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Publicaciones por mes

mayo 2017

68 Publicaciones
  • Artículos Recomendados de la Web

Calma, la app para prevenir conductas suicidas

  • David Aparicio
  • 04/05/2017

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Fabiola Czubaj para La Nación:

Calma. Así se llama la primera aplicación interactiva para celulares orientada a prevenir el suicidio en los adolescentes y los jóvenes. Durante seis meses, un equipo de psiquiatras y psicólogos argentinos trabajó en esta herramienta que se puede descargar y usar de manera gratuita.

Este «salvavidas» portátil para el manejo de una crisis que puede llevar a la muerte se presentó en Mar del Plata, durante el Congreso Argentino de Psiquiatría, que organizó la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA). Un equipo de investigadores del Instituto de Farmacología de la Facultad de Medicina de la UBA explicó cómo funciona esta aplicación que no reemplaza el tratamiento especializado, pero puede complementarlo.

«Uno de nuestro intereses centrales es el estudio de la conducta suicida», explicó Federico Daray, investigador adjunto del Conicet. «Estuvimos trabajando en intervenciones para la prevención en los adolescentes y los jóvenes. Es un tema muy grave en nuestro país, donde las cifras se duplicaron en estos 15 años y, actualmente, es la segunda causa de muerte en esos grupos», dijo en diálogo con LA NACION antes de la presentación de Calma.

Ya era hora de que la psicología en Latinoamérica aproveche todos los recursos digitales de nuestra era en beneficio de la prevención del suicidio y de la salud mental en general. Calma no es la primera aplicación para prevenir el suicidio. Hay otras apps que también han funcionado bastante bien, pero lamentablemente están en inglés. Calma está diseñada completamente en español, por terapeutas de la región y utiliza los recursos de la Terapia Dialéctica Conductual, una de las terapias especialmente diseñadas para los trastornos de desregulación emocional e intentos de suicidio que cuenta con buena evidencia de su efectividad.

La app está disponible para Android y pronto para iOS.

Para más detalles visita su página web oficial.

Lee el artículo completo en La Nación.

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  • Salud Mental y Tratamientos

Niveles de validación en la terapia dialéctica conductual (DBT)

  • Fabián Maero
  • 04/05/2017

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Las estrategias de validación, junto con las estrategias de resolución de problemas, constituyen el corazón de DBT, en torno al cual se construyen el resto de las estrategias de tratamiento (Linehan, 1993, p.221). Cuando un terapeuta se enfoca sólo en el cambio conductual puede hacer sentir invalidado al paciente y de esa manera deteriorar el trabajo terapéutico, en cambio cuando el terapeuta reconoce y valida la experiencia del paciente hace que el cambio sea más fácil y más probable. Entonces, mientras que las estrategias de cambio se centran en la modificación conductual, validación implica comunicarle inequívocamente al paciente que sus conductas (observables y no observables) tienen sentido y son comprensibles en el contexto actual. Validación es la forma principal en la cual DBT implementa aceptación. Validar no es estar de acuerdo con el paciente, sino comunicar que sus respuestas (emociones, pensamientos, acciones), tienen sentido dado el contexto en que se presentan (puedo estar en desacuerdo con una conducta pero aún así comunicar que tiene sentido). Es un poco difícil definir con precisión qué es validación, pero podemos comenzar citando a Linehan:

La esencia de la validación es ésta: el terapeuta comunica a la paciente que sus respuestas tienen sentido y son comprensibles dentro de su contexto o situación vital actual. El terapeuta toma las respuestas del paciente seriamente y no las descarta ni trivializa. Las estrategias de validación requieren que el terapeuta busque, reconozca, y refleje al paciente la validez inherente en sus respuestas a los eventos. Con un niño díscolo, los padres deben encontrarlo haciendo las cosas bien para reforzar esa conducta; similarmente el terapeuta debe descubrir la validez inherente de la respuesta del paciente, a veces amplificarla, y luego reforzarla. Al principio de la terapia individual, las estrategias de validación pueden ser las principales estrategias utilizadas en la terapia”

(Linehan, 1993, p. 222) Me gusta particularmente la descripción de Swenson, que si bien es menos precisa, captura bastante bien la cualidad de validar:

«Validación en psicoterapia tiene esta cualidad. Te pide detenerte y estar con tu paciente en el momento, viendo lo que ve, oyendo lo que oye, deteniéndote en el camino con ella, dejando ir completamente la agenda orientada al cambio en este momento. Esta presencia fortalece al paciente. Su agenda, su interés, su paso, son acogidos y respaldados. Ella se siente conectada, sustancial, y significativa. Ha sido reconocida, apreciada, y confirmada. Antes de que cualquier palabra sea dicha, esto es validación. Cuando validación toma una forma verbal, el mismo espíritu fluye en las palabras.”

(Swenson, 2016, p. 261) En el mismo texto, Swenson cuenta la siguiente anécdota:

«Una vez, en un taller en que estaba trabajando con Marsha Linehan, un participante hizo una pregunta interesante. ‘Marsha, si fueras una de dos sobrevivientes de una naufragio, y vos y el otro sobreviviente terminaran en una pequeña isla remota, con pocas probabilidades de ser rescatados durante varios años, y sólo se te permitiese llevar una estrategia DBT para utilizar en esa isla, ¿cuál sería?’ A Marsha le gustó la pregunta, y dijo “Entonces, querés conocer cuál es la aspirina de DBT”, y respondió: “Validación. Validación ayudaría a nuestra relación, lo cual podría ser quizá lo más importante. Ayudaría a mi compañera en la isla a regular sus emociones. Podría mejorar su resolución de problemas sin enseñarle ninguna estrategia de resolución de problemas. A veces podemos sentirnos bastante confundidos, y si tan sólo somos validados, podemos descifrar qué hacer”

(Swenson, 2016, p. 265) Entonces, además de balancear las estrategias de cambio, validación ofrece otras ventajas. Provee una experiencia interpersonal nueva para el paciente, en la cual sus expresiones no son castigadas sino que son recibidas con comprensión, lo cual ayuda a abrirse más en el futuro. Por otra parte, proporciona una marco seguro en el cual experimentar emociones y expresarlas de una manera más eficaz, lo cual ayuda a regularlas mejor.

Validación, empatía, normalización

Vale la pena distinguir estos tres términos, que si bien son similares tienen ligeras diferencias semánticas. Empatía consiste, dicho a lo bestia, en ponerse en los zapatos de otra persona, esto es, percibir el marco de referencia de otra persona, con sus componentes emocionales y cognitivos, sin perder el propio punto de vista. Validación, en cambio consiste en comunicar a otra persona que está siendo vista y oída, y que sus respuestas tienen validez. La empatía es necesaria, pero no suficiente, para validar, ya que validar requiere comunicar claramente a la persona que su punto de vista es comprensible. Por otro lado tenemos normalización y validación. La diferencia entre ambos es que normalización consiste en comunicar que otras personas tienen esa misma experiencia, mientras que validar consiste en conectar con lo singular de la experiencia de esa persona. Utilicemos un ejemplo de Pederson (2015), para ilustrar la diferencia entre una respuesta de normalización y una de validación:

  • Paciente: me siento tan culpable. Quiero decir, ¿qué clase de madre no tiene ganas de pasar tiempo con sus hijos? No he tenido ganas de ir a sus prácticas o sus juegos en semanas. Me cuesta incluso llegar a la mesa para cenar

Normalización:

  • Terapeuta: Sabés, trabajo con muchas personas como vos. La depresión derrumba su interés y su energía. No estás sola en esto, es lo que la depresión hace.

Validación

  • Terapeuta: Es difícil para vos arrancar, y la mayor parte del tiempo no tenés energía para eso. Puedo ver lo debilitante que se ha vuelto tu depresión, y por si eso fuera poco, también sentís culpa, respecto a cómo podría afectar a tus hijos.

En el primer caso la respuesta del terapeuta comunica que la experiencia es común a muchas personas. En el segundo, el terapeuta conecta con la experiencia particular de ese paciente. Vale la pena tener en cuenta la diferencia entre ambas porque en ocasiones normalizar puede ser vivido como invalidante por el paciente (“¿y a mí qué me importa si le pasa a otros?”, por ejemplo)

Niveles de validación

Linehan (Linehan, 1997), propone seis niveles de validación. Cada nivel, según Linehan, “es más completo que el anterior, y cada nivel depende de uno o más de los niveles anteriores”. No estoy del todo de acuerdo con que cada nivel sea más completo del anterior sino en todo caso más complejo, pero es una precisión que no cambia demasiado la cosa. En cualquier caso, se trata de seis formas de validar. Sigamos un mismo enunciado de un paciente (tomado de Pederson, 2015) y veamos en qué consiste cada nivel de validación.

Nivel 1: Escuchar y observar

Se trata de escuchar con completa atención: comunicar que las respuestas del paciente son válidas por medio de sólo escuchar sin prejuzgar. Estar “despierto”: abrir los ojos y las orejas, escuchar e interesarse por el paciente.

Nivel 2: Reflejar con precisión

Reflejar con precisión lo dicho por el paciente: comunicar que lo expresado por el paciente ha sido entendido, por medio de repetir o refrasear lo dicho por el paciente, sin interpretar.

  • Paciente: “Estoy aquí porque tengo que estar. No va a servir de nada. La terapia siempre fue una pérdida de tiempo“
  • Terapeuta: “Entiendo que te dijeron que tenés que venir, y que la terapia no te ha servido”

Nivel 3: Articular lo no verbalizado

Articular emociones, pensamientos no verbalizados explícitamente por el paciente pero presentes en lo que está diciendo:

  • Paciente: “Estoy aquí porque tengo que estar. No va a servir de nada. La terapia siempre fue una pérdida de tiempo“
  • Terapeuta: “Estás frustrada. No es raro, te enviaron aquí y la terapia ha sido una pérdida de tiempo para vos. Debe parecer difícil abrirse ahora mismo“

Nivel 4: Validar en términos de causas

En el cuarto nivel, se trata de describir cómo la conducta del paciente tiene sentido a la luz de su historia de aprendizaje o de su biología, dicho de otro modo, se valida en términos del pasado:

  • Paciente: “Estoy aquí porque tengo que estar. No va a servir de nada. La terapia siempre fue una pérdida de tiempo“
  • Terapeuta: “Suena a que estás frustrada. La terapia ha sido una pérdida de tiempo, y quién no se cerraría si lo obligan a hacer algo. Apuesto a que estás cansada de estar siendo presionada de terapia en terapia“

Nivel 5: Validar en términos del contexto presente

Este nivel significa buscar formas en las que la conducta del paciente tiene sentido en las circunstancias actuales:

  • Paciente: “Estoy aquí porque tengo que estar. No va a servir de nada. La terapia siempre fue una pérdida de tiempo“
  • Terapeuta: “Estás frustrada! No me extraña, habiendo estado tan presionada tanto tiempo. Quién querría venir a terapia si ha sido una pérdida de tiempo, y por supuesto, por qué esperarías que yo fuera distinta. Podría ser sólo otra persona tratando de darte lo que no querés“

Para los niveles 4 y 5, podemos tomar este otro ejemplo de Koerner (2012): “supongamos que estás caminando hacia el cine con una amiga que hace algunos años ha sido violada en un callejón, vos proponés cortar camino por un calle angosta y oscura, y tu amiga dice que le da miedo. Decir ‘disculpá, no me di cuenta, claro que te asusta, fuiste violada en un callejón’ sería una validación de nivel 4. Decir ‘claro que tenés miedo, los callejones son peligrosos, demos la vuelta por otro lado’, sería una validación de nivel 5″ (invalidación, en este ejemplo, podría ser algo como “no hay nada de qué tener miedo, no seas boba»). Koerner sugiere que siempre que sea posible se debe preferir una validación de nivel 5 a una de nivel 4.

Nivel 6: Tratar a la persona como válida – ser radicalmente genuino

Si bien los niveles de 1 a 5 se consideran pasos secuenciales, el nivel 6 representa un salto cualitativo, y es un poco más cercano a validar a la persona antes que validar una respuesta particular o patrón conductual. Al igual que el nivel 1, se trata de algo que idealmente debe aplicarse a lo largo de toda la terapia, en todas las intervenciones. Este nivel consiste en tratar al paciente como a un igual, en lugar de como un “paciente” o un trastorno. Es no tratar al paciente como un problema a resolver sino como a otro ser humano. Es lo opuesto a tratar al paciente como si fuera frágil o tratarlo de manera condescendiente. Swenson (2016) lo resume así:

«A veces los terapeutas ‘actúan’ terapéuticos, usan el lenguaje del modelo de terapia, siguen las guías, pero no actúan como ellos mismos. Ser radicalmente genuino significa que la forma en la que el terapeuta interactúa con el paciente se verá similar a la forma en la que actúa con amigos o familiares, excepto que además estará haciendo terapia. A veces en un esfuerzo de ser técnicamente eficientes nos alejamos de nuestras respuestas naturales, que podrían tener un efecto curativo en la persona invalidada”

Cerrando

Validación es una de las estrategias más útiles para cualquier terapeuta (de la ola y modelo de terapia que fuere), y comprender sus principios y aplicación pueden ser de tremenda utilidad para cualquier tratamiento. En esencia, se trata de respetar al paciente: tu punto de vista, tus acciones, tus emociones, pensamientos, son válidos en tus circunstancias. Si les interesa, hay ríos de tinta escritos sobre el tema, los textos que figuran en las referencias son excelentes lugares para empezar a leer o para pulir sus habilidades.Artículo publicado en el Blog del Grupo ACT, centro de formación y entrenamiento en Terapias de 3 Generación y cedido para su publicación en Psyciencia.

Referencias

  • Koerner, K. (2012). Doing Dialectical Behavior Therapy: A Practical Guide. New York: The Guilford Press. Linehan, M. M. (1993). Cognitive-behavioral treatment of borderline personality disorder. New York: The Guilford Press.
  • Linehan, M. M. (1997). Validation and psychotherapy. In A. Bohart & L. Greenberg (Eds.), Empathy Reconsidered: New Directions in Psychotherapy (pp. 353–392). Washington D.C.: American Psychological Association. Pederson, L. (2015).
  • Dialectical behavior therapy : a contemporary guide for practitioners. Wiley-Blackwell. Swenson, C. (2016).
  • DBT principles in action : acceptance, change, and dialectics. New York: The Guilford Press.

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  • Ciencia y Evidencia en Psicología

Cuidado con el pensamiento excesivamente estructurado, podría reducir tu creatividad

  • Rita Arosemena P.
  • 03/05/2017

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La sistematización de la información es un proceso cerebral que ocurre naturalmente y que tiene por objeto beneficios evidentes, entre ellos, ayudarnos a interpretar el mundo y facilitarnos la vida. No obstante, poseer una mente «excesivamente cuadriculada» podría ser también un lastre para nuestra creatividad, de acuerdo con un estudio realizado por investigadores de la Escuela de Administración Rotman de la Universidad de Toronto.

«Una estructura de la información jerárquicamente organizada podría tener un lado oscuro» , opina Yeun Joon Kim, coautor del estudio. Pero ¿de qué manera?

La mayoría de las investigaciones desarrolladas en el área de administración coinciden en la idea de que la información estructurada facilita abarcar la complejidad y potenciar la eficiencia, sin embargo, lo que estos documentos pasan por alto según el estudio realizado por Kim y su equipo es la forma en que el exceso de estructuración minimiza la creatividad y la flexibilidad cognitiva.

«Una estructura de la información jerárquicamente organizada podría tener un lado oscuro»

En una serie de experimentos para mediar el desempeño creativo y cognitivo, se pidió a un grupo de participantes completar un conjunto de tareas utilizando bloques categorizados de información.

Se presentó a los participantes un grupo de sustantivos organizados en categorías y otro no organizado, y se les pidió elaborar oraciones. En otro experimento, se pidió a los sujetos de prueba crear una figura con bloques de LEGO organizados por colores y formas, o bien en un escenario de bloques desorganizados.

De modo general, los resultados indicaron que quienes trabajaron con información organizada tardaron menos en completar las tareas, es decir, presentaron una «persistencia reducida», factor que se considera clave para la creatividad.

Para los investigadores, esto permite concluir que nuestra tendencia a categorizar la información de forma sistemática puede no ser tan eficaz después de todo, o al menos no cuando se requiere el uso de la creatividad.

Fuente: Psypost

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  • Salud Mental y Tratamientos

Preocuparte en dosis adecuadas sería bueno para tu salud

  • Rita Arosemena P.
  • 03/05/2017

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La preocupación suele estar mal vista. Lo común es que la relacionemos de inmediato con altos índices de estrés y ansiedad, he hecho, existe un estereotipo según el cual las personas que «se preocupan demasiado» son un manojo de nervios andante que presenta problemas de productividad y crisis emocionales constante por no saber cómo lidiar con situaciones de la vida cotidiana.

Pero preocuparse no es tan malo después de todo, siempre y cuando la preocupación no roce el estrés crónico y la exageración malsana. De acuerdo con un artículo publicado en Social and Personality Compass, las personas que se preocupan mucho podrían tener un mejor desempeño académico y laboral que el resto, ya que tienden a comprometerse más con tareas asignadas y a ser más eficaces a la hora de resolver problemas.

De esta forma lo explica la autora de la publicación, Kate Sweeny, psicóloga de la Universidad de California: «Creo que existe un mal entendido que hace a las personas sentirse mal por preocuparse o pensar de inmediato que deberían dejar de preocuparse. Preocuparse demasiado podría interferir en la motivación, pero preocuparse en dosis adecuadas puede motivarte sin paralizarte». 

Y es que normalmente acostumbramos considerar las desventajas de preocuparnos por un tema y no los beneficios de hacerlo. Para Sweeny, las personas que se preocupan muestran una ansiedad natural que podría hacer que cuiden mucho más de su salud y seguridad que las personas que no se preocupan demasiado. Usan el cinturón de seguridad de forma más constante, se aplican bloqueador solar cada cierta cantidad de horas, van regularmente al doctor por citas de revisión periódicas, entre otros hábitos de cuidado personal.

El artículo de Sweeny cita incluso un estudio de referencia según el cual las mujeres que reportaron dosis moderadas de preocupación asistieron en mayor frecuencia a exámenes de detección de cáncer en comparación con las mujeres que dijeron no preocuparse tanto.

La clave es el equilibrio para apartar de nuestra mente el negativismo y los pensamientos repetitivo

Para Sweeny, todo el proceso psicológico que reúne las ventajas de la preocupación podría explicarse en un mecanismo de tres pasos:

  1. Primero, la identificación de un evento que requiere tomar acción.
  2. Después, la constante visualización o consideración de este evento en la mente de la persona.
  3. Y por último, el sentimiento de inconformidad por el evento que lleva al individuo a hacer algo para cambiar la situación y sentirse mejor.

Pero no solo la preocupación podría ayudarnos a llevar un estilo de vida más saludable y ser más cuidadosos a diario, también podría prepararnos para posibles situaciones trágicas o traumáticas, ya que nos hace contemplar escenarios hipotéticos de lo que podría suceder «en el peor de los casos».

La clave es el equilibrio para apartar de nuestra mente el negativismo y los pensamientos repetitivos, que comprenden el lado oscuro de la preocupación exacerbada.

«Pienso que el mensaje primario es que, cuando te sientes preocupado, tomes un minuto para pensar si esos pensamientos son productivos, porque quizás hay cosas que deberías estar haciendo y preparando para prevenir que ocurran situaciones negativas, y en ese caso es bueno preocuparse», concluye Sweeny.

Fuente: Real Simple; Social and Personality Psychology Compass

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  • Recursos para Profesionales de la Psicología

Terapias sin base científica empleadas en el manejo de los Trastornos del Neurodesarrollo (PDF)

  • David Aparicio
  • 02/05/2017
Postergación y TB

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Objetivo

Hacer un análisis de las terapias sin bases científicas que se ofrecen y utilizan más frecuentemente para el tratamiento de los trastornos del neurodesarrollo.

Resultados

Estas terapias se pueden dividir en tres grandes categorías: A.- Terapias dirigidas al funcionamiento cerebral, B-. Terapias dirigidas a los requerimientos nutricionales y C-Otras. Los padres y familiares de niños con trastornos del neurodesarrollo son vulnerables ante cualquier persona, institución o método que les ofrezca una solución rápida y fácil a su problema.

Es primordial que todos los profesionistas de la salud estemos familiarizados con las terapias no documentadas científicamente, que se ofrecen para el trata -miento de los trastornos del neurodesarrollo, para poder informar, educar y asesorar correctamente a los padres y familiares de nuestros pacientes. El lidiar con tratamientos no comprobados científicamente implica mucho más que sólo el análisis de la información científica disponible. Se requiere de la comprensión y entendimiento de la dinámica personal y familiar ante la amenaza de enfermedad o disfunción.

Conclusión

Los profesionistas de la salud debemos estar familiarizados con las terapias no documentadas científicamente, que se ofrecen para los trastornos del neurodesarrollo, para poder informar, educar y asesorar correctamente a los padres y familiares de nuestros pacientes; también deberemos poder informarles de todas las alternativas y métodos científicamente comprobados existentes, que se pueden utilizar para ayudarlos.

Descarga el artículo completo en formato PDF.

Autores: Dr. Raúl Calderón-González y Dr. Raúl Fernando Calderón-Sepúlveda.

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Curso online: Aplicación de técnicas cognitivas

  • David Aparicio
  • 02/05/2017

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Cuando hablamos de formación y asistencia basada en Terapia Cognitivo Conductual (TCC), CETECIC, es sin duda una de las instituciones mas importantes en la formación y asistencia en esta reconocida terapia basada en la evidencia. Gracias a sus cursos y su completa revista online han logrado formar y difundir esta terapia que era desconocida para muchos psicólogos y estudiantes.

Con su nuevo curso: Terapia cognitivo conductual: Aplicación de técnicas cognitivas, aprenderás los procedimientos técnicos de aplicación clínica derivados de las orientaciones cognitivas en Psicología.

Detalles del curso

Se inicia con una breve discusión acerca de la legitimidad de las inferencias sobre variables y procesos internos en el organismo.

Luego, los contenidos se ordenan alrededor de los tres grandes ejes temáticos conceptualizados por Michael Mahoney y conocidos como “Modelos Mediacionales”.

En relación al primer modelo mediacional, se desarrollan las “Terapias de condicionamiento encubierto”, un conjunto de técnicas muy emparentadas con los paradigmas de aprendizaje clásico y operante. El segundo modelo mediacional se menciona brevemente, pues su campo de investigaciones no ha nutrido con procedimientos técnicos a la clínica cognitiva.

Finalmente, alrededor del tercer modelo mediacional, se organizan las principales estrategias de intervención. De este modo, se aborda el enfoque de la “Terapia Racional Emotiva Conductual” de Albert Ellis para luego dedicar la mayor parte del curso al desarrollo de la “Reestructuración Cognitiva”, una estrategia de intervención de amplio alcance y generalidad, la cual sin duda representa lo más característico del modelo difundido como “Terapia Cognitiva” de Aaron Beck. El temario se completa con un recorrido sobre el “Entrenamiento en resolución de problemas” y el “Entrenamiento en autoinstrucciones”..

Contenidos

  • Modelos Cognoscitivos: ubicación histórica y epistemológica.
  • Modelo Mediacional I: condicionamiento encubierto (1ra parte).
  • Modelo Mediacional I: condicionamiento encubierto (2da parte).
  • El enfoque de la Terapia Racional Emotiva Conductual de Albert Ellis.
  • El enfoque de la Terapia Cognitiva de Aaron Beck.
  • El enfoque de la Terapia Cognitiva: la reestructuración cognitiva
  • Modelo mediacional III: Aprendizaje Cognitivo.
  • El enfoque de la Terapia Cognitiva: la reestructuración cognitiva (1ra parte).
  • Modelo mediacional III: Aprendizaje Cognitivo.
  • El enfoque de la Terapia Cognitiva: la reestructuración cognitiva (2da parte).
  • Modelo mediacional III: Aprendizaje Cognitivo.
  • La reestructuración cognitiva en problemas de ansiedad.
  • Modelo mediacional III: Aprendizaje Cognitivo
  • La reestructuración cognitiva en problemas de depresión y suicidio.
  • Modelo mediacional III: Aprendizaje Cognitivo.
  • Entrenamiento en solución de problemas.
  • Modelo mediacional III: Aprendizaje Cognitivo.
  • El entrenamiento en autoinstrucciones.

Detalles de inscripción

El curso inicia el lunes 8 de mayo y tiene una duración de 4 meses y se entregarán certificados emitidos por el CETECIC con el aval de la Asociación Argentina de Ciencias del Comportamiento.

El curso tiene un costo de 3080 pesos argentinos o 360 dólares para los países de Latinoamérica y España. Pero los directores de CETECIC han tenido la amabilidad de ofrecerle a los lectores de Psyciencia un descuento exclusivo del 20%.

Para más información e inscripción ingresa aquí.

Agradecemos a CETECIC, por ser nuestro sponsor de la semana.

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Sin categoría

Qué dice la evidencia sobre los tratamientos para niños y adolescentes con déficit de atención e hiperactividad (TDAH)

  • Alejandra Alonso
  • 02/05/2017

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Samuele Cortese y Rocío Roselló-Miranda han realizado una revisión sobre los metaanálisis más recientes en relación a tratamientos farmacológicos y no farmacológicos disponibles actualmente para niños y adolescentes con Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH). Este trabajo es muy importante ya que el TDAH tiene una alta prevalencia y puede afectar la calidad de vida y economía de las personas afectadas. Por tal motivo es crucial elegir el tratamiento adecuado.

Actualmente ha aumentado el número de pacientes y profesionales que tienen una actitud negativa hacia los fármacos por preocupaciones en cuanto a su efectividad, efectos secundarios, adherencia al tratamiento y costos. Esto ha generado, a su vez, una proliferación de tratamientos no farmacológicos, entre los cuales podemos nombrar: dietas, neurofeedback, intervenciones conductuales y entrenamientos cognitivos.

La gran cantidad de tratamientos disponibles puede confundir a profesionales y pacientes, haciendo difícil la elección de una estrategia a seguir. Para hacerlo es necesario tener en cuenta las características y posibilidades del paciente. También es fundamental prestar atención a los resultados de las investigaciones más rigurosas al respecto (ECA o ensayos controlados aleatorizados). Ese es precisamente el trabajo que han realizado los autores del presente estudio.

Tratamientos no farmacológicos

Los científicos encontraron una serie de metaanálisis publicados por el European ADHD Guideline Group (Grupo Europeo de Directrices para el TDAH) que incluía intervenciones dietéticas, intervenciones comportamentales, entrenamiento cognitivo y neurofeedback en el tratamiento de síntomas nucleares del TDAH (por ejemplo: hiperactividad, falta de atención, impulsividad). Dichas intervenciones eran las que contaban con un número suficiente de ECA como para ser consideradas. El primer metaanálisis, en su forma más rigurosa, solo encontró resultados muy modestos en cuanto a algunas intervenciones dietéticas (administración de suplementos de ácidos grasos y exclusión de colorantes alimentarios artificiales).

En 2014 se publicó un metaanálisis que tuvo en cuenta intervenciones no farmacológicas que se localizaron en síntomas nucleares, pero también en problemas asociados al trastorno. El mismo encontró que las intervenciones conductuales eran significativamente más eficaces que la situación control para aspectos clave del TDAH, como problemas de conducta y de crianza.

Otro metaanálisis del 2015, que evaluó las intervenciones cognitivas, no encontró que su eficacia fuera mayor a la de la situación control en relación a los síntomas nucleares. Sin embargo, si fue eficaz para trabajar la memoria de trabajo y visual, frecuentemente afectada en esta población.

Un último metaanálisis se centró en el neurofeedback y no encontró eficacia alguna, tanto en relación a los síntomas nucleares como a problemas asociados al TDAH.

Tratamientos farmacológicos

En esta categoría, los autores de la revisión incluyen varios fármacos con y sin licencia: Metilfenidato, Atokoxetina, Derivados anfetamínicos y Agonistas α2.

Metilfenidato

Este fármaco se asoció con aumento en el riesgo de problemas de sueño y apetito. Storebø y colaboradores utilizaron el sistema GRADE y concluyeron que la evidencia era baja y, por lo tanto, los efectos del fármaco son dudosos. No obstante, otros autores han criticado los métodos de evaluación utilizados, diciendo que son demasiado rigurosos y, debido a esto, la magnitud del efecto real del metilfenidato sigue siendo debatida.

Derivados anfetamínicos

Un metaanálisis del 2016 concluyó que su efectividad era mayor a la del placebo en el tratamiento de los síntomas del TDAH. Sus efectos adversos fueron: pérdida de apetito, insomnio y molestias abdominales. Sin embargo, los autores observaron que la mayoría de los estudios tenían alto riesgo de sesgos y la calidad general de los datos era baja o muy baja.

Atomoxetina

Se llevó a cabo en 2014 un metaanálisis que incluyó 53 ECA de doble ciego y concluyó que este fármaco era superior al placebo para tratar los síntomas del TDAH en general.

Recomendaciones para futuras investigaciones

Los autores resaltan algunas limitaciones de los estudios incluidos, que deben ser tomados en cuenta para futuros trabajos de investigación sobre el tema:

  1. La mayoría de los ECA se basan en la eficacia a corto plazo comparando tratamientos no farmacológicos o farmacológicos individualmente con un grupo controlado (control sin fármaco o placebo).
  2. Son necesarios más estudios comparativos que evalúen la evidencia de diferentes tratamientos para el TDAH.
  3. Los ECA deben esforzarse por que sus ensayos sean más cercanos al contexto clínico real.
  4. Algo que probablemente les interese mucho a los profesionales es cuál es el tratamiento más efectivo según el perfil del paciente. Para responder a dicho interrogante es necesario el análisis de información de grandes bases de datos diferentes que den acceso a datos individualizados para cada paciente (metaanálisis de datos individuales de pacientes).

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  • Análisis

El error de atribución fundamental: cuando responsabilizamos a las personas y nos olvidamos del contexto

  • Fabián Maero
  • 01/05/2017
atribución fundamental

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Estoy trabajando con un colega, para lo cual acordamos una reunión de trabajo. Acordamos el lugar y la hora con antelación, y ese día llego a horario y espero. Pasan 15 minutos, 25, y mi colega no aparece sino hasta 30 minutos más tarde. No digo nada, pero me molesta, claramente se trata de un desconsiderado al que no le importa el tiempo de los demás, un sociópata que se burla de los cimientos mismos de la convivencia en sociedad y que merece ser ajusticiado con la mayor rapidez posible. En la siguiente reunión, llego tarde yo esta vez. No es mi culpa, había una congestión de tránsito en el centro y el colectivo se retrasó.

Una vez que se recuperen la emoción que les generó este relato de mis desventuras cotidianas (mi vida es así de glamorosa), considérense bienvenidos a otro artículo. La anécdota no es gratuita sino que viene a cuento de ilustrar un fenómeno muy común respecto a la forma en la cual explicamos las acciones de los demás.

Para los seres humanos es usual y útil asignar causas a las acciones de los demás –estar en condición de explicar una acción nos permite, por ejemplo, predecir acciones futuras. Este asignar causas a una acción es lo que se llama atribución en psicología (Malle, 2011), y va a ser el tema de hoy.

El carozo de la aceituna concierne específicamente al porqué de una acción: ¿por qué mi colega llegó tarde, por ejemplo?

De manera general, digamos que hay dos formas de atribución para explicar las acciones de otra persona: podemos atribuirla a predisposiciones, motivaciones, rasgos de personalidad, o bien a la situación o contexto en el que ocurre la acción. Es decir, como causa de una acción se pueden postular fuerzas internas a la persona (mi colega llegó tarde porque es impuntual y no le importa llegar a horario), o bien fuerzas externas (llegó tarde porque el tránsito es difícil y la reunión es media hora después de que termina de trabajar), o una combinación de ambas, y la dirección que adopte la interpretación tiene consecuencias. Frente a la tardanza de mi colega, será muy diferente mi reacción si la explico como desidia o impuntualidad (causa interna) o como fruto del tránsito y el horario (causa externa).

El error de atribución fundamental

Sería esperable que al explicar cualquier conducta observada de otra persona, la explicación esté determinada por las fuerzas predominantes en juego: si hay fuertes factores externos explicaremos la acción por esos factores; si hay factores internos, la explicaremos por factores internos; si no podemos identificar los factores o estos son ambiguos, nos abstendremos de explicar la acción. Lógico… ¿no?

Resulta que las cosas son un poco más complicadas: en general tendemos a sobreestimar el impacto de factores disposicionales o motivacionales sobre la conducta, subestimando el impacto de los factores situacionales (Ross, 1977). Esto es lo que en psicología se denomina “Error de Atribución Fundamental”(EAF) , o “sesgo de correspondencia” (si bien ambos términos se utilizan para denominar fenómenos similares, no son del todo lo mismo, véase Gawronski, 2004).

Dicho de modo más simple, al explicar las acciones de una persona tendemos a atribuirlas a alguna predisposición, personalidad o factor interno de la misma, subestimando u omitiendo el impacto del contexto de la acción. La persona que me empujó en el colectivo lo hizo porque es descuidada, quien me cerró el paso con el automóvil lo hizo porque es agresivo, quien está con 11 artículos en la caja rápida de 10 lo hace por ser desconsiderado. Al explicar las acciones de los demás nuestro primer impulso es atribuirlas a factores internos, incluso si hay presentes factores externos bastante obvios. El EAF ha sido replicado en decenas de investigaciones, y es una piedra fundamental particularmente para la psicología social.

El error de atribución fundamental en situaciones específicas

Ya que a esta altura deben estar mentalmente rogando que citemos más artículos e investigaciones, recorramos algunas de las situaciones típicas en las cuales hemos encontrado este fenómeno, tal como aparecen en la literatura científica.

1) Para el primer ejemplo, supongamos que ven a una persona temblando mientras otra le apunta con un revólver a la cabeza. ¿Atribuirían sus nervios a una personalidad nerviosa o al revólver?

La respuesta puede parecer obvia, pero en situaciones un poco menos extremas, las respuestas tienden a ser más sesgadas. Por ejemplo Snyder y Frankel (1976), realizaron una investigación en la cual le pidieron a varios sujetos que observaran una entrevista, con el audio silenciado, en la cual se veía al entrevistado actuar de manera un tanto ansiosa. A un grupo de sujetos se les dijo que el tema de la entrevista era sexual y a otro grupo se les dijo que la entrevista había sido sobre política en general, y en ambos casos se les pidió que evaluaran a los entrevistados en varios aspectos. Dado que una entrevista sobre temas sexuales tiende a generar un poco más de ansiedad (estamos hablando del 76 en USA, recuerden),  se esperaba que los sujetos al observar la entrevista atribuyeran la ansiedad al contexto de la entrevista (preguntas incómodas), más que a una disposición ansiosa del entrevistado. En la práctica, sin embargo, los sujetos explicaron el nerviosismo de los entrevistados a una “alta predisposición a la ansiedad”, aun sabiendo que el tema de la entrevista era ansiógeno. Para volver a nuestro ejemplo anterior, aún viendo el revolver apuntado a la cabeza, las personas interpretaron que los temblores se debían a una personalidad ansiosa.

2) Supongamos ahora, para un segundo ejemplo, que un profesor les ha pedido que escribieran un ensayo a favor de la pena de muerte. Luego de escribirlo se lo muestran a un conocido y les dicen “el profesor me ha ordenado que escribiera esto”. ¿Sería esperable que esta persona infiera que ustedes efectivamente están a favor de la pena de muerte o bien lo consideraría como una tarea, impuesta por el profesor, que probablemente no refleja sus intenciones?

Nuevamente, las investigaciones arrojan resultados inesperados. En una investigación bastante más reciente Bauman y Skitka (2010), les pidieron a 380 participantes que leyeran un ensayo breve. Se les dijo que el ensayo había sido escrito por un estudiante como parte de un ejercicio de práctica para un grupo de debate y que el tema había sido determinado al azar, tirando una moneda.

Algunos participantes leyeron entonces una versión del ensayo en la cual el estudiante escribía a favor de políticas de acción afirmativa (se denominan así a medidas para asegurar la inclusión de minorías en ámbitos laborales), mientras que otros leyeron una versión del ensayo que estaba en contra de dichas políticas afirmativas. A todos los participantes se les pidió luego que determinaran cuál era la actitud del estudiante respecto al tema del ensayo. Un 53% de los participantes atribuyeron al estudiante la actitud que correspondía al ensayo: actitudes pro-afirmativas cuando el ensayo había sido afirmativo, actitudes anti-afirmativas cuando el ensayo había sido anti-afirmativo. Lo notable es que los participantes sabían que el tema le había sido asignado al estudiante de manera aleatoria, y aun así le atribuyeron una actitud correspondiente a la del ensayo. Sólo un 27 % de los participantes expresaron que no había forma de saber la actitud del estudiante a partir del tema del ensayo (para una investigación seminal muy similar véase Jones & Harris, 1967).

3) Podríamos dar otro ejemplo utilizando los trabajos de Milgram. Como sabrán, en la década del 60 Stanley Milgram realizó algunas investigaciones en las cuales el participante (un voluntario) tenía que acatar las órdenes de un investigador y darle descargas eléctricas a una persona que estaba atada a una silla en el laboratorio cuando ésta respondía de manera incorrecta a unas preguntas. Las descargas eran simuladas y la persona en la silla trabajaba con los investigadores, fingiendo la reacción a las descargas eléctricas, ya que el objetivo de la investigación consistía en determinar hasta qué punto el participante administraría descargas eléctricas al supuesto sujeto de investigación. Escalofriantemente, casi todos los participantes administraron descargas eléctricas al sujeto aun cuando éste fingía estar experimentando mucho dolor. El punto de la investigación de Milgram es que bajo determinadas condiciones situacionales (una figura de autoridad, por ejemplo), cualquier persona tiende a seguir órdenes, más allá de sus convicciones.

Ahora bien, se han realizado varias investigaciones en las cuales los participantes presenciaron una grabación o una reconstrucción de los experimentos de Milgram, recibiendo información sobre el experimento y sabiendo explícitamente que la situación genera obediencia. En esas investigaciones, las personas tendieron a adjudicar rasgos inmorales a los participantes del experimento de Milgram, aún sabiendo que esos participantes estaban coercionados por el contexto y que la mayoría de las personas tienden a seguir órdenes en esas situaciones (Bierbrauer, 1979; Safer, 1980). Safer eligió un título para su publicación que describe bien lo observado: “Atribuyendo el Mal a la persona, no a la situación”, ya que aun cuando claramente la situación era perversa, las personas culparon a la personalidad de los participantes. El EAF está aquí en la atribución de características inmorales a alguien que está actuando claramente coercionado por una situación.

4) Ahora, el EAF no se limita a la atribución de características personales “negativas”, sino también a las positivas. Una cuarta forma en que se manifiesta el EAF es la tendencia a ver a las ventajas de una posición de poder como derivadas de habilidades personales más que de la situación. Supongamos que en un equipo de trabajo me asignan al azar el papel de líder o coordinador, por lo cual quedo a cargo de tomar las decisiones del equipo. ¿Esto me hace una persona más capaz que el resto de mis compañeros de equipo? En teoría no, ya que he recibido ese rol (y las ventajas que con él vienen), de manera azarosa, pero la literatura sobre el EAF sugiere algo distinto.

En lo cotidiano nuestros roles sociales nos confieren ciertas ventajas: cuando oficio de docente tengo algunas ventajas y desventajas que no tengo como alumno, por ejemplo (en cosas como decidir cuándo terminar o extender la clase, tener que quedarme hasta el final de la clase, etc.). Bien, la literatura sobre el EAF ha indicado que las personas tienden a ver esas ventajas y desventajas, que son hijas de la situación, como si fueran generadas por habilidades y rasgos personales (Jouffre & Croizet, 2016).

El error de atribución fundamental fuera de las investigaciones

Probablemente a esta altura ya estén mortalmente aburridos. No se quejen, podría ser peor, podría ponerlos a ver Suicide Squad, por ejemplo. A diferencia de esa película, sin embargo, estas investigaciones sí tienen algo de sustancia y señalan una tendencia que puede ser peligrosa.

Tomadas en conjunto, estas investigaciones señalan que tendemos a “leer” actitudes o personalidad en las acciones de una persona, pasando por alto el efecto del contexto sobre esas acciones. Somos casi ciegos con respecto a la influencia que tienen los factores situacionales. Si este sesgo sólo fuera una anomalía de laboratorio la cosa quedaría ahí, el problema es que el error de atribución fundamental no es sólo una curiosidad psicológica inocente; en la vida real se manifiesta constantemente y de manera muy nociva.

Por ejemplo, este sesgo ocurre cuando frente a una situación de maltrato o abuso se dan explicaciones basadas en rasgos de personalidad o motivaciones de la víctima. Frente a eventos negativos la tendencia a la culpabilización “es alentada por la tendencia a ver a las personas antes que el ambiente como las fuerzas predominantes detrás de eventos dañinos”(Alicke, 2000, p.568). En otras palabras, cuando sucede algo indeseado es tranquilizador considerar que se debe a la personalidad de la víctima (en lugar de considerar que el mundo es un lugar jodido).

Cuando pasó el huracán Katrina por Nueva Orleans en el 2005, por ejemplo, algunas personas evacuaron la ciudad antes de que llegara mientras que otras se quedaron y sufrieron el impacto completo del huracán. Ahora bien, los participantes en una investigación a los que se les pidió una evaluación sobre ambos grupos tendieron a juzgar a los que evacuaron como independientes y en control de la situación, mientras que juzgaron a los que no evacuaron como “estúpidos y pasivos” –pasando por alto que se necesita bastante dinero y recursos para evacuar a toda una familia (Stephens, Hamedani, Markus, Bergsieker, & Eloul, 2009).

Si piensan que son inmunes a este sesgo, noten cómo piensan respecto a las personas que votaron al candidato contrario al que ustedes prefirieron; o cómo explican que alguien aliente al equipo de fútbol rival del propio. Probablemente en ninguno de los dos casos tiendan a explicar esas acciones de modo situacional, sino más bien en base a disposiciones y personalidad (probablemente bajo el rótulo genérico de “son imbéciles”), a pesar de que no conocen a esas personas.

Tampoco los psicólogos no son inmunes a este sesgo, más bien todo lo contrario. Con frecuencia en clínica se atribuyen las consecuencias de acciones disfuncionales a factores internos, pasando por alto completamente las restricciones situacionales (algo comprensible si se tiene en cuenta que un clínico solo tiene acceso a la persona, no a las situaciones). La consigna, escrita burdamente, va más o menos así “si hace X, es porque tiene un rasgo de personalidad Y o motivación Z”, y esto sucede más cuanta menos atención el terapeuta pone en el contexto.

Lo mismo sucede cuando conductas en sesión son atribuidas a factores disposicionales: si un paciente llega tarde se le atribuye una motivación para ello (por supuesto, puede tener una motivación para llegar tarde, el sesgo está en asumirla inmediatamente, buscando evidencia confirmatoria luego); si se pone confrontativo en sesión es porque es resistente –pasando por alto que frente a ciertas preguntas o conductas de los terapeutas, cualquier persona se volvería resistente.

Esto es importante porque la explicación por situación está asociada a la empatía y tolerancia: es más fácil empatizar con las acciones de otra persona cuando las vemos causadas por una situación. Es más fácil culpar a alguien cuando atribuimos factores disposicionales a sus acciones. Imaginen que un médico los tiene esperando durante dos horas, durante el transcurso de las cuales ustedes van acumulando en su mente epítetos sobre la persona del médico y sus progenitores: es vago, impuntual, arrogante, etc. Cuando finalmente los atiende, se enteran de que se demoró porque estuvo haciendo RCP y cuidados de urgencia a un niño (es decir, un factor situacional). Frente a una situación así probablemente sus impulsos homicidas van a disminuir un poco.

El sesgo actor-observador y un antídoto para el EAF

Una parte importante del EAF es el denominado sesgo de actor-observador(Jones & Nisbett, 1971). Sucintamente consiste en lo siguiente: cuando somos observadores de otra persona, tendemos a atribuir sus acciones a su personalidad o motivación interna, más que a la situación (el EAF). Pero cuando somos actores (ie. cuando observamos nuestra propia acción), solemos atribuir nuestras acciones a factores situacionales. En el ejemplo con el que empezamos, cuando mi colega llega tarde a la reunión lo atribuyo a su personalidad (“es un impuntual”). Cuando soy yo el que llega tarde, en cambio, lo atribuyo a la situación (“se demoró el colectivo”).

Este cambio en la atribución permite a menudo modificar completamente el sentido de una situación. Por ejemplo, Borges, hablando de Macedonio Fernández, cuenta lo siguiente: “ Seguía imperturbablemente su idea. Recuerdo que atribuyó tal o cual opinión a Cervantes; algún imprudente anotó que en determinado capítulo del Quijote se lee precisamente lo contrario: Macedonio no se desvió ante ese leve obstáculo y dijo: “Así será, pero eso lo escribió Cervantes para quedar bien con el comisario” (Borges, Misceláneas). Es decir, Macedonio explica la opinión de Cervantes por el contexto (cierta presión para agradar al comisario), y ese cambio de atribución le permite restarle importancia a lo realmente expresado por Cervantes.

Esto señala un posible antídoto para el EAF: la toma de perspectiva. Si estuvieras en los zapatos de la otra persona, ¿cómo explicarías la situación?

Una investigación que tiene ya sus años manipuló mediante una filmación la perspectiva que sobre una interacción interpersonal tenían sus participantes (Storms, 1973), y encontró que modificar físicamente el punto de vista llevaba a cambios en el estilo de atribución. Cuando podemos ver el punto de vista de otra persona, nuestras formas de explicar su conducta se vuelven menos disposicionales y más situacionales.

Más recientemente, un grupo de investigadores trabajó manipulando verbalmente la perspectiva de una situación (Hooper, Erdogan, Keen, Lawton, & McHugh, 2015). Utilizaron un pequeño protocolo destinado a entrenar verbalmente la habilidad de toma de perspectiva, con preguntas que con dificultad creciente requieren invertir puntos de vista a lo largo de varias dimensiones (YO-VOS, AQUÍ-ALLÍ, AHORA-ENTONCES).

Por ejemplo, entrenar una relación simple involucra responder preguntas como: “Ayer estaba mirando televisión, hoy estoy leyendo un libro. ¿Qué estoy haciendo ahora?” (relación ENTONCES-AHORA). Una relación invertida involucra preguntas como “Yo tengo un ladrillo verde y vos uno rojo. Si yo fuera vos, y vos fueras yo, ¿qué ladrillo tendrías? (relación YO-VOS) Finalmente, una inversión doble implica responder a algo así: “Ayer estabas sentado allí en la silla azul, y hoy estás sentado aquí, en la silla negra. Si hoy fuera ayer y aquí fuera allí, y allí fuera aquí, dónde estarías sentada hoy?” (relación AQUÍ-ALLÍ, AHORA-ENTONCES). Se trata de una versión protocolizada del proceso de perspectiva flexible tal como se lo utiliza en Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT). En la clínica de ACT se lo suele trabajar con ejercicios experienciales y preguntas del estilo  “¿qué sentirías si escucharas a una persona que querés mucho decir eso?”, o “si estuvieras sentado en esa silla de allí viéndote en este momento, que verías?”, para dar un par de ejemplos.

Los investigadores encontraron que los participantes que recibieron este entrenamiento fueron menos propensos al EAF en una tarea subsiguiente (un trial de atribución similar a los que hemos descrito aquí), que los participantes que no recibieron dicho entrenamiento.

Cerrando

Hay muchas explicaciones para el EAF pero no hay un consenso respecto a su causa. Sí hay un consenso con respecto a sus efectos. Es más fácil ser insensible con alguien (o con uno mismo), cuando las acciones se atribuyen a rasgos personales: mi colega llegó tarde por ser impuntual, a la víctima le pasó lo que le pasó por ser así, esa persona es obesa por pereza, etc. Es más fácil perder de vista la humanidad cuando atribuimos de esa manera, y el EAF es algo a lo cual todos somos proclives, todos tendemos a este tipo de atribución. Hace que sea más difícil entendernos, hace que sea más difícil conversar. Las atribuciones situacionales, en cambio, son un tanto más benignas, menos agresivas porque no se pone en juego la identidad de la persona; cuando explicamos una acción por el contexto desculpabilizamos, desestigmatizamos –no es casualidad que una forma central de validación en Terapia Dialéctico Conductual sea validar una emoción por la situación en que sucede (por ejemplo, “cualquier persona en esa particular situación sentiría X”), en lugar de atribuirla a rasgos personales.

El EAF también nos ciega a los factores situaciones que podrían ayudarnos a modificar una conducta. Si mi colega llega tarde por ser impuntual, no hay nada que hacer, ya que es así. Si en cambio, llega tarde porque a esa hora el tráfico es un infierno, podemos modificar la hora de la reunión para que sea más fácil llegar a horario, por ejemplo.

¿Y el posible antídoto que hemos visto? No es otra cosa que la empatía, la capacidad de ponerse en el lugar de la otra persona, y buscar desde allí una explicación a su conducta. De manera que la próxima vez que estén juzgando la acción de otra persona, recuerden que están afectados por el EAF y pregúntense lo siguiente “si la situación fuera al revés y yo fuera esa persona, ¿vería la situación de la misma manera que ahora?” La próxima vez que estén discutiendo con alguien, en lugar de comprar ese “es un imbécil” que suena tentador en su cabeza, pregúntense cómo se verían las cosas desde su punto de vista, desde su contexto, su historia. Intenten explicar las acciones de esa persona desde la situación en lugar de su personalidad. Quién sabe, quizá les pueda dar un poco de cintura para conversar un poco mejor, para ser un poco más flexibles.

Gracias por acompañarnos hasta aquí. ¡Nos leemos la próxima!

Referencias:

  • Alicke, M. D. (2000). Culpable control and the psychology of blame. Psychological Bulletin, 126(4), 556–574. http://doi.org/10.1037/0033-2909.126.4.556
  • Bauman, C. W., & Skitka, L. J. (2010). Making Attributions for Behaviors: The Prevalence of Correspondence Bias in the General Population. Basic and Applied Social Psychology, 32(3), 269–277. http://doi.org/10.1080/01973533.2010.495654
  • Bierbrauer, G. (1979). Why did he do it? attribution of obedience and the phenomenon of dispositional bias. European Journal of Social Psychology, 9(1), 67–84. http://doi.org/10.1002/ejsp.2420090106
  • Gawronski, B. (2004). Theory-based bias correction in dispositional inference: The fundamental attribution error is dead, long live the correspondence bias. European Review of Social Psychology, 15(1), 183–217. http://doi.org/10.1080/10463280440000026
  • Hooper, N., Erdogan, A., Keen, G., Lawton, K., & McHugh, L. (2015). Perspective taking reduces the fundamental attribution error. Journal of Contextual Behavioral Science, 4(2), 69–72. http://doi.org/10.1016/j.jcbs.2015.02.002
  • Jones, E. E., & Harris, V. A. (1967). The attribution of attitudes. Journal of Experimental Social Psychology, 3(1), 1–24. http://doi.org/10.1016/0022-1031(67)90034-0
  • Jones, E., & Nisbett, R. (1971). The actor and the observer: Divergent perceptions of the causes of behavior. New York: General Learning Press.
  • Jouffre, S., & Croizet, J. C. (2016). Empowering and legitimizing the fundamental attribution error: Power and legitimization exacerbate the translation of role-constrained behaviors into ability differences. European Journal of Social Psychology, 46(5), 621–631. http://doi.org/10.1002/ejsp.2191
  • Malle, B. F. (2011). Attribution theories: How people make sense of behavior. In D. Chadee (Ed.), Theories in social psychology. Wiley-Blackwell.
  • Ross, L. (1977). The Intuitive Psychologist And His Shortcomings: Distortions in the Attribution Process. In L. Berkowitz (Ed.), Advances in Experimental Social Psychology (Vol. 10, pp. 173–220). New York: Academic Press. http://doi.org/10.1016/S0065-2601(08)60357-3
  • Safer, M. A. (1980). Attributing Evil to the Subject, Not the Situation. Personality and Social Psychology Bulletin, 6(2), 205–209. http://doi.org/10.1177/014616728062003
  • Snyder, M. L., & Frankel, A. (1976). Observer bias: A stringent test of behavior engulfing the field. Journal of Personality and Social Psychology, 34(5), 857–864. http://doi.org/10.1037/0022-3514.34.5.857
  • Stephens, N. M., Hamedani, M. G., Markus, H. R., Bergsieker, H. B., & Eloul, L. (2009). Why Did They “Choose” to Stay? Psychological Science, 20(7), 878–886. http://doi.org/10.1111/j.1467-9280.2009.02386.x
  • Storms, M. D. (1973). Videotape and the Attribution Process: Reversing Actors’ and Observers’ Points of View. Journal of Personality and Social Psychology, 27(2), 165–175. http://doi.org/10.1037/h0034782

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