En 1998, el psiquiatra Ian Brockington propuso un diagnóstico que pocos clínicos se atreven a mencionar hoy: psicosis menstrual. Suena arcaico, casi victoriano, pero la literatura médica moderna todavía no ha logrado descartarlo. En más de un siglo y medio, apenas se han documentado 80 casos en todo el mundo. Y, sin embargo, un reciente informe japonés publicado en Psychiatry and Clinical Neuroscience Reports sugiere que quizá estemos ante una pista biológica más sólida de lo que parece.
El caso de una adolescente japonesa
El caso tuvo lugar en Tokio. Una adolescente japonesa de 17 años llevaba dos años sufriendo episodios psicóticos que aparecían con una precisión casi biológica: siempre antes de su menstruación.
Todo comenzó con una idea inquietante —la sensación de que “todos podían desaparecer al día siguiente”— acompañada de ansiedad y una constante percepción de ser observada. Con el tiempo, las experiencias se intensificaron. Empezó a escuchar voces, como la de un compañero que le decía “has cambiado”, y a interpretar las conversaciones cotidianas como mensajes dirigidos a ella. Su desarrollo y antecedentes familiares eran normales, y desde los 12 años sus ciclos menstruales habían sido regulares.
En el primer hospital recibió un diagnóstico de esquizofrenia y fue tratada con perospirona y lorazepam, sin resultados. Al ser transferida a un centro especializado, le administraron olanzapina, y más tarde escitalopram y suvorexant. Nada cambió. Los episodios seguían un patrón constante: surgían entre seis y catorce días antes de la menstruación y se desvanecían poco después de que esta terminara. Durante esos días, la joven describía pensamientos que “se filtraban”, voces que invadían su mente, y la convicción de que los demás podían leer lo que escribía. En una ocasión, llorando, dijo: “Voces y sonidos están entrando en mi cabeza”.
Cada ciclo seguía el mismo guion: un aumento de la ansiedad y la desorganización del pensamiento antes de la menstruación, remisión completa al terminarla y períodos intermenstruales sin síntomas. La olanzapina se incrementó hasta 15 mg diarios sin éxito, y las dosis de antidepresivo no modificaron el curso del trastorno.
Finalmente, el equipo decidió iniciar carbamazepina —100 mg diarios, luego 200 mg— vigilando los niveles séricos (5.2 μg/mL). El cambio fue notable: los síntomas psicóticos remitieron por completo, y durante el seguimiento ambulatorio no hubo recaídas. Se suspendieron el resto de los fármacos y la paciente mantuvo un ciclo menstrual regular y un funcionamiento normal.
Una frontera entre hormonas y mente
La psicosis menstrual es un territorio fronterizo entre la psiquiatría, la endocrinología y el misterio. Un fenómeno en el que los límites entre lo mental y lo biológico parecen difuminarse. Se manifiesta con un inicio súbito de delirios, alucinaciones y desorganización del pensamiento, que emergen y desaparecen en sincronía con el ciclo menstrual. En la mayoría de los casos documentados, los episodios comienzan en la fase premenstrual y se disipan pocos días después del sangrado, dejando tras de sí un intervalo de lucidez completa. Esa alternancia entre normalidad y psicosis, casi como un péndulo biológico, la distingue de los trastornos psicóticos crónicos.
A diferencia del síndrome premenstrual o del trastorno disfórico premenstrual —ambos relacionados con alteraciones del ánimo y catalogados dentro de los trastornos afectivos—, la psicosis menstrual implica una ruptura temporal con la realidad. No se trata de irritabilidad o llanto, sino de voces, creencias delirantes y percepciones distorsionadas del entorno. Es un fenómeno tan infrecuente que apenas se han reportado unas ochenta observaciones clínicas desde el siglo XIX, muchas de ellas con descripciones fragmentarias o interpretaciones distintas según la época.
Su origen continúa siendo incierto. Los investigadores apuntan al eje hipotálamo–hipófisis–gonadal, el sistema que regula la secreción de estrógeno, progesterona y otras hormonas sexuales que, a su vez, influyen sobre la actividad cerebral. Durante la fase lútea —los días previos a la menstruación—, los niveles de estrógeno caen de forma abrupta. Ese descenso podría alterar la modulación dopaminérgica en el cerebro, provocando un exceso de dopamina en áreas relacionadas con la percepción y el pensamiento. El resultado: experiencias alucinatorias y delirantes similares a las observadas en la esquizofrenia.
Sin embargo, la hipótesis hormonal no explica toda la historia. En varios casos, los intentos de tratar la psicosis menstrual con suplementos de estrógeno han sido infructuosos. Esto sugiere que la relación entre las hormonas y los neurotransmisores —dopamina, serotonina y GABA, entre otros— no es lineal. El estrógeno, además de modular la dopamina, influye en la plasticidad sináptica, la excitabilidad neuronal y el metabolismo del glutamato. Su fluctuación puede tener efectos en cascada sobre los circuitos del ánimo y la cognición.
Algunos autores proponen que la psicosis menstrual no es solo un fenómeno hormonal, sino un trastorno de la sincronía cerebral, donde las oscilaciones neuroeléctricas sensibles a las variaciones endocrinas pierden su equilibrio. Desde esa perspectiva, el ciclo menstrual actúa como un disparador o modulador de una vulnerabilidad neurobiológica preexistente. En otras palabras, el cuerpo marca el ritmo, pero la mente baila al compás de una melodía que aún no comprendemos del todo.
El papel inesperado de la carbamazepina
La respuesta a la carbamazepina podría ofrecer una pista. Este medicamento, descubierto en los años sesenta como anticonvulsivo, modula los canales de sodio y potasio, estabiliza la excitabilidad de las neuronas y potencia la acción del GABA, el principal neurotransmisor inhibitorio del sistema nervioso central. En términos simples, actúa como un amortiguador químico que reduce la sobrecarga eléctrica del cerebro. En pacientes epilépticos, evita las descargas súbitas; en personas con trastorno bipolar, modera los picos de energía y euforia; y en este caso, parece haber sincronizado un cerebro descompasado por el ciclo hormonal.
Más allá de su acción sobre el GABA, la carbamazepina también interactúa con la adenosina, una molécula involucrada en los mecanismos del sueño, la relajación y la inhibición de la dopamina. Esa modulación del sistema adenosinérgico se ha convertido en un campo emergente de investigación en esquizofrenia y trastornos del ánimo, ya que podría explicar cómo ciertos fármacos logran restaurar el equilibrio entre excitación y calma neuronal sin depender del bloqueo dopaminérgico clásico. En otras palabras, la carbamazepina no solo “silencia” el exceso de actividad, sino que ajusta el tono de fondo del cerebro.
El hecho de que una dosis baja —200 miligramos diarios— bastara para eliminar por completo los episodios psicóticos de la paciente resulta particularmente llamativo. A diferencia de los antipsicóticos, que actúan sobre receptores específicos de dopamina y serotonina, la carbamazepina parece intervenir en un nivel más basal: el de la conductividad neuronal y la sincronía de los circuitos eléctricos. En un trastorno que se manifiesta con precisión rítmica, esa capacidad de estabilizar los impulsos eléctricos cobra un sentido casi simbólico.
Los autores del informe —Atsuo Morisaki y colegas del Tokyo Metropolitan Children’s Medical Center— son cautelosos. Un solo caso no basta para modificar una categoría diagnóstica, pero tampoco puede ignorarse. Su observación reabre una pregunta que la psiquiatría aún no ha respondido del todo: ¿cuántos diagnósticos de esquizofrenia o trastorno bipolar en mujeres jóvenes esconden, en realidad, un patrón hormonal inadvertido? ¿Cuántas pacientes medicadas durante años con antipsicóticos podrían estar padeciendo una forma de vulnerabilidad neuroendocrina más que una enfermedad psiquiátrica crónica?
Conclusión
El caso no ofrece certezas, pero deja una hipótesis difícil de ignorar: que algunos episodios psicóticos podrían no surgir únicamente del desorden mental, sino del ritmo biológico que lo sostiene. La mente, en este sentido, no sería una entidad aislada, sino una extensión del cuerpo y de sus fluctuaciones químicas. Tal vez comprender estos fenómenos no dependa solo de frenar los síntomas, sino de aprender a reconocer —y armonizar— ese compás fisiológico que, de forma silenciosa, marca el tiempo del pensamiento.
Referencia: Morisaki, A., Ebishima, K., Uezono, A., & Nagasawa, T. (2025). Menstrual psychosis with a marked response to carbamazepine. Psychiatry and Clinical Neurosciences Reports, 4, e70217. https://doi.org/10.1002/pcn5.70217