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Análisis

356 Publicaciones
  • Análisis

Cómo la cafeína y el alcohol afectan el sueño

  • 31/01/2022
  • David Aparicio
happy coffee

La cafeína te despierta y el alcohol te hace dormir, ¿verdad? No es tan simple. El científico del sueño Matt Walker nos explica las formas reveladoras en que estas bebidas afectan la cantidad y la calidad de nuestro sueño.

Puedes activar los subtítulos en español.

Libro recomendado: Por qué dormirmos

  • Análisis

Los límites de la eficacia en psicoterapia

  • 19/01/2022
  • Julian Morales

Un tema tan apasionante como controversial dentro del campo de las terapias cognitivo- conductuales es la cuestión de la eficacia y la efectividad de los protocolos y manuales que aplicamos diariamente con nuestros consultantes. La finalidad de este artículo es poder reflexionar acerca de los límites y dificultades que conllevan la aplicación de los manuales estandarizados (construidos en ambientes de investigación) en el ambiente de la clínica en el campo de la psicoterapia.

Ahora bien, ¿qué son la eficacia y la efectividad? Suele entenderse por eficacia a la capacidad que tiene un tratamiento de producir cambios psicológicos en una dirección deseada, siendo los mismos superiores al no tratamiento, a tratamientos alternativos o bien a un placebo, mayormente mensurables en contextos de investigación (Bados López, A. et.al; 2002). La efectividad, por su parte, tiene que ver con el grado de satisfacción y éxito terapéutico en el ámbito clínico real con respecto a la implementación de un tratamiento determinado, es decir, que el mismo sea viable, generalizable y eficiente. Esto dispara una serie de preguntas: los tratamientos y protocolos eficaces ¿son trasladables al ámbito clínico real de manera directa? ¿Cómo se compone la muestra sobre la que se aplicó el tratamiento eficaz? ¿Qué frecuencia de sesiones tuvo la implementación de este? ¿Influyó el grado de expertise del terapeuta? Son varias las reservas que surgen respecto de la homologación directa en el ámbito clínico real de los resultados obtenidos en un contexto de laboratorio.

Asimismo, muchas veces se sabe que las terapias funcionan, pero no se sabe por qué, es decir, no se sabe cuáles fueron los principios activos. Los principios activos, concepto tomado de la medicina y específicamente de la farmacología, hace referencia a cuáles son los componentes concretos que producen el cambio deseado dentro de un paquete de tratamiento (Fernández Rodríguez, C; Amigo Vázquez, I; Pérez Álvarez, M; 1994). Suponga que se está trabajando con un paciente que sufre de ansiedad social, y en la terapia se realizan role-plays en sesión; luego se discuten verbalmente las actuaciones y se debaten con el paciente algunas creencias disfuncionales respecto de la ansiedad; y posteriormente se le indica que realice exposiciones en vivo, por ejemplo, pedir direcciones de calles en la vía pública. Luego de un tiempo, el paciente mejora, se anima a realizar conductas que antes evitaba y sus creencias sobre su desempeño han mejorado sustancialmente. ¿A qué deberíamos achacar la mejoría? ¿Al role-play en sesión? ¿Al cambio en sus pensamientos? ¿O a la exposición en vivo? ¿O, quizás, a una compleja interrelación entre las 3 variables? 

En este sentido, un ejemplo más concreto de esto puede verse en una serie de estudios citados por Vicente Caballo (1993) respecto del entrenamiento en habilidades sociales (EHS). El autor comenta que en diversos estudios sobre EHS, uno de los componentes del tratamiento variaba en su eficacia según la población bajo análisis. Concretamente, el componente “modelado” (el aprendizaje de conductas a través de la observación de un modelo que las ejecuta de manera competente) tenía una eficacia diferencial según se aplicase en estudiantes universitarios o en pacientes psiquiátricos. Mientras que en los primeros no aumentaba en casi nada la eficacia de los otros procedimientos del protocolo (ensayo conductual y retroalimentación), en los segundos tenía una influencia dramática. Probablemente, esta diferencia estuviera relacionada con los diferentes niveles de funcionamiento en ambas poblaciones:

“Los estudiantes universitarios pueden poseer las habilidades necesarias para considerar varias alternativas de respuesta en una situación determinada. De esta manera, el ensayo de conducta y el aleccionamiento pueden ser todo lo necesario para producir cambios conductuales. Los pacientes psiquiátricos (cuyos repertorios de conducta se encuentran probablemente desarrollados o han sido colocados en una extinción institucional) pueden no poseer esas habilidades. Por consiguiente, el modelado adquirirá un papel más central” (Heimberg y cols., 1977, p.961).

Es necesario considerar y tener presente que la metodología utilizada en las muestras de investigación presenta características disímiles de lo que suele encontrarse en la práctica clínica real, a saber: hay un férreo recorte de los sujetos en función de la problemática presentada; el motivo de consulta es unívoco, centrándose exclusivamente en las áreas de interés de la investigación; las muestras suelen estar compuestas por sujetos de países industrializados, de clase media, jóvenes y de raza blanca; se excluyen de las muestras a aquellos sujetos que presenten trastornos comórbidos, y los seguimientos de la mayoría de los estudios no llegan al año (Bados López, A. et.al (2002); op.cit). Al no considerar estas variables, podemos caer en la aplicación de protocolos estériles. Si tenemos presente que la mayoría de las muestras en psicología están compuestas por estudiantes universitarios jóvenes de países altamente industrializados y desarrollados, sin trastornos comórbidos ni enfermedades de salud o problemáticas de consumo, no es descabellado suponer que muchos protocolos eficaces terminen siendo inefectivos en la práctica real, debido a su escasa generalización y viabilidad.

Finalmente, además de las consideraciones mencionadas anteriormente respecto de la validez ecológica de las conclusiones conseguidas en ámbitos de investigación, en lo que respecta a la efectividad de un protocolo eficaz, resta considerar si el mismo es viable, generalizable y eficiente. De acuerdo a ciertos estudios (Garfield, 1994), menos del 25% de las personas con algún tipo de problema psicológico recibe terapia psicológica; entre el 25 y 40% de los consultantes no acepta el tratamiento propuesta o no llega a presentarse a la primera sesión, y de aquellos que sí comienzan, entre un 65 a 80% abandona el tratamiento antes de la décima sesión. Esto puede deberse a varios factores, entre ellos el costo económico, la duración propuesta por el terapeuta o la complejidad del tratamiento. Por poner un ejemplo, muchos protocolos de EPR (exposición y prevención de la respuesta) que han demostrado consistentemente ser eficaces para el tratamiento del TOC,han consistido en sesiones de entre 60 a 90 minutos, de varios encuentros por semana. Es difícil imaginar que en la clínica real pueda replicarse dicho encuadre, tanto por una cuestión de disponibilidad de tiempo como de costo económico para el paciente. 

Todo esto, lejos de constituir un llamamiento a abandonar la creación de manuales o la investigación en psicoterapia, implica agudizar nuestro juicio clínico a la hora de aplicar un protocolo en nuestros consultantes de carne y hueso, como así también de evaluar el impacto del mismo, pudiendo flexibilizar y adaptar a las necesidades de los pacientes los procedimientos cognitivos y conductuales. El creciente cuerpo de investigación sobre terapia basada en procesos es un claro ejemplo de la importancia de reconocer las limitaciones mencionadas anteriormente, para así poder continuar diseñando intervenciones basadas en evidencia que sean cada vez más eficaces, como así también efectivas.

Referencias:

  • Bados López, A. et.al; (2002). Eficacia y utilidad clínica de la terapia psicológica. Revista Internacional de Psicología Clínica y de la Salud, Vol 2, N°3, pp.477-502.
  • Vicente Caballo (1993). Manual de evaluación y entrenamiento de las habilidades sociales. Ed. Siglo XXI Editores.
  • Garfield, S.L.(1994). Research on client variables in psychotherapy. En A.E. Bergin y S.L. Garfield (eds). Handbook of psychotherapy and behavior change(4°ed.). Nueva York: Wiley.
  • Fernández Rodriguez, C; Amigo Vázquez, I; Pérez Álvarez, M. (1994). El excipiente y los principios activos de la psicoterapia. Análisis y Modificación de Conducta, Vol 20. N° 69, pp. 31-55
  • Ferro García, R; Vives Montero, M.C. (2004). Un análisis de los conceptos de efectividad, eficacia y eficiencia en psicología. Panace@, Vol. V, n°16, pp.97-99

Artículo publicado en la pagina de Julián Morales y cedido para su republicación en Psyciencia.

  • Análisis

Todo lo que usted siempre quiso saber acerca del concepto de función (pero nunca se atrevió a preguntar)

  • 10/01/2022
  • Fabián Maero

Querría comenzar el tema de hoy con una anécdota personal. Al empezar mis estudios universitarios de psicología, en las épocas en las que la Tierra aún estaba caliente, me topé con una palabra que fue una persistente piedra en mis zapatillas: me refiero al término subjetividad. Mi alma mater era de orientación marcadamente psicoanalítica, por lo que la palabra aparecía constantemente en los textos y en las clases: comprender la subjetividad, respetar la subjetividad, intervenir sobre la subjetividad, etc.

Mi problema con el término era que nadie nos había transmitido claramente qué demonios quería decir subjetividad. El término se usaba profusamente, pero nadie nos proporcionaba una definición clara del concepto, explicitando de qué manera se diferenciaba de su sentido vulgar, las diferencias con conceptos similares como individualidad, etc. Los diccionarios no me eran de mucha ayuda, ya que no proporcionaban una definición técnica del término sino sus usos vulgares, e Internet en esa época era de más difícil acceso y contaba con menos recursos de esta índole, por lo que tampoco tenía a disposición una abundancia de fuentes digitales a las que consultar.

Si lo preguntaba directamente en clase solía obtener respuestas imprecisas o que ya suponían la definición, refiriéndose al papel del concepto dentro del corpus teórico –como si frente a la pregunta de qué es la conducta yo respondiera diciendo que la conducta puede ser reforzada o castigada: la respuesta no es errónea pero tampoco satisfactoria. No solo eso, sino que cierta expresión de perplejidad de mis docentes ante esa pregunta provocaba en mí la sensación persistente de que estaba preguntando algo que era completamente obvio y sabido por todos, como si frente a la expresión “la subjetividad es importante”, yo preguntara qué quiere decir “la”.

Eventualmente me di por vencido de encontrar una respuesta clara, aprendí a decir frases enteras que incluían la palabra subjetividad, y así aprobé las materias pertinentes (con buenas notas, agregaría para atestiguar la efectividad del procedimiento). Al día de hoy aún sospecho que tanto el alumnado como una parte no despreciable del cuerpo docente siguieron el mismo procedimiento, en general con buen éxito académico.

Ahora bien, al entrar en el mundo conceptual del conductismo y el análisis de la conducta tuve una sensación inicial similar con la palabra función. Como quizá hayan notado, también se trata de una palabra que usamos todo el tiempo: hablamos de la función de una conducta, de la función de un estímulo, de análisis funcionales, de contextualismo funcional, etcétera. Lo que no es tan sencillo es encontrar una definición y explicación precisa del concepto. Escuché al término ser utilizado coloquialmente como sinónimo de efecto, de intención voluntaria, de propósito implícito, de éxito, entre otros, pero a diferencia de otros términos, no suele estar definido en una buena parte de los textos básicos, que lo usan, pero generalmente sin definirlo explícitamente.

Durante un tiempo temí que se repetiría mi experiencia de la universidad, pero por suerte estaba equivocado. El universo conceptual conductual es extremadamente complejo, pero no confuso ni ambiguo, por lo que casi siempre es posible encontrar definiciones precisas de los conceptos utilizados –lo cual no significa que estén libres de debates ni tampoco que siempre sea fácil encontrarlos y entenderlos.

La idea de estas líneas es ahorrarles un poco de trabajo, o al menos señalarles la dirección en la cual pueden llevar a cabo sus propias investigaciones. Nos ocuparemos entonces del término función, de su origen, del impacto que significó su introducción en el corpus teórico conductual y de cómo la forma en que lo usamos cotidianamente se conecta con su sentido técnico. Con un poco de suerte, quizá salgan del artículo con una idea un poco más clara de qué quiere decir función o, más bien, con una idea un poco más clara de mis propias confusiones al respecto.

Antes de ocuparnos del tema es necesario señalar que la psicología, como otras ciencias, lidia con el problema de los términos prestados. Esto es, los conceptos de nuestras teorías usualmente se denominan con palabras que han sido tomadas del lenguaje común o del vocabulario técnico de otras disciplinas, a las que se les da un nuevo uso (por ejemplo con términos como depresión o resiliencia). El problema con eso es que las palabras de uso cotidiano con frecuencia son ambiguas y tienen varios sentidos que no siempre compatibles con el uso técnico, por lo cual si no se las selecciona y define claramente al incorporarlas a un aparato conceptual pueden ocasionar no pocas confusiones; lo mismo sucede si incorporamos un término técnico de otra disciplina sin especificar claramente de qué manera opera en la nuestra.

El ejemplo más notable que podría señalar sobre los problemas de los términos prestados es el término castigo en el análisis de la conducta: el concepto en sí es relativamente neutro –la presentación de consecuencias que reducen la probabilidad de una clase de conductas–, pero la fuerte connotación negativa (y vengativa) del término en el lenguaje vulgar hace que frecuentemente tengamos que aclarar de qué se trata, porque cotidianamente el término se usa de maneras que no siempre coinciden con el uso técnico que de él hacemos, tendiendo a evocar exclusivamente imágenes de latigazos o choques eléctricos.

Por este motivo, cuando lidiamos con un concepto técnico que se designa con alguna palabra de uso común es necesario andar con pies de plomo: el sentido vulgar puede proporcionarnos un indicio de su sentido técnico preciso, pero rara vez coinciden completamente. Cuando un físico habla de energía en un artículo especializado y cuando una mística refiere “sentir una energía”, están usando el mismo término, pero no el mismo concepto, esto es, no están diciendo la misma cosa.

Lo mismo aplica al término función, que tiene múltiples sentidos en el lenguaje cotidiano, algunos que son más compatibles con el uso conductual y otros que no –como cuando hablamos de una “función de teatro” o cuando hablamos de una “defunción”, (que significa literalmente que alguien dejó de funcionar). Para sumarle dificultad a la cuestión, a menudo incluso en los textos conductuales el término es utilizado de manera mezclada tanto en sus sentidos técnicos como en algún sentido vulgar, por lo cual hay que tener cuidado de no confundirse.

Hechas ya las introducciones, precauciones y amenazas, prepárense, que le sigue un texto aún peor.

Función y causalidad

El término función está relacionado con la forma particular en la cual el análisis de la conducta aborda la causalidad, por lo cual darle un poco de contexto al término puede ayudarnos a captar su importancia para nuestra ciencia. Un buen punto de partida es el siguiente fragmento en Ciencia y Conducta Humana:

“Los términos “causa” y “efecto” ya no son ampliamente utilizados en la ciencia. Han sido asociados con tantas teorías sobre la estructura y el funcionamiento del universo que significan más de lo que los científicos quieren decir. Los términos que los reemplazan, sin embargo, se refieren al mismo núcleo fáctico. Una “causa” se convierte en “cambio en una variable independiente” y un “efecto” en “cambio en una variable dependiente”. La antigua “conexión de causa y efecto” se convierte en una “relación funcional”. Los nuevos términos no sugieren cómo una causa causa su efecto; simplemente afirman que diferentes eventos tienden a ocurrir juntos en un cierto orden.” (Skinner, 1953, p. 23)

Dicho de otro modo, para Skinner, siguiendo a Ernst Mach, función viene a reemplazar el concepto de causación (a fines de brevedad tratemos a causalidad y causación como sinónimos, aunque no lo sean del todo). Ahora bien, ¿por qué sería deseable reemplazarla?

La causación tiene por fin explicar por qué sucede un evento. Decimos que “A fue causado por B”, es decir, que a cada evento le corresponde una causa, que hay una conexión necesaria entre B y A: “la chispa causó la explosión” señala no que la chispa y la explosión no son meramente eventos contiguos, sino que existe entre ellos una conexión necesaria: uno es la causa del otro, que es su efecto.

Esto puede parecer una obviedad inobjetable, pero esa idea de causalidad ha sido objeto de calurosos debates que llevan ya varios siglos. Una de las críticas más conocidas al respecto es la del filósofo inglés David Hume, quien postuló que la causalidad no existe en el mundo, sino que es un caso de asociación de ideas. García Morente(1992, p. 151) resume el argumento de Hume de esta manera: “si yo analizo la relación de causalidad, me encuentro con que algo A existe (…); luego tengo la impresión de algo B; pero no tengo nunca la impresión de que de A salga ninguna cosa para producir B. Yo veo que hace calor, tengo la impresión de calor; luego mido el cuerpo y lo encuentro dilatado; pero que del calor salga una especie de cosa mística que produzca la dilatación de los cuerpos, eso es lo que no veo de ninguna manera (…) Luego, esto de la causalidad es otra ficción.” Es decir, no podemos experimentar directamente que un evento cause el otro, sólo podemos decir que ambos ocurrieron en sucesión. La causalidad no es una conexión necesaria entre eventos, sino una conexión entre cogniciones: veo que sucede B antes de A, y digo que B causó A (no le muestren esto a alguien que se dedique profesionalmente a la filosofía porque me van a moler a palos, pero a los fines de este texto nos puede servir).

Esto es justamente lo que Skinner señala en el fragmento citado: una relación funcional no afirma que B causó a A, sino meramente que ambos “tienden a ocurrir juntos en un cierto orden” (op.cit.). En esto, el análisis conductual está siguiendo una tendencia compartida en las ciencias. La mayoría de las disciplinas científicas han abandonado la noción de causa, reemplazándola por alguna forma de correlación entre eventos.  Basta con revisar publicaciones especializadas para percatarse que la palabra causa ha sido exonerada casi completamente del vocabulario científico. Bertrand Russell lo resume de manera devastadora:

“Todos los filósofos, de todas las escuelas, imaginan que la causalidad es uno de los axiomas o postulados fundamentales de la ciencia, sin embargo, curiosamente, en ciencias avanzadas como la astronomía gravitacional, la palabra ‘causa’ nunca aparece (…) Creo que la ley de la causalidad, como muchas de las cosas que pasan entre los filósofos, es una reliquia de una época pasada, que sobrevive como la monarquía, sólo porque se supone erróneamente que no hace daño.” (Russell, 1912).

Esta es en parte la propuesta de Skinner: hablar de relaciones funcionales en lugar de relaciones causales. Esta es una primera forma en la cual podemos pensar al concepto de función en el análisis de la conducta.

Ahora bien, si la propuesta de Skinner fuera meramente una sustitución de términos (sustituir  “relación funcional” por “relación causa-efecto”), la cosa no tendría mayor trascendencia, ya que meramente estaríamos diciendo lo mismo con otras palabras, sería más una sinonimia que un cambio conceptual (véase Fryling & Hayes, 2011, p. 13). Pero el asunto tiene varias ramificaciones que explorar, de manera que, si no se han dormido aún… esperen un poco, porque esto va para largo y no les van a faltar oportunidades.

Reemplazar causa y efecto por relaciones funcionales señala para el análisis de la conducta una transición filosófica, más precisamente, el paso de una mirada mecanicista a una contextualista (Chiesa, 1992). Skinner no sólo está proponiendo un cambio de términos, sino que de contrabando introduce un cambio filosófico en la disciplina (no estoy afirmando que sea “el” momento de quiebre, sino uno de varios).

Permítanme explicar a qué me refiero. La idea de causación está más bien ligada a una posición filosófica mecanista(Hayes et al., 1988; Pepper, 1942). Para mejor entender esto, consideren una metáfora que suele utilizarse al hablar de causación, la metáfora de la cadena causal(Hanson, 1955). Ésta consiste en presentar a la causalidad como una sucesión de eventos secuenciales contiguos, como los eslabones en una cadena: A fue causado por B que fue causado por C que fue causado por D que fue causado por E. Según esta metáfora hay una cadena causal ininterrumpida de eventos que va de E hasta A, cada uno contiguo en el tiempo y en el espacio con el siguiente. De esta manera, para explicar la ocurrencia de A necesitamos rastrear la cadena hasta llegar a E –o incluso seguir y seguir hasta llegar a las causas primeras, allá en el inicio del universo. Si por algún motivo E no produce A, es por algún eslabón en la cadena que ha fallado.

Esta posición suena y es típicamente mecanista: si abordamos al mundo y a todos sus eventos como una máquina, cualquier evento puede ser rastreado causalmente sin interrupciones a otro evento en la máquina por medio de una sucesión de eventos contiguos entre sí: este engranaje mueve a este engranaje que mueve a este engranaje que mueve a este engranaje. La explicación de un evento requiere identificar la secuencia de eventos inmediatos anteriores de los que el evento es efecto, los eslabones de la cadena causal.

Pero un abordaje contextual ve al mundo de otra manera, y esto determina una forma diferente de pensar a la causalidad:

“Para un contextualista, la naturaleza de cualquier evento conductual es determinada sólo mediante la examinación de ese evento en el contexto en el cual ocurre. Cuando la totalidad de la interacción situada es descripta, la naturaleza de cada aspecto es definida en términos de todas los otros. Ningún aspecto es causalporque sus funciones dependen de otras características contextuales. Así, por ejemplo, el enunciado “la chispa causó la explosión”, asume que había suficiente material combustible, oxígeno, suficiente temperatura ambiente, y así (…) Ninguna de ellas causó el evento; más bien, la conjunción de todos estos participantes es el evento.” (Hayes, 1995, p. 59)

Es decir, una posición contextual rechaza la idea de que el evento a explicar sea causado por otro, ya que la explicación del evento depende de todo el contexto en el cual sucede. Si quisiéramos retener los términos de causalidad dentro de una mirada contextual, a lo sumo (y no es una buena idea) podríamos decir, no que “A fue causado por B”, sino que “A fue causado por B+C+D+E…” y así hasta el infinito, ya que los elementos del contexto no están determinados a priori. Pero aún así terminaríamos con una idea bastante diferente del uso tradicional de causalidad, por lo cual es preferible adoptar otra forma de hablar al respecto.

Consideren, por ejemplo, la siguiente pregunta: ¿Cuál fue la causa de la Primera Guerra Mundial? En la escuela la respuesta a esa pregunta consiste en describir una cadena de eventos que empieza con el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria y que termina con el inicio de la guerra. Contrasten esa explicación con una mirada más contextual, que postule que el asesinato fue uno más de los eventos de un contexto mundial que incluía relaciones internacionales tensas y una carrera armamentista creciente con avances técnicos notables (como las armas químicas), entre otros. Esta idea de causación no requiere contigüidad temporal y espacial entre los eventos a explicar. Desde esta perspectiva diríamos que la Primera Guerra Mundial fue causada tanto por el asesinato del archiduque en 1914 como por la Entente Cordiale de 1904, sin que ambos eventos participen de la misma cadena causal –esto es, la Entente no fue un evento necesario para el asesinato del archiduque, sino que ambos fueron parte de la constelación de factores que participaron en el estallido de la guerra.

Es fácil apreciar de qué manera esto aplica al análisis conductual. Supongamos una rata en una caja de condicionamiento operante que está entrenada para presionar la palanca y así recibir comida cuando se enciende una luz verde en la caja. ¿Cuál es la causa de que presione la palanca? ¿La luz verde? ¿La comida? Señalar un solo elemento sería engañoso: la luz verde, la comida, y las contingencias entre ambas forman parte de un contexto que incluye la caja (ya que la rata no buscaría una palanca ante cualquier luz verde sin un entrenamiento específico), la historia de aprendizaje, su historia ontogenética y filogenética, etcétera (si les interesa el tema, vean este artículo sobre contexto, en donde desglosamos los principales elementos del contexto)

Si, por ejemplo, la rata ha sido alimentada unos minutos antes de ponerla en la caja, la luz verde ya no producirá el presionar la palanca, cosa inconcebible si la luz verde fuese la causa de la conducta.

La causa es todo el contexto. Cuando identificamos eventos particulares en un análisis, como la luz verde o la presentación de comida como consecuencia, no es porque sean las causas de la conducta, sino que estamos seleccionando algunos factores del contexto que pueden ser útiles para predecir e influenciar la conducta del organismo en cuestión.No es necesario tampoco que los eventos sean contiguos en tiempo y espacio: la historia de aprendizaje de la rata durante el mes anterior puede servirnos para explicar, por ejemplo, por qué hoy sigue presionando la palanca aun cuando ya no está recibiendo comida.

Esto nos puede ayudar a mejor el carácter eminentemente histórico del análisis de la conducta. El conductismo es la corriente psicológica que más énfasis pone en la metodología de caso único, en el seguimiento detallado de la historia individual como vía principal de explicar por qué un organismo actúa de tal manera en tal situación. La siempre impecable Mecca Chiesa lo dice mejor:

“(…) la mayor parte de la psicología (…) tiende a tratar su tema de manera episódica. Muchos tipos de investigación psicológica examinan episodios en la vida de los organismos, fragmentos de un proceso en curso y atribuyen la causalidad a las características inmediatas del episodio. Por el contrario, la investigación informada por el conductismo radical permite examinar los procesos conductuales extendidos en el tiempo y permite identificar las relaciones entre el comportamiento y otros eventos que también ocurren a lo largo del tiempo. Los patrones de comportamiento pueden establecerse durante un largo período de tiempo mediante patrones de consecuencias, y sin la exigencia de contigüidad el modo causal del conductismo radical permite múltiples escalas de análisis. Esto quiere decir que cuando los eventos conductuales y ambientales no revelan relaciones contiguas, el nivel de análisis puede ser cambiado a la abstracción de patrones” (Chiesa, 1992, p. 1291)

Hablar de relaciones funcionales representa entonces pasar de un modelo determinista de causalidad, en donde cada eslabón de la cadena determina al siguiente, a un modelo probabilístico de causalidad en el cual un evento no determina, sino que altera la probabilidad de que suceda otro. De esta manera, decimos por ejemplo que el reforzamiento de una conducta no determina que ésta se emita, sino que aumenta la probabilidad de que conductas de esa clase ocurran en el futuro frente a condiciones similares. También esto ayuda a entender por qué el contextualismo funcional sustituyó el lema skinneriano de “predicción y control” por “predicción e influencia”, porque sólo podemos influenciar probabilísticamente los eventos, no controlarlos de manera determinista, especialmente en contextos complejos y con extensas historias de aprendizaje.

Entonces, la introducción de las relaciones funcionales no es una mera sustitución de términos, sino que representa un cambio en la perspectiva filosófica, especialmente en las formas de pensar la causalidad en el conductismo radical, que sobre este tema ha tomado en préstamo una sustancial contribución por parte del interconductismo kantoriano.

Función en el uso cotidiano

Si por algún milagro han continuado la lectura, probablemente estén objetando que aún no he proporcionado una definición del término función, sino más bien hablando de su relevancia conceptual.

Ya voy, ya voy, ténganme paciencia.

Dicho de manera sencilla (y créanme, hay mucha tela para cortar sobre este punto, pero quisiera intentar una aproximación más o menos clara al concepto), cuando hablamos de función en el análisis de la conducta estamos hablando de una relación entre eventos, más específicamente las relaciones entre eventos del contexto y eventos conductuales.

Como quizá ya hayan notado, los conceptos del análisis conductual son en su mayoría relaciones. Por ejemplo, reforzamiento se refiere al establecimiento de una determinada relación entre una clase de conductas y una clase de consecuencias, y lo mismo sucede con castigo; hablar de un estímulo discriminativo involucra hablar de una relación entre un estímulo, una determinada consecuencia, y una conducta; una operación motivacional es la relación entre un evento, una conducta y su consecuencia, y así.

Entonces, cuando decimos que un estímulo o una conducta tienen una determinada función, estamos diciendo que participa en una determinada relación, ya sea con otra conducta o con otro estímulo. Por ejemplo, en clínica, decir que una conducta tiene una función de escape de los perros (supongamos, en una fobia), estamos señalando una relación entre esa conducta y esa clase de estímulos (digamos, correr, pero no en cualquier momento, sino cuando aparece un perro). Como vimos en la sección anterior, sería incorrecto decir que el perro causa la huida: la causa, en rigor de verdad, es todo el contexto actual e histórico de la persona. El perro, en ese contexto, es un estímulo que ha adquirido una determinada función, es decir, que tiene ciertas relaciones con cierta clase de conductas que ocasionan ciertas consecuencias.

De la misma manera, cuando hablamos de la transferencia (o transformación, en el lenguaje de RFT) de la función de un estímulo, lo que estamos diciendo es que un estímulo adquiere funciones similares a las que tiene otro estímulo, por ejemplo, cuando el sonido “pelota” adquiere funciones similares a las de una pelota, es decir, tiene similares relaciones con el resto de los eventos contextuales y conductuales.

Cuando decimos que intentamos modificar la función de un determinado estímulo, por ejemplo, de una emoción, estamos diciendo que no queremos modificar sus características formales sino modificar las relaciones que ese estímulo tiene con otros eventos del contexto y la conducta (por ejemplo, que en lugar de suscitar conductas de control suscite conductas de contemplación).

Función en el quehacer clínico

Identificar las relaciones entre los eventos del contexto y los eventos conductuales nos permite mejor predecir e influenciar la conducta para diversos fines. Este es el sentido de hacer un análisis funcional. Mientras que un análisis topográfico o formal describe las características de la conducta o estímulos involucrados, un análisis funcional describe las relaciones que esos eventos guardan entre sí.

Por ejemplo, al tomar como foco el autolesionarse de una persona, podemos llevar a cabo un análisis topográfico y describir entonces la intensidad de las lesiones, la zona del cuerpo, el tiempo empleado, etc. Pero meramente describir la forma de la conducta no nos ayuda a comprender por qué sucede, es decir, no nos deja en condiciones de predecir e influenciar su ocurrencia. Para lograr ello necesitamos analizar las relaciones que esa conducta tiene con elementos clave del contexto, es decir, realizar un análisis de las funciones que tiene, un análisis funcional.

Al examinar entonces las relaciones que tiene con el contexto podemos establecer la función que tiene el autolesionarse –por ejemplo, si tiene como consecuencia generar alivio de emociones dolorosas o si tiene como consecuencia alterar la atención de otras personas, entre otros posibles escenarios. Es decir, analizamos las relaciones que las autolesiones tienen con el contexto: cuáles son sus antecedentes, cuáles son sus consecuencias. La función que las autolesiones tuvieren no es algo intrínseco a las mismas, sino que puede variar en diferentes contextos. Dicho más precisamente: una misma conducta puede tener distintas funciones en distintos contextos. Consumir alcohol en un contexto puede tener la función de aliviar un malestar, mientras que en otro contexto puede tener la función de suscitar aprobación social –pero en cualquier caso no puedo saberlo sin examinar el contexto en que sucede el consumo.

Esta es la razón de buena parte de las críticas que el análisis conductual hace a los modelos de psicoterapia que asignan funciones fijas a conductas –cuando dicen cosas como por ejemplo, que las autolesiones son (siempre) un llamado de atención. La crítica conductual a ese tipo de afirmaciones no es que sean falsas, sino más bien que, hasta tanto no se determine para ese caso y en ese contexto en particular, qué relaciones guarda esa conducta con ese contexto, no es posible saber a ciencia cierta cuál es su función. Es suponer que una forma determinada está siempre asociada a una función determinada, como si después de haber visto trabajar a un bombero diría que la función del agua es siempre apagar fuegos, en todo contexto y situación. Podría ser que sí tuviera esa función, podría ser que no, pero asignarle una función fija, para todos los casos, en todos los contextos, de manera apriorística, es parte de un pensamiento mecanista, descontextualizado.

Ahora bien, si una serie de análisis funcionales y evidencia de otros tipos convergen en una dirección, podemos hipotetizar que una conducta probablemente tenga una determinada función en ciertos contextos, en el momento y situación en que lo afirmo. Pero ese probablemente es una apuesta operativa, no una certeza mecánica que afirma que siempre es así y no de otra manera.

Por ejemplo, a partir de varios análisis funcionales y de otros tipos de evidencia convergente sobre los intentos de suicidio que apuntan en la misma dirección, podemos realizar la apuesta operativa de que, en nuestro entorno sociocultural y en este momento histórico, su función principal quizá sea el alivio del malestar, pero no podemos afirmarlo con certeza, solo sostenerlo como hipótesis de trabajo a comprobar por medio de examinar las ocurrencias particulares de esos eventos. Es un conocimiento local, probabilístico, provisorio, no una certeza universal inmutable.

Ese es el corazón de terapia de aceptación y compromiso, de hecho: a partir de la inducción de numerosos análisis funcionales y de otra evidencia convergente se sostiene, como hipótesis de trabajo, que en el corazón de varios fenómenos clínicos radican conductas con función de evitación (entre otras), como si se tratara de una suerte de análisis funcionales prefabricados que de manera probabilista e hipotética empleamos en la clínica con fines prácticos. Al trabajar con una persona con un trastorno de ansiedad, en lugar de testear todas las posibles funciones que alguna conducta clínicamente relevante pudiera tener, tarea de una envergadura descomunal para el ámbito clínico, testeamos la hipótesis de que tiene función de evitación (y el resto de los procesos).

Esto resulta útil y necesario porque en rigor de verdad, en la clínica no podemos realizar análisis funcionales propiamente dichos. Esto se debe no sólo a que no podemos controlar el contexto de los pacientes con fines de experimentación, sino a que además no tenemos acceso al contexto en el que suceden la mayoría de las conductas de interés clínico, sino que sólo podemos acceder al relato de ese contexto por parte de nuestra paciente.

Por ejemplo, generalmente las autolesiones que analizamos no suceden durante la sesión, sino que son relatadas días después de ocurridas, y ese relato suele ser estar nublado por la distancia, suele ser fragmentario y omitir detalles cruciales, por lo cual suplementar ese relato con la evidencia que surge del estado del arte nos permite mejor navegar la actividad clínica, hipotetizando que esas conductas tienen ciertas funciones, y explorando si se trata de esas funciones en particular en lugar de explorar todas las posibles.

Los múltiples sentidos de función

Como señalé al principio, el uso cotidiano de los términos suele ser más impreciso que su uso técnico. Función suele utilizarse como sinónimo de efecto, intención, propósito, entre otras, y quizá en este punto se pueda entender mejor la relación entre esos usos y el sentido más preciso del término función entendido como relación entre eventos. Efectivamente, la función de una conducta incluye el efecto que tiene, es decir, sus consecuencias, y la función elicitante de un estímulo incluye el efecto que tiene sobre una conducta.

También podemos hablar de función como la intención, refiriéndonos al efecto habitual que tiene una cierta clase de conductas, aunque es erróneo asumir que se trata de una intención conciente y voluntaria: una conducta puede perfectamente adquirir una función sin que sea emitida de manera voluntaria y sin que la persona se percate de ello (por ejemplo, pueden ver este artículo que publicamos hace un tiempo, que reseña una investigación sobre el tema de Hefferline et al., 1959)

Estos sinónimos de función son útiles para la comunicación cotidiana y en tanto tal, perfectamente lícitos. Basta con tener en cuenta que el concepto en sí tiene una densidad propia, más precisa que esos usos coloquiales.

Espero que estas líneas, también imprecisas porque intentan explorar y transmitir más que determinar sentidos, les hayan sido de utilidad.

Artículo publicado en GrupoACT y cedido para su republicación en Psyciencia.

Referencias:

  • Chiesa, M. (1992). Radical behaviorism and scientific frameworks: From mechanistic to relational accounts. American Psychologist, 47(11), 1287–1299. https://doi.org/10.1037/0003-066X.47.11.1287
  • Fryling, M. J., & Hayes, L. J. (2011). The concept of function in the analysis of behavior. Revista Mexicana de Análisis de La Conducta, 37(1), 11–20. https://doi.org/10.5514/rmac.v37.i1.24686
  • García Morente, M. (1992). Lecciones preliminares de filosofía. Editores Mexicanos Unidos.
  • Hanson, N. R. (1955). Causal chains. Mind, 64(255), 289–311. http://www.jstor.org/stable/2251073
  • Hayes, S. C. (1995). Why cognitions are not causes. The Behavior Therapist, 59–60. http://scholar.google.com/scholar?hl=en&btnG=Search&q=intitle:Why+cognitions+are+not+causes#0
  • Hayes, S. C., Hayes, L. J., & Reese, H. W. (1988). Finding the philosophical core: A review of Stephen C. Pepper’s World Hypotheses: A Study in Evidence. Journal of the Experimental Analysis of Behavior, 50(1), 97–111. https://doi.org/10.1901/jeab.1988.50-97
  • Hefferline, R., Keenan, B., & Harford, R. (1959). Escape and avoidance conditioning in human subjects without their observation of the response. Science, 130(3385), 1338–1339. http://www.sciencemag.org/content/130/3385/1338.short
  • Pepper, S. C. (1942). World Hypotheses.
  • Russell, B. (1912). On the Notion of Cause. Proceedings of the Aristotelian Society, 13, 1–26. https://doi.org/10.2307/2910122
  • Skinner, B. F. (1953). Science and Human Behavior (1st ed.). Macmillan Pub Co.
  • Análisis

Cómo afrontar el dolor de una ruptura en navidad

  • 15/12/2021
  • Karemi Rodríguez Batista

Las fiestas navideñas están a la vuelta de la esquina, y a nuestro alrededor parece que todos las esperan con gran anhelo y felicidad, mientras nosotros estamos pasando por un mar de emociones a veces incontrolables: tristeza, angustia, desesperanza, rabia, abandono, deseos de venganza, otras de añoranza, etc. En definitiva, un gran dolor, y en ocasiones hasta miedo y deseos de que estas fechas pasen lo más rápido posible. Y todo esto es normal, estamos ante un proceso de adaptación psicológica, ante la pérdida de un vínculo muy especial y significativo. Por ello nos gustaría ayudarte a entender un poco más este proceso y dejarte con algunas herramientas que te puedan servir para afrontarlo mejor durante estas fechas.

La ruptura amorosa y lo que pasa en nuestro cerebro

Como hemos mencionado, cuando rompemos el vínculo con nuestro ser amado nos vienen oleadas intensas de dolor y desesperanza, estamos cara a cara frente al final de un proyecto de vida que hemos de aceptar (y si además implica la pérdida de una estructura familiar, muchísimo más duro será), y esto en ocasiones impacta en nuestra propia identidad, en nuestra autoestima, y nos cuestionamos de nuevo nuestra capacidad de amar y ser amados (Casado, Venegas, Páez & Fernández, 2001, cit. en Sánchez-Aragón y Martínez-Cruz, 2014).

Para documentar lo que pasa en nuestro cerebro en todas las fases del enamoramiento y ruptura, las renombradas neurocientíficas, Lucy Brown y Helen Fisher, han creado una web especializada que os recomendamos visitar The Anatomy Of Love, donde podemos ver interesantes resultados a considerar en el proceso de una ruptura.

La imagen muestra a la izquierda el cerebro de una persona que atraviesa una ruptura amorosa y se muestra activación en la ínsula anterior, la misma zona cerebral que se activa cuando una persona experimenta dolor físico, por ejemplo cuando se hace una extracción de diente (derecha)
  • Los estudios en neuroimagen mostraron que la ruptura romántica nos duele igual que el dolor físico, enfatizando que hay que abordarla como si de una adicción se tratara.
  • Después de la ruptura, según los estudios realizados por las autoras, los sujetos mostraron actividad en el área ventral tegmental (la región del cerebro directamente relacionada con los sentimientos de amor romántico apasionado). Es decir, seguían muy enamorados. También se encontró actividad en el pálido ventral (una región del cerebro relacionada con sentimientos de apego profundo). ¡Vaya mala suerte! Hemos roto y aún sentimos pasión y amor intensos hacia la expareja.
  • Se encontró, además, actividad en la ínsula anterior (una región del cerebro vinculada no solo a la angustia que acompaña al dolor físico, sino al dolor físico en sí mismo).
  • Y sobre todo se encontró lo que se buscaba, la actividad en la región del cerebro relacionada con el deseo, el anhelo, la energía, la concentración y la motivación: el núcleo accumbens (una parte central del sistema de recompensas del cerebro). Esta región es de vital importancia para el entendimiento y abordaje de todas las adiciones. Por ello, las autoras concluyen que el amor romántico es una adicción maravillosa cuando todo va muy bien y realmente horrible cuando todo se acaba. (ver el post original)

Los estudios en neuroimagen mostraron que la ruptura romántica nos duele igual que el dolor físico

Causas de una ruptura

Muchos autores postulan distintas causas que llevan al rompimiento de una relación amorosa, entre las cuales se destacan: situaciones de infidelidad, de maltrato, falta de comunicación y/o amor, disminución en la intimidad percibida, problemas económicos, inmadurez, diferencias en costumbres, ideales y valores, percibirse no amado de forma recíproca, o expectativas no cumplidas (Casado, 2001; Ferrand, 1996; y Orladini, 2008; cit. en Sánchez-Aragón y Martínez-Cruz, 2014).

Si la pareja, además, ya presentaba una falta de similitudes, un estilo de comunicación deficitario para el vínculo y además el conflicto se había ido alargando en el tiempo favoreciendo el desgaste de la relación, la pareja pasó, sin darse cuenta, por un proceso que apuntaba al fracaso (Duck, 1982, cit. en Sánchez-Aragón y Martínez-Cruz, 2014).

Independientemente de las circunstancias particulares que rodeen nuestra pérdida y que influirán en la manera en que procesemos el duelo, está claro que pasaremos por un malestar muy intenso que en ocasiones se acentuará por la aparición de otras situaciones que agravan el impacto como los cambios que resultan a nivel económico, social, familiar, y en muchas veces hasta legal (Vid y Cid, s.f.).

Lo mencionado anteriormente nos impacta invariablemente en nuestro estado fisiológico y en nuestra conducta, estamos cansados, inapetentes o comiendo en exceso, dormimos poco, nuestra atención y concentración disminuyen, nos aislamos, o hasta pensamos en la muerte. Todo ello nos impide pensar y tomar decisiones con claridad, retomar el rumbo de nuestra vida y extraer de esta situación la invaluable enseñanza que trae consigo. Si todo esto persiste durante semanas, es posible que estemos pasando una depresión y necesitemos el apoyo de un psicólogo.

Las fases del duelo en una ruptura

El proceso de adaptación emocional que supone superar una pérdida se llama duelo. El duelo es un proceso complicado que incluye muchos sentimientos: anhelo, desesperanza, enojo, apatía, tristeza, desesperación, entre otros. Es uno de los eventos más estresantes que podamos vivir tras la muerte de un hijo o cónyuge (Holmes y Rahe, 1967, cit. en García-Felipe y Ilabaca Martínez, 2013).

Kübler-Ross (1969) y Neimeyer (2007) comparan el dolor del duelo por ruptura de pareja al que tenemos con una persona fallecida. Sin embargo, a diferencia de una muerte real, la expareja sigue ahí afuera caminando y continuando con su vida, tan solo una llamada telefónica o un mensaje de su parte, puede darnos un respiro a este dolor.

Por ello hacemos un breve repaso a estas etapas o fases de las cuales nos habla Kübler-Ross (es posible que no las pasemos por el siguiente orden o que se superpongan):

  • La negación es la primera fase. No queremos enfrentarnos a la realidad de que esa persona realmente se ha ido, que nos ha rechazado, o que ha hecho algo horrible para provocar la ruptura.
  • La ira es la segunda etapa. Ahora ya nos enfrentamos con la realidad y entramos en contacto con nuestros sentimientos de abandono y traición, puede ser que esta fase traiga consigo situaciones pasadas en otras relaciones no resueltas.
  • La tercera etapa es la negociación. Desde aquí empezamos a buscar causas y posibles soluciones para volver a la relación, aunque en muchos casos hemos de aceptar que cuando el amor se ha ido, poco más podemos hacer.
  • La cuarta etapa es la depresión/desesperación. Esta es la etapa más difícil, nos quedamos con el vacío de la pérdida, y como en la segunda etapa, cualquier abandono pasado con el que hayamos lidiado podría resurgir y contribuir a nuestros sentimientos de tristeza y depresión. Como hemos dicho anteriormente, la intensidad es abrumadora y nos impide funcionar como antes (dejar de trabajar, comer y dormir mal, beber alcohol, etc.), puede que estemos clínicamente deprimidos y hemos de buscar ayuda profesional.
  • La aceptación es la etapa final. Empezamos a tomar las riendas de nuestra vida otra vez, ya no estamos tan preocupado por la expareja. Empezamos a pensar en gente nueva y extraemos de la ruptura las enseñanzas y fortalezas que serán de gran valor de ahora en adelante.

Recomendaciones para afrontar estas fechas tras la ruptura

Tu proceso es algo muy personal, y has de tenerte paciencia y permitirte pasar por esto, y saber que está bien sentirte sin ganas, y está bien tomarte unos días libres del trabajo (si puedes por supuesto). Estás frente a una pérdida muy significativa, y tu vida entera acaba de cambiar, sé comprensiva contigo misma.

Ten en cuenta que estas fechas son difíciles, pues de entrada suponen una serie de cambios en nuestros hábitos alimenticios y de sueño, de compromisos, de reuniones, de gastos extras, etc., y por tanto de un aumento del estrés y ansiedad: estrés situacional, estrés por saturación, sobreexposición por inundación de estímulos.

Todo ello nos vuelve más vulnerables y por tanto será más difícil gestionar todo el maremoto emocional, que en otras fechas menos significativas sería un poco más fácil. Pero una vez sabido esto, podemos detectar cuáles serán los estresores que en nosotros impacten más, planificar estrategias de afrontamiento más adecuadas y buscar apoyo en tus seres queridos, en tus amigos de confianza, y si es necesario buscar ayuda profesional.

Tu proceso es algo muy personal, y has de tenerte paciencia y permitirte pasar por esto, y saber que está bien sentirte sin ganas, y está bien tomarte unos días libres

Es probable que tengas que hacer un esfuerzo extra por aquellos que te aman y dependen de ti. Puede valer la pena, y puede ser ésta una Navidad diferente, incluso si sólo eres tú, o tú y tus hijos, o tú y tus amigos, da igual. Ésta es tu familia ahora mismo y enfocarte en esto te puede ayudar en el camino.
Aunque, como hemos mencionado, cada uno lleva un proceso distinto y no hay receta mágica para todos, nos gustaría dejarte con una serie de sencillas ideas algunas basadas en las técnicas que nos ofrece la terapia dialéctico conductual (Linehan, 2015), para aumentar la tolerancia al malestar y que pueden ayudarte en estas fechas.

1 – Detecta cuales son las situaciones que pueden disparar tu malestar (cenas de empresa, cenas de navidad con amigos comunes o familiares de la ex pareja). Quizá sea una buena idea priorizar y dejar a un lado unos cuantos compromisos hasta que te sientas más fuerte. Y muy importante, cero stalkeo a sus redes sociales y ningún contacto (si tienes hijos de por medio entonces haz por minimizarlo), al menos hasta que estés más fuerte emocionalmente.

2 – Prevé las vulnerabilidades fisiológicas (desvelos, comer de más, consumir bebidas alcohólicas, dormir menos, dejar el ejercicio, etc.). Todo ello puede resultar tentador como medida de escape temporal, pero incrementará tu vulnerabilidad física y mental. Cuídate, es momento de priorizar tu salud.

3 –  Haz una lista de actividades que disfrutes y aplícate a ella en la medida que puedas. Sí, es posible que la rutina en la pareja nos haya distanciado de aquellas actividades lindas que tanto disfrutábamos y quizás sea el momento de redescubrirnos.

4 – Contribuye a los demás. Hay mucha gente ahí afuera que está pasando por momentos muy duros, gente sin techo, gente que ha perdido a su familia, su trabajo, etc. Por qué no apuntarse a un voluntariado, por ejemplo, o encontrar tu manera personal de contribuir a los demás Esto nos ayuda a desarrollar habilidades y valores que de otra forma no serían posibles y tendremos la oportunidad de mejorar aunque sea un poquito a la vida de los demás.

5 – Compárate en positivo. Generalmente cuando estamos muy ansiosos o deprimidos es cuando más tendemos a compararnos con los demás en detrimento nuestro, claro y con nuestro yo pasado como mejor. ¿Es realmente así? Piensa por un momento qué injusto es cuando ahora con la experiencia y vivencias que tenemos miramos atrás y nos tratamos peor que si fuéramos jueces. Hicimos lo que pudimos con lo que sabíamos y teníamos. Ya tenemos bastante con nuestro malestar como para añadirnos más. ¿En qué eres más hábil, más virtuoso, más inteligente, más consciente, más responsable, más generoso, que tu yo pasado? ¿Qué cosas has logrado ahora que no tenías hace 10 años? ¿Qué personas significativas están en tu vida ahora y no antes? En esta dirección es como podremos sentirnos un poco mejor.

6 – Identifica el malestar que estas sintiendo y si no lo puedes gestionar en ese momento, procúrate emociones contrarias. Date unos momentos para saber si lo que sientes es ansiedad, ira, tristeza (o todas juntas). ¿Qué puedes hacer ahora para tranquilizarte? Ejercicios de respiración u otras técnicas para gestionar la ansiedad? Si lo que predomina es el enojo, por qué no deternos a pensar en lo que tenemos y a quienes tenemos a nuestro lado y ser agradecidos. También te pueden ayudar las recomendaciones de este manual. Si es tristeza, ¿cómo te puedes sentir más vivo y conectado con tus seres queridos? ¿Quizás saliendo a caminar, viendo películas o series de comedia, saliendo a tomar un café o llamando a alguien muy cercano para ti?

7 – Resignifica esta experiencia. De las experiencias más duras es desde donde más se aprende. Aunque es uno de los momentos más difíciles de tu vida, puede ser uno de los más extraordinarios en términos de enseñanza. El aprendizaje puede ser desde aprender a poner límites, a replantearnos nuestros valores, lo que queremos y no queremos en nuestra vida, lo que no vamos a permitir nunca más, quienes han estado ahí con nosotros en los malos momentos, sanar de una vez las viejas heridas que no habíamos visto antes, aprender a cuidarnos y querernos más, a valorar y cuidar todas las fortalezas que tenemos…En definitiva, un momento difícil, pero un momento de transformación.

Recuerda, eso sí, que cada uno tiene circunstancias, apoyos y recursos personales distintos, puede ser que tu dolor sea muy intenso y que necesites ayuda de un profesional. Esto no será permanente, sino que pasará, y buscar toda la ayuda que sea necesaria es uno de los mejores regalos que te puedes y mereces dar.

Referencias:

  • García Felipe E. y Ilabaca Martínez, D. (2013). Ruptura de pareja, afrontamiento y bienestar en adultos jóvenes. Ajayu. Órgano de Difusión Científica del Departamento de Psicología de la Universidad Católica Boliviana, 11(2), 157-172.
  • Kübler-Ross. E. (1969). On Death and Dying. New York: Macmillan Pub. Co.
  • Lachmann, S. (2013, 4 de Junio). How to Mourn a Breakup to Move Past Grief and Withdrawal. Psychology Today. Disponible en: https://www.psychologytoday.com/us/blog/me-we/201306/how-mourn-breakup-move-past-grief-and-withdrawal
  • Linehan, M. (2015). DBT Skills Training Manual. New York. Guilford Publications.
  • Sánchez Aragón, R., y Martínez Cruz, R. (2014). Causas y caracterización de las etapas del duelo romántico. Acta de investigación psicológica, 4(1), 1329-1343.
  • Sweeney, T. (2016, 14 de diciembre). The ultimate guide to surviving a break-up over Christmas. Independent.ie. Disponible en: https://www.independent.ie/style/sex-relationships/the-ultimate-guide-to-surviving-a-breakup-over-christmas-35291673.html
  • Vega, T. y Cid, I. (Sin fecha). Me separo, ¿ Y ahora qué? Consejería de Familia e Igualdad de Oportunidades, Junta de Castilla y León.
  • Análisis

Intervenciones basadas en evidencia para estrés postraumático: evidencia, fundamento y comunalidades

  • 07/12/2021
  • Mateo Bernal

El trastorno por estrés postraumático (PTSD) es una problemática clínica caracterizada por la sintomatología presente después de haber vivenciado, presenciado o tener el conocimiento sobre una o varias situaciones con alta carga de estrés. Entre las características diagnósticas (APA, 2013) se encuentran procesos como:

  • Intrusiones o reexperimentaciones: recuerdos angustiosos recurrentes, sueños angustiosos asociados con el suceso traumático, reacciones disociativas, entre otras.
  • Evitación persistente de estímulos asociados con la situación traumática 
  • Alteraciones negativas cognitivas y del estado de ánimo asociadas al suceso traumático
  • Alteraciones en el estado de alerta y la reactividad asociada con el suceso traumático 

Adicional a esto, de acuerdo a un análisis del Instituto Sidran especializado en trauma psicológico algunos datos sobre la problemática son: 

  • El 70% de los adultos experimenta al menos un evento traumático en su vida.
  • El 20% de las personas que experimentan un evento traumático desarrollarán PTSD
  • Aproximadamente 8 millones de personas tienen PTSD en un año determinado
  • 1 de cada 13 personas desarrollará trastorno de estrés postraumático en algún momento de su vida

Ahora bien, más allá de algunas problemáticas asociadas con el concepto, no se puede desconocer que es un tema de salud mental y salud pública relevante. De esta manera, se considera pertinente conocer algunas de las principales intervenciones psicológicas basadas en evidencia que existen en la actualidad. 

Intervenciones clínicas basadas en evidencia

En la actualidad existen numerosas intervenciones para el tratamiento de personas con trauma. En términos generales, se diferencian por el número de sesiones, las técnicas utilizadas y, claramente, por su abordaje a nivel teórico. Entre las más utilizadas se encuentran las siguientes:

Terapia cognitiva

De acuerdo con Guzmán y colaboradores (2014), este modelo elaborado por Ehlers y Clark (2000) plantea seis elementos fundamentales para su entendimiento:

1. Existen diferencias individuales sobre la percepción que el sujeto hace sobre el evento traumático y sus consecuencias: esto ayudaría a entender las razones por las que una persona puede sentir mucha culpa mientras otra puede sentir mucho miedo, puesto que esto se debe al significado que le puede atribuir sobre el trauma. 

2. Se debe entender la naturaleza de la memoria traumática: las personas con trauma tienden a no recordar completamente lo sucedido y a tener apariciones involuntarias de recuerdos asociados con el trauma (reexperimentación). 

3. Es importante la relación entre la memoria del trauma y la evaluación sobre el trauma: hay una relación bidireccional entre la memoria y la percepción sobre el trauma. Es decir, si una persona tiene reexperimentaciones esto se debe a que “selecciona” solo una parte de la información que corrobora las creencias negativas que tiene de base. 

4. Las creencias llevan a conductas mal adaptativas: las personas con trauma presentan diferentes creencias que los puede llevar a tener conductas contraproducentes que mantienen la problemática. Por ejemplo, si una persona piensa «tengo que olvidar lo que sucedió» esto puede llevar a que tenga conductas como usar drogas o consumir alcohol para alejarse de los recuerdos

5. El procesamiento cognitivo durante el trauma: con base en las creencias que tuvo la persona durante la exposición al trauma, se puede analizar la aparición de creencias negativas posteriores, al igual que de las conductas mal adaptativas. 

6. Otros factores relevantes: características del trauma y creencia y experiencias previas afectan que el cuadro pueda ser peor, al igual que tener creencias establecidas sobre sí mismo como «nadie me puede hacer daño» o creencias negativas tipo «soy un fracaso» pueden perpetuar el poco procesamiento de un trauma. 

En cuanto al procedimiento de intervención, la terapia consiste en el uso del diálogo socrático y la reestructuración cognitiva con el fin de identificar, entender y evaluar los pensamientos y el significado asociado con el trauma para buscar una mejora del cuadro clínico en general. 

Igualmente, se enfoca en ayudar a la persona con trauma a darse cuenta que la rumiación, los comportamientos de seguridad y la supresión de pensamientos solo mantienen la problemática y es necesario un manejo adecuado de los síntomas asociados. 

Terapia de procesamiento cognitivo

Esta intervención basada en el modelo cognitivo-conductual fue creada por Resick y colaboradores (2008) para el tratamiento exclusivo del trauma psicológico. Se fundamenta en la teoría cognitivo social, la cual se centra en cómo las creencias distorsionadas de las personas con trauma afectan las emociones y las conductas (Guzmán et al., 2014).  

Entre sus elementos se destaca la idea de que existen esquemas previos que se ven confrontados por el trauma. Un ejemplo de ello es el de «a la gente buena le pasan cosas buenas». Así pues, la persona con trauma puede «asimilar» o «acomodar» la información sobre el trauma y tener dificultades para procesarlo .  

Al tener presente los elementos de las creencias y la evitación como problema, la intervención consiste en que la persona con trauma identifique los pensamientos automáticos que mantienen la problemática. De igual manera, se utilizan estrategias por medio de la escritura para: describir el impacto del trauma en su vida, las razones que da la persona para explicar por qué se dio el trauma, relato detallado del trauma y lectura del mismo en varias sesiones (Guzmán et al., 2014).  

Finalmente, en esta terapia de usan unos elementos específicos que pueden variar de persona a persona y que están relacionados con temas de seguridad personal, confianza, poder/control, estima e intimidad (Resick et al., 2008). De acuerdo con la evaluación de caso se profundiza en alguno o algunos de ellos para mejorar la eficacia de la terapia y la calidad de vida de la persona. 

Terapia de exposición prolongada

Uno de los componentes principales de la terapia cognitivo-conductual centrada en trauma es la exposición prolongada, que se refiere a un conjunto de estrategias para llevar a la persona a aproximarse a estímulos internos y externos sobre la situación traumática, y así producir nuevos aprendizajes (Lebois, et al., 2019). 

Por un lado, en PE se tienen en cuenta procesos asociados al condicionamiento clásico vinculados directamente a la teoría del procesamiento emocional. Según esta teoría las asociaciones generadas por la situación traumática son representadas dentro de una estructura emocional (red de miedo) que mantiene el PTSD por contener elementos de respuestas complejos de modificar, como las relaciones entre estímulos que no representan la realidad, no son peligrosos y, al tiempo, generan amplios comportamientos de escape y evitación (Kichic y D’Alessio, 2016). 

De este modo, Brown, Zandberg y Foa (2019) argumentan que los mecanismos de cambio de PE tienen que ver con primero, la activación de la red de miedo e incorporación de información incompatible con asociaciones erróneas (esto genera nueva información y por ende nuevas asociaciones) que llevan a la extinción; segundo, la habituación por medio de la disminución del miedo frente a estímulos no peligrosos; tercero, cambios cognitivos al incorporar esa nueva información que desconfirme creencias erróneas al respecto. 

Lo anterior se realiza por medio de exposición tanto en imaginación como in vivo, lo cual ayuda que la persona reconozca que recordar en un contexto seguro (terapia en el momento presente) no tiene un peligro alguno y que el exponerse permite disminuir los niveles de malestar e interferencia (Kichic y D’Alessio, 2016).

Terapia de exposición narrativa

La terapia de exposición narrativa es un tratamiento con evidencia científica especializada en el abordaje de problemáticas asociadas con trauma psicológico complejo y múltiple. Incluye entre sus características el uso de estrategias de la terapia cognitivo conductual como la exposición prolongada. Sin embargo, en lugar de hacer la exposición a un único evento traumático la realiza a toda la autobiografía de la persona (Neuner, Schauer y Elbert, 2005). 

De esta manera, permite un abordaje integral de múltiples eventos traumáticos que ha podido vivir una persona a lo largo de su vida. La idea es que la persona describa estados internos como pensamientos y emociones mientras relata toda la historia de su vida, recordando momentos traumáticos, dolorosos al igual que momentos positivos.

Asimismo, dada su corta duración (5-10 sesiones) y facilidad de recursos materiales es posible utilizar NET diferentes contextos y con múltiples poblaciones. Entre las poblaciones en las se ha desarrollado y evaluado su eficacia y efectividad se encuentran, principalmente, personas víctimas de conflictos armados y refugiados de coyunturas sociales y políticas (Lely et al., 2019).

EMDR 

La terapia de desensibilización y reprocesamiento emocional por movimientos oculares (EMDR por sus siglas en inglés) por Shapiro (2007) con el objetivo de reducir rápidamente aspectos asociados con el trauma (como emociones y pensamientos) para disminuir la interferencia de la persona en su vida cotidiana. Para esto se utiliza la estimulación bilateral, por medio de movimientos de lado a lado de los ojos u otros elementos que impliquen la estimulación de los dos hemisferios cerebrales. 

Las fases del tratamiento buscan cumplir los siguientes objetivos en orden (Gil, 2008): 

  1. Realizar la historia clínica, evaluación y plan de tratamiento
  2. Preparar a la persona con trauma para el procedimiento que consiste en construir la relación terapéutica y hacer psicoeducación sobre el tratamiento
  3. Valorar e identificar el recuerdo traumático, al igual que las creencias asociadas
  4. Desensibilizar al generar cambios sensoriales sobre el trauma y aumentar la sensación de autoeficacia
  5. Instalar cogniciones positivas que reemplacen las negativas
  6. Explorar sensaciones corporales que produzcan malestar y reducirlas
  7. Hacer el cierre al lograr el autocontrol y el manejo de situaciones difíciles
  8. Reevaluar el tratamiento para formular nuevos objetivos y un plan de manejo a futuro. 

No obstante, esta terapia ha tenido numerosas críticas principalmente por no tener claridad sobre las razones por las cuales funciona. Incluso, muchos elementos teórico-prácticos sobre su uso son cuestionados por varios autores. Para conocer un poco más sobre este tema se recomienda revisar el siguiente artículo. 

Efectividad de las terapias y comunalidades

Con base en los lineamientos de la APA para el manejo del estrés postraumático la terapia cognitiva, la terapia de procesamiento cognitivo y la terapia de exposición prolongada tienen un alto nivel de efectividad y las recomiendan como primera línea de tratamiento. Por otro lado, la terapia de exposición narrativa y EMDR las recomiendan de forma condicional. Es decir, todavía requieren de mayores estudios para comprobar su efectividad. 

Sin embargo, es importante aclarar que las terapias mencionadas anteriormente pueden compartir seis factores esenciales para cualquier tratamiento para estrés postraumático, los cuales de acuerdo con la revisión de Schnyder et al. (2015) son:

  1. Psicoeducación: educar sobre los factores de adquisición y mantenimiento del trauma y explicar el procedimiento del tratamiento, lo que ayudaría a optimizar la cooperación de la persona y prevenir recaídas. 
  2. Regulación emocional y estrategias de afrontamiento: se recomienda hacer este tipo de estrategias antes de alguna intervención centrada en el trauma puntualmente. Entre ellas se destacan la respiración diafragmática y la relajación muscular progresiva. s. 
  3. Exposición en imaginación: implica ayudar a la persona a estar en contacto directo con las memorias asociadas con los eventos traumáticos. Lo anterior permite que al exponerse la persona pueda reducir los niveles de malestar e inferencia generados por los recuerdos asociados. 
  4. Procesamiento cognitivo: por medio de técnicas específicas como reestructuración y/o la construcción de significados asociados al trauma.
  5. Procesamiento emocional: abordar las emociones predominantes en el paciente. Es importante no solo manejar el miedo y la ansiedad, sino igualmente otras emociones como la culpa, la vergüenza, entre otras.  
  6. Procesamiento de memoria: ayudar a que la memoria del trauma se organice en una narrativa coherente en tiempo y espacio es una tarea fundamental para el manejo de esta problemática. 

Referencias: 

  • American Psychiatric Association. (2013). Diagnostic and statistical manual of mental disorders (5th ed.). Washington, DC.
  • Brown, L. A., Zandberg, L. J., & Foa, E. B. (2019). Mechanisms of change in prolonged exposure therapy for PTSD: Implications for clinical practice. Journal of Psychotherapy Integration, 29(1), 6-14.
  • Ehlers, A., & Clark, D. M. (2000). A cognitive model of posttraumatic stress disorder. Behaviour Research and Therapy, 38, 319-345.
  • Gil, L. (2008). Desensibilización y reprocesamiento con movimientos oculares. Revista colombiana de psiquiatría, 37, 206-215. 
  • Guzmán, M., Padrós, F., García, T., & Laca, F. (2014). Modelos cognitivo conductuales del trastorno por estrés postraumático. Uaricha, 11, 35-54. 
  • Kichic, R., & D´Alessio, N. (2016). Teoría del procesamiento emocional y terapia de exposición prolongada para el trastorno por estrés postraumático. Revista Argentina de psiquiatría, 27, 133-141.
  • Lebois, L., Seligowski, A. V., Wolff, J. D., Hill, S. B., & Ressler, K. J. (2019). Augmentation of Extinction and Inhibitory Learning in Anxiety and Trauma-Related Disorders. Annual review of clinical psychology, 15, 257–284. https://doi.org/10.1146/annurev-clinpsy-050718-095634
  • Lely, J., Smid, G. E., Jongedijk, R. A., W Knipscheer, J., & Kleber, R. J. (2019). The effectiveness of narrative exposure therapy: a review, meta-analysis and meta-regression analysis. European journal of psychotraumatology, 10, 1550344. https://doi.org/10.1080/20008198.2018.1550344
  • Resick, P. A., Monson, C.M., & Chard, K.M. (2008). Cognitive processing therapy: Veteran/military version. Washington, DC: Department of Veterans’ Affairs.
  • Schauer, M., Neuner, F., & Elbert, T. (2005). Narrative exposure therapy: A short-term intervention for traumatic stress disorders after war, terror, or torture. Hogrefe Publishing.
  • Shapiro, F. (2007). EMDR, adaptive information processing, and case conceptualization. Journal of EMDR Practice and Research, 1, 68–87. 
  • Schnyder, U., Ehlers, A., Elbert, T., Foa, E. B., Gersons, B. P., Resick, P. A., Shapiro, F., & Cloitre, M. (2015). Psychotherapies for PTSD: what do they have in common?. European journal of psychotraumatology, 6, 28186. https://doi.org/10.3402/ejpt.v6.28186
  • Análisis

Inhibidores de la compasión

  • 23/11/2021
  • Mateo Bernal

La compasión se puede definir como la capacidad para reconocer nuestro propio sufrimiento y el de los demás, y hacer lo posible por prevenirlo o aliviarlo de la mejor manera (Gilbert, 2005). La anterior definición suena muy bien, pero intentar aplicarla es una de las cosas más difíciles, especialmente porque vivimos en un mundo donde las autocríticas predominan. 

Sin embargo, es importante tener presente que la compasión es una de las herramientas más poderosas para cultivar la amabilidad y el bienestar psicológico. Varios estudios sustentan la idea de que la compasión se relaciona directamente con el bienestar, puesto que ayuda a (Bluth y Neff, 2018; Rockliff et al., 2008; Vettese et al., 2011; Costa y Pinto- Gouveia, 2011): 

  • Reducir los pensamientos autocríticos.
  • Mejorar el sistema inmunológico.
  • Reducir el estrés.
  • Tener mayores niveles de creatividad.
  • Adaptarse más fácilmente a los cambios.
  • Mantener una adecuada inteligencia emocional.
  • Disminuir el impacto de la ansiedad y la depresión. 
  • Ser más empáticos con nosotros mismos y con los demás.
  • Tener un mayor autocuidado.
  • Reconocernos y validarnos en un mundo que promueve la invalidación constante.
  • Identificar que, aunque las cosas estén mal hoy, no quiere decir que no se pueda tomar agencia para mejorarlas.

A pesar de que la compasión tiene tantos beneficios, la realidad es que muchas personas no la utilizan en su día a día incluso teniendo esta información. Pero ¿cuál es la razón de esto? Una de las principales, de acuerdo a las últimas investigaciones sobre el tema, tiene que ver con los llamados inhibidores a la compasión. 

¿Qué son los inhibidores a la compasión?

En términos generales, los inhibidores a la compasión son creencias o pensamientos establecidos que obstaculizan los sentimientos amables y compasivos hacia uno mismo o hacia los demás (Gilbert y Mascaro, 2017). 

Estos se generan por diferentes motivos, de acuerdo con la historia de vida y aprendizaje de la persona, pero el principal es que todos se presentan por concepciones erróneas sobre la compasión, tanto en su definición como en la práctica de la misma. Dado que pueden existir bastantes inhibidores, a continuación, se presentarán los más comunes y algunos cuestionamientos para contrarrestarlos. 

Inhibidor 1: “No sé cómo ser compasivo”

Probablemente el inhibidor más común de todos es este, puesto que la compasión es un tema relativamente nuevo para muchas personas. En ocasiones cuando se brinda la definición de compasión es común escuchar frases como “suena bonito, pero ¿cómo se hace?”, “¿cómo se aplica en la vida diaria?”, “¿qué necesito para utilizar bien la compasión?” 

Al igual que cualquier habilidad en la vida, se requiere de una práctica constante para poder ser personas compasivas. 

Ahora bien, la mejor forma de practicar la compasión es informándose más sobre ella, al igual que utilizar estrategias como mindfulness, dado que se han encontrado varias relaciones entre esta técnica y la compasión (Sedighimornani, Rimes y Verplanken, 2019).

Finalmente, otra forma de ser compasivo es ir directamente a terapia con un profesional especializado o que trabaje con estrategias compasivas. Una de ellas es la terapia centrada en compasión (Gilbert, 2009). 

Inhibidor 2: “La compasión es igual a la lastima”

Una concepción errónea bastante generalizada sobre la compasión es que es igual a la lástima. Por ello, se puede escuchar a personas decir “la compasión es igual a darme palmaditas en la espalda y ya”, “no quiero sentir pesar de mí” o “no quiero ahogarme en un vaso de agua”. 

Es importante recordar que la compasión tiene dos elementos: reconocer el sufrimiento y hacer algo al respecto. Este último punto es el que marca la diferencia entre la compasión y la lástima (que solo implica reconocer el sufrimiento). 

En otras palabras, la lástima es una actitud pasiva con el sufrimiento, mientras que la compasión tiene un componente más activo. Implica hacer lo posible para mejorar ese sufrimiento, involucrándose en acciones que generen bienestar, calma, amabilidad y amor hacia sí mismo. 

Inhibidor 3: “Tratarme mal me sirve para alcanzar mis metas”

En las sociedades actuales la autocrítica se ha convertido por excelencia en un elemento asociado a la productividad, por lo que en el diario vivir se pueden escuchar frases como “yo me trato mal para poder hacer bien mis actividades”, “si me trato bien no llegaré a ningún lado, debo criticar mi trabajo siempre”, “tratarme mal me sirve para reconocer mis errores y cambiarlos”. 

Aunque para muchas personas no sea visto de la misma manera, la mejor forma para alcanzar las metas es por medio de la compasión. El culparse constantemente y centrarse en el error solo que genera sensaciones constantes de agotamiento y frustración.

Es mejor centrarse, desde una mirada compasiva, en nuestras propias habilidades. En aquellas que ayudan a seguir adelante y permiten alcanzar el éxito. Sin embargo, esto no significa que no debamos ver los errores o las cosas a mejorar. Pero es diferente tener una posición de ver el error todo el tiempo, a reconocerlos, mirar cómo se pueden mejorar y centrarse en las habilidades que se tienen para alcanzar las metas. 

Inhibidor 4: “La compasión me hará egoísta” 

Cuando se comienza a practicar la compasión puede que lleguen pensamientos como: “ser compasivo hará que solo me concentre en mí y en nadie más” o “el pensar tanto en mí me volverá egoísta”. 

Es curioso que se relacione la compasión al egoísmo, pues son muy diferentes. En la medida en que uno sea una persona compasiva será más sencillo brindar un apoyo a los demás. La compasión permite brindarnos un apoyo a nosotros mismos cuando estamos sufriendo, de tal forma que podremos ayudar de la mejor manera posible cuando alguien nos necesite. Por ende, ser compasivo nunca será egoísta, en la medida en que también se piensa en uno mismo primero para poder ayudar a otros. 

Para concluir, entre más se reconozcan y entiendan estos inhibidores se podrán tomar mayores acciones para desarrollar una vida compasiva. No es fácil empezar y mantenerse en el camino de la compasión, para algunas personas será más fácil que otras. Lo importante es permitirse notar lo diferente que puede llegar a ser una vida compasiva, en comparación con una vida centrada en la autocrítica. 

Referencias:

  • Bluth, K., & Neff, K. (2018) New frontiers in understanding the benefits of self-compassion, Self and Identity, 17:6, 605-608, doi: 10.1080/15298868.2018.1508494
  • Costa, J., & Pinto‐Gouveia, J. (2011). Acceptance of pain, self‐compassion and psychopathology: Using the Chronic Pain Acceptance Questionnaire to identify patients’ subgroups. Clinical Psychology and Psychotherapy, 18(4), 292-302. doi: 10.1002/cpp.718
  • Gilbert, P. (2005). Compassion: conceptualizations, research and use in psychotherapy. London; New York: Routledge 
  • Gilbert, P. (2009). Introducing compassion-focused therapy. Advances in Psychiatric Treatment, 15(3), 199-208. doi: 10.1192/apt.bp.107.005264. 
  • Gilbert, P., & Mascaro, J. S. (2017). Compassion Fears, Blocks and Resistances. Oxford Handbooks Online. doi:10.1093/oxfordhb/9780190464684.013.29 
  • Rockliff, H., Gilbert, P., McEwan, K., Lightman, S., & Glover, D. (2008). A pilot exploration of heart rate variability and salivary cortisol responses to compassion-focused imagery. Journal of Clinical Neuropsychiatry, 5, 132-139
  • Sedighimornani, N., Rimes, K. A., & Verplanken, B. (2019). Exploring the Relationships Between Mindfulness, Self-Compassion, and Shame. SAGE Open, 9(3), doi:10.1177/2158244019866294 
  • Vettese, L. C., Dyer, C. E., Li, W. L., & Wekerle, C. (2011). Does self-compassion mitigate the association between childhood maltreatment and later emotion regulation difficulties? A preliminary investigation. International Journal of Mental Health and Addiction, 9(5), 480-491. doi:10.1007/s11469-011-9340-7
  • Análisis

Un abordaje contextual de la felicidad

  • 13/10/2021
  • Fabián Maero

En la enseñanza de la psicología el análisis de la conducta, o mejor digamos el conductismo en general, suele presentarse como un modelo cuya utilidad, en el mejor de los casos, está confinada a territorios bastante modestos, como si fuera apenas un poco más que un método para penetrar en la vida y obra de palomas y ratones, mientras que el examen de los fenómenos psicológicos más complejos e interesantes se reservaría para otras teorías y abordajes.

Esa actitud siempre me ha parecido un desperdicio. El abordaje conductual entraña ante todo una forma bastante única de observar los eventos psicológicos, diferente a la que ofrecen el resto de los abordajes en psicología. Tanto es así que el nombre por el cual comúnmente se lo conoce (conductismo), designa en rigor de verdad no a la ciencia de la conducta sino a la filosofía que subyace a esa ciencia. Esto es, no es mera experimentación ni aplicaciones, sino que se trata de una forma general de interrogar a las cosas.

El conductismo me resulta un andamio extremadamente eficaz para pensar. Esto se debe en parte a que desde su concepción se ocupó no solo de su objeto de estudio, sino de manera muy explícita de las herramientas conceptuales a usar para ese estudio: el lenguaje a usar, la función de los términos psicológicos, los objetivos del análisis, la actividad de quienes realizan la investigación, el papel del entorno social y cultural, y un interminable etcétera. El conductismo en sí no proporciona respuestas, sino que nos guía para formular buenas preguntas.

Por supuesto, un aparato conceptual tan sofisticado tienta a hacer mal uso de él. Y, dado que si hay algo que no puedo resistir es la tentación, eso es exactamente lo que haré hoy.

El conductismo en sí no proporciona respuestas, sino que nos guía para formular buenas preguntas

En particular, hoy querría pensar un poco sobre la felicidad, abordándola desprolijamente desde una perspectiva conductual. Ya saben, para mejor entender esta sensación constante de celebración con la que nos confronta la situación global actual (pandemia, desastre climático, desigualdad sin precedentes, tik-tok, etc.).

Hechas estas aclaraciones iniciales, intentemos una perspectiva contextual sobre la felicidad.

De términos y definiciones

Es necesaria una aclaración preliminar: no me interesa intentar una definición lingüística ni etimológica de la felicidad, no me interesa definir lo que la felicidad sea, sino más bien considerar cuándo es que hablamos de felicidad. No quiero intentar una definición de la felicidad al estilo “para mí la felicidad es X” (no estamos, después de todo, posteando frases motivacionales en redes sociales sino tratando de pensar, actividades bastante excluyentes por cierto).

Esto quizá requiera alguna explicación. Para el conductismo radical definir un término no consiste en definir la cosa a la cual se refiere, sino en describir las circunstancias bajo las cuales el término es utilizado. Emitir un término es ante todo una actividad, una instancia de conducta verbal, que puede ser abordada como el resto de las conductas: señalando el contexto del cual esa conducta es función.

En otro artículo lo he abordado más extensamente, aquí bastará con repetir este fragmento del conocido artículo El análisis operacional de los términos psicológicos de Skinner:

Al lidiar con términos, conceptos, constructos y demás, se gana una ventaja considerable si se los aborda en la forma en que son observados –literalmente, como respuestas verbales. En ese caso no hay peligro en incluir en el concepto aquel aspecto o parte de la naturaleza que incluye. (…). El sentido, los contenidos y las referencias se encuentran entre los determinantes, y no entre las propiedades de la respuesta. La pregunta “¿qué es la longitud?” podría ser satisfactoriamente contestada por medio de listar las circunstancias bajo las cuales la respuesta “longitud” es emitida. (pp. 272).

Por lo tanto si quisiéramos definir a la ansiedad, por ejemplo, nuestra definición no consistirá en definir qué es, sino en señalar las circunstancias, históricas y actuales, en las cuales las personas dicen estar ansiosas.

De la misma manera, al preguntarnos sobre la felicidad no estaremos buscando una definición de lo que la felicidad sea (si existe o no como algo en el mundo será algo sobre lo cual nada podría decir), sino considerando las circunstancias en las cuales utilizamos ese término, es decir, los contextos en los que se emite esa conducta verbal específica, señalando las circunstancias, históricas y actuales, en las cuales se habla de felicidad.

Este giro aparentemente menor en la forma de abordar las definiciones es lo que posibilita el análisis de términos psicológicos complejos sin correr el riesgo de reificar el objeto de análisis. Formulemos la pregunta desde esa perspectiva entonces, y veremos por dónde nos lleva.

Felizmente conductual

Señalemos para empezar que “felicidad” es un concepto precientífico, un término que tiene cientos de años de historia y múltiples sentidos. No es un término técnico sino uno de uso común, y por tanto impreciso y equívoco, imponerle una definición sería tan fructífero como intentar embolsar el viento.

Como mencioné, no me interesa definir lo que la felicidad sea, sino examinar las circunstancias habituales en las que se usa el término en nuestros días. Una primera aproximación nos permite notar que en el lenguaje cotidiano solemos hablar de felicidad en tres sentidos. En primer lugar, se habla de felicidad como sinónimo de buena suerte o éxito en algún objetivo –es por este sentido que la pócima que proporciona buena suerte en las historias de Harry Potter se llama Félix Felicis. Este uso, que ya de por sí es infrecuente, es más bien un sinónimo de “éxito”, por lo cual podemos ignorarlo aquí. En segundo lugar, felicidad se utiliza para designar a una vida virtuosa o vivida de acuerdo a ciertos preceptos éticos y morales, un uso más cercano al ideal griego de eudaimonía. Este sentido, un poco más antiguo, también es bastante infrecuente hoy en el lenguaje cotidiano. En tercer lugar, se utiliza para designar un sentimiento placentero o de bienestar en alguna circunstancia favorable, como cuando decimos que nos sentimos felices de estar en cierta situación o con cierta persona. Este último sentido es probablemente el más habitual hoy en el lenguaje cotidiano.

Por supuesto la literatura conductual también se ha ocupado, aunque de manera algo lateral, de la felicidad. El uso más frecuente del término “felicidad” que podemos encontrar en la literatura conductual es más cercano a este tercer sentido, la felicidad como un sentimiento positivo o placentero. Por ejemplo Skinner, en Sobre el conductismo escribe que “La felicidad es un sentimiento, un subproducto del reforzamiento operante. Las cosas que nos hacen felices son las cosas que nos refuerzan”.

Es decir, la felicidad sería la experiencia emocional que acompaña a ciertas instancias de reforzamiento positivo. Sin embargo, este uso del término, que se repite con cierta frecuencia en la literatura, me resulta un tanto insatisfactorio desde una óptica puramente conductual y querría explicar por qué.

En primer lugar, esta definición, la felicidad como sentimiento, está más cercana a un abordaje topográfico que funcional de la conducta. En caso de que necesiten una aclaración, un análisis topográfico es el que describe la forma de una conducta, sus características, mientras que un análisis funcional es aquel que especifica su función, a través de describir las relaciones entre conducta y contexto y es el que nos permite atisbar las causas de dicha conducta. En un análisis topográfico de la acción de beber agua podríamos decir que la conducta consistió en ingerir medio litro de agua en veinte segundos, por ejemplo. Un análisis funcional, en cambio, señalaría las circunstancias sucedió, o mejor dicho el contexto de esa acción, sus antecedentes y consecuencias. Eso nos permitiría saber si, por ejemplo, el vaso de agua fue ingerido para apagar el fuego de un chile habanero, si se usó para lavar la boca antes de cambiar de vino en una cata, o para mejor ingerir una pastilla difícil de tragar. En líneas generales, nos suele interesar más la función que la forma de una conducta.

Ahora bien, la definición skinnereana sobre la felicidad es más bien pobre desde un punto de vista funcional, ya que se limita a señalarla como resultado del reforzamiento positivo de alguna conducta, pero es fácil señalar instancias de reforzamiento positivo en las cuales difícilmente hablaríamos de felicidad –que se encienda la luz de la habitación cuando presiono el interruptor no parece algo que habitualmente asociaríamos con felicidad, salvo en situaciones muy excepcionales. En Más allá de la libertad y la dignidad, Skinner amplía y señala que la felicidad se refiere a los reforzadores que tienen valor de supervivencia, pero esto no soluciona el problema que acabamos de señalar, por lo cual la aclaración nos sabe a poco. E incluso como aproximación topográfica la idea de la felicidad como sentimiento resulta insatisfactoria, ya que no se especifica claramente en qué consiste ese sentimiento, sus cualidades, ni cómo diferenciarlo de otros sentimientos.

Sin embargo, aunque no constituya una buena definición es un buen punto de partida, ya que efectivamente las personas suelen hablar de felicidad involucrando sentimientos placenteros en situaciones que involucran reforzamiento positivo. Lo que podemos hacer es intentar especificar un poco más la clase de contextos de los cuales esos sentimientos son función, para así diferenciarlos de otros contextos que ocasionan otros sentimientos placenteros que llamamos de otras maneras.

William Baum, en la tercera edición de Understanding Behaviorism mantiene la idea de la felicidad como un sentimiento, pero señala un par de aspectos muy interesantes. Baum señala dos aspectos del contexto que serían esenciales para hablar de felicidad: estar libre de consecuencias aversivas y tener la posibilidad de realizar elecciones que sean reforzadas positivamente.

Éste es un abordaje más prometedor del concepto, al menos desde un punto de vista conductual, ya que no solo se refiere a un sentimiento positivo, sino que también indica bajo qué condiciones contextuales hablamos de felicidad: involucra no estar bajo control aversivo (esto es, no estar bajo coerción ni amenaza), y disponer de libertad de llevar a cabo acciones reforzadas positivamente. Este abordaje es más compatible con una mirada funcional, así que podemos explorar un poco más lo que involucra.

La felicidad como contexto

Como observamos al principio, el término felicidad es más bien equívoco, pero creo que podemos destilar algunas características típicas de las circunstancias en las cuales hablamos de felicidad siguiendo lo propuesto por Baum.

La tesis central podría enunciarse así: hablar de felicidad involucra una situación en la cual no necesitamos ni deseamos que nada se modifique, que nada sea distinto de lo que es. Es una aproximación burda y poco pulida, pero nos puede servir para avanzar, refinándola un poco.

Antes de glosar esa primera aproximación quizá sirva realizar un par de precisiones conceptuales. Una forma de hablar útil con respecto a la conducta es distinguir el control aversivo y el apetitivo. Decimos que una conducta está bajo control aversivo cuando está orientada a eliminar o poner distancia con algún estímulo, lo que básicamente llamamos evitación y escape. Por otra parte, decimos que una conducta está bajo control apetitivo cuando está orientada a aproximarse o a producir algún estímulo. De los estímulos involucrados podemos decir entonces que tienen funciones aversivas o apetitivas, respectivamente. Y podemos hablar de grados en el control aversivo o apetitivo, pudiendo ser más o menos intenso: no es lo mismo remover una piedrita en el zapato que huir de una jauría de cobayos enfurecidos –si bien en ambos casos se trataría de conductas bajo control aversivo, ese control sería menos intenso en el primer caso que en el segundo.

Volvamos entonces: hablamos de felicidad refiriéndonos a una situación en la cual no necesitamos ni deseamos que nada se modifique. En primer lugar, esta definición implica una situación en la cual no haya nada que resolver, eliminar o de lo cual huir. Esto es, se refiere a un contexto en el cual las conductas están libres de control aversivo.

Esto es trivial si bien se mira: sería improbable hablar de felicidad refiriéndonos a una persona que está muriendo de sed en el desierto o recuperándose de una resaca (excepto algunas salvedades que haremos más adelante). En términos conductuales, acordaríamos entonces con Baum en que hablar de felicidad requiere ante todo no estar bajo control aversivo.

Pero esta definición involucra también que en la situación no haya tampoco nada que conseguir, nada hacia lo que dirigirse intensamente. Los momentos de felicidad son aquellos en los cuales nada más es sensiblemente necesario ni deseable más allá de lo inmediatamente disponible. Si en una situación deseamos fuertemente que algo ocurra, es menos probable que hablemos de felicidad, o al menos, hablaríamos de una forma incompleta o menor de felicidad. Diría que soy feliz leyendo un libro y escuchando música si no hay nada que agregaría a esa situación, pero probablemente usaría otros términos para describir mi estado emocional si en ese momento estoy esperando que suceda algo que deseo fuertemente, por ejemplo, esperando que llegue mi cita.

No pareciera tampoco adecuado hablar de felicidad en cualquier instancia en la cual la estemos pasando bien, por ejemplo refiriéndonos a la persona que está participando furiosamente de una orgía o a la adolescente que grita completamente fuera de sí mientras asiste a un recital de su banda de K-Pop favorita (ciertamente es difícil hablar de felicidad en relación con tales bandas). En esos casos tendemos a usar otros términos, generalmente positivos y reservamos el término felicidad para cuando las pasiones se han sosegado un poco.

Hablamos de felicidad refiriéndonos a una situación en la cual no necesitamos ni deseamos que nada se modifique

Si las delimitaciones que he ofrecido son aceptadas, entonces podríamos decirlo así: hablamos de felicidad en un contexto en el cual el control aversivo es nulo y el control apetitivo es débil, o también nulo–ya que un control apetitivo intenso parecería incompatible con el uso habitual del término. Insisto, no estoy diciendo que eso sea la felicidad, solo que parecen las circunstancias más típicas para hablar de ella.

Consideren cualquier instancia de felicidad en su vida y probablemente encuentren ambos factores: por un lado, estar libre de amenaza o daño directo del cual huir y, por otro lado, que en ese momento no haya otra cosa hacia la cual orientarse fuertemente –un contexto en el cual hay bajo o nulo control aversivo y apetitivo.

Solemos hablar de grados de intensidad de felicidad, lo cual pareciera correlacionar con la cercanía con las circunstancias descriptas: cuanto más se parece el contexto actual a ese contexto ideal más probablemente hablamos de felicidad.

Ficciones de la felicidad

Walhalla (1905), por Emil Doepler.

Podemos apreciar que los dos aspectos de esta interpretación están presentes en la mayoría de las representaciones de la felicidad absoluta que han sido tema favorito de las religiones. Cada vez que los seres humanos hemos imaginado la felicidad suprema la hemos representado bajo la forma de una situación en la cual no es necesario ni deseable que nada cambie, una situación en la cual no hay peligros de los que huir ni objetivos que alcanzar.

En el Valhalla nórdico, por ejemplo, los guerreros disfrutan de una eternidad en la cual están presentes sus actividades favoritas: el combate y el festín, sin que esas actividades tengan consecuencias negativas y sin que haya objetivos a alcanzar más que practicar la batalla y el festín: por las noches todas las heridas mágicamente se curan y el suministro de carne para el festín es mágicamente inagotable. Si, en cambio, nos detenemos en la mitología judeocristiana podemos notar una tendencia similar, el perdido Edén, el paraíso terrenal, es un territorio en el cual todas las necesidades están cubiertas y en el cual no es necesario modificar nada: construirse un chalecito en el Edén para una estadía celestial más cómoda sería tarea absurda por innecesaria (de hecho la Caída sucede cuando se introduce un estímulo a evitar, el fruto del Edén).

Además de lugares, las representaciones de la felicidad suelen tomar la forma de estados de existencia o espirituales. Por ejemplo, Santo Tomás, hablando de la vida después de la muerte, señala que los bienaventurados son perfectamente felices en la mera contemplación de la divinidad, un estado en el cual no hay nada que resolver ni nada que alcanzar. De manera similar, en el hinduismo y en el budismo la felicidad absoluta se suele identificar con el Nirvana, un estado en el cual la persona está libre de toda necesidad y todo deseo.

Contradicciones de la felicidad

Podemos notar inmediatamente algunas peculiaridades inherentes a esta idea de la felicidad. En primer lugar, la mayoría de las religiones y tradiciones coinciden en que la felicidad completa es imposible –al menos en este mundo o bajo condiciones normales, ya que la felicidad completa siempre requiere alguna alteración sobrenatural: es necesario estar en alguna suerte de lugar mágico (como en el Edén o Valhalla), o alcanzar algún estado espiritual trascendente (como en la beatitud o el nirvana).

La interpretación conductual que hemos arriesgado nos da una pista de a qué podría deberse esto: en este mundo es imposible concebir un organismo libre de control aversivo y apetitivo de manera sostenida. Por esto es necesario imaginar un mundo o situación de naturaleza radicalmente distinta a la actual para pensar en una felicidad sostenida. Digamos, podemos intuir cuál sería el contexto necesario para la felicidad definitiva, pero también podemos intuir que ese contexto no existe normalmente.

La felicidad así concebida tiene que ser irremediablemente estática: es el estado de un contexto que puede ser interrumpido por cualquier cambio o modificación. Más tarde o más temprano una situación así se ve alterada por alguna necesidad, por algún nuevo deseo, por alguna molestia, o incluso por mero hastío.

Una persona que está desesperada por ser feliz o que tiene terror a dejar de serlo, difícilmente lo sea

Este es uno de los problemas de la felicidad-sentimiento como objetivo de vida o de terapia. Todo contexto, incluyendo aquel al cual nos referimos al hablar de felicidad, es tan dinámico e inestable como la llama de un fósforo. No podríamos jamás asegurar que una persona que dice ser feliz seguirá siéndolo dentro de una hora, un día, un mes, un año. Por ello Montaigne, en sus Ensayos, glosa a Solón afirmando “‘cualquiera que sea la buena fortuna de los hombres, éstos no pueden llamarse dichosos hasta que hayan traspuesto el último día de su vida’, por la variedad e incertidumbre de las cosas humanas, que merced al accidente más ligero cambian del modo más radical”. Un contexto estático es una contradicción en los términos. Es la naturaleza de todo contexto el cambio. Es posible, en principio, alcanzar un estado de bajo control aversivo y apetitivo –lo imposible es sostenerlo indefinidamente.

Pero hay otro obstáculo bastante más serio que se deriva de esta forma de pensar a la felicidad y que podríamos bosquejar así: toda conducta orientada hacia la búsqueda de la felicidad está por definición bajo control apetitivo –pero aquí hemos tentativamente definido a la felicidad como un contexto de bajo o nulo control aversivo y apetitivo. Es decir, la felicidad es incompatible con su búsqueda. El contexto de buscar felicidad (al menos, si la búsqueda es intensa) y el contexto de felicidad son mutuamente excluyentes. Más aún, si la felicidad es un estado a alcanzar, todo aquello que la amenace será algo a evitar, es decir, introducirá un control aversivo que, nuevamente, es incompatible con el contexto que hemos postulado.

Entonces se da la paradoja de que tanto buscar fuertemente la felicidad como intentar retenerla cuando sucede son incompatibles con ella. En términos coloquiales: una persona que está desesperada por ser feliz o que tiene terror a dejar de serlo, difícilmente lo sea.

Este creo que es el problema central con la búsqueda de la felicidad. Es posible experimentar formas relativas de felicidad, pero en cuanto introducimos a la felicidad como objetivo a alcanzar, introducimos control apetitivo y aversivo, lo cual es por definición incompatible con ella. La felicidad no puede ser cabalmente producida, sino que sucede por sí misma.

RFT y la búsqueda de la felicidad

Para los seres humanos verbalmente competentes, la situación es aún más frágil. Traigamos a colación lo que establecen los desarrollos contemporáneos sobre conducta verbal, como por ejemplo los aportes de la teoría de marco relacional (RFT). Uno de sus corolarios es que nuestro repertorio verbal nos permite, a través de las funciones estimulares derivadas, tomar contacto psicológico con eventos que no están presentes y transformar las funciones de los eventos que experimentamos. Dicho en términos coloquiales, podemos imaginar, anticipar, comparar y evaluar.

Pero este repertorio es fatal para la felicidad. Incluso si alcanzáramos un estado temporal de felicidad tenemos la capacidad de preocuparnos por un desenlace negativo que podría suceder en el futuro o porque el estado de felicidad se termine, lo cual introduciría un control aversivo que terminaría con la situación. O podríamos imaginar una situación mejor, compararla con la situación actual e intentar alcanzarla, lo cual introduciría control apetitivo que llevaría al mismo desenlace. Esto arroja nueva luz sobre la expresión de Séneca “el espíritu a quien lo porvenir preocupa es siempre desdichado”.

Todo esto no ha desalentado jamás a las personas de buscar a la felicidad por distintos caminos, y puede resultar interesante examinar la búsqueda un poco más de cerca a la luz de la definición tentativa que he propuesto: un contexto de bajo o nulo control aversivo y apetitivo. La búsqueda de la felicidad es en última instancia la búsqueda de un contexto en el cual ya no estemos bajo control aversivo ni apetitivo, o al menos que ambos sean de baja intensidad.

Ahora bien, para la mayoría de los organismos, este control depende del ambiente: hay control aversivo cuando hay una amenaza, hay control apetitivo cuando hay algo que buscar. Por ello es que con frecuencia adjudicamos felicidad a los animales. Nos parece que un contexto así es posible para un animal: basta con observar nuestras mascotas que gozan, gracias a nosotros, de una relativa ausencia de amenazas y necesidades que saciar. Mi gata Matilda durmiendo al sol, sin nada de lo que protegerse ni nada que conseguir, representa para mí la imagen más acabada de la felicidad.

En cambio, para los seres humanos el control aversivo y el apetitivo no dependen solo de las propiedades directas de los estímulos, sino que están mediados además por el repertorio verbal. Un ser humano que esté en una situación que intrínsecamente está libre de aversivos puede aún estar bajo control aversivo verbalmente mediado. Puedo estar en mi casa, perfectamente cómodo y sin necesidades ni peligros inmediatos, y aun así preocuparme por algo que podría pasar o soñando con alguna meta. El control aversivo y apetitivo para los seres humanos depende mayormente de nuestro repertorio verbal.

De manera que aún cuando el ambiente físico inmediato sea perfectamente compatible con un contexto de felicidad, difícilmente pueda serlo para un ser humano verbalmente competente. He citado varias veces el siguiente pasaje de Wilson en Mindfulness for Two que ilustra bien esta idea: «Los seres humanos no solo sufren. El sufrimiento, para nosotros, es ubicuo -es algo de todo el día, todos los días, y en todos los lugares. Sufrimos haber sufrido en el pasado y sufrimos que podríamos sufrir en el futuro. Sin importar dónde estamos, hay otro lugar que es mejor. Hay un momento anterior al que desearíamos regresar o uno posterior al cual querríamos adelantarnos. Y, si ahora mismo es perfecto, nos preocupamos de que no durará».

Ser feliz, para un ser humano, parece tarea vana.

Los dos caminos

Lo que se acaba de señalar no ha sido obstáculo para que los seres humanos intentemos alcanzar la felicidad, sin embargo.

Podemos distinguir dos grandes vías en las que hemos intentado producir contextos de felicidad. La primera vía es el control del ambiente, la que podríamos llamar la vía ecológica de búsqueda de la felicidad, y que consiste en controlar nuestro ambiente inmediato para reducir el contacto con los estímulos intrínsecamente aversivos y aumentar el contacto con los apetitivos. Cambiar el mundo, digamos.

En esto hemos sido bastante exitosos como especie: en líneas generales nuestras condiciones de vida son bastante más amables que las de cualquier animal salvaje. Esta vía ha resultado bastante eficaz para liberarnos de estímulos que son intrínsecamente aversivos, tales como depredadores, la intemperie, el hambre, enfermedades, etc. Podemos añorar la simpleza de un estilo de vida paleolítico, pero lo cierto es que la mayoría de los seres humanos contemporáneos no tienen que preocuparse por ser devorados por una manada de hienas en su vida cotidiana.

La felicidad no se considera como un sentimiento, o al menos no solo un sentimiento, sino más bien un contexto en el cual el control aversivo es nulo o muy débil y lo mismo con respecto al control apetitivo

Pero aun así es imposible remover completamente el control aversivo. La vida siempre duele, más tarde o más temprano. Como escribe Lucrecio: “Ni al día siguió noche alguna ni a la noche aurora que no escucharan, mezclado con lastimeros vagidos, el llanto, compañero de la muerte y del luto funeral”. En la historia de la humanidad ningún día ha estado ausente de dolor.

Como mencionamos antes, esto es peor aún para los seres humanos y nuestro repertorio verbal, ya que estamos controlados no solo por estímulos que son intrínsecamente aversivos sino también por estímulos que son verbalmente aversivos. De la misma manera, no sólo estamos controlados por estímulos intrínsecamente apetitivos sino por estímulos verbalmente apetitivos. Huimos y buscamos estímulos por sus funciones verbales.

Aquí es donde se vuelve interesante la segunda gran vía, la que podríamos llamar la vía psicológica de la búsqueda de la felicidad: controlar lo aversivo y apetitivo que es establecido por mediación verbal.

Nuestros repertorios verbales son conductas, y en tanto tales son moldeables relativamente. Esto implica que es posible en principio reducir la influencia perniciosa que nuestro repertorio verbal ejerce sobre nosotros. Podemos aprender a reducir la tendencia a compararnos, a juzgar, a perseguir objetivos frívolos, etc. Por esto numerosas tradiciones culturales, filosóficas, y religiosas promueven como cuestión vital central el control de nuestras pasiones y deseos.

Podría decirlo de otra manera. Necesitar o desear algo tiene dos caras: aquello que es necesitado o deseado y la necesidad o deseo en sí como actividad humana. La primera vía que examinamos intenta acceder a la felicidad por medio de conseguir todo lo que necesitamos y deseamos. La segunda vía sugiere que para que ese control apetitivo se debilite, tiene que cesar el deseo. Dicho con un ejemplo: si deseo intensamente tener una nueva cafetera estoy introduciendo un control apetitivo intenso que es incompatible con un contexto de felicidad, por lo cual tengo dos vías para resolver esa tensión: conseguir la cafetera o no desearla en primer lugar. Satisfacer el deseo o abandonarlo.

La segunda vía sostiene que es posible reconocer el control aversivo y apetitivo de origen puramente verbal, y que por diversos caminos podemos aprender a reducir o eliminar su influencia. Este control del repertorio verbal ha aparecido en tradiciones y culturas muy diversas: los epicúreos hablaban de la ataraxia, los estoicos de la apatía, y varias religiones orientales, desde el jainismo al budismo, predican la importancia de alcanzar un estado de desapego con respecto al mundo y los deseos, del cual el nirvana sería el ejemplo más conocido.

La psicoterapia y la felicidad

Creo que llegado este punto podemos recapitular un poco lo expuesto. En lo que hemos visto la felicidad no se considera como un sentimiento, o al menos no solo un sentimiento, sino más bien un contexto en el cual el control aversivo es nulo o muy débil y lo mismo con respecto al control apetitivo. Los sentimientos placenteros serían más bien el resultado de un contexto así, pero no aquello que lo define.

Así descripta, dijimos que es problemático establecer a la felicidad como algo normativo, como algo que las personas deberían de poder alcanzar. Hay varias razones para esto. En primer lugar, por definición se trata de un estado temporario y por tanto fugaz, ya que todo contexto es dinámico por definición. En segundo lugar, es imposible remover definitivamente el control aversivo de la conducta. Por último, buscar con empeño ser feliz es garantía de no serlo, porque introduce un control apetitivo que es incompatible con el contexto que hemos planteado. Desde esta perspectiva, la felicidad es más bien algo a aprovechar cuando llega, pero no algo a lo cual aferrarse.

La felicidad, como estado sostenido y objeto de deseo, es mala idea. Pero desmenuzar el contexto de felicidad nos permite entrever algunos caminos por los cuales algunos de sus elementos pueden ayudarnos a vivir mejor. Creo que, en este sentido, una psicoterapia puede hacer algunos aportes que van por los caminos de las dos vías señaladas.

En primer lugar, puede ayudar a reducir el control aversivo que no es verbalmente mediado. Esto es, puede ayudar a que una persona lleve a cabo acciones que hagan que su vida sea un poco menos hostil, a través de distintas estrategias de resolución de problemas, habilidades interpersonales, activación conductual, etc. Si ayudamos a una persona a conseguir trabajo, a cuidar su salud, limpiar su casa, etc., estamos ayudando a reducir el control aversivo directo, más en la línea de la primera vía que vimos.

En segundo lugar, puede ayudar a reducir el control aversivo que es generado verbalmente. Esto es, por una parte puede ayudar a reducir la influencia de juicios, comparaciones, y creencias que establecen control aversivo y reducir el control aversivo que está relacionado con sentimientos y pensamientos difíciles por medio de aprender a sostenerlos sin defensa. Aceptación, contacto con el presente, self como contexto y defusión son así formas de reducir lo verbalmente aversivo del mundo.

Finalmente, puede ayudar estableciendo un control apetitivo más compatible con el contexto que señalamos, un control apetitivo que no requiera nada fuera de lo inmediatamente disponible. Esto es: orientarse por valores en lugar de metas. Los valores se refieren a las cualidades encarnadas en la acción en curso, por lo cual su satisfacción está siempre orientada al momento presente, a diferencia de las metas cuya satisfacción está necesariamente en el futuro o en el pasado –se trata de algo a lograr o algo ya logrado.

No podemos generar felicidad –pero sí podemos identificar y propiciar algunos elementos del contexto del que depende para mejor vivir.

  • Análisis

Para los hombres, sentirse deseados por la pareja puede ser más importante de lo que creemos

  • 30/09/2021
  • Maria Fernanda Alonso

Señalan los estudios que, para las mujeres, sentirse deseadas por sus parejas es importante en cuanto a la excitación sexual. Sin embargo, las normas de género en las relaciones heterosexuales tienden a quitarle importancia a este mismo factor respecto de los hombres, es decir, cuando se trata de la excitación sexual masculina no es tan relevante que el hombre se sienta deseado por la pareja (resulta interesante pensar qué es lo que subyace a normas de género que legitiman el ejercicio de la sexualidad masculina sean deseados o no por la otra persona). Se supone que el deseo de los hombres es simple, directo y superficial.

Cuestionando este contexto, un equipo de investigadoras decidió estudiar con mayor profundidad el deseo sexual masculino y encontraron que, en contra de lo establecido por las normas y estándares de género imperantes, sentirse deseado es de gran importancia para casi todos los hombres en sus experiencias sexuales, quienes a la vez sostienen que hay cosas que sus parejas pueden hacer. para ayudarlos a sentirse deseados (Murray & Brotto, 2021).

Qué metodología usaron

La muestra del estudio estuvo compuesta por 300 hombres en relaciones heterosexuales que respondieron preguntas abiertas sobre su deseabilidad sexual.

Los hombres tenían entre 18 y 65 años y la duración de sus relaciones románticas oscilaba entre los 7 meses y los 45 años. En un cuestionario en línea, se les preguntó qué tan importante era para ellos ser deseados por su pareja. Luego se les pidió que describieran las cosas que su pareja hace actualmente para que se sientan deseados y si hay más cosas que su pareja podría hacer para ayudarlos a sentirse deseados.

Qué encontraron

Casi todos los hombres (95%) indicaron que sentirse deseados por su pareja era importante para ellos. Los hombres usaron diferentes palabras para expresar la importancia de sentirse deseado: la mayoría de ellos (58%) especificó que era «muy importante» para ellos, otro 20% dijo que era «extremadamente importante» y el 8% utilizó términos aún más fuertes como «primordial».

Cuando se les preguntó qué estaban haciendo actualmente sus parejas para que se sintieran deseados, el 41% describió las formas en que sus parejas expresaron su atracción verbalmente, el 34% mencionó que sus parejas iniciaron el contacto físico, el 28% mencionó que sus parejas iniciaron la actividad física y el 19% describió sus parejas se muestran entusiasmadas/excitadas durante el sexo.

A continuación, el 88% de los hombres dijo que había cosas que sus parejas podían hacer para ayudarlos a sintieran más deseados. Casi la mitad de los hombres (49%) sugirieron que desearían que sus parejas fueran más asertivas/dominantes durante las relaciones sexuales. Además, el 17% deseaba que sus parejas iniciaran relaciones sexuales con más frecuencia, el 15% quería que sus parejas comunicaran claramente sus necesidades y deseos sexuales, y el 14% simplemente ansiaba más interés sexual de sus parejas.

Curiosamente, al describir las cosas que sus parejas podrían hacer para mostrar su deseo sexual, muchos hombres describieron acciones más románticas que sexuales. Por ejemplo, el 18% de los hombres quería más romance de parte de sus parejas, el 16% quería más contacto no sexual y el 19% insinuó que quería más coqueteo (bromas, indirectas) de sus parejas.

Los ejemplos incluyeron que su compañera le frotara los pies, les diera un beso de pasada, los abrazara en el sofá o les dijera que se veían lindos o sexys. 

Los resultados van en contra de la noción de que sentirse sexualmente deseado no es importante para las experiencias sexuales de los hombres. De hecho, solo el 5% dijo que sentirse deseado no era particularmente importante para ellos. Los temas de las respuestas de los hombres también sugirieron que deseaban sentirse más deseados por sus parejas y que deseaban que sus parejas tomaran más iniciativa durante las relaciones sexuales. Los hallazgos pueden ser evidencia del deseo de los hombres por experiencias sexuales más igualitarias donde tanto mujeres como hombres muestran deseo, iniciativa y entusiasmo por el sexo.

Este estudio se limitó al estudio del deseo sexual de hombres heterosexuales. Señalan las autoras que sería útil para estudios futuros considerar similitudes o diferencias en las formas en que los hombres de diferentes sexualidades experimentan la deseabilidad sexual.

“Estaba particularmente interesada en cómo aquellos de nosotros que crecimos y nos identificamos como hombres interactuamos con aquellos de nosotros que fuimos criados y nos identificamos como mujeres cuando se trata de sexo,” dijeron. Eso se debe a que hombres y mujeres continúan recibiendo mensajes sexuales muy específicos de género y es interesante cuestionar aquello que se nos impone. Sin embargo, eso significa que los hallazgos de este estudio pueden no ser aplicables a los hombres que no salen con mujeres o que lo hacen pero no se identifican como heterosexuales. 

Referencia bibliográfica: Murray, S. H., & Brotto, L. (2021). I Want You to Want Me: A Qualitative Analysis of Heterosexual Men’s Desire to Feel Desired in Intimate Relationships. En Journal of Sex & Marital Therapy (Vol. 47, Número 5, pp. 419-434). https://doi.org/10.1080/0092623x.2021.1888830

Fuente: Psypost

  • Análisis

Por qué la CDC de Estados Unidos recomiendan a los vacunados usar mascarilla

  • 25/09/2021
  • Equipo de Redacción
business people wearing face masks and talking

Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC) recomendaron que todas las personas que se encuentren en zonas con altas tasas de infección por COVID-19 utilicen mascarillas en espacios públicos cerrados, independientemente de su estado de vacunación.

Se trata de un cambio de rumbo respecto al consejo de los CDC de mayo 2021, según el cual las personas totalmente vacunadas podían dejar sus tapabocas en casa, y pone las directrices estadounidenses más en consonancia con las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Peter Chin-Hong, médico especializado en enfermedades infecciosas de la Universidad de California en San Francisco, explica los datos científicos que sustentan estos mensajes cambiantes.

¿Qué datos científicos apoyan el uso de mascarillas después de la vacunación?

Las mascarillas ayudan a detener la propagación del coronavirus. Son una capa literal entre las personas y cualquier virus en el aire, y pueden ayudar a prevenir la infección.

La razón por la que los funcionarios de salud pública piden que se utilice más la mascarilla es que hay pruebas claras y crecientes de que – aunque son raras – pueden producirse infecciones por COVID-19 en personas que están totalmente vacunadas. Esto es especialmente cierto en el caso de las variantes emergentes que son motivo de preocupación. La buena noticia es que la infección por COVID-19, si se produce, es mucho menos probable que provoque una enfermedad grave o la muerte en las personas vacunadas.

Algunas condiciones hacen más probable una infección en una persona vacunada: más virus circulando en la comunidad, menores tasas de vacunación y más variantes altamente transmisibles.

Si las personas vacunadas pueden infectarse con el coronavirus, también pueden propagarlo. De ahí la recomendación de los CDC de que las personas vacunadas porten mascarillas en espacios públicos cerrados para ayudar a detener la transmisión del virus.

¿Dónde se aplicarán las directrices?

La recomendación de los CDC sobre las mascarillas apunta a las zonas de Estados Unidos con más de 50 nuevas infecciones por cada 100.000 habitantes o en las que más del 8% de las pruebas resultaron positivas durante la semana anterior. Según las propias definiciones de los CDC, la transmisión comunitaria «sustancial» es de 50 a 99 casos de infección por cada 100.000 personas por semana, y «alta» es de 100 o más.

El condado de Los Ángeles, por ejemplo, superó con creces esa marca a mediados de julio, con más de 10.000 casos de coronavirus por semana.

Utilizando estos criterios, las directrices de los CDC se aplicaron al 63% de los condados de EE.UU el día en que se anunciaron.

young girls masked at airport with luggage

El uso de mascarillas protege mayormente a los no vacunados – entre los que se encuentran los niños. Paul Bersebach/MediaNews Group/Orange County Register via Getty Images

¿A quién protegen realmente las recomendaciones de usar mascarillas?

La recomendación de que las personas totalmente vacunadas sigan llevando mascarilla tiene como objetivo principal proteger a los no vacunados – entre los que se encuentran los niños menores de 12 años que aún no pueden vacunarse en EE.UU. La CDC recomienda además el uso de mascarillas para las personas vacunadas con miembros de la familia no vacunados, independientemente de las tasas de transmisión de la comunidad local.

Las personas no vacunadas tienen un riesgo sustancialmente mayor de infectarse y transmitir el SARS-CoV-2, y de desarrollar complicaciones por el COVID-19.

¿Cómo cambian el escenario las nuevas variantes como la delta?

Los datos preliminares sugieren que el aumento de variantes como la delta puede aumentar la posibilidad de infecciones en personas que sólo recibieron la primera dosis de la vacuna. Por ejemplo, un estudio descubrió que una sola dosis de la vacuna de Pfizer tenía una eficacia de sólo el 34% contra la variante delta, en comparación con el 51% contra la variante alfa original, en términos de evitar la enfermedad sintomática.

Los datos son más tranquilizadores para quienes se han vacunado completamente. Después de dos dosis, la vacuna de Pfizer sigue proporcionando una fuerte protección contra la variante delta, según datos reales de Escocia y otros países; y en estudios preliminares de Canadá e Inglaterra, los investigadores observaron sólo una «modesta» disminución de la eficacia contra la enfermedad sintomática, del 93% para la variante alfa al 88% para la delta.

Sin embargo, otros informes preliminares recientes de países altamente vacunados como Israel y Singapur son aleccionadores. Antes de que la variante delta se generalizara, de enero a abril de 2021, Israel informó que la vacuna de Pfizer era un 97% eficaz en la prevención de la enfermedad sintomática. Desde el 20 de junio de 2021, con la variante delta circulando más ampliamente, la vacuna de Pfizer ha sido sólo un 41% eficaz en la prevención de la enfermedad sintomática, según los datos preliminares reportados por el Ministerio de Salud de Israel a finales de julio.

Un análisis realizado con datos gubernamentales de Singapur demostró que el 75% de las infecciones recientes por COVID-19 se produjeron en personas que estaban al menos parcialmente vacunadas – aunque la mayoría de ellas no estaban gravemente enfermas.

shoppers mostly all wearing masks

A algunos expertos estadounidenses les preocupaba que el mensaje oficial de que los vacunados debían ponerse mascarillas pudiera disuadir a los no vacunados de buscar las vacunas. Jeff Gritchen/MediaNews Group/Orange County Register via Getty Images

Sin embargo, en todos los informes y estudios, las vacunas siguen siendo muy buenas para prevenir las hospitalizaciones y la enfermedad grave debida a la variante delta – posiblemente los resultados que más nos importan.

Todos estos datos emergentes apoyan la recomendación global de la OMS de que incluso las personas totalmente vacunadas sigan usando mascarillas. La mayor parte del mundo sigue teniendo tasas de vacunación bajas y utiliza una serie de vacunasde eficacia variable, y los países tienen diferentes cargas de virus del SARS-CoV-2 en circulación.

Dado que los recuentos de casos y las cifras de contagio en EE.UU van en una dirección que los funcionarios de salud pública consideran equivocada, tiene sentido que los CDC modifiquen sus recomendaciones de usar mascarillas para ser más conservadores.

¿Qué condiciones en Estados Unidos justifican el uso de mascarillas (de nuevo)?

Tiene sentido que los CDC no hayan cambiado inmediatamente sus recomendaciones para ajustarse a las directrices de la OMS de junio. Con una tasa de vacunación general alta en todo el país y una carga de hospitalización y muerte por COVID-19 baja, los Estados Unidos tienen un panorama de COVID-19 muy diferente al de la mayor parte del mundo.

Además, a algunos expertos les preocupaba que el mensaje oficial de que los vacunados debían ponerse mascarillas pudiera disuadir a los no vacunados de buscar las vacunas.

Pero, como dijo el presidente Joe Biden el 27 de julio, «las nuevas investigaciones y la preocupación por la variante delta» están detrás del cambio de los CDC en las recomendaciones del uso de mascarillas.

En algunos lugares se está produciendo un nuevo aumento de la transmisión en la comunidad, incluso entre las personas vacunadas. Las nuevas investigaciones preliminares, aún no revisadas por los expertos, sugieren que la variante delta está asociada a una carga viral mil veces mayor en los pacientes que la observada con las cepas más antiguas. Y los primeros informes muestran que las personas infectadas y vacunadas con la variante delta pueden ser portadoras de una cantidad de virus tan elevada como las no vacunadas, que a su vez pueden contagiar a otras personas.

Los cambios en las recomendaciones no significan necesariamente que las antiguas fueran erróneas, sino que las condiciones han cambiado. ¿La conclusión? Las mascarillas ayudan a reducir la transmisión del coronavirus, pero las vacunas siguen siendo la mejor protección.

Artículo publicado en The Conversation y cedido para su republicación en Psyciencia.

  • Análisis

Orientación vocacional orientada en valores

  • 06/09/2021
  • Gabriel Genise
city man people woman

Por Bermúdez Juan Cruz, Humeniuk Ayelén Rocío, Miño Verónica y Gabriel Genise de TCM Terapia Cognitiva

“¿Qué es, en realidad, el ser humano? El ser que siempre decide lo que es.” —Viktor Frankl

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define a la adolescencia como el periodo de desarrollo humano que se produce después de la niñez y antes de la vida adulta. Esta es una de las etapas de transición más importante en la vida del ser humano que se caracteriza por un ritmo acelerado de crecimiento y cambios.

La psicología del desarrollo considera que los procesos de cambio y estabilidad ocurren principalmente en tres dominios: el desarrollo físico, cognitivo y psicosocial (Papalia, 2009).

A nivel físico, los adolescentes experimentan la aparición de múltiples cambios corporales. Estos se relacionan con el desarrollo de la pubertad, proceso que conduce a la maduración sexual. Dentro de estos cambios, se incluyen el crecimiento y el desarrollo de los órganos sexuales, la aparición de los caracteres sexuales secundarios y las continuas modificaciones en la forma y el tamaño del cuerpo (Cingolani y Castañeiras, 2018).

En el plano cognitivo se destaca el desarrollo del pensamiento abstracto, lo que proporciona una manera nueva y más flexible de manipular la información. A su vez, en esta etapa aparece el razonamiento hipotético-deductivo que se caracteriza por la capacidad de desarrollar, considerar y someter a prueba distintas hipótesis (Papalia, 2009).

A nivel psicosocial, el adolescente comienza a tomar distancia del grupo familiar para así vincularse con otras personas cercanas a su edad y formar grupos de pares. En esta etapa se produce un acercamiento progresivo hacia las relaciones románticas y de intimidad, lo que implica el desarrollo de un proyecto de mayor autonomía (Cingolani y Castañeiras, 2018; Papalia, 2009). 

Todos estos cambios pueden ser considerados como potenciales fuentes de estrés, representando desafíos concretos que los adolescentes deben enfrentar. Sabemos que la adolescencia es una etapa de transición hacia la vida adulta, donde progresivamente se va ganando autonomía e independencia. Implica el desarrollo de un proyecto de vida personal único y singular. 

Elegir

Iniciar cualquier tipo de búsqueda implica un compromiso real por parte de aquel que emprende el desafío de indagar, analizar, explorar el campo, etc. El desafío se vuelve escabroso cuando el que busca no tiene pistas claras, o abrumador cuando la cantidad de resultados posibles es innumerable.

Todo momento de elección es complejo, más aún cuando elegir supone algo “para toda la vida”. He aquí el desafío en la elección vocacional: que define no solo ocupaciones, sino también identidades. 

Es allí donde se formulan frases como “no importa lo que debas hacer, asegúrate que te haga felíz”, o “no se trata de dónde estés sino de dónde quieres estar”. Estos pequeños fragmentos de sabiduría express influyen en la elección vocacional focalizando la atención en aquellos aspectos de la decisión que quien repite las frases valora. Por ejemplo, quien propone: “convierte tu pasión en un proyecto de vida”, demuestra un interés especial en las emociones que genera la vocación. En cambio, alguien que repite: “con X profesión te morirás de hambre”, deja entrever que el valor de una ocupación está puesto en la cantidad de dinero que permita producir.

Entonces, como expresa Lidia Ferrari, en el capítulo 8 del libro cómo elegir una carrera, las narrativas del entorno sobre la elección vocacional condicionan dicha elección. Ergo, la vocación es, ante todo, una construcción. Así, en el interjuego entre las influencias sociales, el sistema educativo, las exigencias personales, las influencias familiares, los modelos e ideales y la ética y los valores, se formula el campo de búsqueda dentro del cual el adolescente o joven encontrará su vocación.

Es difícil olvidar en las influencias a los padres, aquellos sueños proyectados, ambiciones, ideas o imagos que fueron creando en el devenir del niño.Por todos estos motivos es difícil pensar en un proceso aislado, en un encuentro mágico en el cual la vocación se presenta.

Orientar

La orientación vocacional y ocupacional es un proceso de acompañamiento en el cual se promueve la elección vocacional a partir del autoconocimiento y la información. 

El entrenamiento en la habilidad de elegir comienza muy temprano en la vida. La forma en la cual se desarrolle dicha habilidad será parte importante de la manera en que se transite el proceso de elección vocacional.

Asimismo, las influencias del entorno, los mandatos, prejuicios y limitaciones buscan ser sacados a la luz en un proceso de orientación vocacional. El objetivo es, siempre, llevar a la conciencia los aspectos involucrados en la elección vocacional para disponer al orientado en una mejor posición para decidir.

En los últimos años, el interés por las terapias comportamentales de tercera generación ha aumentado significativamente. Estas se caracterizan por: 

  • Su énfasis en el cambio de las funciones de los pensamientos y emociones (cambios de segundo orden) en lugar del cambio de su contenido (cambios de primer orden).
  • Estar basadas en una aproximación empírica y centrada en principios.
  • Utilizar estrategias de cambios contextuales y experienciales.
  • Estar centradas en la función en vez de la forma. 
  • Enfocarse en la construcción de repertorios flexibles y eficaces en lugar de eliminar problemas definidos de manera reducida.
  • Sintetizar aspectos de las generaciones previas. 

Uno de los modelos más representativos de las terapias de tercera generación es la terapia de aceptación y compromiso o ACT, por sus siglas en inglés. ACT forma parte de la tradición del conductismo radical y sus bases filosóficas parten del contextualismo funcional (Maero, 2018). La meta última de este modelo consiste en ayudar a las personas a crear una vida basada en sus valores personales, a la vez que acepta el dolor que inevitablemente viene con ella. Por lo tanto, se busca poder socavar la influencia que tiene el lenguaje y los pensamientos sobre la conducta, para así poder generar un repertorio de acción más flexible, abierto e involucrado con un sentido de propósito vital (Mandil, José Quintero y Maero, 2017). Para lograr esto, ACT presenta un modelo de flexibilidad psicológica que está compuesto por seis grupos de procesos que el terapeuta busca favorecer: aceptación, defusión, momento presente, self, valores y compromiso. 

Los valores cumplen un rol fundamental en el proceso de cambio planteado por ACT. Podemos entenderlos como repertorios conductuales que implican generar verbalmente un patrón extendido y dinámico de actividad deseada. Este repertorio implica formular verbalmente direcciones vitales deseadas, bajo la premisa de objetivos generales y de cualidades de acción. El repertorio de valores intenta sustituir a las reglas poco funcionales, actuando como guías para la regulación de la conducta. También pueden ser entendidos como las direcciones generales y las cualidades que deseamos que tengan nuestras acciones. (Mandil, José Quintero y Maero, 2017).

Cuando hablamos de valores, no estamos haciendo referencia al concepto de valores universales como el amor, la verdad, la paz, la justicia, etc. Desde ACT se entienden a los valores como “direcciones vitales elegidas”. El hecho de que los valores sean entendidos como direcciones marcan una diferencia con el concepto de meta (Quadrizzi Leccese y Settembrino, 2018). Los valores no son metas alcanzables, son direcciones inagotables que orientan nuestra conducta. Como los valores no tienen fin, no se realizan completamente nunca, por el contrario están siempre presentes y funcionan como horizonte o guía de nuestros comportamientos. Y es por esa misma razón que resultan tan útiles: impregnan nuestras acciones de dirección y propósito, le dan un sentido a nuestros comportamientos (Paéz, Gutiérrez, Valdivia y Luciano, 2006). 

Con relación a la orientación vocacional, poder diferenciar metas de valores es algo sumamente útil, ya que la confusión entre ambos conceptos puede llevar a la persona a enfrentar experiencias no deseadas (Quadrizzi Leccese y Settembrino, 2018). Veamos las diferencias de estos conceptos con algunos ejemplos:

  • Obtener un título universitario es una meta. Un objetivo al que se puede llegar. Si el hecho de obtener un título se convierte en un fin en sí mismo, es probable que la persona experimente frustración luego de alcanzarla.
  • Ser alguien que ayude a los demás es un valor. Este valor direcciona las acciones de la persona, viendo a la carrera/profesión como un medio para poder ayudar a otros.

El gran problema de las crisis vocacionales es que están cimentadas en el “QUÉ” y no en el “PARA QUÉ”. Si un conductor no tiene en claro a dónde quiere llegar, las razones por las cuales tomará una u otra ruta en un camino bifurcado estarán relacionadas a factores arbitrarios. Del mismo modo, si una persona no tiene en claro de qué maneras quiere trascender en su tránsito por este mundo, qué le parece importante, la elección vocacional estará basada en aspectos que quizá no tengan nada que ver con sus valores.

Por estas razones quienes orientamos nos encontramos muchas veces con crisis basadas en: “no sé qué estudiar”. Nuestro objetivo será, fundamentalmente, transformar esta duda en la pregunta siguiente: “¿Hacía dónde quiero dirigirme?”. Quien tiene en claro a dónde quiere ir, le resulta mucho más orgánico elegir qué camino tomar.

Una vez que la pregunta está formulada correctamente, comienza el camino de la auto-observación para reconocer el talento personal. El talento personal es la capacidad que generamos al desarrollar una actividad valorada con un estilo propio. 

Es decir, es el espacio virtual en el que confluyen las habilidades innatas, el carácter y la actitud con la manifestación de los valores: intereses, gustos, formaciones y experiencias.

Se dispondrán, entonces, técnicas que funcionen de linterna para reconocer tanto los aspectos de la personalidad del orientado, como los valores que dirigen sus metas.

Por ejemplo, hay una técnica llamada “Mi intención primordial” donde se le pide al orientado que elija entre una serie de verbos los que le parezcan los más importantes, para luego reducir las elecciones a cinco, a tres y, finalmente, se le pide que jerarquice y justifique. Ante esta técnica, una adolescente que llegó al proceso preocupada por lo que iba a estudiar al terminar el secundario expresa:

 “Me costó el orden de importancia. Yo puse diseñar, ayudar y decorar. Me imagino diseñando mis propios pensamientos.  Poder plasmarlos en ropa, la vida, en lo que sea.” 

Nótese cómo, gracias a esta actividad (precedida por otras que también tienen el mismo objetivo), la adolescente pudo poner en palabras qué dirección valorada elige. Sobre esta base, construir un mapa de formación —sea estudiar en un nivel terciario, formarse en un oficio o buscar un trabajo donde entrenarse— será mucho más sencillo.

En esta primera etapa de autoconocimiento trabajaremos también en pos de observar mandatos, influencias, intereses y preferencias. El objetivo es, en resumen, que el orientado diseñe su Dirección Valorada y bosqueje su Talento Personal, conociendo cada uno de los aspectos que lo conforman.

La segunda etapa del proceso de orientación vocacional será el de información. Cuando los procesos están basados en otros marcos teóricos, esta etapa consta de una exposición por parte del orientador sobre los aspectos administrativos y burocráticos de la formación que se haya elegido. 

Sin embargo, en el modelo ACT se tendrán en cuenta en esta etapa también los Valores de la persona que está tomando una de las decisiones más importantes de su vida. Es por ello que se orienta eligiendo qué tipo de formación y trabajo se adapta más a las metas y valores del orientado a partir de técnicas como “Mi labor personal”, donde se disponen formas de trabajo y se le pide que, sin pensar en una profesión y oficio, seleccionen las que más se adecúen a sus preferencias. Por ejemplo, “trabajar al aire libre”, “profesión”, “dinámico”, “en oficina”, “orientado a personas”, etc. 

Teniendo en cuenta estas elecciones y el contexto de la persona —si está dispuesto/a viajar por trabajo, si puede o no costear un estudio universitario, qué otras áreas de su vida son importantes—, se descubre junto con el orientado qué formaciones le guiarán en la dirección valorada.

Una vida valorada

Estamos transitando un momento socio histórico único, en el cual las formas de empleabilidad están cambiando, así como los métodos de formación. El avance de las tecnologías, la ciencia y la globalización están quebrantando muchos paradigmas que se sostenían hace no muchos años como pilares del mundo laboral. 

Hoy, las empresas valoran más el cumplimiento de objetivos que de horarios, la formación académica es cada vez más competitiva y accesible, y el género está dejando de ser una barrera para conseguir empleo.

En este contexto, la libertad de elegir qué, cómo y para qué trabajar es una Caja de Pandora llena de sorpresas positivas, pero también de crisis por la multiformidad de elecciones posibles.

Un artículo del diario argentino Clarín publicado en el 2017 revela los datos de una encuesta formulada por Adecco, donde solo dos de cada diez argentinos trabaja de lo que les gusta. Las cifras en el resto de Latinoamérica no cambian demasiado. Un artículo del diario La República publicado este mismo año confirma que las cifras en Colombia son exactamente iguales que en Argentina.

La intervención de la terapia de aceptación y compromiso en la orientación vocacional aspira a modificar estas cifras. En un mundo donde todo cambia tan velozmente, la creatividad es una capacidad altamente importante para desarrollar un espacio de trabajo que no solo pueda ser sustento económico, sino también alojo del bienestar psicológico que genera disfrutar las actividades y, sobre todo, valorarlas.

Referencias:

  • Cingolani, J. M., y Castañeiras, C. (2018). ¿Cómo ser adolescente hoy y no quedarse en el intento? Buenos Aires: Paidós.
  • Maero, F. (2018). Terapia de Aceptación y Compromiso. En E. L. Keegan, Innovaciones en los modelos cognitivo – conductuales (págs. 113 – 152). Buenos Aires, Argentina: Akadia.
  • Mandil, J., José Quintero, P. y Maero, F. (2017). Terapia de Aceptación y Compromiso con Adolescentes. Buenos Aires: Akadia.
  • Páez, M., Gutiérrez, O., Valdivia, S., y Luciano, M. C. (2006). La importancia de los valores en el contexto de la terapia psicológica. International Journal of Psychology and Psychological Therapy, 6, 1-20
  • Papalia, D. (2009). Psicología del desarrollo: de la infancia a la adolescencia. México: Mc-Graw-Hill. 
  • Quadrizzi Leccese G. y Settembrino D.M. (2018). Orientación al Talento Personal. Akadia.

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