Me encontré en Instagram este hermoso post del gran Jay Prasad: «Nuestras emociones no son huellas dactilares. No nos definen, no son inmutables, ni están grabadas en piedra. Abrirse a la transitoriedad de lo que sentimos es aprender a verlas como visitantes: vienen, nos dicen algo, y aunque a veces puedan persistir, se marchan.»
Y viene muy bien este post porque hay una idea que a veces repetimos sin pensarlo: “así soy yo”. La usamos para describir un estado emocional sostenido —como si estar triste, ansioso o frustrado fuera parte fija de nuestra identidad. Pero esta idea es engañosa. Nuestras emociones no son huellas dactilares. No nos definen, no son inmutables, ni están grabadas en piedra.
Una emoción es una experiencia, no una etiqueta. Surge, se manifiesta en el cuerpo, influye en cómo vemos el mundo, y luego, si se lo permitimos, se va. Pero si la agarramos con fuerza, si la alimentamos con pensamientos o tratamos de evitarla a toda costa, entonces empieza a ocupar más espacio del necesario.
Aprender a ver las emociones como visitantes —como algo que llega, nos dice algo, y luego se marcha— cambia completamente la relación que tenemos con ellas. Esta es una idea central en muchas terapias basadas en la evidencia, como la terapia de aceptación y compromiso (ACT), donde se invita a las personas a abrirse a sus experiencias internas sin quedar atrapadas por ellas.
La transitoriedad como punto de partida
Aceptar que las emociones son transitorias no significa ignorarlas o restarles importancia. Significa reconocer que forman parte del flujo natural de la vida. La ansiedad puede estar presente antes de una conversación importante, la tristeza puede aparecer al recordar una pérdida, la rabia puede surgir ante una injusticia. Pero ninguna de ellas dura para siempre, a menos que la sostengamos con rigidez.
Cuando tratamos de suprimir o controlar lo que sentimos, irónicamente, esas emociones tienden a intensificarse o alargarse. Por el contrario, cuando dejamos de luchar con ellas y las tratamos con curiosidad y respeto —como a un visitante que no esperábamos pero que llegó con algo que decir— empezamos a experimentar una forma distinta de libertad.
No eres tu emoción
Una emoción intensa puede hacernos olvidar que hay algo más allá de ella. Pero incluso en medio del miedo o la desesperanza, sigue habiendo un espacio de elección: podemos observar lo que sentimos sin convertirnos en eso. Podemos actuar en función de nuestros valores, no solo de nuestro malestar.
La próxima vez que sientas que una emoción te desborda, intenta decirte: esto es algo que estoy sintiendo, no algo que soy. Tal vez no desaparezca de inmediato, pero verás que pierde poder sobre ti. Porque cuando dejas de identificarte con lo que sientes, puedes empezar a responder, no solo a reaccionar.
Y eso —en una cultura que a menudo nos exige “estar bien” todo el tiempo— ya es un acto de coraje.