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Publicaciones por autor

David Aparicio

3003 Publicaciones
Editor general y cofundador de Psyciencia.com. Me especializo en la atención clínica de adultos con problemas de depresión, ansiedad y desregulación emocional.
  • Sponsor

Formación en TCC con aval científico y aplicación clínica

  • 08/04/2025
  • David Aparicio

Si estás buscando una formación clara, estructurada y útil en Terapia Cognitivo Conductual (TCC), este curso puede ser lo que necesitas. CETECIC, el Centro de Terapia Cognitivo Conductual y Ciencias del Comportamiento, abrió una nueva edición de su curso “Teoría y técnica de la terapia cognitivo conductual”, pensado para psicólogos, psiquiatras y estudiantes avanzados que quieren incorporar herramientas basadas en evidencia a su práctica clínica.

La propuesta es directa: 16 clases grabadas que cubren los fundamentos teóricos de la TCC y, sobre todo, su aplicación técnica en distintos contextos clínicos. Está organizado para que avances a tu ritmo, con acceso online durante 4 meses. Además, incluye videos de sesiones clínicas, ejercicios prácticos y foros de intercambio con otros profesionales.

El objetivo no es solo que comprendas cómo funciona la TCC, sino que puedas utilizarla de forma efectiva desde el primer módulo. Al finalizar y aprobar la evaluación, recibirás un certificado digital.

¿Cuál es el costo?

  • En países de América Latina: $153.600 ARS, con opción de pago en 3 cuotas sin interés de $51.200 ARS con tarjeta de crédito.
  • Desde el exterior: 240 USD, divididos en dos pagos mensuales.

Para más detalles o para inscribirte, visita la página oficial del curso Formación en terapia cognitiva conductual con CETECIC.

Si trabajas con personas y quieres mejorar la efectividad de tus intervenciones, esta puede ser una excelente oportunidad para fortalecer tu formación profesional.

Publicado en colaboración con CETECIC.



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  • Artículos de opinión (Op-ed)

Cuando todo parece sin sentido: una mirada honesta al vacío, y cómo seguir adelante

  • 06/04/2025
  • David Aparicio

A veces, despertarse por la mañana no es más que una rutina coreografiada: el mismo café, el mismo trayecto, las mismas conversaciones vacías. No hay tragedia visible, solo una sensación sorda, como si la vida se hubiese vuelto demasiado silenciosa para notarse. Si te sientes así, no eres el único.

Esa sensación de vacío no siempre viene acompañada de una explicación clara. A veces se instala lentamente, como una humedad imperceptible que va debilitando las estructuras internas. En otros casos, golpea de frente: una pérdida, una traición, un diagnóstico. Y, muchas veces, simplemente está ahí, sin aviso ni razón. Solo el eco de una pregunta incómoda: ¿esto es todo?

Los psicólogos conocen bien este terreno. El aburrimiento existencial, la falta de propósito, no siempre se debe a una enfermedad mental, pero puede estar relacionada. La depresión, los trastornos del estado de ánimo, incluso una ansiedad constante, pueden quitarle color a la vida. Lo que antes te entusiasmaba, hoy solo existe como una tarea más.

Pero también hay causas menos clínicas. Un trabajo que no conecta con tus valores. Relaciones que se sienten vacías. Una vida social en piloto automático. Todo eso puede hacer que la vida se sienta mecánica, como si estuvieras viviendo el guion de alguien más.

¿Qué se puede hacer? Lo primero: no tratar de resolverlo todo con frases bonitas o consejos rápidos. La búsqueda de sentido no es una receta. Es una práctica. Y muchas veces, es incómoda.

Vivir con intención

Uno de los primeros pasos es observar. No de forma pasiva, sino con una atención radical. Preguntarte por qué hacés lo que hacés. ¿Por qué aceptás ciertas invitaciones? ¿Por qué sigues en ese trabajo? ¿Por qué evitas ciertas conversaciones?

Vivir con intención no significa tener una gran misión o una lista de metas. Es algo más íntimo: alinear tus acciones cotidianas con lo que valoras. Puede empezar con algo tan simple como darte tiempo suficiente para prepararte en la mañana, en vez de correr siempre con el tiempo justo. O dejar de hacer scroll automático en el teléfono mientras tomas café, y prestar atención al sabor, al aroma, al momento.

¿Qué cosas te generan alegría?

No tiene que ser una alegría grandiosa. Puede ser algo pequeño: cuidar una planta, cocinar para alguien, caminar sin auriculares. La pregunta no es solo qué te gusta hacer, sino qué te hace sentir que estás presente. ¿Qué cosas te hacen perder la noción del tiempo? ¿Cuáles te hacen pensar: “Esto importa”?

A veces, estas pistas están en la nostalgia. Volver a ver fotos viejas. Escuchar música que amabas a los quince años. Llamar a alguien que conoces desde siempre. No para vivir en el pasado, sino para recordar que hubo momentos llenos de sentido. Y que todavía pueden existir.

Gratitud, pero no como mantra

La gratitud no es repetir que estás agradecido mientras todo arde. Es notar lo que sí funciona. Es reconocer a quien te sostuvo cuando estabas mal, escribirle una carta, o simplemente darle las gracias. Es hacer una lista –mental o escrita– de lo que valoras hoy, aunque sea breve. Esto no niega lo que duele. Solo amplía el panorama.

La compañía correcta

No es menor con quién compartís tu tiempo. Las relaciones que suman son aquellas donde puedes ser tu, sin adornos ni filtros. Donde no tienes que dar explicaciones todo el tiempo. Estar rodeado de personas que escuchan, que validan tu experiencia sin minimizarla, puede ser un ancla cuando el mundo parece flotar.

Darle valor a lo cotidiano

El sentido no siempre está en las grandes decisiones. Muchas veces está en cómo te lavas los dientes, en cómo saludas a tu pareja, en cómo terminas tu día. La psicóloga clínica Noelle Nelson sugiere mirar esos actos con atención: abrazar porque quieres, no porque toca; poner la alarma temprano para no vivir apurado. Pequeños gestos con intención.

Buscar ayuda profesional

Cuando todo esto se vuelve demasiado, hablar con un terapeuta puede ser un punto de inflexión. No porque ellos tengan las respuestas, sino porque saben hacer las preguntas correctas. Un buen terapeuta no te dice qué hacer: te ayuda a entender qué querés hacer tu.

Y si sientes que no tienes con quién hablar, buscá un profesional. No hay que estar “muy mal” para ir a terapia. A veces, basta con sentirse desconectado.

La vida, en sus mejores momentos, es profundamente ambigua. No siempre hay una historia coherente ni un destino épico. Pero dentro de esa ambigüedad, puedes construir algo significativo. No para siempre, no perfecto. Pero tuyo.

Y en un mundo donde todo cambia rápido y las promesas se agotan, eso ya es bastante.



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  • Ciencia y Evidencia en Psicología
  • Salud Mental y Tratamientos

Trastorno esquizoafectivo: entre la psicosis y el trastorno del estado de ánimo

  • 31/03/2025
  • David Aparicio

Durante mucho tiempo, la psiquiatría ha trazado fronteras entre los trastornos psicóticos, como la esquizofrenia, y los trastornos del estado de ánimo, como el trastorno bipolar o la depresión mayor. Pero hay una condición que parece habitar una tierra de nadie, donde ambas dimensiones conviven y se entrelazan de forma confusa y persistente: el trastorno esquizoafectivo.

Lejos de ser una curiosidad diagnóstica, el trastorno esquizoafectivo representa un desafío clínico significativo por su complejidad, su impacto funcional y la dificultad para establecer un diagnóstico certero. En este artículo vamos a explorar qué es este trastorno, cómo se origina, qué opciones de tratamiento existen y qué pueden hacer las personas que conviven con él.

Un diagnóstico de frontera

El trastorno esquizoafectivo combina características de dos grandes grupos diagnósticos: los síntomas psicóticos propios de la esquizofrenia (como alucinaciones, delirios o desorganización del pensamiento) y los síntomas afectivos típicos de los trastornos del estado de ánimo (ya sea depresión mayor, manía o hipomanía).

Para que se haga este diagnóstico, deben cumplirse varios criterios (según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, DSM-5):

  1. Un episodio mayor del estado de ánimo (depresivo o maníaco) debe estar presente junto con síntomas característicos de la esquizofrenia.
  2. Alucinaciones o delirios deben ocurrir durante al menos dos semanas en ausencia de un episodio del estado de ánimo, lo cual diferencia este trastorno de un trastorno del estado de ánimo con características psicóticas.
  3. Los síntomas del estado de ánimo deben estar presentes durante la mayor parte del tiempo en que el paciente ha estado enfermo.
  4. La alteración no puede ser causada por el uso de sustancias u otra condición médica.

Existen dos tipos: el tipo bipolar (si los episodios del estado de ánimo incluyen manía o una mezcla de manía y depresión) y el tipo depresivo (si solo hay episodios depresivos mayores).

¿De dónde viene el trastorno esquizoafectivo?

El origen del trastorno esquizoafectivo no está del todo claro, en parte porque el propio diagnóstico es motivo de debate dentro del campo psiquiátrico. Algunos investigadores consideran que el trastorno esquizoafectivo podría ser una forma de esquizofrenia con síntomas afectivos prominentes, mientras que otros lo ven como una variante del trastorno bipolar con síntomas psicóticos prolongados.

Dicho esto, los estudios disponibles sugieren que su origen es multifactorial:

  • Factores genéticos: Existen antecedentes familiares tanto de esquizofrenia como de trastornos del estado de ánimo en personas con esquizoafectivo, lo que apunta a una vulnerabilidad heredada.
  • Alteraciones neurobiológicas: Disfunciones en los sistemas dopaminérgico y serotoninérgico, cambios estructurales en el cerebro (como agrandamiento de ventrículos o reducción del volumen del hipocampo) y anormalidades en la conectividad cerebral podrían estar involucradas.
  • Factores ambientales: Eventos estresantes tempranos, abuso infantil, trauma psicológico y consumo de sustancias como el cannabis o psicoestimulantes pueden aumentar el riesgo.
  • Curso del neurodesarrollo: Algunos expertos proponen que el esquizoafectivo es resultado de una alteración en el desarrollo del sistema nervioso central que se manifiesta con síntomas psicóticos y afectivos superpuestos.

¿Cómo se trata?

El tratamiento del trastorno esquizoafectivo debe abordar ambos componentes del cuadro: los síntomas psicóticos y los síntomas del estado de ánimo. En este sentido, se requieren abordajes combinados y adaptados a las necesidades de cada paciente. A continuación, se describen las principales estrategias:

Tratamiento farmacológico

Es la piedra angular del tratamiento y suele requerir una combinación de medicamentos:

  • Antipsicóticos: Medicamentos como la risperidona, olanzapina, aripiprazol o paliperidona (el único aprobado por la FDA específicamente para el trastorno esquizoafectivo) son utilizados para reducir los síntomas psicóticos y estabilizar el ánimo.
  • Estabilizadores del ánimo: El litio, el ácido valproico o la lamotrigina pueden ser usados especialmente en la variante bipolar.
  • Antidepresivos: En la variante depresiva, se pueden incorporar ISRS como la sertralina o la fluoxetina, con cuidado de no inducir síntomas maníacos.

La elección y combinación de medicamentos se hace en función del subtipo, los síntomas predominantes y la respuesta individual.

Psicoterapia

La evidencia sugiere que la psicoterapia puede ser un complemento fundamental al tratamiento farmacológico. Algunas formas útiles son:

  • Terapia cognitivo-conductual (TCC): Ayuda a las personas a identificar y modificar patrones de pensamiento distorsionados, manejar los síntomas residuales y reducir el impacto del estrés.
  • Terapias de tercera generación, como la terapia de aceptación y compromiso (ACT) o la terapia basada en mindfulness, también han mostrado beneficios en la psicosis crónica, al mejorar la flexibilidad psicológica y el funcionamiento global.
  • Psicoeducación y terapia familiar: Orientadas a mejorar el conocimiento sobre el trastorno, aumentar la adherencia al tratamiento y reducir el riesgo de recaídas.

Rehabilitación psicosocial

Las personas con trastorno esquizoafectivo pueden experimentar deterioro funcional importante en áreas como el trabajo, las relaciones sociales o el autocuidado. Por eso, el tratamiento debe incluir:

  • Entrenamiento en habilidades sociales
  • Apoyo para la inserción laboral o educativa
  • Terapias ocupacionales
  • Redes de apoyo comunitario

La integración en actividades significativas puede marcar una gran diferencia en el pronóstico a largo plazo.

Pronóstico y calidad de vida

Aunque el trastorno esquizoafectivo tiende a tener un curso más favorable que la esquizofrenia pura, el pronóstico sigue siendo muy variable. Algunas personas pueden lograr una buena estabilidad con tratamiento, mientras que otras atraviesan episodios severos o recaídas frecuentes.

Factores que mejoran el pronóstico:

  • Inicio más tardío del trastorno
  • Buen funcionamiento premórbido (antes del primer episodio)
  • Presencia de síntomas afectivos predominantes
  • Buena respuesta a medicamentos y adhesión al tratamiento
  • Red de apoyo sólida

Aun así, la carga del trastorno es considerable. Las personas pueden experimentar hospitalizaciones frecuentes, desempleo, aislamiento social y dificultades para mantener relaciones estables.

Recomendaciones para pacientes y familias

  1. No abandonar el tratamiento: Es común sentirse mejor y pensar que ya no es necesario tomar medicamentos, pero suspenderlos puede aumentar el riesgo de recaída. Es importante consultar siempre con el psiquiatra antes de hacer cualquier cambio.
  2. Buscar apoyo profesional: Además del psiquiatra, contar con un psicólogo y eventualmente con un trabajador social puede brindar contención emocional y apoyo en la vida diaria.
  3. Involucrar a la familia: Las familias pueden ser aliadas fundamentales si reciben orientación, comprensión y recursos adecuados para acompañar al paciente.
  4. Evitar el consumo de sustancias: El alcohol, el cannabis y otras drogas pueden agravar los síntomas y aumentar el riesgo de hospitalización.
  5. Establecer rutinas saludables: Dormir bien, comer de forma equilibrada, mantener cierta estructura diaria y hacer actividad física pueden mejorar el estado de ánimo y la estabilidad general.
  6. Aceptar el diagnóstico como un punto de partida, no como una condena: Aunque no existe una “cura”, muchas personas con trastorno esquizoafectivo logran vivir una vida significativa, desarrollar vínculos importantes y alcanzar metas personales.

Una condición real, no una categoría borrosa

El trastorno esquizoafectivo puede parecer un diagnóstico híbrido, una mezcla de etiquetas que no encajan del todo bien. Pero detrás del nombre técnico hay personas que atraviesan experiencias difíciles, intensas y a menudo incomprendidas. Acompañarlas con un enfoque basado en la evidencia, la compasión y el trabajo interdisciplinario es una deuda que aún tenemos con quienes habitan estos márgenes de la psiquiatría.

Referencias

  • American Psychiatric Association. (2013). Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (5th ed.).
  • Malaspina, D., Owen, M. J., & Heckers, S. (2022). Schizoaffective disorder: A review of epidemiology, diagnosis, and treatment. Psychiatric Clinics of North America, 45(1), 1-14.
  • Miller, T. J., et al. (2018). Cognitive-behavioral therapy for schizophrenia and schizoaffective disorder: Meta-analytic review and recommendations. Clinical Psychology Review, 62, 10–23.
  • National Alliance on Mental Illness (NAMI). (2023). Schizoaffective Disorder. https://www.nami.org
  • National Institute of Mental Health (NIMH). (2023). Schizoaffective Disorder Information Page. https://www.nimh.nih.gov


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  • Ciencia y Evidencia en Psicología

¿Quién escucha mejor? Una exploración global del oído humano

  • 29/03/2025
  • David Aparicio

Por décadas, las investigaciones sobre la audición humana han girado en torno a dos protagonistas predecibles: el envejecimiento y el ruido. Con una lupa puesta principalmente sobre poblaciones industrializadas, la narrativa dominante ha sostenido que la pérdida de audición es consecuencia casi inevitable del paso del tiempo y de la exposición a ambientes sonoros agresivos. Pero un nuevo estudio internacional publicado en propone una visión más rica y matizada: nuestra audición está moldeada no solo por la biología, sino también por el entorno en el que vivimos, y lo hace de formas sorprendentes.

Mujeres con mejor oído, en todas partes

La diferencia más robusta y consistente hallada por los investigadores fue de género: las mujeres escuchan mejor que los hombres. En promedio, su audición fue dos decibelios más sensible, sin importar la edad, país, ni idioma. Esta diferencia se mantuvo constante en las 13 poblaciones analizadas, desde aldeas andinas hasta ciudades inglesas. No se trató solo de los agudos –como han sugerido estudios previos–, sino de toda la gama de frecuencias. La hipótesis: diferencias hormonales durante el desarrollo o microvariaciones estructurales en la cóclea.

En cambio, la edad mostró una influencia más tenue. A partir de los 35 años, la sensibilidad auditiva declinaba ligeramente, pero este efecto fue menor que la diferencia entre sexos. Curiosamente, el oído derecho resultó ser un poco más sensible que el izquierdo, un hallazgo que ha sido observado antes y podría tener relación con la lateralización cerebral.

El entorno también moldea la audición

Lo realmente innovador de este trabajo fue su enfoque ecológico. Los investigadores midieron la audición de 448 adultos sanos en cinco países: Ecuador, Inglaterra, Gabón, Sudáfrica y Uzbekistán. Las poblaciones fueron seleccionadas para representar una diversidad de entornos: selvas tropicales, zonas urbanas, regiones rurales y áreas de gran altitud. La herramienta utilizada fue un test no invasivo de emisiones otoacústicas evocadas por transitorios, que permite evaluar la sensibilidad auditiva sin depender del idioma o de respuestas conscientes.

Los resultados mostraron que el ambiente local tiene un efecto claro en cómo oímos. Por ejemplo, los participantes que vivían en bosques tropicales –con alta densidad de vegetación y sonidos naturales constantes– presentaban mayor sensibilidad auditiva, especialmente en las frecuencias que ayudan a detectar sonidos animales. En contraste, quienes vivían en zonas altas como los Andes mostraban menor sensibilidad, posiblemente debido al impacto del oxígeno reducido sobre el sistema auditivo.

En las ciudades, el oído parecía adaptarse a la contaminación sonora. Allí, la audición se desplazaba hacia frecuencias más altas, lo que recuerda un fenómeno bien documentado en aves urbanas: cantan más agudo para hacerse oír sobre el ruido de fondo. Este tipo de adaptación sugiere que el oído humano también responde, de manera plástica, a los desafíos del entorno acústico.

¿Y el idioma? Menos influencia de la esperada

El equipo también exploró si el idioma que hablamos podría modificar nuestra audición. Clasificaron a los participantes según familias lingüísticas, como el indo-europeo o el níger-congo. Aunque hallaron diferencias leves, el efecto del idioma fue mucho menor que el del ambiente físico. Esto sugiere que la biología auditiva humana se moldea más por los paisajes sonoros en los que vivimos que por los sonidos del lenguaje que hablamos.

Una visión más compleja de la audición

Este estudio desafía la idea de que la audición humana es una función estática, afectada solo por desgaste y daño. En cambio, revela un sistema auditivo flexible, sensible a las condiciones ambientales, el contexto ecológico y las diferencias biológicas. Aunque el estudio no incluyó datos genéticos, plantea una pregunta crucial: ¿estas diferencias se heredan o se desarrollan a lo largo de la vida en respuesta al entorno? La respuesta podría tener implicaciones importantes para el estudio de la pérdida auditiva y la tolerancia al ruido.

Como comentó la investigadora principal Patricia Balaresque, “nuestros hallazgos desafían suposiciones previas y subrayan la necesidad de considerar tanto factores biológicos como ambientales al estudiar la audición”.

Quizás escuchar, más que un acto pasivo, sea también una forma en la que nuestros cuerpos dialogan con el mundo.

Referencia:

Balaresque, P., Delmotte, S., Delehelle, F. et al. Sex and environment shape cochlear sensitivity in human populations worldwide. Sci Rep 15, 10475 (2025). https://doi.org/10.1038/s41598-025-92763-6



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  • Ciencia y Evidencia en Psicología

Tinta y trauma: cómo los tatuajes ayudan a los soldados a lidiar con la guerra

  • 26/03/2025
  • David Aparicio

En medio del caos, algunos soldados no encontraron consuelo en el silencio, la terapia o el olvido, sino en la tinta. Un nuevo estudio publicado en Stress and Health exploró cómo ocho soldados israelíes usaron los tatuajes como una forma de procesar y sobrevivir emocionalmente a las experiencias vividas en combate.

Lejos de ser un acto puramente estético o una rebeldía juvenil, estos tatuajes se convirtieron en anclas psíquicas. Algunos evocan a compañeros caídos; otros marcan heridas visibles e invisibles. Para estos soldados, tatuarse fue una forma de narrarse a sí mismos lo que el uniforme no permite decir.

El estudio, dirigido por Keren Cohen-Louck y Yakov Iluz, reunió a ocho soldados que habían participado directamente en operaciones militares. Seis eran hombres, dos mujeres, con edades entre 21 y 29 años. Todos habían recibido al menos un tatuaje durante o poco después de su servicio militar. Algunos tenían solo un par; uno de ellos, quince.

En las entrevistas surgieron dos patrones principales. El primero: los tatuajes funcionaban como memoriales de momentos traumáticos. No eran imágenes decorativas al azar, sino símbolos profundamente ligados a experiencias límite: el silbido de las balas, la muerte de un compañero, la escena de un suicidio. Uno de los participantes dijo: “Cuando me dieron de baja, no dejaba de pensar en mi comandante, en las balas pasando por encima de mi cabeza. Lo veo con sangre, todo”.

El segundo patrón fue aún más revelador: los tatuajes ayudaban a regular el malestar emocional. Tres de los soldados describieron que tatuarse les proporcionó alivio psicológico. El dolor físico breve del tatuaje era un canal para externalizar emociones intensas. “Algunos tatuajes me ayudan a reducir el estrés y estar más tranquilo”, explicó uno de ellos. “Cuando recuerdo que son parte de lo que viví, me siento menos afectado por lo que pasa”.

Para otros, los tatuajes eran una fuente de fortaleza. No solo recordaban el sufrimiento, también resignificaban el trauma como prueba de supervivencia. La tinta transformaba el caos en narrativa, la pérdida en identidad.

Este hallazgo se suma a una creciente línea de investigación sobre el rol psicológico de los tatuajes, especialmente en veteranos de guerra. La literatura ha comenzado a reconocer que, en contextos de alto estrés, marcar el cuerpo puede ser una forma simbólica de control: una intervención estética sobre una historia que a menudo escapa del lenguaje.

Claro, el estudio tiene limitaciones. Se trata de una muestra pequeña, localizada y cualitativa. Ocho soldados israelíes no representan a la totalidad de quienes han pasado por experiencias bélicas. Las dinámicas del ejército, el contexto cultural y las condiciones de combate varían ampliamente. Aun así, los resultados ofrecen una ventana única sobre una forma de afrontamiento que raramente es abordada en la literatura clínica.

Frente al sufrimiento, no todos acuden a palabras. Algunos, como estos soldados, escriben su historia en la piel. No para olvidar, sino para poder seguir.

Referencia: Cohen‐Louck, K., & Iluz, Y. (2024). Tattooing Among Combat Soldiers as a Coping Resource With Their Military Service Experiences. Stress and Health.



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  • Ciencia y Evidencia en Psicología

Cuando el diagnóstico pesa: el vínculo entre bipolaridad y riesgo cardiaco

  • 26/03/2025
  • David Aparicio

Durante años, el enfoque sobre el trastorno bipolar ha estado dominado por sus altibajos emocionales: los picos de energía y grandiosidad de la manía, y la pesadez silenciosa de la depresión. Pero un nuevo estudio realizado en el País Vasco sugiere que las consecuencias del trastorno no terminan en la mente. El cuerpo, en particular el corazón, también paga un precio.

Según los datos del estudio FINEXT-BD, publicados en Brain and Behavior, las personas con trastorno bipolar presentan un riesgo estimado del 3.1% de eventos cardiovasculares, frente al 2.2% en personas sin este diagnóstico. Aunque estas cifras podrían parecer pequeñas en apariencia, revelan un patrón persistente: quienes viven con bipolaridad no solo enfrentan una lucha interna, sino también una vulnerabilidad física que muchas veces pasa desapercibida en la práctica clínica.

La investigación, liderada por José Etxaniz-Oses y su equipo, comparó 65 personas con trastorno bipolar con 29 participantes sin diagnóstico. Evaluaron indicadores como la composición corporal, la condición cardiorrespiratoria y marcadores bioquímicos relacionados con el riesgo cardiovascular. Los resultados fueron claros: quienes tenían bipolaridad presentaban una peor salud física en múltiples frentes.

El índice de masa corporal era mayor. También lo eran la circunferencia de cintura, la proporción cintura-cadera y la cantidad total de masa grasa. En otras palabras, los cuerpos de quienes padecen este trastorno tendían a acumular más grasa en las zonas que hoy sabemos están más asociadas con enfermedades metabólicas y cardiovasculares.

Pero no se trataba solo de grasa corporal. Los niveles de proteína C-reactiva —un marcador clave de inflamación— eran más altos en el grupo con bipolaridad, al igual que otras medidas preocupantes, como la glucosa. Además, la capacidad cardiorrespiratoria —un indicador confiable del estado de salud general— también era inferior en este grupo.

La combinación de estos factores da como resultado un riesgo cardiovascular más alto. No se trata de una mera coincidencia. Ya existían estudios que sugerían una esperanza de vida reducida en personas con trastorno bipolar, muchas veces debido a causas físicas como enfermedades cardiovasculares. Este nuevo estudio contribuye con datos concretos que refuerzan esa preocupación.

Pero ¿qué está detrás de esta relación entre salud mental y física deteriorada?

Una posibilidad es que los efectos secundarios de algunos tratamientos psiquiátricos —como los estabilizadores del ánimo o los antipsicóticos— contribuyan al aumento de peso o a la alteración del metabolismo. Otra es que los propios síntomas del trastorno bipolar, como la impulsividad o la falta de motivación en fases depresivas, dificulten la adopción y mantenimiento de hábitos saludables. A eso se suma la inequidad histórica en el acceso a atención médica integral para personas con trastornos mentales graves.

El estudio también plantea una pregunta incómoda: ¿estamos prestando suficiente atención a la salud física de quienes atendemos por problemas de salud mental? La respuesta, implícita en los datos, parece ser no.

Los autores del estudio son contundentes al respecto: es necesario promover programas de estilo de vida saludable que no excluyan a quienes padecen enfermedades mentales. Esto no significa imponer rutinas rígidas o dietas restrictivas, sino diseñar intervenciones que consideren el contexto emocional, social y clínico de estas personas. Programas verdaderamente transdisciplinarios, donde psiquiatras, psicólogos, nutricionistas y fisioterapeutas trabajen juntos.

Claro, el estudio tiene limitaciones. La muestra es pequeña y proviene de una única región, lo que limita la generalización de los hallazgos. Además, no queda claro si estos riesgos físicos son específicos del trastorno bipolar o si también se observan en otras condiciones psiquiátricas graves.

Aun así, el mensaje es relevante: la salud mental y física están profundamente entrelazadas, y separarlas en compartimientos clínicos es una simplificación que puede costar vidas. Ignorar los factores físicos en el tratamiento del trastorno bipolar no es solo una omisión médica, sino una forma de desatención estructural.

Mientras la psiquiatría sigue refinando sus tratamientos, y la psicología continúa aportando estrategias para mejorar la calidad de vida, no podemos olvidar que los cuerpos de las personas con trastornos mentales también hablan. Y están diciendo que necesitan más cuidado del que solemos ofrecerles.

Referencia: Etxaniz-Oses, J., Maldonado-Martín, S., Zorrilla, I., Gorostegi-Anduaga, I., Apodaca-Arrizabalaga, M. J., & González-Pinto, A. (2024). Are Adults With Bipolar Disorder at Increased Cardiovascular Risk due to Their Physical, Biochemical, and Physiological Profiles? The FINEXT-BD Study. Brain and Behavior.



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  • Ciencia y Evidencia en Psicología

Cuando la tristeza se viste de negro: cómo los rasgos oscuros de personalidad se relacionan con la depresión

  • 26/03/2025
  • David Aparicio

Al pensar en depresión, es común imaginar a alguien abatido, sin energía o atrapado en pensamientos negativos sobre sí mismo. Menos frecuente es imaginar a alguien manipulador, emocionalmente frío o impulsivo. Sin embargo, un nuevo metaanálisis publicado en Journal of Research in Personality sugiere que ciertos rasgos de personalidad socialmente indeseables podrían estar estrechamente relacionados con los síntomas depresivos.

El estudio revisó datos de más de 15,000 personas distribuidas en 31 investigaciones y encontró una asociación consistente entre la psicopatía y el maquiavelismo con mayores niveles de síntomas depresivos. En cambio, el narcisismo no mostró una relación clara.

La llamada Tríada Oscura —psicopatía, maquiavelismo y narcisismo— agrupa características como desapego emocional, búsqueda de beneficio personal y tendencia a manipular a otros. Aunque se originó como un concepto para describir perfiles clínicos, hoy sabemos que estos rasgos existen en diferentes niveles dentro de la población general.

Hasta ahora, la mayoría de los estudios sobre personalidad y depresión se han centrado en el modelo de los cinco grandes factores, como el neuroticismo y la responsabilidad. Pero este modelo deja fuera rasgos como la manipulación o la frialdad afectiva, que también podrían tener implicaciones clínicas importantes. Esta omisión ha impulsado una nueva línea de investigación que busca entender el vínculo entre los rasgos oscuros y la salud mental.

El metaanálisis, liderado por Chunwei Lyu, Danna Xu y Guo Chen, recopiló estudios publicados hasta mediados de 2024. Seleccionaron investigaciones que evaluaran la relación entre los rasgos oscuros y los síntomas depresivos mediante herramientas validadas. Por ejemplo, la psicopatía fue medida con escalas como la Self-Report Psychopathy Scale, y la depresión con cuestionarios estándar como el Beck Depression Inventory.

Los hallazgos fueron claros: tanto la psicopatía como el maquiavelismo se asociaron con niveles más altos de síntomas depresivos. Quienes tienden a actuar sin pensar, manipular a otros o desconfiar crónicamente también parecen reportar más sentimientos de desesperanza y tristeza.

El narcisismo, por su parte, ofreció un panorama más complejo. Cuando se evaluó con escalas que captan la faceta grandiosa (como el Short Dark Triad, centrado en la seguridad excesiva, dominancia y necesidad de admiración), la relación con la depresión fue débil o incluso negativa. Es decir, sentirse superior podría proteger contra el desánimo. Pero cuando se usaron herramientas que incluyen aspectos de vulnerabilidad —como la Dirty Dozen, que aborda inseguridad y sensibilidad al rechazo—, la conexión con síntomas depresivos fue leve pero significativa.

Este matiz sugiere que no todos los narcisismos son iguales, al menos en lo que respecta a la salud emocional.

Otro hallazgo importante fue que los resultados variaban según las herramientas utilizadas para medir tanto los rasgos como la depresión. Algunas escalas eran más sensibles a detectar malestar emocional en personas con rasgos oscuros, lo que modificaba la fuerza de la relación estadística entre variables. Este punto subraya la importancia de elegir bien los instrumentos de evaluación en investigación y en clínica.

Pero como todo estudio, este también tiene sus límites. Al basarse en correlaciones, no puede afirmar si los rasgos oscuros causan depresión, si la depresión incrementa estos rasgos, o si hay una relación bidireccional. Tampoco logró distinguir con profundidad entre las formas grandiosa y vulnerable del narcisismo. Y aunque los datos incluyeron regiones como Europa, Asia y América del Norte, aún falta evidencia en lugares como África y Oceanía.

Pese a ello, el trabajo amplía nuestra comprensión de cómo los perfiles de personalidad influyen en el bienestar psicológico. Para los profesionales de la salud mental, esto implica que rasgos como la frialdad emocional, la impulsividad o la tendencia a manipular no solo son desafíos en la relación terapéutica, sino también posibles indicadores de malestar subyacente.

La depresión puede adoptar muchas formas. A veces, puede venir acompañada de llanto, retraimiento o desesperanza. Otras veces, puede coexistir con desdén por los demás, cinismo o una fachada de autosuficiencia. Reconocer estas variaciones no solo mejora el diagnóstico, también permite intervenciones más precisas y humanas.

Referencia: Lyu, C., Xu, D., & Chen, G. (2024). Dark and Blue: A meta-analysis of the relationship between Dark Triad and depressive symptoms. Journal of Research in Personality.



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  • Ciencia y Evidencia en Psicología

Vigilar, controlar, hackear: cómo la competencia sexual predice el abuso digital en las relaciones

  • 25/03/2025
  • David Aparicio

No hay que ir muy lejos para encontrarse con una historia de abuso digital: alguien que revisa el celular de su pareja mientras duerme, que exige las contraseñas de todas sus redes sociales, que se conecta desde otro perfil para ver si su pareja está en línea, o que le escribe a sus contactos fingiendo ser ella o él. La violencia en las relaciones ya no es solo física o verbal. También se da en el Wi-Fi.

Un nuevo estudio publicado en Evolutionary Psychology ofrece una mirada directa —y necesaria— a este fenómeno creciente: el abuso digital en el noviazgo. ¿Por qué algunas personas lo ejercen? La respuesta, según los autores, está en dos factores clave: cuán competitivos se sienten frente a posibles rivales románticos del mismo sexo (lo que se conoce como competencia intra-sexual) y cuán poco amables, empáticos o cooperativos son (es decir, qué tan bajo puntúan en amabilidad, uno de los cinco grandes rasgos de personalidad).

El trabajo, liderado por Manpal Singh Bhogal, psicólogo y docente en la Universidad de Wolverhampton, partió de una pregunta incómoda pero relevante: ¿cómo se enlazan los impulsos evolutivos más básicos con las prácticas de control más actuales? Para responderla, encuestaron a 280 personas en pareja, en su mayoría mujeres jóvenes, y midieron tres cosas:

1. Su nivel de competencia intra-sexual.

2. Su propensión a cometer abuso digital (como revisar chats, controlar amistades o hacerse pasar por su pareja en línea).

3. Sus rasgos de personalidad, usando el modelo de los Big Five.

Los resultados son tan simples como inquietantes. Quienes se sentían más competitivos frente a personas de su mismo sexo —es decir, quienes veían al resto como amenazas potenciales para su relación— eran más propensos a ejercer abuso digital. Y esto se agravaba si además eran personas poco amables: con poca empatía, poco interés en el bienestar del otro, y baja disposición al compromiso emocional.

Lo llamativo, según Bhogal, fue que solo la amabilidad tuvo un peso estadístico fuerte. Ni el neuroticismo (típicamente asociado a celos o inestabilidad emocional), ni la responsabilidad (que suele correlacionar con autocontrol) fueron predictores significativos en el modelo. Solo el rasgo vinculado a la calidez interpersonal parecía marcar una diferencia real.

Esto no es trivial. El estudio sugiere que el abuso digital no es un acto impulsivo o inevitable, sino una conducta estratégicamente orientada: quien teme perder a su pareja frente a un rival, y carece de las herramientas para confiar o negociar, puede recurrir al control digital como táctica de retención.

Desde una perspectiva evolutiva, la explicación encaja. Los comportamientos de vigilancia y control han sido vistos históricamente como estrategias para minimizar la pérdida de la pareja y evitar la infidelidad. Pero lo que antes eran conductas observacionales o límites físicos, hoy se han convertido en tácticas digitales: geolocalización, bloqueo de contactos, y espionaje de redes.

Lo preocupante es lo normalizado que está. En muchos casos, estas prácticas no se reconocen como abuso. Se ven como “celos normales”, “pruebas de amor” o incluso como formas de “cuidar la relación”. En la práctica, son violaciones de la autonomía y la privacidad.

A diferencia de la violencia física o verbal, que suele dejar huellas evidentes, el abuso digital opera de forma más silenciosa. Es difícil de detectar, y aún más difícil de denunciar. Muchas víctimas no lo identifican como abuso hasta que las consecuencias psicológicas —ansiedad, aislamiento, miedo— se hacen visibles.

La investigación de Bhogal y su equipo tiene el mérito de conectar dos niveles de análisis que rara vez se entrelazan: las motivaciones evolutivas profundas (como la rivalidad sexual) y las variables de personalidad que conforman nuestras capacidades relacionales. Es un llamado a que los psicólogos clínicos, de pareja y forenses incluyan estas dimensiones en su evaluación y tratamiento.

También es una advertencia para la intervención preventiva. Hablar de abuso digital no es solo hablar de tecnología, sino de patrones relacionales inseguros y rasgos de personalidad que lo habilitan. Programas de educación emocional, desarrollo de empatía y reconocimiento de señales de abuso podrían ser herramientas efectivas para reducir estos comportamientos.

Aunque el estudio tiene limitaciones —es transversal y con una muestra mayoritariamente femenina— su aporte es claro: el abuso en las relaciones no desaparece con la digitalización. Solo cambia de forma. Hoy, el control no siempre grita. A veces escribe desde otro perfil, revisa el historial de navegación o exige un screenshot como prueba de fidelidad. Y eso, aunque no deje moretones, también lastima.

Referencia: Bhogal, M. S., & Taylor, M. (2024). The Role of Intrasexual Competition and the Big 5 in the Perpetration of Digital Dating Abuse. Evolutionary Psychology.



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  • Recursos para Profesionales de la Psicología

Altman, los cuadernos y el valor de tirar ideas (video)

  • 25/03/2025
  • David Aparicio

Me encanta la idea de usar cuadernos para anotar, planificar y pensar. Y esta propuesta de Sam Altman me parece muy tentadora: usar un cuaderno como espacio para organizar ideas, y luego simplemente descartar lo que ya no sirve.

Dato curioso: Altman es el CEO de OpenAI, la empresa detrás de ChatGPT. A pesar de tener acceso a toda la tecnología disponible, elige un método analógico y tradicional para mantenerse organizado.



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  • Ciencia y Evidencia en Psicología

Cuando la pareja se desordena: cómo el apego romántico puede desencadenar una crianza más dura

  • 25/03/2025
  • David Aparicio

Muchos psicólogos saben —por experiencia clínica o investigación— que la crianza de los hijos rara vez se limita a la relación entre el adulto y el niño. Detrás de una voz que grita, de una amenaza o de una mano alzada, suele haber una historia más amplia: una pareja distante, un miedo a ser dejado, una inseguridad difícil de nombrar. Un nuevo estudio publicado en Family Relations confirma esa intuición clínica: los conflictos o inseguridades en la relación romántica de los padres pueden tener un efecto directo sobre cómo disciplinan a sus hijos pequeños.

El equipo liderado por Yili Wu, psicóloga y profesora en la Universidad Médica de Wenzhou, se preguntó por qué algunos padres responden al mal comportamiento infantil con gritos, amenazas o incluso castigos físicos, a pesar de la evidencia abrumadora sobre sus efectos nocivos. La novedad de su enfoque fue mirar no solo al estrés general o a la conducta del niño, sino a la raíz emocional del comportamiento parental: el estilo de apego romántico.

Los investigadores encuestaron a 489 padres chinos de niños menores de cinco años. La mayoría eran madres con una edad promedio de 34 años. Midieron su estilo de apego en pareja (ansioso, evitativo o seguro), la frecuencia con que usaban disciplina dura, su capacidad para entender los pensamientos y emociones de sus hijos (lo que se conoce como funcionamiento reflexivo parental) y su percepción de competencia como cuidadores.

Los resultados fueron claros: tanto la ansiedad como la evitación en el apego romántico predijeron un uso más frecuente de disciplina dura. Pero lo que llamó la atención fue el mecanismo detrás de esas conductas.

Los padres ansiosos —aquellos que temen ser rechazados o necesitan constante validación emocional— no solo tendían a sentirse menos competentes como cuidadores, sino que también tenían más dificultades para imaginar o entender el mundo interno de sus hijos. En su caso, la cadena fue: bajo funcionamiento reflexivo → baja percepción de competencia parental → uso de disciplina dura.

En cambio, los padres con apego evitativo —más incómodos con la intimidad emocional y con una fuerte preferencia por la autonomía— también usaban más castigo físico o verbal, pero en ellos la explicación pasaba únicamente por una baja confianza en su rol como padres. No se sentían capaces, y esa sensación bastaba para desencadenar respuestas duras.

Wu lo resume así: “La ansiedad en el apego tiene un efecto más fuerte sobre la disciplina dura, mediado principalmente por un funcionamiento reflexivo deficiente. En los padres evitativos, la clave está en la percepción de competencia”.

Cuando los investigadores agruparon a los participantes en perfiles completos de apego —seguros, temerosos (altos en ansiedad y evitación) y evitativos— encontraron el mismo patrón: los padres inseguros disciplinaban con más dureza. El grupo más problemático fue el de los temerosos: no confiaban ni en su pareja ni en sí mismos, y eso se reflejaba directamente en cómo trataban a sus hijos.

Este tipo de hallazgos abre una línea interesante para los clínicos que trabajan con familias jóvenes. A menudo, las intervenciones se enfocan en las conductas del niño o en el manejo del estrés cotidiano. Pero Wu sugiere que vale la pena mirar hacia adentro, y más atrás: ¿cómo vive el adulto sus relaciones más íntimas? ¿Qué tan seguro se siente emocionalmente con su pareja? ¿Y qué efecto tiene eso en su capacidad para criar con sensibilidad?

Desde la teoría del apego, estas conexiones tienen sentido. Las personas con apego ansioso pueden sobreinterpretar las reacciones del otro como señales de abandono, lo que las deja emocionalmente agotadas e hipersensibles. Las personas evitativas, por su parte, tienden a desconectarse de la emoción, lo que puede dificultar una respuesta empática frente a la frustración de un niño. Si a eso le sumamos la exigencia constante que implica la crianza temprana, no es difícil ver cómo estas dinámicas pueden escalar.

Una de las fortalezas del estudio es que fue más allá de correlaciones simples. Al identificar mecanismos específicos —como el funcionamiento reflexivo y la autoeficacia parental— abre oportunidades concretas para intervenir. Talleres que fortalezcan la capacidad de los padres para leer las señales emocionales de sus hijos, junto con intervenciones que aumenten la confianza en sus habilidades como cuidadores, podrían reducir el uso de disciplina dura, incluso en contextos de relaciones románticas inseguras.

Pero hay que hacer una pausa antes de extrapolar demasiado. El estudio es transversal, lo que significa que no puede establecer causalidad. Y su muestra —compuesta en su mayoría por madres bien educadas de una sola región china— limita la generalización cultural. Wu lo reconoce: en China, prácticas como el castigo físico pueden entenderse bajo el lente del “amor duro”, una idea con fuerte peso cultural.

Aun así, la intuición detrás del estudio resuena más allá de sus límites geográficos. La crianza no ocurre en el vacío. Ocurre en camas compartidas, en discusiones a media noche, en mensajes sin responder y en silencios largos. Ocurre cuando un adulto se siente querido… o no. Y el niño, sin saberlo, queda en el centro de ese torbellino emocional.

Para los clínicos, el mensaje es claro: no se puede entender la crianza sin entender las relaciones íntimas de quienes crían. La violencia no empieza con el grito; empieza, muchas veces, con una herida no sanada en otro vínculo. Explorar esos vínculos, reconocer sus formas y sus efectos, puede ser el primer paso para una crianza más sensible, más firme y menos dañina.

Referencia: Zhou Jin, Minjie Ye, Hui Lu, Lanyue Chen, Wenyue Chen, Hongsheng Yang, Lei Chang, Deborah Baofeng Wang, y Yili Wu (2024). Distinct mechanisms linking romantic attachment dimensions to harsh discipline among Chinese parents of young children. Family Relations.



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