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Publicaciones por autor

Lautaro Pacella

3 Publicaciones
Técnico Superior en Psicología. Actualmente en situación de tesis para obtener Licenciatura en Psicología de Universidad Católica de Salta. Polímata amateur.
  • Ciencia y Evidencia en Psicología

La ciencia de la pseudociencia

  • 30/01/2017
  • Lautaro Pacella
Pseudociencias

¿En qué grado está nuestra personalidad determinada por la alineación de las estrellas el día en que nacemos?, ¿cómo hizo aquel adivino para predecir mi futuro con tanta exactitud?, ¿para qué tomamos tantas pastillas y remedios si la manipulación de la columna vertebral y el balance de la energía vital pueden solucionar todos nuestros problemas?

Aunque estos sistemas son considerados técnicamente pseudociencias, se puede realizar un análisis para responder a lo que parece ser la pregunta realmente importante acerca de estas teorías: ¿Por qué tantas personas creen en estas pseudociencias?

Aunque existe cierta evidencia de que las personas inteligentes son menos propensas a creer en teorías paranormales y supersticiones, afirmar que la ignorancia es la única razón por la que estas prácticas se mantienen hasta hoy en día parece ser una sobre-simplificación.



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La ciencia nos brinda otras explicaciones más justas del cómo y por qué estos sistemas de creencias hacen mella en nuestro pensamiento racional, algunas de las cuales son:

Lenguaje ambiguo:

“Las vibraciones fisiológicas son aquellas que construyen y mantienen sano al organismo. Con la utilización de MORA son devueltas a la persona, de una manera amplificada e inalterada, formándose de este modo el llamado circuito regulador bio-cibernético.”

¿Y eso con que se come? El lenguaje en jerga es ya una técnica refinada que se utiliza con el propósito de oscurecer sobre la temática y disfrazarla de ciencia. Se mezclan palabras y conceptos con tecnicismos de ciencias que en un principio ya son difíciles de entender, llegando al punto de neologismos que, ante el disgusto que provoca tener que admitir que no entendemos algo y quedar como idiotas, el sentido se pierde en la confusión y queda relegado a la interpretación libre de quien recibe el mensaje.

Se mezclan palabras y conceptos con tecnicismos de ciencias que en un principio ya son difíciles de entender, llegando al punto de neologismos

El lenguaje es, según algunos expertos, la principal característica que nos diferencia de los animales y nuestra primordial herramienta para vivir en sociedad. La hemos desarrollado a tal punto que podemos inferir lo que el otro está diciendo por más precario que el mensaje sea pero hay quienes explotan esta capacidad deliberadamente en busca de beneficios.

Dentro del lenguaje ambiguo, encontramos un fenómeno más específicamente relacionado a la astrología, llamado Efecto Barnum (o Forer):

  • Usted tiene una tendencia a ser crítico.
  • Tienes una gran cantidad de potencial que todavía no has usado para tu completo desarrollo.
  • A veces es extrovertido, afable y sociable, mientras que otras veces es introvertido, cauteloso, reservado.

Estas son algunas de las idénticas descripciones que le fueron dadas de resultado a todo un grupo de universitarios, luego de que hubieran pasado por un “test de personalidad” del cual se ignoraron completamente las respuestas. La mayoría sintió que el test fue exitoso y los describía casi a la perfección1.

El secreto de estas frases es su ambigüedad. Cuando se afirma que tiene “tendencia a ser crítico”, ¿Cuánto realmente es una “tendencia”?, ¿”crítico” en qué áreas de la vida específicamente? Esas parecen ser respuestas para que usted mismo las responda y no parte del trabajo del astrólogo. Estas expresiones son especialmente eficaces cuando dicen algo positivo acerca de nosotros (“gran potencial guardado”), porque tendemos a creer más en lo que queremos creer que en lo que nos muestra la evidencia. Otra herramienta de este engaño son las frases con doble o múltiple caras, como la enunciación acerca de lo extrovertido-introvertido que somos, puesto que nadie puede considerarse como uno de estos extremos durante todos los días, todo el día, esta frase le puede corresponder a todas las personas bajo el sol.

Negligencia a las probabilidades y saliencia de los eventos:

  • Dolores de cuello
  • Dolores en el hombro
  • Dolores de cabeza
  • Dolores de pecho
  • Dolores en la mandíbula
  • Deficiencias en el sistema cardiovascular
  • Poca energía
  • Problemas para dormir
  • Problemas urinarios
  • Falta de aire
  • Vértigo
  • Asma
  • Fatiga
  • Problemas en la presión arterial
  • Angina
  • Muerte

Estos son solo algunos de los síntomas que se sufren por una “subluxación vertebral” y pueden estar indicando que necesitas ir al quiropráctico (principalmente el último)… pero entonces, ¿Quién no lo necesita? La estrategia se basa en recitar rápidamente un gran número de padecimientos para que uno pueda identificarse con alguno de ellos dentro del gran abanico de posibilidades.

Usualmente un futurólogo, ya sea aquel que lee las palmas de la mano o una bola de cristal,  produce muchas predicciones y no solo una. Apartando el hecho de que estas también suelen ser enunciadas en formas ambiguas, si algunas de estas profecías llegaran a suceder resaltaría como un gran acierto de aquel adivino y no a una mera casualidad bastante probable, y provocaría que ignoremos todos los otros desaciertos cometidos. Este fenómeno es provocado por la “saliencia” del suceso, es decir, por cómo se distingue debido a una característica particular y de esta manera se hace más fácil para evocarlo en la memoria.

Además estas predicciones suelen ser eficaces por la vaguedad en cuanto al alcance. Imagínese que un “clarividente” le cuenta que usted “será testigo de un gran fuego, del cual no saldrá herido pero tal vez alguien en su familia si”. Esta es una expresión que puede causar mucha ansiedad, y que por la intensidad de la idea puede ser recordada por mucho tiempo. Si un familiar de su círculo interno fallece en un incendio una semana después del vaticinio uno podría pensar que ese adivino tenía poderes, pero ¿Y si sucede 30 años después, eso cuenta?, ¿y si se incendia la casa de sus vecinos, es lo suficientemente cerca?, ¿o su árbol de navidad a causa de las luces decorativas, es el fuego lo suficientemente “grande” para sea un acierto?

La estrategia se basa en recitar rápidamente un gran número de padecimientos para que uno pueda identificarse con alguno de ellos

Tom Gilovich, psicólogo de la Universidad de Cornell, cuenta cómo una vez, un gran hombre de ciencia despertó en mitad de la noche aterrorizado a causa de una pesadilla en donde su padre moría. Lo primero que hizo fue ir a controlar que su padre todavía estuviese vivo… y lo estaba. Pero él se preguntó: “¿Qué hubiese ocurrido si mi padre hubiese muerto justo esa noche?”, lo cual es algo totalmente posible. En muchos de nuestros sueños participan personas cercanas a nosotros; y estas personas mueren, no es algo que deseamos, es simplemente el curso de la vida. Pero si estos dos eventos nos suceden en el mismo día, ¿Cuánta evidencia se necesitaría para contradecirnos de que nuestro sueños no son premonitorios?

Falacia post hoc ergo propter hoc:

Del latín, que significa “después de esto, entonces, a consecuencia de esto”, y como no puede faltar el Wiki-ejemplo:

“- El gallo siempre canta antes de que salga el Sol.

– Por lo tanto, el canto del gallo provoca que salga el Sol.”

Cualquier persona sabe que esto no es verdad y puede entender el error en esta lógica de pensamiento, pero entonces, si por cada vez que nos enfermamos también volvemos a la normalidad, ¿por qué le atribuimos la sanación del empacho a la oración realizada por la curandera vecina? Si todos los días existe la posibilidad de que algo malo nos suceda, ¿por qué presumimos que nuestras desgracias guardan alguna relación con haber roto un espejo o haber sacado tal o cual carta de un mazo arbitrariamente ilustrado?

Vulnerabilidad psicológica:

La mayoría de las veces que llevamos el auto al mecánico es porque algo no está funcionando. Lo mismo ocurre con nuestras visitas al médico; la gran mayoría de nuestras consultas son a causa de un padecimiento presente. Se puede inferir que quien recurre al Medium no lo hace para un control de difuntos, sino porque posee una necesidad inmediata: comunicarse con un ser querido. Y esta situación de deseo y fragilidad ayuda a crear los sesgos que fluyen en la dirección contraria a la razón.

Asimismo, muchas de las personas que recurren a la medicina alternativa lo hacen porque se encuentran desilusionados con los resultados de la medicina tradicional. Soportan una dolencia que necesita una respuesta, aunque esta no sea aprobada por la disciplina científica, si lo es por nuestro momentáneamente disminuido juicio crítico ante la desesperación.  

Referencias bibliográficas:

  • Forer, B. R. (1949). «The fallacy of personal validation: A classroom demonstration of gullibility». Journal of Abnormal and Social Psychology 44 (1): 118-123. 
  • Shermer, M. (2002). “Why People Believe Weird Things: Pseudoscience, Superstition, and Other Confusions of Our Time”. Holt Paperbacks.
  • Wiseman, R. (2011). Paranormality: Why we see what isn’t there. Pan Macmillan.
  • Gilovich, T. (2008). How we know what isn’t so. Simon and Schuster.
  • Artículos de opinión (Op-ed)

Filosofía moral: ¿está bien matar a una persona antes que cinco?

  • 09/01/2017
  • Lautaro Pacella

Imagínese que usted está conduciendo un tranvía,  pero uno con una característica muy particular: que no tiene frenos.  Ya en mitad de su recorrido y habiendo tomado velocidad,  ve que en su camino hay cinco obreros trabajando.  Conociendo el defecto de su transporte y tomando en cuenta la velocidad a la que va, sabe que el choque es inevitable y que esto les causara la muerte a los cinco. ¡Pero espere! No buscamos acusarlo de nada… al menos por ahora.  Justo antes de resignarse al fatídico destino se da cuenta que, aunque los frenos no se encuentran a su disposición, sí lo está la posibilidad de desviarse hacia un camino lateral. Sin embargo, en este también hay personal trabajando, pero solo uno, a diferencia de la vía por la que actualmente recorre en donde hay cinco.

Sin mayor información que agregar ni alternativa posible a la situación, ¿Tomaría usted la otra vía? Es decir, ¿decidiría conscientemente cambiar de camino para matar solo a una persona en lugar de cinco? Si su respuesta ha sido si, relájese, se encuentra con la gran mayoría. El cálculo es obvio para cualquiera: es mejor matar solo a una persona antes que a cinco. Pero le pediremos que recuerde su respuesta, esto recién empieza.

El cálculo es obvio para cualquiera: es mejor matar solo a una persona antes que a cinco

Imaginemos ahora un pequeño giro. Usted deja de ser el conductor para pasar a ser tan solo un observador y divisa desde un puente ubicado por encima de los carriles un tranvía que no parece tener intenciones de detenerse, dirigiéndose directamente hacía cinco obreros, lo que resultará en una inminente aniquilación. Pero en un vistazo rápido a su entorno, nota que hay otra persona a su lado, una persona con dos características particulares: en primer lugar, que se encuentra muy distraída y no parece estar consciente de lo que está ocurriendo, y en segundo lugar que es una persona con sobrepeso, suficientemente, se da cuenta usted, cómo para detener el avance del tranvía si por alguna razón cayera en su camino.



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Supongamos por el bien del argumento que en su estado abstraído este sujeto no presentaría resistencia, ¿lo empujaría y haría caer hacía las vías, lo que provocaría su muerte pero salvaría a los cinco obreros que se encuentran más adelante?  Las matemáticas siguen igual de claras: es mejor que muera una persona a que mueran cinco… ¿o no?

Si su respuesta ha sido negativa, no se preocupe, de nuevo se encuentra con la mayoría aparentemente ambivalente. Sin embargo, le daremos otra oportunidad para que pueda ponerse de acuerdo.

Ahora usted es un médico que se encuentra en la sala de emergencia, y durante su guardia llegan seis personas que han sido parte de un terrible accidente de tranvía. Cinco de estas personas tienen heridas moderadas y la sexta se encuentra gravemente herida, tan así que debería pasarse todo el día asistiendo a esta última para poder salvarla, pero durante ese tiempo, las otras cinco personas morirían. O puede dedicarse a cuidar y restaurar a estas otras cinco víctimas, pero no le poseería entonces el tiempo suficiente para salvar a la que se encuentra en estado grave. ¿A quién elegiría salvar? Cinco personas antes que solo una parece volver a tener sentido otra vez.

Pero subámosle la intensidad para probar la fuerza del argumento. Todavía siendo un médico, esta vez uno especializado en cirugía, usted conoce a cinco pacientes que necesitan de manera inmediata trasplante de órganos, uno necesita un pulmón, otro un hígado, el tercero necesita un páncreas, el cuarto un riñón y el último un corazón. Pero en este momento no hay ningún donante y usted no puede hacer más que verlos padecer… hasta que recuerda que en la sala de al lado acaba de llegar un sujeto totalmente saludable para un control de rutina, y se ha dormido esperando su turno. Se le ocurre entonces que, muy sigilosamente, podría ir hasta allí y arrebatarle de sus órganos con el fin de salvar a cinco personas en estado de urgencia. ¿Cómo suena ahora la relación cinco : uno?

El ejercicio filosófico del tranvía fue originalmente introducido por Philippa Foot (1967) y las posteriores variaciones desarrolladas por Judith Jarvit Thomson (1976) se han topado siempre con los mismos resultados. Aunque siempre hay excepciones, la enorme mayoría parece responder de manera positiva al primer modelo de los ejercicios presentados y de manera negativa al segundo, en lo que parecería ser una clara contradicción acerca de los principios morales que rigen nuestras decisiones. Una conclusión que se ha presentado versa sobre la existencia de dos diferentes razonamientos morales que poseemos universalmente y se activan dependiendo de las particularidades de las situaciones sobre las que debemos decidir (Sandel, 2010).

En las primeras versiones del tranvía y del médico, utilizamos el razonamiento “consecuencialista”, es decir, que prestamos especial atención a los resultados que derivaran de nuestras acciones, al estado del mundo que resultará de nuestros actos o la falta de estos y por lo tanto decidimos lo que debemos hacer, lo que es lo correcto, en base a las consecuencias de nuestro actuar. Al final del día, siempre es mejor que mueran la menor cantidad de personas.

Uno de los principales defensores de este tipo de razonar moral fue sin duda el filósofo ingles Jeremy Bentham introduciendo la doctrina del utilitarismo. La piedra angular de esta ideología es una muy simple: lo correcto de hacer, lo justo, es maximizar la utilidad. Y con “utilidad” se refería al balance entre el placer y el sufrimiento. Todas las personas, afirmaba el autor, estamos gobernadas por dos maestros soberanos, el dolor y el placer.  A todos nos gusta el placer y nos disgusta el dolor, de tal modo que estos deberían regir las normas morales. Ya sea de nuestras propias vidas o como legisladores y ciudadanos preocupados en definir cómo deberían ser las leyes, lo apropiado, tanto individual como colectivamente, es actuar de una manera que se maximice los niveles generales de la felicidad. “El mayor bien para la mayoría”.

El valor moral de nuestros actos no dependería del producto resultante, sino de la motivación que nos lleva a realizarlos

Sin embargo, en las segundas versiones de estos ejercicios, una situación diferente pone en marcha un distinto tipo de razonamiento moral. Las típicas razones por las cuales las personas responden que no actuarían para salvar a cinco personas a cambio de la vida de una sola, tienen que ver más con las características intrínsecas del acto al que deben incurrir. Sean las consecuencias que sean, el acto de matar a una persona se considera categóricamente incorrecto, incluso aunque se trate de un sacrificio por un bien mayor. El razonamiento “categórico” ubica la moralidad de los actos en ciertos requerimientos y obligaciones absolutas a las que todos nos encontramos ligados, sin importar las consecuencias.

El más importante exponente de este lineamiento fue Immanuel Kant. El filósofo alemán no disputaba la idea de que nosotros, los humanos, disfrutamos del placer y nos apartamos del sufrimiento, pero actuar exclusivamente en relación a nuestros deseos no nos haría diferente a cualquier otro animal sobre el planeta. Él afirmaba que la característica que nos hace particularmente especiales es nuestra capacidad de razonar y nuestra autonomía para elegir nuestras propias decisiones. Dirigir nuestros actos a la única tarea de satisfacer nuestros apetitos e impulsos no es actuar libremente, porque estaríamos siendo simples esclavos de estos impulsos que en un principio nosotros no elegimos, no los pusimos allí donde están. De tal modo, la verdadera autonomía vendría de actuar en base a leyes autoimpuestas por la razón. El valor moral de nuestros actos no dependería del producto resultante, sino de la motivación que nos lleva a realizarlos. Efectuar un acto de bondad a la espera de alguna compensación o con segundas intenciones no alcanza para considerarlo un acto “bueno”.  Se debe “Hacer lo correcto por las razones correctas”.

Aunque existen casos en donde todos (o casi todos) parecemos estar de acuerdo, cada persona tiende a inclinarse hacia un lado de la balanza moral en otras situaciones donde los límites de lo correcto aparecen difuminados. Entonces, la verdadera reflexión parece ser acerca de la existencia de un único principio moral universal e inapelable.

Todos tenemos el derecho a juzgar moralmente un hecho en particular desde la visión y posicionamiento individual propio. ¿Pero podemos juzgar el juicio de otra persona acerca de estos hechos? Es decir, ¿podemos argumentar de manera irrefutable que el principio que utilizamos de guía es superior al que utiliza la parte contraria?, ¿o son ambos argumentos, en su desigualdad, igualmente válidos?

Referencias bibliográficas:

  • Foot, P. (1967). The problem of abortion and the doctrine of double effect.

  • Thomson, J. J. (1976). Killing, letting die, and the trolley problem. The Monist, 59(2), 204-217.

  • Sandel, M. J. (2010). Justice: What’s the right thing to do?. Macmillan.

  • Bentham, J. (1879). An introduction to the principles of morals and legislation. Clarendon Press.

  • Kant, I., Orts, A. C., & Sancho, J. C. (1989). La metafísica de las costumbres(Vol. 59). Madrid: Tecnos.

  • Ciencia y Evidencia en Psicología

La neurociencia del libre albedrío

  • 02/01/2017
  • Lautaro Pacella

Levantarnos cuando suena la alarma o dormir 5 minutos mas; desayunar té o café; usar la corbata azul o la corbata roja; desde que abrimos los ojos hasta que volvemos a acostarnos, cada día de nuestras vidas, tomamos decisiones de manera consciente. Pero tal vez más importante que eso, las tomamos libremente. Somos nosotros mismos quienes elegimos voluntariamente qué camino recorrer; o no recorrerlos en absoluto. Y si bien es cierto que en algunas oportunidades nos encontramos ante situaciones donde no hay elección por hacer, o que una fuerza mayor nos impide decidir libremente, éstas son escasas. De tal manera, la noción de que somos seres con capacidad de libre albedrío queda pocas veces desafiada.

Sin embargo, algunos investigadores lograron poner en vilo este principio que se suele dar por sentado, y nos hacen preguntarnos seriamente sobre la libertad humana.

En la década de los ‘80, Benjamin Libet (1, 2, 3, 4) demostró en una serie de experimentos que, aproximadamente 550 ms (milisegundos) previos a la acción de mover un dedo, en lo que sería una aparente decisión voluntaria, se puede detectar cierta actividad eléctrica en el área motora del cerebro. A esta actividad, localizada a través de electroencefalogramas, se la llamó “Potencial de Disposición” (readiness potential). Asimismo, los sujetos reportaron, en promedio, el impulso consciente de realizar el movimiento unos 200 ms antes de la realización del mismo. Dicho de otra manera, estos diseños experimentales parecen indicar que el cerebro toma una decisión acerca de la acción antes de que exista alguna intención consciente de hacerlo, sugiriendo así que la decisión consciente es un fenómeno ulterior y no solo una fuerza causal determinante durante una simple tarea motora. Aparentemente nuestro cerebro, mediante procesos que escapan de nuestro pensamiento, habría elegido por nosotros.



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El cerebro toma una decisión acerca de la acción antes de que exista alguna intención consciente de hacerlo

No obstante, cabe aclarar que el autor no posee una mirada determinista acerca del libre albedrío. Él mismo afirma que, aunque los actos voluntarios parecen empezar en el cerebro de manera inconsciente, la voluntad consciente aparece aproximadamente un par de centenas de milisegundos antes de la realización del acto. Y si bien este impulso consciente está precedido por el Potencial de Disposición, existe una ventana de tiempo, alrededor de unos 100 ms, en donde tenemos la capacidad de vetarlo, cambiando así el resultado del proceso volitivo. Nuestra libertad de decisión (Free Will) podría ser pensada en términos de libertad de prohibición (Free Won’t), quedando relegada a la capacidad de censura o veto de aquellas decisiones inconscientes previas.

Otros investigadores llevaron estos descubrimientos aún más lejos.  John-Dylan Haynes y colaboradores por ejemplo, utilizaron el método de imagen por resonancia magnética funcional para obtener mayor información. En esta situación, los sujetos tenían una tarea diferente: con un botón en cada mano, podían presionar cualquiera de ellos, en el momento que ellos quisieran. Además, los participantes se encontraban frente a un monitor que mostraba letras diferentes a un ritmo de 500 milisegundos, y se les pedía que recordaran la letra que se encontraba presente en el monitor al momento de la decisión de presionar el botón. Gracias al escáner que brindaba una imagen de la evolución de la actividad cerebral cada dos segundos, y programas decodificadores especializados en reconocer los patrones asociados con las elecciones que el experimento presentaba, los investigadores concluyeron que era posible detectar pautas que permiten hacer una predicción acerca de cuál botón iría a presionar el individuo hasta 7 segundos antes de que éste reconociera la decisión como consciente y voluntaria.

La evidencia presentada logra al menos hacernos cuestionar sobre el verdadero significado de “libre albedrío”

Pero como suele ocurrir con los descubrimientos científicos novedosos, estas investigaciones no se encuentran reñidas a una sola interpretación ni libres de críticas. La falta de precisión para medir el tiempo de la decisión consciente, o el relativamente bajo porcentaje de aciertos para la predicción acerca de estas decisiones (60%), el ambiguo concepto de “ser consciente” de la voluntad de acción que deben reportar los sujetos, son solo algunas de las apreciaciones que se suelen citar sobre estos experimentos. Sin embargo, la evidencia presentada logra al menos hacernos cuestionar sobre el verdadero significado de “libre albedrío”.

John Dylan Haynes afirma en una entrevista para el programa “Redes”:

Creemos, es una especie de tradición filosófica, que siempre pensamos claramente acerca de las cosas, que las analizamos racionalmente, que somos conscientes de todas las decisiones que tomamos, mientras que las ciencias del cerebro y la psicología modernas dirían: «No, hay muchas cosas que ocurren en el cerebro y en nuestro inconsciente que no experimentamos conscientemente.»¹

¿Cuáles serían las implicancias que estos descubrimientos podrían tener por ejemplo en la manera de entender los trastornos de control de los impulsos?, ¿o para los sujetos que padecen adicción?, ¿podrían desafiar las nociones de responsabilidad y castigos en casos criminales? Y tal vez más importante, ¿la noción de nuestra propia naturaleza?

Bibliografía:

  1. RTVE

  2. Pierre, J.M. (2014) ‘The neuroscience of free will: implications for psychiatry’, Psychological Medicine, 44(12), pp. 2465–2474.

  3. Pierre, J.M. (2014) “The Neuroscience of Free Will and the Illusion of “You”.

  4. Gil, F. J. S. (2009). Relevancia de los experimentos de Benjamin Libet y de John-Dylan Haynes para el debate en torno a la libertad humana en los procesos de decisión. Thémata. Revista de Filosofía, (41).

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