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Luis Hornstein

9 Publicaciones
Premio Konex de platino en psicoanálisis (década 1996 a 2006). Sus últimos libros son Narcisismo (Paidós), Las depresiones (Paidós) y Autoestima e identidad (F.C.E.) Las encruciljadas actuales del psicoanalisisis(F.C.E). Puedes escribirle a su email: [email protected] o consultar su página www.luishornstein.com
  • Artículos de opinión (Op-ed)

Freud y/o la práctica actual

  • Luis Hornstein
  • 15/08/2016

Este fue el panel central de un libro que recogió las intervenciones y los debates que tuvieron lugar en las jornadas-homenaje realizadas a diez años de la muerte de Piera Aulagnier. Y es precisamente en ese marco –el del reconocimiento que psicoanalistas de diversas procedencias teóricas y clínicas y con elaboraciones conceptuales propias rinden a una obra original, donde deben verse las marcas de algunas definiciones vigentes para el psicoanálisis en nuestro medio. Pues si la fascinación conlleva como peligro la sumisión acrítica, la ausencia de fascinación pone en circulación un modo productivo de pensamiento, que no desdeña el intercambio con otras teorías. Y es allí donde el encuentro-homenaje cobra verdadero sentido y brinda frutos genuinos.

En este panel participan Carlos Marios Aslan (Premio Konex de Platino década 1986-1996 en Psicoanálisis), Silvia Bleichmar (Premio Konex de Platino década 1996-2006 en Psicología) y Luis Hornstein (Premio Konex de Platino década 1996-2006 en Psicoanálisis). Reflexionan sobre la práctica instaurada por Freud y sus modificaciones actuales ilustrando el panorama de un psicoanálisis cuyo pluralismo crítico depende de una inserción en una clínica que se resiste a una globalización que pretenda diluir las condiciones sociohistóricas del ejercicio real del psicoanálisis.

No hay práctica sin proyecto terapéutico. Esta definición no es menor en un momento en que la clínica presenta tantos desafíos. Y la respuesta del psicoanalista suele oscilar entre refugiarse en un teoricismo cuya relación con la clínica se desdibuja, o bien convertir la práctica en un artesanado más o menos empírico, conformándose con una metapsicología simplificante y congelada.

Silvia Bleichmar afirma “que si no nos hacemos cargo de nuestras propias impasses internas una de las cuestiones más graves que nos afectan es el hecho de que el psicoanálisis corra el riesgo, lamentablemente, de caer implosionado no por la fuerza de sus oponentes, sino por sus propias contradicciones internas”. El psicoanálisis está en crisis. Una práctica innovadora ha sido reducida a una técnica estereotipada, petrificada, sin lugar para la creación. Se advierten signos de agotamiento de su discurso, que intenta preservar un monolitismo que ya no existe, al arrastrar el peso muerto de los análisis “ortodoxos”, con su técnica esclerosada.

¿Cómo construir un psicoanálisis contemporáneo, abierto a los intercambios con otras disciplinas y al desafío que impone cada coyuntura sociocultural, sin por ello perder especificidad ni rigor? ¿Cómo producir un pensamiento teórico que, anclado en la clínica, sea capaz de desafiar los dogmatismos?

La forma de hacer productivo el patrimonio psicoanalítico es diferenciando el pasado caduco del pasado vigente, motor de un futuro posible. ¿Quién podría negar que, poco o mucho, Winnicott, Klein, Kohut, Piera Aulagnier, Green, Lacan (y la lista continúa) son hoy imprescindibles? Entonces hay que leerlos, y leerlos directamente, no en la versión que otros dan de ellos. (Lo que puede ser discutible es en qué medida a cada uno.) Una lectura variada no tiene por qué ser un caos o una “entente cordial” en la que convivan todos, si se advierten y respetan los distintos ejes conceptuales. Una condición para respetar la diversidad es poder manejarla. Casi como prestidigitadores. Los epígonos suelen ser rígidos. Sus jefes, no.

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Carlos Mario Aislan

Quizás alguno de ustedes haya escuchado uno de los últimos “chistes de gallegos” Un gallego, puesto en la situación en la que yo estoy ahora, dice: “antes de comenzar a hablar quiero decir algunas palabras”. Bueno, yo también quiero decir algunas palabras y son para agradecerle a Luis Hornstein y su organización, haberme invitado a participar en esta mesa redonda, primero por la invitación y luego porque espero participar de una situación que Castoriadis llamaba “El placer de representación”. En alemán representación es Vorstellung, que también quiere decir idea, así que estamos con el placer de las ideas, que espero que compartamos todos en este momento.

En primer término me referiré a algunos aspectos formales de la práctica psicoanalítica actual. Empezaré contando algunas anécdotas de Freud.

Comenzaré por una carta a Fliess donde le dice Freud “he terminado con éxito el análisis, del Sr. tal, con una invitación a cenar con la familia”. La segunda anécdota está en las notas originales del historial de “El hombre de las ratas”. En una sesión el paciente le dice a Freud que tiene hambre y él le hace servir de comer ; no sin consecuencias, porque luego de unas sesiones Freud anota que “El hombre de las ratas” se quejó que ese arenque le había caído mal. Por otro lado tenemos la correspondencia con Ferenczi. Durante la Primera Guerra Mundial, Ferenczi le solicita a Freud análisis. Tiene unos días de licencia, piensa viajar a Viena, y le pide a Freud si en esas fechas le puede dar varias horas de análisis por día (¿antecedente de análisis “condensado”?) Freud le contesta afirmativamente, y agrega: ”no se olvida de reservar algunas noches para cenar con la familia”.

Los analistas freudianos somos muy heterodoxos. La ortodoxia freudiana es la heterodoxia o la heterodoxia es la ortodoxia freudiana

Otra anécdota concierne a Gustav Mahler, el músico, quien tenía dificultades matrimoniales y le habían aconsejado que consultara a Freud. Parece que Mahler era bastante obsesivo: pidió una hora, Freud se la dio y poco antes Mahler la anuló. Repitió esto varias veces, hasta que Freud le mandó un telegrama diciéndole que iba a estar en una ciudad cercana a donde se hallaba Mahler, por un día, y luego se iba a tomar vacaciones muy largas. Este “apremio” decide a Mahler quien acepta la cita. Caminan por las calles del pueblo durante cuatro horas, “conversando”. Y dicen, por lo menos Jones dice, que con esa conversación Mahler se curó de la impotencia que tenía y su matrimonio se arregló.Este sería el primer ejemplo registrado de un psicoterapia breve psicoanalítica.

También están los consejos que le da a Edoardo Weiss, que fue el introductor del psicoanálisis en Italia y que supervisaba por carta con Freud, así que ha quedado el material y la supervisión. Se quejaba Weiss que no podía establecer contacto con una paciente; entonces Freud le da el consejo de que ponga antes de la hora de ella a otra paciente mujer y que la despida muy efusivamente, que se asegure que la que lo está esperando lo vea y lo oiga. Cosa que hace y la paciente inmediatamente entra en una situación transferencial mucho más franca.

Recuerdo el análisis que cuenta Joan Riviere, Uds. saben que fue una de las traductoras y supervisoras de las traducciones de Freud y que trabajó en el International Journal. La había analizado Jones y le escribió a Freud que tenía dificultades, parece que era una borderline, diríamos hoy. En su primera sesión ella va, se acuesta y para su sorpresa Freud le dice : “yo sé algunas cosas de Ud.: sé que Ud. tiene padre y madre, así que empiece ya”, se lo dice en lugar de esperar las asociaciones y los habituales rodeos. Durante el análisis descubrieron cosas a través del sueño, ( lamentablemente nosotros generalmente usamos los sueños sólo para confirmar nuestras hipótesis), entonces Freud dice “un descubrimiento así merece un premio” se levanta, busca un cigarro y lo enciende. En el libro de Smiley Blanton consta la siguiente anécdota: él le cuenta a Freud que está juntando plata para comprarse las Obras Completas de Freud, y a la sesión siguiente Freud se las regala. Y dice Blanton: “después de eso siguieron una cantidad de sesiones con sueños muy oscuros, indescifrables y asociaciones muy raras”. Freud comentó: “esto suele suceder cuando uno regala cosas a los pacientes”. Es decir, que lo había hecho igual, aunque él ya tenía esa experiencia. Otro comentario, casi de actualidad, lo cuenta Wortis que se analizó con Freud. Le hablaba de una paciente que iba por su quinto año de análisis, y Freud dice: “debe tener mucha plata para analizarse tanto tiempo”.

Lo que quiero subrayar con estas anécdotas yo es que la ortodoxia freudiana consiste en la heterodoxia. Los que acusan a los analistas, freudianos o no, de ser muy ortodoxos, en realidad no saben que están afirmando que los analistas freudianos somos muy heterodoxos. La ortodoxia freudiana es la heterodoxia o la heterodoxia es la ortodoxia freudiana.

Lo que yo quiero rescatar es la libertad de Freud para manejarse con la técnica y con la experimentación de la prueba y el error, o el éxito, y descartar las teorías o las prácticas que no le sirven y pasar a otras, es decir, su libertad técnica. Se deduce a través de los escritos de Freud, por ejemplo, el hecho de analizarlo a Ferenczi invitarlo a cenar a su casa con toda la familia, de la cual era amigo, (inclusive quería que se casara con su hija Matilde), ese tipo de cosas ilustran esa libertad.

El ejemplo princeps es que analizó a su hija Anna durante varios años, en un análisis formal. Yo creo que Freud pensaba que la situación dentro de la sesión era una y la situación fuera de ella era otra. Así como un cirujano eventualmente podría operar a su hija con todas las reglas de la asepsia y del arte de la cirugía, él podía analizar a su hija y después afuera mantener una relación cotidiana y común. Eso también ha mostrado ser equivocado, pero esto es lo que muestra como se podía mover él. Y finalmente, lo más importante de todo esto, creo yo, es la importancia de la teoría psicoanalítica.

Como dice el dicho: “no hay nada más práctico que una buena teoría”. Una buena teoría, permite a un analista formado, manejarse en cualquier situación. Un analista formado. Viene a mi mente la definición de un analista alemán que decía que para él la formación psicoanalítica era una formación psicosomática.

¿Qué quiere decir? como yo lo entiendo, quiere decir que estaba encarnada, no es una cosa aprendida solamente, es encarnada, forman parte de la personalidad, y eso es lo que quiero destacar, que la teoría es extremadamente importante, la formación es importante y si uno la tiene, se puede manejar en el consultorio, caminando por las calles, en el hospital, o inclusive -como hacían algunos analistas en el servicio de Goldenberg en Lanús- que analizaban en los autos, los que devenían consultorios con un asiento delantero diván y el analista se colocaría atrás, supongo.

Me parece que la teoría freudiana es indispensable y es el alfa y el omega de toda formación psicoanalítica que merezca ese nombre. Creo que si Freud viniera a Buenos Aires en este momento y se enterara de las diferentes prácticas: individuales, de terapias de pareja, de grupo, de familia, de multifamilias, etc., etc., no se escandalizaría, siempre que sintiera que estan sustentadas por una formación teórica suficiente y adecuada.

Paso al segundo punto que quería tratar hoy que son dos preguntas, la primera es ¿existe un “oro puro” del análisis? dicho de otro modo ¿existe un análisis “oro puro”? yo creo que esto es un mito y que no existe. Y luego voy a explicar por qué.

La segunda pregunta es ¿existe un analista conceptualmente “oro puro”, con una teoría incontaminada por otras teorías, o sea, dueños de la verdad?

A la primera pregunta tengo que contestar que siempre hubo en los tratamientos psicoanalíticos, psicoterapia, apoyo, sugestión, holding, influencias, etc., etc. Por suerte esto es inevitable que suceda, por la relación que se establece.

Creo que esto nos introduce en otra cuestión que he venido sosteniendo en los últimos años y es que habría que darle legalidad a la “via del porre” porque todas estas situaciones van creando estructuras intrapsíquicas en los pacientes que no pasan por el insight sino que pasan por la relación y que modifican la estructura de la personalidad.

A la segunda pregunta, si existe un analista conceptualmente “oro puro”, con teorías incontaminadas, debo decir que pienso que no y que actualmente estamos sustentando un pluralismo ideológico, o teórico, que no solamente… quiero decir que una posición pluralista no es aceptar de buena voluntad que los otros digan sus cosas y que no pensemos si son adecuadas o no, sino buscarla activamente, para realmente obtener la porción de verdad que puedan tener otras teorías.

El problema del pluralismo, que ya estamos experimentando a veces, es similar al problema que se plantea especialmente en Filosofía del Derecho, el dilema de la tolerancia, que se expresa de ésta manera: “¿hasta cuando un tolerante puede tolerar a un intolerante?”. Esto lo he consultado con mucha gente especializada en Filosofía del Derecho, y finalmente me han dicho que este problema no tiene solución.

Lo mismo puede suceder con el pluralismo, hasta cuando un pluralista puede tolerar a un no pluralista, y este es uno de los inconvenientes, porque no hay nada perfecto.

¿existe un analista conceptualmente “oro puro”, con una teoría incontaminada por otras teorías, o sea, dueños de la verdad?

Bueno, en términos de pluralismo y de la diversidad de teorías, debo decir a modo de esperanza, que si bien existe una imposibilidad, o enormes dificultades epistemológicas en realizar la equivalencia en términos teóricos entre diferentes teorías, por otra parte hemos asistido en los últimos 10 o 15 años, a la emergencia de un producto nuevo, que son analistas que han pasado por instituciones pluralistas y aunque tengan un marco referencial central, (que para mí es el marco freudiano sin duda), se hace en ellos una integración o articulación con algunos aspectos de otras teorías, conciente o inconciente dentro de la mente del analista. Entonces uno toma aspectos de otras teorías que encajan y que son capaces de integrarse, o de articularse con la teoría central que uno sostiene.

Un ejemplo claro de esto me parecen ser muchos de los trabajos de Joyce Mc Dougall. También en ese sentido esa situación pluralista de esquemas, da lugar a ciertas dificultades en cuanto a la propia identidad, en cuanto al curriculum de uno. ¿Cómo me presentaría yo? ¿diciendo que yo soy un analista freudiano? sería totalmente escaso.

Ensayé decir algo que estuviera un poco más adecuada a la realidad: yo me podría definir entonces así “analista freudiano contemporáneo, formado en la APA en su época kleiniana, en Estados Unidos en un Servicio de Psiquiatría con predominio freudiano y psicología del yo, con muchísimas influencias europeas y locales, que trabaja en Buenos Aires en el año 2.000 y que procura, dentro de lo posible, pensar por sí mismo”.

El tercer punto es la teoría freudiana hoy. Yo creo que existe una resistencia entre los analistas a lo más radical y heterodoxo del pensamiento freudiano, que para mí es la segunda tópica. Yo no sé cuales serán las razones de esa actitud, pienso que son razones resistenciales a abrirse a lo nuevo, a tratar de describir el nuevo panorama que implica la segunda tópica y frente a toda ésta situación hay una vuelta a lo más conocido, a la primera tópica, con todos sus impasses teóricos. Y muchas veces desde la primera tópica,en un intento de resolver algunos de esos impasses teóricos se crea un nuevo esquema referencial, o como decía, una nueva metáfora. Y entonces, problemas que podrían ser solucionadas con ideas, descubrimientos y propuestas de la segunda tópica dan origen a una nueva y diferente “metáfora”.

Diría entonces cuáles son las cuestiones que a mi gusto, entre otras, me han interesado a mí seguir explorando y seguir desarrollando dentro del esquema predominantemente freudiano. La conciencia-cualidad, es decir, cómo en la segunda tópica la conciencia pasa de ser un topos a ser una cualidad que puede o no estar, con lo cual se radicaliza totalmente el pensamiento de lo inconciente, siendo que todos los procesos mentales son inconcientes, salvo los iluminados por la linternita de la conciencia, en ese momento, o del interruptor de lo preconciente. Lo que dice Freud claramente muchas veces en los escritos de la segunda tópica, que la conciencia , es una cualidad, que puede estar o no dentro de los procesos mentales y eso creo que hay que ver como se integra con todo. Yo comparto ese enunciado y creo que hay que explorarlo más.

Otros puntos serían la descripción metapsicológica de los diversos modos de internalización y de estructuración del psiquismo, la descripción metapsicológica de las identificaciones estructurantes y de los objetos internos, la definición psicoanalítica de las estructuras psíquicas dinámicas y su aplicación a la teoría, a la clínica y a la técnica (este es un punto extremadamente proficuo), una lectura freudiana de la teoría y clínica de la pulsión de muerte y lo que dije antes, la reevaluación, el estatuto legal de la via di porre, a raíz de los adelantos en lo que atañe a la intersubjetividad, la importancia de los otros en la construcción y desarrollo del alma y en las modificaciones estructurales no producidas por insight.

Silvia Bleichmar

Bueno, en primer lugar el agradecimiento a Cristina y Luis Hornstein por permitirme compartir este homenaje a Piera Aulagnier con todo lo que significa su pensamiento para todos nosotros en particular en un momento en el cual compartimos la sensación de un enorme vacío de figuras psicoanalíticas, con muy pocos nombres representativos de referencia para los analistas que nos sentimos afectados por la repetición de un conjunto de enunciados que percibimos claramente desgastados, agotados. De manera que la posibilidad de repensar sobre la obra de Piera, una obra inconclusa que, como sabemos, estaba en transición en el momento de su muerte, es realmente una oportunidad para seguir pensando todos nosotros sobre nuestra posición teórica y clínica.

Quisiera empezar por cercar dos o tres cuestiones que considero importantes para mi exposición respecto al tema central: Freud y/o la práctica actual.

En primer lugar la situación actual del psicoanálisis, no solo del entorno en el cual se despliega nuestra práctica sino en un plano intrateórico. Pienso que tenemos una tendencia acentuada a emplazar las dificultades del psicoanálisis en las condiciones sociales que se producen a partir de los nuevos modos de ejercicio de las prácticas profesionales, lo cual por supuesto no es desdeñable en razón del modo en cual se han visto alteradas en los últimos años – sobre la base de los modelos del capitalismo salvaje – las formas de las prácticas de las profesiones liberales en general, pero eso no es suficiente para dar cuenta de la situación de crisis del psicoanálisis. Ya que la crisis del capitalismo no la vamos a resolver nosotros – al menos desde el ámbito específico de nuestra profesión – podemos al menos plantearnos cómo entramos como psicoanalistas con cierta dignidad al siglo XXI y de qué modo nos sustraemos a sus efectos en el plano simbólico, o contribuimos a disminuir sus efectos devastadores de la subjetividad desde el ángulo que nos compete.

Pienso, en este sentido, que si no nos hacemos cargo de nuestras propias impasses internas una de las cuestiones más graves que nos afectan es el hecho de que el psicoanálisis corra el riesgo, lamentablemente, de caer implosionado no por la fuerza de sus oponentes, sino por sus propias contradicciones internas. Y así como el socialismo real no cayó por la fuerza de las premisas del capitalismo, sino porque estaba clivado por contradicciones e impasses que no posibilitaban que la propuesta originaria arribara a un puerto adecuado, el psicoanálisis corre el riesgo de caer y arrastrar consigo la propuesta más importante que se haya realizado en la historia de la humanidad para la resolución del sufrimiento subjetivo al haber fundado una de las teorías más fecundas para la comprensión.

si no nos hacemos cargo de nuestras propias impasses internas una de las cuestiones más graves que nos afectan es el hecho de que el psicoanálisis corra el riesgo, lamentablemente, de caer implosionado no por la fuerza de sus oponentes, sino por sus propias contradicciones internas

Y cuando digo caer, me refiero a marginalizarse como práctica explicativa de los fenómenos humanos, no restringiendo mi preocupación al destino de la llamada práctica clínica sino al modelo que inaugura de explicación de las grandes premisas que rigen el conflicto humano a nivel intrapsíquico. Porque más allá, incluso, de los cambios habidos en la subjetividad, es necesario diferenciar estos cambios de ciertos paradigmas que siguen teniendo validez y que hacen a los procesos de constitución psíquica, a aquellos universales que el psicoanálisis pretende haber puesto a la luz del conocimiento como patrimonio de su descubrimiento. hablamos de cambios en la subjetividad, es indudable que ha habido cambios en la subjetividad, siempre y cuando diferenciemos lo que significa la subjetividad de lo que son los procesos de constitución psíquica.

La subjetividad atañe a procesos históricos, políticos y sociales, de producción de sujetos sociales, que no pueden ser homologados a los procesos de la constitución psíquica, teniendo con los procesos de constitución psíquica un ensamble relativo. Podemos hablar de la constitución de la subjetividad en Esparta, podemos hablar de la constitución de la subjetividad en la Argentina del 50, podemos hablar de la constitución de la subjetividad en la Argentina del 2000, y más allá de ciertas variaciones los modelos metapsicológicos del funcionamiento psíquico, se sostienen con algunas variables. El modelo de la tópica del inconciente, el preconciente, las diferencias entre los sistemas psíquicos, la función de la represión, eso no varía. Pueden cambiar los valores del Superyo, pero el hecho de que exista una instancia reguladora de las acciones, como fuera definida por Freud desde la perspectiva del Superyo y como fuera definida por Kant desde el modelo de la ética, es absolutamente solidario con cualquier emprendimiento social compartido. Se dice con demasiada prisa que el Superyó ha desaparecido, como si se pudiera concebir una sociedad sin una instancia moral intrapsíquica. Han variado, indudablemente, los modos de ejercicio de la pautación del siglo XX o del siglo XIX, pero no ha desaparecido la existencia de una instancia reguladora de las impulsiones mortíferas hacia el semejante.

A partir de eso me parece fundamental que cuando nos enfrentamos a los problemas actuales de la práctica, nos planteemos de qué manera la teoría psicoanalítica puede dar cuenta de la subjetividad del hombre actual, lo cual constituye, creo, nuestra preocupación mayor.

Sabemos que todo conocimiento debe ser periódicamente sometido a nuevas revisiones. Mucho más en el caso del psicoanálisis, donde es imposible construir teoría sin que la teoría esté impregnada por los fantasmas de los sujetos que participan del proceso analítico. ¿Cómo establecer una teoría de la diferencia sexual anatómica, sin escuchar a los niños que elaboran teorías de la diferencia sexual anatómica. Es imposible construir una teoría del goce sexual sin escuchar a los sujetos que gozan sexualmente. Es imposible elaborar una teoría del Superyó sin escuchar a los sujetos que temen la crítica o el castigo de su conciencia moral. A partir de esto, si tenemos en cuenta que las formas del goce, las teorías acerca de la diferencia sexual anatómica, los contenidos del Superyó, han ido cambiando a lo largo de un siglo, es inevitable que la teoría psicoanalítica se haya ido llenando a lo largo de su producción de elementos míticos que impregnan sus descubrimientos teóricos.

Quiero decir con esto que una parte muy importante de los enunciados vienen impregnados de los modos de funcionamiento ideológicos del siglo XIX y XX y que el riesgo que se corre, si no se los desgaja, es que los articuladores teóricos fundamentales que hacen a una verdadera antropología en el sentido de un modelo del funcionamiento psíquico con carácter universal y con posibilidad transformadora, caigan junto con los modelos de pensamiento del siglo XIX y XX.

Voy a tomar uno o dos ejemplos, nada más. En primer lugar quiero tomar algo que planteó Carlos Mario, que comparto totalmente que tiene que ver con la cuestión del inconciente. Vale decir, con la preocupación respecto a la conciencia como un aspecto puntual y lo voy a formular en los términos que me permiten ligarlo a lo que estoy trabajando con mi intención de dar homenaje a Piera Aulagnier en este encuentro.

Pienso que el descubrimiento radical del freudismo, el gran descubrimiento, no consiste en haber formulado que en los seres humanos la conciencia no es la dueña del psiquismo, ni en haber formulado que el yo no es el amo en su propia morada. Creo que el gran descubrimiento que viene a romper con toda la tradición filosófica y a plantear algo realmente inmetabolizable para los analistas mismos, es la posibilidad que exista un pensamiento sin sujeto, y que esto es del orden de lo inconciente.

En esto radica el aporte fundamental a nivel del conocimiento universal de Freud en su famosa formulación respecto a los pensamientos del sueño: el hecho de que haya pensamiento allí donde el sujeto no está, que exista materialidad psíquica al margen del sujeto pensante, y que esto constituya el carácter de realidad del inconciente. Es tan inmetabolizable por los mismos analistas este descubrimiento fenomenal, incluso, tal vez, tan audaz para Freud mismo, que los retornos a la subjetivización del inconciente atraviesan toda la obra – como el derribamiento de la acefalía pulsional por los fantasmas originarios como guiones atravesados por la lógica y la temporalidad.

Toda antropomorfización del inconciente es, en definitiva, un retorno a la conciencia intencional, aunque sea del orden de lo no manifiesto. Toda volición del orden de “Ud. no lo ama sino que inconcientemente lo odia”, es reposicionamiento del sujeto en el inconciente, del sujeto, como se ha dicho demasiado “del inconciente”.

Y gran parte de nuestra práctica clínica ha estado viciada por la imposibilidad de comprender este descubrimiento fundamental, que radica en este hecho de que los pensamientos operan no sólo regidos por una legalidad diversa a aquellas que supone una legalidad del sujeto, sino con elementos representacionales no producidos por ningún sujeto, del lado del inconciente.

Esto es evidente en lo que respecto al tema de la pulsión de muerte, por ejemplo, desarrollada en términos absolutamente antropomórficos, regido el sujeto por una suerte de teleología de la búsqueda de la no tensión como meta, como si uno tuviera una suerte de alma natura – como fuera entendida por Groddeck – que dirige acciones que ponen incluso en riesgo nuestros procesos orgánicos en razón de que nuestro organismo todo estaría determinado y regido, a partir de la liquidación monista de toda dualidad, por una voluntad superior.

La propuesta fuerte de rescatar la idea de un pensamiento sin sujeto, vale decir, del orden de un inconciente parasubjetivo y presubjetivo y de diferenciar el momento de la constitución del sujeto de la constitución de la posibilidad representacional, es básica para una transformación total de nuestra práctica.

Y en este sentido da coherencia a la preocupación fundamental que determina el inicio de la cura, en tanto contempla la preocupación del sujeto – el que se instala en el discurso, el que cree regir el psiquismo – por apropiarse de todo aquello que desconoce de sí mismo, vale decir que es ajeno a su emplazamiento yoico, y en tanto tal, es del orden de lo parasubjetivo.

Voy a retomar acá dos enunciados de Piera Aulagnier que pueden permitir que abra un poco mi exposición en la dirección de su obra que me parece esencial y en la cual quisiera que se inscriba mi trabajo de hoy. Por un lado la idea de que “en el campo de la experiencia freudiana no puede existir un conocimiento del fenómeno psíquico sin que corresponda esperar de él que posibilite una acción sobre el fenómeno” para agregar que si “existe un conocimiento del fenómeno psicótico cuya acción es inoperante en el campo de la experiencia” es porque algo debe ser modificado. Cuando la teoría ha devenido inoperante seguir insistiendo de modo positivista en el campo del experimento es un error. De lo que se trata es de revisar aquello que falla en la red conceptual produciendo su reformulación.

Es desde esta perpectiva que Piera Aulagnier propone la construcción de una nueva metapsicología, basada en una idea fuerte, que consiste en concebir a la actividad de representación como actividad básica del psiquismo, como el equivalente psíquico del trabajo de metabolización característico de la actividad orgánica.

Quisiera introducir acá un elemento que es el siguiente: todas las escuelas posfreudianas son intentos de reelaboración de preguntas o respuestas del corpus central en sus aspectos inconclusos o contradictorios, y en la medida en que la obra madre es una obra contradictoria y en proceso, inevitablemente las escuelas se enfrentan. Pero creo que hay que ser claros, el enfrentamiento se produce en el interior mismo de la obra freudiana donde hay aspectos que son absolutamente inconciliables en la medida en que la obra va avanzando en el intento de cercar al objeto.

todas las escuelas posfreudianas son intentos de reelaboración de preguntas o respuestas del corpus central en sus aspectos inconclusos o contradictorios

A partir de esto, entonces, el concepto de metabolización que Piera plantea, tiene una virtud extraordinaria, que es un intento de resolución del gran problema que arrastramos respecto al orígen de la materialidad psíquica, con las oscilaciones que conocemos a partir del abandono de la teoría traumática: el endogenismo en el cual se va precipitando la obra de Freud a partir de 1905 y el intento de recuperación exógena hacia el final de su vida. Es así que la idea más interesante que nos aporta el concepto de metabolismo es que la realidad psíquica es algo que siendo del orden de la proveniencia exterior, solo es procesado a partir de las leyes con las cuales el sistema lo regula. Este la cuestión central con la cual debe ser entendido el paradigma propuesto por Aulagnier, respecto a la realidad psíquica como efecto de un autoengendramiento.

Este paradigma del autoengendramiento, que no implica autonomía del sistema respecto a lo real sino procesamiento de lo real por parte del sistema pero transformación de lo recibido en algo diverso a lo existente afuera – idea que Laplanche también desarrolló desde un ángulo un tanto distinto mediante el concepto de metábola – abre una vía de resolución a la oposición nunca resuelta entre determinación externa y determinación endógena del psiquismo, para plantear claramente que el problema es la forma con la cual el psiquismo procesa aquella materialidad exterior que sin embargo deviene interior sin ser engendrada en forma autónoma por la fantasía.

Es esta una cuestión que yo considero central y que permite salir tanto de los impasses endogenistas como interaccionales en psicoanálisis.

El segundo aspecto que quiero tomar del pensamiento de Piera que me parece esencial remite a la función del otro como instituyente. Es indudable que nosotros hablando de la subjetividad actual no podemos seguir conservando como eje de la problemática de la constitución psíquica el Edipo como el cuento del niño que ama a la madre y odia al padre, o que odia a la madre y ama al padre, porque vamos a terminar trabajando solamente con gente del Opus Dei, con los sectores más tradicionales que conservan el modelo clásico de familia. Este modelo de familia ha caducado en gran medida, y no hay nada más patético que un analista tratando de ver con una pareja homosexual quién es mamá y quién es papá.

Estamos nuevamente acá en la diferenciación entre constitución del psiquismo y producción de subjetividad, y ello nos lleva a la metapsicología y a la teoría en el sentido fuerte del término, vale decir, en el sentido en el cual está planteada la cuestión de la función del otro no como madre o como padre, sino como función instituyente.

Es indudable que en el pensamiento de Piera Aulagnier es insostenible e impensable sin una realidad psíquica que no se construya a partir del otro, y que además no sea del orden de lo libidinal, deseante. Pero no se trata de cualquier realidad del otro la que incide en la constitución de la realidad psíquica, es el otro en su carácter deseante, en su realidad libidinal.

Es acá donde yo quisiera asignarle a esto a una radicalización mayor, para recuperar lo que considero el aspecto mayor del concepto freudiano de Edipo. Es evidente que el pensamiento de Piera, en el momento en que se interrumpe, está trabajando con enunciados que todavía son de su orígen teórico de pertenencia, y que indudablemente la presencia de Lacan fue muy fuerte en Francia en todos esos años y lo ha sido también en la Argentina hasta hoy, a tal punto que los lacanianos lloran la muerte del padre de distintas maneras, y no me refiero a Lacan como padre, sino a la función del padre en la cultura, creo que porque hay una comprensión -en mi opinión- en la cual también a Lacan le ocurrió, como nos ocurre a todos y le ocurrió a Freud, que se anudan los grandes descubrimientos con los modos históricos-políticos con los cuales se sostienen en las representaciones ideativas de los seres humanos.

Y bien, considero que no sólo es inmoral ideológicamente sino también incorrecto teóricamente seguir planteando la función terciaria que intercepta el goce del adulto con el niño, como metáfora paterna, y es imposible seguir hablando de la ley del padre después de la caída de la sociedad patriarcal y sobre todo con los errores y vicios profundos a los que llevó en su anudamiento entre ley y autoridad.

Sin embargo, y es acá donde se ve claramente la importancia de separar el descubrimiento constitutivo del psiquismo de la producción de subjetividad, el descubrimiento de Freud respecto a la interceptación de la sexualidad intergeneracional que plantea la gran cuestión edípica, vale decir, el hecho de que en todas las sociedades tiene que haber un modo de pautación del goce intergeneracional, es una cuestión antropológica de base.

Y es correcto en este sentido recuperar la inversión propuesta por Lacan acerca de considerar el Edipo como algo en lo que el niño es inmerso, pero precisando, sin espejamientos idealistas, que esta inmersión es inmersión en la sexualidad del adulto – no en el deseo-discurso, sino en el cuerpo sexuado, en el cuerpo erógeno del otro, aún cuando esta erogeneidad no pueda constituirse sin enclaves discursivos y sin la función del lenguaje que es innegable en el campo de la humanización.

Pero hay que decir claramente que la prohibición del Edipo es la forma con la cual cada cultura determina la interceptación del goce con el cuerpo del niño como lugar de goce del adulto, y, que en ese sentido el fantasma del sujeto es el modo invertido, metabólico, fantasmático, con el cual el niño procesa el deseo del adulto de manera metabólica y bajo las diversas formas que se le van proponiendo a partir del nacimiento – las cuales son en principio erógenas y, por supuesto, representacionales, pero no por ello lenguajeras, ya que el lenguaje en términos de lógica del preconciente será del orden del contrainvestimiento y sólo recibirá mediado y transcripto este modo primario de producción sexual destinado al inconciente – Por ello, respecto a la llamada función del padre, creo que hay que conservar la idea de una interceptación terciaria del goce, separando la variable estructural de los agentes con los cuales se manifestó en la época de la sociedad patriarcal.

Volviendo a los grandes conceptos planteados por Piera Aulagnier, se trata de retomarlos en tanto hacen al eje de las problemáticas con las cuales podemos pensar psicoanálisis en su corpus básico. La materialidad representacional propuesta mediante el concepto de pictograma, tal como fue planteado, acordando o no acordando con la fórmula tal cual, cuyo interés fundamental radica en la idea de que el pictograma se despliega antes de que un sujeto pueda leerlo y apropiarse de él. Vale decir, que se despliega como realidad psíquica y en el sentido fuerte freudiano, como materialidad externa a toda subjetividad.

Es allí que se abre una cuestión central de nuestra práctica, ya que el psicoanálisis no se inscribe en el interior de lo que se ha considerado como del orden de los modelos terapeúticos narrativos como pretenden algunos – y esa es su diferencia fundamental con los modelos cognitivos, básicamente, y de otro tipo. El psicoanálisis no es una narrativa, es precisamente una forma de rescate del lado de la simbolización del sujeto psíquico de los aspectos representacionales no narrativos, que lo anteceden en su función como sujeto mismo.

A partir de esto nuestra práctica no puede ni antropomorfizar al inconciente, ni plantear la posibilidad de que se instituya, digamos, un tipo de proceso analítico puro, vuelvo al oro puro del análisis, en la medida en que el análisis -entendido como pureza analítica- solo podría sostenerse con un sujeto cuyas organizaciones representacionales fueran siempre del orden de la represión secundaria, vale decir, de la desubjetivización de lo ya constituído como sujeto. Bueno, sé que he volcado un gran número de cuestiones que me inquietan y de ideas que me poseen, y tal vez puedan ustedes disculpar el abigarramiento sabiendo del profundo respeto con el cual quiero empezar hoy esta intervención para proponer en nuestras Jornadas de trabajo, con lo que creo es el que compartimos al venir a este homenaje que puede constituir un sinceramiento de nuestras grandes preocupaciones respecto al psicoanálisis y a la forma que pensamos que podemos encararlas.

Luis Hornstein

Primero y principal, nuestro agradecimiento a Marcelo Bernstein y a Daniel Feijoó, de la librería Paidós, sin cuyo entusiasmo estas jornadas hubieran sido imposibles. Segundo, mi agradecimiento a Piera, aunque ya no esté. Mejor dicho, que sigue estando con nosotros. Ella habló (y yo hablaré) de los “resguardos identificatorios”, y así cuestionó ese “que todo cambie” en que parecen consistir algunas cosmovisiones.

Y la verdad es que Piera, en más de un momento de mi vida -que como la de todos- es un trayecto identificatorio-, Piera me ha echado una mano. Por eso le estoy tan agradecido. Dicho de otra manera: la dialéctica entre permanencia y cambio es compleja, y yo he recurrido a Piera pero también a los autores de la teoría de la complejidad.

Es en esa articulación como entiendo su noción de “reparos identificatorios”, que son como un centro de reaprovisionamiento provisional, muy distinto a los “pilares básicos” o a los “principios fundamentales”.

Nos ha reunido, sin fascinarnos, Piera Aulagnier. Es un placer intelectual seguir la trayectoria de esta pensadora. Por ejemplo, en su noción de “teorización flotante”. ¿Qué ideas son las que “flotan”? ¿Y en la “atención flotante”? ¿Las de un solo autor? ¿Las de varios? ¿Un solo autor implica dogmatismo? ¿Varios autores implica eclecticismo? Es lo que tendríamos que dilucidar en estas jornadas.

La marca registrada “psicoanálisis clásico” intenta preservar un monolitismo que ya no existe

El título de este panel es Freud y/o la práctica actual. Algunos dirían: Freud o la práctica actual, otros Freud es la práctica actual. Freud y la práctica actual es suponer que la obra de Freud informa la práctica actual. La Real Academia dice que “informar” es, en filosofía, “dar forma sustancial”. Mi empleo del término es distinto, menos lastrado en los “pilares” y en los “principios fundamentales”. Quiero decir que la obra de Freud es un centro de aprovisionamiento del psicoanálisis. Me alegró mucho escuchar a Carlos Mario y a Silvia, que a pesar de su conocida filiación freudiana, decir “no basta con Freud”. Y todos nosotros, cuando salgamos de aquí, o antes de venir a las Jornadas, seguramente haremos algo o habremos hecho algo, con esa comprobación de que “no basta con Freud”.

Hay un contrato analítico. Pero no todos pensamos lo mismo. Algunos piensan en que el viejo contrato es infalible y no debe ser modificado, mientras que para otros algunas de las clásicas cláusulas son imprescindibles y otras pueden ser modificadas atendiendo la singularidad de cada análisis.

Cualquier alteración del contrato supone renunciar al análisis cuando se idolatran los “standards” y se siente miedo ante lo real que se le insubordina, siendo que lo real siempre se insubordina. De ahí que el psicoanálisis “puro” u “ortodoxo” convierta las diferencias en deficiencias, en “debilidades”, en lugar de analizar, de ver qué pasa. Sí. ¿Había que esperar a la teoría de la complejidad para darnos cuenta de que la debilidad consiste, más bien, en la dureza monolítica? Dos posibilidades se esbozan: asumir o no asumir el desfasaje. Asumir ese desfasaje, por supuesto, no es una pichincha. Obliga a teorizar apuntalándose en la multiplicidad de prácticas sin pretender una técnica monocorde.

“Cuantas inyecciones de sentido recibió la pobre Irma”, dijo alguna vez Pontalís. A lo cual yo agregaría: “cuantos hombres de los lobos están siendo atendidos y no tienen quien lo escriba”. Cierto aburrimiento que suele haber en las reuniones psicoanalíticas tiene que ver con que lo que hacemos de día tiene poco que ver con lo que decimos de noche.

¿Cómo trabajan los analistas? Los más talentosos se diferencian por sus prácticas y/o sus producciones. Los otros se diferencian por sus emblemas y por sus fueros. Las “teorías” cuando se las congela para conservar la identidad son sólo “contraseñas”.

¡Al diablo con los falsos dilemas! Aquí tenemos otros: ortodoxos/heterodoxos. Los muchos analistas que teorizan las prácticas en su desconcertante diversidad son etiquetados como “heterodoxos” por los “ortodoxos”. Son psicoanalistas de frontera. Trabajan en los bordes de la clínica y de la teoría y su tarea no es sólo recuperar lo existente sino producir lo que nunca estuvo. Se trata de ir más allá, aunque haya que modificar el encuadre y el estilo interpretativo, aunque haya que volver a pensar y que pensar por primera vez. Se trata de poner en juego toda su potencialidad simbolizante.

Para los psicoanalistas de frontera las prácticas no se atan a las teorías. Un “psicoanálisis de frontera” es el que conquista territorios. Se diferencia –y se opone- a un “psicoanálisis retraído”, que actúa como si solo bastara repasar. Sus “debates” son burocráticos: predominan cuestiones administrativas y se centran en la “identidad”, por lo que se habla demasiado de lo que se debe ser y poco de lo que se hace.

El psicoanálisis “puro”, “ortodoxo” o “clásico” se demostró reduccionista. Carlos Mario decía que se requiere discutir ciertas consignas superyoicas que paralizan.

La marca registrada “psicoanálisis clásico” intenta preservar un monolitismo que ya no existe. Propone un psicoanalista “objetivo” espectador de un proceso “standard” que se desarrolla según etapas previsibles. Se lo presentó como garante de la ortodoxia. El modelo “clásico” rechazaba toda implicación subjetiva del psicoanalista. Sin embargo, los afectos del psicoanalista son utilizables para acceder al inconsciente del analizando. Lo aprendimos a medida que los pioneros aumentaban el respeto por los “límites de lo analizable”. Si hay una implicación subjetiva del psicoanalista, lo que corresponde es asumirla. Se abren opciones. Hacer como que no pasa nada y entonces es probable que no se hable. 2. Asumir y estudiar qué pasa. Mediante su implicación el analista multiplica potencialidades y disponibilidades en la escucha proporcionando una caja de resonancia (historizada e historizante) a la escucha. La contratransferencia es producción (y no reproducción) del espacio analítico si concebimos al psiquismo como sistema abierto auto-organizador que conjuga permanencia y cambio.

Freud y su obra configuran una identificación que remite a una filiación simbólica. Una identificación primaria, no con su persona sino con su modalidad de interrogación. ¿Quién es Freud? ¿Qué cosa es Freud? Cuando su obra y su figura dejan de ser una referencia al origen o a la historia, devienen soporte de un yo ideal. Un psicoanalista hereda una tradición, cuyo núcleo es una identificación con Freud, con ese investigador que dice: “No creo más en mi neurótica”. Ese no creer, ese no quedar fijado a lo ya dicho-ya escrito, no anuncia apatía sino creación. Anticipa un conocimiento ulterior como premio a un trabajo intelectual que no evita la autocrítica referida a lo pensado, pero no a lo pensante; referida a lo descubierto, pero no a lo por descubrir.

Precisamente ahora el intercambio es más necesario que nunca, porque se advierten signos de agotamiento de cierto discurso psicoanalítico que pretendió sentarse en sus laureles

Un analista es una trayectoria. ¿Y qué es una trayectoria sino entreveros, un pelear pero también abrazarse con la clínica, con los textos, con su análisis, con su historia? Ese itinerario se nutre del conflicto entre textos, entre autores, entre prácticas. Es lo opuesto a cerrar filas. Cuando Carlos Mario intentó definirse como psicoanalista lo abordó a partir de su historia, de prácticas, de supervisiones, de influencias, de lecturas. Un psicoanalista freudiano y cosmopolita.

Precisamente ahora el intercambio es más necesario que nunca, porque se advierten signos de agotamiento de cierto discurso psicoanalítico que pretendió sentarse en sus laureles. El psicoanálisis es un saber instituido e instituyente. Problematizar los fundamentos hace que lo instituyente repercuta sobre la práctica y que ésta vuelva a actuar sobre los fundamentos.

La trayectoria de cada uno de nosotros articula historia infantil, historia actual, filiaciones, prácticas, experiencias transferenciales y contratransferenciales y pertenencias institucionales. ¿Cuáles son nuestras filiaciones reales? Recuerdo un relato de Silvia, sobre su primer encuentro con Laplanche, al cual le dijo “lo vengo a ver a Ud. porque es el más freudiano de los lacanianos” y Laplanche le aclaró “no, no, yo soy el más lacaniano de los freudianos”. Así puntualizó cuál consideraba él su filiación primaria. Yo diría hoy: “Piera es la más freudiana de los lacanianos”. Un origen distinto al de Laplanche, una filiación primordial lacaniana y un itinerario teórico y clínico que la condujo a una inmersión posterior en la obra freudiana.

Confrontar al psicoanálisis con nuevas formas de pensamiento es insistir con su desafío fundacional. El horizonte epistemológico nos exige reflexionar entre otras cuestiones: sobre el determinismo, el azar, los sistemas abiertos, la autoorganización, la causalidad recursiva. Solo así combatiremos cierta perplejidad paralizante e inscribiremos al psicoanálisis en el paradigma de la complejidad.

Un programa sólo es útil cuando estamos ante una situación cuyas condiciones no se modificarán ni serán perturbadas. “Programa de actividades para este año”. O sea, en un psicoanálisis no es útil. Nos enfrentaremos, paciente y analista, con desconocidos. La estrategia incluye la incertidumbre. Por supuesto que tienta un pensamiento simple que separe al objeto de su entorno y del observador. La ciencia “clásica” obraba con la ilusión de que el observador podía ser eliminado.

Freud consideró los objetivos del análisis en el registro clínico y el metapsicológico. “Hacer conciente lo inconsciente”, “resolver fijaciones”, “rellenar lagunas mnémicas”, “donde ello era, yo debo devenir”. Privilegió ciertos indicadores clínicos: desaparición de síntomas, inhibiciones y angustia; aumento de la capacidad de rendimiento y de goce.

Nadie puede hablar en nombre de todos. La meta de mi psicoanálisis es modificar las relaciones intersistémicas (tanto como lo quiera el paciente). Para saber si el análisis produce modificaciones de “estructura”, antes hay que decir qué entendemos por cambio de estructura. Yo, siguiendo a Freud, entiendo que la hay cuando se produce una transformación dinámica y económica de las relaciones del yo con el ello, superyó y realidad exterior. Como consecuencia de esa transformación, no se arriba al Nirvana, sino que se sigue afrontando posibles conflictos.

Pero hay muchos psicoanálisis, y cada uno entiende a su manera la transformación del sujeto, buscada por todos. Para decirlo esquemáticamente, adaptación en el análisis norteamericano; internalización transmutadora en Kohut; historización ligadora mediante el trabajo erótico en Piera Aulagnier; instauración de una nueva relación entre imaginación radical y sujeto reflexivo en Castoriadis; elaboración de las ansiedades esquizo-paranoides y acceso a la posición depresiva en Klein; destitución subjetiva y atravesamiento del fantasma en Lacan; trabajo subterráneo de simbolización en Laplanche. Winnicott opta por crear un espacio transicional que potencie el jugar y la ilusión.

Así como pienso que estamos en situación de elaborar una metapsicología respetuosa de la complejidad (que considere el psiquismo como sistema abierto) pienso que algunas sentencias de Freud deben seguir siendo exprimidas, para sacarles el jugo.“Hacer consciente lo inconsciente” o “donde ello era yo debo devenir”. ¿Cómo las entendemos actualmente? ¿Qué es lo inconsciente? En los primeros trabajos se origina en el trauma. En 1900 es un sistema. A partir de la segunda tópica, incluye el inconsciente reprimido, aspectos inconscientes del yo; el ello (inconsciente congénito) y lo inconsciente del superyó. Será, desde entonces, un sistema de deseos, de identificaciones, de valores interiorizados.

“Donde ello era, yo debo devenir”. Lo inconsciente reprimido es producto de la historia infantil. El núcleo del ello está ligado a la historia de la especie. “Yo debo devenir.” ¿Cómo encaran el yo las distintas corrientes posfreudianas? Porque se puede encararlo de distintas maneras. Lo que no se puede es eludirlo.

A Freud la metapsicología le permite jugar con las palabras, sacarles el jugo. Las sistematiza, las explicita, las aclara, observa contradicciones. Anticipándose varías décadas a las ideas actuales de complejidad, trata al psiquismo como un sistema abierto. Sabe que es un magma, más que un rompecabezas. Pero va diciendo: desde el punto de vista tópico, el yo depende de las reivindicaciones del ello, de los imperativos del superyó y de las exigencias de la realidad; desde el punto de vista dinámico, representa el polo defensivo del conflicto; desde el punto de vista económico, permite el pasaje de la energía libre (proceso primario) a la energía ligada (proceso secundario). Que sobre el yo haya tanta polémica, tantos dimes y diretes, es apenas una prueba de su complejidad. Claro que hay un yo-función propenso al adaptacionismo. Claro que hay un yo-representación, condenado al desconocimiento. Salgamos del apoltronamiento en las falsas opciones. Sigamos construyendo una metapsicología del yo que dé cuenta de la duplicidad. Esa duplicidad, la de ser a la vez defensivo e historizante, precisamente lo constituye.

Por su independencia teórica e institucional Piera Aulagnier fue precursora en conjugar las críticas de Lacan a la concepción del yo autónomo con una teoría del yo que no niegue lo que el psicoanálisis reconoció como lo más suyo: el conflicto.

Podríamos tolerar una convivencia pacífica entre un yo-función y un yo-representación renunciando a la búsqueda de articulación. Reducido a su función adaptativa implica dejar de lado su dimensión historizante, pensado como una imagen engañosa implica subestimar su función dinámica.

Ningún concepto ha sido tan revisado como el de yo cuya heterogeneidad hizo que diversos autores privilegiaran algún aspecto. Aun si nos limitáramos a Freud, la palabra “yo” quiere decir muchas cosas. Y si en vez de una corriente psicoanalítica consideramos varias, llega a representar incluso nociones antitéticas.

El yo encubre su proceso de producción y pudo parecer natural sólo porque se desconocían su génesis y sus funciones. El yo desestructurado de la psicosis le hace descubrir a Freud una fase autoerótica, previa al narcisismo, en la cual la unificación corporal todavía no se logró. El narcisismo se le presenta multifacético: fase libidinal, aspecto de la vida amorosa, origen del ideal del yo, construcción del yo… La esquizofrenia y la paranoia le dan argumentos para teorizar esa reverberación. Pero hay más: la enfermedad orgánica, la hipocondría, la homosexualidad, el dormir y la vida amorosa (Freud, 1914).

En la clínica actual al yo le pasa de todo. Son hostigados su consistencia, su valor, su discriminación con el objeto, sus funciones, perdidas o nunca constituidas. Y en la teoría actual es jibarizada la noción de yo. ¿Por qué? Quizá por su complejidad, que se presenta inabarcable. Entonces se opta por una parte.

Pensar al yo como devenir es ubicarlo en la categoría del tiempo y de la historia. En suma: de la indiferenciación narcisista a la aceptación de la alteridad y del devenir. Una teoría del sujeto debe dar cuenta de ese proceso concibiendo al yo en proceso identificatorio, no sólo identificado sino identificante; no sólo enunciado sino enunciante; no solo pensado sino pensante; no solo sujetado sino protagonista.

En estas jornadas intentaremos responder a que es “hacer consciente lo inconsciente” y “donde ello era, yo debo devenir” en la constelación metapsicológica de Piera Aulagnier.

Este libro recordará, produciendo, la libertad intelectual de Piera Aulagnier, las múltiples ocasiones en que pudo superar las oposiciones, tan caras a Freud, oposiciones que en manos menos expertas pueden convertir una vocación (entre ellas, la psicoanalítica) en una votación, en un cara o cruz, en un acto por el cual uno se saca el problema de encima, sea el de la curación, sea el de la realidad.

¿Qué es el ello para Piera? ¿Cómo se transforma el cuerpo biológico en erógeno? ¿Cómo se encarna el pictograma en lo corporal? Como decía Silvia: el pictograma permite soslayar una teoría solo narrativa de la constitución subjetiva. ¿En que consiste la potencialidad psicótica? ¿Qué lugar le asigna al pensamiento, la historia, al proceso identificatorio y a la realidad en la producción de subjetividad? ¿Cómo se inscribe Aulagnier en el paradigma de la complejidad? ¿Amor y pasión? ¿Abuso de transferencia? ¿Cuál es el lugar del pensamiento en el trabajo analítico?

Piera Aulagnier hizo sus opciones. Leyó a Freud, a los posfreudianos y, por supuesto a Lacan, con quien se analizó y de cuyas instituciones fue miembro. Profundizó problemáticas cruciales del psicoanálisis contemporáneo. Porque Freud no basta, estuvo con Lacan. Porque Lacan “atrapa”, se escapó, no para refugiarse en una isla, no para inventar un nuevo solipsismo sino para pensar con nosotros, sin dejar nunca de ser ella misma. Reinterrogó los fundamentos que rigen la metapsicología, la nosografía y la práctica para problematizarlos y para que repercutieran sobre la praxis. ¿Es el psicoanálisis la espera pasiva de la creatividad como un estado de gracia, de inspiración súbita? Prefiero pensarlo como lucha contra escollos, contra la repetición. Modesta pero firmemente se relegan aquellos conceptos impensables desde la racionalidad actual, diferenciando entre la historia caduca y la historia constituida por el pasado actual (que define los conceptos aún válidos).

Creo entender lo que dice Goethe y Freud transcribe: “Gris es toda teoría y verde el árbol de la vida”. Piera penetró muchos continentes negros de la teoría y de la práctica. Lo que no hizo fue un culto del misterio, un culto esotérico. E hizo que nuestra tarea fuera posible, llevadera.

El psicoanálisis es productor de alteridad y no reproductor de mismidad. Sostiene un proyecto de autonomía reduciendo la violencia simbólica. Neutralidad como búsqueda, como ideal a lograr, opuesta a la alienación del otro en el deseo los ideales, los proyectos del analista. Si la violencia primaria impone a los niños ciertas denominaciones para ponerle palabras a los afectos, el trabajo analítico es justamente el recorrido inverso, ya que toda interpretación tiene como finalidad encontrar en estas demandas, estas inhibiciones, estos síntomas, los conflictos que lo originan y remontar estos conflictos a aquellas experiencias afectivas que han sido su fuente. El trabajo analítico se propone deshacer ciertas violencias sufridas.

El tratamiento es un encuentro, si no con la Libertad, al menos con una mayor libertad. Las psicoterapias anteriores a Freud, él mismo lo dijo, cercenaban la libertad: la terapia sugestiva y la moral. Cada una a su modo, pretendía suprimir los síntomas sin interrogarlos. En el año 79 Piera Aulagnier escribió que la gente no teme que el análisis lo inunde de ideas sexuales, sino que lo convierta en el muñeco del ventrílocuo. Y este riesgo de alienación tiene que ver con una desacreditación del trabajo del yo y del pensamiento, tanto por parte del analista, como del paciente.

La nostalgia es el anhelo de reencontrar un pasado idealizado. Tiene un riesgo: el desinvestimiento del presente y del futuro. Si propiciamos un diálogo entre pasado y presente no es para glorificar el pasado, sino para producir una nueva versión que haga brotar nuevas ilusiones para el porvenir. Una historia en movimiento conjuga permanencia y cambio.

Imagen: Pexels

  • Artículos de opinión (Op-ed)

Nuevos paradigmas para el psicoanálisis: reduccionismo o complejidad

  • Luis Hornstein
  • 07/01/2016
Psicoanálisis

El psicoanálisis está en crisis… Una oportunidad para que se enriquezca con el nuevo horizonte epistemológico. ¿Cómo nos vinculamos con representantes actualizados de otras disciplinas, en busca de intercambio fructífero con la filosofía, la lingüística, la física, la química, las neurociencias y las ciencias sociales?. No se trata de volverse un ratón de biblioteca, ni de lograr un saber enciclopédico sino evitar que el mundo psicoanalítico se cierre sobre sí mismo.

Marie Bonaparte le escribe a Freud el 20 de octubre de 1932:

“He conocido a Niels Bohr que, como usted debe saber, es uno de los más destacados físicos de nuestro tiempo. No obstante no puedo aceptar uno de los puntos que nos explicó sobre sus teorías, a saber el libre albedrío del átomo. El átomo va a ser ahora excluido del determinismo. Me complació oírle decir que Einstein le había objetado lo siguiente: ‘No puedo imaginarme a Dios echando los dados’. Planck también parece poner objeciones diciendo que puede deberse a una falta de conocimiento de todos los factores, el hecho de que no tengamos idea de la dirección en que desea ir un átomo.”

Dos días después Freud le responde:

“Lo que me dice sobre los grandes físicos es realmente muy notable. Es aquí donde verdaderamente tiene lugar el colapso de la cosmovisión de nuestros días. sólo podemos esperar y ver qué ocurre.”

Han pasado más de ochenta años. Sabemos que “Dios juega a los dados”. Efectivamente el libre albedrío de los átomos existe y la física contemporánea cuestiona el determinismo absoluto. ¿Nos sigue motivando lo que motivaba a Freud? ¿Nos inquieta?

Inquietan al psicoanálisis, entre otras cuestiones: el determinismo, el azar, la complejidad, los sistemas abiertos, la autoorganización, la recursividad. Asumir el desafío de que nuestro psicoanálisis sea contemporáneo del presente exige situarse en los bordes. Bordes de la clínica. Bordes de la teoría. Fronteras lábiles. Sentirlas, vivirlas, pensarlas como fundantes, las convertirá en ámbitos de producción.

Científicos, filósofos, etc., todos heredan. En el legado se reciben objetos valiosos y trastos viejos. No se trata de administrar un patrimonio sino de ponerlo a producir. “La idea de herencia implica no solo reafirmación y doble exhortación, sino a cada instante, en un contexto diferente, un filtrado, una elección, una estrategia. Un heredero no es solamente alguien que recibe, es alguien que escoge y que se pone a prueba decidiendo” (Derrida). Heredar teorías exige definir sus principios, sus métodos, dando cuenta de sus fuentes, sus referencias conceptuales, sus fundamentos y sus finalidades.

Los paradigmas cambiaron una o más veces en la física, la biología, las neurociencias, las ciencias sociales, la epistemología. Por más que estuviéramos encerrados en un bunker, un saber no nace de sí mismo. El psicoanálisis fue la orquestación hecha por Freud de los saberes de su época. Y el psicoanálisis es hoy, o bien la parodia del freudiano, o bien algo que se articula con los saberes de hoy, la ciencia de hoy y no la del siglo pasado. “Hoy en día es conveniente implementar una nueva práctica de la cura, un nuevo psicoanálisis más abierto y más a la escucha de los malestares contemporáneos, de la miseria, de los nuevos derechos de las minorías y de los progresos de la ciencia. Retorno a Freud, sí, relectura infiel de Lacan, ciertamente, pero lejos de toda ortodoxia o de toda nostalgia hacia un pasado caduco…” (Roudinesco, E., 2011).

 el psicoanálisis es hoy, o bien la parodia del freudiano, o bien algo que se articula con los saberes de hoy, la ciencia de hoy y no la del siglo pasado

El psicoanalista no se alimenta sólo de psicoanálisis. Vean, si no, la lista de los autores leídos por Freud, poetas, filósofos, médicos, historiadores, políticos, biólogos. Vean cómo mantiene el timón en el mar embravecido de tanta lectura, que a otro llevaría al eclecticismo o a la dispersión. Podemos atribuirlo a su genio. Prefiero atribuirlo a su coraje, no menos indudable.

Durante varios siglos predominó en la ciencia la idea de simplicidad, pero ahora busca dar cuenta de la complejidad con las herramientas adecuadas a este nuevo contexto. La consideración del movimiento y sus fluctuaciones predomina sobre la de las estructuras y las permanencias. La clave es otra dinámica, denominada no lineal. Esta conmoción del saber se desplaza de la física hacia las ciencias de la vida y la sociedad. En física, los sistemas complejos se convirtieron en el centro de las investigaciones. La biología molecular no redujo lo complejo a lo simple (lo biológico a lo físico-químico) sino, por el contrario, recurrió a conceptos organizacionales desconocidos en el dominio estrictamente físico-químico como información, código, mensaje, jerarquía. La biología propone la autoorganización para comprender cómo el azar produce complejidad. Lo psíquico incluye un nivel de complejidad aun mayor. Donde en el siglo XVIII se veía un mecanismo de relojería y en el XIX una entidad orgánica, actualmente se ve un flujo turbulento.

Dilucidar la genealogía de un desarrollo teórico requiere, además de delimitar el álgebra de su coherencia interna, situar históricamente las instituciones y las prácticas que presionan sobre las teorías y que constituyen el “saber”. Es evitar la ilusión teoricista que supone que el psicoanálisis se agota en sus conceptos; como si estos surgiesen y se desarrollasen puros e incontaminados a partir de psicoanalistas también puros. ¿Existe la pureza? En sentido material puro es lo limpio, lo que no tiene mancha. El agua pura es agua sin mezcla, un agua que sólo es agua y, por lo tanto, es un agua muerta, lo cual dice mucho sobre la vida y sobre una cierta nostalgia de la pureza. La pureza es imposible: sólo podemos elegir entre diferentes tipos de impurezas, y a esto se lo llama higiene. La pureza esta del lado de la muerte o de la nada. El agua es pura cuando no tiene gérmenes, ni sales minerales. Es, por lo tanto un agua que sólo existe en nuestros laboratorios.

Postular un determinismo causal absoluto de todo lo que acontece en el universo (en el que todo lo no determinable sea nada más que un todavía atribuible a nuestra ignorancia) implica postular que todo fenómeno puede ser predicho, de hecho o de derecho. Ese determinismo duro implica negarle a lo nuevo la posibilidad de existir. Si el azar no es más que una ilusión debida a nuestra ignorancia de un determinismo escondido, entonces la posibilidad de la emergencia de lo nuevo es también una ilusión. Para la ciencia actual el azar y las leyes no se contradicen a la hora de describir la complejidad del mundo sino que colaboran. Las leyes, con su protagonismo constante; el azar, de manera puntual.

La ciencia se constituyó ganándole terreno al azar. La acumulación de evidencias cuestionó la visión determinista del mundo, y el azar renació. La ciencia se vio obligada a pactar, incorporando el concepto de probabilidad. Dar vueltas sobre el determinismo, el azar, el devenir, la recursividad acometerlos una y otra vez, en distintos contextos y con distintas “sintaxis”, me condujo a replantearme qué es la historia en psicoanálisis. Hubo alguna vez una concepción ingenua de la historia. La historicidad supone un sujeto capaz de pensar (y crear) su presente, su pasado y su futuro.

Freud tuvo conocimiento de la relatividad y de los comienzos de la mecánica cuántica, pero eran teorías recién nacidas y no buscó apoyarse en ellas. Es sabido que para escalar es mejor agarrarse a un viejo tronco que a un joven brote, aun cuando éste sea más bello.

Los modelos de la física clásica utilizados por Freud valen esencialmente para los sistemas próximos al equilibrio. El determinismo en el cual Freud se formó le reservaba muy poco lugar al azar. El determinismo  es la doctrina filosófica según la cual todos y cada uno de los acontecimientos del universo responden a un encadenamiento riguroso de causas y efectos. El determinismo minimiza la creación y la libertad. Tiene un aspecto positivo, la predictibilidad y uno negativo, el fatalismo. Para un determinismo absoluto, el futuro está totalmente determinado por el presente. ¿Y qué es el azar? ¿Un producto de nuestra ignorancia o un derecho intrínseco de la naturaleza?

La antigua termodinámica ha sido profundamente transformada por la conceptualización de las estructuras disipativas, en las cuales se invierte la evolución del orden hacia el desorden. La teoría del orden por fluctuaciones y el concepto de estructura disipativa tienen como punto de partida una termodinámica del no equilibrio.

Se produjo una profunda transformación de la física. En la historia de esta transformación se distinguen tres períodos. En el primero se elaboran los esquemas conceptuales que hoy prevalecen: relatividad y mecánica cuántica. Una serie de descubrimientos, que abren perspectivas inesperadas, marca el origen del segundo período: fundamentalmente el de la inestabilidad de las partículas elementales y su complejidad. Este fue también el período del descubrimiento de un mundo de procesos, de creación, de destrucción o de evolución, alejado del mundo regido por leyes intemporales que constituía el ideal de la física clásica. El tercer período lo inaugura el descubrimiento de las estructuras disipativas.

COMPLEJIDAD: EL NUEVO PARADIGMA

Hay complejidad cuando son inseparables los elementos diferentes que constituyen un todo (como el económico, el político, el sociológico, el psicológico, el afectivo, el mitológico) y existe un tejido interdependiente entre el objeto de conocimiento y su contexto, las partes y el todo. El orden ya no puede ser pensado sin el desorden. Ambos se entrecruzan en forma interdependiente y coexisten en el mayor nivel de complejidad de la organización (Morin, 1999).

Es frecuente hacer declaraciones contra el reduccionismo… para caer en el eclecticismo blando, que toma algo del psicoanálisis, del cognitivismo, de la biología, salpimentados con algo sociohistórico. No le escapo al diálogo. Psicoanálisis, cognitivismo, bioquímica, genética y lo histórico-social pueden colaborar en un proyecto común. Le escapo al reduccionismo, es decir a la simplificación excesiva en el análisis o estudio de un tema complejo. A los reduccionismos, porque cada disciplina tiene el suyo. Para la ideología reduccionista en biología (biologicismo) la subjetividad sería consecuencia de la constitución genética. Se le niega cualquier papel a las problemáticas psíquicas, sociales, históricas. La ideología reduccionista en psicología (psicologismo), a su turno, hace oídos sordos a los aspectos biológicos y a los socio-históricos.

Si el psicoanálisis quiere ser contemporáneo debe hacer algo distinto. Murray Gell-Mann pasará a la historia como  coautor de la idea de los quarks, los constituyentes elementales de las partículas nucleares. Pero también ha aportado mucho a la teoría de la complejidad. Una de sus ideas novedosas es atribuir las ideas novedosas a la unión de la ciencia de lo fundamental con la ciencia de lo complejo. Según Gell-Mann hay dos maneras de estudiar el mundo: la vía reduccionista, en donde uno intenta descomponerlo en sus componentes más elementales -los quarks, o quizás las supercuerdas-. La otra vía es el reconocimiento de una ciencia de la complejidad, con leyes y principios que emergen en niveles sucesivos.

Psicoanálisis, cognitivismo, bioquímica, genética y lo histórico-social pueden colaborar en un proyecto común

La complejidad no es una respuesta, es un desafío. El duelo por la certeza es uno de los mas difíciles. Decía Lacan que “el problema de los psicoanalistas es que comprenden demasiado”. Gracias al pensamiento complejo, los traumas, los duelos, los vínculos van tomando otro lugar, en la teoría y en la clínica. La lógica de los sistemas abiertos auto-organizadores se expresa en el azar organizativo como principio de complejidad por el ruido.

La vida es el equilibrio precario entre el riesgo de destrucción por el desorden y el de la rigidez por redundancia en un orden inamovible. La subjetividad es capaz de modificarse cuando las circunstancias lo obligan haciendo surgir nuevas propiedades. Es esto lo que se define como autoorganización.

El psiquismo, transformando el azar en organización, incrementando su complejidad, engendra nuevas formas y desarrolla potencialidades. La complejidad designa la aptitud para admitir y utilizar un mayor desorden. Las ligaduras son múltiples y multiformes. La cantidad es neutralizada por la complejidad (Freud, 1895).

¿DIOS JUEGA A LOS DADOS?: DETERMINISMO Y AZAR

Si al pensar la temporalidad, los procesos, la historia, llegamos a incluir los estados alejados del equilibrio descubriremos que los efectos del azar producen mutaciones estructurales. Estructura y acontecimiento ya no se excluyen recíprocamente.

Lo viviente es un fragmento de la materia empeñada en conservarse parecida a sí misma independientemente de la suerte del resto del universo. Exhibe ciertas funciones fáciles de reconocer, pero difíciles de definir como un conjunto compacto de condiciones necesarias y suficientes. “Todas ellas, sin embargo, están relacionadas con el prefijo ‘auto’: autorreplicación, autoorganización, automoción…” (Wagensberg).

El acontecimiento azaroso (el que se produce en la intersección de dos cadenas de causalidad independientes) tiene un rol primordial en los sistemas complejos. En la evolución de los sistemas alejados del equilibrio hay sucesivas bifurcaciones. Entre bifurcación y bifurcación, en la “meseta” prevalecen las leyes deterministas, pero antes y después de tales puntos críticos, reina el azar.

La independencia de un sistema complejo respecto de su entorno no se consigue con el aislamiento, sino, con una sofisticada red de relaciones entre ambos. “En realidad, llamamos catástrofes a todas aquellas inclemencias del entorno de las que aún no hemos logrado independizarnos (tornados, terremotos, sequías, impactos de meteoritos, ciertas epidemias, etcétera)” (Wagensberg).

Entender el mundo es, sí conocer las leyes que rigen los componentes últimos de la materia, pero también comprender los cambios de fases, las turbulencias y los procesos irreversibles. Estos problemas, que se sitúan en los confines de las matemáticas, de la física, de la química, de la biología y de las ciencias humanas transforman el panorama epistemológico.

Un sistema es auto-organizador cuando ante perturbaciones aleatorias, en lugar de quedar destruido o desorganizado, reacciona con un aumento de complejidad. Por la hipersensibilidad a las condiciones iniciales cualquier pequeña variación en el comienzo produce una gran divergencia ampliándose en el tiempo. Como obtener una precisión absoluta es imposible el sistema evoluciona bajo una modalidad aleatoria de hecho aunque no de principio. Es por eso que se ha propuesto el término paradojal de “caos determinista” (bastante compatible con la teoría freudiana de la retroacción) que evoca una trayectoria determinista pero imposible de prever. Determinismo y predictibilidad han dejado de ser sinónimos.

Una organización que no pueda ser perturbada por ruidos nuevos se encamina a una clausura mortífera, su extinción, según el principio de entropía. Esto sucede tanto en sociedades como instituciones replegadas sobre ellas mismas que se empobrecen y desaparecen (o también en teorías incapaces de abrirse a las nuevas adquisiciones de conocimiento).

¿Qué es “autoorganización”? Algo que está entre el cristal y el humo. Por una parte, un orden rígido e inamovible, incapaz de modificarse sin ser destruido (cristal) y, por otra parte, una renovación incesante, sin estabilidad alguna (humo). Un estado intermedio, susceptible de reaccionar frente a lo imprevisto. La reacción no implica la destrucción de la organización preexistente, sino que aparecen nuevas propiedades dando lugar a una estructura novedosa.

HISTORIA RECURSIVA Y PSICOANÁLISIS

La historia que nos interesa es una de hechos recurrentes, que han ocurrido, ocurren y habrán ocurrido. No es una historia lineal, una semirrecta desde el pasado, sino una historia recursiva.

Lo bueno de las dicotomías es que aclaran el magma. Lo malo es que lo hacen desaparecer. Así, determinismo/azar. Pensar no es tomar partido. Hay que advertir en qué condiciones una estructura es inmutable y cuándo asistimos a un caos de acontecimientos aleatorios. Es comprender a la vez coherencias y acontecimientos. Las coherencias lo son en tanto pueden resistir a los acontecimientos. Otras veces son destruidas o transformadas por algunos de ellos. Los acontecimientos son tales en tanto pueden hacer surgir nuevas posibilidades de historia.

El analista, como el historiador, tiene que hacer la historia. Es decir, tiene que apuntalarse en el pasado, apropiarse de él y transformarlo. Una historia compleja, un entrevero de historias (identificatoria, vincular, del narcisismo, de la sexualidad, de los síntomas, de los duelos, de los traumas).

En el trabajo analítico estamos preparados (deberíamos estarlo) para lo impredictible, lo azaroso, el desorden; para convivir con azar y determinismo, ya que un psiquismo totalmente determinado no podría albergar nada nuevo y un psiquismo totalmente abandonado al azar -que fuera sólo desorden- no constituiría organización y no accedería a la historicidad. Aquél sería incapaz de transformarse. Este, incapaz siquiera de nacer (Morin, 1982).

La constitución subjetiva es una psicogénesis y a la vez una sociogénesis. Una teoría del sujeto debe dar cuenta del pasaje-proceso desde la indiferenciación narcisista hasta la aceptación de la alteridad y del devenir. Lo hará concibiendo al sujeto no sólo identificado sino identificante; no sólo enunciado sino enunciante; no sólo historizado sino historizante; no sólo pensado sino pensante; no sólo sujetado sino protagonista; no sólo hablado sino hablante, no sólo narcisizado sino narcisizante.  El sujeto toma lo aportado, lo metaboliza y deviene algo nuevo. Los determinantes iniciales quedan relegados a la condición de punto de partida (Hornstein, 2006).

Toda reflexión con respecto al determinismo concierne también a la historia. Pensar la historia es pensar en un determinismo ligado a su pasado, pero también en un devenir relacionado con los acontecimientos que autoorganizarán los procesos en curso. El presente no es algo que viene a complementar el pasado, no es algo que en alguna situación dispara algo que ya estaba presente, sino que produce algo que no estaba.

Pasaron los tiempos del estructuralismo, en que se nos forzaba a optar entre la estructura y el acontecimiento (la bolsa o la vida). Foucault propuso el reemplazo de estructura por trama. La trama es vulnerable a ciertos acontecimientos.

Actualmente existe una revalorización del acontecimiento. El acontecimiento designa una relación. Lejos de oponerse como subjetivo y objetivo la fantasía y el acontecimiento están estrechamente ligados. Ni la fantasía es una producción psíquica independientede ni existe un trauma exógeno en el que el acontecimiento puro se inscriba, indiferente del mundo fantasmático. Es que el acontecimiento siempre está inserto en una trama. Es un nudo de relaciones; aislado, no es nada. Es el resultado de una encrucijada de itinerarios posibles.

La crítica al determinismo nos conduce a pensar la recursividad histórica diferenciando potencialidades abiertas a partir de la infancia y nos libra de prejuicios fatalistas. ¿Como pensar el advenimiento de lo nuevo? No hay por qué optar entre un psiquismo determinado y un psiquismo aleatorio, que es un dilema falso, como los siguientes: orden y desorden, determinismo y azar, sistema y acontecimiento, permanencia y cambio, ser y devenir.

El psicoanálisis combina el determinismo y el azar, la teoría de las máquinas y la teoría de los juegos… si es que podemos reconocerlo.

Casi siempre, el sujeto es, no total sino predominantemente, un sistema abierto en tanto lo autoorganizan los encuentros, vínculos, traumas, realidad, duelos. Da y recibe. Recrea aquello que recibe. Al sistema cerrado lo debemos distinguir del «sujeto encerrado» por teorizaciones “encerrantes” que suponen que no hay novedades, que no hay azar. (Hornstein, 2004).

La teoría de la complejidad es relativamente reciente pero analizar siempre fue complejo: escuchar con atención flotante, representar, fantasear, experimentar afectos, identificarse, recordar, autoanalizarse, contener, señalar, interpretar y construir. Y espero que la teoría de la complejidad, sea para los lectores una herramienta como lo es para mí.

Si en las referencias a la historia pensamos en estados alejados del equilibrio descubrimos que mediante la transformación del azar en organización el psiquismo desarrolla potencialidades. Lo esporádico, lo infrecuente es el equilibrio y la simplicidad. Lo incesante es la turbulencia. Vista así la historia del psiquismo -a la vez destructora y creadora- volvemos a pensar la importancia de la realidad actual.

Mencionaré algunas inquietudes y preocupaciones que se originan en mi quehacer cotidiano aclarando, que no son cuestiones escolásticas, “especulativas”: ¿Cuál es la eficacia y la perdurabilidad del pasado en el presente?. La infancia: ¿destino o potencialidad?, Lo nuevo: ¿ilusión engañosa o neogénesis? El psiquismo: ¿un sistema auto-organizador? ¿El presente determina enteramente el futuro? ¿No somos más que autómatas desprovistos de toda libertad? ¿Hay un azar ontológico o solo un azar por ignorancia? ¿qué es historizar en la práctica psicoanalítica? Inquietudes y preocupaciones para las que hallé algunas respuestas en historiadores y epistemólogos contemporáneos que han logrado traducir inquietudes en problemas, dudas en preguntas.

El psicoanálisis remite a una historia pero no repite una historia

Historizar la repetición es hacer, de la repetición, un recuerdo. Recordar desactualiza el pasado al temporalizarlo. Convertir la historia en pasado permite un futuro que no será pura repetición, sino que aportará la diferencia. La cura analítica tiende a cambiar la relación entre el yo y los retornos de lo reprimido de manera que pierdan sentido las inhibiciones, las defensas, la angustia, los síntomas y los estereotipos caracteriales a los que el analizando se veía obligado a recurrir. El proceso analítico aspira a que el analizando acepte la singularidad de su historia, y de tal manera descubra que sus encuentros actuales están influídos por los privilegios que se conceden a tal o cual rasgo del objeto, a tal o cual referencia identificatoria y a tal o cual forma de compensación narcisista.

El psicoanálisis remite a una historia pero no repite una historia, en tanto a la repetición se le sumen el recuerdo y la reelaboración. Interpretaciones y construcciones le permiten al analizando apropiarse de un fragmento de la historia de su pasado libidinal y reconstruir su sentido con el fin de ponerlo al servicio de su proyecto de vida actual.

La cura psicoanalítica propicia otra relación entre lo consciente y lo inconsciente mediante la reflexividad. La reflexión consiste en romper la clausura en la que estamos cautivos proveniente de nuestra propia historia y de la institución social-histórica. El surgimiento de esa subjetividad reflexiva es el objetivo último del proceso analítico y el momento del adiós del paciente, el análisis suficientemente terminado. La reflexión, al cuestionar la clausura que captura al sujeto, requiere nuevas formas y figuras de lo pensable creadas por la imaginación radical (Castoriadis, 1997).

DIÁLOGOS INTERDISCIPLINARIOS

Cuando dialogamos con otra disciplina debemos dialogar con representantes actualizados. El primer requisito, entonces, es estar al día, en psicoanálisis y en la otra disciplina. Segundo requisito: las preguntas no son de curioso ni de dilettante sino que surgen desde la propia práctica. Sería inconducente estudiar matemática, topología, lingüística sin tener idea para qué se está estudiando (sólo por sumisión a las modas o por imitar a un “maestro”).

En la interdisciplina el tercer requisito es reconocer que las disciplinas no son isomórficas y por lo tanto están prohibidos los isomorfismos (conjunto de relaciones comunes en el seno de  entidades diferentes). Cuando leo textos de física, de historia o de biología busco metáforas para pensar mi campo y no modelos. Le ha hecho mucho daño al psicoanálisis situar la matemática o la lingüística como ciencias piloto y pensarlas como modelos. “Metáfora” se  contrapone a modelo. Las metáforas valen por su poder de evocación y de ilustración. Permiten atravesar clausuras disciplinarias y representar de otra manera los procesos psíquicos. Tienen un uso estratégico: son sólo instrumentos y no argumentos.

Cuarto y último requisito. Que los ruidos sean desorganizantes o complejizantes dependerá del nivel de redundancia. Hay que estar fogueados en una disciplina para que la multidisciplina no genera confusión. Los autores contemporáneos más significativos –Lacan, Piera Aulagnier, Green y otros- incorporan aspectos de otras disciplinas, pero desde una formación psicoanalítica sólida.

Freud hubiera estado atento a las transformaciones de las disciplinas

Un historiador amigo me contaba que sus colegas le decían: “No te juntes con psicoanalistas. Son una mala compañía. Vas a terminar psicoanalista”. Traducido: “Si das un paseo por Parque Chas vas a terminar viviendo en Parque Chas. Mejor no salir nunca del barrio”. Me he enriquecido leyendo textos de historiadores, epistemólogos, físicos, ensayistas diversos. Y no se me ocurrió cambiar de profesión o traicionar sus legalidades teóricas. Y si se me hubiera ocurrido cambiar de profesión, lo habría hecho (Hornstein, 2013).

Freud hubiera estado atento a las transformaciones de las disciplinas. ¿Podemos hacer una lectura crítica de Freud y los posfreudianos diferenciando los conceptos que caducaron de los que tienen vigencia y conforman la historia actual? Retomo entonces la exhortación de Freud.

“Lo que me dice sobre los grandes físicos es realmente muy notable. Es aquí donde verdaderamente tiene lugar el colapso de la cosmovisión de nuestros días. Sólo podemos esperar y ver qué ocurre.”

Lo autoerótico conjuga autonomía con dependencia del medio. “Los investigadores intentan concebir la organización viviente en términos de sistemas auto-organizadores (von Foerster, 1967) de auto-poiesis (Maturana, Varela, Autopoietic Systems, 1972) pero a partir de ahí se plantea el problema: ¿qué significa auto? Se llega a la conclusión de que no existe ningún concepto para significar esta propiedad misteriosa que hace que un ser, un sistema, una máquina viviente, extraigan de sí-mismos la fuente de su autonomía muy particular de organización y de comportamiento, al mismo tiempo que son dependientes, para efectuar este trabajo, de alimentos energéticos, organizacionales, informacionales extraídos o recibidos del entorno” (Morin, 1982).

  • Salud Mental y Tratamientos

La depresión: psicoterapias o píldoras de la felicidad

  • Luis Hornstein
  • 23/10/2015

Las depresiones componen la cara oscura  de la intimidad contemporánea. Afirmación  confirmada por la Organización Mundial de la Salud (O.M.S.): “Se espera que los trastornos depresivos, en la actualidad responsables de la cuarta causa de muerte y discapacidad a escala mundial, ocupen el segundo lugar, después de las cardiopatías, en 2020”.Las depresiones se ubicarán, como causa de discapacidad, por delante de los accidentes de tránsito, las enfermedades vasculares cerebrales, la enfermedad pulmonar obstructiva crónica, las infecciones de las vías respiratorias, la tuberculosis y el HIV.  

El siglo XX tiene varias etiquetas. Una de ellas: era de la ansiedad. El XXI va teniendo la suya: era de la depresión. Los datos internacionales demuestran que cada nueva generación tiene más riesgos de sufrir una depresión importante que sus padres. Esos informes consideran la depresión como una verdadera “enfermedad social”. Afirman que después de la sociedad industrial y la del ocio ha llegado la “sociedad depresiva”. La depresión como “mal del siglo” es producto del estrés, del hastío y de la falta de ideales de la sociedad contermporánea.

Un megaestudio publicado en 2011 en el J.A.M.A. (The Journal of de American Medical Association, vol 3 Nº 1) concluye que si bien el 75% de los pacientes con depresión se benefician con la medicación hay poca evidencia que los antidepresivos tengan efectos farmacológicos específicos comparados con los placebos para pacientes con depresión leve y moderada. La Escala de Depresión de Hamilton mide la severidad de la depresión. De esa escala (o de otra) dependerá en el futuro la indicación de medicación.

La depresión puede ser leve, moderada o grave. En el primer caso, la persona enferma siente que es incapaz de hacer frente a la mayor parte de sus actividades cotidianas. En el segundo, a esa sensación de no poder y no alcanzar, se le suman dificultades para mantener esas actividades, para concentrarse, para tomar decisiones. Los errores laborales se hacen más frecuentes. Finalmente, la depresión grave afecta casi por completo el día a día de la persona. Darse un baño o ir al trabajo se convierten en una tortura. Es aquí cuando no sólo las ideas de suicidio, sino también las tentativas, aparecen con más frecuencia.

Las depresiones: entre bioquímica e historia

¿Cuáles son las causas de las depresiones? Se observa, sin duda, un desequilibrio neuroquímico. Pero también debe considerarse la herencia, la situación personal, la historia, los conflictos, la enfermedad corporal y las condiciones histórico-sociales. Un mínimo recaudo será el de evitar los reduccionismos y precaverse de las opiniones interesadas. Y sólo un necio podría decir que la bioquímica nunca alivia la depresión. Pero las depresiones son algo más que un trastorno en el quimismo. Resultan de una alteración de la autoestima en el contexto de los vínculos y los logros actuales.

Suponer que la depresión no es más que algo químico es como suponer que el talento o la criminalidad son exclusivamente químicos

Cuando uno oye hablar de neurociencias, parecen omnipotentes. Cuando uno las conoce siquiera un poco, comprueba que no lo son. Ni las psicoterapias son el pasado ni las neurociencias el futuro. Caso por caso. Qué psicoterapia. Qué neurociencia. Si investigamos la causalidad psíquica vemos la intervención de la causalidad biológica y de la cultural. Todavía no hemos marcado bien las articulaciones, pero sí que la causalidad psíquica no ha perimido. Que no puede ser reemplazada.

Los avances en la ciencia de los genes y del cerebro han sido apabullantes. Hay un gen para cada aspecto de nuestras vidas, desde el éxito personal hasta la angustia existencial. Genes para la salud y la enfermedad, para la criminalidad, la violencia y hasta el “consumismo compulsivo”. Y donde hay genes, la ingeniería genética y farmacológica ofrecen paraísos de salvación.

Para el reduccionismo biologicista la violencia en la sociedad moderna no tendría que ver con la sordidez del racismo, el desempleo, la brecha entre riqueza y pobreza extremas. Y un individuo violento se explicaría por su constitución bioquímica o genética. ¿Para qué poner sobre el tapete las injusticias sociales o las formas enfermantes de convivencia? Desmienten así los problemas subjetivos o sociales al pensar solo en causalidades biológicas.

Muchos de los psiquiatras biologistas se han enrolado, con no disimulado entusiasmo, en esta ideología bajo la mirada complaciente de los laboratorios, complacencia que se manifiesta con subvenciones y viajes al extranjero (en clase ejecutiva, desde ya). Muchos psiquiatras biologicistas son como George Clooney en “Up in the air” y están siempre montados a un avión gracias a la “generosidad” de los laboratorios.

Es cierto que la bioquímica puede aliviar las depresiones. Pero la propaganda (no sólo la publicidad) de la industria farmacéutica suele presentar a la farmacoterapia como la panacea. Y la terapia de ninguna enfermedad debería estar en manos de una industria.

Postular que las depresiones son solamente biológicas es científicamente falso. Las depresiones tienen que ver también con el desempleo, la marginación, la pobreza extrema y la crisis ética. El maltrato social genera duelos masivos y traumas devastadores que hacen zozobrar vínculos, identidades y proyectos, personales y colectivos.

Suponer que la depresión no es más que algo químico es como suponer que el talento o la criminalidad son exclusivamente químicos. “Estoy deprimido, pero no es más que algo químico” es una frase equivalente a “Soy un asesino, pero no es más que algo químico”, o “Soy inteligente, pero no es más que algo químico”. “Me conmueven las sonatas de Mozart, pero no es mas que algo químico”. Todo en una persona es meramente algo químico, si se quiere pensar en esos términos. El sol brilla, lo cual también es meramente químico, así como es algo químico que las rocas sean duras o que el mar sea salado.

Sin embargo, el misterio del bienestar psíquico no se reduce a la bioquímica. La vida tiene la estructura de una promesa, no de un programa. Mientras el porvenir muestre el rostro de lo imprevisible y de lo desconocido, esta promesa tendrá un precio. Es propio de la libertad llevar la existencia a un lugar distinto al esperado, desbaratar los códigos biológicos y sociológicos. La excitación y la incertidumbre de lo que nos espera, son superiores a la regularidad de un placer grabado en nuestras células (Hornstein, 2013).

Clínica de las depresiones

Las depresiones nos confrontan con los enigmas del paciente actual: oscilaciones intensas de la autoestima, desesperanza, alternancias de ánimo, apatía, hipocondría, trastornos del sueño y del apetito, ausencia de proyectos, crisis de ideales y valores, disfunciones sexuales, adicciones y trastornos corporales.

Los deprimidos tienen una visión pesimista de sí mismos y del mundo, un sentimiento de impotencia y de fracaso. Sus días son una cansada sucesión de rutinas y pesares, sin los pequeños estallidos de alegría de la persona común y casi sin motivos de deleite (intelectuales, estéticos, alimentarios o sexuales). Como si la existencia careciera de color, de sabor y de sentido. No todos los deprimidos son “calladitos” y viven en mortecino abatimiento. Algunos –sobre todo los varones- ocultan el vacío interior con el ruido de la violencia, el consumo de drogas o la adicción al trabajo. Síntomas que se califican como “irritabilidad”.

Se advierten disminución de energía e interés, sentimientos de culpa, dificultades de concentración, pérdida de apetito y pensamientos de muerte o suicidio. Hay cambios en las funciones cognitivas, en el lenguaje y las funciones vegetativas (como el sueño, el apetito y la actividad sexual), los que suelen afectar el desempeño social, laboral e interpersonal.

Están agobiados en busca de estímulo. Están ansiosos en busca de calma. Están insomnes en busca de sueño.  El agobio se expresa en la temporalidad (“no tengo futuro”), en la motivación (“no tengo fuerzas”) y en la propia estimación (“no valgo nada”). Se sienten abrumados por cierta desesperanza que les impide contar con la energía necesaria para formular nuevos proyectos. Porque el futuro, a diferencia del pasado y del presente, tiene que ser inventado. Porque inventar es un juego. Y estas personas no “saben” jugar o saben pero lo han olvidado.

Para  atender las depresiones, hay que entender la relación entre el sujeto y sus ideales

Experimentamos un amplio rango de humores y un repertorio de expresiones afectivas igualmente amplio. Los pacientes con un ánimo elevado (es decir, manía) muestran expansividad, fuga de ideas, insomnio e ideas de grandiosidad. El humor deprimido y la pérdida de interés o satisfacción son los síntomas clave de las depresiones. En ellas se manifiesta una pérdida de energía que empeora el rendimiento escolar y laboral y disminuye la motivación.

Para  atender las depresiones, hay que entender la relación entre el sujeto y sus ideales, la modalidad de tramitación de duelos pasados y presentes, los efectos de la vida actual en las valoraciones del yo. Abordé la teoría, clínica y terapia de las depresiones en Las depresiones (Hornstein, Paidós, 2006).

Dos elementos son predominantes: una pérdida y una decepción. La autoestima está jaqueada. Podría parecer un cajón de sastre o una bolsa de gatos, pues en la autoestima “hay de todo”: historia personal, realizaciones, trama de relaciones significativas, pero también proyectos (individuales y colectivos). Los proyectos dan a la autoestima una dimensión de futuro, porque desde el futuro nutren el presente. La autoestima es turbulenta, inestable. Y es precaria cuando la sociedad abandona al sujeto y/o éste se divorcia de la sociedad.

La hacen fluctuar las experiencias gratificantes o frustrantes en las relaciones con otros, la sensación (real o fantaseada) de ser estimado o rechazado por los demás; el modo en que el sujeto evalúa la distancia entre las aspiraciones y los logros. Elevan la autoestima: las realizaciones y las satisfacciones de sus deseos así como la imagen de un cuerpo saludable y suficientemente estético. Es acosada por la pérdida de fuentes de amor, las presiones superyoicas desmesuradas, la incapacidad de satisfacer las expectativas de sus ideales y, naturalmente, por las  enfermedades y los cambios corporales indeseados (Hornstein, 2011).

Terapia de las depresiones: un abordaje múltiple

Cuando postulo la integración y la colaboración de psicofarmacología y psicoterapia, cuando las impulso, cuando las practico en mi consultorio, ello no implica que crea en una acción mágica de la serotonina o de cualquier psicofármaco. Algunos de sus efectos son positivos pero incluso los efectos positivos deben ser potenciados por el entorno afectivo del paciente (sus vínculos) y casi siempre por una psicoterapia. Aumentar los niveles de serotonina en el cerebro desencadena un proceso que con el tiempo puede ayudar a muchas personas deprimidas a sentirse mejor. Pero ello no demuestra que antes hayan tenido niveles anormalmente bajos de serotonina. Más aún, la serotonina no tiene efectos curativos inmediatos.

Los pacientes depresivos requieren innovación

Ningún abordaje aislado puede contrarrestar eficazmente la depresión. Postular al diálogo como potenciador de la medicación es recuperar aquel médico de barrio que combinaba diagnósticos con amistosos consejos. No era un ser aparte como ciertos psiquiatras o psicólogos arrogantes, detentadores  del saber y del poder. Todo ha cambiado desde la que el paciente se fragmenta en manos del especialista. Algunos depresivos presos del nomadismo de los hipocondríacos, van de consulta en consulta en busca de un consejo o un medicamento nuevo. El paciente contemporáneo es un escéptico que no cree en ningún tratamiento pero que los prueba todos, que acumula homeopatía, acupuntura, hipnosis y alopatía. Pero no es imposible encontrar al médico, psiquiatra o psicólogo que dialoga. Será la oportunidad de hablar de su sufrimiento, de integrar sus síntomas en una historia personal. Y entonces en un pacto en el que dos personas, conscientes de sus límites y en un contexto de respeto mutuo, intentan encontrar juntas la mejor cura posible (Hornstein, 2013).

Los pacientes depresivos requieren innovación. Hay que lograr experiencias que le faltaron en sus primeros vínculos, plenos de temor y desilusión. El terapeuta se diferenciará de las actitudes traumatizantes (por exceso o por defecto) de los padres, así como de sus colegas con miedo a innovar. Los estudios comparativos son abundantes. Se comparan distintas modalidades de tratamiento y/o autores representativos. Aunque menos cordial, también es interesante el estudio comparativo en el interior de cada modalidad, entre terapeutas talentosos y otros incompetentes.

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Bibliografía

Hornstein, L (2006) Las depresiones, Paidós, Buenos Aires.

(2011): Autoestima e identidad, FCE, Buenos Aires.

 (2013): Las encrucijadas actuales del psicoanálisis, FCE, Buenos Aires.

  • Artículos de opinión (Op-ed)

Avatares del amor: De la huida ante el sufrimiento a los celos patólogicos

  • Luis Hornstein
  • 09/09/2015

Comprender sin encasillar

“Clínica” es el conjunto de prácticas y saberes con que lidiamos no solo con enfermedades y “trastornos” sino con el sufrimiento (el evitable y el inevitable).

Necesitamos ideas-herramientas que se adecuen a la clínica, que nos urge, que nos desborda desde hace tiempo. El consultante actual es un sujeto maltratado, con sufrimientos devastadores, con falta de proyectos. Sin embargo, no son pacientes predominantemente graves los que atiendo en mi consultorio sino pacientes que están atravesando traumas y duelos muchos de las cuales tienen que ver con lo histórico-social.

El cuerpo social parece anestesiado, y si un ciudadano habla de “ideales” los que están alrededor pensarán que es un cordero o un lobo con piel de cordero. Los ideales parecen haber desaparecido pero el dolor está ahí. En las atestadas consultas psicológicas de hospitales públicos, obras sociales y prepagas. En los consultorios privados. Una sociedad anestesiada y unos laboratorios ávidos ofrecen pastillas mágicas. En un medio carcomido por el paco y por los pacos de dinero sucio, los psicofármacos son “drogas legales”.

No se puede prescindir de la psicopatología ni se debe sobrestimarla. Es nada más (y nada menos) que un bosquejo que ayuda a aprehender algo de una realidad. Y la realidad pide afirmaciones provisionales, más que afirmaciones que compitan con la realidad. Las abstracciones pueden conducir al encasillamiento.

Marean la cantidad de partidos que se presentan a las elecciones si como la cantidad de indómitos síntomas que no se dejan arrear fácilmente a los tres corrales (neurosis, perversión, psicosis). Ante el mareo hay soluciones baratas y caras. Las caras evitan el reduccionismo pero nos obligan a estudiar. El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales , conocido como dsmv, es uno de los intentos de evitar el mareo. Fue ideado para encontrar un mínimo común divisor, un esperanto, entre distintas corrientes de la psiquiatría y la psicología. Soslayando el conflicto instaló la paz, una paz que se parece a la del sepulcro. La psicología se ocupa de pasiones y sufrimientos. El dsm v no ha logrado aquietarlos, los ha anestesiado mediante categorías que tranquilizan al psiquiatra, pero no aquietan las tormentas subjetivas (Hornstein, 2006).

No se puede prescindir de la psicopatología ni se debe sobrestimarla

La clínica ha sido psicopatologizada. Cosificar es otro de los modos del reduccionismo. Se cosifica cuando no se puede entender o cuando no se quiere entender. Propongo un eslógan: la clínica es más extensa que la psicopatología. De un paciente puedo ver los síntomas, las inhibiciones, la angustia… pero también cómo procesó ciertos duelos, qué sentido del humor tiene, que posibilidades tiene para sobreponerse. La clínica escucha la subjetividad de cada paciente en lo que tiene de potencialidad, de creativo, de duelos superados, de situaciones difíciles que vivió, padeció y a las que consiguió tramitar creativamente. Cuando cosifica, escribe actas de defunción y mata lo que estaba vivo.

La turbulencia de los vínculos

¿Estamos al día? ¿Cómo es hoy nuestra subjetividad? ¿Un mecanismo de relojería, como lo era en el siglo XVIII? ¿Una entidad orgánica, como en el XX? Hoy la metáfora para entender la subjetividad es la de flujo turbulento. Para atemorizarnos pero también para estimularnos tomaron protagonismo el “flujo turbulento” y lo no predecible. En matemáticas, irrumpió la geometría fractal. En termodinámica, se privilegiaron los sistemas fuera del equilibrio. En biología, la teoría de los sistemas autoorganizadores productores de orden a partir del ruido.

Liberadas del determinismo clásico, las teorías actuales han dejado lugar a la diferencia como factor de creación y cambio. La historia no es mera repetición, ni despliegue de lo ya contenido en el pasado; incluye acontecimientos no predeterminados. No existen sólo sistemas cerrados y cerca del equilibrio sino también sistemas abiertos para los que el equilibrio significa la muerte.

Beck dice que vivimos en una “sociedad de riesgo”. Cuando la incertidumbre se incrementa se hace imposible hasta imaginar el día de mañana. Han estallado las normas tradicionales y el individuo no sabe a qué atenerse. Se le exige ser exitoso en diversos planos: económico, estético, sexual, psicológico, profesional, social, etc.

En la postmodernidad se rechazan las certidumbres de la tradición y la costumbre, que habían tenido un papel legitimante. La identidad y los vínculos devienen precarios al perderse anclaje cultural junto con puntos de referencia internos.

En un mundo fascinado por el éxito individual, el rendimiento y la excelencia, hay tensiones muy fuertes entre las imágenes ideales y la realidad de lo que se vive. No está mal aspirar al éxito. Éxito viene de exitus, que en latín quiere decir salida. Salida del gueto, del encierro. Algunos actúan como si los únicos valores fueran el poder económico, el estatus profesional o el reconocimiento mediático. Algunos piensan que estos son los valores oficiales. Otros buscan una restauración retornando a los valores tradicionales (nacionalismo, familiarismo, fundamentalismo, integrismo) o en la búsqueda de ideales de una new age.

Pensar que jugar bien al ajedrez es una demostración de inteligencia mientras que plasmar una vida afectiva feliz es un asunto sentimental, bueno, pensar así quizá no sea pensar

No hay tanto una crisis de valores como una crisis del sentido mismo de los valores y de la aptitud para guiarnos. ¿Cómo orientarnos en este laberinto? Esa crisis no es sólo la de los marcos morales heredados de las grandes confesiones religiosas, sino también la de los valores laicos que les sucedieron (ciencia, progreso, emancipación de los pueblos, ideales solidarios y humanistas). Ya no existe un patrón fijo sino que los valores fluctúan en un amplio mercado.

A partir de la Ilustración, los modernos ambicionaron sentar las bases de una moral independiente de los dogmas religiosos, exaltando el ideal ético y magnificando la obligación del sacrificio de la persona en el altar de la familia, la patria o la historia. Las obligaciones hacia Dios fueron transferidas a la esfera humana, pero los modernos no rompieron con la tradición moral. Fue después, a mediados del siglo XX, cuando surgió la sociedad posmoralista que rechaza al deber y propicia la felicidad. Se desvaloriza el ideal de abnegación y se sobrevaloriza la felicidad.

En un comienzo, el pensamiento postmoderno atrajo a las minorías (mujeres, afroamericanos, homosexuales, etc.), con su entusiasmo por el derecho a ser diferente. “Dios ha muerto, el sujeto ha muerto, y yo no me encuentro nada bien”, decía un grafiti. La modernidad identificó la inteligencia con la razón, cuya meta es la universalidad y la posmodernidad con la creación estética. No tenemos por qué optar. Hace rato que se dice que la inteligencia consiste en resolver problemas. Los problemas que importan son complejos. Pensar que jugar bien al ajedrez es una demostración de inteligencia mientras que plasmar una vida afectiva feliz es un asunto sentimental, bueno, pensar así quizá no sea pensar (Hornstein, 2011).

A la decadencia del optimismo tecnológico le corresponde una pulverización del sujeto convirtiéndolo en un zombi, en un espacio flotante: una disponibilidad pura adaptada a la aceleración de los mensajes provenientes de los medios de comunicación masivos. Habríamos arribado al “fin de la cultura sentimental, fin del happy-end, fin del melodrama y nacimiento de una cultura cool en la que cada cual vive en un bunker de indiferencia” (Lipovestsky).

Ahora hay familias ampliadas, nucleares, monoparentales, homosexuales, etc., y familias típicas (típicas de antes) y personas que extrañan la “familia tradicional” y a veces son intolerantes con las otras. Caídos los dogmas, tenemos que conformarnos con creencias, convencimientos, fe, teorías, hipótesis y opiniones. Y disfrutar de ellos y soportar que a veces no sepamos a qué atenernos.

Huida ante el sufrimiento

El hombre actual sufre por no querer sufrir. Quiere anestesia en su vida. Simples dificultades las considera sufrimientos. La moral y la felicidad, ya no están enfrentadas, lo que actualmente resulta inmoral es no ser feliz. Allí donde se sacralizaba la abnegación, tenemos ahora la evasión; donde se privilegiaba la privacidad, tenemos la violencia mediática. El clima de euforia sumerge en la vergüenza a los que sufren. “Conviértase en su mejor amigo”, “Piense en positivo”… Por cualquier medio hay que “tener onda”, ser divertidos. La felicidad es el nuevo orden moral. Junto con el mercado de la espiritualidad es una de las mayores industrias de la época.

¿Pero qué es  “sufrir”? Sabemos que hay sufrimientos inevitables. Como también hay sufrimientos neuróticos. Se nos muere alguien querido, nos rechaza alguien que nos importa, alguien hace algo que nos decepciona… Todas pérdidas. Pero también son pérdidas ser despedidos del empleo, quebrar en una empresa… El otro está presente, aun más que en la alegría. Está presente una distancia: entre antes y ahora, entre realidad y fantasía. Eso duele. Es un dolor sano, que a veces se intenta extirpar con distintos psicofármacos, con alcohol o con otras conductas de evasión.

A la decadencia del optimismo tecnológico le corresponde una pulverización del sujeto convirtiéndolo en un zombi

¿De que sufren la mayoría de los que nos consultan? De lesiones en los encuentros con el otro (otros). “Desde tres lados amenaza el sufrimiento. Nos amenaza, sigue diciendo, “desde el cuerpo propio, que, destinado a la ruina y la disolución, no puede prescindir del dolor y la angustia como señales de alarma: desde el mundo exterior, que puede abatir sus furias sobre nosotros con fuerzas hiperpotentes, despiadadas, destructoras; por fin, desde los vínculos con otros seres humanos. Al padecer que viene de esta fuente los sentimos tal vez más doloroso que a cualquier otro”(Freud,1930). Para el diccionario “sufrir” es “sentir físicamente un daño, un dolor, una enfermedad o un castigo; sentir un daño moral; recibir con resignación un daño moral o físico”. El diccionario, por supuesto, no hace juicios de valor. No dice si el sufrimiento es un capricho, ni si es evitable o inevitable, curable o incurable Es obvio que hay sufrimientos inevitables. Pero no es tan obvio que también sufrimos innecesariamente, neuróticamente.

El sufrimiento es la experiencia de una persona enfrentada a la pérdida, al rechazo, a la decepción que le impone alguien significativo. El sufrimiento es una necesidad porque obliga a reconocer la diferencia entre realidad y fantasía. Y es un riesgo porque, si aumenta hasta lo insoportable, la persona puede retraerse de todo lo que la afecta.

El sufrimiento prolongado se anestesia con desinterés. El desinterés empobrece las relaciones. En los duelos llamados normales, se desinviste un objeto para preservar la posibilidad de investir nuevos objetos.

Decretar vanos nuestros compromisos afectivos proponiendo la paz y la serenidad a los tumultos de la vida no se halla en el aislamiento. Entre la insípida calma y vida intensa, votamos por la vida intensa, con complicaciones, expuestos al azar. Por eso el amor, aunque sea fuente de las mayores alegrías, no se puede confundir con la felicidad, porque su espectro abarca una gama de sentimientos infinitamente más amplia; el éxtasis, la dependencia, el sacrificio, los celos. Es la experiencia que  puede empujarnos al abismo o llevarnos a las más altas cumbres. El amor supone que aceptemos sufrir por y a causa del otro, de su indiferencia, su ingratitud o su crueldad.

Tener relaciones sin compromisos profundos, desarrollar cierta indiferencia afectiva, ese sería el perfil de Narciso. El miedo a la decepción traduce a nivel subjetivo lo que Lasch llama “la huida ante el sentimiento”. Si hay cool sex, si los celos y la posesividad están desprestigiados es para llegar a un estado de indiferencia, de desapego, para protegerse de las decepciones amorosas.

Si investigamos la causalidad psíquica, vemos la intervención de la causalidad biológica y de la cultural. Nadie ha podido postular ninguna inferencia lineal entre lo que se sabe del cerebro y la subjetividad. Hay fronteras. Para el psicoanálisis y para las neurociencias. Es un campo a explorar. No tenemos bibliografía específica (y las neurociencias tampoco). Habrá que crearla. Estamos obligados a pensar el psicoanálisis, con la física, la biología, las neurociencias, las ciencias sociales, la epistemología de hoy.

Nadie ha podido postular ninguna inferencia lineal entre lo que se sabe del cerebro y la subjetividad

En cuanto a las causalidades hay que evaluar que el infantilismo y la victimización son dos modos de la irresponsabilidad. Intentan eludir las consecuencias de los propios actos, de gozar de los beneficios de la libertad sin dar nada a cambio. Infantilismo es la actitud y la conducta de un adulto que pretende ser protegido como un niño. Combina una exigencia de seguridad con una avidez sin límites y evita cualquier obligación. Victimización es presentarse como damnificado. Puede ser un efecto indeseado del psicoanálisis. Al demostrar que el ser humano es movido también por fuerzas que no conoce (lo inconsciente), la responsabilidad puede quedar del lado de los demás (mi infancia desgraciada, mi madre “castradora”, mi padre ausente) (Hornstein, 2013).

Aceptar o poseer al otro

¿Qué es el amor? No siempre es beberse los vientos. A veces es cuidar que no nos barran los vientos. Construye un refugio, cuando pone barreras a la soledad devastadora. Amar es carecer, es aspirar a poseer, es sufrir si no se es amado, es depender del amor y la presencia del otro. ¿Pero qué querrá decir “poseer” al otro? En verdad, ¿nos adueñamos del otro?  Los otros no son pasivos. Como lo sabe el que amó y no fue correspondido. Algunas personas se prestan a ser colonizados pero la mayoría exige reciprocidad.

Al principio del enamoramiento todo nos parece maravilloso en el otro: después se va marchitando. Se trata del mismo individuo, pero uno soñado, deseado, esperado, ausente…, y el otro presente. El uno brilla por su ausencia, el otro es mate por su presencia. Breve intensidad del enamoramiento, larga duración del amor (Hornstein, 2011).

Estamos obligados a pensar el psicoanálisis, con la física, la biología, las neurociencias, las ciencias sociales, la epistemología de hoy

Pero abordemos las parejas que se sienten relativamente felices. ¿Se quieren hoy más que ayer pero menos que mañana? No es lo frecuente. Continúan deseándose y su amor es placer más que pasión: han sabido transformar la locura amorosa de sus comienzos en gratitud, en lucidez, en confianza, en cierta felicidad de compartir. La ternura es una dimensión de su amor, pero no la única. Existe también la complicidad, el sentido del humor, la intimidad, el placer explorado y reexplorado; existen esas dos soledades cercanas, habitadas la una por la otra, existe esa familiaridad, existe ese silencio, existe esa apertura de ser dos, esa fragilidad de ser dos. Hace tiempo que renunciaron a ser sólo uno. Han pasado del amor loco al amor a secas y estaría errado quien viera esto solo como una pérdida o como una banalización.

Los celos implican miedo. Miedo a perder una relación o un lugar privilegiado o exclusivo. André Comte-Sponville señala: “El envidioso querría poseer lo que no tiene y otro posee; el celoso quiere poseer él solo lo que cree que le pertenece”. Los celos patológicos se basan en una concepción errónea de lo que es una relación afectiva. Parten de una concepción primitiva: amar consistiría en poseer y aceptar el amor de un celoso o celosa sería aceptar la sumisión a su enfermiza posesividad. Los celos acarrean siempre sufrimiento, provocan ansiedad por la anticipación de la pérdida. Los celosos nunca disfrutan de su alegría: se limitan a vigilarla. El celoso teme que sus cualidades no basten para retener a su pareja. De ahí la voluntad de examinar, intimidar y aprisionar.

Bibliografía

Freud, S. (1930): El malestar en la cultura, A.E. Tomo XXI.

Hornstein, L. (2006): Las depresiones, Paidós, Buenos Aires.

Hornstein, L. (2011): Autoestima e identidad, FCE, Buenos Aires.

Hornstein, L. (2013): Las encrucijadas actuales del psicoanálisis, FCE, Buenos Aires.

  • Ciencia y Evidencia en Psicología

Adolescencia: Desvalimiento y Subjetividad

  • Luis Hornstein
  • 27/02/2014

Necesitamos entender los fenómenos psíquicos y las dimensiones subjetivas de los procesos sociales. La tarea concierne a diversas disciplinas. El psicoanálisis contemporáneo está en las fronteras. Fronteras clínicas y teóricas. El análisis de la influencia de los condicionamientos sociales sobre la historia individual permite deslindar los elementos de una historia propia y los que comparte con aquellos que están inmersos en similares contradicciones sociales, psicológicas, culturales y familiares.

Es una combinatoria de constantes y cambiantes condiciones históricas

Marx lo dijo así: “la esencia humana no es una abstracción inherente al individuo aislado, es en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales”. Se opuso al pensamiento idealista que presupone una naturaleza dada e inmutable, anterior a todo proceso cultural y social, y entiende la producción del hombre como determinación histórica. Lo que caracteriza la subjetividad no es que lleve en sí desde el origen la esencia humana, sino que la halla fuera de sí mismo, en las relaciones sociales.

El sujeto, en verdad, no tiene esencia. Es una combinatoria de constantes y cambiantes condiciones históricas con su patrimonio cultural específico. Sin embargo, no faltan psicoanalistas que hacen derivar lo humano de necesidades o instintos (postulados como primeras motivaciones psíquicas) que culmina en la naturalización y eternización de formas históricamente transitorias de existencia del psiquismo humano.

Los adolescentes transitan duelos para apropiarse de nuevas herramientas que les ayuden a tramitar las nuevas realidades, a procurarse sus objetos amorosos, involucrarse en nuevos espacios, apropiarse de otros modelos identificatorios. Multiplicidad de voces y espejos en los que cada uno construye su subjetividad.

De dos modos el adolescente obtiene el reconocimiento: por conformidad (ser como los demás) o por distinción (ser distinto y hacer que los demás valoren esa diferencia). Ser como los demás representa una garantía de aceptación social. Buscar el reconocimiento por distinción les sirve para afirmarse y construir su identidad.

El niño interioriza las imágenes y las propuestas que los otros tienen de él para construir a ese adulto que será. Pero una subjetividad no es una unidad sino una multiplicidad. Sus diversos aspectos son relativamente autónomos los unos respecto de los otros: el profesional, el familiar, el amoroso, el político. Pensar al sujeto como devenir es ubicarlo en la categoría del tiempo y de la historia.

El niño interioriza las imágenes y las propuestas que los otros tienen de él para construir a ese adulto que será

¿Como logra el adolescente no ser demasiado vulnerable a los cambios corporales, a las diversas realidades que debe habitar y a las múltiples turbulencias? ¿Cuáles son los márgenes de maniobra ante el sufrimiento? Por un lado, la anestesia de los fármacos, del alcohol y las drogas, la calma ficticia de ciertas corrientes orientales y del “new age”. Por el otro, la estrategia de comprometerse con vínculos y proyectos individuales y colectivos.

Hoy “se usa” el compromiso light. Se propicia el desapego emocional evitando compromisos y la indiferencia afectiva lo protege de las decepciones. Esta huída ante el sentimiento genera dependencias: drogas diversas y otras adicciones. ¿Por qué un joven empieza a consumir droga? Porque la sociedad valoriza el vértigo y la excitación y porque los narcotraficantes tienen mucho poder. Porque no se anima a ser diferente. Porque sus ídolos consumen. Porque padece de un tedio insoportable. Porque los padres se atracan con ansiolíticos o antidepresivos.

La modernidad construía en acero y hormigón; la posmodernidad construye en plástico biodegradable. Un mundo construido con objetos duraderos fue reemplazado por productos descartables destinados a una obsolescencia inmediata. Algunos hemos vivido de los tiempos del modernismo, que podríamos llamar tiempos utópicos en que se creía en la “victoria final”. La vida parecía más simple, porque, como en un western, creíamos saber quiénes eran los malos. En la postmodernidad se rechazan las certidumbres de la tradición y la costumbre, que habían tenido en la modernidad un papel legitimante. Se han disuelto los marcos tradicionales de sentido. La estrategia posmoderna evita los compromisos de largo plazo: no atarse al lugar y  controlar el futuro, sino negarse a hipotecarlo, amputando el presente en ambos extremos, cercenarlo de la historia, abolir el tiempo y convertirlo en un presente continuo. El tiempo ya no es un río, sino una serie de lagunas y estanques.

Porque los padres se atracan con ansiolíticos o antidepresivos

Frente al estallido de las normas tradicionales, el adolescente no cuenta con una guía univoca. Este “politeismo de los valores”, esta ausencia de brújulas éticas le exige ser exitoso en diversos registros: físico, estético, sexual, psicológico, profesional, social, etc.

La clínica del adolescente ha oscilado entre enfatizar  sufrimientos, violencias, duelos y una idealización como tiempo pleno de vida. Su padecer se manifiesta como oscilaciones de la autoestima y de la identidad; desesperanza; inhibiciones diversas; apatía; trastornos del apetito; ausencia de proyectos; identidades borrosas; impulsiones; adicciones y labilidad en los vínculos, auto y heterodestructividad.

Los adolescentes sienten incertidumbre sobre sus logros y vínculos. Idealistas, transgresores, irreverentes, estimulantes, en busca de consolidar la identidad confrontan con otras generaciones y reformulan sus códigos. Inmaduros, irresponsables, cambiantes, juguetones, reivindicadores, en última instancia practicantes deseosos de lograr cierta estabilidad, aunque muchas bordean el colapso, la mayoría logrará sortear este tránsito complejizando su subjetividad.

El desvalimiento adolescente puede proceder de defectos estructurales y/o ocasionales. Estructurales: fisuras en la historia afectiva e identificatoria. Ocasionales, por duelos, traumas actuales, falta de referentes e ideales.

La sexualidad adolescente ha dejado de ser ese ámbito privado, íntimo, ligado al amor, al deseo por otro y no por cualquier otro. La relación amorosa se cristaliza en el “sexo express”. Estas conductas sexuales  que se ofrecen como sinónimo de libertad, de igualdad de géneros o de diferencia generacional, en nuestros consultorios las vemos como confusión, angustia, aburrimiento y un sentimiento de  soledad en compañía, envuelta por los oropeles del ruido, del alcohol, de la droga, de la violencia que lleva (no pocas veces) a una puesta en riesgo de la vida.

La sexualidad adolescente ha dejado de ser ese ámbito privado, íntimo, ligado al amor

Estos jóvenes ya no habitan el mismo espacio, no se comunican de la misma manera, no perciben el mismo mundo. Estos cambios  repercuten en la sociedad en su conjunto, en la educación, el trabajo, las empresas, la salud, el derecho y la política. Lo colectivo deja lugar a lo conectivo. Es necesario trascender los marcos caducos que siguen formateando nuestras conductas. Nuestras instituciones relucen con un brillo semejante al de las constelaciones que, según nos enseñan los astrónomos, ya están muertas desde hace un largo tiempo.

Los adolescentes se rebelan y confrontan a los padres, a los educadores, a la sociedad. A los padres, que no sólo sufren esa descalificación de los hijos que buscan diferenciarse sino, también, por sus propias inseguridades insisten en sostener una ilusoria omnipotencia que no hace mas que desacreditarlos ante la mirada de los hijos. A los educadores, que lidian con la irreverencia, las transgresiones, los padeceres, pero también con esa vitalidad estimulante que transmiten los adolescentes, y cuya tarea es posibilitarles el despliegue de la creatividad. En síntesis: una época vulnerable por esa mezcla de omnipotencia y desvalimiento. Los padres, educadores y la sociedad deben en su conjunto acompañarlos en ese proceso de encontrar cada uno su devenir.

Presentación en el Coloquio Internacional sobre Culturas Adolescentes, organizado por Sociedades Complejas (noviembre de 2013) y cedido para su publicación en Psyciencia.

Imagen: Epsos (Flickr)

 

  • Salud Mental y Tratamientos

¿Cómo construir un psicoanálisis contemporáneo?

  • Luis Hornstein
  • 20/06/2013

¿Cómo construir un psicoanálisis contemporáneo, abierto a los intercambios con otras disciplinas y al desafío que impone cada coyuntura sociocultural? Necesitamos entender los fenómenos psíquicos y las dimensiones subjetivas de los procesos sociales. Pero abundan los reduccionismos. Intercambiar con los que piensan diferente no es una mera cuestión de buenos modales. Es la única manera de estar intelectualmente vivos. El psicoanálisis está en las fronteras. Fronteras de sí mismo con las otras disciplinas. Ahora, cuando se advierten signos de agotamiento del discurso psicoanalítico, recordemos que el espíritu de la época no nos pertenece sino que nosotros le pertenecemos. El psicoanálisis no es una isla. Es una práctica entre otras, a las que afecta y por las que es afectada. Más que insertar al psicoanálisis en la cultura se trata de asumir lo obvio. ¡Está inserto!

El psicoanalista no se alimenta sólo de psicoanálisis. Vean, si no, la lista de los autores leídos por Freud, poetas, filósofos, literatos, historiadores, políticos, biólogos. Vean cómo mantiene el timón en el mar embravecido de tanta lectura, que a otro llevaría al eclecticismo. Podemos atribuirlo a su genio. Prefiero atribuirlo a su coraje, no menos indudable.

El psicoanalista no se alimenta sólo de psicoanálisis

La multidisciplina es cosa seria. No basta con una pátina de sociólogo, de químico o de matemático. Más que de improvisarse sociólogo, se trata de reflexionar sobre la inserción social del psicoanálisis. Nadie es etnólogo en su propia sociedad; pero es fundamental entender el psicoanálisis como un conjunto teórico-práctico y cuya lógica de difusión y cuyas funciones en relación con el conjunto de prácticas que con él coexisten dentro del mismo campo social hay que dilucidar. Sin academicismos. El academicismo actúa como si las escuelas fueran eternas, como si la tradición nunca hubiera variado. Daña la libertad, la originalidad, la invención y la audacia. Es regodearse en el estilo culto o universitario.

De la esclerosis a la innovación

El psicoanálisis está en crisis. Arrastra el peso muerto de los análisis “ortodoxos”, con su técnica esclerosada y su falta de swing. Lo novedoso, lo creativo tiene que hacerse un espacio en una tradición que privilegia lo instituido.

La marca registrada “psicoanálisis clásico” intenta preservar un monolitismo que ya no existe. Propone un psicoanalista “objetivo” como garante de la ortodoxia. No vio que los afectos del psicoanalista son necesarios para acceder al inconciente del analizando.

Mediante su implicación el analista multiplica potencialidades y disponibilidades proporcionando una caja de resonancia a la escucha. La contratransferencia es producción (y no reproducción) del espacio analítico, si concebimos al psiquismo como sistema abierto auto-organizador que conjuga permanencia y cambio.

Freud dialogaba con los pacientes. Está documentado. La ortodoxia es una máquina de impedir: borra el espacio para la imaginación, pontifica que el pasado determina absolutamente el presente, sobredimensiona la transferencia, ritualiza la diversidad. Hay una brecha creciente entre lo que se legisla en las instituciones y una praxis enfrentada con apremiantes demandas. Hay demasiadas diferencias entre lo que se hace con los pacientes y una producción escrita redundante que tiene por función proveer contraseñas de pertenencia. Hagamos de la brecha una herida dolorosa

Una práctica innovadora se redujo a una técnica estereotipada. Sin embargo, hace mucho que algunos analistas trabajan con modalidades técnicas variables. Y, en cuanto a estilos, a veces es eficaz un estilo activo, ocasionalmente de confrontación. A veces, uno expresivo. A veces, uno más silencioso e interpretativo. Con determinado enfoque un paciente se siente seguro y “contenido” y otro se siente amenazado.

El psicoanálisis está en crisis. Arrastra el peso muerto de los análisis “ortodoxos”…

Freud como los buenos músicos, improvisaba. Improvisaba porque tenía con qué. (¿No nos estará faltando el “con qué”?) Después el psicoanálisis se militarizó y marcó militarmente el paso, el paso de ganso. Se hipotecó atándose a criterios formales. Responder a preguntas del paciente, sostener una conversación amigable, dar la mínima información personal estaba vedado. A ese psicoanálisis petrificado (y por suerte no siempre ejercido) se lo beatificó con adjetivos supuestamente positivos: “ortodoxo”, “clásico”, cuando no era más que una “idealización” retrospectiva, un photoshop de Freud… Una caricatura sin humor y sin creatividad.

El psicoanálisis debe ser divertido, decía Lacan en sus comienzos. Tiene la alegría de la creación. Es una aventura del pensamiento, eso ya lo había notado Freud al definirlo para una enciclopedia. Claro que hay analistas con furor curandis pero no son más peligrosos que los analistas con furor apaticus. Freud es activo, no activista. En ninguna parte de sus escritos hay una afirmación que justifique esa arrogancia autosuficiente. Ese silencio despectivo que parece de buen tono cultivar. Esa postura oracular conjugada con una apatía mortífera. El analista que propone Freud se asemeja más bien a un trabajador empeñoso, dispuesto a ayudar al otro a desatascarse. Nada que ver con el observador no participante. Participa desatascando.

Freud murió con las botas puestas

Los cambios tecnológicos y culturales parecen haberse acelerado. Muchos habitantes del mundo globalizado están en la miseria. Otros son víctimas de la desocupación. Las papas queman. Pero mientras Freud vivió, él se hacía cargo del horno. La suya no era una teorización apoltronada. Ni siquiera afirmaba que la última idea volvía obsoleta a la anterior. Menos aún afirmaba que la última idea era la infalible. La muerte lo encontró con las botas puestas.

Después de esa muerte, las papas siguieron quemando. Debido al nazismo, los analistas centroeuropeos se desparramaron por otros países. Debido al estalinismo, el psicoanálisis no entró en la URSS. Por razones políticas y culturales casi no hay psicoterapia en China. En Francia un psicoanálisis aletargado fue sacudido por la “vuelta a Freud” y vuelto a aletargar, ahora de una manera más glamorosa por los epígonos de Lacan. Como en el boxeo, hay muchas federaciones mundiales de psicoanálisis.

Un psicoanalista es singular cuando su clínica y sus otras producciones lo muestran, no cuando detenta un rasgo diferencial hecho de emblemas y fueros. El lugar para desplegar los gustos es la lectura, el estudio. Privilegiamos inevitablemente ciertos aspectos de la teoría. En la clínica, en cambio, el que privilegia es el paciente y nosotros somos tan todo-terreno como podamos con la única restricción de nuestra capacidad. La clínica actual nos lleva a conjugar rigor metapsicológico y plasticidad técnica en lugar de técnica rígida y confusos fundamentos. Los fundamentos no son dogmas sino ideas-fuerza, ideas para producir ideas.

¿Quién podría negar que, poco o mucho, Winnicott, Klein, Piera Aulagnier, Lacan (y la lista continúa) son hoy imprescindibles? Entonces hay que leerlos directamente, no en la versión que otros dan de ellos. (Lo que puede ser discutible, pero interesante, es en qué medida a cada uno.) Una lectura variada no tiene por qué ser un caos, si se advierten y respetan los distintos ejes conceptuales. Una condición para respetar la diversidad es poder manejarla. Casi como prestidigitadores. O el psicoanálisis acepta el cambio o se muere. No es una declaración apocalíptica. Es lo que les pasa a cualquier ser vivo o a cualquier ser teórico.

*Artículo de opinión: una opinión es una creencia subjetiva, y es el resultado de la emoción o la interpretación de los hechos. Una opinión puede ser apoyada por un argumento, aunque las personas pueden dibujar las opiniones opuestas de un mismo conjunto de hechos. Este artículo representa la opinión del autor y no necesariamente de aquellos que colaboran en Psyciencia.

Imagen: Espacio Psicoanálitico

  • Análisis

La depresión en los hombres

  • Luis Hornstein
  • 28/09/2012

Las diferencias sexuales han sido reemplazadas por las diferencias de género. Se dice que la mujer tiende a la pasividad a la dependencia y que tiende menos a manifestar la agresión. Se dice eso mientras hay una fuerte tendencia cultural, sobre todo en los países sajones, a considerar que entre hombres y mujeres las diferencias son pequeñas y que recordarlas equivale casi a crearlas, lo que sería una restauración del machismo.

Estudios confiables informan que las mujeres consultan más por depresión, lo que no implica que sean más propensas que el varón a la depresión.Los hombres disfrazan su depresión con el alcohol y el uso de otras drogas.

Algunos pensadores del primer mundo y la “opinión ilustrada” no ven con buenos ojos encontrar diferencias entre varones y mujeres, como si el encontrarlas implicara su naturalización. Mientras tanto las empresas publicitarias, también del primer mundo, buscan qué autos o perfumes ofrecen, respectivamente, a hombres y mujeres. Como dijo aquella feminista, ¡Viva la diferencia!

Las investigaciones sobre los géneros se preguntan por las condiciones de producción socio-históricas de la subjetividad. Lo que se debe ser y tener va cambiando. ¿Cómo? El género no es universal sino propio de determinada cultura.

Las mujeres conservan la tendencia a esperar de otros significativos una confirmación de su valor que, en muchos casos, no puede compensarse mediante los logros laborales y profesionales. Éstas son cicatrices históricas en la construcción del género.

Se decía que los hombres no lloran. Se decía que los hombres sienten poco y expresan aún menos. Se decía que los hombres hablan poco de sus intimidades y que evitan mostrarse vulnerables. ¿Se seguirá diciendo?

Pocas veces el varón expresa la alteración del estado de ánimo a través de síntomas psíquicos como la tristeza, la labilidad emocional o la ideación depresiva. Por eso la depresión masculina puede pasar inadvertida cuando el profesional –médico, psiquiatra o psicólogo- no advierte que la depresión se está manifestando como fatiga, astenia, dolores musculares, cefaleas, insomnio, pérdida de peso. Incapaces de verbalizar las emociones propias sólo mencionan los síntomas físicos de su malestar. Mas que tristeza predomina la irritabilidad. Algunos ocultan el vacío interior con el ruido de la violencia, el consumo de drogas o la adicción al trabajo. Todo ello contribuye a la dificultad para detectar la depresión. Si se consideraran la irritabilidad, la violencia y el abuso de sustancias muchos más hombres serían diagnosticados como deprimidos.

Se advierten disminución de energía e interés, sentimientos de culpa, dificultades de concentración, pérdida de apetito y pensamientos de muerte o suicidio. Están agobiados en busca de estímulo. Están ansiosos en busca de calma. Están insomnes en busca de sueño. El agobio se expresa en la temporalidad (“no tengo futuro”), en la motivación (“no tengo fuerzas”) y en la propia estimación (“no valgo nada”). Se sienten abrumados por cierta desesperanza que les impide contar con la energía necesaria para formular nuevos proyectos.

Cada año, 6.000.000 de varones estadounidenses escucharán el diagnóstico de depresión. Son también millones los que sufren en silencio, sin diagnóstico o con diagnóstico equivocado, o los que teniéndolo se rehúsan al tratamiento, tal vez porque “los hombres no lloran”.

El alcoholismo y las adicciones, sin ser exclusivos de la depresión masculina, a veces se suman a ella, como la otra cara del vacío depresivo. (Y ya sabemos que también pueden ser adictivos el trabajo, los juegos de azar, etc.) Depresión y adicción forman un círculo vicioso. Se busca la euforia artificial para escapar de la apatía depresiva, pero el alivio es pasajero. El daño, en cambio, es duradero y acentúa el sentimiento de culpa o de inferioridad.

Adicto es el que no puede prescindir de un objeto (droga) o de un dogma (político) o de una persona (en el amor) o de una actividad (trabajo, juegos de azar).

Tomemos como ejemplo la adicción al alcohol. El alcohol ayuda a escapar de la visión crítica que tenemos de nosotros mismos. Cuánto más negativa es la mirada sobre uno mismo, más se intenta eludir ese sentimiento mediante el consumo de sustancias. El alcohol es un desinhibidor que facilita el paso a la acción, pero sus efectos depresógenos son múltiples: biológico (perturbación de los neurotransmisores vinculada a la dependencia física), sociales (verguenza y rechazo social) y psicológicos (alteración de la autoestima). En cualquier caso, la autoestima del paciente alcohólico es muy inestable. Su discurso oscila de la negación a la desesperación. Ninguna de esas actitudes es eficaz para salir adelante.

Ciertos conflictos conyugales y familiares, el ausentismo laboral, el bajo rendimiento escolar, el aislamiento social y la falta de motivación pueden ser también depresiones enmascaradas. Un predominio mayor de depresiones somatizadas se produce en personas que tienden a la negación, la hiperactividad y cierto control omnipotente del entorno.

La depresión masculina se enmascara y ese enmascaramiento es costosísimo. La depresión (y sólo para mencionar un ejemplo) está asociada a enfermedad coronaria e infartos cardiacos y cerebrales, padecimientos que afectan a los hombres con mayor frecuencia y a una edad más temprana que a las mujeres. Los hombres con depresión y enfermedad cardiaca tienen dos o tres veces más probabilidades de morir que los hombres con enfermedad cardiaca sin depresión. En los últimos 40 años, la tasa de suicidio entre hombres ha sido cuatro veces superior a la de mujeres.

Los varones son criados en nuestra sociedad para ser exitosos restringiendo la expresión de emociones. Deben controlarse y son forzados a expresarse a través de la agresión. Ser «fuerte” significa soportar dolor físico y psíquico desvalorizando los afectos (en particular la tristeza). Los varones sobrellevan los duelos de una manera diferente a las mujeres. “Ser fuertes” es encarar la adversidad sin demostrar emociones (señal de debilidad).

La depresión y sus manifestaciones serán una oportunidad para lograr entre todos un nuevo modelo social de masculinidad en que sea posible la expresión de afecto y ternura.

Imagen:  ChrisHConnelly en Flickr

  • Salud Mental y Tratamientos

Autoestima

  • Luis Hornstein
  • 26/09/2012

Por: Luis Hornstein

La autoestima es una experiencia íntima: es lo que pienso y lo que siento sobre mí mismo, no lo que piensa o siente alguna otra persona acerca de mí. Mi familia, mi pareja y mis amigos pueden amarme, y aun así puede que yo no me ame. Mis compañeros de trabajo pueden admirarme y aun así yo me veo como alguien insignificante. Puedo proyectar una imagen de seguridad y aplomo que “engañe” a todo el mundo y aun así temblar por mis sentimientos de insuficiencia. Puedo satisfacer las expectativas de otros y aun así fracasar en mi propia vida. Puedo ganar todos los honores y aun así sentir que no he conseguido nada. Muchas personas pueden admirarme y aun así me levanto cada mañana con un doloroso sentimiento de fraude y un vacío interno. Conseguir el éxito sin lograr primero una autoestima equilibrada es condenarse a sentirse como un impostor y a sufrir esperando que la verdad salga a la luz.

La admiración de los demás no crea nuestra autoestima, ni tampoco la erudición, ni las posesiones materiales, las conquistas sexuales o la cirugía estética. La autoestima actúa como el sistema inmunológico del psiquismo, proporcionándonos resistencia, fortaleza y capacidad de recuperación. Una baja autoestima vulnera nuestra resistencia ante los problemas de la vida. Si no creemos en nosotros mismos, en nuestra eficacia, ni en nuestra capacidad de ser amados, el mundo es un lugar aterrador.

La crisis de los referentes tradicionales produce un desfasaje y hasta un antagonismo, entre “la estima pública” y la autoestima. No está mal aspirar al éxito. Éxito viene de exitus, que en latín quiere decir salida. Salida del encierro. Algunos actúan como si los únicos valores fueran el poder económico, el estatus profesional o el reconocimiento mediático. Otros buscan una restauración retornando a los valores tradicionales (nacionalismo, familiarismo, fundamentalismo, integrismo).

La autoestima es un termostato emocional que modula el impacto de emociones negativas, evitando que se extiendan al resto de la vida. Es probable que un éxito o un fracaso en un sector tengan consecuencias en los otros. Un desengaño amoroso acarreará una vivencia de pérdida de valor personal. A la inversa, un éxito en un campo determinado puede beneficiar la autoestima. Es difícil que ciertas heridas narcisistas no irradien sobre otros sectores. Por suerte, también irradian los logros.

¿Quién soy? ¿Cuáles son mis cualidades? ¿Cuáles mis talones de Aquiles? ¿Talones o defectos? ¿De qué soy capaz? ¿Cuáles son mis éxitos y mis fracasos, mis habilidades y mis limitaciones? ¿Cuánto valgo para mí y para la gente que me importa? ¿Merezco el afecto, el amor y respeto de los demás o siento que no puedo ser querido, valorado y amado? ¿Siento una brecha enorme entre lo que quisiera ser y lo que creo que soy? ¿Qué puedo hacer por mi mismo?¿Lucho o me dejo estar?

Esa mirada-juicio sobre uno mismo es vital. Cuando es positiva, permite actuar con aplomo, sentirse a gusto consigo mismo, enfrentar dificultades. Cuando es negativa, engendra sufrimientos y molestias que afectan la vida cotidiana. La autoestima contiene facetas con cierta autonomía. Puede ser variable en distintas actividades: laboral, afectiva, intelectual, corporal, sexual. La autoestima genera bienestar subjetivo en sus variados componentes: mantener relaciones afectivas satisfactorias, lograr cierta autonomía y cumplir ciertas metas.

Los triunfadores buscan la gloria de modo implacable y corren el peligro de ser consumidos por el burn-out (sentirse incinerados por el trabajo) o de recaer en el anonimato mediocre. Los perdedores tampoco la pasan muy bien. Siempre ha habido la tentación binaria. O se es winner o se es perdedor. George Clooney es millonario y buen mozo. ¿Pero qué sabemos de él? ¿Cómo le irá en los demás aspectos de su vida? Y todos sabemos que la vida tiene muchos planos.

Las fluctuaciones de la autoestima

La autoestima fluctúa: puede ser más o menos alta, más o menos estable y necesita ser alimentada, desde el exterior. Aunque las bases se construyan durante la infancia, la autoestima no es inalterable en otras etapas de la vida. Sigue fluctuando.

Se podrían comparar las estrategias de inversión con las que usamos para la autoestima. La cantidad y calidad del amor recibida durante nuestros primeros años constituye un capital inicial. Los “grandes inversores”, que disponen de un importante capital de salida, realizan inversiones que suponen cierto riesgo, pero que pueden generar muchos beneficios. Los “pequeños ahorristas” temen perder lo poco que poseen si corren riesgos. Invierten con prudencia. De ese modo, sus beneficios están a la altura del riesgo: son bajos. Aplicado a la autoestima, este modelo “financiero” permite, especialmente, comprender por qué las personas con alta y baja autoestima utilizan estrategias distintas. Las primeras tienen una actitud más audaz ante la existencia: corren más riesgos y toman más iniciativas, y por ello obtienen mayores beneficios. Los segundos, en cambio, son más precavidos y prudentes: se muestran reticentes a correr riesgos.

Existen cuatro modalidades de autoestima teniendo en cuenta su nivel y estabilidad.

a) Alta y estable.

Las circunstancias “exteriores” y los acontecimientos de vida “normales” tienen poca influencia sobre la autoestima. El individuo no consagra mucho tiempo ni energía a la defensa o la promoción de su imagen. No necesita defenderla. Su imagen se defiende sola. La excesiva confianza en el propio valor y eficacia podría hacernos más vulnerables a los peligros no reconociendo límites y rechazando cierta información.

Las personas con una buena autoestima no vacilan en pedir ayuda a los demás. Están seguras de que la ayuda es un préstamo que podrán devolver. Y los demás son como los bancos: le prestan al que tiene, al que tiene con qué responder.

b) Alta e inestable.

Aunque elevada, la autoestima de estas personas padece grandes altibajos. Perciben como amenazas las críticas y fracasos. Los sujetos de autoestima alta y estable son mucho más atemperados mientras que los de autoestima inestable siempre están pendientes de desafíos o del reconocimiento de los otros. Luchan denodadamente para destacarse, dominar, hacerse querer o admirar. La imagen les reluce pero no es oro. Cuando se empaña un poco asoma una inquietante vulnerabilidad. Este perfil es la base de diversos trastornos psicológicos: ira incontrolable, abuso del alcohol y drogas, adicción al trabajo, depresiones, colapsos narcisistas.

El éxito es postizo cuando se siente como una prótesis, cuando implica desgaste emocional, ansiedad excesiva y riesgo depresivo. Un sentimiento de fragilidad los inquieta ante las agresiones (reales o imaginarias) por lo que abunda la tentación de la huida hacia adelante, de brillar para no dudar.

c) Baja e inestable.

Su autoestima es vulnerable y condicionada por ciertos acontecimientos exteriores, que la puedan elevar. Sin embargo, ese sentimiento es frágil y se resiente cuando surgen dificultades. Pagan tributo al juicio de los otros. Su temor a engañarse o engañar a los demás los expone a dudas, a impostores. La vivencia de impostura transforma los aplausos en dudas constantes acerca del mérito real. Son indecisos por temor a equivocarse. Con el pretexto de desensillar hasta que aclare (prudencia), terminan montando poco y nada el caballo (pusilanimidad).

El síndrome del impostor puede ser crónico en sujetos con baja autoestima que sienten que no están a la altura del reconocimiento logrado. Padecen de una ansiedad permanente en el cumplimiento de sus tareas que los expone a estados depresivos a pesar de “éxitos” notables. Su incomodidad ante el éxito se basa en la contradicción entre la idea que tienen de sí mismos y la mirada de los otros.

Una baja autoestima, sin embargo, tiene aspectos beneficiosos porque admite puntos de vista diferentes a los propios. Por el contrario, una elevada autoestima puede hacer que el sujeto no escuche las  informaciones del entorno, y si bien soportan mejor los fracasos, los atribuyen a causas ajenas a ellos mismos. Para evitar cuestionamientos suelen rodearse de halagadores, lo que fomenta actitudes omnipotentes.

d) Baja y estable.

En este caso, la autoestima se ve poco afectada por los acontecimientos exteriores favorables. Están resignados y hacen pocos esfuerzos para valorarse a sus propios ojos o a los de los demás. Si no se sienten queridos tenderán a replegarse, en lugar de renovar vínculos sociales satisfactorios. Si creen haber fracasado, tenderán al autorreproche y a paralizarse sin darse otras oportunidades.

En personas con baja autoestima predominan las emociones negativas (vergüenza, cólera, inquietud, tristeza, envidia) y padecen de un sentimiento de vulnerabilidad al sentirse amenazadas por las vicisitudes de la vida cotidiana. Cualquier riesgo es una amenaza. Se dedican más a la protección de su autoestima que a su despliegue, más a la prevención de los fracasos que al  asumir riesgos. El temor al fracaso hace que eviten arriesgarse a la crítica o al rechazo.

Los sujetos con autoestima equilibrada tienden a buscar una evaluación mientras que aquellos cuya autoestima es baja buscan la aprobación. No se trata de miedo al fracaso, sino de alergia al fracaso. Cuando la autoestima es baja disminuye la resistencia frente a las adversidades de la vida y las personas encallan frente a ciertas vicisitudes superables. Los déficit en la autoestima no supone incapacidad para logros ya que se puede tener el talento y empuje necesarios para lograrlos. Sin embargo una baja autoestima disminuye la capacidad de alegrarse con sus logros que siempre serán vivenciados como insuficientes.

Prefieren tener un lugarcito asegurado en un grupo poco valorizado socialmente a esforzarse para defender un lugar en un grupo competitivo. Están dispuestos a compartir los éxitos grupales y encuentran allí la seguridad de una disolución de las responsabilidades si se produce el fracaso.

Autoestima consolidada: una ilusión realizable

La crianza consiste en dar a un hijo primero raíces (para crecer) y luego alas (para volar). En las primeras relaciones un bebé puede experimentar la seguridad o bien el terror y la inestabilidad. En las posteriores un niño puede tener la experiencia de ser aceptado y respetado o rechazado. Algunos niños experimentan un equilibrio entre protección y libertad. Otros, una sobreprotección que los infantiliza. Padres que dan pescado en vez de enseñar a pescar. Otros niños están subprotegidos, es decir sobreexigidos. Se los pone en un botecito en alta mar.

Los niños que se crían en hogares demasiado tristes, caóticos o negligentes probablemente vivirán con una visión derrotista, sin esperar ningún estimulo o interés de los otros. Este riesgo es mayor para los hijos de padres ineptos (inmaduros, consumidores de drogas, deprimidos o carente de objetivos).

Los cimientos necesarios para una autoestima saludable implica que los otros primordiales lo hayan criado con amor y respeto, le ofrecieron reglas estables y razonables que contribuyeron a generar expectativas adecuadas, sin recurrir al ridículo, la humillación o maltrato físico y que tuvieron confianza en sus capacidades. Ser adulto y, por lo tanto, lograr una autoestima consolidada es renunciar a las pretensiones desorbitadas, aceptando los obstáculos, condición misma de la libertad.

La autoestima necesita estrategias de sostenimiento, desarrollo y protección. Algunas personas realizan enormes esfuerzos para proteger la autoestima: negación de la realidad, huida o evasión, agresividad hacia los demás, sacrificando diversos aspectos de la calidad de vida y se torturan ante exigencias por expectativas propias y ajenas. ¿Cómo se sobrepone alguien al temor y afronta lo nuevo? Entrenándose con frustraciones que no lo tumban y con gratificaciones que lo compensan de algún modo, aunque no sean inmediatas, aunque sean promesas.

Lograr una autoestima sólida no es una mera ilusión. ¿Cuándo la ilusión es “buena” y cuándo es “mala”? Es negativa cuando es un sustituto de la acción. Es buena cuando es un preámbulo de la acción en vez de representar una alternativa: su modo de actuar (aceptar riesgos, intentar desarrollar sus competencias, ampliar sus límites) permite consolidar la autoestima. La estima malherida se repara. Como las ciudades europeas después de la guerra. Se repara o se reconstruye. Cuando se reconstruye es porque algo había quedado: el terreno. Una autoestima “consolidada” permite dar curso, dar alas, a lo que se piensa, a lo que se desea, enfrentar dificultades, no ser demasiado influenciable por la mirada de los otros, tener sentido del humor. Se puede sobrevivir a los fracasos y a las desilusiones, negarse a los abusos, expresar dudas, tolerar cierta soledad. Sentirse digno de ser amado. Y soportar el dejar de ser amado por tal persona. Imaginando que puede haber otra. Aunque no haya otra en lo inmediato. Permite expresar temores y flaquezas sin avergonzarse, vincularse con otros significativos sin vigilarlos o ahogarlos, aceptarse  el derecho de decepcionar o fracasar. Permite pedir ayuda sin sentir que es limosna, tener la vivencia de poder soportar las desventuras, cambiar de opinión aprender de la experiencia, tener expectativas realistas en relación al futuro, aceptar las limitaciones.

Sobre el Autor: Luis Hornstein *Premio Konex de platino en psicoanálisis (década 1996 a 2006). Sus últimos libros son Narcisismo (Paidós), Las depresiones (Paidós) y Autoestima e identidad (F.C.E.). Puedes escribirle a su email: [email protected]

  • Salud Mental y Tratamientos

Vigencia de Freud

  • Luis Hornstein
  • 21/09/2012

El 23 de septiembre se cumplen 73 años de la muerte de Freud. ¿Cuánto de Freud nos queda en nuestras arcas? Lo cual supone que tenemos arcas, además de un mundo asolado por destrucciones y miserias, que tenemos un patrimonio. El psicoanálisis es una práctica entre otras, a las que afecta y por las que es afectada. Más que insertar al psicoanálisis en la cultura se trata de dejar de negar que está inserto.

En vida de Freud y después de Freud, el psicoanálisis ha sido atravesado por diversas líneas teóricas y por diversas prácticas clínicas. Un enorme capital acumulado, pero no pasivo sino en permanente inversión productiva, que a veces hace olvidar que, hoy por hoy, los fundamentos son freudianos. Los fundamentos y el disparador. Por eso la lectura de Freud es un paso ineludible para quien aspire a reformular, con los recursos teóricos actualmente disponibles, los innumerables problemas que requieren ser dilucidados. Pero no basta con Freud.

Una lectura histórico-crítica-problemática de Freud implica relegar conceptos que se han vuelto impensables desde la racionalidad actual diferenciando entre la historia caduca y la historia constituida por el pasado actual (que define los conceptos aún válidos).

Umberto Eco (1997) ante la pregunta de cómo reflexionar sobre un pensador del pasado, responde: “Tomar en serio todo lo que ha dicho es como para abochornarse. Ha dicho, entre otras cosas, un montón de estupideces. Honestamente: ¿Hay alguien que sienta que vive como si Aristóteles, Platón, Descartes, Kant o Heidegger tuvieran razón en todo y para todo? Cada uno ha tratado de interpretar sus experiencias desde su punto de vista. Ninguno ha dicho la verdad, pero todos nos han enseñado un método de buscar esta verdad. Esto es lo que hay que entender, no si es verdad lo que dijeron, sino si es adecuado el método con el que han tratado de responder a sus interrogantes”.

Para algunos el psicoanálisis ya no es contemporáneo

Para algunos el psicoanálisis ya no es contemporáneo. Otros ni deprimidos ni eufóricos están luchando con los nuevos desafíos clínicos, teóricos y transdisciplinarios. Una vez apareció en un periódico que Mark Twain había muerto. El escritor, que estaba vivo y con el humor siempre despierto, les mandó un telegrama: “Noticia de deceso muy exagerada”. Twain no dijo “falsa”, dijo “exagerada”. Observen ese matiz.

Científicos, filósofos, etc., todos heredan. En el legado se reciben objetos valiosos y trastos viejos. No se trata de administrar un patrimonio sino de ponerlo a producir. Para lo cual, en la vida y en la teoría, hay que abandonar la fascinación. “La idea de herencia implica no solo reafirmación y doble exhortación, sino a cada instante, en un contexto diferente, un filtrado, una elección, una estrategia.

Un heredero no es solamente alguien que recibe, es alguien que escoge y que se pone a prueba decidiendo” (Derrida). Somos herederos, pero no del gran hombre sino de su obra. Trabajemos la obra de Freud definiendo sus condiciones de posibilidad, sus principios, sus métodos, desentrañando su idiosincrasia teórica, histórica y pragmática, dando cuenta de sus fuentes, sus referencias conceptuales, sus fundamentos y sus finalidades.

Evitemos la fascinación

Evitemos la fascinación. En 1921 Freud afirma que la idealización “falsea el juicio”. El objeto idealizado “sirve para sustituir un ideal del yo propio, no alcanzado”. generando el autosacrificio del yo. Nietzsche (1881) lo dice en un molde imperativo: “¡Si aspiráis a las alturas, usad vuestras propias piernas! ¡No os dejéis llevar arriba; no os encaraméis en hombros y cabezas ajenos!”. Cuando se activan ciertas ilusiones prevalece la idealización como ocurre en el enamoramiento en la hipnosis, y en el dogmatismo.

De la fijación neurótica a la filiación simbólica

Todo saber, en tanto deviene saber instituido, porta el germen de su propia esclerosidad. Una historización y actualización de los fundamentos para problematizarlos y renovarlos hace que lo instituyente (Castoriadis) repercuta sobre la práctica y que ésta vuelva a actuar sobre los fundamentos. El riesgo del fundamentalismo está siempre allí. Cuando Freud deja de ser una referencia al origen para ser un punto de llegada, se convierte en una identificación cristalizada dando lugar a tantas ortodoxias coaguladas. Por el contrario, Freud y su obra deben constituir una identificación fundante que remita a una filiación simbólica.

No nos resignemos a ser alelados discípulos crónicos. Ni a deponer la pasión. Hay pasión cuando nos identificamos con ese Freud dispuesto a cuestionar lo dado, nunca sentado en los laureles. En caso contrario el deseo de no tener que pensar convierte al pensamiento en ecolalia. Un psicoanalista es una trayectoria. Día a día procesa sus lecturas, su experiencia clínica, su propio análisis, su participación en diversos colectivos. Va complejizando su escucha, jaqueada por una teorización insuficiente o tan consciente, tan sistemática, que dejara de flotar.

El psicoanálisis no nació aislado. Ni se consolidó haciendo oídos sordos a su época

¿Estamos actualizados o seguimos como si el mundo no hubiera cambiado? ¿No serán viejos nuestros paradigmas? ¿Cómo es hoy nuestra subjetividad? ¿Un mecanismo de relojería, como lo era en el siglo XVIII? ¿Una entidad orgánica, como en el XX? No. Hoy la metáfora para nuestra subjetividad es un flujo turbulento.

Fundamentarse en Freud no es garantizarse en Freud ni menos que menos atarse a él. Hoy estamos obligados a pensar el psicoanálisis, con la física, la biología, las neurociencias, las ciencias sociales, la epistemología de hoy. No con las de Freud. El psicoanálisis no nació aislado. Ni se consolidó haciendo oídos sordos a su época. Y ahora, en que se advierten signos de agotamiento de cierto discurso psicoanalítico anquilosado, que se quiso sentar en sus laureles, el intercambio es más necesario que nunca.

No le escapo al diálogo. Le escapo al reduccionismo, es decir a la simplificación excesiva en el abordaje de un tema complejo. A los reduccionismos, porque cada disciplina tiene el suyo.

Para la ideología reduccionista en biología (biologicismo) las problemáticas psíquicas serían consecuencia de la constitución genética. Se les niega cualquier papel a las problemáticas psíquicas, sociales, históricas. La ideología reduccionista en psicología (psicologismo), a su turno, hace oídos sordos a los aspectos biológicos, a los socio-históricos y al cuerpo.

El sociologismo no considera casi la historia individual y familiar. Por el contrario se trata de inscribir al psicoanálisis en el paradigma de la complejidad. Y así entendemos los conflictos humanos y neuróticos debido a la acción conjunta y difícilmente deslindable, de la herencia, la situación personal, la historia, la enfermedad corporal, las condiciones histórico-sociales, las vivencias, los hábitos y el funcionamiento del organismo.

Se trata de inscribir al psicoanálisis en el paradigma de la complejidad

La filiación implica abrir un futuro al pasado, oponiendo un olvido pasivo al activo. El pasivo es el de los fundamentos. Perpetúa todo lo que tiene un valor de origen. El olvido activo es lo que Nietzsche denominó la fuerza del olvido. Ese “hacer lugar a lo nuevo” cumple una función liberadora, evitando la parálisis debido al exceso de memoria.

Sobre el Autor: Luis Hornstein *Premio Konex de platino en psicoanálisis (década 1996 a 2006). Sus últimos libros son Narcisismo (Paidós), Las depresiones (Paidós) y Autoestima e identidad (F.C.E.). Puedes escribirle a su email: [email protected].

Imagen: NPR

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