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Publicaciones por etiqueta

ACT

76 Publicaciones
  • Recursos para Profesionales de la Psicología

Utiliza el poder de ChatGPT para trabajar valores desde la terapia de aceptación y compromiso (ACT)

  • 27/05/2024
  • David Aparicio

A veces es difícil encontrar las palabras precisas para describir nuestros valores. En terapia, utilizo las Tarjetas de Valores como recurso para ayudar a mis pacientes a identificar lo que realmente es importante para ellos y, posteriormente, desglosar acciones concretas que les guíen en función de esos valores.

Pero hoy me encontré con esta maravillosa idea de Dario Benítez de utilizar todo el poder lingüístico de ChatGPT para generar descripciones de lo que es realmente importante para nosotros. El artículo completo está en su newsletter Aterrizaje de Emergencia, pero aquí les comparto un fragmento:

No es lo mismo “ayudar conjuntamente” que “ayudar individualmente” y es importante que seas consciente de estas diferencias para poder definir tu dirección valiosa.

Y es aquí donde entra ChatGPT, que tiene acceso a muchas más palabras que tú y puede ayudarte a buscar muchos verbos + adverbios hasta encontrar los que más resuenen contigo.

Si tenéis claras algunas formas verbales para vuestros valores, podéis pedirle algunos sinónimos con el siguiente prompt:

Dame sinónimos siguiendo la configuración verbo + adverbio para lo siguiente:

Incluso, se ha preparado una versión de ChatGTP especialmente optimizada para dirigir la búsqueda de valores. Esta opción está disponible para usuarios de pago de ChatGTP y es un recurso que puede ser muy útil tanto para terapeutas como para consultantes. Esta versión incluye algunos prompts específicos como:

  • Ayúdame a detectar mis valores
  • ¿Qué es un valor?
  • ¿Qué puedo hacer cuando no conozca mis valores?
  • ¿Qué es la terapia de aceptación y compromiso (ACT)?

Puedes leer el artículo completo en Aterrizaje De Emergencia.



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  • Recursos para Profesionales de la Psicología

La importancia de analizar funcionalmente el contenido de los pensamientos en terapias contextuales (webinar)

  • 20/05/2024
  • David Aparicio

Francisco Ruiz, doctor en Psicología por la Universidad de Almería, es un experto en Terapia de Aceptación y Compromiso y la Teoría del Marco Relacional. Ha desarrollado intervenciones para tratar la rumia y preocupación, con más de 100 artículos científicos publicados. En 2020, fue nombrado miembro honorario de la Association for Contextual Behavioral Science y editor asociado del Journal of Contextual Behavioral Science. Actualmente, dirige el Laboratorio de Psicología Clínica de la Fundación Universitaria Konrad Lorenz en Colombia.



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  • Artículos Recomendados de la Web
  • Ciencia y Evidencia en Psicología

Kelly Wilson: “Hay que abrazar las ansiedades. Tu mayor vulnerabilidad suele ser lo que más amas”

  • 29/11/2023
  • David Aparicio

El diario El País entrevistó a Kelly Wilson, uno de los referentes más importantes de la terapia de aceptación y compromiso:

P. Y lo que usted propone es lo contrario, abrazar esas ansiedades y aceptarlas.

R. Correcto, hay que abrazar las ansiedades por tu propio bien. Los valores y las vulnerabilidades nacen del mismo lugar. Tu mayor vulnerabilidad suele ser lo que más amas. Lo que más anhelas es también el lugar en el que eres más vulnerable. Así que no conozco ninguna manera de alejarnos de las inseguridades que no implique también alejarnos de nuestros valores. ¿Qué hacemos con ese mundo interior? ¿Qué hacemos con las situaciones que nos ponen ansiosos o tristes? Podemos retirarnos y que nuestro mundo se haga más pequeño. Pero es posible, y sé que suena como una idea loca, tomar una relación diferente con esas experiencias.

Wilson es uno de los terapeutas que mejor comunica la esencia de lo que sucede dentro del consultorio. Sus libros, en especial Mindfulness for Two, me han sido de gran ayuda en mi entrenamiento para estar más atento, presente y notar las sutilezas de nuestro trabajo.

Lee la entrevista completa en El País.



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  • Salud Mental y Tratamientos

Guía práctica: Aplicando la Figura Humana en la terapia ACT para niños y jóvenes

  • 14/11/2023
  • Geraldine Panelli

La terapia de aceptación y compromiso (ACT) está experimentando un crecimiento significativo en su aplicación para abordar las necesidades de la población infantojuvenil en la actualidad. Investigaciones recientes respaldan de manera sólida esta tendencia, revelando resultados prometedores:

1. Según la Organización Mundial de la Salud, se puede afirmar con moderada certeza que ACT contribuye de manera significativa a la disminución de la discapacidad funcional en niños, niñas y adolescentes que padecen dolor crónico.

2. Además, el Centro de Información para el Bienestar Infantil Basado en la Evidencia de California respalda enérgicamente la eficacia de ACT, otorgándole un grado de relevancia media en la promoción del bienestar infantil a través de rigurosas investigaciones.

3. La Sociedad Australiana de Psicología establece que ACT presenta un sólido respaldo en forma de Evidencia de Nivel II para el tratamiento de trastornos del dolor en niños, lo que subraya su idoneidad en esta área.

4. De manera igualmente impresionante, ACT se ha revelado como una estrategia efectiva para reducir significativamente los niveles de ansiedad y depresión en niños, alcanzando una eficacia equivalente a la terapia cognitivo-conductual (TCC), según un metaanálisis publicado por Colmillo y Ding en 2020.

Es evidente que estos hallazgos respaldan la importancia de desarrollar recursos específicos que se ajusten a las bases filosóficas y científicas de ACT para su aplicación con la población infanto juvenil. 

En este artículo, se pretende presentar una herramienta denominada «Figura Humana,» la cual se inspira en herramientas como el «Punto de elección» de Russ Harris y la «Matrix» de Kevin Polk. Esta herramienta gráfica y concreta se ha concebido con el propósito de facilitar tanto la conceptualización de casos como la labor terapéutica en el ámbito de la consulta clínica cuando se trabaja con niños y adolescentes.

Figura Humana

La primera instrucción que le brindaremos al consultante será identificar los pensamientos, sentimientos y sensaciones que se interponen en lo que les gusta y les hace sentir vitalidad. Pensando en niñxs podemos decir:

«¿Te animas a contarme cuáles son esos pensamientos y emociones que aparecen y son incómodos; esos que te hacen tomar decisiones y que te alejan de tus amigxs, familia o que se interponen a las actividades que te gustarían hacer? Hagamos un poco de espacio para que sean libres, dejemoslos un rato fluir ¿Te animas a contarme cómo se ven?»

Vamos a acompañar al consultante a ir completando esta figura humana; dibujando todo lo que pueda y completando también las actividades o los lugares a donde va cuando se deja atrapar por toda esa conversación con su mente. Generalmente nos vamos a encontrar con emociones como la ansiedad, el miedo, la culpa; también en los pensamientos pueden aparecer muchas reglas para trabajar. 

En una segunda instancia vamos a conversar con nuestro consultante sobre sus valores; teniendo en cuenta que es una palabra que cuanto más joven es el consultante menos clara puede parecer; por lo que podemos hablar de vitalidad; lo que es importante; lo que lo hace sentirse vivo. La instrucción podría ser:

«Y si pensarás en todo lo que es importante para vos, tus sueños y ¿cómo quisieras ser? Las personas que son importantes para vos y todo lo que podes hacer con ellas. ¿Te animás a mostrar en tu cuerpo cómo se vería?»

Seguiremos acompañando al consultante en la construcción de esta segunda figura humana, podemos acompañar de preguntas que brinden ayuda para completar; usar la imaginación y ser curiosos en lo que resulta del ejercicio. En esta silueta pueden aparecer valores, acciones comprometidas, tactos de emociones. Información muy útil para todo el proceso terapéutico. 

Para concluir el ejercicio vamos a darle al consultante la tercera instrucción:

Vamos a doblar las dos figuras humanas a la mitad y pegarlas juntas: 

«Es decir que podemos ser estas dos figuras; quien a veces se deja atrapar por esos pensamientos haciendo …. y después sintiéndose ….. . Y otras veces quien puede darse cuenta de lo que es importante y hacer un montón de cosas para ser … y estar …. aunque tenga sentimientos difíciles e incómodos.»

Podemos complementar la herramienta un paso más pensando en que nos ayude a trabajar en ejercicios de defusión a futuro con preguntas como:

 «¿Les ponemos nombre?, te animas. ¿Cómo son esas figuras humanas cuando aparecen en forma de pensamientos o conversaciones en tu mente?”

Y podemos concluir el uso de esta herramienta para fortalecer nuestro vínculo terapéutico con el consultante: 

«¿Querés que te ayude a que cuando aparezca ………. igualmente podamos actuar como lo haría ………?»

Concluyendo con la presentación de esta herramienta, se recomienda su uso con conocimientos de ACT para potenciar su uso terapéutico y posibles ampliaciones. Es una herramienta nueva por lo que la retroalimentación de su uso nos puede brindar nuevas formas de implementarla y en conjunto con la creatividad, crear variaciones para las diferentes situaciones que se presentan en la clínica terapéutica de niñxs y adolescentes. 



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  • Artículos de opinión (Op-ed)

El vaivén de la aceptación

  • 27/09/2023
  • Fabián Maero

¿Cómo harías vos si estuvieras en mi lugar? –me pregunta un amigo que está pasando por un momento difícil, sabiendo que en lo inmediato las cosas van a empeorar antes de mejorar. Mi amigo pertenece a mi oficio, así que no me está preguntando por técnicas. Me está preguntando qué haría con tanto dolor yo, que he recibido mi porción de sufrimiento, como todos.

Puedo darte dos respuestas –le digo– la profesional y la personal. La primera es que lo aconsejable es aceptar incondicional y radicalmente el dolor. Es, después de todo, el postulado de todos los modelos psicoterapéuticos que lidian con estas cuestiones.

La respuesta personal, sin embargo, difiere. Cierto fundamentalismo de la aceptación quiere que toda evitación sea considerada como problemática. La verdad es que a cada dolor que me ha tocado lo he atravesado con un vaivén: aceptar de a ratos, evitar de a ratos –un vaivén entre contacto y alejamiento, como un barco en un mar tormentoso inclinándose a babor y estribor. Dejarme atravesar por el dolor una parte del tiempo, distraerme con un libro o la compañía de mis amistades el resto del tiempo.

Entiendo las razones del fundamentalismo de la aceptación: es tan ubicua y poderosa la presión social y cultural para distanciarse de todo dolor que a menudo es necesario desplegar una fuerza igualmente terca e indoblegable en la dirección opuesta. Sobrecorregir, si se me perdona el desagradable neologismo, es algo con frecuencia necesario en psicoterapia cuando se lidia con años o décadas de práctica en evitar.

En un mundo de estridentes y rotundos blancos y negros, lo matizado y sutil tiende a quedar ahogado.

Pero atravesar un dolor, como todo en la vida, es una cosa de matices, de gradaciones, de un cierto vaivén. Las cosas que duelen imponen un peaje de dolor a pagar, pero a veces puede ser más gentil pagarlo de a poco. Acercarse y hacerle lugar, tomar distancia para recuperar fuerzas, acercarse nuevamente, buscar un abrazo comprensivo que distraiga y ayude a pasar el día, y así. El vaivén que nos saca del barro.

La compasión también requiere flexibilidad suficiente para acompañar el vaivén que esta persona, en este momento, bajo estas circunstancias, es capaz de desplegar frente a este dolor.

Artículo publicado en Grupo ACT y cedido para su republicación en Psyciencia.



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  • Recursos para Profesionales de la Psicología

Aceptación (ilustración)

  • 20/09/2023
  • David Aparicio

Azurahistorietas ha creado una estupenda ilustración de 8 imágenes de la aceptación desde ACT. Me gustó mucho para compartirla con mis pacientes y recordarles los principios de aceptación y cómo practicarlo.

Haz clic en el botón de la derecha dentro de la imagen para ver todas las ilustraciones.

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Recordando que es la aceptación

La aceptación es un concepto fundamental dentro de la Terapia de Compromiso y Aceptación (ACT). Esta forma de terapia se basa en la premisa de que el sufrimiento humano surge de los intentos de evitar o controlar los pensamientos y emociones dolorosas. La aceptación, por otro lado, implica permitir y abrazar plenamente estas experiencias internas.

La aceptación en ACT no significa resignación o pasividad. Más bien, se trata de una actitud activa y consciente de enfrentar nuestras dificultades sin luchar contra ellas. Implica aprender a convivir con nuestros pensamientos y emociones desagradables en lugar de tratar de eliminarlos o suprimirlos.

La aceptación nos invita a ser compasivos con nosotros mismos y a permitirnos experimentar todas nuestras emociones, incluso aquellas que consideramos negativas. Se trata de aprender a amar y aceptar todas las partes de nosotros mismos, incluyendo nuestras imperfecciones y debilidades.

La aceptación en ACT también se extiende a nuestras circunstancias y a los eventos externos que escapan a nuestro control. En lugar de resistir o luchar contra lo que está sucediendo en nuestras vidas, podemos practicar aceptar las cosas tal como son y adaptarnos a ellas de la mejor manera posible.

Cultivar la aceptación desde la perspectiva de ACT no es siempre fácil, pero puede proporcionar una mayor paz y libertad en nuestras vidas. Al permitir que nuestros pensamientos y emociones fluyan sin resistencia, podemos liberar energía que antes gastábamos en luchar contra ellos. Esto puede permitirnos dirigir nuestra atención hacia lo que realmente importa y vivir de acuerdo con nuestros valores más profundos.

Artículo recomendado: ¿Qué es la aceptación? Terapia de aceptación y compromiso (video)



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  • Salud Mental y Tratamientos

La pregunta que no debes hacer en terapia

  • 22/08/2023
  • David Aparicio

Está bien. Sé que el titulo es un poquito exagerado. No es la peor pregunta del mundo, pero hoy quiero reflexionar un poco sobre la forma en que iniciamos las sesiones. Hablo del clásico: “¿Cómo te fue en la semana?”, y sus variantes. Esta pregunta en realidad no tiene nada de malo por naturaleza, expresa interés por escuchar a la persona, pero en la consulta es una pregunta demasiado abierta y poco útil para ayudar a los consultantes que tienen problemas para mantenerse enfocados en las sesiones, poca motivación y dificultades para progresar en el tratamiento.

Al utilizar un lenguaje preciso y al planear muy bien nuestras intervenciones evitaremos distraernos con pequeños problemas que surgen entre sesiones y nos mantendrá a nosotros y a los consultantes en los objetivos del tratamiento.

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  • Análisis

Los cimientos de la defusión

  • 07/08/2023
  • Fabián Maero

De tanto en tanto me encuentro con colegas trabajando defusión de una forma de la cual creo que, sin ser necesariamente incorrecta, omite del proceso algo fundamental. Dicho de manera general, se trata de abordar la defusión como si fuera sólo un conjunto de ejercicios y técnicas para lidiar con pensamientos indeseados (lo cual usualmente significa “pensamientos que la terapeuta preferiría que la paciente no tuviera”): aparece un pensamiento que molesta, se lleva a cabo un procedimiento (digamos, repetir cien veces una palabra clave del pensamiento), el pensamiento deja de molestar.

Creo que esta es una forma un tanto rudimentaria de comprender la defusión –motivo por el cual tiende a ser más frecuentemente exhibida por quienes están dando sus primeros pasos en el modelo de flexibilidad psicológica, o por quienes sólo buscan alguna técnica rápida para salir de algún atasco clínico. El problema es que así abordada, como una especie de antídoto contra pensamientos particulares indeseados, la defusión se diferencia más bien poco de una intervención de reestructuración cognitiva.

Creo que el error radica en pasar por alto que, ante todo, la defusión involucra una mirada característica sobre los efectos y funcionamiento del lenguaje y sus productos. Las intervenciones y técnicas son meramente recursos para comunicar, explorar, y actualizar esa perspectiva que debe encarnarse transversalmente en todas las interacciones que suceden en sesión, en lugar de quedar reservada al momento en que se realiza algún ejercicio o actividad clínica. Sin la adopción cabal de esa perspectiva, las técnicas particulares de defusión carecen de cimientos y pueden incluso resultar inconsistentes con el resto del modelo. Sin ella creo que nos perdemos lo mejor que la defusión tiene para ofrecerle a la tarea clínica.

Esa perspectiva se deriva directamente de la posición pragmática respecto al lenguaje y sus productos –en cierto sentido es la traducción clínica de esa filosofía. Una perspectiva de defusión es un cierto tipo de perspectiva pragmática. Querría hoy señalar algunos de sus aspectos que creo centrales, sin que la enumeración sea exhaustiva, claro está. Son condiciones necesarias, mas no suficientes.

Opacar el lenguaje

En primer lugar, la perspectiva defusionada implica imbuir en la terapia una cierta conciencia del lenguaje, de sus productos y de sus efectos; implica conciencia de la profundidad con la cual el lenguaje afecta y moldea todo lo que experimentamos.

Esto es necesario porque la mayor parte del tiempo el lenguaje (la conducta verbal y sus productos, digamos más técnicamente), nos resulta completamente transparente: vemos el mundo a través de interpretaciones, comparaciones, evaluaciones, etc., como si no estuvieran allí; tratamos a las interpretaciones como si fuera hechos y no construcciones; reificamos constructos y conceptos y los tratamos como eventos naturales en lugar de construcciones o abstracciones. Es decir, la mayor parte del tiempo no nos percatamos de que nuestro contacto con el mundo no es directo sino mediado, al menos parcialmente. Un aspecto crucial para que la defusión funcione es entonces destacar la mediación del lenguaje en la experiencia humana, destacar que “ahora vemos como por un espejo, oscuramente”, como señala la tradición bíblica. La pregunta apropiada frente a una experiencia particular no es si está afectada por el lenguaje, sino de qué manera lo está.

Vale la pena señalar que no basta con que el terapeuta sepa que el lenguaje es omnipresente (creo que ni siquiera hace falta señalarlo porque es ya un lugar común en la psicología académica). Esta perspectiva debe ser explorada por los pacientes –como sucede con un paisaje, es preferible apreciarlo de manera directa en lugar de conocerlo exclusivamente a través del relato de otra persona. Por este motivo es que se emplean intervenciones y recursos clínicos cuyo fin es volver al lenguaje más opaco y por tanto más visible: registrar ocurrencias de interpretaciones, evaluaciones, y comparaciones, y sus efectos en la conducta; etiquetar para amplificar la percepción de la actividad verbal (“estoy teniendo un pensamiento que dice…”); explicitar creencias y reglas implícitas; observar pensamientos, etcétera. Es decir, actividades clínicas cuya función principal es apreciar la omnipresencia del lenguaje.

Desconfianza

Otro aspecto de esa perspectiva, estrechamente ligado al anterior, consiste en una suerte de persistente desconfianza hacia el lenguaje. Se trata de la herencia del nominalismo pragmático en la clínica. Una suerte de sospecha, de mirada de desconfianza hacia el lenguaje atraviesa todo el trabajo clínico de defusión. Por eso se trata siempre de tomar al lenguaje con ligereza, con un grano de sal, sin tomárnoslo completamente en serio. Nuestra perspectiva tiende al silencio, a la contemplación del lenguaje, no a una mayor elaboración. Sabemos que eliminar el lenguaje es imposible y completamente indeseable, pero intentamos minimizar sus efectos, minimizar la hipertrofia verbal, al tiempo que aumentamos el contacto con el resto de la experiencia: el cuerpo, los sentidos, el momento presente.

Como observación lateral, quizá sea este el punto de mayor divergencia con las miradas psicoanalíticas: claramente compartimos el interés por el impacto del lenguaje en los fenómenos clínicos, pero nuestra forma de proceder al respecto no es sumergirnos en él y explorar significados posibles, sino movernos con distancia y con cierta reticencia, como frente a una serpiente venenosa, cuidándonos de no perder contacto con el resto de la experiencia, con los fines últimos, con lo somático –por ello el dispositivo del diván, que enfatiza sólo la palabra hablada, perdiendo contacto con el resto de lo corporal y perceptual, sería impensable para nuestra perspectiva. Reducir el efecto del lenguaje interpretando y construyendo nuevos significados nos resulta similar a intentar apagar un fuego soplando: útil para llamas pequeñas, contraproducente para las llamas grandes.

También la perspectiva de defusión difiere de la mirada cognitiva, que busca más bien corregir el lenguaje, eliminando o rectificando todo tipo de sesgos y distorsiones del pensamiento. La perspectiva de defusión, en cambio, si bien admite de buen grado el señalar las distorsiones cognitiva, lo hace para señalar la insuficiencia del lenguaje, en lugar de confiar en que rectificarlas sea suficiente para resolver el grueso de los problemas a los que el lenguaje nos lleva. La racionalidad no alcanza para no atascarse. Seguro, detectar que un pensamiento es un sesgo puede ayudar a dejarlo ir y conectarnos con lo que el mundo tiene para ofrecer, pero empecinarse en alcanzar un recto pensamiento puede en no pocos casos llevar a mayor enredo verbal y pérdida de vitalidad.

Por ello nos ocupamos de auspiciar una cierta actitud de desconfianza hacia el lenguaje, empleando recursos tales como convenciones alternativas de lenguaje que señalen la arbitrariedad de sus efectos (reemplazar “pero” por “y”, por ejemplo), actividades que pongan de manifiesto la insuficiencia del lenguaje para captar aspectos cruciales de la experiencia, invitando a tomar con liviandad y escepticismo a evaluaciones y comparaciones, en lugar de explorarlas o corregirlas. Se trata de una actitud más bien afín a la posición budista de sospecha hacia la mente y pensamientos.

El futuro

Un tercer aspecto de esta perspectiva está relacionado con los criterios para establecer el sentido de los pensamientos. Cotidianamente asumimos que un enunciado es verdadero si es coherente con otros enunciados o si se corresponde con un estado de cosas anterior a su emisión. En cierto sentido, su sentido está en la correspondencia con el pasado, sea con enunciados o eventos previos. Pero la mirada pragmática añade a esto la consideración por los efectos futuros de la acción guiada por el enunciado: la máxima pragmática asume que el sentido de una proposición está en los efectos producidos por las acciones guiadas por ella.

Como escribe Dewey: “Verdadera es la idea que funciona a la hora de conducirnos a lo que se intenta decir (…) cualquier idea que nos transporte felizmente desde cualquier parte de nuestra experiencia a cualquier otra, vinculando entre sí cosas satisfactoriamente, operando de modo seguro, simplificando, ahorrando trabajo, es verdadera justamente por eso, verdadera en esa medida”. Digamos, incluso un enunciado simple como “el agua moja” puede verse como válido de dos maneras diferentes: como un enunciado sustentado en el pasado, en un estado de cosas anterior, o como una suerte de promesa –digamos, que si pongo un pañuelo en el agua se mojará. La mirada defusionada adopta esta segunda posición y se pregunta, para cualquier enunciado, no si se corresponde con otros pensamientos o estado de cosas previas, es decir, no si refleja el mundo, sino cuáles son los efectos de actuar siguiendo ese pensamiento. No basta con “tener razón”, en el sentido de describir adecuadamente el mundo pasado, sino que es necesario considerar si actuar de acuerdo a ese enunciado será la mejor manera de llegar al mundo futuro deseado.

Quizá un ejemplo sirva: la validez una creencia como “soy un mal psicólogo” puede considerarse en función de experiencias pasadas (a cuántas personas se ha ayudado), o indagando sus relaciones con otras creencias previas (por qué se piensa eso, qué relación tiene con otras creencias y pensamientos, etc.). La mirada pragmática no desdeña esa perspectiva (es, después de todo una mirada histórica y contextualizante), pero, considerando que toda creencia es un producto de lenguaje, es decir, algo de lo cual desconfiar en principio, le añade una dimensión que podría aplicarse más o menos así “si fueras a actuar siguiendo ese pensamiento, ¿te llevaría a un mundo en el cual querrías vivir?”. Es decir, explora los efectos que podríamos esperar si la acción se guiase por ese pensamiento. Todo pensamiento, todo enunciado, se considera en relación con una acción (o un patrón de acción) y sus efectos en el mundo y los valores personales deseados, en lugar de sólo considerar si es válido en función de condiciones previas.

En otras palabras, la mirada pragmática añade una dimensión de futuro a todo enunciado y lo examina no en su mera coherencia interna, sino en relación con las acciones de las personas actuando en contextos históricos particulares.

Cerrando

Como mencioné al inicio, estos puntos abarcan solo algunos aspectos de la mirada defusionada en la clínica. Otros procesos de flexibilidad psicológica pueden trabajarse de manera discreta: en cualquier sesión podemos tocar aceptación en una sesión o no hacerlo, explorar valores, o no hacerlo, etcétera. Pero en todo el trabajo clínico, a cada paso, lidiamos con el lenguaje, motivo por el cual es engañoso considerar que defusión es algo que puede implementarse con algunas técnicas o intervenciones aisladas. Si a lo largo de la terapia, durante horas y horas de trabajo, nuestra actitud general hacia el lenguaje y sus productos es una incompatible con la perspectiva pragmática con los aspectos que acabamos de bosquejar (sumando los que hemos dejado fuera), de poco servirá implementar un par de ejercicios para reducir el impacto de pensamientos. Tratar de contrarrestar esas decenas de horas con veinte minutos de ejercicio parece tarea vana.

Es preferible, en cambio, infundir en todo nuestro trabajo clínico y de manera transversal esta perspectiva, de manera que los ejercicios e intervenciones sean un énfasis de algo que despliega en todo el tratamiento, en lugar de una intrusión acotada e inusual. Los ejercicios de defusión deberían de sentirse como una extensión natural del resto de las interacciones terapéuticas, una parte integrada de una mirada coherente que atraviesa y estructura toda la tarea clínica.



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  • Análisis

Explicar, ilustrar, muestrear

  • 24/07/2023
  • Fabián Maero

De tanto en tanto suelo repetir que el curso clínico típico de una buena parte de las terapias contextuales puede describirse como una suerte de aprendizaje de habilidades. Es decir, lo que de manera general se intenta propiciar es que la paciente adquiera o generalice formas de respuesta más efectivas para lidiar con las situaciones clínicamente relevantes –habilidades tales como defusión, tolerancia al malestar, autocompasión, modo metacognitivo, etcétera. Como consecuencia de esto una preocupación central de estos modelos es cómo transmitir esas habilidades con efectividad a los pacientes, y a ello dedican una buena parte de su repertorio técnico de intervenciones y recursos clínicos.

Ahora bien, una habilidad no es meramente una idea ni un insight sino más bien un repertorio coordinado de conductas que pueden aprenderse, corregirse, y mejorarse. Dicho algo pomposamente, no involucra una lógica de descubrimiento ni de reparación sino una lógica de construcción. Uno no descubre, de manera puramente intelectual, cómo andar en bicicleta o a atarse los cordones, sino que es una habilidad que debe construirse laboriosa y a veces dolorosamente.

Que las terapias se basen en el aprendizaje de habilidades tiene consecuencias directas sobre el proceder clínico. Una idea o concepto puede transmitirse muy bien de manera verbal o por diálogo socrático, pero una habilidad no se presta tanto a ello. Digamos: explicarle a una persona cómo nadar y acto seguido tirarla al agua no es un muy buen procedimiento pedagógico (salvo que uno quiera deshacerse permanentemente de dicha persona, claro está). Con un ejemplo más clínico: no es lo mismo saber que prestarle atención al momento presente es algo deseable que dominar la habilidad de llevar la atención al momento presente cuando es necesario. Por este motivo es que las terapias contextuales enfatizan tan a menudo el uso de procedimientos experienciales, intervenciones que requieren que las pacientes lleven a cabo actividades más allá del mero diálogo clínico.

Sin embargo, aunque una habilidad no puede reducirse a una idea o concepto, su transmisión tampoco es puramente experiencial. Digamos, si bien no se enseña a nadar sólo hablando de nadar, guiar la enseñanza con indicaciones verbales puede facilitar y acelerar mucho el proceso de aprendizaje (“intentá no ahogarte”, o algo así, no soy instructor de natación). La situación en el ámbito clínico es similar: ideas “todas las emociones son normales”, “tratarse compasivamente es una mejor manera de vivir”, “los pensamientos no son hechos”, etcétera, representan conceptos clínicamente relevantes que pueden facilitar el aprendizaje de las habilidades. Es decir, la conversación clínica puede resultar extraordinariamente útil para dominar una habilidad.

Ahora bien, hay varias formas de transmitir conceptos clínicamente relevantes, y creo que explorarlas puede ayudarnos a tener una mejor percepción de nuestro uso del lenguaje en el consultorio, así que querría dedicar estas líneas a ello. Creo que es posible identificar al menos tres grandes estilos de utilizar el lenguaje para la transmisión de conceptos y habilidades, a los que podríamos llamar explicación, ilustración, y muestreo, y que identificar sus características pueden ayudarnos a ser más efectivos clínicamente. Así que si me lo permiten, vayamos artículo adelante, prometo intentar que sea lo menos doloroso posible.

Explicar

Un estilo muy común de transmitir un concepto es explicarlo, es decir, describirlo o proporcionar información sobre el mismo. Por ejemplo, para explicar el concepto de “rojo”, podríamos decir que se trata de uno de los colores primarios, el resultado de percibir luz con una longitud de onda de entre 619 y 790 nanómetros, y cuyo color complementario es el cian.

Esta forma de transmisión se aproxima a lo que usualmente se denomina psicoeducación en psicoterapia –si bien en sentido estricto el término se refiere a la provisión didáctica de información sobre un diagnóstico y su tratamiento, en la práctica suele denominar a cualquier transmisión de información clínicamente relevante.

Explicar es por regla general la forma más precisa de transmitir un concepto, la que menos se presta a equívocos, y por ello es abrumadoramente utilizada en entornos académicos. Abran cualquier libro de texto de psicología y lo que encontrarán en su mayoría serán explicaciones de las ideas y conceptos involucrados. Por ejemplo, el análisis en cadena –la versión de DBT de un análisis de la conducta– es explicado de esta manera en un manual para pacientes: Un análisis de cadena examina la cadena de eventos que lleva a conductas ineficaces, así como las consecuencias de aquellas conductas que pueden dificultar cambiarlos. También te ayuda a averiguar cómo reparar el daño.

La explicación como vía de transmisión de conceptos es precisa y generalizable, pero tiene un talón de Aquiles: es abstracta, más bien árida. Tanto la definición de rojo como la de análisis en cadena que he ofrecido aquí son precisas y aplicables a múltiples situaciones, pero no son particularmente memorables.

Creo que esto puede entenderse así: explicar un concepto es relacionarlo, no con alguna experiencia en particular, sino ante todo con otros conceptos. Explicar es relacionar abstracciones. Es un camino económico, generalizable, preciso, pero abstracto y de poco impacto si no se cuenta con una íntima familiaridad con las abstracciones involucradas. Si no estoy familiarizado con los conceptos de longitud de onda y nanómetros, la definición de rojo como la percepción de “luz con una longitud de onda de entre 619 y 790 nanómetros” me resultará más bien opaca. Una abstracción es una suerte de resumen de la experiencia –y si alguna vez han intentado estudiar una materia utilizando sólo resúmenes sabrán de primera mano que tienden a brindar un contacto más bien superficial con el tema en cuestión.

Pese a ello, éste tiende a ser el recurso por defecto que emplean terapeutas de diversas orientaciones cuando necesitan transmitir algún concepto clínicamente relevante a sus pacientes. Lo explican, brindando definiciones, información, argumentos, y la cosa queda allí. Le explicamos a una paciente qué es la aceptación, qué es el contacto con el presente, que los pensamientos no son hechos, etcétera, y esperamos, a menudo en vano, que eso tenga algún impacto clínico. El resultado usual en las pacientes es una variación de un enunciado que todos hemos escuchado en algún momento: “lo entiendo, pero no sé qué hacer con eso en mi vida”.

Creo que privilegiamos este estilo porque es el que suele primar en entornos de enseñanza: los conceptos se explican. Es exactamente lo que estoy haciendo en estos momentos: explicando conceptos abstractos. En esos contextos, un estilo más abstracto puede resultar más útil que uno concreto, porque es más generalizable. Esto es un principio general de las abstracciones – por ejemplo, el teorema de Pitágoras, justamente por ser abstracto, es aplicable a cualquier triángulo rectángulo particular con el que nos encontremos. Las explicaciones son más difíciles de aprender, pero a cambio son más generalizables.

Explicar, por ejemplo, el concepto de momento presente a terapeutas en entrenamiento les permitirá aplicarlo en más contextos y de maneras más variadas y flexibles que si sólo se los hace meditar sin explicación alguna. Pero creo que esto también ocasiona que cuando en la clínica tenemos que transmitir un concepto, nuestro primer impulso es replicar el estilo en el cual lo hemos recibido y por ello terminamos explicándolo.

En otras palabras, explicar un concepto es una forma muy poco experiencial de transmitirlo, y por ese motivo las terapias contextuales suelen tener una considerable aversión hacia los estilos conversacionales que se apoyan fuertemente en la explicación. Por supuesto, esto no quiere decir que la explicación sea algo a evitar en entornos clínicos, en absoluto. Creo que es necesario, eso sí, entender el impacto que este y otros estilos de conversación clínica tienen, para así poder emplearlas más deliberadamente.

La explicación generaliza descontextualizando, y eso es algo muy útil para aplicar conceptos que deben aplicarse en múltiples contextos, pero si no queremos ejercer una suerte de “psychosplaining” en terapia es preferible usarla con mesura y acompañándola de otras formas de transmisión de conceptos.

Ilustrar

Otro estilo de transmitir un concepto es ilustrándolo, es decir, describiendo casos o historias particulares que exhiban patentemente las características que se quieren destacar. Por ejemplo, en lugar de solo explicar el concepto de “rojo” en su sentido más técnico, se lo puede además ilustrar añadiendo que se trata del color de la sangre o de las cerezas.

Una ilustración relaciona a un concepto o mensaje terapéutico no con otros conceptos, como en la explicación, sino más bien con alguna experiencia particular que encarna un aspecto del mismo. Esto puede consistir en ofrecer un ejemplo (“el rojo es el color de la sangre”), o recurriendo una metáfora o analogía (“el rojo es el color de la tibieza del sol”), pero en cualquier caso se recurre a una experiencia sensorial particular. Cuando decimos, por ejemplo que las emociones pasan como las olas en el mar, estamos ilustrando analógicamente la transitoriedad de las emociones.

Es su carácter experiencial lo que lleva a que el empleo de metáforas e historias sea un componente destacado de las terapias contextuales, ya que le añaden a los conceptos abstractos un componente de experiencia tangible.

Creo que hay dos dimensiones clave en una ilustración que alteran su eficacia: su especificidad y su familiaridad. La primera se refiere a qué tan genérico es el caso o ejemplo utilizado, y a grandes rasgos diría que una ilustración es más efectiva cuanto más específica sea. Decir que los pensamientos van y vienen como vehículos es menos ilustrativo que decir que los pensamientos pasan como los trenes en la estación Carranza de la línea D del subterráneo de Buenos Aires a las nueve de la mañana. Es la diferencia entre preguntar algo como “si tuviera peso, ¿qué peso tendría ese pensamiento?” y preguntar “¿cuántos paquetes de harina pesaría ese pensamiento?”, es decir, apuntando a una ilustración en ambos casos, pero con mayor especificidad en la segunda.

Otro aspecto clave de la ilustración es que depende crucialmente de la familiaridad que la persona tuviere con la experiencia en cuestión empleada para ilustrar el concepto. Por ejemplo, Russ Harris, en un video que circula en las redes, ilustra la defusión de pensamientos comparándola con observar un tren de sushi en un restaurant, tan solo viendo pasar las piezas. La analogía no es incorrecta, pero apela a una experiencia que no es muy frecuente en nuestros contextos (creo que debo haber visto esos aparatos dos veces en mi vida, con suerte), lo cual la vuelve menos eficaz. Similarmente, el ejemplo del subterráneo que acabo de utilizar probablemente tenga un impacto diferente en alguien que lo utiliza todos los días que en una persona que vive en una población rural y no ha visto un subterráneo más que en fotos.

Muestrear

El muestreo (también podríamos llamarlo sampleo, siendo que el término está bastante extendido en el ámbito de la música) es utilizar el lenguaje no para explicar ni para proporcionar un ejemplo descriptivo o analógico de la experiencia, sino para proporcionar una suerte de contacto directo con alguna forma de la experiencia relevante.

Si han visto alguna vez un muestrario de telas o alfombras, esa suerte de libros que contienen pequeños retazos de cada tela para poder apreciar su textura y color, han estado frente a una instancia de muestreo: se les proporciona no una descripción ni una foto de la tela, sino un fragmento de ella. En clínica, empleamos un estilo de muestreo cuando disponemos las cosas de manera tal de proporcionar directamente algunas características de las experiencias en cuestión.

Por ejemplo, al trabajar defusión con un paciente puedo explicar la diferencia conceptual entre una evaluación y una descripción, puedo ilustrarla con un ejemplo (digamos, comparando “bueno” con “rojo”), o puedo proporcionar una muestra de cada una directamente en la sesión, tomando algún objeto del consultorio e invitando a discriminar entre algunas evaluaciones y descripciones posibles para ese objeto.

Esto no aplica solo a lo que transmitimos, sino también a lo que invitamos a hacer. Por ejemplo, si un paciente nos dice algo como “me pongo ansioso en situaciones sociales” podemos pedirle que nos describa un episodio concreto que haya atravesado, o podemos muestrear la experiencia en el momento presente invitándolo a imaginar que está en una situación social y contactando con lo que aparece.

Por supuesto, no hay una diferencia tajante entre ilustración y muestreo, ya que en ambos casos se recurre a una experiencia, pero en el caso del muestreo la experiencia se presenta más directamente en el aquí y ahora. Creo que es más fácil muestrear que explicar la diferencia:

El rojo es el rojo es resultado de percibir luz. con una longitud de onda de entre 619 y 790 nanómetros.

El rojo es el color de la sangre, el color de calidez.

Esto es rojo.

Observaciones y cierre

Estos tres estilos no son excluyentes sino complementarios. Creo que una buena transmisión, en el ámbito que fuere, es aquella que entreteje habilidosamente explicaciones, ejemplos, y muestras del tema en cuestión.

Cada estilo tiene distintas fortalezas y debilidades. La explicación tiende a ser más precisa y generalizable, por lo que puede ser preferible para transmitir información que requiere ante todo claridad y minimizar malentendidos. En contraste, el abuso de la explicación lleva a interacciones clínicas que se sienten “vacías”, poco experienciales, sesiones que más se parecen a una clase teórica.

El ejemplo y el muestreo tienen a favor el ser más directos y evocativos, pero a cambio pueden resultar bastante más ambiguos. Es el problema de las definiciones ostensivas: si para comunicarle el significado de la palabra “perro” a quien no habla castellano le señalo un perro, corro el riesgo de que esa persona entienda que la palabra “perro” quiere decir “animal”, “mascota”, o “cuadrúpedo” (tal como cuenta la leyenda que pasó con el nombre de la península de Yucatán, que querría decir “no te entiendo” frente a la pregunta española “¿cómo se llama este lugar?”). Similarmente, realizar un ejercicio para muestrear una habilidad o concepto, sin explicación, corre el riesgo de pasar por alto los objetivos o aspectos claves del ejercicio. Por ejemplo, invitar a prestarle atención a la respiración a una persona que desconoce absolutamente todo de mindfulness, sin explicarle nada del objetivo de la actividad, corre el riesgo de que la persona lo tome por un ejercicio de relajación o de respiración, en lugar de una actividad orientada a la atención.

Por mi parte, creo que tendemos a utilizar excesivamente la explicación porque es el estilo que nos resulta más familiar, el menos confuso, y el que menos trabajo requiere, pero es el estilo que menos resuena emocionalmente, el menos memorable, y el que requiere más destreza intelectual por parte de los pacientes para ser eficaz.

Tengo un recuerdo, probablemente exagerado y erróneo pero de todos modos representativo, de un video que he visto hace varios años. Se trataba de la filmación de una sesión magistral en la cual un terapeuta experimentado en cierto modelo de terapia trabajaba con un paciente con trastorno de pánico. En un momento de la sesión, el terapeuta se puso de pie y se fue caminando hasta un pizarrón cercano que se había emplazado a ese efecto, y en él empezó a trazar flechas y gráficos mientras seguía explicando, graficando las relaciones conceptuales entre los componentes del pánico, mientras el paciente, sentado en silencio a varios metros del terapeuta, escuchaba y asentía durante lo que me pareció una eternidad. No hay nada que me resulte más lejano de lo que querría en una interacción terapéutica: un terapeuta absorto en la explicación de conceptos abstractos, completamente desconectado de la persona con la que está trabajando.

En contraste, he asistido a más de una actividad experiencial completamente deficitaria de explicaciones, en las cuales las personas salían conmovidas, sí, pero habiendo deducido un rango de conclusiones que iban desde haber entendido cómo se preparaba una pastafrola hasta la mejor manera de invertir en bolsa. La experiencia sin guía puede resultar extremadamente confusa, y la pura emocionalidad de una actividad no es testimonio de su efectividad.

Mi sugerencia es modesta: al transmitir una idea o concepto (en el ámbito clínico, pero creo que aplica a cualquier ámbito de transmisión), puede ser útil notar cuándo estamos explicando, cuándo estamos dando un ejemplo, y cuándo estamos proporcionando una muestra del asunto. Una explicación ordena y generaliza, un ejemplo ancla el concepto a una experiencia familiar, y un muestreo brinda un contacto directo con algún aspecto del concepto. Ocuparse de esos tres aspectos puede ayudar a transmitir más eficazmente los mensajes terapéuticos clave.

Artículo publicado en Grupo ACT y cedido para su republicación en Psyciencia.



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