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  • Ciencia y Evidencia en Psicología

El monitoreo del tiempo al intentar dormir empeora el insomnio y el uso de somníferos

  • David Aparicio
  • 23/05/2023

Mirar el reloj mientras intenta conciliar el sueño puede empeorar el insomnio y aumentar el uso de medicamentos para dormir, según una investigación realizada por un profesor de la Universidad de Indiana. Los hallazgos revelan que un pequeño cambio en el comportamiento podría ayudar a las personas a mejorar la calidad del sueño. El estudio se centró en una muestra de casi 5,000 pacientes que buscaban atención en una clínica del sueño, y proporciona información valiosa sobre los efectos del monitoreo del tiempo en el insomnio y su relación con el uso de medicamentos para dormir.

La carga del insomnio y sus consecuencias

El insomnio afecta a un porcentaje significativo de adultos, estimado entre el 4% y el 22%. Además de dificultar el descanso adecuado, el insomnio está asociado con problemas de salud a largo plazo, como enfermedades cardiovasculares, diabetes y depresión. Por lo tanto, comprender los factores que contribuyen al insomnio y encontrar soluciones efectivas es de suma importancia.

Los hallazgos del estudio

Los participantes del estudio completaron cuestionarios que evaluaban la gravedad de su insomnio, el uso de medicamentos para dormir y el tiempo que pasaban monitoreando su propio comportamiento mientras intentaban conciliar el sueño. También se les solicitó que informaran cualquier diagnóstico psiquiátrico. Los investigadores utilizaron análisis de mediación para examinar cómo estos factores se influenciaban entre sí.

Los resultados revelaron que el monitoreo del tiempo al intentar dormir tenía un efecto significativo en el uso de medicamentos para dormir, ya que exacerbaba los síntomas del insomnio. El profesor Spencer Dawson explicó que la preocupación por no dormir lo suficiente lleva a las personas a estimar cuánto tiempo les llevará volver a dormirse y cuándo deben levantarse. Sin embargo, esta actividad no es útil para facilitar la conciliación del sueño. A medida que aumenta la frustración por el insomnio, es más probable que las personas recurran a los somníferos en un intento por controlar su sueño.

La solución: una intervención conductual simple

Según los hallazgos de la investigación, una intervención conductual sencilla podría ser útil para aquellos que luchan contra el insomnio. El profesor Dawson ofrece un consejo consistente a sus pacientes: voltear o tapar el reloj, deshacerse de los relojes inteligentes y alejar el teléfono para evitar mirar constantemente la hora. Según él, no hay beneficio particular en mirar el reloj mientras se intenta conciliar el sueño.

Conclusiones

El estudio resalta la importancia de evitar el monitoreo del tiempo al intentar dormir, ya que puede empeorar el insomnio y aumentar la dependencia de medicamentos para dormir. Un pequeño cambio en el comportamiento, como alejarse del reloj y evitar la constante atención al tiempo, podría tener un impacto positivo en la calidad del sueño. Estas conclusiones proporcionan una base para futuras intervenciones conductuales.

Artículo relacionado: 14 Recursos clínicos para abordar el insomnio

Fuente: Spencer C. Dawson, Barry Krakow, Patricia L. Haynes, Darlynn M. Rojo-Wissar, Natalia D. McIver, Victor A. Ulibarri. Use of Sleep Aids in Insomnia. The Primary Care Companion For CNS Disorders, 2023; 25 (3) DOI: 10.4088/PCC.22m03344

  • Ciencia y Evidencia en Psicología

El impacto perjudicial del ruido del tráfico en el desempeño laboral, incluso a niveles bajos

  • David Aparicio
  • 23/05/2023
yellow cars

Los investigadores de la División de Acústica Aplicada de Chalmers llevaron a cabo un estudio de laboratorio en el que los participantes realizaron pruebas de concentración mientras estaban expuestos al ruido del tráfico de fondo. Se les pidió que observaran la pantalla de una computadora y reaccionaran a ciertas letras, y luego evaluaron su percepción de carga de trabajo. El estudio reveló que los participantes obtuvieron resultados significativamente peores en las pruebas de rendimiento y también percibieron la tarea como más difícil de realizar debido al ruido del tráfico de fondo.

Según Leon Müller, estudiante de doctorado en la División de Acústica Aplicada en el Departamento de Arquitectura e Ingeniería Civil, «lo que hace único a nuestro estudio es que pudimos demostrar una disminución en el rendimiento incluso con niveles de ruido tan bajos como 40 dB, que es el nivel de ruido normal en entornos como oficinas o cocinas».

El ruido de fondo consistía en dos secuencias de audio que simulaban el paso de camiones a distancias de diez y cincuenta metros. Ambas secuencias se ajustaron al mismo nivel total de ruido interior de 40 dB.

Müller explica que «la secuencia de audio que simulaba los pasajes más cercanos, donde el sonido cambiaba significativamente a medida que los vehículos pasaban, fue la que más molestó a los participantes. Esto podría deberse a que el tráfico que está más lejos se percibe como un sonido constante».

Los resultados resaltan el impacto negativo en la salud y el rendimiento laboral debido al ruido del tráfico, una situación que ya era problemática. En los últimos años, se ha permitido que las nuevas construcciones se acerquen más a las carreteras en las ciudades suecas, una tendencia que también se observa a nivel internacional.

Las regulaciones suecas actuales sobre la ubicación de construcciones se basan en el nivel promedio de ruido exterior durante un período de 24 horas, sin considerar a las personas que transitan por el área. Además, estas regulaciones no abordan los picos de ruido de baja frecuencia en interiores, los cuales son difíciles de evitar y, según las investigaciones, tienen un mayor impacto en la salud humana.

Jens Forssén, profesor de acústica aplicada en Chalmers, realizó un estudio que modelaba el ruido de baja frecuencia, demostrando que este es generado principalmente por el tráfico pesado a velocidades bajas y es difícil de aislar incluso con ventanas bien aisladas y edificios que cumplen con todas las normas y directrices de aislamiento acústico.

Forssén señala que «los cálculos para diferentes tipos de fachadas muestran que es difícil lograr entornos de sonido interior ideales cerca de carreteras con mucho tráfico. Reducir la velocidad no es una solución, ya que nuestros cálculos muestran que la exposición al ruido interior puede incluso aumentar a velocidades más bajas».

Además, los investigadores concuerdan en que la solución más efectiva sería evitar la densificación urbana en áreas donde el ruido del tráfico tendría un impacto demasiado significativo en la salud y el bienestar de las personas.

Fuente:

  1. Leon Müller, Jens Forssén, Wolfgang Kropp. Traffic Noise at Moderate Levels Affects Cognitive Performance: Do Distance-Induced Temporal Changes Matter? International Journal of Environmental Research and Public Health, 2023; 20 (5): 3798 DOI: 10.3390/ijerph20053798
  2. Jens Forssén, Georgios Zachos, Carmen Rosas Perez, Wolfgang Kropp. A model study of low-frequency noise exposure indoors due to road traffic. Building Acoustics, 2023; 30 (1): 3 DOI: 10.1177/1351010X221143571
  • Recursos para Profesionales de la Psicología

¿Es abusiva la terapia ABA a largo plazo? Una respuesta a Sandoval-Norton y Shkedy

  • Mauro Colombo
  • 23/05/2023

Autores: Kathryn A. Gorycki*, Paula R. Ruppel y Thomas Zane

Resumen:

El análisis aplicado de conducta (ABA) es una intervención común para personas con trastorno del espectro autista (TEA). Sanvodal-Norton y Shkedy (2019) publicaron una crítica al análisis de conducta, en la que incluían a profesionales y a todo el campo como disciplina, pretendiendo demostrar un comportamiento poco ético, crear dependencia de las ayudas en los estudiantes, devaluar la motivación intrínseca y negarse a colaborar con nuevas y diversas filosofías de tratamiento. El presente documento es una respuesta a estas afirmaciones, proporcionando varios ejemplos de estudios revisados por pares que contradicen los argumentos de los autores, y resumiendo la información de los resultados de los estudios incluidos y otros objetivos. El propósito principal de este trabajo es demostrar que, contrario a la perspectiva de Sanvodal-Norton y Shkedy (2019), ABA es un enfoque científico que identifica las variables ambientales que influyen en conductas socialmente significativas y desarrolla estrategias para generar un cambio de conducta que es práctico y aplicable, mejora los resultados educativos, y proporciona apoyo en la vida real de los padres y familias que buscan tratamiento para sus familiares con TEA. De esta forma, este artículo ilustrará que ABA es un enfoque eficaz que está respaldado por numerosos estudios científicos en la literatura científica revisada por pares.

Descarga el artículo completo.

Fuente: ABA España

  • Recursos para Profesionales de la Psicología

Libro recomendado: Conductual, mi querido Watson. Ensayos psicológicos de inspiración conductual

  • David Aparicio
  • 23/05/2023

Este libro lo recomiendo con los ojos cerrados. Fabián ha escrito un nuevo libro sobre el conductismo y viene cargado de muchos ejemplos y explicaciones prácticas que caracterizan todo lo que él escribe. Si te interesa la psicología, y en especial el conductismo radical esta obra tiene que estar en tu biblioteca.

Descripción:

El presente volumen es una selección de artículos que fueron publicados de manera digital entre 2019 y 2022 en el blog de Grupo ACT. Los textos han sido corregidos y enriquecidos para esta edición. El libro está dividido en dos partes. La primera consta de seis artículos de divulgación donde se exploran algunas cuestiones filosóficas del conductismo radical: el papel de los eventos internos, el concepto de verdad, a qué nos referimos con función, cómo funciona la interpretación en el conductismo, una introducción al contextualismo funcional, entre otros. Esta primera parte intenta echar algo de luz sobre algunos aspectos particularmente oscuros en el funcionamiento del aparato conceptual del conductismo. Los siguientes seis artículos, en cambio, son una suerte de puesta en marcha y exhibición del funcionamiento de la máquina.

Puedes comprar Conductual, mi querido Watson en formato impreso o digital desde Tres Olas Ediciones.

  • Análisis

Criticar es fácil, ser comprensivo y capaz de perdonar exige carácter

  • David Aparicio
  • 23/05/2023

Cómo ganar amigos e influir sobre las personas de Dale Carnegie es ampliamente reconocido como un clásico dentro del género de los libros de autoayuda, habiendo alcanzado ventas de más de 15 millones de copias a nivel mundial. Me propuse explorar este libro tan comentado y citado, y hasta ahora me encuentro gratamente sorprendido por la fluidez y la calidad de sus enseñanzas.

Así que quiero compartirles un pequeño fragmento del capítulo 1 que habla de los peligros de criticar a las demás personas:

Página 34:

La critica es peligrosa porque lastima el orgullo, tan precioso de la persona, hiere el sentido de la importancia , y despierta su resentimiento.

(…)

El mundialmente famoso psicólogo B.F. Skinner comprobó, mediante experimentación con animales, que premiando la buena conducta los animales aprenden más rápido y retienen con más eficacia que castigando la mala conducta. Estudios posteriores probaron lo mismo aplicado a los seres humanos. Por medio de la critica nunca provocamos cambios duraderos, y con frecuencia creamos resentimiento.

Página 43:

Sí usted o yo queremos despertar mañana un resentimiento que puede perdurar décadas y seguir ardiendo hasta la muerte, no tenemos más que hacer alguna crítica punzante. Con eso basta, por seguros que estemos de que la critica sea justificada.

Cuando tratamos con la gente debemos recordar que no tratamos con criaturas lógicas. Tratamos con criaturas emotivas, criaturas erizadas de prejuicios e impulsadas por el orgullo y la vanidad.

(…)

Cualquier tonto puede criticar, censurar y quejarse, y casi todos los tontos lo hacen. Pero se necesita carácter y dominio de sí mismo para ser comprensivo y capaz de perdonar.

Página 47:

(…)

En lugar de censurar a la gente, tratemos de comprenderla. Tratemos de imaginarnos por qué hacen lo que hacen. Eso es mucho más provechoso y más interesante que la critica; y de ello surge la simpatía, la tolerancia y la bondad. «Saberlo todo es perdonarlo todo.»

  • Recursos para Profesionales de la Psicología

Terapia dialéctico conductual (DBT): un tratamiento posible para pacientes con trastornos severos

  • David Aparicio
  • 22/05/2023
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El trabajo con pacientes complejos o con múltiples problemas representa uno de los mayores desafíos para los profesionales de la salud mental. Las terapias de tercera generación son modelos que enfatizan la función y el contexto de los eventos psicológicos más que su validez, frecuencia o forma, e incorporan procesos de aceptación y mindfulness a las terapias conductuales. En el presente artículo se realiza una descripción de una de ellas, la terapia dialéctico conductual (DBT), comenzando por el desarrollo del modelo por la autora, Marsha Linehan, quien en la década del 80 investigó la eficacia del mismo en mujeres con trastorno límite de la personalidad, extendiendo luego el modelo a otros trastornos. Se desarrolla la orientación dialéctica del tratamiento y se explica la dialéctica central entre la aceptación y el cambio; se da cuenta de la teoría biosocial sobre la etiología y el mantenimiento de los problemas conductuales, se desarrollan los procedimientos de validación y los de cambio. Por último, se explican las etapas en las que se jerarquizan los problemas a tratar y los modos que componen el tratamiento.

Autores: Germán Leandro Teti, Juan Pablo Boggiano y Pablo Gagliesi

Descarga el artículo completo.

  • Artículos Recomendados de la Web

La siesta más saludable, según la ciencia: corta, temprano y no en la cama

  • David Aparicio
  • 22/05/2023
woman in pink jacket lying on gray couch

Jesica Mouzo para el diario El País:

La siesta impacta en la salud. Para bien y para mal. La comunidad científica aún no tiene clara la dimensión de su influencia ni hasta qué punto puede modular la salud y la enfermedad, pero los datos que arroja la investigación médica al respecto apuntan en las dos direcciones: lo poco gusta y lo mucho enferma. Un estudio publicado hace unos días en la revista Obesity señalaba, precisamente, que el riesgo de obesidad aumenta un 23% cuando las cabezadas son largas; en cambio, las personas que hacen un episodio corto de siesta tienen menos riesgo de presión arterial alta. Los expertos consultados coinciden en que una siesta corta (menos de 30 minutos), en el sofá y no en la cama, al mediodía o primera hora de la tarde, puede ser reconfortante y ayuda a mejorar la atención.

Y añade:

La investigadora y su equipo también analizaron otros hábitos de estilo de vida que median en esa asociación entre las siestas largas y la peor salud metabólica y encontraron que los que dormían siestas más largas también fumaban más y retrasaban las comidas, el ejercicio físico y el sueño. También los que echaban las siestas largas solían hacerlo en la cama en lugar del sofá o un sillón. “Si duermes en la cama, hay una asociación con más hipertensión que si te quedas en el sofá. Parece que tiene que ver con los cambios posturales, pero no lo tenemos claro”, apunta la investigadora, que también es profesora visitante en la Universidad de Harvard. Garaulet también descubrió, como relata en un estudio publicado en Nature Communications, que hay 123 genes específicos que se asocian con la siesta, lo que ayudaría a explicar por qué hay personas que no son capaces de echar una cabezada y otras sí.

Artículo completo en El País.

  • Recursos para Profesionales de la Psicología
  • Salud Mental y Tratamientos

Terapia de aceptación y compromiso en los trastornos psicóticos» por el Psic. Augusto Méndez

  • David Aparicio
  • 19/05/2023

ITECOC organizó una serie de conferencias para conmemorar el Día del Psicólogo y Psicóloga en México, y la primera conferencia estuvo a cargo de mi amigo y colega, Augusto Méndez. Y en esta ocasión explicó cómo es el tratamiento de los trastornos psicóticos desde la terapia de aceptación y compromiso (ACT).

  • Análisis

Responsabilidad profesional y divulgación de psicología en las redes sociales

  • Fabián Maero
  • 19/05/2023

Artículo publicado en Grupo ACT y cedido para su republicación en Psyciencia.

Como ya habrán notado, en los últimos diez o cinco años nuestra disciplina se ha instalado progresiva –y pareciera que irremediablemente– en las redes sociales digitales (Twitter, Facebook, Instagram, TikTok, etcétera). Este nuevo territorio profesional, como el dios romano Jano, tiene dos caras: una que mira hacia adentro, hacia la comunidad profesional, y una que mira hacia afuera, hacia la sociedad en general. La primera consiste en los innumerables espacios en las redes sociales digitales que están dirigidos a nuestro propio campo profesional: grupos y páginas para intercambio de materiales académicos y clínicos (libros, artículos, recursos terapéuticos), grupos informales de terapeutas y estudiantes brindándose mutuamente apoyo y guía, redes informales de derivaciones clínicas, entre otras.

La segunda cara de este fenómeno es un poco más reciente, y está compuesta por cuentas dirigidas al público en general que ofrecen información sobre psicología (sobre tal o cual fenómeno o diagnóstico, divulgación de recursos terapéuticos, reflexiones generales, etc.) o sugerencias psicológicas de algún tipo. En la mayoría de los casos se trata de cuentas de profesionales o de instituciones profesionales que utilizan las redes como forma de difusión de sus servicios –es decir, usualmente son cuentas con fines de lucro. Si bien la línea divisoria entre los contenidos orientados a la comunidad profesional y los orientados hacia el público general no es muy nítida, usualmente en una cuenta o página podemos identificar un énfasis en una u otra dirección –los contenidos de mis cuentas, por ejemplo, aunque no de manera exclusiva, están más orientados a la comunidad profesional que al público general. Se han creado así dos grandes espacios virtuales: uno que funciona como una suerte de academia informal paralela, en el cual se realizan intercambios de todo tipo (y con varios grados de violencia) entre profesionales, y otro que en rigor de verdad una nueva forma de interacción entre la disciplina y el público general.

Hace algún tiempo me he ocupado un poco torpemente de los intercambios online entre profesionales (click aquí para ir al artículo), es decir, de las redes del primer tipo. Hoy me interesa examinar algunos aspectos del segundo espacio, las cuentas y páginas orientadas a divulgar conceptos de psicología al público general. En particular, me interesa explorar la responsabilidad profesional en esos espacios, esto es: ¿qué involucra ser profesionalmente responsables al comunicarnos con el público general en las redes sociales? Pasemos artículo adelante y veamos qué sale de esto.

De enunciaciones y comunidad

Querría empezar señalando algo que es obvio pero cuyas consecuencias no siempre son señaladas: todo profesional de la psicología ineludiblemente forma parte de una comunidad profesional que legitima su práctica. Ningún psicólogo vive en un frasco.

Ese “Lic.”, “Ps.”, “Dr.”, o cualquiera sea la abreviatura que obtuvieron tras completar sus estudios de grado, indica al resto de la sociedad que han atravesado con éxito el mínimo de las exigencias que la comunidad profesional establece para formar parte de ella. Esa pertenencia es importante ante todo porque confiere algunos privilegios. La sociedad ha delegado en la comunidad psicológica ciertas tareas (el cuidado de la salud psicológica, entre otras) y para ello nos ha asignado ciertas potestades –usualmente especificadas en las competencias profesionales establecidas por las leyes de ejercicio profesional. La legitimidad de nuestro accionar depende de la pertenencia a esa comunidad profesional que goza de esas atribuciones.

Por este motivo cuando nos identificamos como profesionales de la psicología estamos usufructuando una suerte de prestigio prestado, un prestigio o autoridad que no surge de nuestras acciones, sino del mero hecho de pertenecer a una comunidad profesional que cumple un cierto papel social. Incluso una profesional con sólo un mes de experiencia en la profesión goza, en asuntos pertinentes a la psicología, de un grado de credibilidad a priori mayor que, por ejemplo, alguien que se haya dedicado a la cartografía. Por eso nos invitan a podcasts o programas de radio y tv: nuestras palabras reciben una credibilidad extra porque la sociedad supone que estamos en posesión de vaya a saber qué conocimientos sobre los seres humanos. Ese reconocimiento social a nuestra profesión es una suerte de bien común para quienes participamos de la comunidad, algo que todos usufructuamos.

Esto implica que, al hablar de psicología, el sujeto de enunciación no es solamente uno mismo, sino también la comunidad profesional. El “yo digo”, cuando es proferido por alguien esgrimiendo un “Lic.” en su nombre, opera como un “nosotros decimos”. Cuando actuamos profesionalmente no sólo nos presentamos a nosotros mismos, sino que también, nos guste o no, representamos a toda una comunidad profesional.

A su vez, en última instancia el reconocimiento social de la comunidad profesional en conjunto depende de nuestro accionar colectivo –es decir, nuestras acciones, sean individuales o colectivas, impactan en cómo nuestra comunidad es percibida por la sociedad. Entonces, al formar parte de la comunidad profesional obtenemos ciertos privilegios derivados de su reconocimiento social, pero esa autoridad depende en última instancia de la sumatoria de las acciones de sus integrantes. Dicho con una analogía, la legitimidad profesional es una alcancía de la cual todos tomamos y a la cual todos aportamos con nuestras acciones.

De redes y responsabilidades

De lo anterior se desprende que, al actuar desde el ámbito psicológico, tenemos una responsabilidad no sólo individual sino también colectiva. Nadie habla completamente por su cuenta cuando habla profesionalmente.

Esto ha sido así desde siempre, por supuesto, pero se ha amplificado con la adopción masiva de redes sociales digitales. Gracias a ellas, como nunca antes en la historia nuestra comunidad se encuentra frente a la sociedad como expuesta en una vidriera. Una década atrás una persona de a pie usualmente solo tenía contacto con alguien de la psicología si hacía terapia o en alguna nota en un medio masivo de comunicación. Hoy le basta con abrir Twitter o Instagram para tomar contacto con el espectro completo de la profesión, con sus luces y sus sombras. Proliferan las cuentas y páginas que brindan consejos de psicología, que explican conceptos de psicología, que ofrecen servicios de psicología.

Ahora bien, si lo expuesto en la sección anterior tiene algún sentido, todo esto involucra un aspecto de la responsabilidad profesional que rara vez se discute con detenimiento. Cada vez que publicamos algo sobre psicología en las redes, estamos involucrando a la comunidad profesional, gozando de la legitimidad que concede la pertenencia a ella y al mismo tiempo representándola en alguna medida ante la sociedad. Y esto, como diría Spider Man, es un gran poder, pero conlleva una gran responsabilidad.

Las redes han puesto un megáfono en manos de cada profesional, lo cual tiene un costado positivo, como es el de permitir que se escuchen voces dentro de la comunidad que antes estaban silenciadas o postergadas (estudiantes, o terapeutas trabajando con psicología basada en evidencia). Pero eso ha sucedido sin regulación, sin diálogo previo, sin un análisis de sus posibles consecuencias problemáticas para la sociedad.

Es por este último punto que estoy escribiendo estas líneas. Las acciones de divulgación que llevamos a cabo en las redes en tanto profesionales, nos afectan colectivamente. Dicho de otra manera, cuando hablamos como profesionales de la psicología, nuestras palabras no son sólo nuestras y, como siempre que manejamos algo prestado, debemos hacerlo con especial cuidado porque no es sólo nuestro pellejo el que está en juego. Si un psicólogo publica en Facebook que una buena manera de lidiar con el pánico es sacrificar una cabra a Odín, el impacto social de esa publicación afectará indirectamente a toda la comunidad. Y mientras una publicación aislada probablemente no destruya nuestra credibilidad social, no deberíamos subestimar el impacto de la banalización masiva y constante de la psicología y la psicoterapia.

Lo cierto es que basta darse una recorrida por las cuentas y páginas profesionales para notar que el rigor académico suele estar ausente en una buena parte de las publicaciones circulantes. No hablo de seriedad, claro está –adoptar un gesto serio no es en absoluto un freno para decir estupideces surtidas– sino del sustento lógico y empírico de lo que se afirma. Circulan todo tipo de afirmaciones arbitrarias, conceptos confusos, interpretaciones salvajes, y un florido panorama de desatinos para todos los gustos. Y, de nuevo, esto es un problema porque socava la credibilidad de la profesión en general e indirectamente nos perjudica a todos.

A este respecto, muchas veces he leído quejas contra el intrusismo profesional, el ejercicio ilegal de la psicología que con cierta frecuencia sucede por parte de prácticas como el coaching, counseling, y similares. Si bien el problema es grave y debe ser resuelto de manera específica, hay un aspecto del mismo que rara vez es señalado: si alguien sin formación puede hacerse pasar exitosamente por un profesional de la psicología durante extensos períodos, cabe sospechar que quizá nuestra imagen pública no se diferencia demasiado de la que ofrecen quienes ejercen dichas prácticas. Creo que décadas de profesionales en revistas y televisión ofreciendo irresponsablemente interpretaciones salvajes, consejos burdos, y afirmaciones temerarias han venido a delinear una imagen social del psicólogo como una suerte de charlatán ilustrado, difícil de distinguir de otros.

Creo que hay algunos tipos de contenido que suelen circular en la difusión de la psicología que son frecuentemente problemáticos en este sentido, y que vale la pena examinar con detenimiento.

Mensajes y prácticas problemáticos

Querría señalar tres aspectos problemáticos de la divulgación de psicología en redes: en primer lugar, la divulgación de prácticas pseudo o anticientíficas, en segundo lugar lo que podríamos llamar protoconceptos, y finalmente, los mensajes moralizantes. Por supuesto, la lista no es exhaustiva, sino que son algunos de los puntos que más frecuentemente he notado.

Prácticas reñidas con la ciencia

Por supuesto, el problema más grave de la divulgación de psicología en redes sociales es la difusión de prácticas y conceptos pseudocientíficos o anticientíficos (es decir, aquellos que se hacen pasar por científicos, o los que directamente rechazan todo abordaje científico). Basta recorrer un poco las redes profesionales de psicología para encontrarse con menciones a contenidos sobre astrología, tal o cual planeta retrógrado (lo retrógrado está en otra parte), constelaciones, homeopatía, y otras prácticas que carecen de sustento empírico para las aplicaciones propuestas. En algunos casos esas prácticas directamente se ofrecen y venden como recursos terapéuticos, mientras que en otros casos sólo se las menciona bajo una luz favorable.

La difusión de este tipo de contenidos por parte de profesionales psi es dañina por partida doble: no sólo son actividades sin sustento científico que pueden acarrear consecuencias negativas para los pacientes, sino que deterioran la respetabilidad de la comunidad psicológica en su conjunto.

Y frente a la remanida objeción de “hay que abrir la cabeza porque esas cosas les pueden servir a algunas personas”, permítanme recordarles que el problema no es que las personas realicen esas prácticas. No estoy objetando a que una persona consulte la sección del horóscopo del diario. Cada cual tiene derecho de consumir lo que quiera y a vivir su vida como más le plazca dentro de los límites de la sociedad. La cuestión es que, como profesionales, no tenemos derecho a ofrecer esas actividades. Para usar una analogía: puedo ingerir alimentos que hayan pasado su fecha de vencimiento o que estén en mal estado, e incluso puede resultarme útil, pero un supermercado o un restorán no tienen derecho a vendérmelos (y menos aún sin avisarme que está en mal estado).

Lo único que tenemos derecho a ofrecer, y en esto coinciden las regulaciones profesionales de distintos países, son recursos y procedimientos que cuenten con algún grado de soporte empírico riguroso, procedimientos que hayan sido razonable y cuidadosamente examinados para corroborar su efectividad para determinadas condiciones clínicas, su eficiencia relativa a otros tratamientos, sus efectos a largo plazo y posibles complicaciones. Nada de eso está presente en esas prácticas.

Por supuesto, en nuestras vidas personales podemos hacer y adherir a lo que se nos cante: podemos consultar el horóscopo, hacernos imponer las manos, tocar madera, o rezarle a El Zorro para que nos libre de todo mal. Pero al actuar y hablar profesionalmente – al usar ese “Lic.”– estamos asumiendo derechos y responsabilidades para con la comunidad y la sociedad en general, y eso va a contramano de recomendar con ligereza prácticas de dudosa solidez.

Las personas pueden rezar a su divinidad favorita, utilizar drogas recreativas, flores de Bach, homeopatía, hacerse la carta natal, imponerse las manos, cubrirse de bosta, constelarse, o martillarse un dedo del pie. A cada cual lo suyo. Pero los profesionales estamos imposibilitados de indicar esas actividades como recurso clínico, ya sea porque no entran dentro de nuestras competencias (por ejemplo, no podemos administrar ni sugerir el consumo de ninguna sustancia, más allá de nuestra opinión personal al respecto), porque carecen de sustento empírico que avalen su eficacia, o por ambas razones a la vez. Esto no es así por mero capricho, sino que cuando un procedimiento está razonablemente investigado nos brinda un grado de confianza sobre su posible efectividad para el caso que estamos abordando. En cambio, una intervención que no cuenta con un soporte empírico sólido (como lo relacionado a astrología, energías, vidas pasadas, constelaciones, y demás), funciona como ingerir comida vencida: podría alimentarnos, pero hay una posibilidad muy real de intoxicarnos.

Por eso no podemos ni legal ni éticamente ofrecer tratamientos sin soporte empírico: es apostar con la salud psicológica y el sufrimiento de otras personas –y todos saben que es de mal criollo apostar con dinero ajeno.

Banalización de términos y conceptos

Otra práctica problemática de la divulgación en psicología es la trivialización del discurso psicológico. Esto es, generar “contenido” (la expresión me parece espantable) de baja calidad, haciendo afirmaciones injustificadas o aplicando incorrectamente conceptos psicológicos. Creo que esto tiene dos caras: la utilización de conceptos pre-científicos de la psicología popular, y la aplicación indiscriminada e injustificada de conceptos más rigurosos.

Por la primera parte podría señalar la utilización acrítica de términos que pertenecen a la denominada psicología popular –el conjunto de nociones psicológicas que utilizan las personas en su día a día. Pueden tratarse de términos de sentido común o de términos psicológicos que son reapropiados por el público general: gaslighting, síndrome del impostor, love-bombing, breadcrumbing, el adjetivo “tóxico” aplicado a cuanto existe bajo el sol, y un interminable etcétera. Es decir, ideas y conceptos que andan bastante flojos de papeles si los examinamos de cerca.

Esos términos pueden ser problemáticos por varios motivos. Ante todo, tienden a ser más bien simplistas y generalizantes (como es el caso con expresiones tales como “emociones tóxicas”), y cuando proceden del campo de la psicología, con frecuencia son mal entendidos (como suele pasar con el término “reforzamiento”, que se confunde con “recompensa”). Tampoco suelen contar con un sustento empírico sólido (como la repetida afirmación de que usamos el 10% del cerebro, o las conclusiones derivadas de tests como el HTP). Para peor, suelen tener una fuerte carga de juicios morales implícitos –más se utilizan para juzgar que para comprender. Digamos, decir que una persona es “tóxica” es menos un análisis psicológico que un juicio moral–creo que no es necesario que enumere los argumentos por los cuales calificar con un término tan extremo a un ser humano es algo éticamente cuestionable.

La situación es similar a la del caso anterior: no se trata de impedir ni de juzgar el uso de esos términos por parte del población. Cada época y sociedad acuña sus propios conceptos para lidiar con las situaciones que se le presentan, y sería en vano esperar que eso no ocurriera. El problema es que los profesionales de la psicología adopten y difundan esos términos de la psicología popular sin más análisis ni desarrollo, sin considerar las consecuencias de su uso ni adoptar una postura crítica hacia ellos. Estos términos pueden causar daño y por tanto merecen ser tratados con sumo cuidado. Puedo mencionar como ejemplo el caso del calificativo de “tóxico”, que no pocos profesionales de la salud psicológica aplican liberalmente a emociones o incluso a personas

No estoy afirmando que sea necesario deshacerse completamente de esos términos, y tampoco creo que sea deseable. Creo que nos estaríamos condenando a la irrelevancia si no participásemos de los diálogos e intercambios que tienen lugar en la sociedad que habitamos, y esos intercambios incluyen esos términos. No creo que debamos exonerarlos completamente de nuestro vocabulario, pero sí creo que antes de usarlos debemos pensar un poco. No mucho, no vaya a ser que se nos haga costumbre, pero sí al menos considerar con cuidado las posibles implicaciones de emplearlos, aclarar malentendidos, reducir su importancia. En otras palabras, creo que conviene adoptar una actitud crítica y ligeramente defusionada hacia ellos –ya bastante difícil está siendo relacionarse con el mundo y con otras personas en estos tiempos, y no parece una idea muy buena lanzarse a navegar las relaciones y el mundo social de manera completamente fusionada con términos que son ambiguos, con pobre evidencia, y con fuerte carga moralizante.

La otra cara de la banalización del discurso psicológico es la aplicación indiscriminada de conceptos que, en el ámbito de la psicología, sí son rigurosos. El ejemplo más claro de esto es la emisión de juicios diagnósticos hacia terceros, sin evaluación alguna. Calificar de oídas a una persona de “obsesiva”, “histérica”, “psicópata, es, tristemente, casi una tradición en nuestra comunidad, que, de hecho en muchos países está penada por las regulaciones profesionales (la regla Goldwater en USA, por ejemplo). Esta práctica suele funcionar como un juicio disfrazado al que se le brinda una pátina de legitimidad utilizando la jerga profesional.

Creo que lo más grave a largo plazo es la banalización de la psicología que esto conlleva. Por supuesto, la divulgación requiere adaptar nuestro lenguaje para mejor comunicarnos con el público al que nos dirigimos, y esto requiere simplificar términos, deslizar algunos sentidos, y decir algunas cosas por las que nos increparían si las dijéramos en un congreso. Digamos, la película “Intensamente” (Inside out), maneja una teoría sobre las emociones que es, cuanto menos, cuestionable (usaría palabras más fuertes, pero no es este el lugar), pero puede ser útil para ilustrar algunos aspectos de las emociones en un ámbito clínico. Esto es inherente a toda divulgación científica.

Pero hay una diferencia entre comentar un concepto de la psicología popular y utilizarlo acríticamente como un hecho. Hay una diferencia entre explicar un diagnóstico y aplicarlo a una persona.

La psicología es una ciencia de matices. Nuestros conceptos y fenómenos son contextuales, dinámicos, interdependientes. Un leve cambio en un programa de reforzamiento puede determinar patrones conductuales muy diferentes a largo plazo, así como conductas muy similares entre sí pueden tener funciones dramáticamente diferentes con un cambio de contexto. Por este motivo, la simplificación nos resulta particularmente perniciosa, porque elimina las sutilezas que con frecuencia son vitales para un análisis psicológico efectivo. Por desgracia, la masividad y formato de las redes tiende a destrozar las sutilezas (es difícil transmitir algo delicado en el espacio que brinda un tweet o una foto).

Lo que esto implica es que tenemos una tensión dialéctica entre rigurosidad y simplificación que es necesario manejar con cuidado al divulgar contenido en las redes.

Haz lo que yo digo

Otro aspecto frecuente de la divulgación de la psicología en redes digitales es algo que he mencionado en el resto del texto pero que ahora quisiera poner en primer plano: la tendencia moralizante.

Es notable cómo la divulgación en psicología suele adoptar un cariz moral, de predicar al público general sobre lo que está bien y lo que está mal. Por supuesto, esto no es exclusivo de esta época, varias áreas de la psicología se dedican entusiastamente a emitir juicios morales más o menos velados desde hace décadas sobre todo tipo de conductas y situaciones. Lo que es nuevo es el alcance que las redes le han brindado a este fenómeno.

Los conceptos de la psicología popular encajan perfecto con esta tendencia porque permiten emitir afirmaciones morales afectando aires de verdad científica. Digamos, con frecuencia (aunque no siempre) hablar de gaslighting o conceptos parecidos está más al servicio de juzgar que de comprender un determinado patrón relacional. Lo que se quiere es reprobar algo que nos ha lastimado, más que realizar un análisis psicológico. Hay un viejo chiste de Andrew Lang: los políticos usan las estadísticas de la misma manera que un borracho usa un poste de luz –más como apoyo que como iluminación. Algo similar pasa con el uso de este tipo de conceptos: suelen emplearse más para aprobar o censurar que para obtener alguna comprensión sobre el evento en cuestión.

El problema, claro está, no es tener una posición sobre algo, el problema es enmascararla de consejo profesional. Puedo estar en desacuerdo con un candidato político (muchas veces se lo merecen), pero emitir un juicio moral disfrazado de diagnóstico profesional es abusar de la legitimidad profesional. Por eso, fuera del ámbito psicológico, prefiero una buena puteada antes que un psicologismo: al menos es más honesto y no se escuda detrás de la comunidad profesional.

Creo que a este respecto es necesario tener presente que, a fin de cuentas, no está dentro de nuestras potestades actuar como árbitros universales del bien y el mal. Insisto, podemos tener una opinión y una determinada posición moral, después de todo somos prácticamente seres humanos, el problema es meterlas de contrabando en nuestras opiniones profesionales.

Cerrando

Si algo querría que retuvieran de esta larga perorata es lo siguiente: al compartir contenido de psicología hay una responsabilidad intrínseca que surge del pertenecer a una comunidad profesional. Cuando hablamos por otros, es necesario tomarse en serio esa responsabilidad, tanto como la responsabilidad que tenemos hacia el público general, de brindar información confiable y considerando las posibles ramificaciones de lo que estamos por compartir.

Esquivar conceptos y prácticas pseudocientíficas, utilizar con cuidado los conceptos de la psicología popular, tener en cuenta el contexto en el que empleamos conceptos psicológicos rigurosos, preservar la sutileza de los conceptos, evitar mensajes moralizantes, entre otras, pueden ayudarnos a divulgar psicología de una manera más responsable y en última instancia más útil para la comunidad.

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El cotilleo es esencial para la cooperación

  • David Aparicio
  • 19/05/2023
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Bob Holmes para EL País:

“Una de las razones por las que el cotilleo es una herramienta tan poderosa es que puede cumplir muchas funciones sociales”, dice Molho. “Te sientes más cerca de la persona que ha compartido información contigo. Pero también descubrimos que proporciona información útil para la interacción social: aprendo con quién cooperar y a quién evitar”.

Y los cotilleos también cumplen otra función, dice Van Lange: quienes chismorrean pueden ordenar sus sentimientos sobre si la violación de una norma es importante, si hubo circunstancias atenuantes y qué respuesta es la adecuada. Esto contribuye a reforzar las normas sociales y puede ayudar a la gente a coordinar su respuesta a los infractores, afirma.

Artículo completo en El País.

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