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Vigilar, controlar, hackear: cómo la competencia sexual predice el abuso digital en las relaciones

  • David Aparicio
  • 25/03/2025

No hay que ir muy lejos para encontrarse con una historia de abuso digital: alguien que revisa el celular de su pareja mientras duerme, que exige las contraseñas de todas sus redes sociales, que se conecta desde otro perfil para ver si su pareja está en línea, o que le escribe a sus contactos fingiendo ser ella o él. La violencia en las relaciones ya no es solo física o verbal. También se da en el Wi-Fi.

Un nuevo estudio publicado en Evolutionary Psychology ofrece una mirada directa —y necesaria— a este fenómeno creciente: el abuso digital en el noviazgo. ¿Por qué algunas personas lo ejercen? La respuesta, según los autores, está en dos factores clave: cuán competitivos se sienten frente a posibles rivales románticos del mismo sexo (lo que se conoce como competencia intra-sexual) y cuán poco amables, empáticos o cooperativos son (es decir, qué tan bajo puntúan en amabilidad, uno de los cinco grandes rasgos de personalidad).

El trabajo, liderado por Manpal Singh Bhogal, psicólogo y docente en la Universidad de Wolverhampton, partió de una pregunta incómoda pero relevante: ¿cómo se enlazan los impulsos evolutivos más básicos con las prácticas de control más actuales? Para responderla, encuestaron a 280 personas en pareja, en su mayoría mujeres jóvenes, y midieron tres cosas:

1. Su nivel de competencia intra-sexual.

2. Su propensión a cometer abuso digital (como revisar chats, controlar amistades o hacerse pasar por su pareja en línea).

3. Sus rasgos de personalidad, usando el modelo de los Big Five.

Los resultados son tan simples como inquietantes. Quienes se sentían más competitivos frente a personas de su mismo sexo —es decir, quienes veían al resto como amenazas potenciales para su relación— eran más propensos a ejercer abuso digital. Y esto se agravaba si además eran personas poco amables: con poca empatía, poco interés en el bienestar del otro, y baja disposición al compromiso emocional.

Lo llamativo, según Bhogal, fue que solo la amabilidad tuvo un peso estadístico fuerte. Ni el neuroticismo (típicamente asociado a celos o inestabilidad emocional), ni la responsabilidad (que suele correlacionar con autocontrol) fueron predictores significativos en el modelo. Solo el rasgo vinculado a la calidez interpersonal parecía marcar una diferencia real.

Esto no es trivial. El estudio sugiere que el abuso digital no es un acto impulsivo o inevitable, sino una conducta estratégicamente orientada: quien teme perder a su pareja frente a un rival, y carece de las herramientas para confiar o negociar, puede recurrir al control digital como táctica de retención.

Desde una perspectiva evolutiva, la explicación encaja. Los comportamientos de vigilancia y control han sido vistos históricamente como estrategias para minimizar la pérdida de la pareja y evitar la infidelidad. Pero lo que antes eran conductas observacionales o límites físicos, hoy se han convertido en tácticas digitales: geolocalización, bloqueo de contactos, y espionaje de redes.

Lo preocupante es lo normalizado que está. En muchos casos, estas prácticas no se reconocen como abuso. Se ven como “celos normales”, “pruebas de amor” o incluso como formas de “cuidar la relación”. En la práctica, son violaciones de la autonomía y la privacidad.

A diferencia de la violencia física o verbal, que suele dejar huellas evidentes, el abuso digital opera de forma más silenciosa. Es difícil de detectar, y aún más difícil de denunciar. Muchas víctimas no lo identifican como abuso hasta que las consecuencias psicológicas —ansiedad, aislamiento, miedo— se hacen visibles.

La investigación de Bhogal y su equipo tiene el mérito de conectar dos niveles de análisis que rara vez se entrelazan: las motivaciones evolutivas profundas (como la rivalidad sexual) y las variables de personalidad que conforman nuestras capacidades relacionales. Es un llamado a que los psicólogos clínicos, de pareja y forenses incluyan estas dimensiones en su evaluación y tratamiento.

También es una advertencia para la intervención preventiva. Hablar de abuso digital no es solo hablar de tecnología, sino de patrones relacionales inseguros y rasgos de personalidad que lo habilitan. Programas de educación emocional, desarrollo de empatía y reconocimiento de señales de abuso podrían ser herramientas efectivas para reducir estos comportamientos.

Aunque el estudio tiene limitaciones —es transversal y con una muestra mayoritariamente femenina— su aporte es claro: el abuso en las relaciones no desaparece con la digitalización. Solo cambia de forma. Hoy, el control no siempre grita. A veces escribe desde otro perfil, revisa el historial de navegación o exige un screenshot como prueba de fidelidad. Y eso, aunque no deje moretones, también lastima.

Referencia: Bhogal, M. S., & Taylor, M. (2024). The Role of Intrasexual Competition and the Big 5 in the Perpetration of Digital Dating Abuse. Evolutionary Psychology.

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  • Guías y recursos

Altman, los cuadernos y el valor de tirar ideas (video)

  • David Aparicio
  • 25/03/2025

Me encanta la idea de usar cuadernos para anotar, planificar y pensar. Y esta propuesta de Sam Altman me parece muy tentadora: usar un cuaderno como espacio para organizar ideas, y luego simplemente descartar lo que ya no sirve.

Dato curioso: Altman es el CEO de OpenAI, la empresa detrás de ChatGPT. A pesar de tener acceso a toda la tecnología disponible, elige un método analógico y tradicional para mantenerse organizado.

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  • Psicología aplicada

Cuando la pareja se desordena: cómo el apego romántico puede desencadenar una crianza más dura

  • David Aparicio
  • 25/03/2025

Muchos psicólogos saben —por experiencia clínica o investigación— que la crianza de los hijos rara vez se limita a la relación entre el adulto y el niño. Detrás de una voz que grita, de una amenaza o de una mano alzada, suele haber una historia más amplia: una pareja distante, un miedo a ser dejado, una inseguridad difícil de nombrar. Un nuevo estudio publicado en Family Relations confirma esa intuición clínica: los conflictos o inseguridades en la relación romántica de los padres pueden tener un efecto directo sobre cómo disciplinan a sus hijos pequeños.

El equipo liderado por Yili Wu, psicóloga y profesora en la Universidad Médica de Wenzhou, se preguntó por qué algunos padres responden al mal comportamiento infantil con gritos, amenazas o incluso castigos físicos, a pesar de la evidencia abrumadora sobre sus efectos nocivos. La novedad de su enfoque fue mirar no solo al estrés general o a la conducta del niño, sino a la raíz emocional del comportamiento parental: el estilo de apego romántico.

Los investigadores encuestaron a 489 padres chinos de niños menores de cinco años. La mayoría eran madres con una edad promedio de 34 años. Midieron su estilo de apego en pareja (ansioso, evitativo o seguro), la frecuencia con que usaban disciplina dura, su capacidad para entender los pensamientos y emociones de sus hijos (lo que se conoce como funcionamiento reflexivo parental) y su percepción de competencia como cuidadores.

Los resultados fueron claros: tanto la ansiedad como la evitación en el apego romántico predijeron un uso más frecuente de disciplina dura. Pero lo que llamó la atención fue el mecanismo detrás de esas conductas.

Los padres ansiosos —aquellos que temen ser rechazados o necesitan constante validación emocional— no solo tendían a sentirse menos competentes como cuidadores, sino que también tenían más dificultades para imaginar o entender el mundo interno de sus hijos. En su caso, la cadena fue: bajo funcionamiento reflexivo → baja percepción de competencia parental → uso de disciplina dura.

En cambio, los padres con apego evitativo —más incómodos con la intimidad emocional y con una fuerte preferencia por la autonomía— también usaban más castigo físico o verbal, pero en ellos la explicación pasaba únicamente por una baja confianza en su rol como padres. No se sentían capaces, y esa sensación bastaba para desencadenar respuestas duras.

Wu lo resume así: “La ansiedad en el apego tiene un efecto más fuerte sobre la disciplina dura, mediado principalmente por un funcionamiento reflexivo deficiente. En los padres evitativos, la clave está en la percepción de competencia”.

Cuando los investigadores agruparon a los participantes en perfiles completos de apego —seguros, temerosos (altos en ansiedad y evitación) y evitativos— encontraron el mismo patrón: los padres inseguros disciplinaban con más dureza. El grupo más problemático fue el de los temerosos: no confiaban ni en su pareja ni en sí mismos, y eso se reflejaba directamente en cómo trataban a sus hijos.

Este tipo de hallazgos abre una línea interesante para los clínicos que trabajan con familias jóvenes. A menudo, las intervenciones se enfocan en las conductas del niño o en el manejo del estrés cotidiano. Pero Wu sugiere que vale la pena mirar hacia adentro, y más atrás: ¿cómo vive el adulto sus relaciones más íntimas? ¿Qué tan seguro se siente emocionalmente con su pareja? ¿Y qué efecto tiene eso en su capacidad para criar con sensibilidad?

Desde la teoría del apego, estas conexiones tienen sentido. Las personas con apego ansioso pueden sobreinterpretar las reacciones del otro como señales de abandono, lo que las deja emocionalmente agotadas e hipersensibles. Las personas evitativas, por su parte, tienden a desconectarse de la emoción, lo que puede dificultar una respuesta empática frente a la frustración de un niño. Si a eso le sumamos la exigencia constante que implica la crianza temprana, no es difícil ver cómo estas dinámicas pueden escalar.

Una de las fortalezas del estudio es que fue más allá de correlaciones simples. Al identificar mecanismos específicos —como el funcionamiento reflexivo y la autoeficacia parental— abre oportunidades concretas para intervenir. Talleres que fortalezcan la capacidad de los padres para leer las señales emocionales de sus hijos, junto con intervenciones que aumenten la confianza en sus habilidades como cuidadores, podrían reducir el uso de disciplina dura, incluso en contextos de relaciones románticas inseguras.

Pero hay que hacer una pausa antes de extrapolar demasiado. El estudio es transversal, lo que significa que no puede establecer causalidad. Y su muestra —compuesta en su mayoría por madres bien educadas de una sola región china— limita la generalización cultural. Wu lo reconoce: en China, prácticas como el castigo físico pueden entenderse bajo el lente del “amor duro”, una idea con fuerte peso cultural.

Aun así, la intuición detrás del estudio resuena más allá de sus límites geográficos. La crianza no ocurre en el vacío. Ocurre en camas compartidas, en discusiones a media noche, en mensajes sin responder y en silencios largos. Ocurre cuando un adulto se siente querido… o no. Y el niño, sin saberlo, queda en el centro de ese torbellino emocional.

Para los clínicos, el mensaje es claro: no se puede entender la crianza sin entender las relaciones íntimas de quienes crían. La violencia no empieza con el grito; empieza, muchas veces, con una herida no sanada en otro vínculo. Explorar esos vínculos, reconocer sus formas y sus efectos, puede ser el primer paso para una crianza más sensible, más firme y menos dañina.

Referencia: Zhou Jin, Minjie Ye, Hui Lu, Lanyue Chen, Wenyue Chen, Hongsheng Yang, Lei Chang, Deborah Baofeng Wang, y Yili Wu (2024). Distinct mechanisms linking romantic attachment dimensions to harsh discipline among Chinese parents of young children. Family Relations.

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  • Psicología aplicada

La paradoja de la conexión: cómo las redes sociales podrían estar alimentando la epidemia de soledad

  • David Aparicio
  • 24/03/2025

Por más que prometan acercarnos, las redes sociales parecen estar haciendo lo contrario. Así lo sugiere un nuevo estudio publicado en Personality and Social Psychology Bulletin, que analizó nueve años de datos y encontró que tanto el uso pasivo como activo de redes sociales está asociado con un aumento progresivo de la soledad.

El hallazgo desafía una idea reconfortante pero ingenua: que si usamos las redes sociales de manera “correcta”, si participamos activamente, comentamos, publicamos y reaccionamos, lograremos sentirnos más conectados. La evidencia no apoya esa suposición. De hecho, los resultados muestran que incluso quienes participan de forma más “interactiva” reportan sentirse más solos con el paso del tiempo.

El estudio fue liderado por James A. Roberts, profesor de la Universidad de Baylor, y se basó en una de las bases de datos longitudinales más amplias de Europa: el panel LISS (Longitudinal Internet Studies for the Social Sciences), que ha recogido información de hogares en los Países Bajos desde 2008. Para esta investigación se analizaron las respuestas de 6.965 personas adultas, entre 2014 y 2022, sobre su uso de redes sociales y su nivel de soledad.

El equipo distinguió entre dos tipos de uso: el pasivo (navegar, ver contenido sin interactuar) y el activo (publicar, comentar, dar “me gusta”). Ambos, en teoría, podrían influir de forma diferente en la vida social de las personas. Sin embargo, en la práctica, ambos mostraron el mismo patrón: mientras más tiempo pasaban las personas en redes sociales, más solas se sentían con los años.

La soledad, definida en este estudio a través de un cuestionario validado, no se limita a estar solo. Es una sensación persistente de desconexión, vacío y falta de apoyo. Y aunque pueda parecer una experiencia subjetiva, sus efectos en la salud física y mental son objetivos: menor esperanza de vida, mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares, ansiedad, depresión. La Oficina del Cirujano General de EE.UU. la ha calificado como una amenaza de salud pública comparable al tabaquismo crónico.

Una de las revelaciones más preocupantes del estudio es el “bucle de retroalimentación”: las personas solitarias tienden a pasar más tiempo en redes, y ese mayor uso predice mayores niveles de soledad en el futuro. Es una espiral silenciosa. Buscamos alivio en el lugar equivocado y salimos peor de lo que entramos.

¿Por qué ocurre esto? Las explicaciones son múltiples. Una es el desplazamiento: el tiempo invertido en redes reemplaza tiempo que podría haberse dedicado a encuentros reales. Otra es la comparación social ascendente: ver constantemente vidas editadas y felices puede hacer que la propia parezca insuficiente. Y también está la exclusión percibida: ver eventos, fotos y momentos en los que no participamos puede hacer más aguda la sensación de aislamiento.

Roberts lo resume sin rodeos: “No importa cómo se use, las redes sociales son un pobre sustituto del contacto cara a cara”. Y advierte que esta tendencia se intensificará: plataformas como TikTok, Instagram Reels y YouTube Shorts, diseñadas para atrapar la atención con contenido breve y adictivo, agravan el problema. Son más fáciles de consumir, pero también más propensas a fomentar el uso compulsivo y solitario.

Por supuesto, el estudio tiene limitaciones. Se basa en medidas autoinformadas y no puede establecer relaciones causales definitivas. Tampoco distingue entre los tipos de contenido con los que las personas interactúan, lo cual puede marcar una diferencia. No es lo mismo comentar en un grupo de apoyo que mirar pasivamente videos de lujo o viajes imposibles.

Pero incluso con esas salvedades, el mensaje central es difícil de ignorar: estamos más conectados que nunca, pero más solos también. Y mientras sigamos buscando conexiones significativas en espacios diseñados para captar atención más que para nutrir relaciones, la brecha entre esos dos hechos seguirá creciendo.

Quizás no se trata de dejar las redes sociales por completo, sino de usarlas sabiendo lo que son: herramientas, no reemplazos. Pueden complementar la vida social, pero no sostenerla. Porque, al final, nada reemplaza una mirada directa, una conversación sin filtros o una tarde compartida con alguien que realmente está ahí.

Referencia: Roberts, J. A., Young, P. D., & David, M. E. (2025). The Epidemic of Loneliness: A 9-Year Longitudinal Study of the Impact of Passive and Active Social Media Use on Loneliness. Personality and Social Psychology Bulletin, 0(0). https://doi.org/10.1177/01461672241295870

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  • Psicología aplicada

La insensibilidad al dolor propio como raíz de la falta de empatía: una mirada al cerebro psicopático

  • David Aparicio
  • 24/03/2025

Por más de un siglo, la figura del psicópata ha habitado los márgenes de la ciencia, el crimen y la cultura popular: el asesino frío, encantador, que no siente culpa ni remordimiento. Pero más allá del estereotipo cinematográfico, la psicopatía como constructo clínico y de investigación sigue evolucionando. Un nuevo estudio publicado en Scientific Reports sugiere que el origen de la insensibilidad emocional en personas con rasgos psicopáticos podría estar, al menos en parte, en su relación con el dolor físico: sienten menos, y por eso entienden menos lo que sienten los demás.

El trabajo fue realizado en los Países Bajos por Dimana V. Atanassova y su equipo. Reclutaron a 74 personas sanas —con un promedio de edad de 32 años y en su mayoría mujeres— para explorar el vínculo entre la sensibilidad al dolor propio y la capacidad de empatizar con el dolor ajeno. Usaron distintos tipos de estímulos físicos (choques eléctricos, presión en el cuerpo y agua fría a 2 °C), junto con pruebas psicológicas que miden empatía, miedo al dolor y rasgos psicopáticos.

Lo que encontraron fue claro: las personas que mostraban puntuaciones más altas en rasgos psicopáticos eran menos sensibles al dolor eléctrico y reportaban menor miedo al dolor en general. A su vez, esas mismas personas tendían a subestimar cuánto dolor sentían otros al observar imágenes de escenas dolorosas. En términos simples: si te duele menos, es probable que creas que a los demás también.

No es que estas personas no puedan identificar el sufrimiento ajeno; lo hacen, pero tienden a minimizarlo. Y esa minimización no necesariamente es parte de una estrategia manipuladora, como muchas veces se asume. Puede ser una proyección directa de cómo procesan sus propias sensaciones físicas. El hallazgo clave del estudio es que esta cadena —menos dolor personal, menos miedo, menos empatía— parece ser especialmente relevante en el caso del dolor eléctrico. Curiosamente, la insensibilidad al frío o a la presión no mostró la misma asociación.

Los autores también dividieron los rasgos psicopáticos en dos dimensiones: los de estilo de vida (impulsividad, búsqueda de estimulación, irresponsabilidad) y los interpersonales (manipulación, grandiosidad, superficialidad emocional). Solo los primeros se asociaron con menos empatía al ver imágenes dolorosas desde una perspectiva personal, mientras que los rasgos interpersonales mostraron una relación contraria. Esto sugiere que no todos los caminos hacia la psicopatía son iguales ni conducen al mismo tipo de desconexión emocional.

Aunque los resultados son estadísticamente modestos y se basan en una muestra pequeña, abren un espacio para repensar el vínculo entre la experiencia corporal y la vida moral. La empatía no es solo una construcción cognitiva o cultural: también tiene raíces sensoriales. Sentir tu propio dolor —reconocerlo, temerlo, tolerarlo— parece ser un componente importante para comprender el de los demás.

¿Y si parte del problema con las personas más crueles, frías o peligrosamente indiferentes no es que ignoran el dolor ajeno, sino que simplemente no lo sienten en su propia piel?

Como siempre en ciencia, faltan piezas. No sabemos si una menor sensibilidad al dolor es una causa, una consecuencia o simplemente un rasgo asociado con la psicopatía. Tampoco está claro si entrenar la conciencia del dolor propio podría aumentar la empatía en quienes carecen de ella. Pero sí sabemos que este tipo de investigaciones nos obliga a mirar más allá de las etiquetas clínicas o las narrativas simplificadas.

Quizás, en última instancia, entender a los demás comienza con entender lo que sentimos nosotros. Incluso —y especialmente— cuando duele.

Referencia: Atanassova, D.V., Brazil, I.A., Tomassen, C.E.A. et al. Pain sensitivity mediates the relationship between empathy for pain and psychopathic traits. Sci Rep 15, 3729 (2025). https://doi.org/10.1038/s41598-025-87892-x

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  • Psicología aplicada

Cuando el deseo se va por la pantalla: pornografía, excitación y el desgaste silencioso de las relaciones

  • David Aparicio
  • 24/03/2025

Por más que las pantallas prometan placer inmediato y sin complicaciones, un estudio reciente sugiere que la forma en que respondemos a esos estímulos podría estar afectando lo que ocurre (o deja de ocurrir) en nuestras relaciones más íntimas. Investigadores en Australia encontraron que las personas que se excitan más fácilmente con la pornografía tienden a reportar, dos meses después, una menor satisfacción sexual, relaciones más frágiles y menor estabilidad emocional con su pareja. El estudio fue publicado en Archives of Sexual Behavior.

No se trata de un juicio moral, sino de un análisis sobre cómo la excitación, un fenómeno fisiológico y psicológico profundamente humano, puede desviarse de su contexto relacional. Porque aunque el deseo sexual es regulado por hormonas como la dopamina y el oxitocina, y se manifiesta con cambios físicos concretos (como la erección, el aumento del ritmo cardíaco o la lubricación vaginal), también es una brújula que orienta nuestros vínculos.

Cuando el deseo se dirige hacia la pareja, suele reforzar el compromiso y la satisfacción. Pero cuando ese deseo se desplaza hacia otros estímulos—en este caso, la pornografía—las dinámicas pueden cambiar.

El estudio, liderado por Nicholas J. Lawless y Gery C. Karantzas, incluyó a 309 personas de entre 18 y 72 años, todas en relaciones románticas de al menos seis meses. La mayoría eran heterosexuales (66%), aunque un cuarto se identificó como bisexual. El promedio de duración de sus relaciones era de siete años y casi una de cada diez personas vivía un vínculo no monógamo.

Los participantes completaron una serie de cuestionarios en línea sobre su excitación hacia su pareja y hacia la pornografía, además de evaluar su satisfacción sexual, calidad de la relación y estabilidad emocional. Dos meses más tarde, volvieron a responder los mismos cuestionarios.

Los resultados fueron claros: quienes reportaban sentirse más excitados por sus parejas mostraban, tanto al inicio como al final del estudio, relaciones más satisfactorias y estables. En cambio, aquellos que se excitaban más con la pornografía mostraban, con el tiempo, una caída en la satisfacción sexual y en la estabilidad de su relación. También consumían más pornografía.

Esto no significa que ver pornografía arruina automáticamente una relación, pero sí sugiere que el tipo de excitación importa. No toda respuesta sexual es igual en términos de su impacto relacional. Según los autores, los resultados invitan a pensar cómo la excitación generada por estímulos externos—más inmediatos, menos complejos—puede estar desplazando el deseo que antes nutría el vínculo con otra persona.

Una posible explicación está en el modo en que el cerebro responde al contenido pornográfico: recompensa rápida, sin necesidad de negociar, cuidar o comprometerse. En contraste, el deseo dentro de una relación suele requerir presencia, esfuerzo y cierta vulnerabilidad emocional.

El estudio no estuvo exento de limitaciones. La muestra fue reclutada online, lo cual puede introducir sesgos. Tampoco permite establecer causalidad directa—no sabemos si la pornografía redujo la satisfacción, o si las personas insatisfechas recurrieron más a la pornografía. Pero aun con estas reservas, los resultados aportan datos importantes para una conversación muchas veces evitada o simplificada.

En una época donde el acceso al porno es más fácil que hablar de sexo con la pareja, estos hallazgos invitan a mirar más de cerca no sólo lo que nos excita, sino lo que esa excitación podría estar diciendo de nuestras relaciones. Porque al final, no se trata solo de quién o qué nos enciende, sino de qué hacemos con ese fuego.

Referencia: Lawless, N.J., Karantzas, G.C. Porn or Partner Arousal? When It Comes to Romantic Relationships, Not All Sexual Arousal Is Equal: A Prospective Study. Arch Sex Behav 53, 3451–3460 (2024). https://doi.org/10.1007/s10508-024-02985-4

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  • Psicología aplicada

El placebo psicodélico: lo que nos enseña un ensayo clínico sobre LSD y TDAH

  • David Aparicio
  • 24/03/2025
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Por más seductora que sea la promesa, microdosificar LSD no parece mejorar los síntomas del TDAH en adultos más allá del efecto placebo. Esa es la conclusión directa, pero provocadora, de un ensayo clínico reciente publicado en JAMA Psychiatry, que desafía de manera frontal una narrativa cada vez más popular: que pequeñas dosis de psicodélicos pueden afinar nuestra mente como si fueran café para el alma.

Durante seis semanas, un equipo internacional de investigadores reclutó a 53 adultos con TDAH de moderado a severo y los dividió al azar para recibir 20 microgramos de LSD o un placebo, dos veces por semana. Ni los participantes ni los investigadores sabían quién estaba recibiendo qué. Al final del estudio, los resultados fueron casi idénticos: ambos grupos mostraron mejoras notables en sus síntomas, pero sin diferencias significativas entre ellos. En números concretos: el grupo con LSD mejoró 7.1 puntos, el grupo placebo 8.9.

El estudio, realizado por investigadores de University Hospital Basel en Suiza y Maastricht University en Países Bajos, había sido encargado por la empresa MindMed, interesada en explorar aplicaciones terapéuticas de los psicodélicos. Sin embargo, los hallazgos no fueron los que esperaban quienes apuestan por la microdosificación como un nuevo paradigma terapéutico.

“El LSD en dosis bajas no fue más eficaz que el placebo en pacientes con TDAH”, dijo Matthias Liechti, uno de los autores principales. “Observamos mejoras marcadas en muchos pacientes y nos sorprendió ver que estas eran igual de frecuentes en el grupo placebo”.

Lo interesante es que, al finalizar el estudio, el 80% de los participantes—independientemente del grupo al que pertenecían—creían haber recibido LSD. Aquellos que pensaban haber tomado la sustancia activa reportaron mayores mejoras en sus síntomas, sin importar si en realidad habían recibido el placebo. Es decir, la expectativa de recibir un fármaco con potencial transformador puede, por sí sola, provocar cambios subjetivos poderosos.

Este hallazgo ofrece una crítica directa a la explosión de testimonios que circulan en redes sociales y foros sobre los supuestos beneficios de microdosificar psicodélicos para mejorar la concentración, la creatividad o la estabilidad emocional. Hasta ahora, la mayoría de esos relatos han sido anecdóticos, sin controles científicos que separen el efecto farmacológico del poder de la creencia.

El TDAH afecta aproximadamente al 3% de los adultos en el mundo. Aunque los tratamientos farmacológicos como el metilfenidato o las anfetaminas suelen ser eficaces, alrededor de un tercio de los pacientes no obtienen alivio suficiente o dejan de tomarlos por sus efectos secundarios. Esto ha dejado espacio para que opciones como la microdosificación ganen tracción. Pero los datos de este estudio invitan a detenernos.

Por supuesto, el LSD no fue inerte. Los participantes que lo recibieron reportaron efectos leves pero reales: cambios sutiles en la percepción, fatiga, náuseas o insomnio. Dos personas abandonaron el estudio debido a efectos incómodos, aunque no se reportaron complicaciones graves. A pesar de ello, la dosis utilizada—20 microgramos—estuvo dentro del rango considerado seguro.

Una de las fortalezas del estudio fue su éxito en lograr lo que muchos ensayos con psicodélicos no han conseguido: mantener el “doble ciego”. En la mayoría de los estudios con altas dosis de psicodélicos, los efectos son tan obvios que los participantes saben cuándo están bajo el influjo del fármaco. Pero en este caso, con dosis más bajas, incluso quienes recibieron placebo pensaron haber recibido LSD. Eso ayuda a reducir uno de los sesgos más difíciles de controlar en este tipo de investigaciones: el de la expectativa.

¿Significa esto que los psicodélicos no tienen ningún lugar en el tratamiento del TDAH? No necesariamente. Liechti sugiere que dosis más altas, que sí han mostrado beneficios en trastornos como ansiedad o depresión, podrían tener algún efecto positivo en pacientes con TDAH que también presentan dificultades emocionales. Pero eso aún está por investigarse.

Este estudio no cierra la puerta a los psicodélicos en psiquiatría, pero sí advierte contra su uso desmedido o ingenuo. Muestra que la expectativa es una fuerza poderosa, y que incluso en un contexto clínico controlado, lo que creemos que estamos tomando puede influir tanto como lo que realmente tomamos.

El entusiasmo por los psicodélicos tiene motivos legítimos. Hay datos esperanzadores en ciertos contextos. Pero cuando se trata de afecciones complejas como el TDAH, donde la búsqueda de soluciones rápidas y mágicas es comprensible, los atajos pueden ser espejismos.

Antes de convertir una tendencia en tratamiento, necesitamos datos. Y este estudio acaba de dar un paso importante en esa dirección.

Referencia: Mueller, L., Santos de Jesus, J., Schmid, Y., Müller, F., Becker, A., Klaiber, A., Straumann, I., Luethi, D., Haijen, E. C. H. M., Hurks, P. P. M., Kuypers, K. P. C., & Liechti, M. E. (2024). Safety and Efficacy of Repeated Low-Dose LSD for ADHD Treatment in Adults: A Randomized Clinical Trial. JAMA Psychiatry.

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  • David Aparicio
  • 21/03/2025

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El pasado 18 de marzo realizamos el webinar Domina tu productividad con Todoist. Si no pudiste acompañarnos en vivo, ¡no te preocupes! Ya puedes verlo completo haciendo clic en el siguiente enlace y sacarle el máximo provecho a una de mis aplicaciones indispensables.

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  • Guías y recursos

La IA en la práctica psicológica: ¿qué existe y cómo puede ayudar en psicología asistencial?

  • David Aparicio
  • 19/03/2025

Resumen:

Este artículo revisa el uso de la Inteligencia Artificial (IA) en el ámbito de la Psicología asistencial, evaluando herramientas que apoyan a profesionales de la psicología en su trabajo diario. Se realizó un análisis de productos basados en IA disponibles actualmente (fecha: mayo 2024), de los cuales se seleccionaron 12 para una evaluación más detallada. Los resultados muestran que, aunque no todas las herramientas cumplen con criterios de seguridad y evidencia científica, existen opciones bien establecidas, especialmente en Estados Unidos y Reino Unido, donde su implantación es más avanzada. Este estudio sugiere que la adopción de la IA en el ámbito terapéutico va en aumento y que puede ofrecer a las y los profesionales un complemento útil, ayudándoles a realizar tareas administrativas o repetitivas y permitiéndoles centrarse en aspectos más complejos de la terapia.

Descarga el artículo completo en formato PDF.

Autores: Daniel de la Fuente Tambo y Manuel Armayones Ruiz

Fuente: Papeles del psicólogo

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  • Recomendados

El complejo camino de la agorafobia

  • David Aparicio
  • 19/03/2025

El diario El País ha publicado un reportaje muy interesante sobre la agorafobia y el trastorno de pánico. Me parece valioso que un medio de tanto prestigio aborde esta problemática con un enfoque descriptivo y fundamentado en evidencia científica:

Águeda González tuvo el primer ataque de pánico a los 18 años. De ahí a estar encerrada en casa fue solo cuestión de tiempo. “Empecé a dejar de hacer cosas por miedo al pánico y cuando más cerraba el círculo, más ansiedad sentía”, cuenta. Llegó a no salir de casa si no iba acompañada e incluso a no poder estar sola en casa. Su única preocupación era evitar la ansiedad y el miedo. “Cuando era niña ya tenía comportamientos agorafóbicos. No iba nunca a casa de mis amigas a jugar, ni a excursiones, ni podía estar mucho tiempo sin estar al lado de mi madre”, recuerda. Después, desde los 14 hasta los 18 años, vivió una especie de tregua en la que notaba ansiedad, pero no le impedía hacer cosas.

El problema no es la ansiedad, sino la lucha contra ella:

La incertidumbre es la piedra de Sísifo para las personas con agorafobia. El cerebro del ser humano está programado para sobrevivir y una forma de controlar el entorno es la certidumbre. Pero las personas con ansiedad son, según Casado, más vulnerables a la incertidumbre. “Si te fijas, en realidad la ansiedad no es el problema, es el intento de solucionar la ansiedad, esa incertidumbre, lo que es el problema”. La evitación es una vía para huir de esa incertidumbre: si se evita la situación, no se siente lo que provoca esa situación: “Si cogemos el metro y sufrimos un ataque de pánico, vamos a evitar el metro para no volver a vivir esa sensación”.

Según el experto, la terapia cognitivo-conductual es muy eficaz para tratar la agorafobia. En cuanto al trastorno en sí, y sus mecanismos de funcionamiento, considera que recursos como la terapia de exposición y el trabajo de diálogo emocional son especialmente útiles. Pero considera importante señalar que la mayoría de las veces, cuando una persona llega a consulta, no llega con un trastorno sino con un determinado estilo de vida. “Esto es lo difícil: enfrentarte a una forma de vida que la persona puede llevar décadas manteniendo y que le ha provocado este trastorno. El reto es poder cambiarlo”. Aquí, los recursos emocionales, económicos y familiares, así como un trabajo personal, juegan un papel protagonista para alcanzar ese cambio.

Puedes leer el artículo completo en El País.

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