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Artículos de opinión (Op-ed)

212 Publicaciones

La opinión es una creencia subjetiva, y es el resultado de la emoción o la interpretación de los hechos. Una opinión puede ser apoyada por un argumento, aunque las personas pueden dibujar las opiniones opuestas de un mismo conjunto de hechos. Este artículo representa la opinión del autor y no necesariamente de aquellos que colaboran en Psyciencia.

  • Artículos de opinión (Op-ed)

Los médicos son menos empáticos, pero ¿es su culpa?

  • Maria Fernanda Alonso
  • 18/08/2016

Hace un tiempo publicamos un artículo señalando la carencia de empatía de los médicos, y resaltando los beneficios que surgen cuando los profesionales de la salud son más empáticos en el tratamiento de sus pacientes. El foco de dicho artículo estuvo centrado en saber si los doctores pueden aprender a ser más empáticos. Los resultados del estudio fueron muy interesantes, pero puede ser que no estemos viendo la imágen completa. Sabemos que la empatía de los médicos va en disminución constante, pero ¿puede ser que nosotros mismos los estemos juzgando de manera poco empática? ¿Alguna vez “te pusiste en los zapatos” de ese doctor antipático que te atendió la noche que estabas tan mal por un resfrío, que sentías que no tenías fuerzas para mover los pies?

David Scales es médico residente de medicina interna en Cambridge Health Alliance. Ha trabajado como médico sociólogo e investigador en la Escuela de Medicina de Harvard, y ha hecho trabajo médico con refugiados palestinos en Beirut, Líbano, Amman y Jordania. David escribió un artículo en el que habla del asunto de los médicos y la empatía de un modo en que muchos no lo habíamos pensado. Utiliza su experiencia personal para mostrarnos una verdad que varios prefieren pasar por alto. A continuación comparto con ustedes una traducción de dicho artículo.

…

“No me gusta tomar medicamentos,” me dijo Hernando (no es su nombre real) cuando le recomendé una dosis fuerte de ibuprofeno para el dolor en su pulgar, durante un día más ocupado de lo habitual en la clínica de atención primaria donde trabajo. No soy su médico de cabecera por lo que él trató de explicarme que prefiere tratamientos naturales en lugar de fármacos manufacturados. “Podemos trabajar con eso,” pensé. Pero entonces él dijo: “preferiría no usar una muñequera,” un componente clave del tratamiento para su tendinitis.

Esta visita no estaba yendo como esperaba. Yo estaba apurado y al mismo tiempo ya iba 40 minutos retrasado, y queriendo ponerme al día. Pero mi cita con Hernando requirió tiempo para navegar sus preferencias y luchar con el torpe sistema de registro electrónico cuando me pidió una nota que lo excusara del trabajo. En ese momento, yo estaba aún más estresado que antes de la visita y visiblemente frustrado. Ví que él tampoco estaba contento. Avergonzado, me apuré por ver a mi próximo paciente, pensando: “eso no salió bien.”

Como Hernando, la mayoría de la gente quiere un doctor empático, alguien que pueda prescribir medicamentos pero también alguien que escuche y entienda. A pesar de eso, los pacientes se quejan con razón de que parece haber menos empatía de parte de los doctores en clínicas y hospitales. Investigadores han encontrado que los puntajes de empatía de los estudiantes de medicina caen a lo largo del curso de la educación médica, y las revistas de medicina lamentan que la empatía de los médicos está decayendo. La mayoría de las investigaciones que estudian y tratan de entender y resolver la “brecha de empatía” se enfocan en la formación individual de los médicos, pero podría ser una causa perdida si el ambiente de trabajo permanece sin cambios.

La clave está en la naturaleza de la empatía clínica, la cual requiere que el médico esté realmente presente. Ese profesional médico debe ser lo suficientemente curioso para establecer una conexión cognitiva y emocional con la situación del paciente, su perspectiva y sentimientos, y luego comunicarle ese entendimiento al paciente.

En algunas ocasiones, el impacto de la empatía parece ser más mágico que biológico. Cuando la puntuación de empatía es más alta, los pacientes se recuperan más rápido de un resfriado común, los diabéticos tienen mejor control del azúcar en sangre, las personas se adhieren más a los tratamientos, y los pacientes se sienten más capaces de afrontar sus enfermedades. Los médicos empáticos reportan mayor bienestar personal y son menos demandados.

Nuevas investigaciones muestran que la meditación y la “comunicación consciente” pueden incrementar la empatía de los médicos, dando nacimiento al nicho del mercado de los cursos en formación. Sin embargo, esta preocupación ha pasado por alto los muy evidentes déficits del ambiente laboral que aplastan la empatía humana que poseen los doctores.

Esta es la historia con la que te encontrás cuando hablás con médicos o lees los innumerables artículos y blogs que doctores y estudiantes de medicina escriben cuando finalmente dejan el campo.

La mayoría lamenta cómo el ambiente de práctica les impide atender a sus pacientes en formas que a ellos les gustaría y que sus pacientes se merecen. Culpan a la presión del tiempo creada por un sistema de facturación que promueve la cantidad de pacientes atendidos por sobre la calidad, la falta de control sobre el ambiente laboral caótico, y el tiempo interminable gastado en tareas administrativas. Quizás y sin ser sorprendente, muchos de estos son los mismos factores que contribuyen al burnout de los médicos.

Es la misma historia que pasé con Hernando. Nos conocimos el día más ocupado de mi semana en la clínica, y el estar retrasado se sumó al estrés común de la clínica. No lo conocía para nada, lo cual requirió que ambos naveguemos espontáneamente nuestras preferencias entre alternativas y medicina alopática.

La presión del tiempo puede causar una suspensión de la toma de decisiones éticas o un conflicto interno que abruma la tendencia natural de ayudar a quienes lo necesitan

Es la misma historia que pasé con Hernando. Nos conocimos el día más ocupado de mi semana en la clínica, y el estar retrasado se sumó al estrés común de la clínica. No lo conocía para nada, lo cual requirió que ambos naveguemos espontáneamente nuestras preferencias entre alternativas y medicina alopática

Finalmente, el burnout fue un factor. Ví a Hernando durante el momento más ocupado de mi residencia, un periodo de nueve días de descanso sobre doce semanas trabajando cerca de 80 horas por semana. No tenía ninguna reserva para cuidar de mí mismo, mucho menos de mis pacientes. Luchando con privación crónica del sueño, mis circuitos de empatía estaban cerrados, una crisis conocida en la educación médica actual. No es una excusa –  sin dudas tengo en un estándar superior que esa cita con Hernando – pero necesitaba descanso más que un curso de mindfulness.

A pesar de los datos anecdóticos de los médicos, no encontrarás estudios en las revistas médicas probando los efectos de la empatía en ambientes de trabajo en hospitales menos caóticos o citas de cuidado primario más largas. No es que los investigadores de empatía ignoren estos factores ambientales. De hecho, muchos papers los mencionan al pasar. Hay pocos ejemplos de estudios empíricos en medicina.

Pero fuera de la medicina, un vínculo entre nuestro ambiente y la empatía se ha conocido por cuatro décadas. A los participantes del famoso estudio de Princeton de 1973 de prueba de comportamiento altruista en seminaristas en situaciones estresantes controladas, se les asignó la tarea de dar una charla ya sea sobre el Buen Samaritano o sobre conseguir buenos trabajos. A algunos se les dijo que estaban retrasados para la charla, a otros que tenían un montón de tiempo para llegar al lugar de la charla. En el camino, tuvieron que pasar por un callejón donde una víctima falsa estaba tirada y con problemas, tosiendo y aparentando estar inconsciente. La pregunta era: ¿se detendrían para ayudar?

Los seminaristas – hombres que eligen una vida religiosa para ayudar a las personas; hombres que claramente conocían la historia del Buen Samaritano, y a algunos de los cuales se les pidió que piensen sobre ella –  deberían haberse detenido todos para ayudar. Pero no lo hicieron. De hecho, el factor principal asociado con proveer asistencia no fue sus personalidades individuales o incluso que se les asignara la charla sobre el Buen Samaritano. Fue cuánto tiempo se les dió para el viaje hasta el lugar de la charla.

Debido a la presión del tiempo, algunos seminaristas “no percibieron la escena en el callejón como una ocasión para una decisión ética.” Otros lo hicieron, y se tomó nota de que estuvieron “excitados y ansiosos” después de su encuentro con la víctima. Se les había pedido que ayuden y ahora estaban atrapados en un conflicto entre su compromiso de dar un discurso o ayudar a la víctima en el callejón. Como lo dijeron los investigadores, “el conflicto, más que la insensibilidad, puede explicar el no detenerse.”

Las implicaciones son profundas – la presión del tiempo puede causar ya sea una suspensión de la toma de decisiones éticas o un conflicto interno que abruma la tendencia natural de una persona de ayudar a quienes lo necesitan. Esto sucede todos los días en la clínica y en el hospital, donde a los profesionales médicos (muchos de los cuales llegaron a la medicina por un deseo de ayudar a las personas) se les da la tarea de servir a dos amos – el paciente afligido en sus oficinas, y un sistema que demanda atender más pacientes, más rápido. Esto crea un conflicto interno que podría explicar lo que parece ser comportamiento insensible, donde los doctores parecen no ver numerosas pistas de pacientes buscando empatía. Esto crea un ambiente donde, como concluye el estudio de Princeton, “si una persona ayuda o no, es una decisión inmediata probablemente controlable por la situación.”

Esto no es sorpresa después del descubrimiento reciente de las “neuronas espejo,” que se cree que son los centros neurobiológicos de la empatía. Las neuronas espejo se encienden cuando observamos personas, y pueden reflejar inconscientemente emociones que percibimos en alguien más.

Pero las neuronas espejo son frágiles. La exposición a la indiferencia o violencia en la infancia embota su crecimiento. Incluso adultos con vías que funcionan plenamente pueden tener sus neuronas espejo cerradas en situaciones de alto riesgo gobernadas por el miedo y el estrés.

Estudios recientes de psicología y antropología están empezando a esparcir luz sobre cómo el contexto social afecta nuestra capacidad de empatía. La empatía no es una constante, un rasgo inherente sino uno que varía en el curso de un día o un mes, fluctuando con nuestra situación social, estado de ánimo y autoestima.

Pero estos desarrollos en las ciencias sociales todavía deben abrirse paso hacia la medicina. Necesitamos entender los contextos en que la empatía clínica florece naturalmente. Deberíamos estudiar el impacto de alargar las citas o de proveer una tarifa más alta por asesoramientos que requieren mucho tiempo. En lugar de eso, se exige a médicos ocupados que se entrenen en empatía sin realizar cambios en cuanto al estrés laboral, y hacemos responsables únicos a los doctores por los déficits de empatía. Hasta que hospitales, clínicas y compañías aseguradoras tomen los factores ambientales seriamente, los pacientes sufrirán y la empatía de los médicos continuará declinando.

Este artículo fue publicado en AEON y re-publicado en Psyciencia bajo la licencia Creative Commons. Puedes leer el artículo original aquí. 

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  • Artículos de opinión (Op-ed)

Cómo hacer realidad nuestra peor pesadilla

  • Sergio Lotauro
  • 18/08/2016
Creencias

V oy a contarles la historia de Edipo, pero no la parte que todo el mundo conoce, cuando el personaje de la mitología griega se enamora y se casa con su madre, sino lo que ocurre antes; la serie de eventos desafortunados que llevan al extravagante desenlace. La precuela, para estar en sintonía con los tiempos que corren.

Edipo vivía feliz con sus padres en Corinto. Sin embargo, parece que tenía una naturaleza algo ansiosa… Preocupado por lo que le deparaba el futuro, en cierta ocasión decidió consultar al Oráculo de Delfos, algo parecido al horóscopo moderno pero más sofisticado, emparentado con las habilidades adivinatorias de ciertos dioses griegos.

Ante la incertidumbre y la inseguridad de Edipo sobre su futura suerte, el Oráculo se pronunció de manera trágica y contundente: “Tu destino es asesinar a tu padre y casarte con tu madre”.

Por supuesto, Edipo quedó horrorizado ante la idea.

¿Cómo podría él llegar a hacer semejante cosa? Le parecía algo impensable, inconcebible; pero lo cierto era que el Oráculo tenía una reputación impecable: Jamás se equivocaba a la hora de vaticinar el destino de quien le consultaba. Lo que el Oráculo anticipada, se cumplía. Era ley.

Edipo lo sabía perfectamente, al igual que todos los habitantes de la antigua Grecia. No obstante, se negaba a resignarse a su suerte, debía hacer algo inmediatamente para evitar verse envuelto en semejante atrocidad. Sin conocer las razones que podrían llevarlo al parricidio y al incesto, pero convencido de que así sería si no tomaba cartas en el asunto, decidió abandonar la casa donde vivía sin dar mayores explicaciones y marcharse a otra ciudad, bien lejos de las tentaciones que lo acechaban en el futuro.

Así, montó en su caballo y se dirigió a Tebas.

La travesía transcurrió sin problemas, hasta que cierto día, en un paraje desolado cerca de la entrada de la ciudad que lo acogería y libraría de su funesto destino, según Edipo creía, tuvo un altercado con un anciano que conducía un carruaje. Discutieron sobre quien debía pasar primero, se insultaron, y antes de que ambos hombres pudieran darse cuenta se habían enfrascado en una terrible pelea que tendría el peor final: En el forcejeo, y cegado por la ira, Edipo terminó matando al anciano y huyendo asustado del lugar. En cuestiones de tránsito, nada ha cambiado desde entonces.

Algún tiempo después, ya instalado en su nuevo hogar, Edipo conoció a Yocasta, la reina de Tebas, que recientemente acababa de enviudar, y se enamoraron. Para simplificar un poco la historia y ahorrar detalles que no vienen al caso, voy a decir que estuvieron de novios unos meses y luego se casaron.

Lo que continúa es la parte de la historia que todo el mundo conoce. Edipo descubre que a quienes creía sus verdaderos padres, en realidad no lo eran, pues había sido adoptado cuando era muy pequeño. El anciano con el que había tropezado camino a la ciudad no era otro que Layo, el rey de Tebas y padre biológico de Edipo, y la mujer con la que se había casado, su verdadera madre. Un desastre de proporciones griegas, ni más ni menos.

Horrorizado por lo que había hecho, y preso de la más acuciante desesperación, Edipo se arrancó los ojos con sus propias manos y se condenó a sí mismo al destierro, el peor de los castigos por aquel entonces, y solo aplicable a quienes cometían los crímenes más aberrantes.

Los dramáticos designios del Oráculo se habían cumplido al pie de la letra. Finalmente Edipo había sido alcanzado por su destino.

Es probable que el lector se esté preguntando por que le estoy contando esto en un artículo que en su título promete otra cosa. Bueno, me parece un interesante punto de partida, una bonita metáfora para entender lo que sigue.

¿Creencias = Realidad?

En realidad, fue la “creencia” en la certeza del oráculo lo que provocó, justamente, que el pronóstico del Oráculo se convirtiera en realidad. Cuando Edipo decide abandonar Tebas, en lugar de buscar más información al respecto, puso en marcha los mecanismos que lo llevarían directamente a su destino final.

Más allá de la evidente paradoja, aquí es interesante observar el poder de la creencia por sobre la realidad.

Por definición, una creencia es una afirmación o una premisa que influye sobre nuestro pensamiento y nuestra conducta, sin que en realidad esa afirmación se encuentre fehacientemente demostrada o tengamos pruebas válidas que sustenten su veracidad.

Creer “algo” no es sinónimo de que ese “algo” efectivamente exista. Sin embargo, el mero hecho de creerlo, muchas veces alcanza para convertirlo en una realidad luego comprobable. En la historia de Edipo, “creer” que iba a terminar con la vida de su padre fue lo que gatilló, ni más ni menos, que termine con la vida de su padre.

El conjunto de nuestras creencias, antes que nuestra propia realidad, muchas veces determina las cosas que nos ocurren en la vida, y como nos sentimos.

Así somos. Así funcionamos.

Ciertas creencias suelen estar en la base de la vulnerabilidad al estrés. Veamos algunos casos típicos.

Ejemplo 1:

Ramiro cree que para poder atraer y conquistar a una chica, se tiene que mostrar excéntrico, ingenioso y sofisticado. “Si me muestro tal cual soy, no le voy a gustar a nadie”, se dice a sí mismo.

Bajo esta premisa, cuando Ramiro sale por primera vez con una chica, se calza un personaje que en realidad le resulta totalmente ajeno. En su afán por agradar, no para de hablar de sí mismo, de destacar sus valores, de alardear abiertamente de sus virtudes y maximizar sus logros.

Que a nadie le sorprenda que Ramiro no tenga novia. Las mujeres que han salido con él lo califican como poco espontáneo, ególatra y aburrido.

El pobre muchacho nunca pasa de la primera cita. Una vez más, este Edipo moderno toma el vuelo que lo lleva sin escalas a la perdición.

Ejemplo 2:

Silvia, por otra parte, cree que es imposible vivir sin amor. Y con tal de sentirse querida por su pareja es capaz de todo.

Evita los conflictos por cualquier medio, porque piensa que una pelea puede desencadenar en la ruptura de la relación. En este contexto, Silvia nunca discute por nada con Franco, cierra la boca ante cada cosa que hace él y le molesta; y acepta de inmediato, ya sea que esté de acuerdo o no, todo lo que él dice o propone.

Silvia cree que hay que inmolarse por amor, y así se desarrolla su relación de pareja, hasta que un buen día, Franco, exasperado por tanta sumisión, pasividad y falta de iniciativa, decide terminar repentinamente con la relación.

A quien le pregunte, Franco no tiene reparos en explicar que él necesita una auténtica mujer a su lado, no una hija, ni mucho menos una sirvienta.

Ejemplo 3:

Carla está de novia con Fernando, un importante abogado, y desde hace algún tiempo se le ha metido en la cabeza la idea de que su pareja le es infiel.

Por su profesión, el hombre pasa mucho tiempo fuera, pero más allá de eso, en realidad Carla no tiene ninguna prueba de que su novio la engañe.

No obstante, Carla está obsesionada. Permanentemente le revisa el teléfono celular en busca de algún indicio incriminatorio, lo llama infinidad de veces al día solo para controlar donde se encuentra, y se enoja y lo regaña con frecuencia, ante pequeños deslices de él, como por ejemplo llegar diez minutos tarde cuando se encuentran para hacer algo juntos, hecho que para ella siempre es significativo y la lleva a sospechar que “anda en algo turbio”.

Asustada y resentida con su novio por las ideas que se gestan en su propio cerebro, antes que por la realidad, Carla pasa buena parte del día de mal humor. A modo de venganza ante las improbables fechorías de él, la mitad del tiempo lo trata con fría indiferencia y la otra mitad está bien predispuesta para discutir a propósito de cualquier nimiedad.

No importa cuántas veces él le diga todo lo que la quiere, que le regale bombones, que la lleve a cenar todos los fines de semana, o le obsequie para el día de la novia un día completo en un spa; Carla desatiende sistemáticamente todos estos gestos positivos y continúa obstinada en su búsqueda infructuosa por demostrar la veracidad de sus creencias paranoides.

En este contexto, Fernando, por supuesto, se siente desatendido, no correspondido en su amor por ella y muchas veces maltratado. En ocasiones hasta bromea con sus amigos diciendo que se ha enamorado de una oficial de la Gestapo.

Un día, por casualidad, sin que se lo proponga, Fernando conoce a una chica que es la hermana de un cliente. Ella le impresiona como cordial, simpática y desestructurada. Se gustan y antes de que quieran darse cuenta, terminan tomando un café y conversando en un bar cercano a Tribunales, y luego… Bueno, dejo librado a la imaginación del lector lo que ocurre luego.

Alcanzado este punto, probablemente si la relación con Carla no hubiese estado tan deteriorada por su infatigable desconfianza, Fernando no se hubiera tentado ni tenido la necesidad de buscar afecto en otra mujer.

Carla, al igual que los personajes anteriores de estas pequeñas historias de ficción inspiradas en casos reales de mi experiencia clínica, ha sido la artífice de su propio destino.

Examinemos nuestras creencias

Dejamos así establecido que nuestras creencias y expectativas afectan la forma en cómo nos percibimos y percibimos a los demás, y puede llevarnos por el camino equivocado.

Para colmo de males, estamos siempre bien predispuestos a buscar evidencias que confirmen nuestras creencias previas, y somos muy remolones para buscar evidencias en contra.

Somos grandes entusiastas a la hora de corroborar lo que pensamos, y de igual pereza para indagar en los motivos por los que podríamos estar equivocados.

La paradoja aquí es que muchas veces, procurar desestimar nuestras propias opiniones constituye el camino más sensato para saber si estamos en lo cierto o no.

Creo que conviene revisar periódicamente todo aquello en lo que creemos, sobre todo si es negativo, porque podría estar ejerciendo un poderoso impacto en nuestro día a día, sin que seamos conscientes de ello, y empujarnos, sin que nos demos cuenta, a crear una realidad que no nos favorece.

Alguien dijo en una ocasión: “define una realidad, y será una realidad en sus consecuencias”. Es absolutamente cierto. Edipo puede dar cátedra de esto.

  • Artículos de opinión (Op-ed)

Freud y/o la práctica actual

  • Luis Hornstein
  • 15/08/2016

Este fue el panel central de un libro que recogió las intervenciones y los debates que tuvieron lugar en las jornadas-homenaje realizadas a diez años de la muerte de Piera Aulagnier. Y es precisamente en ese marco –el del reconocimiento que psicoanalistas de diversas procedencias teóricas y clínicas y con elaboraciones conceptuales propias rinden a una obra original, donde deben verse las marcas de algunas definiciones vigentes para el psicoanálisis en nuestro medio. Pues si la fascinación conlleva como peligro la sumisión acrítica, la ausencia de fascinación pone en circulación un modo productivo de pensamiento, que no desdeña el intercambio con otras teorías. Y es allí donde el encuentro-homenaje cobra verdadero sentido y brinda frutos genuinos.

En este panel participan Carlos Marios Aslan (Premio Konex de Platino década 1986-1996 en Psicoanálisis), Silvia Bleichmar (Premio Konex de Platino década 1996-2006 en Psicología) y Luis Hornstein (Premio Konex de Platino década 1996-2006 en Psicoanálisis). Reflexionan sobre la práctica instaurada por Freud y sus modificaciones actuales ilustrando el panorama de un psicoanálisis cuyo pluralismo crítico depende de una inserción en una clínica que se resiste a una globalización que pretenda diluir las condiciones sociohistóricas del ejercicio real del psicoanálisis.

No hay práctica sin proyecto terapéutico. Esta definición no es menor en un momento en que la clínica presenta tantos desafíos. Y la respuesta del psicoanalista suele oscilar entre refugiarse en un teoricismo cuya relación con la clínica se desdibuja, o bien convertir la práctica en un artesanado más o menos empírico, conformándose con una metapsicología simplificante y congelada.

Silvia Bleichmar afirma “que si no nos hacemos cargo de nuestras propias impasses internas una de las cuestiones más graves que nos afectan es el hecho de que el psicoanálisis corra el riesgo, lamentablemente, de caer implosionado no por la fuerza de sus oponentes, sino por sus propias contradicciones internas”. El psicoanálisis está en crisis. Una práctica innovadora ha sido reducida a una técnica estereotipada, petrificada, sin lugar para la creación. Se advierten signos de agotamiento de su discurso, que intenta preservar un monolitismo que ya no existe, al arrastrar el peso muerto de los análisis “ortodoxos”, con su técnica esclerosada.

¿Cómo construir un psicoanálisis contemporáneo, abierto a los intercambios con otras disciplinas y al desafío que impone cada coyuntura sociocultural, sin por ello perder especificidad ni rigor? ¿Cómo producir un pensamiento teórico que, anclado en la clínica, sea capaz de desafiar los dogmatismos?

La forma de hacer productivo el patrimonio psicoanalítico es diferenciando el pasado caduco del pasado vigente, motor de un futuro posible. ¿Quién podría negar que, poco o mucho, Winnicott, Klein, Kohut, Piera Aulagnier, Green, Lacan (y la lista continúa) son hoy imprescindibles? Entonces hay que leerlos, y leerlos directamente, no en la versión que otros dan de ellos. (Lo que puede ser discutible es en qué medida a cada uno.) Una lectura variada no tiene por qué ser un caos o una “entente cordial” en la que convivan todos, si se advierten y respetan los distintos ejes conceptuales. Una condición para respetar la diversidad es poder manejarla. Casi como prestidigitadores. Los epígonos suelen ser rígidos. Sus jefes, no.

Versión ebook
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Carlos Mario Aislan

Quizás alguno de ustedes haya escuchado uno de los últimos “chistes de gallegos” Un gallego, puesto en la situación en la que yo estoy ahora, dice: “antes de comenzar a hablar quiero decir algunas palabras”. Bueno, yo también quiero decir algunas palabras y son para agradecerle a Luis Hornstein y su organización, haberme invitado a participar en esta mesa redonda, primero por la invitación y luego porque espero participar de una situación que Castoriadis llamaba “El placer de representación”. En alemán representación es Vorstellung, que también quiere decir idea, así que estamos con el placer de las ideas, que espero que compartamos todos en este momento.

En primer término me referiré a algunos aspectos formales de la práctica psicoanalítica actual. Empezaré contando algunas anécdotas de Freud.

Comenzaré por una carta a Fliess donde le dice Freud “he terminado con éxito el análisis, del Sr. tal, con una invitación a cenar con la familia”. La segunda anécdota está en las notas originales del historial de “El hombre de las ratas”. En una sesión el paciente le dice a Freud que tiene hambre y él le hace servir de comer ; no sin consecuencias, porque luego de unas sesiones Freud anota que “El hombre de las ratas” se quejó que ese arenque le había caído mal. Por otro lado tenemos la correspondencia con Ferenczi. Durante la Primera Guerra Mundial, Ferenczi le solicita a Freud análisis. Tiene unos días de licencia, piensa viajar a Viena, y le pide a Freud si en esas fechas le puede dar varias horas de análisis por día (¿antecedente de análisis “condensado”?) Freud le contesta afirmativamente, y agrega: ”no se olvida de reservar algunas noches para cenar con la familia”.

Los analistas freudianos somos muy heterodoxos. La ortodoxia freudiana es la heterodoxia o la heterodoxia es la ortodoxia freudiana

Otra anécdota concierne a Gustav Mahler, el músico, quien tenía dificultades matrimoniales y le habían aconsejado que consultara a Freud. Parece que Mahler era bastante obsesivo: pidió una hora, Freud se la dio y poco antes Mahler la anuló. Repitió esto varias veces, hasta que Freud le mandó un telegrama diciéndole que iba a estar en una ciudad cercana a donde se hallaba Mahler, por un día, y luego se iba a tomar vacaciones muy largas. Este “apremio” decide a Mahler quien acepta la cita. Caminan por las calles del pueblo durante cuatro horas, “conversando”. Y dicen, por lo menos Jones dice, que con esa conversación Mahler se curó de la impotencia que tenía y su matrimonio se arregló.Este sería el primer ejemplo registrado de un psicoterapia breve psicoanalítica.

También están los consejos que le da a Edoardo Weiss, que fue el introductor del psicoanálisis en Italia y que supervisaba por carta con Freud, así que ha quedado el material y la supervisión. Se quejaba Weiss que no podía establecer contacto con una paciente; entonces Freud le da el consejo de que ponga antes de la hora de ella a otra paciente mujer y que la despida muy efusivamente, que se asegure que la que lo está esperando lo vea y lo oiga. Cosa que hace y la paciente inmediatamente entra en una situación transferencial mucho más franca.

Recuerdo el análisis que cuenta Joan Riviere, Uds. saben que fue una de las traductoras y supervisoras de las traducciones de Freud y que trabajó en el International Journal. La había analizado Jones y le escribió a Freud que tenía dificultades, parece que era una borderline, diríamos hoy. En su primera sesión ella va, se acuesta y para su sorpresa Freud le dice : “yo sé algunas cosas de Ud.: sé que Ud. tiene padre y madre, así que empiece ya”, se lo dice en lugar de esperar las asociaciones y los habituales rodeos. Durante el análisis descubrieron cosas a través del sueño, ( lamentablemente nosotros generalmente usamos los sueños sólo para confirmar nuestras hipótesis), entonces Freud dice “un descubrimiento así merece un premio” se levanta, busca un cigarro y lo enciende. En el libro de Smiley Blanton consta la siguiente anécdota: él le cuenta a Freud que está juntando plata para comprarse las Obras Completas de Freud, y a la sesión siguiente Freud se las regala. Y dice Blanton: “después de eso siguieron una cantidad de sesiones con sueños muy oscuros, indescifrables y asociaciones muy raras”. Freud comentó: “esto suele suceder cuando uno regala cosas a los pacientes”. Es decir, que lo había hecho igual, aunque él ya tenía esa experiencia. Otro comentario, casi de actualidad, lo cuenta Wortis que se analizó con Freud. Le hablaba de una paciente que iba por su quinto año de análisis, y Freud dice: “debe tener mucha plata para analizarse tanto tiempo”.

Lo que quiero subrayar con estas anécdotas yo es que la ortodoxia freudiana consiste en la heterodoxia. Los que acusan a los analistas, freudianos o no, de ser muy ortodoxos, en realidad no saben que están afirmando que los analistas freudianos somos muy heterodoxos. La ortodoxia freudiana es la heterodoxia o la heterodoxia es la ortodoxia freudiana.

Lo que yo quiero rescatar es la libertad de Freud para manejarse con la técnica y con la experimentación de la prueba y el error, o el éxito, y descartar las teorías o las prácticas que no le sirven y pasar a otras, es decir, su libertad técnica. Se deduce a través de los escritos de Freud, por ejemplo, el hecho de analizarlo a Ferenczi invitarlo a cenar a su casa con toda la familia, de la cual era amigo, (inclusive quería que se casara con su hija Matilde), ese tipo de cosas ilustran esa libertad.

El ejemplo princeps es que analizó a su hija Anna durante varios años, en un análisis formal. Yo creo que Freud pensaba que la situación dentro de la sesión era una y la situación fuera de ella era otra. Así como un cirujano eventualmente podría operar a su hija con todas las reglas de la asepsia y del arte de la cirugía, él podía analizar a su hija y después afuera mantener una relación cotidiana y común. Eso también ha mostrado ser equivocado, pero esto es lo que muestra como se podía mover él. Y finalmente, lo más importante de todo esto, creo yo, es la importancia de la teoría psicoanalítica.

Como dice el dicho: “no hay nada más práctico que una buena teoría”. Una buena teoría, permite a un analista formado, manejarse en cualquier situación. Un analista formado. Viene a mi mente la definición de un analista alemán que decía que para él la formación psicoanalítica era una formación psicosomática.

¿Qué quiere decir? como yo lo entiendo, quiere decir que estaba encarnada, no es una cosa aprendida solamente, es encarnada, forman parte de la personalidad, y eso es lo que quiero destacar, que la teoría es extremadamente importante, la formación es importante y si uno la tiene, se puede manejar en el consultorio, caminando por las calles, en el hospital, o inclusive -como hacían algunos analistas en el servicio de Goldenberg en Lanús- que analizaban en los autos, los que devenían consultorios con un asiento delantero diván y el analista se colocaría atrás, supongo.

Me parece que la teoría freudiana es indispensable y es el alfa y el omega de toda formación psicoanalítica que merezca ese nombre. Creo que si Freud viniera a Buenos Aires en este momento y se enterara de las diferentes prácticas: individuales, de terapias de pareja, de grupo, de familia, de multifamilias, etc., etc., no se escandalizaría, siempre que sintiera que estan sustentadas por una formación teórica suficiente y adecuada.

Paso al segundo punto que quería tratar hoy que son dos preguntas, la primera es ¿existe un “oro puro” del análisis? dicho de otro modo ¿existe un análisis “oro puro”? yo creo que esto es un mito y que no existe. Y luego voy a explicar por qué.

La segunda pregunta es ¿existe un analista conceptualmente “oro puro”, con una teoría incontaminada por otras teorías, o sea, dueños de la verdad?

A la primera pregunta tengo que contestar que siempre hubo en los tratamientos psicoanalíticos, psicoterapia, apoyo, sugestión, holding, influencias, etc., etc. Por suerte esto es inevitable que suceda, por la relación que se establece.

Creo que esto nos introduce en otra cuestión que he venido sosteniendo en los últimos años y es que habría que darle legalidad a la “via del porre” porque todas estas situaciones van creando estructuras intrapsíquicas en los pacientes que no pasan por el insight sino que pasan por la relación y que modifican la estructura de la personalidad.

A la segunda pregunta, si existe un analista conceptualmente “oro puro”, con teorías incontaminadas, debo decir que pienso que no y que actualmente estamos sustentando un pluralismo ideológico, o teórico, que no solamente… quiero decir que una posición pluralista no es aceptar de buena voluntad que los otros digan sus cosas y que no pensemos si son adecuadas o no, sino buscarla activamente, para realmente obtener la porción de verdad que puedan tener otras teorías.

El problema del pluralismo, que ya estamos experimentando a veces, es similar al problema que se plantea especialmente en Filosofía del Derecho, el dilema de la tolerancia, que se expresa de ésta manera: “¿hasta cuando un tolerante puede tolerar a un intolerante?”. Esto lo he consultado con mucha gente especializada en Filosofía del Derecho, y finalmente me han dicho que este problema no tiene solución.

Lo mismo puede suceder con el pluralismo, hasta cuando un pluralista puede tolerar a un no pluralista, y este es uno de los inconvenientes, porque no hay nada perfecto.

¿existe un analista conceptualmente “oro puro”, con una teoría incontaminada por otras teorías, o sea, dueños de la verdad?

Bueno, en términos de pluralismo y de la diversidad de teorías, debo decir a modo de esperanza, que si bien existe una imposibilidad, o enormes dificultades epistemológicas en realizar la equivalencia en términos teóricos entre diferentes teorías, por otra parte hemos asistido en los últimos 10 o 15 años, a la emergencia de un producto nuevo, que son analistas que han pasado por instituciones pluralistas y aunque tengan un marco referencial central, (que para mí es el marco freudiano sin duda), se hace en ellos una integración o articulación con algunos aspectos de otras teorías, conciente o inconciente dentro de la mente del analista. Entonces uno toma aspectos de otras teorías que encajan y que son capaces de integrarse, o de articularse con la teoría central que uno sostiene.

Un ejemplo claro de esto me parecen ser muchos de los trabajos de Joyce Mc Dougall. También en ese sentido esa situación pluralista de esquemas, da lugar a ciertas dificultades en cuanto a la propia identidad, en cuanto al curriculum de uno. ¿Cómo me presentaría yo? ¿diciendo que yo soy un analista freudiano? sería totalmente escaso.

Ensayé decir algo que estuviera un poco más adecuada a la realidad: yo me podría definir entonces así “analista freudiano contemporáneo, formado en la APA en su época kleiniana, en Estados Unidos en un Servicio de Psiquiatría con predominio freudiano y psicología del yo, con muchísimas influencias europeas y locales, que trabaja en Buenos Aires en el año 2.000 y que procura, dentro de lo posible, pensar por sí mismo”.

El tercer punto es la teoría freudiana hoy. Yo creo que existe una resistencia entre los analistas a lo más radical y heterodoxo del pensamiento freudiano, que para mí es la segunda tópica. Yo no sé cuales serán las razones de esa actitud, pienso que son razones resistenciales a abrirse a lo nuevo, a tratar de describir el nuevo panorama que implica la segunda tópica y frente a toda ésta situación hay una vuelta a lo más conocido, a la primera tópica, con todos sus impasses teóricos. Y muchas veces desde la primera tópica,en un intento de resolver algunos de esos impasses teóricos se crea un nuevo esquema referencial, o como decía, una nueva metáfora. Y entonces, problemas que podrían ser solucionadas con ideas, descubrimientos y propuestas de la segunda tópica dan origen a una nueva y diferente “metáfora”.

Diría entonces cuáles son las cuestiones que a mi gusto, entre otras, me han interesado a mí seguir explorando y seguir desarrollando dentro del esquema predominantemente freudiano. La conciencia-cualidad, es decir, cómo en la segunda tópica la conciencia pasa de ser un topos a ser una cualidad que puede o no estar, con lo cual se radicaliza totalmente el pensamiento de lo inconciente, siendo que todos los procesos mentales son inconcientes, salvo los iluminados por la linternita de la conciencia, en ese momento, o del interruptor de lo preconciente. Lo que dice Freud claramente muchas veces en los escritos de la segunda tópica, que la conciencia , es una cualidad, que puede estar o no dentro de los procesos mentales y eso creo que hay que ver como se integra con todo. Yo comparto ese enunciado y creo que hay que explorarlo más.

Otros puntos serían la descripción metapsicológica de los diversos modos de internalización y de estructuración del psiquismo, la descripción metapsicológica de las identificaciones estructurantes y de los objetos internos, la definición psicoanalítica de las estructuras psíquicas dinámicas y su aplicación a la teoría, a la clínica y a la técnica (este es un punto extremadamente proficuo), una lectura freudiana de la teoría y clínica de la pulsión de muerte y lo que dije antes, la reevaluación, el estatuto legal de la via di porre, a raíz de los adelantos en lo que atañe a la intersubjetividad, la importancia de los otros en la construcción y desarrollo del alma y en las modificaciones estructurales no producidas por insight.

Silvia Bleichmar

Bueno, en primer lugar el agradecimiento a Cristina y Luis Hornstein por permitirme compartir este homenaje a Piera Aulagnier con todo lo que significa su pensamiento para todos nosotros en particular en un momento en el cual compartimos la sensación de un enorme vacío de figuras psicoanalíticas, con muy pocos nombres representativos de referencia para los analistas que nos sentimos afectados por la repetición de un conjunto de enunciados que percibimos claramente desgastados, agotados. De manera que la posibilidad de repensar sobre la obra de Piera, una obra inconclusa que, como sabemos, estaba en transición en el momento de su muerte, es realmente una oportunidad para seguir pensando todos nosotros sobre nuestra posición teórica y clínica.

Quisiera empezar por cercar dos o tres cuestiones que considero importantes para mi exposición respecto al tema central: Freud y/o la práctica actual.

En primer lugar la situación actual del psicoanálisis, no solo del entorno en el cual se despliega nuestra práctica sino en un plano intrateórico. Pienso que tenemos una tendencia acentuada a emplazar las dificultades del psicoanálisis en las condiciones sociales que se producen a partir de los nuevos modos de ejercicio de las prácticas profesionales, lo cual por supuesto no es desdeñable en razón del modo en cual se han visto alteradas en los últimos años – sobre la base de los modelos del capitalismo salvaje – las formas de las prácticas de las profesiones liberales en general, pero eso no es suficiente para dar cuenta de la situación de crisis del psicoanálisis. Ya que la crisis del capitalismo no la vamos a resolver nosotros – al menos desde el ámbito específico de nuestra profesión – podemos al menos plantearnos cómo entramos como psicoanalistas con cierta dignidad al siglo XXI y de qué modo nos sustraemos a sus efectos en el plano simbólico, o contribuimos a disminuir sus efectos devastadores de la subjetividad desde el ángulo que nos compete.

Pienso, en este sentido, que si no nos hacemos cargo de nuestras propias impasses internas una de las cuestiones más graves que nos afectan es el hecho de que el psicoanálisis corra el riesgo, lamentablemente, de caer implosionado no por la fuerza de sus oponentes, sino por sus propias contradicciones internas. Y así como el socialismo real no cayó por la fuerza de las premisas del capitalismo, sino porque estaba clivado por contradicciones e impasses que no posibilitaban que la propuesta originaria arribara a un puerto adecuado, el psicoanálisis corre el riesgo de caer y arrastrar consigo la propuesta más importante que se haya realizado en la historia de la humanidad para la resolución del sufrimiento subjetivo al haber fundado una de las teorías más fecundas para la comprensión.

si no nos hacemos cargo de nuestras propias impasses internas una de las cuestiones más graves que nos afectan es el hecho de que el psicoanálisis corra el riesgo, lamentablemente, de caer implosionado no por la fuerza de sus oponentes, sino por sus propias contradicciones internas

Y cuando digo caer, me refiero a marginalizarse como práctica explicativa de los fenómenos humanos, no restringiendo mi preocupación al destino de la llamada práctica clínica sino al modelo que inaugura de explicación de las grandes premisas que rigen el conflicto humano a nivel intrapsíquico. Porque más allá, incluso, de los cambios habidos en la subjetividad, es necesario diferenciar estos cambios de ciertos paradigmas que siguen teniendo validez y que hacen a los procesos de constitución psíquica, a aquellos universales que el psicoanálisis pretende haber puesto a la luz del conocimiento como patrimonio de su descubrimiento. hablamos de cambios en la subjetividad, es indudable que ha habido cambios en la subjetividad, siempre y cuando diferenciemos lo que significa la subjetividad de lo que son los procesos de constitución psíquica.

La subjetividad atañe a procesos históricos, políticos y sociales, de producción de sujetos sociales, que no pueden ser homologados a los procesos de la constitución psíquica, teniendo con los procesos de constitución psíquica un ensamble relativo. Podemos hablar de la constitución de la subjetividad en Esparta, podemos hablar de la constitución de la subjetividad en la Argentina del 50, podemos hablar de la constitución de la subjetividad en la Argentina del 2000, y más allá de ciertas variaciones los modelos metapsicológicos del funcionamiento psíquico, se sostienen con algunas variables. El modelo de la tópica del inconciente, el preconciente, las diferencias entre los sistemas psíquicos, la función de la represión, eso no varía. Pueden cambiar los valores del Superyo, pero el hecho de que exista una instancia reguladora de las acciones, como fuera definida por Freud desde la perspectiva del Superyo y como fuera definida por Kant desde el modelo de la ética, es absolutamente solidario con cualquier emprendimiento social compartido. Se dice con demasiada prisa que el Superyó ha desaparecido, como si se pudiera concebir una sociedad sin una instancia moral intrapsíquica. Han variado, indudablemente, los modos de ejercicio de la pautación del siglo XX o del siglo XIX, pero no ha desaparecido la existencia de una instancia reguladora de las impulsiones mortíferas hacia el semejante.

A partir de eso me parece fundamental que cuando nos enfrentamos a los problemas actuales de la práctica, nos planteemos de qué manera la teoría psicoanalítica puede dar cuenta de la subjetividad del hombre actual, lo cual constituye, creo, nuestra preocupación mayor.

Sabemos que todo conocimiento debe ser periódicamente sometido a nuevas revisiones. Mucho más en el caso del psicoanálisis, donde es imposible construir teoría sin que la teoría esté impregnada por los fantasmas de los sujetos que participan del proceso analítico. ¿Cómo establecer una teoría de la diferencia sexual anatómica, sin escuchar a los niños que elaboran teorías de la diferencia sexual anatómica. Es imposible construir una teoría del goce sexual sin escuchar a los sujetos que gozan sexualmente. Es imposible elaborar una teoría del Superyó sin escuchar a los sujetos que temen la crítica o el castigo de su conciencia moral. A partir de esto, si tenemos en cuenta que las formas del goce, las teorías acerca de la diferencia sexual anatómica, los contenidos del Superyó, han ido cambiando a lo largo de un siglo, es inevitable que la teoría psicoanalítica se haya ido llenando a lo largo de su producción de elementos míticos que impregnan sus descubrimientos teóricos.

Quiero decir con esto que una parte muy importante de los enunciados vienen impregnados de los modos de funcionamiento ideológicos del siglo XIX y XX y que el riesgo que se corre, si no se los desgaja, es que los articuladores teóricos fundamentales que hacen a una verdadera antropología en el sentido de un modelo del funcionamiento psíquico con carácter universal y con posibilidad transformadora, caigan junto con los modelos de pensamiento del siglo XIX y XX.

Voy a tomar uno o dos ejemplos, nada más. En primer lugar quiero tomar algo que planteó Carlos Mario, que comparto totalmente que tiene que ver con la cuestión del inconciente. Vale decir, con la preocupación respecto a la conciencia como un aspecto puntual y lo voy a formular en los términos que me permiten ligarlo a lo que estoy trabajando con mi intención de dar homenaje a Piera Aulagnier en este encuentro.

Pienso que el descubrimiento radical del freudismo, el gran descubrimiento, no consiste en haber formulado que en los seres humanos la conciencia no es la dueña del psiquismo, ni en haber formulado que el yo no es el amo en su propia morada. Creo que el gran descubrimiento que viene a romper con toda la tradición filosófica y a plantear algo realmente inmetabolizable para los analistas mismos, es la posibilidad que exista un pensamiento sin sujeto, y que esto es del orden de lo inconciente.

En esto radica el aporte fundamental a nivel del conocimiento universal de Freud en su famosa formulación respecto a los pensamientos del sueño: el hecho de que haya pensamiento allí donde el sujeto no está, que exista materialidad psíquica al margen del sujeto pensante, y que esto constituya el carácter de realidad del inconciente. Es tan inmetabolizable por los mismos analistas este descubrimiento fenomenal, incluso, tal vez, tan audaz para Freud mismo, que los retornos a la subjetivización del inconciente atraviesan toda la obra – como el derribamiento de la acefalía pulsional por los fantasmas originarios como guiones atravesados por la lógica y la temporalidad.

Toda antropomorfización del inconciente es, en definitiva, un retorno a la conciencia intencional, aunque sea del orden de lo no manifiesto. Toda volición del orden de “Ud. no lo ama sino que inconcientemente lo odia”, es reposicionamiento del sujeto en el inconciente, del sujeto, como se ha dicho demasiado “del inconciente”.

Y gran parte de nuestra práctica clínica ha estado viciada por la imposibilidad de comprender este descubrimiento fundamental, que radica en este hecho de que los pensamientos operan no sólo regidos por una legalidad diversa a aquellas que supone una legalidad del sujeto, sino con elementos representacionales no producidos por ningún sujeto, del lado del inconciente.

Esto es evidente en lo que respecto al tema de la pulsión de muerte, por ejemplo, desarrollada en términos absolutamente antropomórficos, regido el sujeto por una suerte de teleología de la búsqueda de la no tensión como meta, como si uno tuviera una suerte de alma natura – como fuera entendida por Groddeck – que dirige acciones que ponen incluso en riesgo nuestros procesos orgánicos en razón de que nuestro organismo todo estaría determinado y regido, a partir de la liquidación monista de toda dualidad, por una voluntad superior.

La propuesta fuerte de rescatar la idea de un pensamiento sin sujeto, vale decir, del orden de un inconciente parasubjetivo y presubjetivo y de diferenciar el momento de la constitución del sujeto de la constitución de la posibilidad representacional, es básica para una transformación total de nuestra práctica.

Y en este sentido da coherencia a la preocupación fundamental que determina el inicio de la cura, en tanto contempla la preocupación del sujeto – el que se instala en el discurso, el que cree regir el psiquismo – por apropiarse de todo aquello que desconoce de sí mismo, vale decir que es ajeno a su emplazamiento yoico, y en tanto tal, es del orden de lo parasubjetivo.

Voy a retomar acá dos enunciados de Piera Aulagnier que pueden permitir que abra un poco mi exposición en la dirección de su obra que me parece esencial y en la cual quisiera que se inscriba mi trabajo de hoy. Por un lado la idea de que “en el campo de la experiencia freudiana no puede existir un conocimiento del fenómeno psíquico sin que corresponda esperar de él que posibilite una acción sobre el fenómeno” para agregar que si “existe un conocimiento del fenómeno psicótico cuya acción es inoperante en el campo de la experiencia” es porque algo debe ser modificado. Cuando la teoría ha devenido inoperante seguir insistiendo de modo positivista en el campo del experimento es un error. De lo que se trata es de revisar aquello que falla en la red conceptual produciendo su reformulación.

Es desde esta perpectiva que Piera Aulagnier propone la construcción de una nueva metapsicología, basada en una idea fuerte, que consiste en concebir a la actividad de representación como actividad básica del psiquismo, como el equivalente psíquico del trabajo de metabolización característico de la actividad orgánica.

Quisiera introducir acá un elemento que es el siguiente: todas las escuelas posfreudianas son intentos de reelaboración de preguntas o respuestas del corpus central en sus aspectos inconclusos o contradictorios, y en la medida en que la obra madre es una obra contradictoria y en proceso, inevitablemente las escuelas se enfrentan. Pero creo que hay que ser claros, el enfrentamiento se produce en el interior mismo de la obra freudiana donde hay aspectos que son absolutamente inconciliables en la medida en que la obra va avanzando en el intento de cercar al objeto.

todas las escuelas posfreudianas son intentos de reelaboración de preguntas o respuestas del corpus central en sus aspectos inconclusos o contradictorios

A partir de esto, entonces, el concepto de metabolización que Piera plantea, tiene una virtud extraordinaria, que es un intento de resolución del gran problema que arrastramos respecto al orígen de la materialidad psíquica, con las oscilaciones que conocemos a partir del abandono de la teoría traumática: el endogenismo en el cual se va precipitando la obra de Freud a partir de 1905 y el intento de recuperación exógena hacia el final de su vida. Es así que la idea más interesante que nos aporta el concepto de metabolismo es que la realidad psíquica es algo que siendo del orden de la proveniencia exterior, solo es procesado a partir de las leyes con las cuales el sistema lo regula. Este la cuestión central con la cual debe ser entendido el paradigma propuesto por Aulagnier, respecto a la realidad psíquica como efecto de un autoengendramiento.

Este paradigma del autoengendramiento, que no implica autonomía del sistema respecto a lo real sino procesamiento de lo real por parte del sistema pero transformación de lo recibido en algo diverso a lo existente afuera – idea que Laplanche también desarrolló desde un ángulo un tanto distinto mediante el concepto de metábola – abre una vía de resolución a la oposición nunca resuelta entre determinación externa y determinación endógena del psiquismo, para plantear claramente que el problema es la forma con la cual el psiquismo procesa aquella materialidad exterior que sin embargo deviene interior sin ser engendrada en forma autónoma por la fantasía.

Es esta una cuestión que yo considero central y que permite salir tanto de los impasses endogenistas como interaccionales en psicoanálisis.

El segundo aspecto que quiero tomar del pensamiento de Piera que me parece esencial remite a la función del otro como instituyente. Es indudable que nosotros hablando de la subjetividad actual no podemos seguir conservando como eje de la problemática de la constitución psíquica el Edipo como el cuento del niño que ama a la madre y odia al padre, o que odia a la madre y ama al padre, porque vamos a terminar trabajando solamente con gente del Opus Dei, con los sectores más tradicionales que conservan el modelo clásico de familia. Este modelo de familia ha caducado en gran medida, y no hay nada más patético que un analista tratando de ver con una pareja homosexual quién es mamá y quién es papá.

Estamos nuevamente acá en la diferenciación entre constitución del psiquismo y producción de subjetividad, y ello nos lleva a la metapsicología y a la teoría en el sentido fuerte del término, vale decir, en el sentido en el cual está planteada la cuestión de la función del otro no como madre o como padre, sino como función instituyente.

Es indudable que en el pensamiento de Piera Aulagnier es insostenible e impensable sin una realidad psíquica que no se construya a partir del otro, y que además no sea del orden de lo libidinal, deseante. Pero no se trata de cualquier realidad del otro la que incide en la constitución de la realidad psíquica, es el otro en su carácter deseante, en su realidad libidinal.

Es acá donde yo quisiera asignarle a esto a una radicalización mayor, para recuperar lo que considero el aspecto mayor del concepto freudiano de Edipo. Es evidente que el pensamiento de Piera, en el momento en que se interrumpe, está trabajando con enunciados que todavía son de su orígen teórico de pertenencia, y que indudablemente la presencia de Lacan fue muy fuerte en Francia en todos esos años y lo ha sido también en la Argentina hasta hoy, a tal punto que los lacanianos lloran la muerte del padre de distintas maneras, y no me refiero a Lacan como padre, sino a la función del padre en la cultura, creo que porque hay una comprensión -en mi opinión- en la cual también a Lacan le ocurrió, como nos ocurre a todos y le ocurrió a Freud, que se anudan los grandes descubrimientos con los modos históricos-políticos con los cuales se sostienen en las representaciones ideativas de los seres humanos.

Y bien, considero que no sólo es inmoral ideológicamente sino también incorrecto teóricamente seguir planteando la función terciaria que intercepta el goce del adulto con el niño, como metáfora paterna, y es imposible seguir hablando de la ley del padre después de la caída de la sociedad patriarcal y sobre todo con los errores y vicios profundos a los que llevó en su anudamiento entre ley y autoridad.

Sin embargo, y es acá donde se ve claramente la importancia de separar el descubrimiento constitutivo del psiquismo de la producción de subjetividad, el descubrimiento de Freud respecto a la interceptación de la sexualidad intergeneracional que plantea la gran cuestión edípica, vale decir, el hecho de que en todas las sociedades tiene que haber un modo de pautación del goce intergeneracional, es una cuestión antropológica de base.

Y es correcto en este sentido recuperar la inversión propuesta por Lacan acerca de considerar el Edipo como algo en lo que el niño es inmerso, pero precisando, sin espejamientos idealistas, que esta inmersión es inmersión en la sexualidad del adulto – no en el deseo-discurso, sino en el cuerpo sexuado, en el cuerpo erógeno del otro, aún cuando esta erogeneidad no pueda constituirse sin enclaves discursivos y sin la función del lenguaje que es innegable en el campo de la humanización.

Pero hay que decir claramente que la prohibición del Edipo es la forma con la cual cada cultura determina la interceptación del goce con el cuerpo del niño como lugar de goce del adulto, y, que en ese sentido el fantasma del sujeto es el modo invertido, metabólico, fantasmático, con el cual el niño procesa el deseo del adulto de manera metabólica y bajo las diversas formas que se le van proponiendo a partir del nacimiento – las cuales son en principio erógenas y, por supuesto, representacionales, pero no por ello lenguajeras, ya que el lenguaje en términos de lógica del preconciente será del orden del contrainvestimiento y sólo recibirá mediado y transcripto este modo primario de producción sexual destinado al inconciente – Por ello, respecto a la llamada función del padre, creo que hay que conservar la idea de una interceptación terciaria del goce, separando la variable estructural de los agentes con los cuales se manifestó en la época de la sociedad patriarcal.

Volviendo a los grandes conceptos planteados por Piera Aulagnier, se trata de retomarlos en tanto hacen al eje de las problemáticas con las cuales podemos pensar psicoanálisis en su corpus básico. La materialidad representacional propuesta mediante el concepto de pictograma, tal como fue planteado, acordando o no acordando con la fórmula tal cual, cuyo interés fundamental radica en la idea de que el pictograma se despliega antes de que un sujeto pueda leerlo y apropiarse de él. Vale decir, que se despliega como realidad psíquica y en el sentido fuerte freudiano, como materialidad externa a toda subjetividad.

Es allí que se abre una cuestión central de nuestra práctica, ya que el psicoanálisis no se inscribe en el interior de lo que se ha considerado como del orden de los modelos terapeúticos narrativos como pretenden algunos – y esa es su diferencia fundamental con los modelos cognitivos, básicamente, y de otro tipo. El psicoanálisis no es una narrativa, es precisamente una forma de rescate del lado de la simbolización del sujeto psíquico de los aspectos representacionales no narrativos, que lo anteceden en su función como sujeto mismo.

A partir de esto nuestra práctica no puede ni antropomorfizar al inconciente, ni plantear la posibilidad de que se instituya, digamos, un tipo de proceso analítico puro, vuelvo al oro puro del análisis, en la medida en que el análisis -entendido como pureza analítica- solo podría sostenerse con un sujeto cuyas organizaciones representacionales fueran siempre del orden de la represión secundaria, vale decir, de la desubjetivización de lo ya constituído como sujeto. Bueno, sé que he volcado un gran número de cuestiones que me inquietan y de ideas que me poseen, y tal vez puedan ustedes disculpar el abigarramiento sabiendo del profundo respeto con el cual quiero empezar hoy esta intervención para proponer en nuestras Jornadas de trabajo, con lo que creo es el que compartimos al venir a este homenaje que puede constituir un sinceramiento de nuestras grandes preocupaciones respecto al psicoanálisis y a la forma que pensamos que podemos encararlas.

Luis Hornstein

Primero y principal, nuestro agradecimiento a Marcelo Bernstein y a Daniel Feijoó, de la librería Paidós, sin cuyo entusiasmo estas jornadas hubieran sido imposibles. Segundo, mi agradecimiento a Piera, aunque ya no esté. Mejor dicho, que sigue estando con nosotros. Ella habló (y yo hablaré) de los “resguardos identificatorios”, y así cuestionó ese “que todo cambie” en que parecen consistir algunas cosmovisiones.

Y la verdad es que Piera, en más de un momento de mi vida -que como la de todos- es un trayecto identificatorio-, Piera me ha echado una mano. Por eso le estoy tan agradecido. Dicho de otra manera: la dialéctica entre permanencia y cambio es compleja, y yo he recurrido a Piera pero también a los autores de la teoría de la complejidad.

Es en esa articulación como entiendo su noción de “reparos identificatorios”, que son como un centro de reaprovisionamiento provisional, muy distinto a los “pilares básicos” o a los “principios fundamentales”.

Nos ha reunido, sin fascinarnos, Piera Aulagnier. Es un placer intelectual seguir la trayectoria de esta pensadora. Por ejemplo, en su noción de “teorización flotante”. ¿Qué ideas son las que “flotan”? ¿Y en la “atención flotante”? ¿Las de un solo autor? ¿Las de varios? ¿Un solo autor implica dogmatismo? ¿Varios autores implica eclecticismo? Es lo que tendríamos que dilucidar en estas jornadas.

La marca registrada “psicoanálisis clásico” intenta preservar un monolitismo que ya no existe

El título de este panel es Freud y/o la práctica actual. Algunos dirían: Freud o la práctica actual, otros Freud es la práctica actual. Freud y la práctica actual es suponer que la obra de Freud informa la práctica actual. La Real Academia dice que “informar” es, en filosofía, “dar forma sustancial”. Mi empleo del término es distinto, menos lastrado en los “pilares” y en los “principios fundamentales”. Quiero decir que la obra de Freud es un centro de aprovisionamiento del psicoanálisis. Me alegró mucho escuchar a Carlos Mario y a Silvia, que a pesar de su conocida filiación freudiana, decir “no basta con Freud”. Y todos nosotros, cuando salgamos de aquí, o antes de venir a las Jornadas, seguramente haremos algo o habremos hecho algo, con esa comprobación de que “no basta con Freud”.

Hay un contrato analítico. Pero no todos pensamos lo mismo. Algunos piensan en que el viejo contrato es infalible y no debe ser modificado, mientras que para otros algunas de las clásicas cláusulas son imprescindibles y otras pueden ser modificadas atendiendo la singularidad de cada análisis.

Cualquier alteración del contrato supone renunciar al análisis cuando se idolatran los “standards” y se siente miedo ante lo real que se le insubordina, siendo que lo real siempre se insubordina. De ahí que el psicoanálisis “puro” u “ortodoxo” convierta las diferencias en deficiencias, en “debilidades”, en lugar de analizar, de ver qué pasa. Sí. ¿Había que esperar a la teoría de la complejidad para darnos cuenta de que la debilidad consiste, más bien, en la dureza monolítica? Dos posibilidades se esbozan: asumir o no asumir el desfasaje. Asumir ese desfasaje, por supuesto, no es una pichincha. Obliga a teorizar apuntalándose en la multiplicidad de prácticas sin pretender una técnica monocorde.

“Cuantas inyecciones de sentido recibió la pobre Irma”, dijo alguna vez Pontalís. A lo cual yo agregaría: “cuantos hombres de los lobos están siendo atendidos y no tienen quien lo escriba”. Cierto aburrimiento que suele haber en las reuniones psicoanalíticas tiene que ver con que lo que hacemos de día tiene poco que ver con lo que decimos de noche.

¿Cómo trabajan los analistas? Los más talentosos se diferencian por sus prácticas y/o sus producciones. Los otros se diferencian por sus emblemas y por sus fueros. Las “teorías” cuando se las congela para conservar la identidad son sólo “contraseñas”.

¡Al diablo con los falsos dilemas! Aquí tenemos otros: ortodoxos/heterodoxos. Los muchos analistas que teorizan las prácticas en su desconcertante diversidad son etiquetados como “heterodoxos” por los “ortodoxos”. Son psicoanalistas de frontera. Trabajan en los bordes de la clínica y de la teoría y su tarea no es sólo recuperar lo existente sino producir lo que nunca estuvo. Se trata de ir más allá, aunque haya que modificar el encuadre y el estilo interpretativo, aunque haya que volver a pensar y que pensar por primera vez. Se trata de poner en juego toda su potencialidad simbolizante.

Para los psicoanalistas de frontera las prácticas no se atan a las teorías. Un “psicoanálisis de frontera” es el que conquista territorios. Se diferencia –y se opone- a un “psicoanálisis retraído”, que actúa como si solo bastara repasar. Sus “debates” son burocráticos: predominan cuestiones administrativas y se centran en la “identidad”, por lo que se habla demasiado de lo que se debe ser y poco de lo que se hace.

El psicoanálisis “puro”, “ortodoxo” o “clásico” se demostró reduccionista. Carlos Mario decía que se requiere discutir ciertas consignas superyoicas que paralizan.

La marca registrada “psicoanálisis clásico” intenta preservar un monolitismo que ya no existe. Propone un psicoanalista “objetivo” espectador de un proceso “standard” que se desarrolla según etapas previsibles. Se lo presentó como garante de la ortodoxia. El modelo “clásico” rechazaba toda implicación subjetiva del psicoanalista. Sin embargo, los afectos del psicoanalista son utilizables para acceder al inconsciente del analizando. Lo aprendimos a medida que los pioneros aumentaban el respeto por los “límites de lo analizable”. Si hay una implicación subjetiva del psicoanalista, lo que corresponde es asumirla. Se abren opciones. Hacer como que no pasa nada y entonces es probable que no se hable. 2. Asumir y estudiar qué pasa. Mediante su implicación el analista multiplica potencialidades y disponibilidades en la escucha proporcionando una caja de resonancia (historizada e historizante) a la escucha. La contratransferencia es producción (y no reproducción) del espacio analítico si concebimos al psiquismo como sistema abierto auto-organizador que conjuga permanencia y cambio.

Freud y su obra configuran una identificación que remite a una filiación simbólica. Una identificación primaria, no con su persona sino con su modalidad de interrogación. ¿Quién es Freud? ¿Qué cosa es Freud? Cuando su obra y su figura dejan de ser una referencia al origen o a la historia, devienen soporte de un yo ideal. Un psicoanalista hereda una tradición, cuyo núcleo es una identificación con Freud, con ese investigador que dice: “No creo más en mi neurótica”. Ese no creer, ese no quedar fijado a lo ya dicho-ya escrito, no anuncia apatía sino creación. Anticipa un conocimiento ulterior como premio a un trabajo intelectual que no evita la autocrítica referida a lo pensado, pero no a lo pensante; referida a lo descubierto, pero no a lo por descubrir.

Precisamente ahora el intercambio es más necesario que nunca, porque se advierten signos de agotamiento de cierto discurso psicoanalítico que pretendió sentarse en sus laureles

Un analista es una trayectoria. ¿Y qué es una trayectoria sino entreveros, un pelear pero también abrazarse con la clínica, con los textos, con su análisis, con su historia? Ese itinerario se nutre del conflicto entre textos, entre autores, entre prácticas. Es lo opuesto a cerrar filas. Cuando Carlos Mario intentó definirse como psicoanalista lo abordó a partir de su historia, de prácticas, de supervisiones, de influencias, de lecturas. Un psicoanalista freudiano y cosmopolita.

Precisamente ahora el intercambio es más necesario que nunca, porque se advierten signos de agotamiento de cierto discurso psicoanalítico que pretendió sentarse en sus laureles. El psicoanálisis es un saber instituido e instituyente. Problematizar los fundamentos hace que lo instituyente repercuta sobre la práctica y que ésta vuelva a actuar sobre los fundamentos.

La trayectoria de cada uno de nosotros articula historia infantil, historia actual, filiaciones, prácticas, experiencias transferenciales y contratransferenciales y pertenencias institucionales. ¿Cuáles son nuestras filiaciones reales? Recuerdo un relato de Silvia, sobre su primer encuentro con Laplanche, al cual le dijo “lo vengo a ver a Ud. porque es el más freudiano de los lacanianos” y Laplanche le aclaró “no, no, yo soy el más lacaniano de los freudianos”. Así puntualizó cuál consideraba él su filiación primaria. Yo diría hoy: “Piera es la más freudiana de los lacanianos”. Un origen distinto al de Laplanche, una filiación primordial lacaniana y un itinerario teórico y clínico que la condujo a una inmersión posterior en la obra freudiana.

Confrontar al psicoanálisis con nuevas formas de pensamiento es insistir con su desafío fundacional. El horizonte epistemológico nos exige reflexionar entre otras cuestiones: sobre el determinismo, el azar, los sistemas abiertos, la autoorganización, la causalidad recursiva. Solo así combatiremos cierta perplejidad paralizante e inscribiremos al psicoanálisis en el paradigma de la complejidad.

Un programa sólo es útil cuando estamos ante una situación cuyas condiciones no se modificarán ni serán perturbadas. “Programa de actividades para este año”. O sea, en un psicoanálisis no es útil. Nos enfrentaremos, paciente y analista, con desconocidos. La estrategia incluye la incertidumbre. Por supuesto que tienta un pensamiento simple que separe al objeto de su entorno y del observador. La ciencia “clásica” obraba con la ilusión de que el observador podía ser eliminado.

Freud consideró los objetivos del análisis en el registro clínico y el metapsicológico. “Hacer conciente lo inconsciente”, “resolver fijaciones”, “rellenar lagunas mnémicas”, “donde ello era, yo debo devenir”. Privilegió ciertos indicadores clínicos: desaparición de síntomas, inhibiciones y angustia; aumento de la capacidad de rendimiento y de goce.

Nadie puede hablar en nombre de todos. La meta de mi psicoanálisis es modificar las relaciones intersistémicas (tanto como lo quiera el paciente). Para saber si el análisis produce modificaciones de “estructura”, antes hay que decir qué entendemos por cambio de estructura. Yo, siguiendo a Freud, entiendo que la hay cuando se produce una transformación dinámica y económica de las relaciones del yo con el ello, superyó y realidad exterior. Como consecuencia de esa transformación, no se arriba al Nirvana, sino que se sigue afrontando posibles conflictos.

Pero hay muchos psicoanálisis, y cada uno entiende a su manera la transformación del sujeto, buscada por todos. Para decirlo esquemáticamente, adaptación en el análisis norteamericano; internalización transmutadora en Kohut; historización ligadora mediante el trabajo erótico en Piera Aulagnier; instauración de una nueva relación entre imaginación radical y sujeto reflexivo en Castoriadis; elaboración de las ansiedades esquizo-paranoides y acceso a la posición depresiva en Klein; destitución subjetiva y atravesamiento del fantasma en Lacan; trabajo subterráneo de simbolización en Laplanche. Winnicott opta por crear un espacio transicional que potencie el jugar y la ilusión.

Así como pienso que estamos en situación de elaborar una metapsicología respetuosa de la complejidad (que considere el psiquismo como sistema abierto) pienso que algunas sentencias de Freud deben seguir siendo exprimidas, para sacarles el jugo.“Hacer consciente lo inconsciente” o “donde ello era yo debo devenir”. ¿Cómo las entendemos actualmente? ¿Qué es lo inconsciente? En los primeros trabajos se origina en el trauma. En 1900 es un sistema. A partir de la segunda tópica, incluye el inconsciente reprimido, aspectos inconscientes del yo; el ello (inconsciente congénito) y lo inconsciente del superyó. Será, desde entonces, un sistema de deseos, de identificaciones, de valores interiorizados.

“Donde ello era, yo debo devenir”. Lo inconsciente reprimido es producto de la historia infantil. El núcleo del ello está ligado a la historia de la especie. “Yo debo devenir.” ¿Cómo encaran el yo las distintas corrientes posfreudianas? Porque se puede encararlo de distintas maneras. Lo que no se puede es eludirlo.

A Freud la metapsicología le permite jugar con las palabras, sacarles el jugo. Las sistematiza, las explicita, las aclara, observa contradicciones. Anticipándose varías décadas a las ideas actuales de complejidad, trata al psiquismo como un sistema abierto. Sabe que es un magma, más que un rompecabezas. Pero va diciendo: desde el punto de vista tópico, el yo depende de las reivindicaciones del ello, de los imperativos del superyó y de las exigencias de la realidad; desde el punto de vista dinámico, representa el polo defensivo del conflicto; desde el punto de vista económico, permite el pasaje de la energía libre (proceso primario) a la energía ligada (proceso secundario). Que sobre el yo haya tanta polémica, tantos dimes y diretes, es apenas una prueba de su complejidad. Claro que hay un yo-función propenso al adaptacionismo. Claro que hay un yo-representación, condenado al desconocimiento. Salgamos del apoltronamiento en las falsas opciones. Sigamos construyendo una metapsicología del yo que dé cuenta de la duplicidad. Esa duplicidad, la de ser a la vez defensivo e historizante, precisamente lo constituye.

Por su independencia teórica e institucional Piera Aulagnier fue precursora en conjugar las críticas de Lacan a la concepción del yo autónomo con una teoría del yo que no niegue lo que el psicoanálisis reconoció como lo más suyo: el conflicto.

Podríamos tolerar una convivencia pacífica entre un yo-función y un yo-representación renunciando a la búsqueda de articulación. Reducido a su función adaptativa implica dejar de lado su dimensión historizante, pensado como una imagen engañosa implica subestimar su función dinámica.

Ningún concepto ha sido tan revisado como el de yo cuya heterogeneidad hizo que diversos autores privilegiaran algún aspecto. Aun si nos limitáramos a Freud, la palabra “yo” quiere decir muchas cosas. Y si en vez de una corriente psicoanalítica consideramos varias, llega a representar incluso nociones antitéticas.

El yo encubre su proceso de producción y pudo parecer natural sólo porque se desconocían su génesis y sus funciones. El yo desestructurado de la psicosis le hace descubrir a Freud una fase autoerótica, previa al narcisismo, en la cual la unificación corporal todavía no se logró. El narcisismo se le presenta multifacético: fase libidinal, aspecto de la vida amorosa, origen del ideal del yo, construcción del yo… La esquizofrenia y la paranoia le dan argumentos para teorizar esa reverberación. Pero hay más: la enfermedad orgánica, la hipocondría, la homosexualidad, el dormir y la vida amorosa (Freud, 1914).

En la clínica actual al yo le pasa de todo. Son hostigados su consistencia, su valor, su discriminación con el objeto, sus funciones, perdidas o nunca constituidas. Y en la teoría actual es jibarizada la noción de yo. ¿Por qué? Quizá por su complejidad, que se presenta inabarcable. Entonces se opta por una parte.

Pensar al yo como devenir es ubicarlo en la categoría del tiempo y de la historia. En suma: de la indiferenciación narcisista a la aceptación de la alteridad y del devenir. Una teoría del sujeto debe dar cuenta de ese proceso concibiendo al yo en proceso identificatorio, no sólo identificado sino identificante; no sólo enunciado sino enunciante; no solo pensado sino pensante; no solo sujetado sino protagonista.

En estas jornadas intentaremos responder a que es “hacer consciente lo inconsciente” y “donde ello era, yo debo devenir” en la constelación metapsicológica de Piera Aulagnier.

Este libro recordará, produciendo, la libertad intelectual de Piera Aulagnier, las múltiples ocasiones en que pudo superar las oposiciones, tan caras a Freud, oposiciones que en manos menos expertas pueden convertir una vocación (entre ellas, la psicoanalítica) en una votación, en un cara o cruz, en un acto por el cual uno se saca el problema de encima, sea el de la curación, sea el de la realidad.

¿Qué es el ello para Piera? ¿Cómo se transforma el cuerpo biológico en erógeno? ¿Cómo se encarna el pictograma en lo corporal? Como decía Silvia: el pictograma permite soslayar una teoría solo narrativa de la constitución subjetiva. ¿En que consiste la potencialidad psicótica? ¿Qué lugar le asigna al pensamiento, la historia, al proceso identificatorio y a la realidad en la producción de subjetividad? ¿Cómo se inscribe Aulagnier en el paradigma de la complejidad? ¿Amor y pasión? ¿Abuso de transferencia? ¿Cuál es el lugar del pensamiento en el trabajo analítico?

Piera Aulagnier hizo sus opciones. Leyó a Freud, a los posfreudianos y, por supuesto a Lacan, con quien se analizó y de cuyas instituciones fue miembro. Profundizó problemáticas cruciales del psicoanálisis contemporáneo. Porque Freud no basta, estuvo con Lacan. Porque Lacan “atrapa”, se escapó, no para refugiarse en una isla, no para inventar un nuevo solipsismo sino para pensar con nosotros, sin dejar nunca de ser ella misma. Reinterrogó los fundamentos que rigen la metapsicología, la nosografía y la práctica para problematizarlos y para que repercutieran sobre la praxis. ¿Es el psicoanálisis la espera pasiva de la creatividad como un estado de gracia, de inspiración súbita? Prefiero pensarlo como lucha contra escollos, contra la repetición. Modesta pero firmemente se relegan aquellos conceptos impensables desde la racionalidad actual, diferenciando entre la historia caduca y la historia constituida por el pasado actual (que define los conceptos aún válidos).

Creo entender lo que dice Goethe y Freud transcribe: “Gris es toda teoría y verde el árbol de la vida”. Piera penetró muchos continentes negros de la teoría y de la práctica. Lo que no hizo fue un culto del misterio, un culto esotérico. E hizo que nuestra tarea fuera posible, llevadera.

El psicoanálisis es productor de alteridad y no reproductor de mismidad. Sostiene un proyecto de autonomía reduciendo la violencia simbólica. Neutralidad como búsqueda, como ideal a lograr, opuesta a la alienación del otro en el deseo los ideales, los proyectos del analista. Si la violencia primaria impone a los niños ciertas denominaciones para ponerle palabras a los afectos, el trabajo analítico es justamente el recorrido inverso, ya que toda interpretación tiene como finalidad encontrar en estas demandas, estas inhibiciones, estos síntomas, los conflictos que lo originan y remontar estos conflictos a aquellas experiencias afectivas que han sido su fuente. El trabajo analítico se propone deshacer ciertas violencias sufridas.

El tratamiento es un encuentro, si no con la Libertad, al menos con una mayor libertad. Las psicoterapias anteriores a Freud, él mismo lo dijo, cercenaban la libertad: la terapia sugestiva y la moral. Cada una a su modo, pretendía suprimir los síntomas sin interrogarlos. En el año 79 Piera Aulagnier escribió que la gente no teme que el análisis lo inunde de ideas sexuales, sino que lo convierta en el muñeco del ventrílocuo. Y este riesgo de alienación tiene que ver con una desacreditación del trabajo del yo y del pensamiento, tanto por parte del analista, como del paciente.

La nostalgia es el anhelo de reencontrar un pasado idealizado. Tiene un riesgo: el desinvestimiento del presente y del futuro. Si propiciamos un diálogo entre pasado y presente no es para glorificar el pasado, sino para producir una nueva versión que haga brotar nuevas ilusiones para el porvenir. Una historia en movimiento conjuga permanencia y cambio.

Imagen: Pexels

  • Artículos de opinión (Op-ed)

Cuando los tratamientos contribuyen al problema

  • Aprende Viendo Terapia
  • 03/08/2016
Tratamiento

Como profesor universitario y tutor de prácticas de muchos estudiantes de psicología y psicólogos realizando su especialización en máster, tengo el placer de observar la evolución que realizan mis alumnos de ser psicólogos “de manual” y “técnicas” a ser profesionales sanitarios con visión clínica.“En sanidad, 2 y 2 nunca son 4” es una frase que he oído escuchar a médicos a lo largo de mi infancia (nací y me crié en una familia en la que casi todos sus miembros lo son), y, sorprendentemente, es algo que se les olvida con frecuencia a muchos psicólogos. Esta frase quiere hacer referencia a cómo muchas veces, las cosas no son lo que parecen, ya que aunque los síntomas, problemáticas y técnicas de tratamiento son algo muy estudiado, existe una parte fundamental que los manuales, por muy exhaustivos que sean, nunca podrán abarcar: cómo aquello que es objeto de intervención, coexiste con la idiosincrasia particular del paciente.

Una técnica o tratamiento, a pesar de que se ha desarrollado de forma que su implementación sea universal, no es de aplicación universal. Es decir, aunque a todos los pacientes se les podría aplicar, no significa que haya que hacerlo, aun cuando dicha técnica o tratamiento está desarrollado para ese síntoma en concreto. Un psicólogo debe ser un profesional sanitario que va más allá de ser un mero aplicador de protocolos de tratamiento, y no porque los protocolos tengan nada de malo, sino porque se ha de observar cómo se desarrolla la problemática en la vida del individuo y cómo interactúa con todas las variables: Historia de vida y aprendizaje, estilos de afrontamiento, características ambientales, factores biológicos…

Un psicólogo debe ser un profesional sanitario que va más allá de ser un mero aplicador de protocolos de tratamiento

Hay que entender que la técnica es una herramienta, y que de por sí, no es una solución, sino que depende de cómo se aplique y, sobre todo, que esa aplicación tenga sentido en las necesidades del paciente. Así como puedo emplear un taladro para poner unos tornillos innecesarios en la construcción de una mesa, o incluso que la estropeen, aunque los tornillos estén bien colocados y sujetos y mi uso del taladro sea adecuado, puedo emplear una técnica que es eficaz para un síntoma en concreto sin entender que ese síntoma es provocado por otro factor o que puede ser iatrogénico el empleo de dicho síntoma.

El ver los síntomas como problemas aislados, desarrollando simplemente un listado de los mismos y generando un plan de intervención para cada uno de ellos, es como mínimo, una opción más costosa, ya que muchos síntomas provienen de un mismo problema y tendremos que ir aplicando técnica por técnica para desmontar cada síntoma o los síntomas se volverán recurrentes, causando en el paciente sensación de profunda desesperanza o no solución o incluso, puede convertirse en algo perjudicial para éste, ya que muchas veces, una técnica que aparentemente provoca mejoría en el síntoma, genera problemas en otro o en temas de mayor calado (estilo de afrontamiento, locus de control, intolerancia a la frustración, autoestima basada en el logro…) que afectan a más conductas problema.

Pondré a continuación algunos ejemplos para ilustrar cómo a veces, una técnica que aunque aparentemente es adecuada, puede convertirse en problemática:

Paciente que acude a psicoterapia cognitivo-conductual por un Trastorno de Ansiedad Generalizada, debido a una gran rigidez cognitiva y una tendencia a la evitación experiencial que le generan altos niveles de ansiedad y estrés. Aparentemente, enseñar a esta paciente técnicas de control de la ansiedad como puede ser la relajación muscular de Jacobson, puede ser un planteamiento adecuado al síntoma “altos niveles de ansiedad”, pero si vemos cómo encaja el síntoma de la alta ansiedad en la idiosincrasia del paciente, cuya raíz del problema es el hipercontrol de todo para evitar el malestar que le genera que las cosas no salgan según sus criterios, dotarle de mayores y más efectivas estrategias de control es el equivalente a pretender apagar el fuego de un incendio echándole gasolina en lugar de agua. Esta paciente requirió crearle una apertura experiencial en la que entendiera que lo mejor no era controlar la ansiedad, sino exponerse a ella y dejar de vivirla como algo tan aversivo y fóbico, sino como algo que le daba información de cómo vivía determinadas cosas y un proceso natural en la vida, que generaba más distorsión en su vida si se intentaba controlar evitativa y compulsivamente que si lo aceptaba y se lo permitía sentir.

El psicólogo debe ver cómo se articulan esos síntomas entre sí y cuál es el denominador común de los mismos, creando un plan de intervención que responda a ambas realidades

Paciente que acude a psicoterapia humanista, se realiza con la misma un profundo trabajo de “permitirse sentir” la tristeza y el dolor, y se combina con ejercicios de Focusing para aprender a identificar esos sentimientos en su cuerpo y como se evidencian en forma de sensación sentida. Aunque permitirse sentir es parte básica de esta terapia, y una “técnica” necesaria, adecuada según el modelo y apropiada, en esta paciente comenzó a tornarse en algo negativo, ya que finalmente, al venir a “conectar con la tristeza y el dolor”, la paciente obtenía un cierto efecto catársico conectando con su tristeza y con eso aliviaba su malestar sin tener que responsabilizarse del mismo, y más allá de sentirlo, hacer algo difícil y confrontativo con ello, por lo que, la empatía y la escucha activa que le ayudaban a conectar, le servía al paciente para no tener que hacer algo con su tristeza más allá de “vomitarla” en terapia, vivenciándola como algo que le legitimizaba en no tener que cambiar nada.

Paciente con diversos problemas de corte subclínico del estado anímico que acude a psicoterapia de Tercera Generación, se le aplica tratamiento de entrenamiento en Mindfulness para reducir el nivel de rumiaciones y mejorar su estado anímico, el paciente mejora en ello, pero comienza a refugiarse en la meditación como conducta evitativa y como forma de no tener que salir de su casa y enfrentarse con el mundo real, encontrando un refugio activo en la meditación, pero que a largo plazo, le generaba un fuerte sentimiento de incompetencia y falta de autovalía por no ser capaz de enfrentarse a sus problemas más allá que meditar para observar el malestar que le generaban de forma evitativa.

Estos tres casos, son solo ejemplos de cómo técnicas y planteamientos que pueden ser efectivos y de eficacia probada, consolidados así como ampliamente reconocidos pueden tornarse en estrategias disfuncionales de tratamiento ya que sólo se está viendo cómo actúan en el síntoma y no en la realidad del paciente, es decir, en cómo el síntoma encaja en todo aquello que sabemos del paciente y ciertas “variables de profundidad” como el estilo de afrontamiento, ciertos aspectos biológicos y ambientales, temperamento, estilo de apego, modos de funcionamiento (emocionales y cognitivos)…

Por tanto la labor de un psicólogo sanitario/clínico debe ir más allá de identificar problemas y aplicar técnicas específicas para ello, sino ver cómo se articulan esos síntomas entre sí y cuál es el denominador común de los mismos, creando un plan de intervención que responda a ambas realidades desde las herramientas que le aporte su modelo de psicoterapia, más allá de querer mantenerse en la seguridad ingenua e irresponsable de lo que plantean de forma genérica (y con bastante acierto) los manuales de psicoterapia. Tal y como decía Virginia Satir, hemos de entender que “El mapa no es el territorio” y los psicólogos, debemos priorizar lo que vemos en el territorio respecto a lo que hemos estudiado en los mapas, o estaremos trabajando con algo adecuado en lo teórico pero poco fructífero en lo práctico.

Artículo previamente publicado por Buenaventura del Charco Olea, director de Aprende Viendo Terapia, la plataforma online y presencial de entrenamiento psicoterapéutico.

  • Artículos de opinión (Op-ed)

La autofobia: el miedo a nosotros mismos

  • Eric Álvarez
  • 13/07/2016

¿Qué es la soledad moral?

Nos aterra la soledad. El miedo al aislamiento es uno de los temores instintivos más arraigados en el ser humano. Tan pronto como tomamos conciencia de nuestra existencia como seres individuales y diferenciados del resto, buscamos la manera de renunciar a este privilegio, adoptando los símbolos, valores y creencias de la comunidad que nos rodea. Dicho de otro modo: para no sentirnos solos y desamparados, construimos nuestra identidad imitando la de los demás, integrando la apariencia, el criterio, los valores y las costumbres de nuestro entorno como si fueran nuestros.

Ahora no estamos refiriéndonos a la soledad en un sentido físico, sino moral. Un prisionero político puede estar físicamente aislado en una celda, y aun así sentirse respaldado por sus compañeros de lucha; un turista americano puede estar solo en un país asiático, y continuar juzgando todo lo que descubre desde el prisma de su cultura; un intelectual ermitaño puede refugiarse en lo alto de una montaña, y aun así sentirse en contacto con la humanidad mediante sus lecturas. La soledad física no supone una carga si sentimos que pertenecemos a algo; si compartimos el lenguaje, las normas y los valores de un grupo con el que nos sentimos identificados. La soledad moral, en cambio, es insoportable: aunque pasemos la mayor parte del tiempo solos, nuestra identidad no podría sostenerse si no nos sintiéramos conectados con alguien.

EL MIEDO AL AISLAMIENTO ES UNO DE LOS TEMORES INSTINTIVOS MÁS ARRAIGADOS EN EL SER HUMANO

Prueba de este fenómeno es que durante los últimos años nuestra sociedad asiste a una paradoja histórica: nunca antes habíamos pasado tanto tiempo aislados de los demás, y a su vez, nunca nos habíamos sentido tan acompañados. Las redes sociales, los móviles y los sistemas de mensajería instantánea han trazado un puente que nos permite evadir la soledad constantemente. Desde primera hora de la mañana hasta el último minuto antes de acostarnos, tenemos la impresión de estar en contacto con nuestra familia, nuestros amigos y nuestros compañeros de trabajo –aunque ni siquiera los veamos.

Pertenecer para ser

Poco importa si hablamos de “la familia”, “la pareja”, “la clase media”, “los intelectuales”, “los cristianos”, “los antisistema”, “los veganos”, “los catalanes”, “los frikis” o “los marginados” –pertenecer a un grupo social supone un consuelo porque alivia al ser humano de una de sus mayores cargas: tener que definirse. Ante el misterio de la existencia, los grupos nos hacen sentir parte de algo mayor: nos dan un objetivo, y con ello, una identidad. Son el perfecto antídoto contra la soledad moral: mediante sus causas, sus aliados y sus enemigos, definimos nuestras opiniones y nuestra manera de actuar. Sentir que pertenecemos a un colectivo que comparte nuestras mismas ideas es condición necesaria en nuestro desarrollo como personas. Esto se hace particularmente evidente cuando conocemos a alguien y, para averiguar con quién estamos hablando, estudiamos los grupos a los que pertenece (su trabajo, sus aficiones, sus opiniones políticas, etc.).

Lamentablemente, el sentimiento de pertenencia se cobra un precio muy alto: nuestra libertad. Estamos tan obstinados con sentirnos aceptados por el resto que gustosamente renunciamos a nuestro propio criterio. Si analizamos aquellos aspectos que consideramos parte esencial de nuestra personalidad, descubriremos que en realidad sólo son plagios de comportamientos análogos que hemos visto en los demás. Nuestras inclinaciones políticas, nuestras aficiones, nuestra vestimenta, nuestro sentido del humor e incluso nuestras expresiones y nuestros gestos –todo aquello que consideramos “propio” lo hemos mimetizado de manera inconsciente observando a las personas que nos rodean.

¿Por qué necesitamos imitar?

Desde nuestra más tierna infancia buscamos la manera de ser aceptados por los demás. Sin darnos cuenta, en este empeño nos definimos a nosotros mismos. Al principio construimos nuestra identidad basándonos en el criterio de nuestros padres. Por ejemplo: si un día vemos a nuestro padre celebrando que ha ganado el Real Madrid, nos sentiremos atraídos por este equipo, aunque ni siquiera sepamos nada sobre él –la necesidad de sentirnos aceptados por nuestro padre bastará para que sus ideas devengan máximas: «el Real Madrid es el mejor equipo del mundo».

EL SENTIMIENTO DE PERTENENCIA SE COBRA
UN PRECIO MUY ALTO:
NUESTRA LIBERTAD

Con el tiempo las opiniones de nuestros padres se quedan obsoletas, pero no así nuestra necesidad de pertenencia. Durante la adolescencia, aunque todavía no tengamos suficiente criterio para pensar por nosotros mismos, ya no queremos seguir obedeciendo a las expectativas de nuestros progenitores. Nos sentimos distintos a ellos y queremos hacerlo patente; pero para eso necesitamos dar con una respuesta sencilla a una pregunta muy compleja: ¿quién soy? Aterrados por esta incerteza, reconstruimos nuestra identidad buscando nuevos referentes en nuestra propia generación: «soy swagger», «soy rapero», «soy moderno», pero también «soy normal». En última instancia, nuestro objetivo sigue siendo el mismo: que nos acepten; por ello imitamos a las personas que nos resultan interesantes con la esperanza de que crean que somos iguales.

¿Por qué es tan importante que nos acepten?

Para responder a esta pregunta debemos remontarnos al origen de nuestra existencia. Llegamos a este mundo siendo uno con nuestra madre: nos desarrollamos en su vientre, experimentando la realidad a través de ella. El parto constituye una experiencia traumática porque supone la separación, la pérdida de esa unidad inicial, y con ella el abandono de un espacio donde todas nuestras necesidades estaban cubiertas. Aunque el nacimiento también representa nuestra diferenciación como seres independientes, todavía tendrá que pasar mucho tiempo antes de que el bebé entienda esta distinción: en términos funcionales, seguirá siendo uno con su madre durante varios años –alimentándose de su pecho, moviéndose con ella y dependiendo de su cuidado para todos los aspectos de su existencia.

EL PARTO CONSTITUYE UNA EXPERIENCIA TRAUMÁTICA PORQUE SUPONE LA
PÉRDIDA DE ESA UNIDAD INICIAL

El desarrollo del sistema nervioso permite que el niño adquiera las aptitudes físicas y mentales necesarias para distinguir el mundo de sí mismo: descubre que puede mover y manipular los objetos; comienza a recordarlos e imaginarlos, construyendo asociaciones mentales entre ellos (p. ej.: “pecho = alimento”, “cuna = sueño”). También percibe que sus padres le identifican con un nombre diferenciado; que sus voluntades y apetencias no siempre son las mismas que las de ellos. En definitiva: comienza a experimentarse como un ser humano individual, distinto al resto del universo.

Esta toma de conciencia supone la primera experiencia de nuestra identidad, pero también de nuestra soledad. Un niño está completamente desvalido sin la ayuda de sus padres: necesita que le cuiden y le quieran para poder sobrevivir. Del mismo modo, un adulto tiene poco que hacer sin la cooperación con otros adultos –nuestro idioma, nuestro trabajo, nuestra apariencia y todos los aspectos de nuestra existencia están basados en el contacto con los demás. Por eso hacemos tantos esfuerzos para que el grupo nos integre; por eso nos preocupa tantísimo el rechazo de los demás.

La evasión ante el vacío

Existe otra razón por la que tememos la soledad moral y buscamos la pertenencia con tanta vehemencia. A diferencia del resto de los animales, los seres humanos percibimos el impacto del tiempo sobre nuestra vida: comprendemos la enfermedad, la vejez, la mortalidad, así como el valor relativo de nuestra existencia en relación a todos estos fenómenos. Por ello nos sentimos infinitamente pequeños. En un universo que existe desde hace millones de años, donde los seres nacen y mueren en un ciclo incesante, ¿qué valor tiene mi existencia como individuo aislado? ¿Cómo puedo enfrentarme a las fuerzas del universo si no soy parte de algo más grande que yo mismo?

LA REALIDAD SILENCIADA ES QUE NO NOS ACEPTAMOS A NOSOTROS MISMOS

La pertenencia es la respuesta natural a estas preguntas. «Si adopto el mismo código de símbolos y valores que mi grupo de iguales, seré como ellos, seré parte de ellos. Lo único que tengo que hacer es imitarlos; no diferenciarme nunca del rebaño». El resultado es una sociedad compuesta por personas que, a pesar de ser libres para definirse, eligen ser idénticas al resto. Incluso los grupos antisistema –que reivindican una lucha contra los preceptos que nos gobiernan– adoptan una estética común para definirse como algo distinto.

El precio de temernos

La realidad silenciada es que no nos aceptamos a nosotros mismos. No hemos aprendido a querernos, por lo que dependemos del cariño y la aprobación de los demás. Por eso nos vestimos y nos peinamos como las personas que nos interesan. Por eso compartimos nuestras selfies, nuestras opiniones, nuestras relaciones, nuestras ocurrencias. Por eso dedicamos tanto tiempo a trabajar sobre nuestra apariencia. Definirse como un individuo completo exige pasar por el trance de la soledad moral: aceptar que, en última instancia, estamos solos en este universo. Mientras continuemos persiguiendo la aceptación de los demás, su opinión siempre pesará más que la nuestra –a pesar de que nunca podamos satisfacerla.

Éstas son las raíces de la Autofobia: el miedo a nosotros mismos; a nuestro vacío, a nuestro aislamiento, a tener que escucharnos y definirnos. Como es natural ante cualquier fobia, nuestro recurso es evadirnos: escapar del objeto de nuestro temor buscando la aceptación de un colectivo. No nos damos cuenta de que para ello tenemos que renunciar a nuestra esencia, convirtiéndonos en el mero reflejo de lo que los demás esperan. Consideramos que la libertad es una de las mayores ganancias de estos últimos siglos, pero olvidamos preguntarnos para qué queremos la libertad.  ¿De qué sirve la posibilidad de expresarnos si sólo vamos a decir lo mismo que el resto? ¿Cuál es el sentido de la libertad de elección si no construimos nuestro propio criterio?

  • Artículos de opinión (Op-ed)

La muerte de la familia

  • Carlos Esteve Gutiérrez
  • 28/06/2016

Hoy amanecí dichosamente herido de muerte natural.

Efraín Huerta

Tratar el tema de la familia ante la muerte en la actualidad es complejo debido a los cambios de paradigmas sociales que estamos viviendo (Gergen 2011).

Todavía para la generación Baby boomer (1940 – 1960) la familia era considerada como el núcleo de la sociedad y la estructura que aseguraba la estabilidad afectiva y económica de los hijos engendrados.

Por ejemplo, las actas de nacimiento hacían referencia a si el hijo registrado era natural (hijo nacido fuera del matrimonio, pero reconocido por el padre), legítimo (hijo nacido de un matrimonio establecido) e ilegítimo (hijo nacido fuera del matrimonio y no reconocido por el padre).

Para la generación “X” (1960 – 1980), el descubrir que un matrimonio ya no es para toda la vida y que muchas veces permanecen juntos exclusivamente mientras compartan cosas en común, hizo que la cantidad de divorcios se incrementara potencialmente en comparación a la generación anterior.

el matrimonio como institución social está en peligro de extinción

Sin embargo, los efectos que surgieron en la sociedad fueron impactantes, por citar algunos ejemplos, hubo algunas instituciones educativas particulares que negaban la inscripción o reinscripción de los hijos de padres divorciados o, por otro lado, las complicaciones que pasaban las mujeres divorciadas para rehacer su vida en pareja, debido a que la mayoría de los varones las percibían exclusivamente como un objeto sexual.

Como psicólogos y profesionales de la salud, no podemos negar o ignorar esta realidad. Es necesario comprender y aceptar que el matrimonio como institución social está en peligro de extinción (Gergen 2011).

Cabe aclarar que cuando realizo esta afirmación tan contundente, no me refiero a que las personas dejen de contraer nupcias, sino a que los conceptos de familia y matrimonio tradicional han perdido su valor y utilidad social establecida por varios siglos.

Hoy en día un matrimonio no asegura la estabilidad afectiva ni económica de los hijos, ni mucho menos de la pareja.

En la actualidad dos personas pueden vivir en concubinato y asumir libremente o no las responsabilidades inherentes a un matrimonio.

Es relevante resaltar que estoy dejando de lado el contexto legal, no por restarle importancia, sino por la estadística tan baja de mujeres que están dispuestas a denunciar a sus exmaridos por no cumplir con los acuerdos establecidos ante la ley; después de todo, ¿quién metería a la cárcel al padre de sus hijos asumiendo los reproches y reclamos de la familia y la sociedad?

Y si nos cuestionáramos cuál es la utilidad del matrimonio en la actualidad, llegaríamos exclusivamente a tres conclusiones:

  1. Motivos legales, por ejemplo, recibir una herencia.
  2. Motivos políticos, por ejemplo, obtener una nacionalidad.
  3. Motivos sociales, por ejemplo, mantener viva una tradición de la cultura.

Cualquier otro motivo, a pesar de su interés subjetivo, se puede satisfacer sin la necesidad de casarse.

Para la generación “Y” (1980 – 2000), los estigmas, valores y ritos sociales se han transformado. Con el fin de ilustrarlo contemplaremos las siguientes situaciones comparando las tres generaciones antes mencionadas.

Hoy en día un matrimonio no asegura la estabilidad afectiva ni económica de los hijos, ni mucho menos de la pareja

Para la generación Baby Boomer y anteriores, la pareja era considerada como lo más significativo, incluso sobre los hijos.

Debido a la falta de educación sexual, la escasa planificación familiar y el poco uso de métodos anticonceptivos, las parejas engendraban un considerable número de descendientes, no obstante la actitud ante la muerte o la partida del hogar de uno o varios hijos no era algo trascendental como en la actualidad. Los padres admitían ser los dueños de sus vástagos, al grado de llegar a regalarlos o echarles en cara toda la vida las obligaciones y deuda de haberles dado la existencia.

Podemos, el día de hoy, ver sobrevivientes de esta generación mantener una relación de pareja enfadosa, sin hablarse o descalificándose, durmiendo en el mismo cuarto pero en camas separadas, sin embargo considerando el divorcio como un disparate y deciden permanecer juntos hasta que la muerte los separe.

De nuevo cabe recalcar al lector que las situaciones referidas, ilustran un contexto histórico, pasando por alto escasas excepciones y sin el afán de generalizar a todos los individuos.

Cuando la pareja deja de ser vista como un sentido de vida y se convierte, meramente, en un socio económico para la generación “X”, los hijos empezaron a tener mayores consideraciones, aun sobre los consortes.

El pretender darles lo mejor a los niños, evitar que experimenten lo que los padres pasaron, brindarles lo que los progenitores no tuvieron en su infancia, etcétera, promueve un engrandecimiento de las expectativas depositadas sobre los hijos y simultáneamente los critican y devalúan por no cubrir esas ilusiones y no corresponder a la confianza brindada (Sartre, 2008).

Para la generación “Y” (1980 – 2000), los estigmas, valores y ritos sociales se han transformado

Dicho lo anterior, no es de asombrarse que el fallecimiento de un hijo para esta generación sea visto como algo “sin nombre” o una pérdida imposible de superar (Frankl, 2004).

Mayormente comprensible la angustia que genera el nido vacío, que producirá que los padres volteen a verse después de, por lo menos, veinte años y toparse completamente con un desconocido. No es gratuito el número de divorcios y separaciones que se dan en la actualidad, cuando los hijos se van del hogar.

Entendiendo este fenómeno, hasta parecen justificables los mensajes de doble vínculo hacia los hijos (Watzlawick, 1995), por un lado los incitan a crecer, madurar y ser independientes y posteriormente los anulan, impidiéndoles trabajar; juzgan su sustentabilidad económica de poder rentar un lugar, invitándoles a seguir en casa ahorrando lo poco que ganan; critican a su pareja inquiriendo si es capaz de darle lo que ellos ahora le dan; o simplemente desaprueban la poca atención e interés que tienen hacia el padre, la madre o a toda su familia.

Con todo lo dicho, es evidente la razón que tiene una madre de esta generación, después de malcriar a sus hijos, concebirlos como inútiles e ineptos, “buenos para nada”, para continuar manteniéndolos toda la vida, por la culpa de haberlos hecho así y de esta forma seguir dándole un sentido a su vida, ya que sin esos vástagos mediocres no habría motivo para subsistir, a menos que nazca un nieto.

La aparición de un recién heredero, hijo de padres incompetentes, según la percepción de los nuevos abuelos, les brindará la posibilidad a estos últimos, de tratar de corregir los errores que creen que cometieron con sus propios hijos, a través del nieto, causándole mayor perjuicio que beneficio, concediéndoles todo sin unos límites claros (Kierkegaard, 2010).

Concretando, los tanatólogos del Siglo XXI, no pueden tratar de explicar los procesos de muerte, duelo o melancolía de una generación “Y”, por medio de creencias y teorías psicológicas del siglo pasado.

A muchos de los individuos de la generación “Y” no les importa los procesos degenerativos de sus progenitores, ya que fueron formados para ser libres, no para hacerse cargo de sus padres. No les interesa su familia ni sus hermanos, debido a que saben que los lazos de sangre no existen y sólo es una creencia que servía para mantener esas relaciones por si algún día se necesitaban. No les afecta tanto la pérdida de una pareja, porque desde el inicio de la relación no establecen tantos vínculos afectivos ni compromiso, “total, si no funciona, nos separamos”.  

No les atrae la idea de tener hijos y si los tienen no se responsabilizan porque ya hay alguien más que los cuida y atiende, mientras ellos estudian, trabajan o se divierten. Saben que los hijos no unen, ni quedar embarazada sirve para atar a su pareja o mejorar un matrimonio. Satisfacen sus necesidades de brindar cuidado y protección, e incluso de compañía, por medio de las mascotas.

A muchos de los individuos de la generación “Y” no les importa los procesos degenerativos de sus progenitores, ya que fueron formados para ser libres, no para hacerse cargo de sus padres

No están dispuestos a sacrificar su estilo y calidad de vida por invertir en un hijo, por esa razón no les alcanza el dinero ni el tiempo. No les incumbe asistir a ritos funerarios y cada vez se pretende que el proceso sea más rápido, por las actividades sociales y laborales con las que deben cumplir, sin embargo aunque no asisten a panteones o criptas, utilizan las redes sociales para hacer un homenaje al fallecido.

Cualquier psicólogo, terapeuta o tanatólogo, por más que actúe de buena voluntad, implementando teorías y técnicas del siglo pasado, cometerá las peores iatrogenias, debido a que será incapaz de comprender a la persona doliente.

Lo juzgará y tachará de insensible por no cuidar o atender a sus padres, ni interesarse o vincularse estrechamente con su familia. Los enjuiciarán de irresponsables, egoístas y poco comprometidos por no querer pasar el rito del matrimonio.

Los calificarán como malos padres por no quitarse el pan de la boca para dárselos a sus hijos y por querer solucionar todo con regalos y dinero.

Jamás entenderán como un perro es igual de importante que un niño, o hasta más.

Por todo esto los diagnosticarán como límites, narcisistas o antisociales y en algunos casos con despersonalización y brotes psicóticos. Los censurarán y tildarán de poseer mecanismos de defensa como la negación, proyección, desplazamiento, intelectualización, racionalización o formación reactiva (Freud, 2001); dirán que padecen algún bloqueo como desensibilización, retroflexión, deflexión, fijación o postergación (Salama, 2002).

aunque no asisten a panteones o criptas, utilizan las redes sociales para hacer un homenaje al fallecido

Les dejarán técnicas conductuales como tirar, desprenderse y hasta quemar recuerdos y pertenencias del difunto. Pensarán que están estancados en alguna fase del duelo, que por supuesto ya es patológico, según las viejas teorías (Kubler – Ross, 2010). Pondrán técnicas catárticas y psicodramáticas para simular el ritual de despedida que según los que saben, no lo hubo.

Bienvenidos a la posmodernidad, una época caracterizada por:

  • Personas pansexuales, que sienten atracción estética, romántica o sexual, independientemente a su sexo o género, que conforman sociedades de convivencia con o sin adopciones homoparentales y que argumentan una paternidad responsable y no toman en cuenta el desarrollo psicológico del niño, que cohabita en una sociedad aún con múltiples prejuicios morales y religiosos.
  • Individuos con escasas o nulas habilidades sociales, que se ocultan tras el anonimato, teniendo una o varias vidas virtuales.
  • Sujetos que desvirtúan los preceptos de pareja, hijos y familia, para valorar a la tecnología.
  • Seres con poca tolerancia a la frustración, demandantes y adoradores del dios del consumismo, viviendo en una sociedad líquida.

¿Cuál será el concepto de la muerte para esta generación “Z”? He aquí el reto que los tanatólogos contemporáneos tendrían que enfrentar (Castro, 2007).

Acaso habrá alguna técnica para trabajar el duelo por la disminución de visitas a mi perfil de la red social; o para la pérdida de información de mi celular o laptop; inclusive para trabajar los celos o abandono de mi pareja virtual, la cual por cierto jamás conocí.

Finalmente, como las personas pueden experimentar una muerte social (Becker, 1973), habría que admitir que las instituciones sociales también mueren, como la familia, la cual ahora, está agonizando y muchos no saben qué hacer.

Y como analogía, así como el desahuciado, después de aceptar su situación, desea hablar sobre su partida con sus seres queridos, pero ellos lo ignoran y minimizan por la angustia que se genera al reconocer sus propios sentimientos de tristeza, enojo o miedo. Puesto que si me abro ante el aquejado, tendría que confesar que una parte de mí se va con él.

Bibliografía

Castro, M. (2007). “La familia ante la enfermedad y la muerte”. México: Trillas.

Becker, E. (1973). “El eclipse de la muerte”. México: FCE.

Frankl, V. (2004). “El hombre en busca del sentido”. España: Herder.

Freud, A. (2001). “El yo y los mecanismos de defensa”. México: Paidós.

Gergen, K. (2011). “Reflexiones sobre la construcción social. España: Paidós.

Kierkegaard, S. (2010). “El concepto de la angustia”. España: Alianza.

Kubler – Ross, E. (2010). “Sobre la muerte y los moribundos”. México: De bolsillo.

Salama, H. (2002). “Psicoterapia Gestalt”. México: Alfaomega.

Sartre. J. (2008). “El ser y la nada”. Argentina: Losada.

Watzlawick, P. (1995). “El sinsentido del sentido”. España: Herder.

  • Artículos de opinión (Op-ed)

Disfrute, placer, felicidad… ¡Atención!

  • Sergio Lotauro
  • 20/06/2016
Atención

La capacidad para prestar atención de los seres humanos resulta que es bastante limitada.

Pero, ¿qué entendemos por atención? De una manera informal, voy a definir la atención como la habilidad para registrar los diferentes estímulos que forman parte del contexto en el que nos encontramos inmersos.

Otra forma de entender la atención es como un sistema de filtro, ya que nuestro cerebro, en el día a día se ve obligado a tamizar la realidad para impedir que la avalancha de estímulos que caracteriza a la vida moderna provoque una saturación y colapso del sistema de procesamiento de la información del cerebro.

De hecho, se estima que en un mismo instante podemos percibir hasta 11 millones de unidades de información, pero de esa cantidad, solo 40 unidades llegan a la esfera de la conciencia.

El mundo de la publicidad y el marketing hacen un aporte interesante en ese sentido. Se calcula que en nuestra vida, si tenemos la suerte de llegar a los 60 o 65 años, habremos visto alrededor de 2 millones de anuncios televisivos. Eso equivale a 8 horas de anuncios diarios, durante los 7 días de la semana, por un periodo de 6 años.

 la atención está estrechamente ligada a lo que es significativo o importante para nosotros

La cantidad de tiempo que podemos concentrarnos en una misma tarea de manera eficaz es también muy acotada, y ronda alrededor de los 15 minutos. Luego de ese tiempo, nos empezamos a sentir inquietos o aburridos.

Eso, claro, siempre y cuando se trate de una actividad que nos parezca neutra a nivel emocional. Ante algo que realmente disfrutamos o nos apasiona el periodo de tiempo de concentración efectiva puede ser bastante mayor.

Así, la atención está estrechamente ligada a lo que es significativo o importante para nosotros. O en su defecto, posee una gran carga emocional.

¿Y por qué la atención resulta tan importante como para dedicarle un artículo completo?

Porque es un hecho que la atención guía y dirige la conducta. Si queremos comprar un par de zapatos rojos, vamos a la zapatería con el par de zapatos rojos instalados en el centro de nuestra imaginación. Así, cuando observamos la vidriera o el escaparate de la tienda, nos focalizamos selectivamente en los zapatos rojos que constituyen por el momento nuestro único interés e ignoramos las decenas de zapatos de otro color que pudieran estar siendo exhibidos.

Cuando una mujer recibe la noticia de que está embarazada, automáticamente empieza a ver mujeres embarazadas por todas partes. De repente, y sin previo aviso, el mundo parece azotado por una pandemia de panzas gorditas y duras que relucen por doquier.

Si usted es hombre y no me cree, puede preguntarle a la primera embarazada con la que se cruce.

Si tenemos la intención de comprarnos determinada marca y modelo de auto, entonces empezamos a ver obsesivamente y sin que nos lo propongamos, cientos de unidades del auto en cuestión circulando por las calles y avenidas de la ciudad. Esta es la razón por la cual, tratar de cambiar un mal hábito focalizando la atención en evitar, precisamente, ese mal hábito, siempre es una pésima idea que nos conduce inexorablemente al fracaso.

Si, por ejemplo, usted se ha puesto a dieta, no le conviene decirse a sí mismo que “no puede comer helado de chocolate”, ya que la sola idea de no comer helado de chocolate, lleva la atención precisamente hacia el helado de chocolate.

Así, el helado de chocolate aparece entonces en nuestra imaginación, ante nuestros ojos, y nuestra fuerza de voluntad para resistir la tentación se va al demonio.

es preferible llevar el foco de atención hacia conductas alternativas de carácter positivo

En casos como este, la palabra “no” que podamos interponer a lo que nos esforzamos por evitar, no ejerce mucho peso que digamos. El cerebro la desecha, la anula, y se queda con la visualización del fresco y apetitoso helado de chocolate.

“No debes hacer esto” o “no debemos hacer lo otro”, muchas veces favorece que lo hagamos.

“No debo tartamudear durante la lección oral frente al profesor” o “no debo mostrarme inseguro durante la entrevista de trabajo”, allana el camino para que nuestra peor pesadilla se haga realidad, ya que el cerebro parece tener dificultades para entender el concepto de negación, bloqueando en consecuencia la palabra “no” y quedándose con el resto.

Cuando nos enfrentamos a situaciones como esta, es preferible llevar el foco de atención hacia conductas alternativas de carácter positivo.

Volviendo al ejemplo anterior, en lugar de decirse a sí mismo “no debo comer helado de chocolate”, es preferible que se diga “voy a comer una sabrosa y jugosa manzana verde” o bien “voy a darme una ducha de agua calentita para sentirme mejor, más relajado”.

Hay que tener en cuenta que el sistema de atención trabaja también hacia adentro, y posee una dimensión temporal. Esto quiere decir que puede focalizarse en los recuerdos del pasado o anticiparse a lo que está por venir.

Cuando nos concentramos en acontecimientos del pasado, en particular los de carácter negativo, es natural que aparezcan sentimientos asociados a la depresión.

Ya sea que nos lamentemos por algo que hicimos o dejamos de hacer, o nos reprochemos tal o cual decisión, cuando nos regodeamos en el ayer como un cerdito se revuelca en su chiquero, quedamos atrapados en la tristeza, la culpa o la desesperanza.

En el otro extremo de la dimensión temporal está el futuro. Esto ocurre cuanto mentalmente empezamos a repasar la lista de actividades que tenemos que hacer.

el estrés que experimentamos no es la consecuencia de presiones o circunstancias externas, ajenas a nosotros, sino el resultado de vivir con el foco de atención desplazado del presente hacia el futuro

Estamos desayunando y no disfrutamos el sabor del café ni las tostadas con mermelada porque estamos con la atención puesta en lo que tenemos que hacer cuando lleguemos al trabajo. Luego, en la oficina, hacemos todo en piloto automático, mientras mentalmente nos proyectamos hacia una serie de actividades que hemos planificado para el fin de semana: llevar la ropa a la lavandería, hacer la compra mensual en el supermercado, y llevar a nuestro hijo al cumpleaños de un compañero de colegio. Al anochecer, durante la cena, nuestra esposa nos pregunta cómo nos fue, intentando infructuosamente sostener una conversación, pero no la escuchamos, estamos absortos pensando cuándo es el próximo feriado, y que será un buen momento para pintar el garaje, algo que desde hace algún tiempo venimos postergando. Cuando finalmente nos vamos a la cama, nos cuesta conciliar el sueño; hemos apoyado la cabeza en la almohada pero en realidad no estamos allí, sino pensando en la cantidad de gastos extra que nos depara el próximo mes, y de que ya va siendo hora de que nos asciendan en el trabajo.

Si a usted le pasa algo como lo que acabo de describir, entonces apuesto a que últimamente se ha estado sintiendo ansioso, inquieto, acelerado, impaciente, y que no está logrando disfrutar plenamente su vida.

Muchas veces, el estrés que experimentamos no es la consecuencia de presiones o circunstancias externas, ajenas a nosotros, sino el resultado de vivir con el foco de atención desplazado del presente hacia el futuro.

El estrés, estimado lector, es el síntoma de una mente hiperactiva. Sencillamente es imposible disfrutar aquello que estamos haciendo, con independencia de lo que sea, si estamos con la atención en otra parte.

Para saborear un plato de pollo al horno con papas doraditas, entonces tenemos que llevar nuestra atención al sabor que tiene el pollo al horno con papas doraditas. Si estamos en el cine viendo una película de acción, la única forma de disfrutarla es metiéndose de lleno en la historia, acompañando al protagonista en sus peripecias, dejando que la fantasía de la trama eclipse totalmente a nuestra realidad cotidiana, a la que deberemos dejar esperando por un rato fuera de la sala.
Si mientras luchamos con zombies o resistimos una invasión extraterrestre desde la ficción que nos propone la pantalla, estamos pensando al mismo tiempo en que el lunes tenemos turno con el dentista, entonces la aventura en cuestión no nos parecerá tan apasionante.

Estoy seguro de que usted, al igual que yo y la gran mayoría de las personas, disfruta mucho cuando tiene relaciones sexuales con su pareja, o quien fuera.

¿Por qué tener relaciones sexuales es una de las actividades más placenteras para todo el mundo?

Veamos si ha acertado. Porque cuando estamos teniendo relaciones sexuales es prácticamente imposible poner la atención en cualquier otro momento de nuestra línea de tiempo personal que no sea ese. El sexo absorbe todos nuestros recursos atencionales. Solo podemos estar allí, en cuerpo y mente, y en ningún otro lugar si queremos que la cosa funcione.

Tener sexo, jugar a las cartas con amigos, sacar a pasear al perro, escuchar música, observar en vivo y en directo un desprendimiento del glaciar Perito Moreno; son todas actividades que encierran un enorme potencial tanto para el disfrute como para el desasosiego… todo depende de hacia dónde orientamos nuestra atención.

  • Artículos de opinión (Op-ed)

Trece reglas para estudiantes de psicología

  • Fabián Maero
  • 06/06/2016

Hace algunos años me encontré con un artículo de Steven Hayes en The Behavior Therapist (Hayes, 1998) que me resultó extremadamente simpático. En él, Hayes enumeraba 13 reglas o recomendaciones para estudiantes graduados de psicología -esto es, personas que terminaron la formación básica en psicología y están siguiendo una carrera académica (léase investigación), pero me parecieron buenas recomendaciones para psicólogos en cualquier etapa de la formación.

Dado que una buena parte de los lectores de Psyciencia son estudiantes o psicólogos en formación, me pareció una buena idea compartir el texto con ustedes. Se trata de reglas para el éxito académico, pero está claro en el texto que el éxito del cual habla Hayes es multidimensional, más vinculado con la curiosidad, con los vínculos con la comunidad académica, con el proceso de investigar y de aprender, que con los resultados materiales del éxito.

Hayes aclara, y me permito enfatizar, que las 13 reglas son opiniones a tener en cuenta con liviandad, y señala que él mismo viola alguna de estas reglas casi todos los días, de manera que no las lean como leyes sino como sugerencias de un colega experimentado, uno que ha estado transitando la vida académica durante varias décadas, con más de 35 libros y 500 artículos publicados.

A continuación, una traducción y adaptación del texto de Hayes.


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Regla 1: Interésense por el proceso, no sólo por el resultado

Pocos de nosotros resultarán exitosos súbitamente. Más probablemente se trate de pequeños pasos, y las piezas irán cayendo en su lugar una a una. Las pequeñas cosas pueden resultar cruciales, a medida que las habilidades y el conocimiento se combinan de formas inesperadas. Simplemente no podemos predecir cuál de nuestras acciones en un momento determinado hará avanzar nuestra carrera.

Esto crea un dilema. Si el éxito (en tanto resultado), es algo muy importante, probablemente nos perdamos de los procesos que podrían producirlo. Por ejemplo, supongamos que un profesor propone un tema interesante sobre un área intelectual fuera de tu interés actual. Si el foco en el éxito es demasiado dominante habrá una tentación a cerrarse intelectualmente, y se perderá la oportunidad de aprender algo que podría ser importante luego.

Los profesionales exitosos tienen una riqueza que viene de estar abiertos a momentos así, y una cualidad de consistencia que se sostiene en una tendencia general a interesarse. Tienden a interesarse por una amplia variedad de cosas en el campo y enfatizan el valor intrínseco de las tareas. Están moviéndose hacia resultados todo el tiempo, pero no olvidan el valor del procesos.

Tengo una palabra favorita para esto: jugar. No la uso para trivializar las tareas involucradas, sino para señalar las fuentes de las consecuencias que mantienen esa acción y su calidad. La mejor razón para formar parte de un grupo de discusión, asistir a un congreso, o hacer investigación es para jugar profesionalmente. Es la “mejor” razón porque involucrarse lúdicamente en un proceso es algo que siempre es posible. Los resultados concretos de esas actividades (por ejemplo, conseguir un trabajo, dinero, reputación, prestigio, etc.), cuando lleguen, y si llegan, serán sutiles y demoradas. Si dependen de esas consecuencias para mantener esas actividades van a terminar abandonándolas.

Stephen Jay Gould es un ejemplo de lo que puede suceder si toman el juego intelectual seriamente. Sí, es un paleontólogo. Pero también ha escrito maravillosamente sobre psicología, baseball, arquitectura, y el sentido humano del milenio. Es obvio que disfruta su propio juego académico. Como todo juego, sigue las reglas: conoce su evidencia. Los mejores estudiantes con los que he trabajado son los que hacen cosas como quedarse hasta las tres de la mañana trabajando en una presentación para un grupo sólo porque la tarea en sí parece importante, aún cuando pareciera que no lo es. Y crucialmente, muestran el mismo interés al escribir una rima absurda o al discutir un punto oscuro en filosofía de la ciencia. Y sospecho que Stephen Jay Gould era un estudiante así.

Regla 2: Hablen y escriban – mucho

La ciencia es una actividad mayormente verbal. Los científicos deben hablar, escribir, persuadir y debatir. La única forma de volverse habilidoso en el desempeño verbal profesional es practicarlo. Hablen en clases. Hablen en los congresos. Hablen en los pasillos. Escuchen y respondan. Propongan y consideren. Discutan. Compartan ideas. Si creen que tienen algo para decir, díganlo. Si están considerando algo para decir y les preocupa que no valga la pena, díganlo de todos modos. El silencio crónico temeroso es el peor enemigo de un científico joven, y es sorprendentemente común. Al menos la mitad de los estudiantes maravillosamente brillantes que incorporamos a nuestro departamento rara vez hablan en clase, y en mi experiencia eso es un terrible predictor si se mantiene.

Ahora bien, es cierto que el silencio pensativo ocasional es una buena cosa. Deben aprender a discriminar cuándo hablar y cuando escuchar. Pero francamente es mucho más fácil callar una boca ruidosa que hacer arrancar una boca muda, de manera que esa distinción se aprende con más facilidad desde ese extremo.

Lo mismo aplica a la escritura. Escribir con facilidad viene de la práctica, pero muchos estudiantes parecen pensar que esta “práctica” debe consistir en leer, pensar, resumir o planificar. Son cosas importantes, pero para volverse hábil en escribir profesionalmente es necesario escribir. Hay que poner palabras en un papel y ponerlas frente a una audiencia. Si escriben un trabajo para una clase, escríbanlo como si fueran a publicarlo. Y luego intenten publicarlo.

Regla 3: Digan “sí” con facilidad y sosténganlo

Tempranamente en su carrera deberían exponerse a distintas cosas. Necesitan expandir su repertorio. Si alguien les habla sobre un proyecto interesante digan “hagámoslo”. Si alguien necesita ayuda con un proyecto, digan “sí”. Y sosténgalo. Hagan más de lo que se espera. Si su parte del proyecto consiste en diseñar un software, háganlo para mañana en lugar de la semana próxima, y háganlo con algunos adornos. Si han acordado ordenar el laboratorio, háganlo con elegancia.

Regla 4: Trabajen con otros y compartan

Pueden aprender mucho de los demás. Nos empujan y enseñan cosas nuevas. Por eso colaboren. Formen equipos. Hagan redes. Den más de lo que pidan.

Lo que habitualmente evita la colaboración es el temor de que alguien se aproveche de uno. Eso es posible, pero si se empeñan demasiado en evitarlo van a matar la colaboración. Preocúpense por el orden de los autores en una publicación sólo cuando sea el momento para eso, e incluso entonces háganlo con flexibilidad. En el panorama amplio no importa demasiado si terminan como tercer autor en lugar de segundo. De manera similar, si alguien más obtiene crédito por “tu idea”, bueno, debería haber muchas más en el lugar del cual salió esa si aprovechan todo lo que los demás tienen para enseñarles.

Regla 5: Mantengan sus compromisos

Esta es la regla más importante de todas. Esta regla separa a los estudiantes que avanzan de los que no más que cualquier otra, pero su valor no será aparente hasta que lo hagan. De manera que traten de resolver cómo mantener sus compromisos. Establezcan un programa, háganlo una cuestión de vida o muerte, secuestren a su abuela. Háganlo. Por supuesto, nadie puede sostener sus compromisos todo el tiempo. Bien, pero cuando tropiecen, vuelvan y hagánlo al 100%. Rompo esta regla casi todos los días. Aun así, sigo luchando como un tigre para mantenerla.

Regla 6: Ni siquiera los perros orinan en sus propias camas

En cierta medida, el resultado del “éxito” es algo mayormente social: que las personas piensen bien de uno y de su trabajo. Todos tenemos miedo de fallar, y los estudiantes tienen la carga extra de la dependencia combinada con un cierto grado de impotencia. Una forma horriblemente seductora de lidiar con ese miedo y esa carga es a través del cinismo, las críticas, paranoia, chismes, etc. Por ejemplo, los estudiantes pueden quejarse entre sí sobre su programa, o sobre tal o cual docente, pero no abiertamente cuando algo podría hacerse. Comienzan a juntar un grupo (por ejemplo, con otros estudiantes), en el cual todos estarán de acuerdo en que las cosas son terribles, que nadie puede cumplir con las exigencias del programa, que los docentes son tarados de todos modos, y así. El efecto es que a) obtienen una versión light de los beneficios sociales del éxito (una comunidad verbal que los apoye), pero sin logros, b) el control sobre la comunidad verbal científica y el programa en que están se reduce, y c) pueden sentirse justificadamente mal sobre el lugar en que están. Han creado una comunidad social en la cual cada persona recibe apoyo por hacer algo que no funciona. Se siente bien pero no va a ninguna parte.

He visto este proceso destruir el entrenamiento de muchos estudiantes. Algunas veces luego de un año, más o menos, se dan cuenta y pueden sacarse. Algunas veces abandonan el programa. Lo más trágico les pasa a aquellos que hacen su entrenamiento con poca dedicación (pero enojados secretamente), y años después se dan cuenta de que desperdiciaron su oportunidad. La solución está en rehusarse a hacerlo, a alejarse cuando otros tratan de incluirlos, y en tomar responsabilidad por sus carreras. Después de todo, ni siquiera los perros orinan en sus propias camas.

Regla 7: Reconozcan su propio poder y actúen en consecuencia

Déjenme decirles algo increíble: pueden tener un enorme impacto en su disciplina. No estamos hablando  de áreas que requieren quichicientos millones de dólares para un supercolisionador superconductivo para poder hacer una buena investigación. Estamos hablando de áreas que son jóvenes y accesibles, en las cuales incluso una sola persona puede tener un gran impacto. Los estudiantes que no avanzan se retirarán asustados de este enunciado (ver la regla anterior), o confundirán los sueños con la acción. El estudiante exitoso reconocerá su propio poder y actuará vigorosamente para hacerlo manifiesto. Sobre este punto, esta cita del discurso de inauguración de Nelson Mandela me gusta particularmente:

Nuestro miedo más profundo no es que seamos inadecuados. Nuestro miedo más profundo es que seamos inconmensurablemente poderosos. Es nuestra luz, no nuestra oscuridad lo que nos atemoriza. Nos preguntamos: ¿quién soy yo para ser brillante, precioso, talentoso y fabuloso? En realidad, ¿quién eres tú para no serlo? Eres hijo de Dios. Jugar a ser pequeño no le sirve al mundo. No hay nada iluminador en encogerte para que otras personas no se sientan inseguras a tu alrededor. Nacemos para hacer manifiesta la gloria del universo que está dentro de nosotros. No está solamente en algunos de nosotros: está en de todos y en cada uno. Y mientras dejamos brillar nuestra propia luz, le damos permiso a otros para que hagan lo mismo. Y al liberarnos de nuestro miedo, nuestra presencia libera a los demás.

Regla 8: Reconozcan su propia finitud y actúen en consecuencia

No saben cuánto tiempo tienen en este planeta. Sin importar cuántos años sean, el tiempo es breve. Les pido a mis estudiantes en el área de investigación que estén concientes de esto y que traten de hacer un trabajo que sea a la vez entretenido e importante. Por ejemplo, en ocasiones estudiantes vienen con ideas de investigación que son variaciones menores de lo que alguien ya ha hecho en la literatura. Es como si pensaran que eso es a lo único que pueden aspirar (vean la regla anterior), o como si pensaran que tienen todo el tiempo del mundo. Mi pregunta a los estudiantes en esa situación es: “supongan que, sin saber cuáles, sólo tienen permitidos dos o tres estudios de investigación antes de morir. ¿Querrían gastar uno en ese estudio?” Los estudiantes exitosos aspiran a tener un impacto en el tiempo que tienen.

Regla 9: Conéctense con las personas que saben más que ustedes.

Hay una tendencia de los estudiantes a pensar sobre los profesionales experimentados y exitosos en una de estas dos maneras, ambas erróneas: como personas en un pedestal o como dinosaurios a derrocar. Los estudiantes menos exitosos tienden a acercarse al primer error, los que son un poco más exitosos tienden al segundo. Pero la reacción más útil es verlos como personas que se han ganado respeto a través de su esfuerzo y sudor, de las cuales pueden aprender. Con algunas excepciones, los profesionales conocidos suelen ser amables, trabajadores e inteligentes. Esto no es sorprendente, no serían conocidos si no lo fueran.

Conozcan a los líderes de su campo. Escuchen sus charlas. Hablen con ellos en las fiestas. Escríbanles. Envíenles copias de su trabajo si eso parece apropiado.

Crear redes les ayudará a crear un foro para sus ideas. Los estudiantes que avanzan tienden a usar sus contactos intelectuales para crear oportunidades para jugar. Por ejemplo, incluso estudiantes en niveles iniciales pueden organizar un simposio y participar en él. Si pueden conseguir personas conocidas para que estén en su actividad van a elevar el nivel de su charla. Entonces solo tienen que dar una buena presentación, que a su vez les permitirá conectarse con otros acerca de sus ideas.

Regla 10: Mantengan su integridad

Auto-reportes anónimos dicen que una gran proporción de estudiantes han hecho trampa en la facultad en algún momento. Quizá fuera para pasar un examen o para obtener una mejor nota en un trabajo. Los estudiantes en entrenamiento saben que la ciencia supuestamente debe estar por encima de eso, pero pasamos poco tiempo lidiando con las realidades humanas que llevan a hacer trampa, y en lugar de eso preferimos moralizar. Es muy raro que siquiera se hable de esto, y como resultado la mayoría de los estudiantes no se dan cuenta de qué tan extendida es la tentación de hacer trampas en ciencia.

Para publicar un trabajo o conseguir una beca es tentador descartar algunas partes aisladas o cambiar un criterio de exclusión luego de una investigación. Incluso pueden justificarlo, pero las soluciones que están en una zona gris pueden llevar a hacer trampas contantes y sonantes. He visto carreras altamente prometedoras ser trágicamente destruidas por este proceso.

De manera preventiva, ayuda el enfocarse en el proceso, no en el resultado (regla 1). Estén atento a las cosas que pueden llevar a una presión interna para tomar atajos, especialmente una orientación excesiva e innecesaria hacia los resultados. Por ejemplo, nunca hagan un estudio “para demostrar X”, y si se encuentran usando esa frase, edítenla inmediatamente. Háganlo “para ver si X es así”. Querer estar en lo correcto es su enemigo. Querer un resultado específico es su enemigo. Querer hallar algo es su enemigo.

Si nos enfocamos por ahora en los estudiantes de ciencia (y no los usuarios de ciencia, otro asunto importante), el costo humano más trágico de hacer trampas en ciencia no son las carreras destruidas –después de todo, la mayor parte de los tramposos saldrán impunes. El costo es este: si violan su integridad para lograr un resultado particular, incluso en cosas pequeñas, encontrarán la actividad en sí misma menos recompensante. Siempre resulta así. Lo lúdico desaparece. Se convierte en un medio para algún otro fin. La ciencia ya no es divertida.

Regla 11: Sigan su inspiración

Los estudiantes exitosos son confiados. No digo que necesariamente se sientan confiados. Digo que siguen su inspiración: son fieles a sí mismos. Esto es confianza-como-acción (con-fianza, significa “con fidelidad”). Sean fieles a ustedes mismos. Si tienen una mezcla inusual de intereses, quizá esa mezcla los lleve a cosas nuevas e interesantes, aún cuando alguien les diga que tendrían que enfocarse en algo más seguro. Tomen el riesgo. Si los preocupa, construyan una red de seguridad. Pero no traicionen lo que les parece importante a ustedes. Van a pagar caro si lo hacen porque traicionarse a ustedes mismos se va a llevar su brújula para disfrutar la ciencia. Y sin una brújula se pueden perder.

Regla 12: Digan “no” con facilidad y sosténgalo

A medida que su carrera progrese, naturalmente van a limitar su enfoque. Es la única forma de mantener calidad. A medida que se enfoquen, aprendan a decir que no. Establezcan prioridades. Adhiéranse a ellas. Todavía estoy aprendiendo esta regla (de hecho lo estoy haciendo cada vez más, pero las distracciones y pedidos también se incrementan  por lo cual nunca tengo suficiente Regla 12 para que la Regla 5 llegue al 100%).

Regla 13: Abran su correo, devuelvan sus llamadas telefónicas, y mantengan su escritorio limpio.

Oh, bueno. No todas las reglas pueden seguirse.

Ilustración de: Bunkergraf

Referencias

Hayes, S. C. (1998). Thirteen Rules of Success: A Message for Students. The Behavior Therapist, 21, 47–49.

  • Artículos de opinión (Op-ed)

La inteligencia: el gran malentendido de la educación

  • Rita Arosemena P.
  • 17/05/2016

Uno de los conceptos más difíciles de definir ha sido siempre la inteligencia.

En términos universales, se asume que un individuo es muy inteligente cuando se muestra más ágil de “lo normal” al momento de dar resolución a un problema. Sin embargo — y si bien esta definición no es equivocada — la Psicología presenta a la inteligencia como un fenómeno mucho más amplio — incluso pluralizado — por lo que, en lugar de hablar de inteligencia, sería más exacto hablar de inteligencias.

Hace un siglo, el psicólogo Charles Spearman sugirió que la inteligencia podía ser vista como una habilidad para desempeñarse favorablemente en distintas áreas: una inteligencia general subyacente. Años más tarde, L. L. Thurstone se mostró en desacuerdo: la inteligencia, decía él, se conformaba de siete habilidades mentales y no solo una, idea en la que Cattell profundizó más adelante dividiendo la inteligencia en dos grupos:

  1. La inteligencia cristalizada (razonamiento, habilidades verbales y numéricas)
  2. La inteligencia fluida (imaginería espacial y visual, y memorización).

Esta visión multidimensional de la inteligencia se prolongó hasta la época contemporánea con la Teoría Triárquica de Robert Sternberg y la Teoría de las Inteligencias Múltiples de Howard Gardner. La primera nos habla de tres tipos de inteligencias: la analítica, la creativa y la práctica (esta última, referente a la resolución de problemas).

en lugar de hablar de inteligencia, sería más exacto hablar de inteligencias

La Teoría de las Inteligencias Múltiples, por otro lado, describe ocho tipos de inteligencias separadas entre sí y no interdependientes, como sugería Spearman en su macrovisión. Para Gardner, estos ocho tipos de inteligencias incorporaban:

  • Destrezas lógico-matemáticas
  • Destrezas lingüísticas
  • Destrezas espaciales
  • Destrezas musicales
  • Destrezas cinestésica-corporales
  • Destrezas interpersonales
  • Destrezas intrapersonales
  • Destrezas naturalistas.

Otra teoría un tanto más reciente es la Teoría de la Inteligencia Emocional (1997) de Daniel Goleman, en la cual se habla de cinco atributos que comprenden el reconocimiento y externalización de las emociones:

  • Conocimiento de las propias emociones
  • Manejo de las emociones
  • Uso de las emociones para motivarse
  • Reconocimiento de las emociones de otras personas
  • Manejo de las relaciones

El planteamiento hecho por Goleman en la Teoría de la Inteligencia Emocional guarda relación con las inteligencias interpersonal e intrapersonal a las que hace mención Howard Gardner en su Teoría de las Inteligencias Múltiples.

Entonces, ¿a qué llamamos “Inteligencia” y por qué es malentendida en la educación?

Lo claro es que la inteligencia encierra un conjunto de habilidades vinculadas con el aprendizaje que se relacionan, a su vez, con una capacidad de adaptación al entorno llamada competencia social.

La raíz del dilema está en que la competencia social no determina en qué proporción cuenta un individuo con habilidades lógico-espaciales o kinestésicas, de igual forma que las habilidades lógico-espaciales o kinestésicas no se relacionan necesariamente con una “buena” competencia social.

Se sabe, por ejemplo, que un sinnúmero de personas diagnosticadas con Síndrome de Asperger muestra un grado de destreza elevado en campos de dominio específico (como la matemática o la pintura) sin poseer una gran fluidez social. Como escribió Hans Asperger: “Al parecer, se requiere un chorrito de autismo para el éxito en la ciencia o en el arte”. Hans Asperger: Problems of infantile autism. Journal of the National Autistic Society, London 1979. Zitiert nach Tony Attwood: Ein ganzes Leben mit dem Asperger-Syndrom p. 249.

 la inteligencia encierra un conjunto de habilidades vinculadas con el aprendizaje

Simplificando: es un hecho que la inteligencia se mide, lo que resulta complicado es saber si se mide bien.

Existen pruebas de uso frecuente como la Escala de inteligencia para adultos de Wechsler (WAIS-IV) que permite obtener un estimado del Cociente Intelectual o CI — término que hace referencia a la división entre la edad mental y la edad cronológica — y establecer “con propiedad” si una persona posee una inteligencia por encima de la media o por debajo de la media.

El asunto es: ¿se puede confiar en la medición de una facultad que muchos centros educativos en más de una región del mundo entorpecen en lugar de desarrollar?

La inteligencia ha sido un fenómeno tan malentendido que hemos diseñado sistemas educativos para azotarla y procesarla en latas del 1 al 10. La consecuencia es que habitamos sociedades repletas de genios anónimos que no saben, siquiera, que lo son.

La aplicación de pruebas estandarizadas tampoco es que ayude mucho. La tendencia es dividir a los estudiantes en grupos a partir de su desempeño: los “lentos” por un lado y los “rápidos” por otro, una vía fácil para darle motivación bien merecida a los rápidos, pero también para seguir hundiendo a los lentos (que, irónicamente, resulta que son rápidos).

Algunos sugieren que la inclusión es de gran ayuda para disminuir el rango diferencial entre los alumnos que están por debajo de la media y aquellos por encima de la media, mientras que otros defienden el derecho de los que están “por encima” de recibir una educación distinta, un plan de estudios que sirva de impulso y no de lastre.

es un hecho que la inteligencia se mide, lo que resulta complicado es saber si se mide bien

El problema, por desgracia, va mucho más allá de la adopción de planes de estudio personalizados, porque parte del caos es también el malentendido entre lo que supone estudiar por obligación y lo que significa aprender.

Un niño con altas capacidades, por ejemplo, antepone el aprendizaje al estudio. La educación tradicional se convierte en un estorbo para él, un mecanismo retrógrada que le obliga a repetir una y otra vez algo que ya sabe.

Los sistemas educativos tradicionales invierten prioridades anteponiendo el “estudio” (seguimiento inflexible de un currículo donde la jerarquía de las asignaturas denota un claro desequilibrio en el derecho a la educación) y dejando en segundo plano el aprendizaje (asimilación de conocimientos).

El malentendido de la inteligencia se extiende, así, a otro: la manía de asumir que existe aprendizaje porque hay un resultado de evaluación positivo. No obstante, suponer que un alumno ha comprendido cómo funciona el ciclo del agua porque ha memorizado todas las fases, es una terrible equivocación.

El gran malentendido de la inteligencia nos deja, a nivel social, desorientados e incoherentes. Cada año, se obtienen cifras muy detalladas del “fracaso” y la deserción escolar, pero la estimación de alumnos con altas capacidades es ridículamente baja, porque un gran porcentaje de ellos está entre los alumnos “fracasados”.¿Qué hay detrás del fracaso escolar de los superdotados y de las altas capacidades? | Augere Conversations (2014)

El gran malentendido de la inteligencia nos deja, a nivel social, desorientados e incoherentes

Cuando un sistema invierte más recursos en etiquetar fenómenos disfuncionales que en hallarles remedio, hablamos de un sistema apasionado por la decadencia.

¿Y qué pasa con América Latina?

“Conocer la realidad implica construir sistemas en continua transformación que se correspondan, más o menos, a la realidad.”

Jean Piaget, psicólogo suizo (1896-1980)

El énfasis en el fomento de la creatividad es una alternativa que ha dado buenos resultados en sistemas educativos de Asia y Europa, al igual que la introducción de asignaturas dirigidas a desarrollar la inteligencia emocional y explotar las cualidades artísticas Taddei, François | Creatividad: corazón y razón de la educación del siglo XXI – Ministerio de Educación Nacional de Colombia (2009). Mineducacion.gov.co al margen de la necesidad casi neurótica de evaluarlo todo con base en una escala numérica. Sin embargo, adoptar un esquema similar en una región como América Latina, que sigue educando a la sombra de una tradición colonialista*, no es sólo un desafío pedagógico, sino tecnológico.

A causa de sus componentes históricos, la educación en la región latinoamericana y caribeña se ha visto orientada a las Ciencias Sociales, las Humanidades, el Comercio y campos afines. Las ciencias y la tecnología, en cambio, han sido caminos de muy poca incursión, lo que explica la necesidad de consumir tecnología externa (porque no se educa para fabricarla) y una producción de conocimientos desequilibrada. Mientras que los países desarrollados poseen una base sólida de telecomunicaciones, redes microelectrónicas e Internet, América Latina y el Caribe tardará para converger en ese aspectoGazzola, Ana Lúcia & Didriksson, Axel. Tendencias de la Educación Superior en América Latina y el Caribe (2008). Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Tecnología., lo que a su vez ocasiona deficiencias en los procesos de aprendizaje elemental (problemas de lectoescritura y cognición simbólica).

A los niños y jóvenes se les educa haciendo de ellos prototipos enlatados que pueden procesarse a razón de una escala numérica, un índice que determina sus “capacidades”. No obstante, si repasamos modelos educativos de alta eficiencia, como Finlandia y Japón, veremos que la directriz pedagógica va enfocada a la educación formativa, es decir, a la formación del carácter, de valores, de conciencia de grupo. Se forman competencias desde la infancia, y lo que es aún más importante: se da la suficiente relevancia a la formación de competencias intrapersonales e interpersonales.

las habilidades de razonamiento lógico son francamente inservibles en un individuo sin habilidades emocionales

Puede que en el pasado se haya creído que los sistemas educativos puramente racionalistas tienen éxito al formar ciudadanos aptos y útiles para la sociedad, pero hoy en día mantener esta posición es un acto primitivo.

Desde el campo de la Psicología Social y la Psicología Educativa, sabemos que las habilidades de razonamiento lógico son francamente inservibles en un individuo sin habilidades emocionales, o aún peor, rotundamente servibles pero con fines nefastos. Una de las claves del éxito de modelos educativos como el de Finlandia o Japón es el reconocimiento de este principio, de esta necesidad de balance entre el cerebro pensante y el cerebro que siente.

América Latina afronta el reto de modificar un sistema educativo que persigue a tientas el desarrollo y medición de ciertas facultades a expensas del olvido categórico de otras.

Einstein decía que si juzgas a un pez con base en su habilidad para trepar un árbol, vivirá toda su vida pensando que es un inútil. El problema es que no sólo los estamos juzgando, los estamos aniquilando.

Referencias:

Morris, Charles & Maisto A. Psicología. 13ª Edición. Editorial Pearson. 2010.

  • Artículos de opinión (Op-ed)

El mito de Psique: Historia del símbolo de la psicología Ψ

  • Ivan Pico
  • 10/05/2016

Psi (Ψ ψ) es la vigésimo tercera letra del alfabeto griego. Los romanos la utilizaron en palabras tales como psalmus, psalterium y psyche (salmo, salterio y psique).

Su significado proviene de la asociación entre la letra Psi con la palabra griega “Psiqué”, que originalmente tenía el significado de “mariposa”, de hecho su dibujo la representa con las alas desplegadas. Más tarde fue evolucionando hasta utilizarse como término con los sentidos de “soplo de brisa”, “aliento”, “ánimo” y, finalmente “alma” o “mente”.

De aquí procede el origen del nombre “Psicología” (ciencia del alma) y del empleo de la letra Psi para representarla. Los griegos creían que cuando una persona moría y exhalaba su último aliento, el alma abandonaba el cuerpo volando en forma de mariposa. Para ellos esto era el principio de la vida. La mitología griega representa a la diosa “Psiquis” o “Psique” como una adolescente con alas de mariposa, siendo la menor de las tres hijas del rey de Anatolia, la más hermosa de ellas y la representación del alma humana.

El mito de Eros y Psique

Según la historia, inmortalizada por Apuleyo en su Metamorfosis (El asno de oro), Psique era la menor y más hermosa de tres hermanas, hijas de un rey de Anatolia. Afrodita, celosa de su belleza, envió a su hijo Eros (Cupido) para que le lanzara una flecha que la haría enamorarse del hombre más horrible y ruin que encontrase. Sin embargo, Eros se enamoró de ella y lanzó la flecha al mar; cuando Psique se durmió, se la llevó volando hasta su palacio.

Para evitar la ira de su madre, una vez que tiene a Psique en su palacio, Eros se presenta siempre de noche, en la oscuridad, y prohíbe a Psique cualquier indagación sobre su identidad. Cada noche, en la oscuridad, se amaban. Una noche, Psique le contó a su amado que echaba de menos a sus hermanas y quería verlas. Eros aceptó, pero también le advirtió que sus hermanas querrían acabar con su dicha. A la mañana siguiente, Psique estuvo con sus hermanas, que le preguntaron, envidiosas, quién era su maravilloso marido.

Psique, incapaz de explicarles cómo era su marido, puesto que no le había visto, titubeó y les contó que era un joven que estaba de caza, pero acabó confesando la verdad: que realmente no sabía quién era. Así, las hermanas de Psique la convencieron para que en mitad de la noche encendiera una lámpara y observara a su amado, asegurándole que sólo un monstruo querría ocultar su verdadera apariencia. Psique les hace caso y enciende una lámpara para ver a su marido. Una gota de aceite hirviendo cae sobre la cara de Eros dormido, que despierta y abandona, decepcionado, a su amante.

Cuando Psique se da cuenta de lo que ha hecho, ruega a Afrodita que le devuelva el amor de Eros, pero la diosa, rencorosa, le ordena realizar cuatro tareas, casi imposibles para un mortal, antes de recuperar a su amante divino. Como cuarto trabajo, Afrodita afirmó que el estrés de cuidar a su hijo, deprimido y enfermo como resultado de la infidelidad de Psique, había provocado que perdiese parte de su belleza. Psique tenía que ir al Hades y pedir a Perséfone, la reina del inframundo, un poco de su belleza que Psique guardaría en una caja negra que Afrodita le dio. Psique fue a una torre, decidiendo que el camino más corto al inframundo sería la muerte. Una voz la detuvo en el último momento y le indicó una ruta que le permitiría entrar y regresar aún con vida, además de decirle cómo pasar al perro Cerbero, Caronte y los otros peligros de dicha ruta. Psique apaciguó a Cerbero con un pastel de cebada y pagó a Caronte un óbolo para que le llevase al Hades. En el camino, vio manos que salían del agua. Una voz le dijo que les tirase un pastel de cebada, pero ella rehusó. Una vez allí, Perséfone dijo que estaría encantada de hacerle el favor a Afrodita. Una vez más pagó a Caronte y le dio el otro pastel a Cerbero para volver.

Psique abandonó el inframundo y decidió abrir la caja y tomar un poco de la belleza para sí misma, pensando que si hacía esto, Eros le amaría con toda seguridad. Dentro estaba un «sueño estigio» que la sorprendió. Eros, que la había perdonado, voló hasta su cuerpo y limpió el sueño de sus ojos, suplicando entonces a Zeus y Afrodita su permiso para casarse con Psique. Éstos accedieron y Zeus hizo inmortal a Psique. Afrodita bailó en la boda de Eros y Psique, y la hija que éstos tuvieron se llamó Placer o (en la mitología romana) Volupta.

Articulo previamente publicado en Psicopico y cedido para su publicación en Psyciencia. Psicopico es editada por el psicólogo Iván Pico, y en ella encontrarás valiosos o artículos relacionados con la psicología y bienestar. Puedes seguirlo en Facebook y Twiter.

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