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Análisis

356 Publicaciones
  • Análisis

¡No arriesgues tu salud mezclando medicamentos con alcohol!

  • 29/12/2022
  • David Aparicio

Una copa o dos de champán con el almuerzo de Navidad. Una cerveza fresca y crujiente en la playa. Algunos cócteles descarados con amigos para ver en el Año Nuevo. Parece que hay tantas ocasiones para relajarse con una bebida alcohólica este verano.

Pero tomar ciertos medicamentos mientras bebes alcohol, puede afectar tu cuerpo de varias maneras. Beber alcohol con algunos medicamentos puede afectar su funcionamiento y con otros corres el riesgo de una sobredosis potencialmente mortal. 

Esto es lo que necesitas saber si estás planeando tomar alcohol durante las fiestas.

¿Qué medicamentos no se mezclan bien con el alcohol?

Muchos medicamentos interactúan con el alcohol, independientemente de si los receta su médico o se compran sin receta, como los medicamentos a base de hierbas.

Medicamentos + alcohol = somnolencia, coma, muerte

Beber alcohol y tomar un medicamento que deprime el sistema nervioso central para reducir la excitación y la estimulación puede tener efectos aditivos. Juntos, estos pueden hacer que te sientas más somnoliento, ralentizar la respiración y el ritmo cardíaco y, en casos extremos, provocar el coma y la muerte. Estos efectos son más probables si usas más de un medicamento de este tipo.

Los medicamentos a tener en cuenta incluyen aquellos para la depresión, la ansiedad, la esquizofrenia, el dolor (excepto el paracetamol), los trastornos del sueño (como el insomnio), las alergias y los resfriados y la gripe. Es mejor no beber alcohol con estos medicamentos o mantener su consumo de alcohol al mínimo.

Medicamentos + alcohol = más efectos

Mezclar alcohol con algunos medicamentos aumenta el efecto de esos medicamentos.

Un ejemplo es la pastilla para dormir zolpidem, que no debe tomarse con alcohol. Los efectos secundarios raros, pero graves, son un comportamiento extraño mientras se duerme, como comer dormido, conducir dormido o caminar dormido, que son más probables con el alcohol.

Medicamentos + cerveza artesanal o casera = presión arterial alta

Algunos tipos de medicamentos solo interactúan con algunos tipos de alcohol.

Los ejemplos incluyen algunos medicamentos para la depresión, como la fenelzina, la tranilcipromina y la moclobemida, el antibiótico linezolid, el medicamento contra el Parkinson selegilina y el medicamento contra el cáncer procarbazina.

Estos llamados inhibidores de la monoaminooxidasa solo interactúan con algunos tipos de cervezas artesanales, cervezas con sedimento visible, cervezas belgas, coreanas, europeas y africanas, y cervezas y vinos caseros.

Estos tipos de alcohol contienen altos niveles de tiramina, una sustancia natural que normalmente el cuerpo descompone y que normalmente no causa ningún daño.

Sin embargo, los inhibidores de la monoaminooxidasa evitan que su cuerpo descomponga la tiramina. Esto aumenta los niveles en su cuerpo y puede hacer que la presión arterial se eleve a niveles peligrosos.

Medicamentos + alcohol = efectos incluso después de dejar de beber

Otros medicamentos interactúan porque afectan la forma en que su cuerpo descompone el alcohol.

Si bebes alcohol mientras usa estos medicamentos, puede sentir náuseas, vómitos, enrojecimiento de la cara y el cuello, dificultad para respirar o mareos, el corazón puede latir más rápido de lo normal o la presión arterial puede bajar.

Esto puede ocurrir incluso después de suspender el tratamiento y luego beber alcohol. Por ejemplo, si está tomando metronidazol, debe evitar el alcohol tanto mientras usa el medicamento como durante al menos 24 horas después de dejar de tomarlo.

Un ejemplo de cómo el alcohol cambia la cantidad del medicamento o sustancias relacionadas en el cuerpo es la acitretina. Este medicamento se usa para tratar afecciones de la piel como la psoriasis grave y para prevenir el cáncer de piel en personas que han tenido un trasplante de órganos.

Cuando toma acitretina, se transforma en otra sustancia, etretinato, antes de que se elimine de su cuerpo. El alcohol aumenta la cantidad de etretinato en su cuerpo.

Esto es especialmente importante ya que el etretinato puede causar defectos de nacimiento. Para evitar esto, si es una mujer en edad fértil, debe evitar el alcohol mientras usa el medicamento y durante dos meses después de dejar de tomarlo.

Mitos sobre el alcohol y las medicinas

Alcohol y control de la natalidad

Uno de los mitos más comunes sobre los medicamentos y el alcohol es que no se puede beber mientras se usa la píldora anticonceptiva.

Por lo general, es seguro usar alcohol con la píldora, ya que no afecta directamente la eficacia del control de la natalidad.

Pero la píldora es más efectiva cuando se toma a la misma hora todos los días. Si está bebiendo mucho, es más probable que te olvides de hacerlo al día siguiente.

El alcohol también puede hacer que algunas personas sientan náuseas y vómitos. Si vomita dentro de las tres horas de haber tomado la píldora, no funcionará. Esto aumenta su riesgo de embarazo.

Las píldoras anticonceptivas también pueden afectar su respuesta al alcohol, ya que las hormonas que contienen pueden cambiar la forma en que su cuerpo elimina el alcohol. Esto significa que puede emborracharse más rápido y permanecer borracho por más tiempo de lo normal.

Alcohol y antibioticos

Luego está el mito de no mezclar alcohol con ningún antibiótico. Esto solo se aplica a metronidazol y linezolid.

De lo contrario, generalmente es seguro usar alcohol con antibióticos, ya que el alcohol no afecta su eficacia.

Pero si puede, es mejor evitar el alcohol mientras toma antibióticos. Los antibióticos y el alcohol tienen efectos secundarios similares, como malestar estomacal, mareos y somnolencia. Usar los dos juntos significa que es más probable que tenga estos efectos secundarios. El alcohol también puede reducir su energía y aumentar el tiempo que le toma recuperarse.

¿Dónde puedo acudir para recibir asesoramiento?

Si planea beber alcohol en estos días festivos y le preocupa cualquier interacción con sus medicamentos, no deje de tomarlos.

Su médico puede aconsejarle si es seguro para usted beber en función de los medicamentos que esté tomando y, en caso contrario, aconsejarle sobre alternativas.

Artículo publicado en The Conversation y cedido para su republicación en Psyciencia

  • Análisis

Cómo cambiar cualquier hábito

  • 28/12/2022
  • Fabián Maero

Hace un tiempo me encontré con un viejo libro usado, llamado Behaviorism in Everyday Life (Conductismo en la vida cotidiana), escrito por nada más y nada menos que Howard Rachlin. En el caso de que no sepan de quién hablo, Rachlin (1935-2021) ha sido una eminencia en el mundo conductual, un notable investigador y pensador en el área de las conductas de elección y uno de los fundadores del campo de la economía conductual y propulsor de los abordajes molares de la conducta (Baum, 1995, 2003; Shimp, 2013, 2014).

Dicho de manera simplificada, dado que la conducta es una corriente continua de actividad, podemos adoptar dos perspectivas diferentes para abordarla: ocuparnos de cada una de las respuestas que emite un organismo, como eventos discretos (con principio y fin), u ocuparnos de los patrones extendidos de actividad que despliega un organismo. Es lo que coloquialmente distinguimos como acciones y hábitos: las primeras son acotadas, los segundos son las acciones repetidas en el tiempo. Si adoptamos la primera posición hablaremos de abordajes moleculares, mientras que en el segundo hablaremos de abordajes molares de la conducta. En ambos casos nos ocupamos de la conducta, pero desde diferentes perspectivas, así como el zoom de una cámara fotográfica puede captar un detalle o dar una visión de conjunto. Ambas perspectivas son válidas, pero han dado lugar a diferentes tradiciones y metodologías de investigación. Por ejemplo, mientras que los abordajes moleculares suelen ser descriptivos, los molares suelen ser cuantitativos, y tienden a expresar sus principios en términos matemáticos (la ley de igualación es un buen ejemplo de esto). Los abordajes molares surgieron con posterioridad a los moleculares, y lo que critican de éstos, a grandes rasgos, es que el árbol les tapa el bosque –es decir, que considerar sólo las respuestas individuales puede cegarnos a los patrones globales de conducta y contexto. Algo así como mirar un cuadro puntillista muy de cerca nos impide ver la imagen que el conjunto forma.

Pero me estoy yendo de tema. El texto de hoy no será sobre abordajes molares (quedarán para otro momento si es que hay suficiente demanda popular), sino sobre el libro de Rachlin . Behaviorism in Everyday Life (1980) es un libro breve y en general me temo que bastante olvidable –es demasiado técnico para el público general, a pesar de su intención (el subtítulo es “Un marco simple para resolver problemas y entender a las personas”), pero a la vez es demasiado coloquial para ser un libro técnico que pueda interesar a quienes se dedican al análisis de la conducta.

Es decir, exactamente lo mismo que sucede con las cosas que yo escribo.

De todos modos, hay varias observaciones útiles en el libro, y una de ellas concierne al cambio de hábitos, área en la cual Rachlin hizo notables aportes durante su carrera profesional, como podemos comprobar leyendo su libro La ciencia del autocontrol (Rachlin, 2000), que detrás de su engañoso título de libro de autoayuda esconde un árido, minucioso, e interesantísimo recorrido por los principios conductuales que gobiernan los patrones de elecciones a largo plazo, y que se vincula con la economía conductual.

Sí, lo sé, hoy estoy con niveles de nerdismo fuera de escala. Vuelvo al tema en cuestión.

En Behaviorism in Everyday Life Rachlin ofrece una secuencia esquemática para cambiar hábitos. Se trata de principios generales para todo uso, por lo cual será necesario adaptarlos a las características particulares del hábito a modificar (digamos, no es lo mismo aumentar la ingesta de agua que dejar de consumir cocaína). No son indicaciones a seguir a rajatabla, sino principios que en más de una ocasión me han servido para guiar algunos aspectos de mi trabajo clínico y de mi actividad cotidiana.

Lo que querría ofrecerles a continuación es un comentario sobre cada uno de los principios que Rachlin sugiere para el cambio de hábitos. Así que, sin más prolegómenos, avancemos artículo adelante.

El control es una habilidad

Cambiar un hábito, en resumidas cuentas, consiste en ejercer control sobre nuestras acciones en pos de alguna consecuencia deseable a largo plazo. Nada novedoso, lo sé. Pero si consideramos ese ejercer control sobre nuestras acciones como una actividad, una conducta compleja, podemos considerar la posibilidad de aprenderlo y de volvernos mejores en ello. Es decir: el control es una habilidad (p.112), que podemos aprender y mejorar.

Por este motivo, la primera sugerencia de Rachlin es notablemente iluminadora: para cambiar un hábito difícil, es una buena idea comenzar por uno más fácil. La idea parece obvia una vez enunciada, pero creo que nunca en mi vida he escuchado que alguien, para poder, digamos, dejar de fumar, primero se haya ocupado de reducir el uso de redes sociales.

Y sin embargo, una vez enunciada, esta sugerencia resulta intuitivamente evidente: modificar un hábito muy arraigado probablemente entrañe funcionalmente los mismos procesos conductuales, el mismo tipo de acciones, sentimientos o pensamientos que un hábito menos establecido, por lo cual practicar con el más sencillo nos puede dejar en mejor situación de anticiparlos y lidiar con ellos al afrontar el más difícil.

La evidencia disponible parece apoyar esta sugerencia. Por ejemplo, personas que dejaron de consumir alcohol tuvieron mayor proporción de éxito cuando luego intentaron dejar de fumar (Zimmerman et al., 1990). Podríamos objetar que el consumo de alcohol y tabaco suelen estar asociados, por lo cual es de esperar que reducir un consumo eventualmente reduzca el segundo, pero Muraven y colaboradores (1999) llevaron a cabo una investigación en la cual compararon autocontrol con tareas dispares (controlar la postura, regular estado de ánimo, y controlar la alimentación), con similares resultados. La discusión de la investigación lo dice muy claramente: “El principal hallazgo de esta investigación fue que la ejercitación repetida del autocontrol llevó a una mejora a lo largo del tiempo en la capacidad de autocontrol en tareas que aparentemente no guardaban relación con los ejercicios” (p. 453). Este hallazgo ha sido repetido en otras investigaciones (Muraven, 2010; Oaten & Cheng, 2006).

De manera que comenzar por un hábito menos desafiante que el que se desea cambiar, y que también requiera ejercer algún grado de autocontrol, puede ser una excelente vía para abordar hábitos muy enraizados.

Registro

El siguiente punto les va a resultar muy conocido. Se trata de registrar el patrón conductual de manera tal de hacerlo más claramente observable. La idea aquí es que puede ser difícil percatarse de las características de los patrones de actividad. Por ejemplo, ¿cuántas veces se lavaron las manos hoy? Es posible que puedan reconstruirlo con algo de esfuerzo, pero si les preguntara por los lavados de ayer y antes de ayer estoy seguro que nadie los recordaría con precisión.

La naturaleza extendida de los patrones de actividad hace que a veces sea difícil juzgar cuándo y cuánto suceden, por lo cual los registros de actividad siempre han sido buenos aliados del cambio de conductas. Los registros hacen que el patrón sea más saliente y susceptible de control.

En términos concretos, el registro involucra que la persona registre cada ocurrencia de la respuesta blanco y sus características (duración, intensidad) si fuese necesario. Cualquier medio técnico puede ser útil (hay numerosas aplicaciones de registro de hábitos, pero aun no he encontrado nada que a fin de cuentas supere al lápiz y papel). No vale aquí que el registro lo realice otra persona o algún mecanismo automatizado (¡aunque pueda ser de ayuda guiarse por uno!), ya que el registro no cumple una sino dos funciones: por un lado, por supuesto, sirve para recabar información relevante sobre la actividad; pero por otro lado uno de los efectos principales que tiene un autorregistro es el de reactividad: esto es, las conductas que se registran tienden espontáneamente a cambiar en la dirección deseada sin necesidad de otra intervención (Bauteile & Kirschenbaum, 1998; Gass et al., 2021; Hayes & Nelson, 1983; Kopp, 1988; Nelson & Hayes, 1981), lo cual es algo que nos viene de maravillas para cambiar un hábito.

En otro lugar hemos escrito más extensamente sobre registro y reactividad (en este artículo), por lo cual no me extenderé más sobre este punto aquí. Basta decir que el primer componente que Rachlin propone para desarrollar la habilidad de controlar la propia conducta es poder observar la ocurrencia y desarrollo del patrón conductual, tarea para la cual el registro resulta extraordinariamente útil.

Romper la cadena

La siguiente sugerencia de Rachlin quizá les suene un poco más extraña. Se trata de practicar la interrupción de la cadena de conductas que integran el hábito. Esto es, cada respuesta de las que integran el hábito está a su integrada por otras respuestas que se suceden. Para tomar un whisky, por ejemplo, es necesario abrir la botella, buscar un vaso, buscar un hielo, servirlo, etc. Hay una cierta inercia en las respuestas del hábito, por lo que una vez que la secuencia empezó es probable que se complete.

Escriben Ferster y colaboradores (1996): “romper la cadena causa que la acción se convierta en una serie de acciones separadas que resultan más fáciles de interrumpir que una acción continua” (p.403). Es decir, vendría a ser una suerte de inversión de los procedimientos de encadenamiento de conductas.

Lo que Rachlin sugiere, en términos prácticos, es que ensayemos interrumpir la secuencia de acciones que integran el hábito que queremos modificar. Esto involucra en primer lugar identificar la cadena de acciones que lo integran, y ensayar interrupciones de esa cadena en diferentes puntos.

Supongamos que el hábito que queremos reducir es el consumo de televisión, como hábito de práctica. Romper la cadena podría involucrar apagar el televisor inmediatamente luego de encenderlo, apagarlo en medio de un programa, o incluso sentarnos frente al televisor y levantarnos a continuación. Como notarán, todo esto requiere una buena dosis de creatividad y conocimiento de las particularidades del hábito y la situación de la persona.

Todo esto puede parecer un tanto absurdo, pero esta intervención nos permite practicar varios aspectos de la habilidad del autocontrol: mejorar la conciencia de las cadenas de conducta, establecer nuevas cadenas conductuales, y aprender a lidiar con los sentimientos de frustración que probablemente surjan.

Control por estímulos

La siguiente indicación de Rachlin involucra cambios en el ambiente en el cual el hábito se lleva a cabo.

Nuestros hábitos tienden a suceder bajo circunstancias estables: lugares, momentos del día, personas, es decir, son dependientes del contexto. Por este motivo, modificar los aspectos clave del contexto de los cuales depende el hábito puede disminuir su probabilidad.

Esta sugerencia cuenta con evidencia favorable. En una investigación llevada a cabo hace algunos años, Wood y colaboradores (2005) investigaron la retención de hábitos en cambios de contexto en estudiantes que fueron transferidos a otra universidad y encontraron dos hallazgos notables: en primer lugar, que el cambio de circunstancias llevó a la reducción de los hábitos relevantes; pero en segundo lugar, el cambio de circunstancias ayudó a poner a la conducta bajo control intencional (dejemos para otro momento las consideraciones técnicas sobre intencionalidad): “pareciera que los cambios en el contexto estuvieron asociados a cambios en las intenciones” (p. 929). Es decir, cambiar de circunstancias ayudó a modificar los hábitos pero también llevó a las personas a proponerse nuevos hábitos a desarrollar.

La lección sería: a medida que el control habitual se reduce, aumenta el control intencional de la conducta –por supuesto, con los hábitos deseables queremos lograr justamente lo inverso: reducir progresivamente el control intencional hasta que se vuelvan habituales, es decir, controlados por el contexto.

En términos prácticos, esto implica identificar los aspectos clave del ambiente que están asociados al hábito y ensayar modificaciones en ellos. Por ejemplo, ensayar llevarlo a cabo sólo en lugares no habituales (las prohibiciones respecto a fumar en interiores es un buen ejemplo de esto), o en momentos atípicos.

Actividades alternativas

El siguiente factor propuesto por Rachlin consiste en facilitar el acceso a actividades alternativas a la que se desea reducir. Esto puede involucrar explorar actividades alternativas, resolver obstáculos, o hacer que estén más presentes. Por ejemplo, si quisiéramos pasar menos tiempo en las redes sociales y más tiempo leyendo, una acción posible sería adquirir libros de nuestro interés y dejarlos a mano.

Nuevamente, esto puede parecer demasiado simple, pero la presencia y accesibilidad de alternativas puede contribuir a inclinar la balanza en la dirección deseada. Tener frutas en la heladera probablemente no nos cambie la vida, pero que estén inmediatamente disponible puede ayudar a que no pidamos medio kilo de helado luego de cenar –no subestimen nunca el poder de la pereza.

Si me permiten el ejemplo personal, hace varios años ya dejé de fumar, y en su momento tomar mate fue una buena actividad alternativa frente a los cravings. Debo haber consumido un par de toneladas de yerba, pero disponer de una alternativa facilitó enormemente la transición.

Establecer metas

Un componente muy conocido para todo cambio de hábito es especificar una meta a alcanzar. Por supuesto, la idea central de establecer hábitos es que no estén controlados por metas sino por el contexto –nos cepillamos los dientes “por hábito”, no porque cada día evoquemos la meta de tener una dentadura lo más habitada posible– pero en un primer momento las metas pueden ayudar a dirigir y establecer el hábito (Wood & Neal, 2007).

Las metas pueden incrementar el desempeño (Asmus et al., 2015; Locke, 1996), pero es necesario tener en cuenta algunos principios.

El diseño de metas SMART (por las siglas en inglés), puede ser un buen inicio. SMART significa que las metas deben ser específicas, mensurables, alcanzables, relevantes, y con límites de tiempo. Las metas SMART establecen que en primer lugar, las metas deben ser específicas. Una meta ambigua (digamos, “ser mejor”) es difícil de seguir porque no especifica las conductas a realizar. En segundo lugar, que es preferible usar metas con indicadores cuantificables: “tomar menos” es menos útil que “tomar un máximo de un vaso de vino cada día”. En tercer lugar, que las metas deben ser alcanzables. Puede ser tentador establecer metas extremadamente desafiantes, pero si no son realistas para esa persona en ese momento terminarán siendo inútiles –de poco sirve fijarse una meta como “escalar el Aconcagua”, si uno no puede ni saltar un tapial para ir a buscar una pelota. En cuarto lugar, que las metas deban ser relevantes quiere decir que tienen que estar conectadas a otros objetivos o valores personales –una meta fijada solo por obligación o presión social tiene pocas chances de prosperar. Finalmente, es conveniente establecer marcos temporales para las metas –establecer la fecha y hora en la cual se realizarán, es decir, agendarlas.

Las metas SMART pueden ser una buena guía para dirigir actividades que se realizan una única vez, pero cuando se trata de establecer hábitos (actividades repetidas) es necesario tener en cuenta que el objetivo es que el control de la conducta se transfiera desde la meta verbal al ambiente. La sustentabilidad de las acciones es clave aquí: es preferible apuntar a logros modestos y que puedan sostenerse en el tiempo antes que a cambios dramáticos pero difíciles de sostener. Por lo tanto, sólo se debe aumentar la dificultad una vez que el cambio ha sido dominado a niveles modestos.

Señales y feedback

A lo largo de todo el proceso de cambio de hábitos hay dos aspectos a observar: las conductas del hábito en cuestión, y las consecuencias de esas conductas. El problema es que tanto el patrón como sus consecuencias son difíciles de notar porque son abstracciones: no podemos “ver” un patrón conductual (así como no podemos “ver” a la sociedad, sino solo personas), por lo cual es difícil ligarlo con sus consecuencias deseadas o indeseadas.

Correspondientemente hay dos términos que apuntan a cada uno de esos aspectos: feedback, en la terminología rachliana, se refiere a los procedimientos que hacen más vívidas y visibles las conductas, mientras que señales son los procedimientos y recursos que hacen más patentes las consecuencias de esas conductas. Ocuparnos tanto del feedback como de las señales puede ayudar con el proceso de cambio de hábitos.

Los recursos de feedback y señalar tienen como finalidad visibilizar: el feedback consiste en destacar el patrón, hacerlo más visible, mientras que señalar consiste en destacar las consecuencias de ese patrón. Ambos son formas de extender nuestra mirada.

El feedback puede cubrirse efectivamente con el registro de conducta, pero las señales son un poco más difíciles de implementar. Lo que habitual y erróneamente se denomina autorreforzamiento constituye en realidad una forma bastante eficaz de señalar las consecuencias distantes de una conducta: cuando nos premiamos con una hora de juego por haber estudiado para un examen, el juego no está reforzando la conducta de estudiar –si así fuera podríamos remover la consecuencia de aprobar el examen y el estudio se sostendría. La conducta de estudiar está reforzada por la consecuencia de aprobar el examen, es esa la consecuencia cuya remoción extinguiría efectivamente la conducta. En ese caso el juego (o cualquier otra recompensa arbitraria), sirve para señalar la consecuencia, como si de esa manera nos transmitiéramos el mensaje “estoy más cerca de aprobar”. En otro artículo nos hemos ocupado del tema del autorreforzamiento más extensamente, si les interesa el tema pueden visitarlo siguiendo este link.

En términos prácticos, este principio involucra implementar recursos para señalar, es decir, que hagan que las consecuencias deseadas sean más cercanas, concretas, y apreciables. En ciertos casos el automonitoreo puede ser suficiente para señalar consecuencias, pero puede ser útil complementarlo con algún otro tipo de procedimiento: por ejemplo, llevar una cuenta del dinero ahorrado por no comprar cigarrillos, señalar “aniversarios” de abstinencia (por ejemplo, un mes sin consumir drogas), llevar un registro acumulativo de la actividad realizada (kilómetros acumulados, etc.). Dispositivos electrónicos de monitoreo de actividad pueden ser útiles a este fin, pero siempre prefiero señales que sean llevadas a cabo por la persona en lugar de generadas automáticamente.

Reducción de feedback

El siguiente paso que Rachlin sugiere es que una vez que los pasos anteriores se hayan llevado a cabo durante un tiempo suficiente se retiren parcialmente los medios artificiales de feedback. En otras palabras, reemplazar el registro minucioso de la conducta por una intuición global. Por ejemplo, en lugar de registrar cada vaso de agua consumido, consignar un estimado de la cantidad de agua ingerida durante el día.

Esto puede ayudar a remover el excesivo control verbal de la conducta que puede establecerse si se depende exclusivamente de los registros. Este paso debe darse con cuidado, dado que el registro es un elemento de control puede ser bastante ansiógeno retirarlo.

Diseñar recaídas

Cito a Rachlin: “Cuando se aprende a navegar en veleros pequeños es una práctica común que el instructor en algún momento vuelque el bote. Esto tiene dos propósitos. En primer lugar, el estudiante practica enderezar un velero caído, y en segundo lugar, el estudiante le pierde el miedo a navegar un bote aferrado al viento. Los veleros a veces tienen que inclinarse notablemente para alcanzar su máxima velocidad y un marinero que nunca ha volcado probablemente deje de inclinarlo antes de que sea necesario”.

La idea es entonces que una vez que el hábito está medianamente establecido se genere una recaída controlada. Por supuesto, esto no siempre es posible o aconsejable, especialmente si se trata de hábitos muy perjudiciales. Ahora bien, las recaídas son parte del proceso –ningún hábito se establece de una vez y para siempre– por lo cual diseñar una recaída bajo condiciones controladas puede ayudar a practicar las herramientas para volver al patrón conductual deseado e incorporarlas como parte del proceso, en lugar de considerarlas un fracaso. La recaída también puede servir para aprender a discriminar mejor los patrones conductuales antiguos de los nuevos, y los efectos de cada uno.

Me ha resultado muy difícil encontrar evidencia sobre este punto –la mayoría de las personas está más interesada en investigar cómo prevenir recaídas más que en inducirlas– pero sí he podido encontrar evidencia de que preparar a las personas para las recaídas es una herramienta efectiva para mantener adherencia a hábitos de ejercicio (King & Frederiksen, 1984).

En cualquier caso, aún si no diseñan una recaída, es buena idea tenerla en cuenta (en las secciones siguientes veremos algunos puntos pertinentes).

Retomar el feedback

Luego de discontinuar el feedback y diseñar una recaída toca retomar el proceso: volver al registro de conductas y al patrón de actividades deseados, empleando los recursos conductuales adquiridos hasta el momento y realizando los ajustes que fuesen necesarios.

Estableciendo un programa a largo plazo

Una vez consolidado el hábito es necesario establecer un plan de mantenimiento a largo plazo. Esto puede incluir registros periódicos y planes de contingencia. Por ejemplo, una persona que se ha propuesto reducir su consumo de azúcares puede durante un mes cada año llevar un registro de su ingesta, y acordar que si pasa determinado límite será momento de volver a implementar el procedimiento anteriormente descripto.

Es necesario incorporar a las recaídas como parte del plan a largo plazo. Como mencioné antes, son una parte más del proceso, no un fracaso del mismo. Con frecuencia lo crucial del mantenimiento de un hábito es aprender a volver a él lo antes posible cada vez que sucede una recaída.

En activación conductual, por ejemplo, se suele establecer un plan de prevención de recaídas, que involucra identificar potenciales disparadores y conductas a monitorear (por ejemplo, tiempo en redes sociales o consumo de marihuana), y se establece un plan de respuesta para volver al patrón conductual.

Compromiso

El uso de este término aquí no es idéntico al que tiene en Terapia de Aceptación y Compromiso. Rachlin lo utiliza en el sentido de una decisión presente que afecta a alguna posibilidad futura, como por ejemplo, el divertido truco de congelar la tarjeta de crédito en un bloque de hielo, de manera que sea necesario esperar un buen tiempo antes de usarla y así prevenir compras compulsivas, o darle nuestro teléfono celular a un amigo durante una salida para prevenir las consabidas, ebrias, y lamentables llamadas a las cuatro de la mañana (no disimulen, saben perfectamente de qué hablo).

El compromiso, en este sentido, debe usarse con cautela. Es una herramienta muy efectiva a corto plazo, pero menos deseable a largo plazo. Eventualmente tenemos que aprender a manejar nuestra tarjeta de crédito, o a usar responsablemente nuestro teléfono sin meternos en un berenjenal.

Conclusión

Probablemente una buena parte de los principios que hemos descripto aquí les hayan resultado parcialmente familiares –se trata, después de todo, de principios de modificación de la conducta.

Pero el abordaje de Rachlin, más centrado en patrones extendidos de conducta, les brinda un aspecto particular que suele estar ausente en la mayoría de los programas de modificación de conducta de perspectiva molecular. Siempre me ha parecido que los abordajes molares son los que más naturalmente se prestan al trabajo clínico –después de todo, en clínica trabajamos mayormente identificando y modificando patrones extendidos de conducta más que respuestas individuales.

Espero que estas líneas les hayan sido de utilidad.

Artículo publicado en GrupoACT y cedido para su republicación en Psyciencia.

Referencias

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  • Shimp, C. P. (2014). How Molecular, Molar, and Unified Analyses Change the Meaning ofBehavioral Variability. International Journal of Comparative Psychology, 27(2), 224–247. https://doi.org/10.46867/ijcp.2014.27.02.08
  • Wood, W., & Neal, D. T. (2007). A New Look at Habits and the Habit-Goal Interface. Psychological Review, 114(4), 843–863. https://doi.org/10.1037/0033-295X.114.4.843
  • Wood, W., Tam, L., & Witt, M. G. (2005). Changing circumstances, disrupting habits. Journal of Personality and Social Psychology, 88(6), 918–933. https://doi.org/10.1037/0022-3514.88.6.918
  • Zimmerman, R. S., Warheit, G. J., Ulbrich, P. M., & Auth, J. B. (1990). The relationship between alcohol use and attempts and success at smoking cessation. Addictive Behaviors, 15(3), 197–207. https://doi.org/10.1016/0306-4603(90)90063-4
  • Análisis

¿Cómo se construye un apego seguro en la infancia?

  • 19/12/2022
  • Laura Ruiz

El vínculo emocional y psicológico que se genera con los padres o cuidadores durante la infancia es lo que llamamos apego. Se trata de un aspecto fundamental para el desarrollo mental y emocional del niño, que en gran medida va a determinar su forma de interrelacionarse con los demás, incluso su propia percepción de sí mismo y su autoestima.

Este vínculo crece a través de las relaciones mutuas entre la madre (o padre) y el bebé, configurando el vínculo más sólido del ser humano. Pero es un vínculo  que debe construirse desde el amor, la empatía y la apertura, para que pueda considerarse un apego seguro. ¿Cómo se construye?

La teoría del apego de John Bowlby

Antes de adentrarnos en la construcción de este vínculo, conceptualicemos brevemente este fenómeno. López y Ramírez definen y explican en su artículo (2005) la teoría del apego del psiquiatra Bowlby. La teoría fue formulada durante la década de los sesenta, a partir de las observaciones del médico sobre el desarrollo de las relaciones tempranas en los niños. 

La teoría sitúa como un elemento específicamente humano el deseo de una relación emocional estrecha. Bowlby (1988) definió el apego como “el proceso por medio del cual los niños establecen y mantienen una relación especial con otro individuo al que se considera mejor capacitado para enfrentarse al mundo”. Así, el apego tiene en sus raíces una parte necesariamente emocional pero también una razón de supervivencia. Y este vínculo, según Kâchele (1993), también citado en el estudio, es el puente entre el desarrollo temprano y las relaciones posteriores de la vida. Además, el apego le aporta al niño una sentimiento de seguridad que le permite separarse de sus cuidadores y explorar el entorno que le rodea.

Por todas estas razones es muy importante construir un tipo de apego seguro en nuestros hijos, algo que les servirá para toda la vida, ya que es la base en la que construirán sus futuras relaciones como adultos. Y para esto hay algunas cosas que podemos hacer.

Cómo construir un apego seguro en nuestros hijos

Hay diferentes formas de construir un apego seguro en nuestros hijos. La mejor manera de hacerlo es identificando y respondiendo a sus necesidades físicas y emocionales, desde el amor y la aceptación incondicional, pero también incorporando límites y rutinas a su vida. Algunas formas de construir este apego son:

Contacto afectivo

Las muestras de afecto deben estar siempre presentes, y esto implica palabras de afirmación hacia nuestros pequeños, verbalizaciones positivas que les recuerden que los amamos y que estamos allí para ellos. El contacto afectivo implica también la capacidad de empatizar con las necesidades del niño y ofrecerles un ambiente estable, seguro, feliz y tranquilo.

Contacto físico 

Además, para los niños es fundamental contar con contacto físico para sentirse seguros. Esto implica cargar al bebé cuando llora, besos, abrazos, caricias y cercanía física. Es importante que los niños sepan que mamá, papá, o su cuidador principal, está allí siempre para él haciéndole sentirse seguro, protegido y amado.

El juego: compartir tiempo de calidad

No hay recurso más valioso para el aprendizaje de nuestros niños que el juego, pues a través de él podemos generar vínculos afectivos importantes a la par de favorecer y potenciar habilidades motoras, cognitivas y sociales. 

No se trata solo de un momento divertido; el juego es fundamental para su desarrollo integral. Así, jugar con los hijos desde la apertura, compartiendo tiempo de calidad con ellos, es un elemento crucial para construir ese apego seguro.

El desarrollo del apego: aspectos a tener en cuenta 

Tengamos en cuenta que el apego también evoluciona con la edad. Desde los 0 a 3 meses de edad los niños no muestran preferencia por ciertas personas, pero sí requieren que sus necesidades físicas y de afecto sean atendidas. No es sino hasta los 3-6 meses que comienzan a mostrar preferencia por estar con las personas que los cuidan, rechazando a otros. 

De los 6 meses al año, las preferencias son muy claras y se genera la ansiedad por separación, y allí, una vez que ha sido establecido el vínculo de apego, el niño comenzará a descubrir y experimentar su mundo mientras gana independencia de sus cuidadores. 

Apego seguro: la base para otros vínculos

Entonces vemos lo importante que es durante esta etapa generar un vínculo de apego positivo que les permita a nuestros niños poder crecer seguros de sí mismos y de los vínculos afectivos que tienen. 

Esto implica una labor constante de vida, pues no existe una fórmula mágica y rápida para generar un tipo de apego seguro en nuestros niños; es, de hecho, una relación de años que será muy importante durante toda su vida, porque les permitirá construir apegos sanos con otras personas cuando sean mayores. 

Para que esta relación se forme, debe haber una construcción mental junto a la unión afectiva que le permita al niño establecer esa relación con mamá, papá o sus cuidadores, quienes deben proveer conductas coherentes y continuas que mantengan el contacto privilegiado. Recuerda que:

«No sólo los niños pequeños, sino también los seres humanos de todas las edades, se muestran más felices y pueden desplegar su talento de manera más provechosa cuando confían en contar con el respaldo de una o más personas que siempre acudirán en su ayuda al surgir dificultades». Bowlby

Referencias:

  • Bowlby, J. (1988). A secure base. Parent-Child Attachment and Healthy Human Development. Basic Books: A member of the Perseus Books Group.
  • Kâchele, H. (1993). Desarrollo, Apego y Vínculo: Nuevos conceptos psicoanalíticos. Psychiatr Pol, 35(4), 549-71.
  • López, C., & Ramirez, M. (2017). Apego. Revista Chilena De Medicina Familiar, 6(1), 20-24. Recuperado a partir de http://revistachilena
  • Análisis

La sabiduría no viene con los años

  • 13/12/2022
  • David Aparicio

Los años por si solos no traen experiencia, sino la reflexión y las lecciones que aprendemos. Adam Grant lo expresa muy bien en un tweet:

«La sabiduría no viene de la experiencia. Viene de la reflexión sobre la experiencia Entre los 25-75 años, la correlación entre edad y sabiduría es nula. Adquirir perspicacia y perspectiva no tiene que ver con el nº de años vividos. Se trata del nº de lecciones que has aprendido.» Adam Grant

  • Análisis

En qué consiste la evaluación en análisis conductual aplicado (ABA): Primera parte

  • 09/12/2022
  • Alejandra Alonso
Evaluación en ABA

El primer paso que se toma en análisis conductual aplicado es, precisamente, elegir los comportamientos objetivo. Aquellos que luego evaluaremos, mediremos y cambiaremos. El criterio principal para llevar a cabo dicha elección es que las conductas tengan un impacto en la calidad de vida de la persona, favoreciendo el acceso a nuevos reforzadores y contextos.

La evaluación conductual incluye procedimientos directos e indirectos y tiene el objetivo de identificar y definir conductas específicas a intervenir, pero también de:

  1. Descubrir variables ambientales que se relacionan al incremento o disminución de dichas conductas
  2. Dar una idea del contexto y los recursos con los que se cuenta
  3. Observar contingencias que compiten
  4. Encontrar factores de generalización y mantenimiento
  5. Examinar reforzadores y castigos

La información recolectada ayudará al analista de conducta a manipular las variables a beneficio de la persona y a que las intervenciones planeadas tengan una mayor probabilidad de éxito.

Antes de realizar la evaluación

Hay dos preguntas que un analista de conducta debe hacerse:

  1. ¿Tiene la autoridad, permiso, recursos y habilidades para intervenir? Por ejemplo, si esta en un colectivo (bus) y ve a un padre que trata de manejar a una niña que está mostrando conductas disruptivas, ¿debe el analista hacer un análisis y recomendarle una intervención al padre? La situación sería distinta si se da durante una sesión de entrenamiento en la que el padre ha requerido asistencia de antemano.
  2. ¿Qué registros o datos existen actualmente que den información sobre lo que se ha hecho en el pasado con respecto a la conducta objetivo? Datos históricos, médicos y educativos.

Métodos de evaluación en análisis conductual aplicado

Como se mencionó antes, en análisis conductual aplicado una evaluación puede incluir métodos directos e indirectos.

Métodos indirectos

Dentro de este grupo clasificamos a los métodos cuyos datos derivan de recolección, reconstrucción y/o escalas subjetivas como entrevistas y cuestionarios. Se puede aplicar a la persona con la que trabajaremos o a individuos que tengan contacto regular con ésta.

Los métodos indirectos se clasifican a su vez en:

  1.  Evaluaciones indirectas cerradas: Se suele utilizar una escala tipo Likert para puntuar una serie de preguntas, lo que resulta en un puntaje total que provee dirección sobre posibles variables controladoras del comportamiento. Sus mayores ventajas son que es fácil de administrar y no requiere mucha habilidad por parte del administrador.
  2. Evaluaciones indirectas abiertas: Se anima al informante a comentar con libertad. La narrativa del informante suele llevar a preguntas de seguimiento que provean más contexto sobre las posibles variables que controlan el comportamiento. Sus principales ventajas son que se puede obtener información sobre una amplia gama de variables contextuales y la oportunidad de establecer un vínculo con el informante.

La información que provee el cliente al analista conductual

La entrevista conductual suele ser el primer paso para identificar conductas objetivo, que luego se confirmarán o no al realizar la observación directa o en análisis empírico. La entrevista se caracteriza por utilizar preguntas “qué” y “cuándo”, se enfoca en las condiciones ambientales que suceden antes, durante y después del episodio conductual. Como resultado se obtienen hipótesis que guiarán la manipulación experimental para descubrir relaciones funcionales.

Dos preguntas que podemos poner como ejemplo de las entrevistas conductuales son:

  1. En tus propias palabras, ¿podrías definir las conductas problemáticas que te llevaron a consultar?
  2. ¿Qué pasa usualmente luego de que “x” conducta ocurre?

La información que proveen las personas significativas

En análisis conductual aplicado, no siempre es posible entrevistar al cliente directamente o se necesita información proveniente de personas que son importantes en la vida de este. 

Un problema frecuente en este caso es el uso de palabras vagas, etiquetas o términos que no especifican la conducta a cambiar, además de suponer que los factores causales son intrínsecos al cliente (por ejemplo, “es un perezoso”). Para subsanar este problema, se realizan preguntas estructuradas que ayuden a describir el problema en términos de conductas específicas, condiciones ambientales y eventos asociados con esas conductas.

Ejemplo de preguntas que se podrían realizar para aclarar a qué se refieren con desobediencia o inmadurez son:

  1. ¿Qué hace la niña que le lleva a decir que su conducta es inmadura o desobediente?
  2. ¿Durante qué parte del día la niña parece ser más inmadura o desobediente?
  3. ¿Cómo responde usted o sus familiares cuando la niña exhibe esos comportamientos?

Listas de chequeo y escalas

Se pueden utilizar solas o en combinación con la entrevista. Las listas de chequeo consisten en descripciones de conductas específicas y las condiciones bajo las que ocurre cada una. Se pueden crear listas de chequeo específicas para conductas o habilidades particulares.

Una escala, que cuenta con sistema Likert de puntuación, intenta obtener más precisión a la hora de describir y cuantificar la conducta objetivo. Por ejemplo, el Functional Assessment Checklist for Teachers and Staff que se utiliza en el ámbito escolar. El problema con el uso de escalas ordinales es que hay interpretación de datos, detalle que se debe tener muy presente.

Métodos directos

Se denominan así porque proveen información medible y validada de la conducta del cliente. Algunos tipos de evaluaciones directas son:

  1. Tests estandarizados: Cada vez que se administra, se realizan las mismas preguntas y tareas utilizando procedimientos especificados y los criterios de puntuación siempre son los mismos. Algunos cuentan con puntajes normalizados. La mayoría de estos tests no pueden indicar conductas objetivo y por eso no suelen ser útiles en la evaluación conductual. Por último, es probable que para administrar ciertas clases de tests debas tener una profesión específica (por ejemplo, ser psicóloga).
  2. Evaluación basada en criterios: Se mide el desempeño de un niño o niña en hitos del desarrollo comúnmente aceptados. 
  3. Evaluación basada en currículo: Los datos se obtienen a través del desempeño diario o semanal de un estudiante en respuesta a lecciones planificadas. 
  4. Observación directa: Se realizan en el ambiente natural del cliente y son muy útiles para evaluar o determinar conductas objetivo. La calidad de dichas observaciones aumenta al incluir una amplia gama de personas, ambientes y conductas. El registro ABC es un ejemplo de esta categoría, donde se lleva cuenta de todas las conductas de interés que ocurren en determinado espacio de tiempo, junto con los antecedentes y las consecuencias que les acompañan. 

La evaluación ecológica

Dada la complejidad de la interrelación entre el ambiente y la conducta, en este tipo de evaluación se recoge mucha información sobre una persona: datos fisiológicos, físicos, ambientales, de interacción con otros, historia de reforzamiento, etc. Aunque se recogen muchos datos, el objetivo principal es identificar los principales problemas conductuales. Este tipo de evaluación suele ser costosa en términos de tiempo y podría suponer algunos problemas éticos y legales en relación a la confidencialidad.

¿Qué es la reactividad en análisis conductual aplicado?

Se refiere al efecto que tiene la misma evaluación en la conducta que se está evaluando. Según algunos estudios, la presencia de un observador puede influir en la conducta del sujeto (White, 1977, Mercatoris & Craighead, 1974). Otra forma de observación que afecta la conducta bajo observación es el automonitoreo. Sin embargo, se cree que los efectos de la reactividad son temporales. Para subsanar este problema, los analistas conductuales suelen elegir el método de observación menos intrusivo posible, tener en cuenta posibles efectos de reactividad y repetir la observación hasta que la reactividad baje.

Fuente: Cooper, J. O., Heron, T. E., & Heward, W. L. (2019). Applied Behavior Analysis (3rd Edition).

  • Análisis
  • Recursos para Profesionales de la Psicología

9 ideas populares incorrectas sobre la psicología

  • 07/12/2022
  • David Aparicio

Ben Ambridge comparte nueve ideas populares sobre psicología que se ha demostrado que son incorrectas y descubre algunas verdades sorprendentes sobre cómo funciona realmente nuestro cerebro.

Puedes activar los subtítulos en español.

  • Análisis

Terapia cognitiva conductual para el tratamiento del insomnio: qué es, características y evidencia

  • 30/11/2022
  • Laura Ruiz

El sueño hay que cuidarlo porque determina, en gran medida, nuestra calidad de vida. Sin embargo, muchas personas no duermen bien. Según un estudio de Isabel Torrens y colaboradores (2019), se estima que, a lo largo de un año, entre un 30 y un 40% de la población adulta presenta alguna queja relacionada con el sueño.

Uno de los trastornos del sueño más comunes es el insomnio, que es aquella dificultad para conciliar, mantener y/o lograr un sueño reparador y de calidad.

Se trata de un padecimiento al que hay que prestarle la debida atención, pues la privación de sueño se relaciona directamente con la aparición de problemas de salud tanto a nivel físico como a nivel mental.

¿Qué es la terapia cognitiva conductual?

La terapia cognitiva conductual es un modelo de abordaje psicoterapéutico que se basa en la modificación de pensamientos y conductas con la finalidad de modificar determinados comportamientos o patrones que producen malestar, siendo uno de los modelos más utilizados para el abordaje de diversos problemas. 

En relación al insomnio, la terapia cognitivo conductual se encarga de identificar y abordar  los pensamientos y conductas que de una u otra manera afectan la aparición o mantenimiento del sueño, permitiendo que el paciente los reemplace por otros que resulten más favorables. 

Es la opción idónea para el tratamiento de los trastornos del sueño sin tener que recurrir al uso de medicamentos, pero para esto, el paciente debe estar altamente comprometido con su tratamiento, ser honesto en relación con todos sus síntomas, pensamientos y conductas, así como hacer el mejor esfuerzo por realizar los cambios pertinentes.

Características de la terapia cognitivo conductual para el insomnio

La terapia cognitivo conductual para el tratamiento del insomnio se basa en dos grandes aspectos:

  1. El abordaje cognitivo: se refiere a la identificación, reconocimiento y cambio de patrones de pensamientos o ideas que pueden estar influenciando de forma negativa al momento de dormir.
  2. El abordaje conductual: se encarga de identificar y modificar patrones o conductas que pueden afectar la conciliación y/o la calidad del sueño.

A nivel cognitivo no solamente se abordan estos pensamientos con la finalidad de reconocerlos, sino que además se ofrece al paciente diversas estrategias que le pueden ser de gran ayuda para controlarlos e incluso en muchos casos, llegar a eliminarlos por completo. 

A nivel conductual se generan también nuevos y mejores hábitos de higiene del sueño que lo favorecen, a través de la consecución de algunos patrones modificados o la incorporación de nuevas conductas antes, durante y después de la hora de ir a dormir. 

Técnicas de la terapia cognitivo conductual

Como parte del abordaje de este tipo de trastornos del sueño se pueden probar diversas técnicas hasta lograr dar con la adecuada para el paciente. Entre ellas se encuentran:

Contar con un entorno adecuado para el sueño. Esto implica mejorar el espacio para dormir, eliminando distractores que eviten la conciliación fácil del sueño o posibles cosas que puedan llegar a interrumpirlo. Además de hacerlo un sitio agradable, fresco y sin luz. 

Restricción del sueño. Esto puede ser un poco incómodo al principio, pues implica pasar menos tiempo en la cama estando despierto, un problema frecuente en quienes sufren para conciliar el sueño. La idea es salir de la habitación si no te has podido dormir  en 20 minutos y esperar hasta tener sueño para volver. 

Hábitos de higiene del sueño. Incorporar algunos cambios que favorecen la aparición del sueño y la calidad del mismo, evitando factores que pueden llegar a afectarlo. 

Permanecer despierto. Se trata de una técnica bastante paradójica, y para ello solo se necesita permanecer despierto, cumpliendo con una especie de insomnio pasivo, es decir, no obligarte a ir a la cama a dormir, sino simplemente permanecer despierto hasta que te dé sueño, sin ir a la cama a determinada hora. 

Control del estímulo. En este caso se generan patrones conductuales para asociar la cama con dormir. Para esto no se hace uso de ella salvo al momento de dormir (y tener intimidad en pareja), evitando estar en ella cuando no tienes sueño ni para otros fines como ver tv, leer, etc. 

Ejercicios de relajación. También incluyen los ejercicios de respiración, meditación y/o visualización que pueden irse entrenando de manera paulatina para ayudar a conciliar el sueño con más facilidad.  

No existe una fórmula mágica para solucionar el insomnio y cada caso en particular requiere un abordaje personalizado, lo que puede significar el uso de una de estas técnicas o la combinación de varias. 

Evidencia científica

Diversos estudios han sido realizados para conocer la efectividad de la terapia cognitivo conductual en el tratamiento del insomnio, dando como resultado que la Asociación Americana para los Trastornos del Sueño la reconozca como uno de los métodos más eficaces basados en tratamientos no farmacológicos. 

A partir de los estudios realizados por Morin y colaboradores en 1994 y recogidos en el libro de Morin sobre el insomnio, se han realizado experimentos e investigaciones que han incluido este tipo de abordaje terapéutico para el tratamiento del insomnio con resultados muy favorables, lo que lo ha convertido en la alternativa ideal para su tratamiento. 

Por otro lado, una revisión de Morin et al. (1998-2004) puso de manifiesto que las terapias psicológicas y conductuales producen cambios confiables en varios parámetros del sueño de personas con insomnio primario o insomnio asociado con trastornos médicos y psiquiátricos. Según la revisión, nueve estudios documentaron los beneficios del tratamiento del insomnio en adultos mayores o para facilitar la interrupción de la medicación entre usuarios hipnóticos crónicos. 

Las mejoras del sueño logradas con el tratamiento se mantuvieron bien en el tiempo; sin embargo, con la excepción de la reducción de los síntomas/angustia psicológica, hubo pruebas limitadas de que la mejora del sueño condujo a cambios clínicamente significativos en otros índices de morbilidad (p. ej., fatiga diurna). 

Siguiendo con la revisión, cinco tratamientos cumplieron con los criterios para tratamientos psicológicos empíricamente respaldados para el insomnio: terapia de control de estímulos, relajación, intención paradójica, restricción del sueño y terapia cognitivo-conductual.

Eso sí, es importante que este tipo de abordajes sea realizado por personal especializado, bien sea un psicólogo, psicoterapeuta o psiquiatra con especialización en psicoterapia, que son los únicos calificados para hacerlo.

Referencias:

  • American Psychiatric Association –APA- (2014). DSM-5. Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Madrid: Panamericana.
  • Morin CM, Bootzin RR, Buysse DJ et al. Psychological and behavioral treatment of insomnia:update of the recent evidence (1998-2004). . Sleep. 2006; 29:1398-1414.
  • Morin CM. (1998). Insomnio: asistencia y tratamiento. Barcelona.
  • Pérez, M., Fernández, J.R, Fernández, C. y Amigo, I. (2010). Guía de tratamientos psicológicos eficaces I y II:. Madrid: Pirámide.
  • Torrens, I. et al. (2019: Prevalencia de insomnio y características de la población insomne de una zona básica de salud de Mallorca (España). Aten Primaria, 51(10): 617–625.
  • Análisis

La complejidad de la conducta

  • 25/11/2022
  • Alejandra Alonso

El ambiente, la conducta humana y las interrelaciones, variaciones y combinaciones infinitas que pueden darse hacen que el análisis aplicado de conductas relevantes sea una tarea muy desafiante. Hoy trataremos de resumir conceptos clave que nos ayudan a entender por qué las personas nos comportamos de la manera en que lo hacemos y, a la vez, por qué a veces toma tanto tiempo lograr un cambio efectivo en la conducta. 

Conducta respondiente

Existen comportamientos que los organismos emitimos sin necesidad de haberse dado un aprendizaje previo. Estos comportamientos cumplen diferentes funciones:

  1. Protegernos de estímulos dañinos: Por ejemplo, toser para mantener despejada la garganta y las vías respiratorias.
  2. Ayudar a regular el balance interno y la economía del organismo: Por ejemplo, sudar cuando hace calor.
  3. Promover la reproducción: Por ejemplo, la excitación sexual.

Dichas respuestas forman parte de un repertorio de reflejos con los que vienen equipados los miembros intactos de una especie desde el nacimiento. Son respuestas no condicionadas, es decir que no han sido aprendidas, y las llamamos conductas respondientes. Para que la respuesta no condicionada aparezca, solo es necesario un estímulo antecedente (Estímulo = dolor en la mano / Respuesta = retirar la mano). Si las partes corporales involucradas están intactas, la respuesta se dará todas las veces que el estímulo aparezca. Sin embargo, si el estímulo se presenta repetidamente en un período de tiempo corto, la magnitud de la respuesta disminuirá y, en algunos casos, la conducta puede no aparecer. A este proceso se le da el nombre de habituación.

Condicionamiento respondiente

Estímulos que son neutros pueden adquirir la capacidad de elicitar una conducta respondiente a través de un proceso de aprendizaje. Este fenómeno recibe el nombre de condicionamiento respondiente, condicionamiento clásico o condicionamiento pavloviano (por los experimentos de Ivan Pavlov). Si quieres profundizar sobre el tema, lee este artículo.

Extinción respondiente

Mientras hacía sus experimentos, Pavlov descubrió también que una vez que se establecía un estímulo condicionado, este podía debilitarse y hasta desaparecer si se presentaba repetidamente en ausencia del estímulo incondicionado.

Conducta operante

Aunque la conducta respondiente, de la que hablábamos en el apartado anterior, tiene una importancia clave en nuestra supervivencia, no puede ser la única forma en que un organismo interactúa con su ambiente. 

La habilidad de aprender en base a los efectos de nuestra conducta en el ambiente es lo que nos ayuda a adaptarnos y aprender a dar respuestas novedosas y cada vez más complejas en un mundo que siempre está cambiando.

Lo que caracteriza a este tipo de respuestas, que llamamos conducta operante, es que son determinadas mayormente por el historial de consecuencias. Esta es la primera diferencia con la conducta respondiente, de la cual habíamos dicho que es elicitada por los antecedentes.

La siguiente diferencia es que las conductas respondientes tienen funciones y una topografía predeterminada. Por otro lado, las conductas operantes pueden tomar muchas formas. Las operantes se definen funcionalmente, es decir, por el efecto que tienen sobre la conducta: 

  1. La misma operante puede contener respuestas de diferentes topografías, por ejemplo, si le pedimos a alguien que nos cuente un chiste.
  2. La misma conducta también puede abarcar diferentes operantes en diferentes condiciones. Por ejemplo, un niño puede llorar para obtener la atención de su padre o, en otra ocasión, puede llorar para evitar comer algo que no le gusta.

Aquellos comportamientos que producen resultados más favorables son seleccionados y se quedan en el repertorio de la persona, lo que hace que dicho repertorio sea más adaptativo.

Condicionamiento operante

El condicionamiento operante es el procesamiento y efectos selectivos de las consecuencias en la conducta. Dependiendo de las consecuencias que tenga una conducta, será más (reforzamiento) o menos (castigo) probable que la misma se repita en el futuro. Suelo ir al bebedero que está arriba a buscar agua porque siempre la obtengo (reforzamiento); ya no voy al bebedero que me queda más cerca porque en muchas ocasiones no he obtenido agua allí (castigo).

Las consecuencias solo afectan la conducta futura, es decir que la frecuencia de emisión de una conducta ante estímulos similares aumentará o disminuirá dependiendo de las consecuencias que le hayan seguido en el pasado.

Otro aspecto interesante del condicionamiento operante es que también son reforzadas respuestas ligeramente diferentes, pero que comparten algún elemento funcional con las respuestas anteriores (por ejemplo, decir “borrador”, “pásame el borrador”, “dame el borrador”, “préstame el borrador”, para conseguir que nos den un borrador). Esto es muy beneficioso ya que sería un problema para nuestra adaptación que solo se vieran reforzadas respuestas idénticas. A esto se llama clase de respuestas, ya que son topográficamente diferentes pero funcionalmente similares, y son éstas las que son reforzadas o debilitadas por el condicionamiento operante.

Adicionalmente, la inmediatez con que una conducta es reforzada tiene una gran influencia sobre el incremento de su frecuencia futura. Si el reforzamiento ocurre inmediatamente o unos pocos segundos después, es mucho más probable que la conducta se repita en el futuro. Un punto importante que debemos entender es que cualquier conducta que preceda al reforzamiento o al castigo, incrementará o disminuirá respectivamente. Es la relación temporal entre la conducta y la consecuencia lo que será funcional (no relaciones lógicas o topográficas). 

Un último aspecto que podemos resaltar es que el condicionamiento operante ocurre así te des cuenta o no de que se está dando. Una conexión de reforzamiento no necesita ser obvia para el individuo. Esta característica se denomina automaticidad del reforzamiento. Las personas no tenemos que entender o verbalizar la relación entre nuestra conducta y una consecuencia, o saber siquiera que una consecuencia ha tenido lugar, para que el reforzamiento se de.

Reforzamiento

Este es el principio más importante de la conducta y el elemento principal de la mayoría de los programas de cambio conductual diseñados por analistas de conducta. 

Como se explicaba anteriormente, cuando una conducta es seguida por cierta consecuencia y eso resulta en que comportamientos similares ocurran más seguido, está sucediendo un reforzamiento. Aunque a veces es suficiente con un reforzador para ver cambios significativos en la conducta, generalmente es necesario que muchas conductas sean seguidas por el reforzador para que se de un condicionamiento significativo.

La mayoría de los cambios estimulares que funcionan como reforzadores pueden describirse como:

  1. Un estímulo nuevo agregado al ambiente (+)
  2. Un estímulo que ya está presente y se retira del ambiente (-)

Además, existen dos formas de reforzamiento: 

  1. Reforzamiento positivo: una respuesta (o conducta) es seguida inmediatamente por la presentación de un estímulo que resulta en la ocurrencia de más respuestas similares en el futuro. Por ejemplo, un hombre se pone ropa rosada y recibe cumplidos, entonces comienza a usar ese color más seguido.
  2. Reforzamiento negativo: una conducta ocurre con más frecuencia porque al comportarnos así anteriormente, se retiró o eliminó algún estímulo aversivo. Por ejemplo, entro a la cocina y siento un olor desagradable, entonces saco la basura y el olor en la cocina desaparece. Esta forma de reforzamiento se caracteriza por contingencias de escape o evitación. 

El concepto de reforzamiento negativo ha confundido a muchos estudiantes y profesionales, mayormente porque se suele pensar que es lo mismo que castigo. Para entender mejor la diferencia, debemos recordar que el término “reforzamiento” siempre significa un incremento en la frecuencia de una conducta. Los modificadores “positivo” y “negativo” simplemente describen el tipo de cambio estimular, es decir si se presenta o se retira un estímulo.

Un último aspecto que destacaremos sobre el reforzamiento es que, una vez establecida una conducta a través de este, no es necesario reforzar cada vez que ocurre, si no que la respuesta se mantendrá por reforzamiento intermitente. Por otro lado, si el reforzamiento no ocurre para la clase de respuestas, la conducta irá disminuyendo hasta llegar a los niveles en los que se encontraba antes del reforzamiento, debido a un proceso basado en el principio de extinción. 

Castigo

La palabra ‘castigo’ tiene muchas connotaciones negativas, pero es importante recordar que el término tiene una definición específica en análisis de conducta aplicado, que no necesariamente coincide con el concepto que tenga la población general. 

Al igual que el reforzamiento, el castigo es definido funcionalmente. Esto quiere decir que cuando una respuesta es seguida inmediatamente por un cambio estimular y, en consecuencia, sucede menos en el futuro, decimos que la conducta fue castigada. 

Los castigos también pueden ser positivos o negativos, pero dichos modificadores solo indican que un cambio estimular que sirve como castigo ha sido presentado (castigo positivo) o retirado (castigo negativo). 

Muchos procedimientos conductuales incorporan las dos operaciones de castigo básicas. Por ejemplo, los procedimientos que incluyen el uso del tiempo fuera y coste de respuesta.

Así mismo, la mayoría de los cambios estimulares que funcionan como castigos (al igual que sucede con los reforzadores) pueden describirse como:

  1. Un estímulo nuevo agregado al ambiente  (+)
  2. Un estímulo que ya está presente y se retira del ambiente (-)

Sobre los reforzadores y castigos

Para que una conducta cambie, las consecuencias que le siguen deben ser relevantes, pero ¿cómo sabemos qué estímulo funcionará bien como reforzador y castigo?

Castigo y reforzamiento incondicionados

Algunos estímulos funcionan como reforzadores o castigos incluso aunque el organismo no presente una historia de aprendizaje vinculada a dicho estímulo. 

  1. Reforzador incondicionado: se define como un cambio estimular que puede aumentar la ocurrencia futura de un comportamiento sin haberse asociado anteriormente con ninguna otra forma de reforzamiento. Un ejemplo muy claro es la comida, que suele funcionar como reforzador incondicionado y tiene que ver con el mantenimiento biológico del organismo. Sin embargo, la efectividad de un reforzador incondicionado es momentánea debido a lo que llamamos operaciones motivadoras. Para entender mejor, pensemos que el efecto reforzador de la comida no será el mismo si estamos llenos (saciación) que si estamos hambrientos (privación).
  2. Castigo incondicionado: se refiere a un cambio estimular que puede disminuir la ocurrencia de cualquier comportamiento que le precede sin necesidad de que se haya dado una asociación con ninguna otra forma de castigo. Por ejemplo, estimulación dolorosa que puede causar daño en los tejidos. Igualmente, cualquier estímulo al que los receptores de un organismo son sensibles (temperatura o sonido, por ejemplo) puede alcanzar cierto nivel que lo haga funcionar como castigo aunque ese nivel no sea suficiente para causar daño en los tejidos.
Castigo y reforzamiento condicionados

Cuando un estímulo está presente u ocurre justo antes o simultáneamente con un reforzador (o castigo) puede adquirir la habilidad de reforzar (o castigar) la conducta si se presenta solo en el futuro. A estos se les llama reforzador condicionado y castigo condicionado, son cambios estimulares que funcionan como reforzadores o castigos por su asociación previa con otros reforzadores o castigos.

Como podemos notar, los reforzadores condicionados y castigos condicionados no se relacionan con ninguna estructura anatómica o necesidad biológica. Su efecto en nuestra conducta es el resultado de la interacción de cada persona con su ambiente. Y en ese sentido, debemos resaltar dos puntos:

  1. Lo que puede servir como reforzador para cada persona es idiosincrático, ya que no hay dos personas que tengan exactamente la misma experiencia.
  2. Aunque no haya dos personas que tengan las mismas experiencias, si pueden tener experiencias similares (por crecer en la misma cultura, por ejemplo) y ser afectadas por eventos parecidos. Consideremos los halagos sociales, que son ampliamente efectivos como reforzadores condicionados en muchas culturas.

Debemos recordar siempre que la única manera de saber si un evento será reforzador o castigo es la forma en que estos cambian la conducta (es decir, si la disminuyen, aumentan o si se queda igual). Que un evento haya modificado una conducta determinada, no significa que tendrá el mismo efecto en otras. 

Las famosas contingencias de tres términos

 Aparte de la relación funcional entre conducta y consecuencia, el condicionamiento operante también establece relaciones funcionales con ciertos antecedentes.

A través del reforzamiento no sólo se seleccionan conductas sino también ciertas condiciones ambientales que en el futuro harán más probable que determinadas clases de respuesta tomen lugar. Una conducta que ocurre más frecuentemente bajo ciertas condiciones antecedentes se denomina operante discriminativa. Y, dado que una operante discriminativa ocurre más seguido en presencia de determinado estímulo que en su ausencia, se dice que está bajo control de estímulo. Por ejemplo, mi perrita Penny se sube a la cama cuando mi esposo (estímulo discriminativo) está presente y no lo hace cuando solo estoy yo. 

Cualquier estímulo que esté presente cuando una operante es reforzada puede adquirir control, es decir que la frecuencia de cierta respuesta/conducta aumentará cuando ese estímulo esté presente.

La operante discriminativa tiene su origen en las contingencias de tres términos, el famoso ABC (A por antecedente B por behavior/conducta y C por consecuencia). El ABC se considera la unidad básica de análisis de la conducta operante. Existen también contingencias de cuatro términos, de las que hablaremos más adelante, que involucran a las operaciones motivacionales.

Agregándole complejidad

Los humanos tenemos la capacidad de aprender una gran variedad de comportamientos. En una respuesta en cadena, los efectos producidos por una respuesta influyen en la emisión de otras respuestas. Veo el celular, lo enciendo y comienzo a hacer scrolling en instagram, veo una receta, entro en la cuenta de instagram en cuestión para ver otras recetas, veo que tienen una para hacer chipas y me acuerdo que encontré fécula de mandioca el otro día en el supermercado, pero ya no hay queso, así que me voy a comprar queso para hacer chipas. 

La conducta verbal

El factor más significativo para la complejidad de la conducta humana posiblemente sea la conducta verbal, ya que es una variable controladora para conductas verbales y no verbales. Al seguir una regla verbal, logramos comportarnos efectivamente sin haber tenido experiencia directa con las contingencias. Las reglas se pueden aprender más rápido y son particularmente valiosas cuando las contingencias son complejas o poco claras. Por ejemplo, los pasos que aparecen en una máquina para comprar los boletos del tren en un país extranjero donde se habla otro idioma.

Las variables controladoras 

Si bien decir que la conducta es seleccionada por las consecuencias suena extremadamente simple, su simplicidad es engañosa. Existe, por ejemplo, un fenómeno llamado control conjunto, donde dos formas diferentes pero interrelacionadas de conducta verbal de una persona se combinan para obtener control de estímulo de una respuesta que no se daría si faltara alguno de esos estímulos. Por ejemplo, cuando le mostramos a una niña una línea numérica y le pedimos que apunte el número 7 (prompt), ella escanea la línea numérica y repite 7 (ecoica), la niña puede ver el 1, 2, 3, 4, 5, 6 y descartar esos números porque no coinciden, al llegar al número 7 (respuesta textual cuya topografía coincide con la ecoica), lo apunta.  La ocurrencia de ambas fuentes de control media la selección del número que se le ha pedido.

Las contingencias concurrentes también se pueden combinar para hacer que un comportamiento ocurra con mayor o menor frecuencia en determinada situación. Por ejemplo, ir a visitar a la abuela porque siempre me ofrece un rico café (reforzamiento positivo) y porque reduce la culpa de no haberla llamado toda la semana (reforzamiento negativo).

Las contingencias muchas veces también rivalizan por el control de conductas incompatibles: Sigo durmiendo para descansar o me levanto y hago ejercicio para sentirme bien y con energía.

También podríamos mencionar los efectos múltiple, como las covariaciones conductuales:

  1. Al bloquear una conducta problemática, ésta disminuye pero otras conductas problemáticas de la misma clase de respuesta aumentan. 
  2. La presentación de un estímulo aversivo puede:
    1. Suprimir futuras ocurrencias de la conducta que le sigue
    2. Elicitar conductas respondientes
    3. Evocar comportamientos de escape y evitación
  3. Las emociones suelen ser una mezcla de conductas operantes y respondientes.

Todas estas interrelaciones, concurrencias y complicaciones hacen que en análisis conductual no sea simple identificar y controlar variables relevantes. Es importante tener en cuenta que un cambio significativo de conducta puede tomar tiempo y mucho ensayo y error mientras un analista conductual intenta comprender las interrelaciones y complejidades de las variables controladoras.

Las diferencias individuales

Es cierto que muchas veces las personas respondemos diferente ante un mismo conjunto de contingencias. En análisis de conducta, se cree que las diferencias individuales son producto de la compleja historia de aprendizaje de cada persona. 

Al experimentar una variedad de contingencias de reforzamiento y castigo, algunos comportamientos se fortalecen mientras que otros se debilitan. El repertorio de comportamientos que trae cada persona ha sido seleccionado, moldeado y mantenido por una historia de reforzamiento particular. 

Por otro lado, al diseñar programas también deben considerarse factores tales como:

  1.  La sensibilidad a un estímulo, la cual puede variar debido a una discapacidad visual o pérdida auditiva, por ejemplo.
  2. Diferencias en los mecanismos de respuesta, debido a factores como parálisis cerebral. 

Muchos son los aspectos de la conducta que hacen de ella un fenómeno interesante y complicado. Vale la pena estudiarla porque a través de su comprensión podemos ayudar a las personas a mejorar su calidad de vida.


Fuente: Cooper, J. O., Heron, T. E., & Heward, W. L. (2019). Applied Behavior Analysis (3rd Edition).

  • Análisis

Neurotransmisores: qué son, tipos y descripción de los más conocidos

  • 03/11/2022
  • Laura Ruiz

El sistema nervioso está involucrado en todas las actividades que realizamos y en lo que sucede en nuestro interior. Parte fundamental de que tengamos consciencia de todo esto son los neurotransmisores, que son los encargados de transmitir la información a todo el cuerpo.

Gracias a sus funciones el cuerpo puede regular todos los procesos que suceden en él, tanto a nivel fisiológico, como cognitivamente e incluso a nivel emocional, siendo una parte muy importante para la regulación de las funciones y el bienestar integral.

¿Qué son los neurotransmisores?

Los neurotransmisores son sustancias químicas que se producen en el cuerpo; específicamente se trata de biomoléculas, cuya función es la transmisión de información. Este proceso se lleva a cabo mediante la unión intercelular, que se conoce como sinapsis.

La función que tienen los neurotransmisores es la de estimular o inhibir la actividad producida en la célula postsináptica, lo que se traduce en un aumento o disminución de sus funciones dependiendo de los receptores. Se trata pues, de sustancias fundamentales para nuestra existencia, que son incluso determinantes para la aparición de todos los procesos cognoscitivos.

Tipos de neurotransmisores

Según el Manual de Fisiología de la conducta de Carlson (2005), podemos clasificar los diferentes neurotransmisores existentes siguiendo diferentes criterios; si seguimos el criterio de la función que cumplen dentro de la sinapsis, encontramos dos tipos de neurotransmisores:

  • Inhibidores: como su nombre indica, inhiben la despolarización de la célula postsináptica, disminuyendo su función. 
  • Excitadores: este tipo de neurotransmisores cumple la función de despolarizar la célula postsináptica, estimulándola.

Pero hay más clasificaciones; así, también pueden clasificarse según la tipología o sustancia. En esta segunda clasificación encontramos:

  • Aminas: derivan de distintos aminoácidos, como por ejemplo el triptófano. Dentro de este grupo encontramos: la dopamina, la serotonina, la norepinefrina y la epinefrina,.
  • Aminoácidos: estos son directamente aminoácidos (no derivan de otra sustancia), como el glutamato, el GABA; la glicina y el aspartato.
  • Purinas: las purinas son sustancias que actúan como mensajeros químicos, como por ejemplo la adenosina o el ATP.
  • Gases: el óxido nítrico es el principal neurotransmisor de este grupo.
  • Péptidos: son sustancias que se encuentran por todo el encéfalo, e incluyen las endorfinas, endorfinas y taquicininas.
  • Ésteres: finalmente están los ésteres, entre los cuales encontramos la acetilcolina, por ejemplo.

Encontramos muchos neurotransmisores, pero algunos que destacan por su importancia, son, por ejemplo:

  1. Dopamina

También siguiendo a Carlson (2005) y el Manual de Psicobiología de Cede (Gómez, 2012)., la dopamina se trata de uno de los neurotransmisores más conocidos, y muchas personas la conocen como “el neurotransmisor de la felicidad”; esto se debe a su relación con el bienestar general, pues entre sus funciones está la sensación de placer, aunque también está involucrada en las conductas adictivas. 

Pero sus funciones no solo se limitan a la presencia o no de la sensación de estar felices y sentirse plenos, pues también juega un papel importantísimo en la coordinación de los movimientos al estar directamente relacionado con el sistema músculo-esquelético.

Además, la dopamina está estrechamente involucrada en los procesos de memoria, atención y aprendizaje, debido a que favorece la comunicación entre neuronas gracias a su efecto despolarizador.

  1. Adrenalina

Es uno de los neurotransmisores más importantes y determinantes para nuestra supervivencia, pues es el encargado de activar nuestro cuerpo ante situaciones de estrés, con la finalidad de ayudarlo a preservar su salud y seguridad. 

Entre sus funciones se encuentra el mantener el estado de alerta y el ser capaces de prestar atención a todos los detalles para prevenir cualquier peligro inminente. Además ayuda a que el cuerpo se prepare para huir o luchar, según sea el caso.

En este sentido, se encarga de inhibir las funciones que no son necesarias para mantenerse a salvo, como es el caso del proceso digestivo, mientras que estimula aspectos físicos que puede ser de gran ayuda para mantenerse a salvo como la aceleración del ritmo cardíaco y de respiración, dilatación de las pupilas, entre otras.

  1. Glutamato

El glutamato es uno de los neurotransmisores con más presencia en la sinapsis cerebral, pues se calcula que tiene una incidencia entre el 80 y 90%, cumpliendo una función clave en el proceso de memoria y la recuperación de la misma. Además, es el neurotransmisor estimulante por excelencia.

Su principal función es como mediador de toda la información que se recibe y que se dirige desde todos los ámbitos (internos y externos). Se encarga de estimular procesos mentales e interviene en el manejo de la información de índole motora, sensorial, cognitiva e incluso, emocional. 

Si bien se trata de uno de los neurotransmisores más importantes, cuando se encuentra en altas dosis resulta perjudicial para la salud, siendo incluso tóxico. El glutamato en grandes cantidades es el responsable de diversas patologías, entre las que se destacan los derrames cerebrales y la epilepsia.  

  1. Serotonina

La serotonina (5-HT) es uno de los neurotransmisores más importantes para el correcto funcionamiento del cuerpo entero e incluso de las funciones cognoscitivas, pues se trata de una sustancia clave para la sinapsis del cerebro, estando relacionada con distintas funciones, como es el caso del glutamato. Se sintetiza a partir del triptófano, un aminoácido que debemos obtener a través de la dieta.

Su principal función es la de ser el regulador de los demás neurotransmisores, estando estrechamente involucrado en la regulación del estrés y de la ansiedad, favoreciendo la recuperación del organismo. Controla el proceso digestivo y también el apetito y la temperatura del cuerpo. 

Además, la serotonina es la encargada de la regulación de los ciclos de sueño y del apetito. También se encarga de regular los estados de ánimo, e influye además en el incremento o disminución del deseo sexual.

A modo de síntesis

Como hemos visto, los neurotransmisores son sustancias químicas que crea nuestro cerebro y que se encargan de transmitir señales eléctricas, lo que se traduce en información. Esta información viaja desde una neurona hacia otra, a través de las sinapsis, que es la señal cerebral por excelencia.

Existen diferentes tipos de transmisores, y cada uno cumple una serie de funciones específicas. Sin los neurotransmisores, nuestro cerebro no funcionaría correctamente y no podríamos movernos, pensar, sentir, actuar, comprender… Por ello, son la pieza clave de nuestro sistema nervioso central.

Referencias:

  • Carlson, N.R. (2005). Fisiología de la conducta. Madrid: Pearson Educación.
  • Gómez, M. (2012). Psicobiología. Manual CEDE de Preparación PIR.12. CEDE: Madrid.
  • Análisis
  • Salud Mental y Tratamientos

Los problemas psicológicos no son enfermedades

  • 25/10/2022
  • CETECIC

Por: Lic. José Dahab, Lic. Carmela Rivadeneira y Lic. Ariel Minici

En el año 1984, las investigaciones efectuadas con la tercera versión del DSM (la Biblia de la Psiquiatría) estimaron que entre el 2 y el 4 % de la población padecía a lo largo de su vida un trastorno de ansiedad. En el año 2003, nuevos estudios (de igual rigurosidad pero realizados con criterios de la cuarta versión del mismo manual) concluyeron que aproximadamente un 29 % de la población sufría un trastorno de ansiedad en algún momento de su vida. ¿Qué sucedió en estos 23 años? ¿Será que los problemas de ansiedad se multiplicaron por 10? Quizás…

Asimismo, en el año 1973, el mismo manual había dejado de considerar a la homosexualidad una enfermedad. ¿Podríamos entonces afirmar que en ese momento entre el 5 y 10 % de la población, es decir, millones de personas simplemente se curaron de esta “enfermedad”? Hay algo en estos números que no está bien.

Estructuralismo y funcionalismo en el concepto de enfermedad

La demarcación de las enfermedades en el terreno médico/biológico resulta mucho más sencilla que en el psicológico. En efecto, podemos identificar con relativa facilidad la función biológica que un sistema determinado ha de ejecutar en el organismo; si tal función no se cumple, o se logra parcial o defectuosamente, el sistema está enfermo. Este concepto es aplicable a todos los sistemas, desde los más minúsculos (como las células o, incluso, los organelos como mitocondrias y ribosomas) hasta los grandes órganos formados por múltiples tejidos (como un riñón o un pulmón).

Así, por ejemplo, la función principal de los riñones consiste en el procesamiento de los líquidos y, con ello, la excreción de toxinas a través de la micción. Si uno o ambos riñones no logran cumplimentar esta misión, el organismo no libera los líquidos, lo cual acarrea múltiples consecuencias negativas, graves, incluso la muerte. De este modo, se vuelve bastante evidente saber si un riñón se encuentra enfermo, esto es, cuando no procesa los líquidos. El mismo razonamiento se aplica a casi cualquier órgano; vale decir, si no cumple su función, está enfermo. Con una sola gran, muy gran excepción; nuestro elefante en el living,  .

¿Cuál es la función del cerebro? Pensar, sentir, creer, recordar, interpretar al mundo, dar sentido, pero también defenderse de los microorganismos y jugar al fútbol. Cada una de las funciones de nuestro cerebro puede a su vez abrirse en un abanico de múltiples aristas. Recordar es traer a mi presente momentos de mi infancia, los tiernos y felices pero también los que me hacen sufrir. ¿Es el mismo proceso? Puedo pensar en el rostro de mi madre o en el concepto de salud mental, o en cómo serán los miles de millones de planetas que hay en el universo, los cuales nunca conoceré de modo directo; no obstante puedo imaginar que camino sobre alguno de ellos. Todas son funciones del cerebro.

Es una función de mi cerebro estar angustiado porque me han diagnosticado una enfermedad grave, así como también lo es la angustia por una enfermedad grave que no tengo pero creo que algún día podría desarrollar. Mi cerebro siente tristeza porque ha fallecido mi mascota al igual que porque creo que, luego de los 51 años que cumplí, la vida ya no tiene sentido. Las tareas que lleva a cabo el cerebro son tan variadas y virtualmente infinitas que nadie dispone al día de hoy de una lista exhaustiva de cuántas y dudosamente alguien la tenga al menos en el corto plazo. ¿Cómo saber entonces cuándo ha dejado de cumplir su función y está enfermo?

Entonces, lo que resulta relativamente simple de demarcar en cualquier sistema biológico (esto es, un órgano está enfermo si no cumple bien su función) se torna extremadamente complejo en relación con el cerebro humano, pues éste tiene múltiples funciones, muchas de las cuales no alcanzamos aún a entender y, menos aún, a saber cuándo han dejado de cumplimentarse correctamente.

Ahora bien, ¿qué implica esto para la psicología? En especial, ¿qué tiene esto que ver con la psicología clínica y especialmente con la terapia cognitivo conductual?

Desde hace muchos años y hasta la actualidad, han existido reiterados intentos de aplicar el modelo médico/biológico a los problemas psicológicos. Así, desde una tal perspectiva, estos últimos se entienden como enfermedades médicas objetivables y clasificables, como si dependieran del fallo de un órgano al ejercer su función. De este modo, se espera que la enfermedad “mental” se manifieste con signos y síntomas distintivos, los cuales permitirían un diagnóstico unívoco, seguiría un curso, tendría una evolución, un pronóstico y un tratamiento. Es el estructuralismo aplicado a la psicopatología, representado máximamente en nuestros días por dos manuales diagnósticos: el DSM(Manual Diagnóstico y Estadístico de los Desórdenes Mentales), publicado por la Asociación Psiquiátrica Americana y la CIE (Clasificación Internacional de Enfermedades), de la Organización Mundial de la Salud (O.M.S.), aunque este último no se refiere sólo a los problemas mentales.

El estructuralismo aplicado a la psicología, y en especial a la psicopatología, asume la existencia de atributos (o estructuras) subyacentes relativamente invariables, las cuales poseen un rol causal respecto de los fenómenos observables. Las observaciones efectuadas de la conducta son, por ende, comprendidas como indicadores de las estructuras ocultas que no son visibles directamente. En este paradigma filosófico se enmarca gran parte de la historia de la psicología, incluido el psicoanálisis y la tradición psiquiátrica que lo continuó en las diferentes versiones del DSM. Este manual mostró la influencia evidente del Psicoanálisis hasta al menos su tercera versión, cuando se hablaba aún de psiconeurosis. La decadencia del enfoque psicodinámico forzó la conversión de gran parte del vocabulario, pero no cambió la filosofía de base: el modelo médico estructuralista. Así, se asume que existen enfermedades psicológicas latentes, no directamente observables, las cuales se manifiestan a través de síntomas y signos. En esta óptica existe, por ejemplo, la fobia social como entidad latente en algunas personas; ella se exhibe con sentimientos de ansiedad y miedo en las interacciones sociales y, por consecuencia, conductas de evitación. O del mismo modo existe la depresión, un ente que se encuentra en el sujeto, como elemento subyacente, el cual se expresa en tristeza, pensamientos rumiantes de culpa y desvalorización, falta de energía, entre otros. Pero ni el miedo de la persona con fobia social ni la tristeza del paciente depresivo son el problema, sino que son síntomas del problema; de la entidad subyacente que se llama fobia social o depresión, respectivamente en estos casos. Al igual que en una enfermedad infecciosa, donde la fiebre no es el problema sino el síntoma, en los trastornos psicológicos los comportamientos desadaptativos no son otra cosa más que esto: síntomas de la entidad latente, la cual en sí es el verdadero problema.


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Por supuesto que el modelo anterior ha recibido duras críticas, las cuales no podemos más que mencionar acá muy resumidamente.

  • No hay pruebas de las entidades latentes más que los mismos comportamientos que se utilizan para deducirlas, con lo cual fácilmente caemos en un razonamiento circular. En otras palabras, la presencia de las estructuras subyacentes se infiere de los comportamientos pero luego son esas estructuras las que se usan para explicar la causa de los comportamientos. Por ejemplo, un paciente varón con TOC homosexual se siente angustiado cuando se saluda con un beso con sus amigos del mismo sexo, diremos que la causa de este síntoma es que padece un TOC. ¿Y cómo sabemos que tiene un TOC? Porque experimenta angustia al saludar a sus amigos varones con un beso, entre otros comportamientos similares.
  • No se ha logrado ni lejanamente generar una nómina exhaustiva de las posibles entidades subyacentes que provocan los síntomas. El intento ha terminado por listar cada vez más y más entidades, es decir, trastornos, y vincularlos con comportamientos problemáticos. No sabemos dónde finalizará este inventario de síndromes. El manual se vuelve realmente más abarcador, pero también a su vez cada vez menos específico. Hoy casi todo el mundo cumple algún criterio de los ahí incluidos.
  • No hay una relación de especificidad entre los síntomas y las entidades latentes, casi nunca. Vale decir, los mismos comportamientos problema remiten frecuentemente a diferentes estructuras y las mismas estructuras suelen dar conductas desiguales. De este modo, alguien padece trastorno de pánico porque siente mareo, sensación de irrealidad, sofocación, calor y teme morir de un ACV. Otro sujeto experimenta taquicardia, sudoración, dolor en el pecho, temblor en las extremidades y teme morir de un infarto; es decir, síntomas completamente diferentes, pero reciben igual diagnóstico; ambos presentan un trastorno de pánico.
  • Existe una amplia superposición de comportamientos, con una distribución muy heterogénea a la cual no se ha podido dar orden más que enumerando otras estructuras que se superponen. Esto es la comorbilidad, uno de los problemas más serios que afronta el modelo. Si diferentes entidades psicopatológicas produjesen los síntomas puntuales observables en la conducta, entonces asistiríamos a la aparición más frecuente de los sindromes más puros. No habría razón alguna por la cual, por ejemplo, quien padece una fobia social también tiene alta probabilidad de padecer trastorno de pánico y depresión. Pero ya sabemos que esto no es lo que sucede. La comorbilidad constituye la regla y no la excepción. El caso de los trastornos de la personalidad se revela como el más elocuente. En efecto, casi ningún paciente recibe un solo diagnóstico de trastorno de la personalidad a excepción del subtipo TOC de la Personalidad. En los otros casos, cuando se tiene uno de ellos, también se cumplen los criterios de al menos dos o más en la mayoría de los pacientes.

La serie de críticas a la aproximación estructuralista que el DSM representa podría seguir, nos hemos limitado a las más importantes. ¿Qué hacemos entonces con este manual? En verdad, ¿sirve para algo? Seguramente que ha logrado mejorar la comunicación (una de las misiones principales para las cuales fue creado) aunque, para muchos, también esta meta la ha alcanzado a medias. En verdad hay psicólogos de mucho renombre para los cuales el DSM no sirve literalmente para nada y debería simplemente abandonarse.

Nosotros no creemos esto. Si bien no ha conseguido su objetivo final y todo parece indicar que nunca lo hará, sí se han alcanzado algunas metas importantes a partir del mismo. Por un lado, se ha unificado mucho el vocabulario y se ha progresado no tanto en la precisión diagnóstica pero sí en el acuerdo acerca de cómo llamar a ciertas entidades, las cuales no existen en el mundo real, pero sí en las mentes de quienes usamos las palabras. Vale la pena recordarlo, el uso consensuado de un conjunto de términos no es poca cosa en ningún campo científico. 

En cuanto a la psicopatología, ello ha permitido la realización de grandes experimentos, con muchos pacientes con un diagnóstico igual (o al menos, denominado igual), a los cuales se les aplica un mismo tratamiento y se los compara con otro grupo, el control, el cual no recibe tratamiento. Este paradigma de estudio denominado de “ensayos clínicos aleatorizados” pretende describir protocolos terapéuticos específicos para síndromes determinados, dentro de una lógica muy propia de la validación de tratamientos médicos, especialmente farmacológicos. Ha dominado la investigación psicológica de terapias basadas en evidencia durante al menos unos 30 años, entre 1980 y 2010 aproximadamente. 

Una tal aproximación sólo resulta viable a partir de cierta precisión y acuerdo diagnóstico así como del uso de un lenguaje consensuado, todo lo cual el DSM ha hecho posible. Aunque, a decir verdad, también este dispositivo de investigación ha sido puesto en tela de juicio.

El aporte de la terapia cognitivo conductual

El intento de diseñar protocolos de tratamiento específicos, manualizados incluso paso a paso, para sindromes determinados se ha nutrido principalmente de los procedimientos de la terapia cognitivo conductual. Dado que era y sigue siendo el enfoque con más raigambre científica, sus técnicas siempre resultaban la primera línea de elección. Así las cosas, la TCC recibió un fuerte incentivo para su desarrollo y diseminación, aunque la filosofía básica del paradigma de investigación de ensayos clínicos aleatorizados no fuera la misma en la que se sustenta la TCC. De hecho, con este tipo de investigación sí quedó claro que, en su conjunto, los procedimientos técnicos aplicados eran eficaces, pero poco se aportó al conocimiento de cuáles eran los mecanismos involucrados en el cambio conductual. Digamos que se ha logrado saber que un conjunto de procedimientos aplicados en tal o cual orden resultan efectivos para aliviar tal o cual síndrome, pero desconocemos la causa de ello, o cuánto aporta cada componente del tratamiento a la eficacia final. Una de las preguntas fundamentales de la tradición de la TCC queda sin ninguna respuesta: ¿Qué tratamiento, por quién, es más efectivo para este individuo con este problema específico, y bajo qué conjunto de circunstancias, y cómo se produce?

Como hemos remarcado en varias oportunidades, el análisis funcional de la conducta constituye uno de los procesos más distintivos de la evaluación e intervención en terapia cognitivo conductual. Volveremos enseguida sobre este concepto, central en la presente discusión. Por ahora, digamos que algunos psicólogos de la TCC reconocen en el DSM un punto de partida para facilitar el análisis funcional, pues consideran que en este manual se describen agrupaciones topográficas de comportamientos covariantes. En otras palabras, el DSM contendría una suerte de decálogo de conductas que frecuentemente aparecen y varían juntas, controladas asimismo por factores ambientales también estadísticamente comunes. Si bien siempre se remarca que las categorías poseen una gran heterogeneidad, se entiende que ellas describen comportamientos-problema típicos, a veces incluso con antecedentes y consecuentes también comunes. De este modo, el DSM se convertiría en un buen punto de partida, tornando a sus categorías como orientativas para la construcción del análisis funcional.

Lo que hoy conocemos como terapia cognitivo conductual nació y se constituyó como un paradigma aplicado en la confluencia de diversas vertientes que enfatizaron la relación del individuo con su entorno. De este modo, en lugar de preguntarse por las entidades latentes inobservables que daban lugar a la conducta, los psicólogos de esta orientación han puesto el acento en cómo el comportamiento es una función del ambiente y viceversa, cómo el ambiente resulta también una función de la conducta. Vale decir, la tradición de la TCC otorga gran importancia a las relaciones observadas entre las conductas y el entorno, procurando establecer leyes que describan a las mismas y, por ende, permitan la predicción y el control. Esto es el funcionalismo en psicología y psicopatología.

El funcionalismo

La tradición filosófica del funcionalismo remarca, como fácilmente se deduce de su mismo nombre, la función, el rol, el papel que un determinado objeto estudiado desempeña en su ambiente. Uno de los mejores ejemplos de explicación funcional es la teoría de la evolución por selección natural propuesta inicialmente por Darwin, la cual se considera en la actualidad un marco de entendimiento general para cualquier disciplina que estudie objetos vivos, incluida, por supuesto, la psicología. Se trata de un análisis de cómo los organismos cambian en concordancia con la transformación de su entorno. 

Skinner, uno de los padres del modelo y seguramente uno de los psicólogos más importantes de la historia, describió tres grandes fuentes del comportamiento: 

  • Primero, la evolución biológica, que dota al organismo con un conjunto de reflejos básicos heredados tras millones de años de evolución de la vida. 
  • En segundo lugar, la evolución de las operantes comportamentales a lo largo de la vida de un organismo, algunas de las cuales se tornan más probables que otras a partir de las consecuencias que le siguen; en otras palabras, en neta interacción con el ambiente. 
  • Finalmente, Skinner reconoce a la evolución cultural como tercera fuente del cambio conductual. Esta última incluye agencias institucionales formales o informales que determinan qué comportamientos son aceptables y, por ende, reforzados.

Desde una perspectiva funcional no importa tanto el sustento físico del objeto estudiado sino la relación entablada con el entorno. Así, una cuchara es una cuchara si puede usarse para servir la sopa, independientemente de si está hecha de acero o madera; lo que le da su esencia de ser cuchara es la capacidad de juntar una pequeña porción de un líquido del plato. Ahora bien, estamos acá hablando de un objeto inerte pero diseñado por seres humanos con un propósito. En la naturaleza, los entes sin vida no tienen un papel ni un diseñador, no al menos desde un punto de vista científico. De ahí que si deseamos comprender las diferentes formaciones rocosas que existen en nuestro planeta, hace falta prestar atención a los procesos de formación geológica, echando mano de disciplinas como la química y la física. Pero no tiene mucho sentido preguntarnos por la función de una roca, pues ellas no tienen intenciones ni nadie las puso en su lugar para nada; están ahí por eventos azarosos de la formación de nuestro planeta, no para o porque cumplen ningún papel. Justamente, aquí radica una de las transiciones fundamentales en el tipo de explicación que precisamos al pasar al plano de las entidades vivas. 

Al tratar de entender cualquier rasgo de cualquier organismo vivo, debemos preguntarnos qué función desempeña el mismo en su ambiente. Como, por ejemplo, ¿por qué los seres humanos no captamos la luz ultravioleta y las abejas sí? o, ¿por qué los murciélagos poseen un sonar para moverse durante la noche y los humanos no? Cada uno de estos, como de los innumerables rasgos que componen el abanico de la vida, tienen una función: las abejas se alimentan del néctar de las flores, las cuales se detectan más fácilmente si se percibe la luz ultravioleta, los murciélagos son animales nocturnos, un sonar resulta más eficiente que el uso de órganos que capten la luz. Así, desde una perspectiva funcional, los fenómenos se entienden en relación con su entorno, con el rol, papel o función que establecen con el ambiente. Veamos ahora algunos ejemplos humanos.

  • ¿Por qué nuestras pupilas se dilatan o contraen? Esto es una reacción a la cantidad de luz en el ambiente. Un ojo con esta característica se halla mejor equipado para brindar al cerebro información tanto de día como de noche.
  • ¿Por qué la piel de los seres humanos tiene diferentes colores? Ello representa una adaptación a los diferentes sitios del planeta en los cuales nos hemos instalado. Las zonas con menos cantidad de rayos solares favorecieron una pigmentación más clara que pueda absorber más y mejor la luz y viceversa.
  • ¿Por qué no tenemos pelo en todo el cuerpo, como la mayoría de los otros mamíferos? La pérdida del pelo mejora la capacidad de enfriamiento del sistema y ello permite desplazarse por más tiempo, sin parar, por largas distancias.
  • ¿Por qué los seres humanos temen más fácilmente a las alturas, espacios cerrados o las aguas profundas que a las llaves de luz y autos a gran velocidad? Pues en nuestro ambiente ancestral, los primeros funcionaron como una amenaza real y los segundos, no; ni siquiera existían.
  • ¿Por qué nos dan asco las heces o los fluidos corporales de otros? Esto disminuye la probabilidad de contraer infecciones.
  • ¿Por qué un rostro enojado nos dispara fácilmente reacciones de temor y uno feliz, sentimientos de empatía? El primero es una señal de que podemos ser agredidos, mientras que el segundo indica que seremos bien recibidos por la otra persona.

Y en esta línea, funcional, es como pensamos las patologías desde el enfoque de la TCC. Vale decir, nos preguntamos cuáles son las funciones que los comportamientos bajo análisis cumplen en un ambiente determinado. En gran medida, esto supone que las conductas problema siguen las mismas leyes que las conductas sanas. 

Así, por ejemplo; al ser despedido del trabajo, una persona pierde una gran número de reforzadores positivos. Ello acarrea sentimientos de tristeza y pensamientos de desvalorización que disminuyen la cantidad de conductas sanas también en otros ambientes. El sujeto se aísla socialmente, pasa horas quieto en su cama, deja de hacer actividad física, todo lo cual trae aparejado una nueva merma de reforzadores positivos. ¿Es esto una depresión? Sí, pero ella es la disminución de la conducta adaptativa acarreada por la pérdida de reforzadores y los pensamientos negativos, lo cual genera un círculo vicioso de más aislamiento y menos reforzadores positivos. Vale decir, la depresión se entiende como la interrelación de la conducta con su entorno, no como una entidad latente que se manifiesta en las conductas. Dicho de otro modo, la depresión es la conducta motora y cognitiva en relación con este ambiente particular.

Veamos otro ejemplo. Carlos, casado, con dos hijos. Él y su esposa trabajan; con el ingreso de ambos la familia tiene suficiente dinero para vivir cómodamente. No obstante, Carlos se preocupa: “y si yo pierdo el trabajo…o ella…cómo hacemos…tenemos que estar preparados”. Estas cogniciones generan angustia, la cual Carlos alivia pensando que han logrado juntar ahorros como para vivir más de un año entero sin trabajar. Se sienta frente a su computadora, revisa un presupuesto, suma todos sus ahorros y calcula nuevamente cuánto podría sostenerse la familia sin que ninguno de los dos trabaje. Estas cuentas las ha hecho cientos de veces, por supuesto, siempre con el mismo resultado. En ocasiones, verifica incluso una caja en la que guarda el dinero, y cuenta nuevamente los mismo billetes que ya contó infinidad de veces. En sus propias palabras “siento que eso me tranquiliza”. ¿Qué padece Carlos? Un trastorno de ansiedad generalizada, diríamos con la clasificación nosológica actual. Ahora bien, desde un punto de vista funcional, entendemos que Carlos presenta una reacción de ansiedad condicionada a ciertos estímulos ambientales y a algunas imágenes catastróficas de pobreza (algo que él sí ha vivido en su infancia, aunque no necesariamente esto justifica su comportamiento). La ansiedad derivada de estos estímulos condicionados se alivia haciendo cálculos de dinero, repasando una y otra vez un presupuesto y contando físicamente los billetes. Estas últimas son conductas de evitación y escape, las cuales, si bien aplacan por un lapso la reacción de temor, terminan por perpetuarla a largo plazo pues interfieren con el natural mecanismo de extinción. Por otro lado, con el tiempo y con la reiteración de este mismo patrón, se fortalecen metacogniciones favorables hacia la preocupación; una valoración positiva que se traduciría en algo así como “estamos bien, no somos pobres, porque yo me preocupé”. Otra vez, no habría problema en llamar a esto trastorno de ansiedad, pero no se trata de una entidad latente que se manifiesta en las conductas sino que el trastorno de ansiedad son las conductas en relaciones con el ambiente. Vale decir, el trastorno es la preocupación, las imágenes catastróficas, el hacer los cálculos de dinero más de cien veces, la ansiedad subjetivamente experimentada y el alivio que se siente al contar los billetes, el decirse “qué bueno que me preocupo porque gracias a esto estamos bien”. En síntesis, el trastorno es este conjunto de conductas en estos ambientes puntuales junto con la trama de relaciones que cobra forma entre los diversos elementos.

En síntesis, desde el punto de vista de la TCC, las conductas problema en un entorno particular constituyen la unidad de análisis; sin suponer que nada de esto es el producto de algún constructo latente inobservable. De ahí que, en términos concretos, el clínico orientado en TCC indagará las conductas problema y luego tratará de obtener información acerca del ambiente actual y pasado a fin de trazar las relaciones funcionales que las conductas bajo análisis entablan con factores de mantenimiento. A esta intervención se la conoce como formulación del análisis funcional, y es el corazón de la evaluación conductual.

La expresión análisis funcional de la conducta halla sus raíces en los trabajos de Skinner a mediados del siglo pasado, quien remarca el estudio del comportamiento en su contexto histórico y situacional. En sentido estricto inicial, la expresión refiere a la triple relación de contingencia que una conducta establece con sus antecedentes y sus consecuentes. No obstante, con el paso del tiempo, la expresión análisis funcional ha expandido su significado para incluir la identificación de las variables importantes, causales, manipulables, vinculadas a determinadas conductas objetivo en un paciente en particular. De este modo, los análisis funcionales reales efectuados por clínicos actuales de la TCC suelen contener la definición de las conductas en varios planos de respuesta y una pluralidad de factores explicativos, entre los cuales se destacan las variables del procesamiento de información tales como pensamientos automáticos, creencias, esquemas y metacogniciones, rasgos de personalidad, habilidades sociales, habilidades de afrontamiento y solución de problemas; aparte de los no menos importantes antecedentes y consecuentes de la conducta. En la búsqueda de los factores explicativos, el terapeuta echa mano del conocimiento aportado por la psicología y las disciplinas relacionadas, a fin de formular las hipótesis del caso. Esto es, y como nos gusta decir, la TCC se nutre de la ciencia, hallando de este modo su identidad en una metodología. Más que un marco teórico o una escuela de psicología, la TCC constituye un enfoque aplicado al cambio conductual de la psicología científica. El método científico atraviesa todo el modelo, desde la formulación misma del conocimiento hasta el modus operandi que los clínicos adoptamos en nuestras intervenciones.

Conclusión y síntesis

Quizá, con el tiempo, dispondremos de algún sistema superador para la clasificación de los problemas mentales, uno que no adolezca de las limitaciones expuestas al tiempo que dirima las diferencias entre diversas aproximaciones. Uno que sirva para clasificar de forma más inequívoca y exhaustiva a los pacientes pero que también nos oriente hacia los tratamientos probablemente eficaces. Hoy el DSM sólo cumple parcialmente una tal función. Se ha mejorado la comunicación efectiva entre profesionales pero las categorías, en un aumento constante con cada edición y progresivamente más inclusivas, terminan por dar que casi todos tenemos algún trastorno mental. Ello resulta muy cuestionable ¿Cuál es la utilidad de un sistema diagnóstico que incluye a casi todos los individuos, dando categorías similares y superpuestas para problemáticas a veces bastante diferentes?

Existen intentos importantes para resolver las dificultades planteadas. Uno de ellos se denomina RdoC, lo que en castellano significa “Criterios de Dominio de Investigación”. Un segundo desarrollo muy prometedor se conoce hoy como “Terapia Basada en Procesos”. Este último enfoque recupera el valor del análisis funcional propio de la TCC y enfatiza la atención a los procesos psicológicos básicos involucrados en las técnicas que operan el cambio terapéutico. Así, se aleja del paradigma estructuralista y las escuelas de psicología para ubicarse dentro del funcionalismo propio de la TCC, pero centrándose en los mecanismos básicos del cambio conductual. La aproximación pretende de esta forma dar unidad a la pluralidad de enfoques terapéuticos que se han desarrollado desde la TCC en los últimos años. Si la propuesta progresa, vertientes como las Terapias Contextuales, Terapia Analítico Funcional, Terapia Dialéctica Comportamental, Terapia Cognitiva, Terapia Metacognitiva y la misma Terapia Cognitivo Conductual, se unirán en un único paradigma, Terapia Psicológica Basada en Procesos. La intervención concreta dependerá del análisis funcional, la formulación individualizada del caso por caso y la objetivación de los procesos y mecanismos intervinientes en el cambio conductual.

Cualquiera sea el desenlace de esta corriente, está claro que los problemas psicológicos habrán de ser tratados como problemas de conductas disfuncionales en interacciones con ambientes específicos y no como entidades latentes enfermas. La lógica de la enfermedad médica, basada en el fallo de un órgano para cumplir su función, no puede simplemente extrapolarse a los fenómenos psicológicos, ello acarrea más complicaciones que soluciones. En virtud de lo expuesto es que los problemas psicológicos no deberían conceptuarse como enfermedades categóricas sino como disfunciones relativas, es decir, comportamientos desadaptativos en contextos definidos. Así pues, los problemas psicológicos no son enfermedades, sino comportamientos disfuncionales al contexto.

Artículo publicado en la revista de CETECIC y cedido para su republicación en Psyciencia.

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