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  • Psicología aplicada

Dormir con la pareja mejoraría el sueño REM

  • Maria Fernanda Alonso
  • 08/07/2020

La fase REM del sueño es fundamental para la regulación emocional y la memoria. De ahí su relevancia como objeto de estudio. ¿Qué factores pueden promover un sueño de mejor calidad, que repercuta positivamente en la salud de la persona? Dormir con la pareja sería uno de estos factores. El sólo hecho de estar expuestos al olor de la pareja durante la noche mejoraría la calidad del sueño, a pesar de que la persona no esté físicamente presente.

Una nueva investigación encontró que la práctica de dormir con una pareja puede influir en la calidad del sueño y en la salud mental . ¿De qué manera? El equipo, dirigido por el Dr. Henning Johannes Drews del Centro de Psiquiatría Integrativa en Kiel, evaluó la arquitectura del sueño en parejas que compartían una cama. La muestra contó con 12 parejas jóvenes, sanas y heterosexuales que pasaron cuatro noches en el laboratorio del sueño (Drews HJ, et al., 2020).

Midieron los parámetros del sueño tanto en presencia como en ausencia de la pareja utilizando polisomnografía dual simultánea. Esta tecnología proporciona un «método muy exacto, detallado y completo para capturar el sueño en muchos niveles, desde las ondas cerebrales hasta los movimientos, la respiración, la tensión muscular y la actividad cardíaca,» dijo Drews.

Además, los participantes completaron cuestionarios diseñados para medir las características de la relación (por ejemplo, duración de la relación, grado de amor apasionado, profundidad de la relación, etc.).

Los resultados mostraron que el sueño de movimientos oculares rápidos (REM) aumenta y se interrumpe menos en las parejas cuando durmieron juntas en comparación con cuando durmieron individualmente.

Este hallazgo es particularmente relevante porque el sueño REM, que se asocia con sueños vívidos, se ha relacionado con la regulación de las emociones, la consolidación de la memoria, las interacciones sociales y la resolución creativa de problemas.

El equipo también descubrió que las parejas sincronizan sus patrones de sueño cuando duermen juntas. Curiosamente, la sincronización no está vinculada al hecho de que las parejas se molesten entre sí durante la noche, sino que se asocia positivamente con la profundidad de la relación.

En otras palabras, cuanto más alto calificaban los participantes la importancia de su relación con su vida, más fuerte era la sincronización con su pareja.

Los investigadores proponen un ciclo de retroalimentación positiva en el que dormir juntos mejora y estabiliza el sueño REM, que a su vez mejora nuestras interacciones sociales y reduce el estrés emocional.

Aunque los científicos no midieron específicamente estos posibles efectos, Drews dijo que «dado que estos son efectos bien conocidos del sueño REM, es muy probable que se observen si se realizan pruebas para detectarlos.»

Un dato curioso es que el equipo encontró mayor movimiento de las extremidades en parejas que comparten la cama. Sin embargo, estos movimientos no interrumpen la arquitectura del sueño, que permanece inalterada. 

Respecto de futuras investigaciones, Drew señala que “lo primero que es importante evaluar en el futuro es si los efectos de pareja que encontramos (promovió el sueño REM durante el sueño compartido) también están presentes en una muestra más diversa (por ejemplo, ancianos o cuando uno sufre de una enfermedad).”

A pesar del pequeño tamaño de la muestra y la naturaleza exploratoria de algunos de los análisis, esta investigación promueve nuestra comprensión del sueño en parejas y su posible implicación para la salud mental.

Referencia bibliográfica:

Drews HJ, Wallot S, Brysch P, Berger-Johannsen H, Weinhold SL, Mitkidis P, Baier PC, Lechinger J, Roepstorff A and Göder R (2020) Bed-Sharing in Couples Is Associated With Increased and Stabilized REM Sleep and Sleep-Stage Synchronization. Front. Psychiatry 11:583. https://doi.org/10.3389/fpsyt.2020.00583

Fuente: Psychcental

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  • Psicología aplicada

No existen las razas

  • The Conversation
  • 08/07/2020

Desde su nacimiento en el siglo XVIII, la antropología física se centró en el estudio de los restos esqueléticos de seres humanos. Su objetivo era observar los fenómenos evolutivos y de la variabilidad humana.

Conforme se descubrían nuevos territorios y poblaciones fue necesario, según los naturalistas europeos, clasificar los seres humanos según a sus rasgos.

En el reino animal hablar de razas geográficas consiste en definir unas agrupaciones de individuos que se distinguen por rasgos adaptados al tipo de ambiente. En el caso del ser humano, el concepto tuvo una connotación muy diferente.

De hecho, la diversidad humana no se percibía como una selección del medio ambiente (como ocurre con el color de la piel y la forma de los ojos). En su lugar, se interpretó como el reflejo de las características culturales de las muchas poblaciones del planeta.

Por ejemplo, los rasgos europeos eran considerados «superiores, equilibrados, hermosos», y eran el reflejo exterior de la «inteligencia y la educación» que caracterizaban a todo europeo. Se consideraban ellos mismos la raza «cumbre».

En el otro lado estaban los rasgos africanos, considerados «primitivos y poco atractivos», símbolo de una población «ignorante e incivilizada» según los naturalistas y antropólogos del siglo XVIII.

La creación de una jerarquía

El contexto histórico favoreció una investigación dedicada a la clasificación de los tipos humanos. El colonialismo y la esclavitud fueron los motores que llevaron los europeos a buscar apoyos científicos para justificar sus acciones contra los indígenas.

Una de las primeras herramientas que se emplearon para discriminar las diferentes «razas» humanas fue la craneología. Esta consistía en el estudio de los caracteres métricos y morfológicos del cráneo humano.

Para ello se medían los cráneos de los principales grupos poblacionales conocidos. A cada uno se le atribuía un patrón preciso de características (cráneo globular, alargado, etc.) que se correspondían con cualidades intelectivas más o menos desarrolladas. Así se estableció una jerarquía social y cultural entre los grupos humanos.

Fue gracias a Blumenbach (1752-1840) que la morfología del cráneo empezó a ser utilizada sistemáticamente como parámetro para determinar la raza de procedencia de un individuo. De hecho, su metodología se extendió a todas las colecciones osteológicas europeas en el siglo XVIII.

Este interés en los rasgos craneales fue cultivado sobre todo por Franz Joseph Gall (1758-1828), quien defendió la hipótesis de que a una precisa morfología craneal correspondían unas determinadas características intelectivas. Así nació la frenología, hoy considerada una pseudociencia.

Los últimos defensores de las razas humanas

Muchos antropólogos físicos y genetistas se disociaron de la imagen que los totalitarismos y el colonialismo querían dar sobre la variabilidad humana. Para ello aportaron evidencias y estudios científicos.

La inconsistencia del concepto de raza se nota, sobre todo, porque nunca hubo una clasificación unívoca del número ni de los parámetros utilizados. A lo largo de la historia se clasificaron desde 2 hasta 63 razas humanas, una pesadilla para los estudiantes de antropología.

También es importante destacar que los primeros naturalistas y antropólogos que intentaron dividir la humanidad en razas utilizaban unos parámetros sujetos al medio ambiente, fruto de la evolución y de la selección ambiental de los rasgos fisonómicos. Por ejemplo el color de la piel, el tamaño y la morfología del cráneo.

En 1994, la American Anthropological Association tomó distancia de este concepto tan obsoleto y demostró su carencia de soporte científico.

De hecho, resulta incorrecto definir fenómenos tan dinámicos como la inmensa variabilidad humana y la historia de la evolución del hombre con un concepto estático y estéril como el de «raza».

En el campo de la antropología forense, una rama de la antropología física, cuando se hallan unos restos es fundamental establecer el sexo, la edad, la talla y el origen geográfico.

Para alejarse de la connotación social de la palabra «raza», la ciencia tuvo que modificar su forma de referirse a las poblaciones humanas, y aceptar la existencia de una sola especie: Homo sapiens.

La terminología pasó de «race» (raza, en inglés) a «ancestry» (ancestro). Esto hace referencia a los caracteres heredados por los padres y los antepasados de una persona.

Este cambio fue necesario también porque no es cierto que un individuo pertenezca a un área precisa. La globalización ha cambiado la distribución de los caracteres fenotípicos (los que vemos representados en una persona).

La investigación no se desarrolló solamente sobre la parte morfológica del esqueleto humano. También se evaluaron pruebas genéticas y moleculares en el ámbito de la antropología molecular.

En un estudio de 1972 realizado por el profesor de Harvard Richard Lewontin se analizaron unas proteínas contenidas en la sangre de diferentes poblaciones. Los resultados no mostraron diferencias significativas desde el punto de vista molecular para separar razas humanas.

Estudios posteriores contribuyeron a verificar que la secuencia de bases (las unidades que forman la información genética) en el ADN humano es idéntica al 99,9 %, lo que demolió por completo la posibilidad de encontrar un parámetro fiable para definir las razas.

Estos datos fueron importantes para sostener la igualdad de los seres humanos desde un punto de vista científico, imparcial y riguroso.

La idea de raza en nuestros tiempos

En los tiempos modernos todavía existe el directo derivado del concepto de raza: el racismo. Conocemos las funestas consecuencias que tuvo por los feroces genocidios cometidos en el siglo XX.

Como decía Einstein, «es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio», una afirmación que sigue siendo actual.

Desafortunadamente, tenemos que reconocer que todavía hay quien opina que las «razas» humanas existen. Esto, a pesar de que la ciencia ha probado que no hay evidencias suficientes ni bases rigurosas para definirlas en el ser humano.

Es más, el mundo científico trabaja de modo unánime para defender la igualdad entre los distintos grupos humanos y despojar de construcciones pseudocientíficas una realidad aceptada tanto biológica como jurídicamente.

Que se trate de restos de un poderoso rey de la época medieval, de un esclavo egipcio, de un migrante fallecido en nuestras costas o de un importante personaje del mundo del espectáculo, la verdad universal que gritan los huesos es que somos humanos. Debajo de nuestra piel, somos todos iguales.

Autora: Lorenza Coppola Bove, Profesora de Antropología Física, Universidad Pontificia Comillas

Artículo publicado en The Conversation y cedido para su publicación en Psyciencia.com

The Conversation

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  • Psicología aplicada

Los niños que tienen un perro tienen mejor desarrollo socioemocional

  • David Aparicio
  • 07/07/2020

Ayer Pediatrics Research, publicó un lindo estudio observacional que encontró que los niños pequeños que viven en hogares con perros tienen un mejor bienestar social y emocional que aquellos que no conviven con un perro.

El estudio entrevistó a 1646 padres de familia que tenían un hijo en edad preescolar y que tenían un perro. Les preguntó sobre la frecuencia con la que salían a caminar con el perro o cualquier otra actividad que hacían con la mascota. Todos los parres completaron luego el Strengths and Difficulties Questionnaire (SDQ), una encuesta que evalúa el desarrollo socio-emocional de los niños.

Los resultados:

  • Los niños pequeños de familias con perros tenían menores problemas de pares y problemas de conducta, y comportamientos prosociales más altos que los niños de familias no tenían de perros.
  • Los niños de familias con perros que caminaron o jugaron con sus perros con mayor frecuencia también tuvieron mejores comportamientos prosociales.
  • El desarrollo social y emocional positivo se asoció con la propiedad del perro, el paseo familiar con perros y el juego de perros en niños pequeños.
  • Destaca que los beneficios socioemocionales de tener un perro pueden comenzar temprano en la infancia.
  • Debido al alto nivel de propiedad de mascotas en hogares con niños, estos hallazgos sugieren que tener un perro e interactuar con él a través del juego y la caminata pueden ser mecanismos importantes para facilitar el desarrollo socioemocional de los niños pequeños.

El estudio es observacional y no permite decir que tener un perro sea la causa del mejor desarrollo emocional de los niños. Pero el vínculo que hacen los niños y los perros es muy fuerte, pasan mucho tiempo juntos jugando, caminado y hasta cuidándose. Todo esto puede promover un saludable desarrollo social y emocional.

Referencia bibliográfica: Wenden, E.J., Lester, L., Zubrick, S.R. et al. The relationship between dog ownership, dog play, family dog walking, and pre-schooler social–emotional development: findings from the PLAYCE observational study. Pediatr Res (2020). https://doi.org/10.1038/s41390-020-1007-2

Fuente: XatakaCiencia

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  • Psicología clínica

Modelos animales en depresión

  • Fabián Maero
  • 07/07/2020

¡Estamos de vuelta! Para variar, hablemos un poco de depresión. Sí, ya sé, otra vez yo escribiendo sobre eso, disculpas; para el siguiente artículo iremos con “5 tips para ser optimista” y de esa forma mantener el interés de la masas.

Pero no se preocupen. Esta vez no hablaremos de esos temas áridos y poco solicitados como clínica e intervenciones en depresión, sino que nos ocuparemos de cómo los modelos animales nos pueden ayudar a pensar la depresión en los seres humanos (ya se escucha el rugido de satisfacción proveniente de nuestro público).

Así que, sin más prólogo, lávense las manos y sáquense el calzado, que vamos a pasar al artículo.

De causas y jarrones

Podemos describir más o menos bien qué es lo que pasa en una persona cuando se deprime; hay centenares de investigaciones sobre los cambios cognitivos, emocionales, comportamentales, y biológicos que suceden cuando una persona se deprime.

Ahora, establecer la etiología, esto es, cuál es la causa la depresión es otra historia, completamente. No es lo mismo describir algo que pasa que comprender por qué pasa. Por ejemplo, consideremos el caso del SIDA. Durante varios años pudimos describir el SIDA, como conjunto de síntomas (de allí lo de síndrome) sin que se identificara al VIH como su responsable directo. Cuando se identificó el VIH como causa del SIDA se pudieron empezar a investigar formas más eficaces de prevenir y tratar la enfermedad.

Por supuesto, la descripción de los signos y síntomas nos puede orientar en la dirección correcta, pero no son toda la respuesta de cuáles son los factores que causan a la depresión. Investigando para este artículo me encontré con un caso divertido que ilustra bien esta situación (sí, me divierto con poco). Como quizá sepan, hay una línea de investigación bastante popular que vincula a la depresión con procesos inflamatorios del cuerpo (por ejemplo, Amodeo et al., 2018). Es una línea de investigación relativamente reciente pero que cuenta con bastante evidencia. El artículo que encontré se titula: “La depresión es una enfermedad inflamatoria, pero ¿de dónde viene la inflamación?”(Berk et al., 2013). El título es un simpático sincericidio: identificar que hay inflamación no es lo mismo que explicar la depresión. Algo similar sucede con casi todas las hipótesis biológicas, como la ya abandonada (Lacasse & Leo, 2005) hipótesis del déficit de serotonina como causa de la depresión.

El problema es el mismo: incluso si registráramos consistentemente una deficiencia en serotonina (o cualquier otro proceso similar) en las personas deprimidas, aún quedaría por explicar qué demonios es lo que ocasiona dicha deficiencia.

Encontrar las partes de un jarrón roto no nos dice mucho sobre qué rompió el jarrón, digamos. Esto es particularmente relevante si además tenemos en cuenta que la depresión no surge de la nada, espontáneamente y de manera imprevisible, sino que la encontramos muy consistentemente ligada a determinados contextos individuales sociales, económicos, y culturales (motivo por el cual la antigua distinción entre depresión reactiva y endógena es objeto de fundadas objeciones, véase por ejemplo Showraki, 2019). Sabemos por ejemplo que factores como la pobreza, discriminación, pérdidas vitales, condiciones médicas, bullying, entre otras, aumentan enormemente el riesgo de padecer depresión (hemos escrito un artículo entero al respecto que está aquí mismo). La depresión claramente está vinculada con el contexto.

Tratar de establecer el punto de inicio de la depresión es análogo a discernir cuántos granos de arena constituyen un montón

Por esto, a pesar de nuestra tendencia de querer explicaciones simplificadas tales como “es por un déficit de X, o por pensamientos de tipo Z”, probablemente la depresión sea mejor pensada como un conjunto heterogéneo de respuestas sucediendo en y con un contexto integrado por factores complejos e interactuantes (¿vieron qué académico que suena? Hasta parece serio).

Pero una definición, por bonita y académica que fuere, no es una respuesta –a pesar de millares de carreras académicas que se han construido exclusivamente sobre la base de enunciar definiciones que suenan bonitas y académicas (ah, y que rimen, es necesario que rimen, porque todos sabemos que las definiciones que riman son más verdaderas). Chiste aparte, necesitamos precisar cuáles son esos factores y demostrar que efectivamente tienen algo que ver con la depresión. Es decir, necesitamos investigación.

Investigando cuesta arriba

Aquí nos topamos con un problema: investigar etiología en depresión es una tarea dificilísima. Para empezar, por motivos éticos no podemos deprimir a una persona con fines experimentales (incluso si se trata de gente que quiere sufrir, como las personas que fueron a ver The Last Jedi). Hay investigaciones que proceden induciendo estados de ánimo tristes con ciertos procedimientos de laboratorio, pero hay un mundo de distancia entre sentir tristeza inducida por una canción y una depresión hecha y derecha.

Como alternativa, podemos indagar la historia de las personas que se han deprimido o hacer seguimiento de las que sospechamos que se pueden deprimir, para ver los factores presentes a la depresión, y si bien este es un camino muy útil, tampoco nos cuenta toda la historia. No siempre la memoria o los reportes de las personas son fiables, y aún si lo fuera las personas pueden verse afectadas por factores que ni siquiera sospechamos que sean relevantes. Por ejemplo, hay investigación que indica que el nivel de ruido correlaciona con los índices de depresión en una zona (Beutel et al., 2020; Díaz et al., 2020; He et al., 2019). Traten de recordar cuántas veces han encontrado mención a este factor en cualquiera de los artículos sobre depresión que leen los sábados a la noche (¿qué? ¿no es lo que hace todo el mundo los sábados?).

Para agregarle dificultad extra a la cosa, es difícil establecer un punto de partida para la etiología porque la depresión no suele aparecer de la noche a la mañana (estoy hablando de depresión, no de duelo, de paso), sino que suele empezar de manera más bien gradual, con modificaciones pequeñas en comportamientos. Tratar de establecer el punto de inicio de la depresión es análogo a discernir cuántos granos de arena constituyen un montón.

Investigar requiere cierto grado de control sobre las variables, y con la depresión esto no es nada fácil. Por estos motivos mucha de la investigación en la etiología de la depresión se ha llevado a cabo utilizando modelos animales, que nos permiten algunas vías alternativas para avanzar. La investigación con animales otorga un grado mucho mayor de control sobre los aspectos de la situación y permite realizar observaciones que serían impracticables con seres humanos, como por ejemplo hacer un seguimiento a lo largo de todo el ciclo vital de un ratón.

De manera que hablemos un poco de los modelos animales y cómo nos han ayudado a pensar la génesis de la depresión. Como aviso por si estos temas les resultan sensibles: en la siguiente vamos a estar hablando de experimentación con ratones y ratas –nada muy cruento, pero dénse por avisadxs.

Modelos animales

Hay una larga tradición de investigación con animales que ha tratado de descifrar aquellos factores que se asocian a conductas similares a las que observamos en los seres humanos deprimidos.

No es tarea fácil, claro está. Está claro que un humano es bastante distinto de una rata (a despecho del aspecto de algunos de mis amigos), por lo cual no esperamos que una observación hecha con animales sea completamente trasladable a humanos. Hay aspectos de la depresión en humanos que parecieran depender casi exclusivamente del repertorio conductual verbal/simbólico que prevalece en la mayoría de nuestras vidas. Por ejemplo, uno de los criterios para depresión en el DSM es la manifestación “sentimientos excesivos de inutilidad o culpa”, y eso es algo difícil de evaluar en una rata sin emplear enormes dosis de antropomorfización.

Pero hay otras manifestaciones conductuales en animales que son notablemente similares a las que asociamos a depresión en humanos. Bajo ciertas condiciones que veremos a continuación, una rata puede disminuir el tiempo de socialización, reducir su alimentación, dejar de asearse, perder el interés por el sexo, reducir su movilidad, entre otros cambios conductuales que son notablemente similares a los que observamos en humanos deprimidos.

Teniendo en cuenta estas limitaciones, los estudios con animales pueden arrojar luz sobre fenómenos que serían imposibles de investigar de otra manera. Y si integramos ese corpus de evidencia con otros tendremos un panorama bastante más completo de la depresión. Dicho de otro modo: si tenemos evidencia convergente proveniente de la epidemiología, de la psicología clínica, del análisis conductual, neurociencias, etc., y además evidencia de la investigación con animales, apuntando de manera consistente en una misma dirección, podremos tener cierto grado de confianza en que estamos en la dirección correcta –no una certeza absoluta, por supuesto, pero al fin y al cabo la ciencia no se trata de formular verdades absolutas (solo un Sith se maneja en términos absolutos, por cierto).

Valideces

Ahora bien, no es solo cuestión de ponerle buena voluntad y tener fe en que un modelo animal es adecuado para explicar un fenómeno como la depresión. Si queremos utilizar un análogo animal de la depresión humana hay tres criterios principales que queremos que el modelo cumpla (Abelaira et al., 2013; Harro, 2019; Planchez et al., 2019; Wang et al., 2017; Yan et al., 2010):

  1. Validez aparente: las respuestas generadas por el modelo animal deben ser fenomenológicamente similares a lo que se observa en depresión en humanos. Dicho a lo bruto (mi especialidad), que los ratones parezcan deprimidos. Por supuesto, un ratón no puede decirnos “he perdido todo interés en mi colección de estampillas”, pero sí podemos observar algunas conductas que son funcionalmente similares a las que observamos en seres humanos deprimidos. Por ejemplo, que los ratones puestos bajo ciertas condiciones reduzcan sus preferencias por agua azucarada u otros alimentos usualmente apetecibles (lo cual podríamos considerar similar a la anhedonia), que no intenten escapar de situaciones aversivas (similar a desesperanza), que descuiden su aseo, reducción en la interacción social, o interés reducido en estímulos novedosos (similar a apatía) que aparezcan dificultades en el aprendizaje (similar a las dificultades para concentrarse), anormalidades en la alimentación y en el sueño, entre otros.
  2. Validez de constructo: este criterio se refiere a que haya una base conceptual que pueda dar cuenta de que los procesos observados en animales sean equivalentes a los observados en humanos deprimidos, por ejemplo que haya equivalencia en los disparadores ambientales o en los cambios neurofisiológicos en ambos casos. Por ejemplo, si observamos que la falta de sueño se asocia a la depresión tanto en roedores como humanos, y podemos vincularlas conceptualmente, estaremos más cerca de la validez de constructo para un modelo.
  3. Validez predictiva: este criterio establece que los tratamientos propuestos tienen que funcionar en animales y en humanos. Por ejemplo, los efectos conductuales de un modelo animal tienen que poder ser revertidos por un antidepresivo o por una intervención ambiental. Si un animal con síntomas similares a depresión mejora con un medicamento que no tiene efecto alguno en humanos, la validez predictiva del modelo estará en cuestión. En resumen: los ratones tienen que lucir deprimidos, los disparadores o la etiología orgánica tiene que ser similares a lo que se observa en humanos, y la respuesta a las intervenciones (farmacológicas o conductuales) tiene que ser similar. Todos los modelos aspiran a cumplir con los tres criterios, con grados variables de éxito.

Hay varios modelos animales de depresión, y para orientarlos con el panorama empecemos separándolos en dos grandes ramas:

Por un lado están los abordajes que utilizan diversas formas de causación biológica, la manipulación biológica directa del animal en cuestión con la intención de generar conductas análogas a la depresión, por ejemplo utilizando inyecciones de lipopolisacáridos, manipulación genética, administración oral de corticosterona, entre otros. En este caso se trata de alterar directamente el organismo.

Por otro lado están los que se basan en la manipulación de factores ambientales. En lugar de alterar directamente la biología de los animales, estos enfoques involucran modificar elementos del ambiente en el que viven los animales para observar los efectos conductuales.

Como se imaginarán, estos últimos nos resultan de particular interés porque entran más específicamente dentro del campo de lo conductual, por lo cual hoy vamos a omitir los enfoques de causación biológica para entrar de lleno en los modelos ambientales (se puede leer un buen resumen de esto en Planchez et al., 2019).

Estresando ratones

Los modelos ambientales comparten una lógica común: la introducción de estresores en el ambiente del animal. En lo que se diferencian es en los detalles: qué estresores se utilizan, cuántos, con qué intensidad, durante cuánto tiempo, a qué animales se aplican, etc. Esto hace que existan varios modelos ambientales con distintas características, pero hoy nos limitaremos a tres de ellos, porque sí. En concreto, hablaremos del modelo de indefensión aprendida, de los modelos sociales, y el modelo de estrés crónico suave. Con respecto a este último, hablamos con Paul Willner, uno de sus principales exponentes a hacer algunos comentarios, para no macanear tanto.

Indefensión aprendida

El modelo animal más conocido en psicología sin duda es el de indefensión aprendida (IA), impulsado principalmente por Martin Seligman (Seligman, 1972).

Básicamente el modelo sostiene que la exposición a un estresor incontrolable e inescapable produce déficits en aprendizajes posteriores y especialmente a la no emisión de conductas de evitación o escape. Por ejemplo, un perro recibe choques eléctricos intermitentes e incontrolables desde el piso de una jaula de la que no puede huir. Cuando luego es trasladado a una jaula en la que recibe choques eléctricos pero de la cual sí puede huir o evitar los choques con alguna acción como bajar una palanca, el perro no lo hace. Permanece pasivo frente a los siguientes estresores.

Además de esa pasividad, se suele observar disminución en el movimiento, poca respuesta a tareas controladas por apetitivos, disminución en la agresividad, pérdida de peso y apetito, entre otras respuestas que notarán enseguida como similares a lo que observamos en depresión en humanos. Esta similitud es la que hizo que se volviera un modelo bastante popular en el campo psicológico, y es probable que hayan leído sobre el modelo de indefensión aprendida en depresión durante su formación profesional.

Pero a pesar de esta popularidad este modelo es bastante cuestionable como explicación de la depresión. En palabras de Willner: “el principal problema con IA (además del uso de choques eléctricos), es que sólo puede realizarse una vez, por lo cual los estudios de curso intra-sujetos o lo estudios de antes-después no son posibles”.

Si hilamos más fino podemos desglosar algunas inadecuaciones con respecto a los tres criterios que enumeramos en la sección anterior. En primer lugar, los cambios que se observan tienden a ser transitorios: los animales tienden a volver sus conductas normales luego de un par de días de finalizados los choques eléctricos, algo bastante distinto a los cambios más sostenidos que vemos en la depresión en humanos (Deussing, 2006; Willner, 1990). En segundo lugar, por motivos poco esclarecidos, sólo entre un 10 y 50% de los animales expuestos a los estresores desarrollan las conductas de indefensión aprendida. Es decir, su validez aparente es relativamente baja. En tercer lugar, los animales en este modelo responden a una amplia gama de medicamentos, no solo a los antidepresivos – y además en dosis muy bajas (Ramaker & Dulawa, 2017). Esto pone en duda su validez predictiva.

Por todo esto, si bien es un modelo con buen soporte empírico, no pareciera ser del todo apto para pensarse como análogo a la depresión en seres humanos. Algunos de sus efectos son parecidos, pero no parece dar del todo en la tecla. De hecho, uno de sus principales investigadores señaló hace casi 40 años que la IA más que como un modelo de depresión debería pensarse como un modelo de estrés y afrontamiento (Maier, 1984, p. 443).

Modelos sociales

Otro interesante grupo de abordajes son los modelos en los cuales los estresores utilizados son sociales.

Uno de ellos es el modelo de derrota social (Toyoda, 2017), en donde un roedor es puesto primero en una jaula con otro roedor más grande y agresivo, que generalmente lo ataca y lo derrota. Tras eso, ambos son mantenidos en la misma jaula durante un período más o menos extenso, separados por un plástico transparente que impide que se realice un ataque, pero que permite que se puedan ver, lo cual resulta estresante para el animal atacado.

Una versión distinta de estresor social se utiliza en el modelo de inestabilidad social, en donde una comunidad de ratones ya establecida es separada, o se introduce un miembro nuevo (por ejemplo, un macho agresivo), en un grupo conformado. Otros modelos sociales utilizan el aislamiento social como estresor. Más allá de las diferencias, en todos los casos, el estresor es social en su naturaleza, lo cual es interesante porque ponen en primer plano el impacto que el estatus y la estabilidad social tienen sobre un individuo, y siendo que la especie humana es fuertemente social, es de interés investigar el impacto que el estrés social genera en animales.

Estos modelos generan efectos notables de todo tipo (Blanchard et al., 2001), pero curiosamente, en algunos aspectos tienen efectos opuestos a los modelos que utilizan estresores no sociales, como el modelo de indefensión aprendida. Por ejemplo, los modelos que utilizan shocks eléctricos suelen generar reducción en la presión arterial, e inmovilidad en casi todos los ratones, mientras que los modelos de estresores sociales generan aumento en la presión arterial, e inmovilidad solo en la mitad de los ratones, además de otras diferencias.

En cualquier caso, los modelos sociales también generan respuestas análogas a la depresión en humanos, pero también presentan algunas inadecuaciones para explicar la depresión. Podemos resumirlas en tres puntos:

En primer lugar, con estos modelos inicialmente aparecen conductas más bien similares a la ansiedad, y sólo con la cronificación de la exposición (más de 20 días) empiezan a surgir conductas similares a la depresión. En segundo lugar, el modelo de derrota social no suele generar efectos cuando se trata de hembras, ya que la agresividad es menor y no se producen enfrentamientos (aunque hay algo de evidencia de que el modelo de inestabilidad social sí generaría efectos en hembras, vean en Planchez et al., 2019). Finalmente, hay algunos problemas con la validez de constructo en estos modelos, ya que si bien es muy frecuente la presencia de componentes sociales en personas deprimidas, también abundan los casos de depresión sin estresores sociales destacados. Adicionalmente, señala Willner, si bien “es un modelo atractivo” es muy difícil de investigar: “lleva mucho trabajo porque las puntuaciones de las interacciones sociales no pueden automatizarse”.

Resumiento, si bien podemos aprender mucho de los modelos de estresores sociales, no parecieran abarcan toda la historia de la depresión en los seres humanos.

Estrés crónico suave

Un modelo en particular es particularmente interesante y es uno de los más usados. Se trata de un modelo que tiene varios nombres: estrés variado, estrés impredecible, pero el nombre más conocido probablemente sea estrés crónico suave (ECS), y es para aprender un poco más de este modelo que contactamos a Willner.

En resumidas cuentas, consiste en exponer a animales (usualmente ratas o ratones de laboratorio) a condiciones estresantes que son relativamente suaves pero que se prolongan en el tiempo, de dos a nueve semanas (Willner, 1997, 2017). Los estresores son una variedad de incomodidades leves, como dejar una luz encendida a la noche, mantener la jaula levemente inclinada y el piso un poco húmedo, un ambiente ruidoso, cambiar de compañero de jaula con frecuencia, mudarse a una jaula más pequeña o bien quedar sin contacto social. Condiciones bastante similares a las que atraviesa cualquier residente de psicología en un hospital, digamos. De hecho, uno de sus autores cuenta que para pensar los estresores imaginaron “los problemas que podrían surgir si los animales fueran cuidados por un técnico completamente incompetente” (Willner, 2017, p. 79).

En conjunto, estas condiciones constituyen lo que podríamos llamar un ambiente crónicamente aversivo, ya que si bien los estresores son leves (a diferencia, por ejemplo, de los choques eléctricos del modelo de indefensión aprendida), no hay períodos sin estrés: siempre hay alguna incomodidad, y estas incomodidades van variando lo suficiente como para no permitir habituación. Es casi como vivir en Argentina.

Cuando un animal es expuesto a un contexto así durante un período de tiempo extenso los cambios que experimenta se asemejan notablemente a los síntomas de depresión en los seres humanos (Cheeta et al., 1997; D’Aquila et al., 1994; Moreau et al., 1995; Willner, 1997):

  • pérdida de sensibilidad a las recompensas (por ejemplo, pérdida de interés en agua azucarada)
  • reducción de conductas sexuales y de exploración
  • reducción en el movimiento
  • trastornos en el sueño (sueño fragmentado, retraso en conciliar el sueño)
  • pérdida de peso
  • deterioro del sistema inmune

Noten la similitud entre estos hallazgos y los síntomas clínicos de depresión. Incluso estos cambios afectaron de manera distinta a hembras y machos: las hembras mostraron mayor susceptibilidad al estrés crónico suave, pero afrontaron mejor los estresores subsiguientes (Dalla et al., 2005), algo similar a lo que se observa en la clínica de la depresión, que pareciera afectar a mayor cantidad de mujeres, pero con impacto más fuerte en hombres. En palabras de uno de sus principales investigadores: “se podría sostener que los únicos síntomas de depresión que no se han demostrado en animales expuestos a ECS son aquellos síntomas específicamente humanos que son sólo accesibles a indagación verbal”(Willner, 1997, p. 323).

No hace falta que los estresores sean intensos como un choque eléctrico, sino que basta con que la sumatoria de ellos configure un ambiente crónicamente aversivo, crónicamente incómodo

Para decirlo de otra manera: sólo les falta hablar para que se les pueda diagnosticar una depresión hecha y derecha. Dicho de manera más técnica, la validez aparente del modelo es bastante sólida, los cambios conductuales generados por estos micro-estresores se sostienen en el tiempo, y para sumar a la validez predictiva del modelo, la administración de antidepresivos tiende a revertir estos cambios conductuales.

ECS es un modelo que se ha utilizado extensamente para investigación en farmacología. Según Willner, las áreas más atractivas de desarrollo actualmente están en “el uso de herramientas avanzadas de neurociencias para descubrir los mecanismos de la ECS y la acción antidepresiva a nivel celular y de circuito, y en la elucidación de los mecanismos de nuevos antidepresivos (estimulación cerebral profunda y ketamina)”.

Cerrando

El interés por escribir este artículo surgió especialmente por este último modelo. Sucede que la depresión en humanos, si bien no parece ser causada por un factor único, tampoco se presenta de manera completamente arbitraria. Como hemos señalado en otro artículo, la presencia de circunstancias socioeconómicas, culturales, biológicas, y particulares adversas pueden consistentemente predecir sintomatología depresiva en seres humanos.

El modelo ECS, por su parte, señala que en animales la presencia de estresores crónicos, aun cuando sean bastante benignos, puede predecir la aparición de síntomas depresivos. No hace falta que los estresores sean intensos como un choque eléctrico, sino que basta con que la sumatoria de ellos configure un ambiente crónicamente aversivo, crónicamente incómodo. Los animales sujetos a hacinamiento, ruido, mala alimentación, condiciones habitacionales incómodas, aislamiento social, monotonía, etcétera, tienden a exhibir síntomas depresivos.

Aquí quisiera señalar un par de puntos al respecto. Tampoco las conductas asociadas a estos modelos están causados por ninguna disfunción biológica, déficit de neurotransmisor alguno ni otro tipo de alteración biológica. Los ratones y ratas que se utilizan están completamente sanos, y como son animales de laboratorio, su linaje e incluso rasgos genéticos son bien conocidos. Toda la sintomatología observada es causada por cambios ambientales concretos. Se trata de respuestas que no involucran déficit, complejos, traumas psíquicos ni nada por el estilo, sino la acción sostenida de múltiples factores contextuales.

El segundo punto que querría señalar es este: relean la lista de estresores utilizados para ECS, y noten cuántas de esas condiciones son parte de la vida cotidiana de cientos de miles de seres humanos. Y noten en la literatura cuántas veces esas condiciones son pasadas por alto en las explicaciones de la depresión, sean psicológicas, biológicas o de otra índole.

Y lo señalo porque creo que es parte importante de la conversación. Cuando hablamos de depresión creo que hay dos tendencias que no son demasiado fructíferas a la larga: por un lado, la tendencia a centrarnos en un solo nivel de factores, ya sean biológicos, psicológicos, genéticos, etc.; por otro lado, la tendencia a diluir los factores causales con un cómodo “es multicausal” (véase mi propio enunciado un par de secciones atrás, por supuesto), como si enunciar que algo es complejo nos librara de la posibilidad (y la responsabilidad) de estudiarlo y comprenderlo.

Una última observación para cerrar: estos modelos no sólo nos proporcionan algunas comprensiones sobre los mecanismos de la depresión, sino que también nos dan varias y muy interesantes ideas sobre hacia dónde dirigirnos a continuación en términos de prevenir y tratar a la depresión.

Pero eso quedará para otro artículo –este va por casi 5000 palabras, lo cual en tiempos de internet, es francamente pedir demasiado. De manera que hasta aquí hemos llegado por hoy.

Cuídense, y nos leemos la próxima.

Referencias

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  • Psicología aplicada

Por qué los olores disparan recuerdos

  • Alejandra Alonso
  • 07/07/2020
Hay aromas que nos conectan con recuerdos y emociones específicas. En mi caso, el olor a bloqueador solar me traslada a tiempos de relajación, calma, sol, mar y arena. Pero no se trata simplemente de experiencias personales. Existen estudios que han apoyado esta evidencia anecdótica. Rachel Hertz y su equipo (2004) encontraron que un grupo de cinco mujeres mostraron mayor actividad cerebral al oler un perfume que asociaban a recuerdos positivos, comparado con un perfume que nunca antes habían olido. Además, la actividad cerebral era mayor que la observada cuando las participantes simplemente veían la botella de perfume. En 2013, Artin Arshamiam y colaboradores hallaron mayor actividad cerebral asociada a estímulos olfativos comparados con estímulos visuales. Otros estudios también encontraron un vínculo entre los olores y emociones intensas y difíciles, conexión que podría tener un rol clave en el trastorno por estrés postraumático (Vermetten y Bremner, 2003).

¿Por qué sucede esto?

El proceso a través del cual las moléculas en el aire son convertidas por nuestro cerebro en lo que interpretamos como olor, es complicado. Cuando entramos en contacto con un olor, o molécula de sustancias volátiles en el aire, las neuronas que componen nuestras células receptoras envían una señal a una parte del cerebro llamada bulbo olfatorio. Richard Axel y Linda Buck, quienes ganaron un premio nobel por descifrar todo este proceso, encontraron que cerca de 1000 genes se involucraban en la codificación de diferentes tipos de receptores olfativos, cada uno de los cuales se enfoca en un pequeño grupo de olores. Esas señales pasan a microrregiones dentro del bulbo olfatorio donde, de nuevo, otras microrregiones diferentes se especializan en los distintos olores. Luego el bulbo olfatorio se encarga de interpretar esas señales como lo que percibimos como olores. Tu bulbo olfatorio corre desde tu nariz hasta la base de tu cerebro y tiene conexión directa con la amígdala (que es responsable de procesar emociones) y el hipocampo (área vinculada a la memoria y la cognición). Los neurocientíficos creen que estas conexiones cercanas entre regiones cerebrales podrían explicar porque nuestro cerebro aprende a asociar olores con ciertas memorias emocionales. Referencias de los bibliográfica: Arshamian A, Iannilli E, Gerber JC, et al. The functional neuroanatomy of odor evoked autobiographical memories cued by odors and words. Neuropsychologia. 2013;51(1):123-131. doi:10.1016/j.neuropsychologia.2012.10.023 Herz RS, Eliassen J, Beland S, Souza T. Neuroimaging evidence for the emotional potency of odor-evoked memory. Neuropsychologia. 2004;42(3):371-378. doi:10.1016/j.neuropsychologia.2003.08.009 Vermetten E, Bremner JD. Olfaction as a traumatic reminder in posttraumatic stress disorder: case reports and review. J Clin Psychiatry. 2003;64(2):202-207. doi:10.4088/jcp.v64n0214 Fuente: Scientific American

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  • Psicología aplicada

Serios problemas en los estudios neurocientíficos con imágenes cerebrales

  • David Aparicio
  • 06/07/2020

Necesitamos practicar más escepticismo con los estudios que hablan de diferencias cerebrales y biomarcadores que supuestamente explican las conductas de las personas. Dichas investigaciones cada vez registran más problemas de fiabilidad. 

En el 2016 publicamos un análisis de los problemas que tienen los algoritmos que utilizan las imágenes de resonancia magnética funcional (fMRI) y el incremento de falsos positivos. Ahora se suma un nuevo metaanálisis que alerta sobre la pobre fiabilidad de los estudios hechos con fMRI.

El metaanálisis en cuestión fue publicado en junio en la revista Psychological Science, y demuestra que la capacidad de esta herramienta para encontrar biomarcadores relacionados con la conducta y los pensamientos es muy pobre, y que no debería utilizarse para predecir resultados clínicos, ni para estudiar las diferencias cerebrales entre individuos.

La resonancia magnética funcional (fMRI) fue introducida en 1992 y desde entonces se ha convertido en la herramienta predilecta para la investigación neurocientífica, porque permite observar la actividad cerebral sin necesidad de cirugías. Básicamente, este instrumento estima la actividad cerebral al medir el consumo de oxígeno en la sangre y luego una serie de algoritmos asume qué área o zona cerebral está consumiendo más oxígeno. Luego un software interpreta estos datos y proyecta las coloridas imágenes cerebrales que vemos en los medios. 

La fMRI fue originalmente diseñada para encontrar cuáles áreas del cerebro están involucradas en una tarea específica. Si escaneamos a 50 personas mientras leen un fragmento del Principito, podríamos ver qué áreas, en promedio, se activan más durante dicha tarea.

Pero los investigadores han utilizado el fMRI también para evaluar diferencias específicas entre sujetos cuando hacen una determinada tarea. La idea es la siguiente: si una región del cerebro se activa cuando se completa una tarea, entonces las diferencias individuales en la magnitud de la activación podrían contribuir a las diferencias en la conducta o en el riesgo asociado a desarrollar un trastorno. 

Un ejemplo muy común de ese supuesto sería algo así: los varones con adicción a los videojuegos tienen mayor activación en el área X  que los varones sin esta adicción… O,  las personas infieles tienen mayor activación en el área… que los individuos que no reportan infidelidad. Por dar unos ejemplos.

¿Te suenan? 

Para llegar a esa conclusión es necesario que la evaluación, los datos y resultados de las pruebas que se utilicen sean fiables  y que los datos sean consistentes  cuando se vuelve a tomar la misma prueba. De lo contrario, el biomarcador o las diferencias cerebrales que se usan para explicar dicha conducta no son útiles.

El metaanálisis

La investigación presentada y publicada por Elliott et al. (2020), que cuestiona los métodos que utilizan fMRI, se valió de dos fuentes de evidencia: (a) un metaanálisis (revisión exhaustiva de investigaciones previas); y (b) una revisión de datos recientes.

El metaanálisis sobre la fiabilidad de test-retest incluyó 56 estudios publicados: sus resultados encontraron evidencia de que las evaluaciones por fMRI no cuentan con la fiabilidad necesaria para descubrir biomarcadores o mapeo cerebral-conductual. Específicamente se reveló que, en promedio, el coeficiente de correlación intraclase (ICC) de los test-retest del fMRI fue de  .397, lo cual está muy por debajo de lo mínimo requerido para una buena fiabilidad (.6) y muy por debajo del corte recomendado para aplicaciones clínicas (.8) o interpretación individual (.9). 

gráfico muestra los índices de correlación interclase y los rangos de fiabilidad.

Se podría criticar que la investigación está evaluando datos viejos, obtenidos con escáneres anticuados que no contaban con las actualizaciones de software y algoritmos. 

Por lo tanto los investigadores también incluyeron datos obtenidos con escáneres modernos, con algoritmos actualizados de dos estudios vigentes: 45 personas del Human Connectome Project y 20 personas del Dunedin Multidisciplinary Health and Development Study a las que se les aplicó dos veces el fMRI con un espacio de 2 o 3 meses. Los análisis volvieron a encontrar que la fiabilidad era pobre. De hecho, fue más baja que la del metaanálisis: .270 (regiones cerebrales de interés definidas) y .228 para (regiones de interés no definidas).


Escaneos cerebrales que muestran mapeo MRI para 3 tareas en 2 días diferentes. Los colores cálidos muestran la consistencia de los niveles de activación en un grupo de personas. Los colores fríos representan cómo los patrones de actividad pobremente únicos se pueden medir de manera confiable

Los autores de la revisión actual aclaran que no es un problema del fMRI, no es que esté dañado o defectuoso, sino que la estrategia que están adoptando los neurocientíficos para hacer sus investigaciones no es la adecuada. Así también en el paper incluyen una serie de recomendaciones para mejorar la metodología que podrá utilizarse de aquí en adelante, pero que pone en entredicho todo lo publicado con anterioridad. 

La ciencias se recalibran y enmiendan los errores ( o deberían), es un buen ejemplo que esta revisión se haya publicado y que la comunidad científica esté anuente a esas limitaciones y seamos al mismo tiempo más escépticos cada vez que alguien hable de diferencias cerebrales o biomarcadores. 

Referencia bibliográfica:  Elliott, M. L., Knodt, A. R., Ireland, D., Morris, M. L., Poulton, R., Ramrakha, S., Sison, M. L., Moffitt, T. E., Caspi, A., & Hariri, A. R. (2020). What Is the Test-Retest Reliability of Common Task-Functional MRI Measures? New Empirical Evidence and a Meta-Analysis. In Psychological Science (p. 095679762091678). https://doi.org/10.1177/0956797620916786

Fuente: Duke University

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  • Psicología aplicada

Cómo el cerebro detecta los olores

  • Maria Fernanda Alonso
  • 06/07/2020

El cerebro es capaz de distinguir y reconocer personas basándose en señales visuales como los ojos, incluso si la nariz u orejas de la persona no se pueden ver. ¿Existen estas características distintivas relacionadas a los olores? ¿Cómo diferencia el cerebro entre olores? En experimentos con ratones, los investigadores de la Facultad de Medicina Grossman de la NYU crearon una firma eléctrica que se percibe como un olor en el el bulbo olfativo (centro de procesamiento de olores del cerebro) a pesar de que el olor no existe (Chong et al., 2020).

Debido a que la señal de simulación de olores fue hecha por el hombre, los investigadores pudieron manipular el tiempo y el orden de la señalización nerviosa relacionada e identificar qué cambios fueron más importantes en la capacidad de los ratones para identificar con precisión el «olor sintético.»

Los resultados se centran en el bulbo olfatorio, que está detrás de la nariz en animales y humanos. Estudios anteriores han demostrado que las moléculas en el aire vinculadas a los olores activan las células receptoras que recubren la nariz para enviar señales eléctricas a los paquetes que terminan en los nervios en el bulbo llamados glomérulos, y luego a las células cerebrales (neuronas).

Explican los investigadores que el momento y el orden de activación de los glomérulos son únicos para cada olor, con señales que luego se transmiten a la corteza cerebral, que controla cómo un animal percibe, reacciona y recuerda un olor. Pero debido a que los olores pueden variar con el tiempo y mezclarse con otros, los científicos han luchado hasta ahora para rastrear con precisión un solo signo de olor en varios tipos de neuronas.

En este estudio, los investigadores diseñaron experimentos basados ​​en la disponibilidad de ratones genéticamente modificados por otro laboratorio para que sus células cerebrales pudieran activarse al iluminarlos, una técnica llamada optogenética. A continuación, entrenaron a los ratones para que reconocieran una señal generada por la activación de la luz de seis glomérulos, conocidos por parecerse a un patrón provocado por un olor, dándoles una recompensa de agua solo cuando percibieron el «olor» correcto y presionaron una palanca.

Si los ratones empujaban la palanca después de la activación de un conjunto diferente de glomérulos (simulación de un olor diferente), no recibían agua. Usando este modelo, los investigadores cambiaron el tiempo y la combinación de los glomérulos activados, y observaron cómo cada cambio impactaba la percepción de un ratón reflejada en un comportamiento: la precisión con la que actuaba sobre la señal de olor sintético para obtener la recompensa.

Específicamente, los investigadores encontraron que cambiar uno de los glomérulos dentro de cada conjunto que define el primer olor activado condujo a una caída de hasta un 30 por ciento en la capacidad del ratón para detectar correctamente una señal de olor y obtener agua. Los cambios en los últimos glomérulos en cada conjunto se produjeron con tan solo una disminución del 5 por ciento en la detección precisa de olores.

El momento de las activaciones de los glomérulos funcionó en conjunto «como las notas en una melodía,» dicen los investigadores, con demoras o interrupciones en las primeras «notas» que degradan la precisión. El control estricto en su modelo sobre cuándo, cuántos y qué receptores y glomérulos se activaron en los ratones, permitió al equipo examinar muchas variables e identificar qué características de olor destacaban.

«Ahora que tenemos un modelo para desglosar el tiempo y el orden de activación de los glomérulos, podemos examinar el número mínimo y el tipo de receptores que necesita el bulbo olfativo para identificar un olor particular,» dice el doctor Dmitry Rinberg, neurobiólogo e investigador principal del estudio

Rinberg, profesor asociado de NYU Langone y su Instituto de Neurociencia, dice que se sabe que la nariz humana tiene unos 350 tipos diferentes de receptores de olor, mientras que los ratones, cuyo sentido del olfato es mucho más especializado, tienen más de 1,200.

«Nuestros resultados identifican por primera vez un código sobre cómo el cerebro convierte la información sensorial en percepción de algo, en este caso un olor,» agrega Rinberg. «Esto nos acerca a responder la larga pregunta en nuestro campo sobre cómo el cerebro extrae información sensorial para evocar el comportamiento.»

Referencia bibliográfica: Chong, E., Moroni, M., Wilson, C., Shoham, S., Panzeri, S., & Rinberg, D. (2020). Manipulating synthetic optogenetic odors reveals the coding logic of olfactory perception. Science, 368(6497). https://doi.org/10.1126/science.aba2357

Fuente: Science Daily

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Aprende a manejar la conversación clínica con Matthieu Villate y José Olid

  • David Aparicio
  • 06/07/2020
El dominio de la conversación clínica es una faceta esencial en todos los modelos psicoterapéuticos. Ítaca Formación te ofrece la posibilidad de aprender con el mayor especialista mundial, Matthieu Villatte y con José Olid vía online -en directo- y podrás verlo posteriormente grabado en nuestro campus. Con traducción simultánea al castellano y con una duración de quince horas. Una oportunidad única de aprender con uno de los autores de Mastering the Clinical Conversation. La capacitación incluirá didácticas, demostraciones y desarrollo de habilidades a través de juegos de roles centrados en:
  • Trabajo experimental sin depender de protocolos y ejercicios estándar, en conversaciones naturales con clientes.
  • Dar forma a la capacidad de su cliente de estar en contacto y observar sus propias experiencias, y sacar conclusiones adaptadas a sus elecciones personales de vida (por ejemplo, cómo evocar la observación en lugar de utilizar la psicoeducación didáctica).
  • Usar metáforas experienciales y cambios de perspectiva para desarrollar la conciencia de los clientes.
  • Desarrollar el propósito y la motivación de la vida a través de conversaciones significativas basadas en principios conductuales.

Objetivos de aprendizaje:

  1. Describir e implementar los componentes del proceso terapéutico conductual contextual.
  2. Mostrar técnicas que conectan el proceso terapéutico con la vida del cliente.
  3. Describir los componentes del trabajo experiencial sobre la conciencia.
  4. Implementar el proceso y las técnicas para ayudar a los clientes a observar y describir experiencias psicológicas.
  5. Implementar procesos y técnicas para ayudar a los clientes a rastrear relaciones funcionales entre experiencias.
  6. Describir los principales procesos involucrados en la toma de perspectiva en el trabajo experiencial.
  7. Implementar técnicas de toma de perspectiva para aumentar la conciencia del cliente.
  8. Describir los principales procesos involucrados en las metáforas experienciales.
  9. Mostrar técnicas para co-desarrollar metáforas experienciales con el cliente.
  10. Describir los procesos del lenguaje involucrados en el significado y la motivación.
  11. Mostrar técnicas para construir significado y motivación a través de conversaciones naturales.
  12. Implementar varias técnicas experimentales a través de conversaciones naturales.

Sobre los disertantes

En 2016 Matthieu Villatte escribe, junto a J. Villatte y S. Hayes, de un libro imprescindible: Mastering the Clinical Conversation (Dominando la conversación clínica), que nos ayuda a salir de dudas cuando nos atascamos en algún momento de la terapia. La razón de esto es simple: es un manual sencillo y elegante que realiza primero un análisis de la cuestión verbal en el desarrollo de la psicoterapia (seas de la corriente que seas) para centrarse después en proponer acciones lingüísticas prácticas y concretas. ​ José Olid es el codirector de TerapiasContextuales.Com, una de las plataformas más importantes de entrenamiento en terapias conductuales y además es el coautor del libro de terapia de parejas junto a Jorge Barraca.

Inscripción

Para más información es inscripción visita el siguiente enlace: Mastering Clinical Conversation curso online Consulta descuentos para antiguos alumnos de Ítaca Formación (ediciones anteriores de másteres) en: [email protected] Agradecemos a ÍTACA Formación, nuestro sponsor exclusivo de la semana.

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  • Psicología aplicada

La pandemia está afectando seriamente la salud mental de embarazadas y madres

  • Maria Fernanda Alonso
  • 03/07/2020

La probabilidad de depresión y ansiedad materna ha aumentado sustancialmente durante la pandemia de COVID-19, según los hallazgos de un nuevo estudio (Davenport et al., 2020). «Sabemos que experimentar depresión y ansiedad durante el embarazo y el período posparto puede tener efectos perjudiciales en la salud mental y física de la madre y el bebé que pueden persistir durante años,» dijo la Dra. Margie Davenport, coautora de la investigación. El parto prematuro, la reducción del vínculo madre-bebé y los retrasos en el desarrollo de los bebés, pueden ser efectos derivados de tales trastornos, agregó.

Para el nuevo estudio, los investigadores encuestaron a 900 mujeres, incluidas 520 que estaban embarazadas y 380 que habían dado a luz en el último año. El equipo investigador preguntó sobre los síntomas de depresión y ansiedad de las mujeres antes y durante la pandemia de COVID-19.

29% de ellas habían experimentado síntomas de ansiedad moderada a alta, mientras que el 15% experimentó síntomas depresivos, antes de la pandemia.

Durante la pandemia, esos números aumentaron sustancialmente: el 72% experimentó ansiedad y el 41% experimentó depresión, informaron los investigadores.

El ejercicio es una forma conocida de aliviar los síntomas de depresión, por lo que la actividad física limitada puede provocar un aumento de los síntomas depresivos, señalaron los investigadores. Debido a que las medidas de aislamiento social y físico afectaron las rutinas diarias y el acceso a los gimnasios, los investigadores también preguntaron a las mujeres si sus hábitos de ejercicio habían cambiado.

De las mujeres encuestadas, el 64% redujo su actividad física desde que comenzó la pandemia, mientras que el 15% aumentó su actividad física. El 21% restante no experimentó ningún cambio.

El estudio encontró que las mujeres que realizaban al menos 150 minutos de actividad física moderada a la semana tenían síntomas significativamente más bajos de depresión y ansiedad.

Los resultados son algo limitados dado el hecho de que los investigadores no podían encuestar a estas personas antes de que comenzara la pandemia, ya que no sabían que ocurriría una pandemia. Eso significaba que las encuestadas sólo podían ofrecer sus síntomas previos a la pandemia en retrospectiva.

Además, aunque los investigadores preguntaron a las mujeres sobre sus síntomas utilizando medidas validadas, solo los profesionales de la salud mental pueden diagnosticar válidamente a un individuo con depresión o ansiedad, remarcan.

El estudio estaba específicamente interesado en el impacto de COVID-19 en las nuevas mamás, pero Davenport dijo que la salud mental materna es un problema crítico sin importar el momento.

«Incluso cuando no estamos en una pandemia mundial, muchas mujeres embarazadas y posparto con frecuencia se sienten aisladas, ya sea por estar hospitalizadas, no tener familiares o amigos cerca, u otras razones,» dijo. «Es fundamental aumentar la conciencia del impacto del aislamiento social y físico en la salud mental de mujeres embarazadas y posparto.» La autora concluye señalando que más consciencia hace que aumenten las probabilidades de diagnóstico y tratamiento, que es el objetivo final.

Referencia bibliográfica:

Davenport, M. H., Meyer, S., Meah, V. L., Strynadka, M. C., & Khurana, R. (2020). Moms Are Not OK: COVID-19 and Maternal Mental Health. En Frontiers in Global Women’s Health (Vol. 1). https://doi.org/10.3389/fgwh.2020.00001

Fuente:Psychcentral

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  • Psicología aplicada

Alta conectividad entre regiones cerebrales podría ser causante de alucinaciones auditivas

  • Maria Fernanda Alonso
  • 02/07/2020

Las alucinaciones auditivas son un fenómeno en el que las personas escuchan voces u otros sonidos. Son una característica de la esquizofrenia y algunos otros trastornos neuropsiquiátricos y, según un nuevo estudio, su origen podría surgir a través de la conectividad cerebral alterada entre las áreas de procesamiento sensorial y cognitivo (Mancini et al., 2020).

«Nuestros resultados demuestran un desarrollo aberrante de los núcleos talámicos involucrados en el procesamiento sensorial y patrón inmaduro de conectividad talamocortical a las regiones auditivas del cerebro,» dijo la Dra. Valentina Mancini autora principal del estudio.

¿Cómo descubrieron esto? Utilizando imágenes de resonancia magnética (IRM), compararon las estructuras cerebrales y su conectividad en 110 sujetos de control sanos y en 120 sujetos con un trastorno genético, denominado síndrome de deleción 22q11.2, o DS. Las personas con SD 22q11.2 tienen un riesgo mucho mayor que el público en general de desarrollar esquizofrenia y experimentar alucinaciones sensoriales. Se estima que el uno por ciento de las personas con esquizofrenia tienen este trastorno.

Las anomalías en el tálamo, una región del cerebro reconocida como la «puerta de entrada» para la información sensorial que ingresa al cerebro, ya había sido relacionada a la esquizofrenia y las alucinaciones. En el estudio actual, los investigadores buscaron analizar más específicamente cómo el tálamo y sus conexiones con otras áreas del cerebro diferían en las personas con SD 22q11.2, con y sin alucinaciones auditivas , del grupo de control. Para este estudio longitudinal, los investigadores recolectaron escáneres cerebrales cada tres años de sujetos de 8 a 35 años. A cada uno se le realizaron entre 1 y 4 escaneos.

Si bien ni el volumen total del tálamo ni su trayectoria de crecimiento del desarrollo diferían entre las personas con 22q11.2 DS y los sujetos de control, los investigadores encontraron diferencias en subnúcleos talámicos específicos. Los núcleos geniculados medial y lateral (NGM, NGL), que participan en la transmisión de información sensorial auditiva y visual, fueron más pequeños en personas con SD 22q11.2. En contraste, los núcleos talámicos que se comunican con la corteza frontal, que está involucrada en funciones cognitivas superiores, eran más grandes en los sujetos con SD 22q11.2 que en los controles sanos. Además, otros núcleos talámicos se desarrollaron de manera diferente en los dos grupos.

Al comparar los sujetos con DS 22q11.2 con y sin alucinaciones auditivas, aquellos con alucinaciones auditivas tenían un volumen menor de NGM y una trayectoria de desarrollo diferente.

Al evaluar la conectividad funcional dentro del cerebro, los autores también encontraron que los sujetos con alucinaciones auditivas tenían una mayor conectividad entre NGM con la corteza auditiva y otras áreas de procesamiento del lenguaje. Ellos postulan que tal hiperconectividad podría ser la base de la activación de tales áreas auditivas en reposo, lo que lleva a alucinaciones. La Dra. Mancini señala que esta sería una explicación mecanicista de los fenómenos alucinatorios en jóvenes propensos a la psicosis debido al síndrome de deleción 22q11.2. Y sostiene que estas investigaciones podrían contribuir al diseño de nuevas intervenciones con el fin de prevenir la aparición de síntomas psicóticos en personas con riesgo fundado en afecciones genéticas o estado clínico de riesgo ultraalto.

Referencia bibliográfica:

Mancini, V., Zöller, D., Schneider, M., Schaer, M., & Eliez, S. (2020). Abnormal Development and Dysconnectivity of Distinct Thalamic Nuclei in Patients With 22q11.2 Deletion Syndrome Experiencing Auditory Hallucinations. En Biological Psychiatry: Cognitive Neuroscience and Neuroimaging. https://doi.org/10.1016/j.bpsc.2020.04.015

Fuente: Science Daily

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