizó el idioma español de esta manera tan laxa -muy acertadamente- para expresar una idea. Solo para que sepa, el Olmo da un tipo de fruto seco denominado sámara.

Yo: ¿Y las peras…?

Mi psicóloga: Vas a tener que comprarlas en la verdulería. 

Sí… eso es todo. Podría parecerle pobre el contenido de mi sesión terapéutica, pero ya podré explicarle por qué lo traigo a colación.

Primero, es necesario señalar que el humor o la ironía es fundamental a la hora de hablar sobre temáticas difíciles (tanto en una sesión como en la vida en general). No es sencillo sentarse delante de un completo extraño y contarle semana tras semana nuestros problemas, dolores, inquietudes, secretos, etc. Y justamente por esto, y por muchos otros motivos más, se busca abordar el material que trae el paciente con herramientas que le permitan tramitar su problemática sin sumarle más dolor o angustia de la que ya acarrea. El humor es una de las herramientas terapéuticas por excelencia, porque el momento en el que usted puede reírse, aunque sea por un breve instante, de eso que tanto lo ofusca, en ese momento descomprimió un poco de tensión y dio lugar a la reflexión. Haga un esfuerzo para entender esto que le explico. Usted debe descomprimir y hacer lugar para que la angustia, el dolor, la pena, o lo que fuere, se retiren aunque sea por un corto tiempo de su psiquis y así el instante reflexivo, la lógica, el entendimiento entren. Así como debemos hacernos espacio para ir al supermercado, para pagar las cuentas, para regar las plantas, para sacar a pasear al perro… reflexionar sobre lo que nos sucedió, nos sucede y nos sucederá requiere tiempo.

el humor o la ironía es fundamental a la hora de hablar sobre temáticas difíciles

La viñeta que traigo podrá parecer inmensamente burda y hasta quizás sienta que le estoy tomando el pelo, pero debo aclarar que luego de esa pequeña conversación, mi terapeuta y yo nos reímos profusamente, descomprimiendo así mucha de la angustia que había llevado ese día. Uno comete el error de suponer que un psicólogo se encarga de iluminarnos con grandes verdades de la vida, como en una escena de la antigua Grecia con un gran filósofo reflexionando al aire libre, rodeado de sus discípulos. Y nada está más alejado de la realidad. Porque las grandes verdades no requieren de palabras complicadas y explicaciones interminables. Saber que al Olmo no se le puede pedir peras es entender que uno vive rodeado de imposibilidades.

Una intervención terapéutica exitosa e ideal es como una cachetada mental: usted no se la ve venir ni se la espera, sucede de un segundo a otro, y genera una ola incontrolable de efectos en su psiquis. Largas explicaciones acerca de la vida y sus inconvenientes puede resultar una herramienta útil en algunas situaciones, pero no deja mucho espacio al vaciamiento momentáneo de angustia y dolor que el paciente requiere para permitirse reflexionar por sí mismo. E incluso, a veces, es fundamental reflexionar junto a la angustia y el dolor.

Espero quede claro que la persona que más trabaja y se compromete en una terapia es el paciente. Recurrir a un psicólogo con el fin de buscar la solución más rápida y asequible a problemas que por lo general poseen su foco de inicio años atrás, es -y perdone el atrevimiento- muy ingenuo. Los tiempos subjetivos, el tiempo que a usted o a cualquiera le puede llevar entender, tramitar y encontrar la solución (si es que la hay) a un problema personal, es incalculable.

Una intervención terapéutica exitosa e ideal es como una cachetada mental

Volviendo un poco a la viñeta, mi terapeuta apuntó a reforzar una idea que llevo trabajando desde los inicios de mi terapia: que la absoluta y única responsable de la película que le cuento (y me cuento) cada semana, soy yo. Puede que varios de los actores no los pueda elegir, puede que muchos de los escenarios en los que se desarrolla mi película ya estén dados, y tantos otros elementos secundarios no puedan modificarse; pero la directora, guionista y personaje principal soy yo. Así que tenga en claro que si usted va por la vida pidiéndole peras al Olmo, algo anda mal. Porque al Olmo le resulta imposible brindar una respuesta satisfactoria a su pedido. No está en su naturaleza engendrar peras, y aunque usted calcule las posibilidades cuánticas de que eso suceda, esperar por una solución semejante es muy poco práctico.

Lo invito a reflexionar sobre la capacidad de vivir su película de la manera que más le guste. Puede ser un melodrama, una comedia romántica, un western, quizás alguna de suspenso. Lo invito a pensar acerca de su capacidad de editar dicha película. ¿Posee problemas a la hora de decidir qué personajes deben quedarse y cuáles deben morir en algún accidente trágico? ¿No logra cerrar algún capítulo para poder pasar al siguiente? ¿Hace tiempo que viene repitiendo la misma escena? Quizás necesite ayuda, quizás hacer terapia sea su respuesta. Pero ojo, no digo que sea LA respuesta, simplemente lo recomiendo como una opción. Anímese a encontrar la solución que más le plazca, pruebe todo lo que le parezca y deje para el final de la lista consultar con un psicólogo si así lo quiere. Pero sepa que es una opción válida, que terapia no hacen solo los «locos» que ven elefantitos de colores, que aquella persona desbordada con un ataque de pánico y angustia no es el prototipo de paciente. Las personas comunes y corrientes hacen terapia, a algunas les sirve y a otras no tanto. Está en usted animarse a incluir en su película a este personaje tan simpático denominado terapeuta. Y recuerde… las peras las consigue en la verdulería.

 

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  • Artículos de opinión (Op-ed)

«La torta» Una rica metáfora sobre el cambio

  • Gabriela Wabeke
  • 17/09/2015
sliced cake on plate

Querido lector, lo invito a pensar una situación determinada. No se preocupe, el ejemplo que voy a usar es bastante cotidiano y no le llevará mucho tiempo realizar este ejercicio. ¿Se anima? Aquí vamos: 

Usted tiene una receta para preparar una torta, y como es de costumbre en las personas que amamos los dulces y anhelamos comerlos, respetamos cada paso de dicha receta. De esta manera, usted va al supermercado, compra los ingredientes exactos (la harina, los huevos, el azúcar, ¡no nos olvidemos de la esencia de vainilla!, etc.) y regresa contento, dispuesto a preparar el bizcochuelo. 

Una vez en la cocina, mezcla todo como la receta le dice que debe hacerlo y hornea exactamente como se le explica, a la temperatura precisa, los minutos correctos.

Ahora lo invito a pensar lo siguiente, una vez que transcurrió el tiempo que se supone debe esperar para que su tan amada torta esté lista, usted la saca del horno, espera unos minutos para desmoldarla, la dispone y decora como más se le antoja, se prepara una buena taza de café, y cuando finalmente la saborea algo inesperado sucede, algo no está bien… ¡la torta no le gusta! 

No, no está fea, no es esa la razón, simplemente la torta no le gusta. No es la torta que usted tanto imaginó y quería. En ese momento, ¿qué haría?, ¿qué pensaría?, ¿qué sentiría? Quizás se aventure a imaginar que se cometió algún error en el proceso, podría suceder que algunos de los ingredientes no se encontraran en buen estado. Pero, ¿es eso tan probable? En ese momento, ¿se sentiría desilusionado? ¿De qué? ¿De la torta o de la receta? Porque al fin y al cabo ESA torta es resultado de ESA receta. 

¿Y si la culpa la tiene el horno? ¿O como pensamos, los ingredientes que compró? Pero, lo cierto es que ese es el horno que usted tiene y esos son los ingredientes que puede conseguir. ¿Cambiaría el horno o viajaría más lejos para conseguir otros ingredientes porque UNA receta lo dice? 

Creo, mi estimado lector, que toda esta marejada de preguntas podría concluir con la siguiente: ¿seguiría usted repitiendo indefinidamente el proceso hasta que la torta salga como «se supone»? Después de probar una y otra vez y comprobar que la receta no le da la torta que usted quiere, ¿seguiría echándole la culpa a los ingredientes, al horno, a sus habilidades como cocinero, etc.? Podría darse una segunda oportunidad y volver a preparar la torta otro día, pero si ya se tomó el trabajo de hacerlo bien la primera vez, ¿tendría un sabor diferente la segunda torta?

¿Qué tal si se anima a probar… con otra receta?

Usted y yo sabemos que no estamos hablando de tortas y dulces. Este ejercicio es una forma amable de acercarse a una problemática muy común: en la vida cotidiana las personas solemos manejarnos con la lógica de que ciertas recetas son la garantía para alcanzar eso que tanto buscamos. Ya sea porque heredamos una receta familiar o porque la sociedad las impone como las únicas recetas a seguir, lo que importa es que existen personas que se encuentran atrapadas comiendo una torta que tanto no les gusta (no lo olvide, una persona con indigestión no suele ser una persona feliz).

Así que quisiera finalizar el ejercicio con la invitación a que antes de desilusionarse de la realidad, usted pueda animarse a desilusionarse -un poco- de sus expectativas. 

¡Buen provecho!

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