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Publicaciones por mes

marzo 2021

50 Publicaciones
  • Exclusivo para miembros de Psyciencia Pro
  • Recursos para Profesionales de la Psicología

Ejercicio de centramiento: una herramienta para preparar a los consultantes para el trabajo terapéutico

  • David Aparicio
  • 30/03/2021

A menudo los terapeutas iniciamos la sesión con preguntas del tipo ¿cómo te fue esta semana?” o “¿cómo sigues?” Pero son preguntas poco útiles para preparar al consultante y enfocar su atención al proceso de terapia. Una alternativa más útil es empezar la sesión con un ejercicio de centramiento (ejercicios de atención plena) que preparan a los consultantes a estar atentos al momento presente, notar sus sensaciones y observar sus pensamientos.

Hay muchos ejercicios de centramiento, pero hoy quiero compartir uno descrito en el libro de Eifert y Forsyth que me gusta mucho porque está bien estructurado, sirve de guía para cualquier terapeuta y añade el contacto del consultante con sus valores. El ejercicio no te tomará mucho tiempo de la sesión y podrás notar cómo favorece la participación, compromiso y atención de tu consultante.

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  • Recursos para Profesionales de la Psicología

¿Qué es la esquizofrenia? (video)

  • David Aparicio
  • 30/03/2021

La esquizofrenia fue descrita por primera vez hace más de 100 años por el Dr. Emile Kraeplin y a pesar de todos los avances científicos, sigue siendo un trastorno muy incomprendido y estigmatizado. En este video de TED-Ed aprenderás lo que sabemos y lo que no sabemos de la esquizofrenia, las características de los síntomas positivos y negativos, las hipótesis explicativas, factores de riesgo, los efectos de la medicación antipsicótica y los mitos que afectan a las personas que lo padecen. El video está en inglés pero puedes activar los subtítulos en español desde el reproductor de YouTube.

Fuente: TED-Ed

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  • Salud Mental y Tratamientos

Características conductuales de los trastornos de ansiedad

  • CETECIC
  • 30/03/2021

Ema tiene una molestia abdominal, le comenta a su esposo: “Me duele un poco la panza, ¿será algo serio? ¿Vos qué creés?”. Carlos se acerca a su casa diciéndose a sí mismo: “No tiene por qué haber pasado nada, es un día normal, van a estar todos bien, pero… ¿y si no? ¿Si alguien entró y lastimó a mis hijos? Basta, no puedo siempre pensar lo peor”. Cecilia sale de su trabajo apurada, nota que olvidó su botella de agua, regresa rápido pensando: “No, no me voy a ir sin el agua… hace calor… no me quiero desmayar”.

¿Qué tienen en común todos estos ejemplos? Se trata de personas llevando adelante conductas de evitación y escape de su ansiedad.

  • Ema padece ansiedad ante la salud pues interpreta como señales de enfermedades graves a las sensaciones menores y normales de su cuerpo; por ende, busca reaseguro en su esposo para tranquilizarse.
  • Carlos padece de un trastorno de ansiedad generalizada, se le presentan imágenes terribles y catastróficas en su conciencia que le generan mucha angustia; trata de calmarse con autoverbalizaciones, que acaban por convertirse en preocupaciones.
  • Cecilia sufre de un desorden de pánico, teme que el calor la lleve a un mareo y, como consecuencia, a un desmayo, por eso siempre sale con una botella de agua.

Cuando hablamos de ansiedad, miedo, angustia, o incluso cuando usamos la palabra malestar, rápidamente solemos asociarlo con estados emocionales vivenciados, lo cual es a todas luces correcto… pero incompleto. En efecto, millones de años de evolución no tuvieron lugar solo para que los seres humanos modernos vivenciemos una amplia y colorida paleta de emociones que podamos traducir en pinturas, poesías e historias de amor; esto último puede ser tan solo un subproducto accidental de la forma en que nuestro cerebro fue moldeado por la selección natural para resolver desafíos progresivamente más complejos y novedosos, pero también muy pragmáticos. Tales desafíos requieren intervenciones conductuales en un mundo real, físico y social, especialmente social. En este marco, los patrones emocionales ricos e intrincados poseen una arista conductual que es tan o más importante que la misma experiencia emocional subjetiva. O, mejor dicho, las emociones también son conductas, tanto como lo son los pensamientos, la activación fisiológica y la vivencia subjetiva.

En el contexto del análisis conductual, las emociones negativas conducen casi invariablemente a reacciones para aliviarse. En algunos casos simples, como las fobias específicas, este mecanismo es fácil de observar; pero en otros cuadros de mayor complejidad, como la fobia social o el desorden de ansiedad generalizada, el proceso tiene lugar de forma más sutil, siguiendo algunas generalidades, pero siempre con rasgos específicos de la persona. De este modo, si bien sí podemos hallar algunos denominadores comunes en las formas de evitación y escape del malestar emocional propias de cada desorden, este tipo de análisis tiene un límite idiosincrásicamente establecido de acuerdo con la historia de aprendizaje de cada sujeto.

Hacemos a continuación un recorrido por algunos desórdenes de ansiedad y sus manifestaciones conductuales de evitación y escape más comunes.

Fobias simples

Este es probablemente el desorden donde más fácilmente observamos las conductas de evitación y escape. Generalmente, el fóbico conoce las situaciones en las cuales aparece el foco de su miedo y directamente las evita. Así, quien padece fobia al encierro no viaja en subtes ni asensores, quien teme a los sapos no va a zonas rurales y quien teme a las alturas no se asoma por balcones. En estos casos, se trata de evitaciones simples y llanas; podríamos definir a las conductas por su omisión. En caso de que la persona que padece la fobia se vea inesperadamente expuesta a lo que teme, entonces escapa, es decir, se aleja del objeto, no sin algún grado de desorganización en su comportamiento. Por ejemplo, si alguien teme a las aves y repentinamente se le acerca una bandada de pájaros, correrá en la dirección opuesta.

Más allá de lo dicho, ya incluso en este cuadro asistimos a algunas complejidades. Por ejemplo, el fóbico a las tormentas no puede escapar si una de estas se avecina. En este caso, las conductas de evitación y escape suelen consistir en permanecer en ciertos lugares que se consideran más seguros que otros, o en compañía de ciertas personas que, según se cree, los protegerán.

Ya en las fobias simples adquiere un valor capital el análisis funcional del caso. Así, dos personas temen a los espíritus y otras entidades del más allá que, por supuesto, no existen, cosa que ambos reconocen. Para aliviar su miedo, uno de ellos se acuesta y deja varias luces prendidas, incluso la televisión o radio para que genere ruido y lo distraiga, pero no se levanta de la cama de noche pues tiene miedo; deja incluso un urinal portátil cerca para ni siquiera salir al baño. El otro, que teme a lo mismo, tiene miedo de que el espíritu se haya escondido en algún lugar de la casa; por lo tanto, ante el menor ruido, se asusta y por ende se levanta de la cama a revisar el baño y los placares. Observemos que, ante el mismo miedo, se producen conductas de evitación y escape diferentes: uno se queda quieto en la cama mientras que el otro se levanta a revisar.

Trastorno de pánico

El foco de miedo de este cuadro son las propias sensaciones corporales y, por extensión, los entornos en los cuales ellas puedan dispararse. Así, quien padece trastorno de pánico teme a su propia taquicardia, respiración agitada, calor, sensación de mareo; un sentido al que se conoce como propiocepción o interocepción. Dado que estas sensaciones tienen mayor probabilidad de dispararse en algunos contextos como el ascensor, subte o en la calle estando solo, entonces el foco de miedo se generaliza a ellos.

En principio, lo que el individuo intentará evitar son las propias sensaciones corporales. Así pues, encontramos personas que no hacen actividad física, procuran no hacer movimientos vigorosos o incluso tener relaciones sexuales, ya que todas estas actividades incrementan la propiocepción. En otros casos las evitaciones son más sutiles, como por ejemplo tener a mano una botella con agua para no sentir nunca sequedad en la garganta o levantarse de la cama lentamente para no experimentar mareos.

Ahora bien, así como el miedo se generaliza desde las sensaciones a los contextos que las gatillan, las evitaciones también. De este modo, quienes sufren de pánico suelen evitar lugares que de modo idiosincrásico o convencional se han asociado al disparo de la propiocepción: subtes y ascensores (pues ahí se teme que falte el aire) o lugares donde hace calor (pues se cree que ello lleva al mareo y por ende, a un potencial desmayo). En ocasiones se rehúye del mero hecho de permanecer solo, pues en caso de que se activen las tan temidas sensaciones no se dispone de alguien que pueda ayudar.

Fobia social

En este caso, el foco de temor radica en la potencial valoración negativa y rechazo por parte de los otros. De este modo, el fóbico social teme que “piensen mal de mí”, “hacer un papelón y quedar mal”, “quedar como un tonto”, entre otras valoraciones negativas provenientes de los demás. Dado que lo que el individuo teme solo puede acaecer en situaciones de potencial escrutinio social, ello objetiviza a la primera y más obvia conducta de evitación: no asistir a eventos sociales con personas fuera del círculo íntimo. Pero hay más…

Casi nadie puede evitar por completo permanecer en ambientes con desconocidos o incluso tener algún grado de interacción con ellos, motivo por el cual los comportamientos de evitación y escape van adquiriendo otras formas. Probablemente, lo que sigue en orden de frecuencia y complejidad es quedarse quieto, en silencio y pasar lo más desapercibido posible. Así, en aulas o reuniones donde me veo obligado a permanecer, puedo evitar que “piensen mal de mí” si me quedo callado y solo interacciono lo mínimo necesario. Pero esta misma actitud de silencio y quietud puede también llamar la atención: “¿no pensarán acaso los demás que soy un tonto que me quedo callado todo el tiempo porque no sé qué decir?” Este tipo de cogniciones disparan un tercer nivel de conductas de evitación y escape, más sutiles aún.

En situaciones sociales donde me veo obligado a permanecer, por ejemplo, puedo fingir responder mensajes de mi teléfono celular para que, eventualmente, los demás crean que si yo no hablo esto se debe a que estoy muy ocupado con un asunto que no puedo postergar. De este modo, no van a creer que “no hablo porque soy un tonto que no sé qué decir”, sino que pensarán que “no hablo porque estoy muy atareado contestando mis redes sociales”.

Finalmente, existen situaciones sociales en las cuales no solo las personas nos vemos obligados a permanecer sino también a interactuar. Por ejemplo, al llegar a ciertas materias de la facultad en la primera clase, tenemos que presentarnos o, en algún momento, debemos exponer frente a todos nuestros compañeros un trabajo práctico que hemos preparado. En tales ocasiones, suele existir el temor a que mi voz se afine y no pueda hablar, en cuyo caso una conducta de evitación frecuente consiste en fingir una afonía y una tos; así, si sucede que me cuesta hablar, los demás lo van a atribuir a mi condición médica y no a mi miedo. Y si temo ponerme colorado y transpirar, puedo mantenerme abrigado cuando hace calor, de modo tal que, si me sonrojo, las demás personas creerán que es porque tengo calor y no porque tengo vergüenza. Algunas personas temen que se les formule una pregunta espontánea a la cual tengan que improvisar una respuesta; por ende, prefieren hablar primero, dar sus opiniones y puntos de vista inicialmente pues sienten que se han sacado el problema de encima y es menos probable que alguien les vuelva a pedir que intevengan.

Como se observa, el abanico de comportamientos de evitación y escape va complejizándose en la fobia social, ya no se trata de irse de la situación, sino que se llevan adelante conductas que tienen un sentido personal. Se denominan conductas de reaseguro a las conductas de evitación y escape que no son francas y abiertas sino que, siendo más sutiles y sofisticadas, evitan la ansiedad a partir de alguna creencia personal, como las mencionadas de fingir una afonía o abrigarse un día de calor. Como veremos a continuación, a mayor complejidad en la psicopatología, más específicas y enrevesadas las conductas de evitación y escape.

Trastorno de ansiedad generalizada

En el caso de este desorden, las cosas son un poco más complicadas pues, como su mismo nombre lo hace valer, el foco del miedo puede ser casi cualquier cosa: desde enfermarme o que me echen de mi trabajo actual hasta perder un trabajo futuro (al cual aún no he accedido), o que el nieto (que aún no tengo) pueda algún día tener un accidente. Efectivamente, los temas de preocupación de la ansiedad generalizada no solo se refieren a situaciones potencialmente problemáticas actuales sino que alcanzan escenarios imaginarios que en el futuro distante podrían volverse problemáticos. Recuerdo un caso de una mujer que estaba preocupada porque si alguna vez sus hijos tenían problemas económicos y no podían hacerse cargo de los gastos de sus nietos, ella no estaría en condiciones de ayudarlos… pero ella apenas tenía 28 años, no tenía nietos, ni hijos ni pareja, sí tenía una relación de algunos meses que parecía volverse estable.

Para los fines de este trabajo, diremos sencillamente que las personas que padecen ansiedad generalizada experimentan una reacción intensa de miedo y ansiedad ante imágenes catastróficas no realistas, las cuales poseen características sensoriales (especialmente visuales) capaces de activar fuertemente la fisiología del organismo. Esas imágenes se evitan mediante una cadena verbal; palabras que se convierten en preocupaciones y que interfieriendo con la aparición de las imágenes catastróficas, conllevan a una disminución de la activación fisiológica y la experiencia subjetiva de malestar. Así, las preocupaciones crónicas del cuadro son la conducta de evitación por excelencia.

Trastorno obsesivo compulsivo

Sabemos que las compulsiones son las formas de evitación del malestar generado por las obsesiones, esto es incluso parte de la definición misma del diagnóstico. La cuestión radica en que las compulsiones varían tanto desde una repetición mental hasta el lavado excesivo de partes del cuerpo, pasando por chequeos, evitaciones, movimientos corporales esterotipados, pensamientos recurrentes sobre un mismo tema, contar pasos y movimientos y un largo etcétera. Dada la multiplicidad de formas y colores del fenómeno, uno podría preguntarse qué es lo que le da unidad de “trastorno obsesivo compulsivo” a todos estos comportamientos. Hoy la respuesta es presencia de obsesiones y compulsiones, siendo las segundas una forma de evitación y escape del malestar. Dado que no podemos ocuparnos de un fenómeno tan extenso, sí miremos un aspecto que puede ser más fructífero a los efectos de esta discusión: los pensamientos intrusivos.

Uno de los rasgos cardinales del TOC consiste en la aparición de ideas absurdas, incoherentes y, especialmente, egodistónicas, que se entrometen en la consciencia del sujeto. Así, “voy a violar a un niño”, “saltaré por el balcón”, “le arrojo a alguien una brasa caliente”, “le pellizco el trasero a un desconocido en la calle”, “mi casa incendiada porque yo dejé una hornalla encendida”, son ejemplos de los pensamientos intrusivos que padecen las personas con TOC. Aunque no únicamente…

En verdad, este tipo de pensamientos resultan comunes a casi todo el mundo, las investigaciones reportan que un 90% de las personas los experimentan. Entonces, ¿qué tiene esto que ver con el TOC?

A diferencia de todos los demás, quienes padecen TOC no pueden evitar prestar atención y experimentar una reacción de temor por lo que piensan. En otras palabras, todos los demás, los que no sufren de TOC, simplemente dejan pasar estos pensamientos como una idea absurda, sin sentido o exagerada, que no conlleva ninguna importancia. En cambio, los individuos con TOC toman muy en serio lo que piensan, y creen que por pensar algo es entonces más probable que lo hagan; un fenómeno descripto como fusión pensamiento-acción. En este esquema, pensar y hacer son lo mismo o casi. Si pienso que “voy a patear a un mendigo en la calle”, entonces “soy un psicópata, un malvado que disfruta ver a la gente sufrir”; si se me cruza la idea intrusiva de que “puedo abusar sexualmente de un niño”, entonces “soy un pedófilo”, tengo miedo ahora de efectivamente hacerle daño a un menor y, por ende, me mantengo alejado de ellos. He ahí la conducta de evitación; la persona se aleja de plazas, parques, escuelas, procura no interactuar con menores. Claro está que quien lleva adelante estas conductas de evitación nunca ha hecho ninguna clase de ofensa sexual a un menor ni lo desea; contrariamente, siente incluso repulsión ante esta idea.

Repasemos: ¿dónde queda en este esquema la conducta de evitación? La persona que padece TOC experimenta un pensamiento intrusivo “me veo provocando un incendio en un cine”, a ese pensamiento intrusivo le sigue otro pensamiento que valora como peligroso al primero “lo pensé, entonces, tal vez lo haga, soy un pirómano”. Desde ese segundo pensamiento (interpretación del primero) se detona un estado de angustia y ansiedad, el cual se alivia escapando o evitando la situación identificada imaginariamente como peligrosa (no ir al cine).

Para el lector interesado en el tema, tenemos en esta revista un artículo que aborda la problemática de dos subtipos de TOC, TOC de pedofilia y TOC homosexual, en los cuales el proceso descripto es prominente. El artículo se llama Conceptualización y tratamiento del TOC con ideación sexual.

Ansiedad ante la salud

Si bien no se trata de un diagnóstico oficialmente incluido en las clasificaciones, designa un conjunto de fenómenos caracterizados por miedo, ansiedad, preocupación, angustia ante problemas de salud. Muy típicamente se trata de temores derivados de la interpretación exagerada de sensaciones o cambios corporales inocuos, aunque también incluye fenómenos como la fobia a la muerte o la exagerada sugestionabilidad ante noticias relacionadas con la salud.

En los casos más típicos, el proceso se inicia cuando la persona nota alguna sensación o cambio corporal menor en su cuerpo, como una picazón de garganta, un dolor de cabeza leve, un ligero malestar estomacal; vale decir, alguna molestia corporal menor y normal que no amerita intervención médica ni mayor atención. No obstante, quién padece de ansiedad ante la salud interpreta tales sensaciones como signos de una enfermedad grave. De este modo, piensa que el dolor de cabeza se debe a un tumor cerebral o el malestar estomacal acabará en una peritonitis que lo puede matar. Naturalmente, con estas cogniciones la ansiedad crece.

Nadie puede escapar de sus propias sensaciones corporales ni tampoco aliviarlas a voluntad. En estos casos, las conductas de evitación y escape adoptan la forma de buscar información tranquilizadora, que contradiga la interpretación catastrófica; se denominan así conductas de reaseguro, como ya hemos aclarado. Por ejemplo, los sujetos con ansiedad ante la salud suelen preguntar a sus familiares más cercanos qué creen de las sensaciones que ellos están experimentando. A veces, recurren a especialistas médicos o van rápidamente a una guardia. En otros casos, las personas efectúan frecuentes autoexámenes corporales en busca de signos de alguna enfermedad temida. Una figura muy común en la actualidad consiste en buscar la información en internet, lo cual puede conducir a otra clase de problemas, tanto así que ya tenemos acuñado un nuevo término para los casos en que las búsquedas de salud en la web se tornan excesivas y patológicas: cibercondría. Pero esto es otro tema.

Claro está que en algunos casos los individuos con ansiedad ante la salud procuran un alivio rápido de lo que en su cuerpo les molesta, por ende, también la evitación y el escape lleva al uso de fármacos que alivian sensaciones y dolores.

La gama de problemas que hoy se incluyen bajo la rúbrica genérica de “ansiedad ante la salud” resulta bastante amplia y variada; lo mismo podríamos decir de los estilos a los que conduce en cuanto a comportamientos de evitación y escape. De cualquier modo, el más común es la búsqueda de información, por cualquier medio disponible.

¿Por qué las conductas de evitación y escape?

En este punto, uno podría simplemente preguntarse: ¿siempre que hay ansiedad problemática hay conductas de evitación y escape? Pero mejor aún sería preguntarse: ¿siempre que hay ansiedad hay conductas de evitación y escape? La respuesta sería un rotundo sí, si muchas personas no lograsen el suficiente autocontrol para no ejecutarlas. En otras palabras, la ansiedad siempre conlleva la tendencia a las conductas de evitación y escape, pero muchas veces ellas no se llevan a cabo pues las personas, voluntaria e intencionalmente, logran inhibirlas; no sin algún grado de dificultad.

La ansiedad involucra naturalmente un patrón conductual de evitación y escape, pues su sentido evolutivo más fundamental radica en protegernos de un peligro inminente; no tendría razón de existir una emoción que se disparara frente a un peligro si no condujera a su vez a algún patrón defensivo del mismo. En efecto, en la vertiente comportamental de la ansiedad (como de cualquier otra emoción) radica la misma esencia de su existencia. Si no, ¿a qué fin serviría acaso experimentar ansiedad, con su concomitante liberación de adrenalina, aumento de la presión sanguínea y tensión muscular generalizada, especialmente en los miembros inferiores, si es que no vamos a correr? ¿Cuál es el sentido de tamaño despilfarro energético, si el mismo no hubiese servido alguna vez para huir de un predador y así sobrevivir? ¿Para qué la evolución habría favorecido tal derroche de calorías si no representara una ventaja de supervivencia y reproducción?

La ansiedad, problemática o no, conduce a conductas de evitación y escape del peligro que la detona, sea este razonable (como ser perseguido por un tigre en la prehistoria o un ladrón en las urbes modernas) o sea la amenaza completamente irracional o imaginaria, tal como se ve representado en cualquiera de los síndromes discutidos. La misma esencia de la función biopsicosocial de la ansiedad es este mecanismo defensivo, rehuir de los peligros. Así pues, sí, la ansiedad conduce a conductas de evitación y escape; dicho más claramente: la ansiedad es, en esencia, comportamiento, conductas de evitación y escape.

Por: Lic. Ariel Minici, Lic. Carmela Rivadeneira y Lic. José Dahab

Artículo publicado en la revista de CETECIC y cedido para su republicación en Psyciencia

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  • David Aparicio
  • 29/03/2021

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  • Artículos de opinión (Op-ed)

Un minuto de silencio

  • Fabián Maero
  • 26/03/2021

La solemnidad es un bien escaso en estos días. Alguien me señalaba hace poco que cuando sucede una catástrofe, los memes o comentarios irónicos suelen aparecer casi de inmediato. En el cine y la televisión es raro encontrar momentos solemnes; los momentos dramáticos son alivianados con comentarios graciosos o irónicos –el protagonista herido de muerte que encuentra tiempo para hacer un chiste o comentario sarcástico. Incluso acciones oficiales de gran peso para una comunidad tienden a ser despachadas como un trámite, como un vendedor que sigue conversando mientras nos dice cuánto pagar por dos kilos de cebolla.

La solemnidad y la ceremonia con las que se inviste un evento señalan, ante todo, que ese evento es significativo. Es nuestra forma de recibir y señalar algo que tiene impacto real o simbólico sobre aspectos valiosos para nuestra comunidad. Las muertes de personas destacadas, las catástrofes que se cobran decenas de vidas, los eventos oficiales, entre otros, son momentos que recibimos con solemnidad y con cierta ceremonia, señalando que algo importante acaba de suceder. La ironía, el chiste, el meme, que tienden a funcionar como forma de distanciarse o trivializar una situación, son conductas que tienden a ser fuertemente rechazadas cuando lidiamos con eventos significativos. Imaginen cómo reaccionarían hacia una persona que hiciera chistes en voz alta durante el funeral de nuestra abuela, o hacia memes sobre nuestro diagnóstico de cáncer, o a una funcionaria que hiciera gestos cómicos durante un traspaso de mando o al declarar estado de sitio.

Vale la pena señalar entonces que solemos recibir a lo que personalmente nos duele con muy poca solemnidad, con muy poco respeto. Rara vez hay interrupción de la cotidiano, rara vez hay una pausa que señale que algo importante acaba de suceder. Incluso en terapia, un dolor profundo que aparece suele ser tratado inmediatamente como algo a resolver, como algo que necesita análisis o consuelo inmediato –basta con señalar lo difícil e incómodo de permanecer en silencio frente a un paciente que está experimentando un gran dolor, algo dentro nuestro quiere hacer algo al respecto.

Cuando eso no sucede están ausentes las acciones que culturalmente señalan que acaba de suceder algo importante. En su lugar, el dolor es acompañado por intentos de distracción o de supresión, chistes, explicaciones, análisis, quejas, planes.

Toda ceremonia entraña en primer lugar una pausa con respecto a lo cotidiano –no es posible ser ceremonioso mientras uno intenta despegarse un chicle de la suela del zapato. En segundo lugar, la ceremonia involucra un silencio contemplativo. Por este motivo una muestra muy significativa de respeto es guardar colectivamente un minuto de silencio por algún evento que ha causado un dolor colectivo. Un minuto durante el cual no hay nada que hacer más que recibir colectivamente el impacto profundo y sentido de un evento. Un minuto que no se apura, que no se realiza como un trámite ni como algo pasivo, un minuto que involucra la contemplación del dolor compartido. Lo central para esto es el silencio que impide que la fugacidad de las palabras contamine lo significativo del evento.

Querría sugerir que también podemos recibir al dolor personal con un minuto de silencio, con solemnidad y respeto. Me refiero al dolor de haber perdido a un ser querido, el dolor de un sueño que se fue, el dolor de un corazón roto, el dolor que estar vivo entraña paso a paso. Así como guardamos un minuto de silencio por los dolores colectivos, también podemos guardar un minuto de silencio por los dolores personales. Un minuto no teñido de análisis, anticipaciones, rumiaciones, explicaciones, ni lamentos, sino un minuto de silencio durante el cual podemos acoger y recibir limpiamente lo que se nos está brindando. Un minuto de silencio para reconocer que algo importante ha sucedido, un minuto de silencio que ayude a destacar lo valioso que se ha perdido, que ayude a que el dolor nos atraviese y nos recuerde lo frágil y precioso de nuestra existencia.

La próxima vez que lidien con un dolor, sea propio o de una persona que está con ustedes, intenten recibirlo con un minuto de silencio. Actuar como si fuera algo importante, porque en efecto lo es. No para controlarlo, no para navegarlo, no para regularlo, sino simplemente para sentirlo, para recibirlo, para contemplarlo.

Esta columna fue publicada en Grupo ACT, centro de formación y diseminación de la terapia de aceptación y compromiso, y cedido para su re-publicación en Psyciencia.

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  • Ciencia y Evidencia en Psicología

Toma una clase gratuita sobre las emociones con Steven Pinker

  • David Aparicio
  • 25/03/2021

Steven Pinker es un reconocido psicólogo, investigador, autor de Bestsellers y profesor en Harvard publicó ayer una clase sobre las emociones, su función, cómo son procesadas en el cerebro y mucho más. Para ver la clase completa solo tienes que hacer click en el siguiente enlace: Clase de Steven Pinker.

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  • Ciencia y Evidencia en Psicología

Rasgos de personalidad asociados con las conductas impulsivas y agresivas por internet

  • David Aparicio
  • 25/03/2021

Los investigadores Nick Cacioppolo y John Petit proponen que las conductas hostiles, impulsivas y antisociales que manifiestas las personas en las redes sociales son los reflejos característicos de la triada oscura de la personalidad.

¿Qué es la triada oscura de la personalidad?

Es un concepto descrito por Pauhlus y Williams (2002) para agrupar tres rasgos de la personalidad (maquiavelismo, narcisismo y psicopatía) que se relacionan con conductas “malévolas”. Las personas que puntúan alto en estos rasgos son más propensas a cometer crímenes, provocar el malestar social y generar problemas graves en las organizaciones. Los tres rasgos de la triada oscura se caracterizan de la siguiente manera:

  • Maquiavelismo: tendencias frías y manipuladoras de explotación, insensibilidad, poca moralidad, crueldad y conductas dirigidas por el interés propio a toda costa.
  • Narcisismo: un sentido desmesurado de su propia importancia (grandiosidad) egoísmo, falta de empatía. Las personas narcisistas tienen una autoimagen positiva poco realista y consideran que se merecen la atención y amistad de los demás. Además son muy susceptibles a cualquier información negativa o desafiante sobre ellos mismo.
  • Psicopatía: se caracteriza por el comportamiento impulsivo y antisocial, egoísmo, insensibilidad, falta de empatía y dificultad para aprender de la experiencia.

La investigación

La investigación de Cacioppolo y Petit evaluó a 147 estudiantes universitarios que completaron una escala de 27 ítems que evalúa la triada oscura de la personalidad y otras pruebas que examinan el estilo de comunicación y comportamiento en línea: uso compulsivo de internet, anonimato en línea percibido, confianza en los medios y comportamientos de autorepresentación.

Resultados

  1. Hallaron una asociación positiva entre la conducta compulsiva y los rasgos de maquiavelismo y psicopatía. Estos hallazgos son coherentes con investigaciones previas que encontraron que las personas con altos puntajes en la escala de psicopatía y maquiavelismo son propensas a desarrollar conductas antisociales y tienen muy poco control de los impulsos.
  2. El narcisismo se relacionó con la opinión percibida de liderazgo y la autorepresentación en las redes sociales. Lo que también es congruente con las investigaciones anteriores que sugieren que las personas narcisistas cambian frecuente de foto y descripción en su perfil de redes sociales. Según los autores hay evidencia de que la baja autoestima modera la relación entre el narcisismo y las actividades de autopromoción.
  3. El maquiavelismo y la psicopatía se relacionaron con el incremento de la reactancia psicológica (incremento de la reacción emocional cuando las personas interpretan que se amenaza su libertad o que es arrebatada). Los autores sostienen que el incremento de la reactancia psicológica podría explicar por qué algunas personas son más propensas a evaluar negativamente el contenido en línea y demostrar conductas agresivas. Por otro lado, los estudiantes que puntuaron alto en el narcisismo mostraron mayor liderazgo de opinión y comportamientos de autopresentación. Lo que también coincide con las investigaciones que muestran que las personas narcisistas actualizan sus imágenes y estados en las redes sociales con más frecuencia que sus pares.
  4. Los análisis de regresión revelaron que el género se relacionó con el narcisismo, la representación en línea y la relación entre el narcisismo y el anonimato percibido. Las mujeres que puntuaron más alto en la escala de narcisismo tenían mayores tendencias de presentarse a sí mismas de forma más favorable y creían que eran más reconocidas online.

Conclusión

La investigación ofrece datos de la relación entre los rasgos de personalidad y las conductas antisociales en internet, pero no explica qué mantiene a estas conductas o cómo extinguirlas. Es una explicación circular que básicamente dice: “las personas se comportan en internet de manera agresiva porque son maquiavelicas, psicopáticas o narcisistas”.

Pero también es cierto que las redes sociales saben mucho de sus usuarios y los conocen mejor que sus propios amigos. No me sorprendería que el algoritmo de Facebook, por ejemplo, pudiera detectar rápidamente a las personas que puntúan alto en las triada oscura de personalidad e intervenir cuando alguno de esos usuarios realiza una conducta hostil en la red.

Referencias bibliográficas:

  • Paulhus, D. L. & Williams, K. M. (2002). The Dark Triad of personality: Narcissism, Machiavellianism, and psychopathy. Journal of research in personality, 36(6), 556-563. https://doi.org/10.1016/S0092-6566(02)00505-6
  • Petit, J. & Carcioppolo, N. (2020). Associations between the Dark Triad and online communication behavior: A brief report of preliminary findings. Communication research reports: CRR, 37(5), 286-297. https://doi.org/10.1080/08824096.2020.1862784

Fuente: PsyPost

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  • Ciencia y Evidencia en Psicología

Aristóteles estaba equivocado y nosotros también: hay más de cinco sentidos

  • Equipo de Redacción
  • 24/03/2021

Puedes activar la traducción automática de subtítulos en el reproductor de Youtube.

Los científicos saben desde hace mucho tiempo que hay mucho más en nuestra experiencia que los cinco sentidos (o «ingenio externo») descritos por Aristóteles: oído, vista, olfato, tacto y gusto. Sin embargo, el mito de los cinco sentidos persiste, quizás porque sólo recientemente ha comenzado a tomar forma una comprensión más clara de nuestra experiencia sensorial a nivel neurológico.

En este video de la serie In Sight de Aeon, el filósofo británico Barry C Smith sostiene que la visión multisensorial de la experiencia humana que está emergiendo actualmente en la neurociencia podría hacer que filosofar sobre nuestros sentidos sea mucho más rico y preciso, permitiendo a los filósofos aportar y complementar al trabajo de los científicos. Pero para que eso ocurra, la filosofía debe ponerse al día con los principales avances en la neurociencia.

Fuente: AEON

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  • Ciencia y Evidencia en Psicología

Las recomendaciones para detectar noticias falsas no son efectivas

  • David Aparicio
  • 24/03/2021

El celular ha sido una fuente de estimulación cognitiva bastante importante para mi tío de 74 años. Ahora sabe usar Youtube, escribirnos por WhatsApp y buscar datos históricos en Google. Hace unos días me escribió muy preocupado: había encontrado una noticia en Youtube que alertaba que Estados Unidos había iniciado la guerra contra Venezuela. Era una noticia falsa, por supuesto. Con cuidado le expliqué que no se puede confiar en todo lo que sale en internet e intenté enseñarle a identificar las noticias falsa. Fue una conversación muy interesante, pero al mismo tiempo bastante desafiante porque las recomendaciones no son tan sencillas como parecen y mi tío no podía comprender cómo “esa gente se atreve a publicar cosas que no son ciertas”.

Seguramente has vivido alguna situación similar con algún familiar, amigo o colega. Y la gente sigue compartiendo noticias falsas. Lo que nos hace replantearnos qué tan efectiva son esas recomendaciones que se repiten a diario.

Hace poco se publicó un resumen de una investigación realizada en la Universidad de Kansas que demuestra que las campañas contra la propagación de las noticias falsas son poco efectivas porque ponen toda la responsabilidad en los lectores, quienes deben “comprobar” si la noticia que se encuentran en las redes sociales cumplen con los requisitos de una “fuente confiable”. No obstante, esta tarea exige conocimientos, habilidades y demasiado esfuerzo mental.

Simplemente es demasiada fricción para una persona que solo quiere compartir un enlace.

¿Cómo lo hicieron?

Los investigadores pusieron a prueba qué tan efectivas son las recomendaciones más usadas: detectar el estilo de redacción y las credenciales (autoridad) del autor de la noticia. Para ello prepararon varias versiones de una noticia falsa que aseguraba que la deficiencia de vitamina B17 podría causar cáncer y les presentaron diferentes versiones de la noticia a 750 personas. Algunas de las versiones fueron:

  • Un texto con una descripción breve de las credenciales del médico autor del artículo.
  • El autor se describió como una madre de dos hijos con experiencia en la escritura creativa con un estilo de vida “blogger”.
  • Un estilo más periodístico y en otros un estilo más casual.

Resultados

  • Los participantes que tenían altos niveles de conocimiento tecnológico y de las redes sociales, fueron los únicos que evaluaron la información con mayor cuidado y fueron los menos propensos a compartir el artículo.
  • El interés por el tema (en este caso salud) no redujo la probabilidad de que los lectores compartieran la información falsa. Esto es importante porque muchas veces las personas que están interesadas en temas de salud son las mismas que comparten la información sin importar si es falsa o verdadera.
  • Las credenciales de los autores no importaron y no afectaron la manera en que las personas percibían la credibilidad del artículo. Los lectores le dieron el mismo peso a un artículo de un médico o de un blogger.
  • Lo que sí funcionó, para ayudar a los lectores a ser más escépticos con la información que leían, fue colocar la etiqueta “información no verificada”.

Conclusión

Los hallazgos son muy importantes, especialmente en el momento en que vivimos donde abunda la información y desinformación en temas políticos, sociales, científicos y de salud. En el caso de la salud una noticia falsa como que la falta de vitamina B17 produce cáncer parece inofensiva, pero sabemos que puede llevar a la gente a gastar sus recursos en productos que no sirven para nada y evitar que busquen la atención adecuada.

En cuanto a las recomendaciones, claramente no están considerando las características demográficas de la población y solo están apelando a las personas que tienen mayor conocimiento tecnológico. Ósea, una parte muy pequeña de la población.

La investigación enfatiza la responsabilidad que tienen las redes sociales (Facebook, Twitter, Youtube, etc.) para ayudar a las personas a ser más escépticas ante cualquier noticia, artículo o video que se encuentran en internet y que no debería ser solo una responsabilidad de los consumidores.

La respuesta ideal sería una combinación de recursos para la información para los usuarios y medidas parecidas a las que adoptó Twitter durante las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2020. El problema es el tipo de contenido que alimenta a los algoritmos de las redes sociales…

Fuente: ScienceDaily

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  • Recursos para Profesionales de la Psicología

Prácticas basadas en la evidencia en la atención temprana (podcast)

  • David Aparicio
  • 24/03/2021
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Las prácticas basadas en la evidencia es el primer programa de la serie atención temprana: avanzando en el desarrollo profesional conducido por la Dra. Purificación Sierra, profesora del departamento de psicología evolutiva y de la educación. En este programa, la Dra. Margarita Cañadas nos acerca al papel de las prácticas basadas en la evidencia científica y de las prácticas basadas en rutinas, como fundamento de una atención temprana de calidad.

Fuente: UNED

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