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Artículos de opinión (Op-ed)

212 Publicaciones

La opinión es una creencia subjetiva, y es el resultado de la emoción o la interpretación de los hechos. Una opinión puede ser apoyada por un argumento, aunque las personas pueden dibujar las opiniones opuestas de un mismo conjunto de hechos. Este artículo representa la opinión del autor y no necesariamente de aquellos que colaboran en Psyciencia.

  • Artículos de opinión (Op-ed)

Lo que aprendí de la crisis cuando estuve en crisis

  • Rita Arosemena P.
  • 01/10/2015

Hace poco leí en un libro (Rayuela, de Cortázar) el siguiente párrafo:

“El lenguaje, al igual que el pensamiento, procede del funcionamiento aritmético binario de nuestro cerebro. Clasificamos en sí y no, en positivo y negativo (…) Esta insuficiencia del lenguaje es evidente, y se deplora vivamente. ¿Pero qué decir de la insuficiencia de la inteligencia binaria en sí misma? La existencia interna, la esencia de las cosas se le escapa. Puede descubrir que la luz es continua y discontinua a la vez, que la molécula de la bencina establece entre sus seis átomos relaciones dobles y que sin embargo se excluyen mutuamente; lo admite, pero no puede comprenderlo (…)  Para conseguirlo, debería cambiar de estado, sería necesario que otras máquinas que las usuales se pusieran a funcionar en el cerebro, que el razonamiento binario fuese sustituido por una conciencia analógica que asumiera las formas y asimilara los ritmos inconcebibles de esas estructuras profundas”

Lo primero que he aprendido de la crisis estando en crisis es que el desarrollo del pensamiento científico ha sido un logro tremendo para la humanidad y una sepultura para el hombre. Para ser justos, cierto tipo de hombre. Para ser justos y exactos, cierto tipo de hombre y mujer.

El avance de las ciencias ha conducido a una manía generalizada por la exactitud, la seguridad y paz interior que da saber que las cosas son o no son; funcionan o no funcionan; me quieren o no me quieren. El problema, claro está, no reside en esa comprensible tendencia a buscar una respuesta lo más verídica posible para cada cosa, sino en las estructuras mentales que definen lo que es una verdad, estructuras tan cerradas y reacias al cambio que llevan al forjamiento de personalidades igualmente inflexibles, un: “Las cosas son así, porque siempre lo han sido”.

El fenómeno del “O es blanco o negro” lo vivimos todos en los primeros años de la infancia, quizás algunos en mayor intensidad y con mayores repercusiones a lo largo de la vida, pero es indudablemente una vivencia compartida, y que se ve con mayor frecuencia en las escuelas (fábricas) que se rigen por sistemas de educación retrógradas (fabricación).

El filósofo argentino José Pablo Feinmann sintetiza a la perfección la política educativa de la que son víctimas (y hemos sido víctimas) generaciones enteras:

“Eso no se toca”

“Eso no se dice”

“Eso no se hace”

Y el: “¿por qué no?” es ignorado, cruelmente, con un: “porque no”.

No es de extrañar que el resultado de esta pseudo-educación sea la proliferación de modelos en serie, sociedades carentes de pensamiento crítico y esclavas de la verdad que los focos de poder esparcen sobre ellas, verdades que son verdad, obviamente, porque sí.

A nivel individual, el producto resultante son sujetos adiestrados por el sistema para creer ciegamente en la existencia de verdades absolutas en todos los ámbitos de la vida, un sí rotundo, un no irrevocable… Y eso lo confundimos con la determinación y el alcance de la madurez, un logro que la sociedad aplaude.

Entonces, viene la crisis.

Pero ¿qué es la crisis?

La corriente psicodinámica de Enrique Pichón-Riviére concibe la crisis como algo plenamente útil y necesario, una oportunidad para aprender, para expandir los horizontes de la vida. La crisis sobreviene como resultado de todo evento que despierte en el individuo una sensación de insuficiencia, de incapacidad de afrontamiento efectivo. Lo curioso de la crisis es que suele ser desatada por algo tan común como el cambio, el derrocamiento de una verdad.

Una persona que vive de crisis en crisis es, por ende, alguien que se abrazaba a un infinidad de verdades que fueron progresivamente cayendo una tras otra, pero que además se siente dentro de sí incapaz de hacer frente a ese despertar que, sin duda, es doloroso.

Seguir siendo o empezar a ser constituye uno de los mayores dilemas de la existencia humana, y que común —y curiosamente— es visto como un problema. El problema de ya no poder ser lo que éramos. El gran problema de ser empujados por una sombra fuera de nuestra zona de comodidad… Un miedo atroz al cambio que proviene de ese esquema de pensamiento binario y de la creencia ilusoria en una permanencia antinatural.

Y esto es algo más que he aprendido de la crisis estando en crisis: la mucha razón que tenía Heráclito al escribir que: “Todo se mueve, todo fluye. No se puede bajar dos veces al mismo río. Bajamos y no bajamos. Somos y no somos”. En la mañana estaba seco y en la noche estoy mojado, porque en el transcurso de la tarde llovió. Uno no se queda añorando miserablemente la comodidad de la ropa seca, se cambia de ropa.

Habría que desarrollar con menos vergüenza el pensar como un niño, el atreverse a decir: “A lo mejor es blanco, y negro, y gris, y rojo. Todo a la vez. Una y otra vez”.

Habría que ser menos rígido con uno mismo, abrir los ojos a las complejidades que hay en la mismísima ciencia (una cosa curiosa llamada principio de incertidumbre) y en el mismísimo universo (una cosa curiosa llamada antimateria). ¿Con qué cara vernos al espejo día a día y limitarnos a una sola posibilidad, sabiendo que hay un punto en que incluso los físicos se detienen y dudan, porque “Quién sabe”?

La enseñanza final que me ha dejado la crisis es que todo, incluso lo que aflige y atormenta, esconde oportunidades infinitas —una vez derrumbados los muros y el propio temor a lo desconocido— para reinventarse a uno mismo y levantarse de entre las ruinas siendo algo hermoso y mucho más fuerte.

Desde luego que la crisis sería más llevadera si ejercitáramos con mayor frecuencia el pensamiento divergente y a lo mejor un poco de locura en dosis adecuadas. Al fin y al cabo, tal vez Edgar Allan Poe tenía razón: “Todavía no se ha resuelto la cuestión de si la locura es o no la forma más elevada de la inteligencia”. 

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  • Artículos de opinión (Op-ed)

La expresión de emociones

  • Nova Altamirano Psicología
  • 23/09/2015

¿Alguna vez te has preguntado qué son las emociones o para qué sirven?

Con las prisas del ritmo de vida actual parece complicado tener tiempo para pasarse en estos temas. Con suerte tenemos algún minuto para pensar en algo que no sea trabajo. Pero, ¿esto a la larga nos viene bien?

Si pensamos en emociones nos pueden venir a la mente imágenes, sensaciones, recuerdos, etc. Sin embargo, es complicado definir lo que son. Poner palabras a este concepto. Igual que es difícil definir qué son, también puede resultar complicado expresarlas, comunicarlas y compartirlas con otros.

Sólo tenemos que hacer una simple pregunta para comprobarlo: ¿qué sientes? o ¿qué sentiste?

Os animo a hacerle esta pregunta a alguien conocido. La respuesta puede ser algo parecido a: “Estoy bien; estoy mal…” Si no tiramos del hilo y seguimos insistiendo, las respuestas no suelen ser muy elaboradas. Automáticamente puede ir seguida de explicaciones racionales, de motivos acerca de por qué, cómo y cuándo. A su vez, las explicaciones normalmente vienen de la mano de detalles e información.

Ante nuestra pregunta pueden sólo respondernos “mal” y en cambio contarnos con todo lujo de detalles el acontecimiento que los puso mal, muchas veces con diálogos incluidos.

¿Y qué significa “mal”? Estar “mal” no es lo mismo para una persona que para otra. Aquí entra la subjetividad de cada uno, y podemos estar dejando de lado un montón de información importante.

Ponemos etiquetas muy generales a nuestros sentimientos: “Estaba enfadado, sentí rabia, estaba nervioso”. Generalmente no ponemos más de un calificativo a lo que expresamos, aunque muchas veces por dentro existan multitud de matices y diferencias.

A lo mejor no nos hemos percatado de los diferentes sustantivos y adjetivos que podemos utilizar para expresar lo que nos sucede. Y de todo lo que perdemos al no expresarlo. No sólo que la otra persona pueda entender mejor qué nos pasa, si no el beneficio que conlleva para nosotros.

Por otro lado, quizá esto se deba a que no estamos acostumbrados a hacerlo. En cambio, el expresar razonamientos lógicos, buscar motivos y respuestas, es algo que sí hacemos en nuestro día a día. Hacerlo es valioso en nuestra sociedad y somos premiados por ello.

Recibimos desde pequeños muchos conocimientos, lecciones básicas para la vida, pero a veces andamos algo escasos de educación emocional. No se nos enseña a expresar y a canalizar lo que sentimos. Se supone que no es importante o que tenemos que aprender a hacerlo de manera intuitiva.

Así es como llegamos a adultos y, si bien tenemos una formación, no sabemos cómo expresar y resolver nuestras emociones.

En cambio, de una manera más o menos explícita se dan mensajes de que hay que controlar las emociones y de que no es bueno que los demás las conozcan, ya que puede ser un signo de debilidad.

En el caso de los hombres, por razones culturales y de estereotipos, este mensaje suele estar más presente. Se les exige un control extra en todo lo relacionado con lo emocional. Se ha identificado un ideal de hombre alejado de su parte emocional. Como si un hombre lo fuera más por negar sus emociones.  Están tan presentes en los patrones de educación, que sin apenas darnos cuenta estos mensajes se interiorizan y en mayor o menor medida nos los llegamos a creer.

Las emociones tienen su importancia, utilidad y parte en nuestra salud. Por ejemplo, la ansiedad nos ayuda a movilizar nuestros recursos ante algo incierto. Como si nos agudizara el ingenio. Trabajar bajo cierta presión nos ayuda a rendir más. La tristeza y lo que conlleva, nos facilita el pararnos a reflexionar sobre lo que nos ha pasado. Ni hablar de los beneficios de estar alegre. Cada emoción tiene su función.

Si intentamos negarlas o no prestarles la atención adecuada, tarde o temprano van a aflorar. De ahí que muchos puedan tener episodios de descontrol de su ira o enfado. O que de repente nos veamos desbordados por algún acontecimiento que no tiene en sí mismo tanta importancia.

Hay que aprender a hablar de lo que sentimos, buscar palabras a aquello que nos acontece por dentro. Algunas personas encuentran útil escribir lo que les pasa, ya que le ponen nombre y forma a aquello que les preocupa. Es una manera de procesarlo y elaborarlo.

Otra forma de expresar sentimientos de una manera útil para nosotros es hacerlo a través del arte o el deporte. Incluso mediante el teatro o la dramatización.

Una persona emocionalmente sana es aquella que sabe percibir sus emociones, expresarlas y canalizarlas de algún modo. Cada uno puede encontrar el modo en que las elabora mejor, no hay fórmulas mágicas. Pero el ponerle palabras ya nos ayuda.

A la larga nos va a beneficiar en todos los ámbitos de nuestra vida, debemos tomarlo como un hábito bueno para nosotros y ofrecerle la importancia que se merece.

Artículo originalmente publicado en Nova Altamirano Psicología y cedido a Psyciencia para su publicación.

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  • Artículos de opinión (Op-ed)

«La torta» Una rica metáfora sobre el cambio

  • Gabriela Wabeke
  • 17/09/2015
sliced cake on plate

Querido lector, lo invito a pensar una situación determinada. No se preocupe, el ejemplo que voy a usar es bastante cotidiano y no le llevará mucho tiempo realizar este ejercicio. ¿Se anima? Aquí vamos: 

Usted tiene una receta para preparar una torta, y como es de costumbre en las personas que amamos los dulces y anhelamos comerlos, respetamos cada paso de dicha receta. De esta manera, usted va al supermercado, compra los ingredientes exactos (la harina, los huevos, el azúcar, ¡no nos olvidemos de la esencia de vainilla!, etc.) y regresa contento, dispuesto a preparar el bizcochuelo. 

Una vez en la cocina, mezcla todo como la receta le dice que debe hacerlo y hornea exactamente como se le explica, a la temperatura precisa, los minutos correctos.

Ahora lo invito a pensar lo siguiente, una vez que transcurrió el tiempo que se supone debe esperar para que su tan amada torta esté lista, usted la saca del horno, espera unos minutos para desmoldarla, la dispone y decora como más se le antoja, se prepara una buena taza de café, y cuando finalmente la saborea algo inesperado sucede, algo no está bien… ¡la torta no le gusta! 

No, no está fea, no es esa la razón, simplemente la torta no le gusta. No es la torta que usted tanto imaginó y quería. En ese momento, ¿qué haría?, ¿qué pensaría?, ¿qué sentiría? Quizás se aventure a imaginar que se cometió algún error en el proceso, podría suceder que algunos de los ingredientes no se encontraran en buen estado. Pero, ¿es eso tan probable? En ese momento, ¿se sentiría desilusionado? ¿De qué? ¿De la torta o de la receta? Porque al fin y al cabo ESA torta es resultado de ESA receta. 

¿Y si la culpa la tiene el horno? ¿O como pensamos, los ingredientes que compró? Pero, lo cierto es que ese es el horno que usted tiene y esos son los ingredientes que puede conseguir. ¿Cambiaría el horno o viajaría más lejos para conseguir otros ingredientes porque UNA receta lo dice? 

Creo, mi estimado lector, que toda esta marejada de preguntas podría concluir con la siguiente: ¿seguiría usted repitiendo indefinidamente el proceso hasta que la torta salga como «se supone»? Después de probar una y otra vez y comprobar que la receta no le da la torta que usted quiere, ¿seguiría echándole la culpa a los ingredientes, al horno, a sus habilidades como cocinero, etc.? Podría darse una segunda oportunidad y volver a preparar la torta otro día, pero si ya se tomó el trabajo de hacerlo bien la primera vez, ¿tendría un sabor diferente la segunda torta?

¿Qué tal si se anima a probar… con otra receta?

Usted y yo sabemos que no estamos hablando de tortas y dulces. Este ejercicio es una forma amable de acercarse a una problemática muy común: en la vida cotidiana las personas solemos manejarnos con la lógica de que ciertas recetas son la garantía para alcanzar eso que tanto buscamos. Ya sea porque heredamos una receta familiar o porque la sociedad las impone como las únicas recetas a seguir, lo que importa es que existen personas que se encuentran atrapadas comiendo una torta que tanto no les gusta (no lo olvide, una persona con indigestión no suele ser una persona feliz).

Así que quisiera finalizar el ejercicio con la invitación a que antes de desilusionarse de la realidad, usted pueda animarse a desilusionarse -un poco- de sus expectativas. 

¡Buen provecho!

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  • Artículos de opinión (Op-ed)

Avatares del amor: De la huida ante el sufrimiento a los celos patólogicos

  • Luis Hornstein
  • 09/09/2015

Comprender sin encasillar

“Clínica” es el conjunto de prácticas y saberes con que lidiamos no solo con enfermedades y “trastornos” sino con el sufrimiento (el evitable y el inevitable).

Necesitamos ideas-herramientas que se adecuen a la clínica, que nos urge, que nos desborda desde hace tiempo. El consultante actual es un sujeto maltratado, con sufrimientos devastadores, con falta de proyectos. Sin embargo, no son pacientes predominantemente graves los que atiendo en mi consultorio sino pacientes que están atravesando traumas y duelos muchos de las cuales tienen que ver con lo histórico-social.

El cuerpo social parece anestesiado, y si un ciudadano habla de “ideales” los que están alrededor pensarán que es un cordero o un lobo con piel de cordero. Los ideales parecen haber desaparecido pero el dolor está ahí. En las atestadas consultas psicológicas de hospitales públicos, obras sociales y prepagas. En los consultorios privados. Una sociedad anestesiada y unos laboratorios ávidos ofrecen pastillas mágicas. En un medio carcomido por el paco y por los pacos de dinero sucio, los psicofármacos son “drogas legales”.

No se puede prescindir de la psicopatología ni se debe sobrestimarla. Es nada más (y nada menos) que un bosquejo que ayuda a aprehender algo de una realidad. Y la realidad pide afirmaciones provisionales, más que afirmaciones que compitan con la realidad. Las abstracciones pueden conducir al encasillamiento.

Marean la cantidad de partidos que se presentan a las elecciones si como la cantidad de indómitos síntomas que no se dejan arrear fácilmente a los tres corrales (neurosis, perversión, psicosis). Ante el mareo hay soluciones baratas y caras. Las caras evitan el reduccionismo pero nos obligan a estudiar. El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales , conocido como dsmv, es uno de los intentos de evitar el mareo. Fue ideado para encontrar un mínimo común divisor, un esperanto, entre distintas corrientes de la psiquiatría y la psicología. Soslayando el conflicto instaló la paz, una paz que se parece a la del sepulcro. La psicología se ocupa de pasiones y sufrimientos. El dsm v no ha logrado aquietarlos, los ha anestesiado mediante categorías que tranquilizan al psiquiatra, pero no aquietan las tormentas subjetivas (Hornstein, 2006).

No se puede prescindir de la psicopatología ni se debe sobrestimarla

La clínica ha sido psicopatologizada. Cosificar es otro de los modos del reduccionismo. Se cosifica cuando no se puede entender o cuando no se quiere entender. Propongo un eslógan: la clínica es más extensa que la psicopatología. De un paciente puedo ver los síntomas, las inhibiciones, la angustia… pero también cómo procesó ciertos duelos, qué sentido del humor tiene, que posibilidades tiene para sobreponerse. La clínica escucha la subjetividad de cada paciente en lo que tiene de potencialidad, de creativo, de duelos superados, de situaciones difíciles que vivió, padeció y a las que consiguió tramitar creativamente. Cuando cosifica, escribe actas de defunción y mata lo que estaba vivo.

La turbulencia de los vínculos

¿Estamos al día? ¿Cómo es hoy nuestra subjetividad? ¿Un mecanismo de relojería, como lo era en el siglo XVIII? ¿Una entidad orgánica, como en el XX? Hoy la metáfora para entender la subjetividad es la de flujo turbulento. Para atemorizarnos pero también para estimularnos tomaron protagonismo el “flujo turbulento” y lo no predecible. En matemáticas, irrumpió la geometría fractal. En termodinámica, se privilegiaron los sistemas fuera del equilibrio. En biología, la teoría de los sistemas autoorganizadores productores de orden a partir del ruido.

Liberadas del determinismo clásico, las teorías actuales han dejado lugar a la diferencia como factor de creación y cambio. La historia no es mera repetición, ni despliegue de lo ya contenido en el pasado; incluye acontecimientos no predeterminados. No existen sólo sistemas cerrados y cerca del equilibrio sino también sistemas abiertos para los que el equilibrio significa la muerte.

Beck dice que vivimos en una “sociedad de riesgo”. Cuando la incertidumbre se incrementa se hace imposible hasta imaginar el día de mañana. Han estallado las normas tradicionales y el individuo no sabe a qué atenerse. Se le exige ser exitoso en diversos planos: económico, estético, sexual, psicológico, profesional, social, etc.

En la postmodernidad se rechazan las certidumbres de la tradición y la costumbre, que habían tenido un papel legitimante. La identidad y los vínculos devienen precarios al perderse anclaje cultural junto con puntos de referencia internos.

En un mundo fascinado por el éxito individual, el rendimiento y la excelencia, hay tensiones muy fuertes entre las imágenes ideales y la realidad de lo que se vive. No está mal aspirar al éxito. Éxito viene de exitus, que en latín quiere decir salida. Salida del gueto, del encierro. Algunos actúan como si los únicos valores fueran el poder económico, el estatus profesional o el reconocimiento mediático. Algunos piensan que estos son los valores oficiales. Otros buscan una restauración retornando a los valores tradicionales (nacionalismo, familiarismo, fundamentalismo, integrismo) o en la búsqueda de ideales de una new age.

Pensar que jugar bien al ajedrez es una demostración de inteligencia mientras que plasmar una vida afectiva feliz es un asunto sentimental, bueno, pensar así quizá no sea pensar

No hay tanto una crisis de valores como una crisis del sentido mismo de los valores y de la aptitud para guiarnos. ¿Cómo orientarnos en este laberinto? Esa crisis no es sólo la de los marcos morales heredados de las grandes confesiones religiosas, sino también la de los valores laicos que les sucedieron (ciencia, progreso, emancipación de los pueblos, ideales solidarios y humanistas). Ya no existe un patrón fijo sino que los valores fluctúan en un amplio mercado.

A partir de la Ilustración, los modernos ambicionaron sentar las bases de una moral independiente de los dogmas religiosos, exaltando el ideal ético y magnificando la obligación del sacrificio de la persona en el altar de la familia, la patria o la historia. Las obligaciones hacia Dios fueron transferidas a la esfera humana, pero los modernos no rompieron con la tradición moral. Fue después, a mediados del siglo XX, cuando surgió la sociedad posmoralista que rechaza al deber y propicia la felicidad. Se desvaloriza el ideal de abnegación y se sobrevaloriza la felicidad.

En un comienzo, el pensamiento postmoderno atrajo a las minorías (mujeres, afroamericanos, homosexuales, etc.), con su entusiasmo por el derecho a ser diferente. “Dios ha muerto, el sujeto ha muerto, y yo no me encuentro nada bien”, decía un grafiti. La modernidad identificó la inteligencia con la razón, cuya meta es la universalidad y la posmodernidad con la creación estética. No tenemos por qué optar. Hace rato que se dice que la inteligencia consiste en resolver problemas. Los problemas que importan son complejos. Pensar que jugar bien al ajedrez es una demostración de inteligencia mientras que plasmar una vida afectiva feliz es un asunto sentimental, bueno, pensar así quizá no sea pensar (Hornstein, 2011).

A la decadencia del optimismo tecnológico le corresponde una pulverización del sujeto convirtiéndolo en un zombi, en un espacio flotante: una disponibilidad pura adaptada a la aceleración de los mensajes provenientes de los medios de comunicación masivos. Habríamos arribado al “fin de la cultura sentimental, fin del happy-end, fin del melodrama y nacimiento de una cultura cool en la que cada cual vive en un bunker de indiferencia” (Lipovestsky).

Ahora hay familias ampliadas, nucleares, monoparentales, homosexuales, etc., y familias típicas (típicas de antes) y personas que extrañan la “familia tradicional” y a veces son intolerantes con las otras. Caídos los dogmas, tenemos que conformarnos con creencias, convencimientos, fe, teorías, hipótesis y opiniones. Y disfrutar de ellos y soportar que a veces no sepamos a qué atenernos.

Huida ante el sufrimiento

El hombre actual sufre por no querer sufrir. Quiere anestesia en su vida. Simples dificultades las considera sufrimientos. La moral y la felicidad, ya no están enfrentadas, lo que actualmente resulta inmoral es no ser feliz. Allí donde se sacralizaba la abnegación, tenemos ahora la evasión; donde se privilegiaba la privacidad, tenemos la violencia mediática. El clima de euforia sumerge en la vergüenza a los que sufren. “Conviértase en su mejor amigo”, “Piense en positivo”… Por cualquier medio hay que “tener onda”, ser divertidos. La felicidad es el nuevo orden moral. Junto con el mercado de la espiritualidad es una de las mayores industrias de la época.

¿Pero qué es  “sufrir”? Sabemos que hay sufrimientos inevitables. Como también hay sufrimientos neuróticos. Se nos muere alguien querido, nos rechaza alguien que nos importa, alguien hace algo que nos decepciona… Todas pérdidas. Pero también son pérdidas ser despedidos del empleo, quebrar en una empresa… El otro está presente, aun más que en la alegría. Está presente una distancia: entre antes y ahora, entre realidad y fantasía. Eso duele. Es un dolor sano, que a veces se intenta extirpar con distintos psicofármacos, con alcohol o con otras conductas de evasión.

A la decadencia del optimismo tecnológico le corresponde una pulverización del sujeto convirtiéndolo en un zombi

¿De que sufren la mayoría de los que nos consultan? De lesiones en los encuentros con el otro (otros). “Desde tres lados amenaza el sufrimiento. Nos amenaza, sigue diciendo, “desde el cuerpo propio, que, destinado a la ruina y la disolución, no puede prescindir del dolor y la angustia como señales de alarma: desde el mundo exterior, que puede abatir sus furias sobre nosotros con fuerzas hiperpotentes, despiadadas, destructoras; por fin, desde los vínculos con otros seres humanos. Al padecer que viene de esta fuente los sentimos tal vez más doloroso que a cualquier otro”(Freud,1930). Para el diccionario “sufrir” es “sentir físicamente un daño, un dolor, una enfermedad o un castigo; sentir un daño moral; recibir con resignación un daño moral o físico”. El diccionario, por supuesto, no hace juicios de valor. No dice si el sufrimiento es un capricho, ni si es evitable o inevitable, curable o incurable Es obvio que hay sufrimientos inevitables. Pero no es tan obvio que también sufrimos innecesariamente, neuróticamente.

El sufrimiento es la experiencia de una persona enfrentada a la pérdida, al rechazo, a la decepción que le impone alguien significativo. El sufrimiento es una necesidad porque obliga a reconocer la diferencia entre realidad y fantasía. Y es un riesgo porque, si aumenta hasta lo insoportable, la persona puede retraerse de todo lo que la afecta.

El sufrimiento prolongado se anestesia con desinterés. El desinterés empobrece las relaciones. En los duelos llamados normales, se desinviste un objeto para preservar la posibilidad de investir nuevos objetos.

Decretar vanos nuestros compromisos afectivos proponiendo la paz y la serenidad a los tumultos de la vida no se halla en el aislamiento. Entre la insípida calma y vida intensa, votamos por la vida intensa, con complicaciones, expuestos al azar. Por eso el amor, aunque sea fuente de las mayores alegrías, no se puede confundir con la felicidad, porque su espectro abarca una gama de sentimientos infinitamente más amplia; el éxtasis, la dependencia, el sacrificio, los celos. Es la experiencia que  puede empujarnos al abismo o llevarnos a las más altas cumbres. El amor supone que aceptemos sufrir por y a causa del otro, de su indiferencia, su ingratitud o su crueldad.

Tener relaciones sin compromisos profundos, desarrollar cierta indiferencia afectiva, ese sería el perfil de Narciso. El miedo a la decepción traduce a nivel subjetivo lo que Lasch llama “la huida ante el sentimiento”. Si hay cool sex, si los celos y la posesividad están desprestigiados es para llegar a un estado de indiferencia, de desapego, para protegerse de las decepciones amorosas.

Si investigamos la causalidad psíquica, vemos la intervención de la causalidad biológica y de la cultural. Nadie ha podido postular ninguna inferencia lineal entre lo que se sabe del cerebro y la subjetividad. Hay fronteras. Para el psicoanálisis y para las neurociencias. Es un campo a explorar. No tenemos bibliografía específica (y las neurociencias tampoco). Habrá que crearla. Estamos obligados a pensar el psicoanálisis, con la física, la biología, las neurociencias, las ciencias sociales, la epistemología de hoy.

Nadie ha podido postular ninguna inferencia lineal entre lo que se sabe del cerebro y la subjetividad

En cuanto a las causalidades hay que evaluar que el infantilismo y la victimización son dos modos de la irresponsabilidad. Intentan eludir las consecuencias de los propios actos, de gozar de los beneficios de la libertad sin dar nada a cambio. Infantilismo es la actitud y la conducta de un adulto que pretende ser protegido como un niño. Combina una exigencia de seguridad con una avidez sin límites y evita cualquier obligación. Victimización es presentarse como damnificado. Puede ser un efecto indeseado del psicoanálisis. Al demostrar que el ser humano es movido también por fuerzas que no conoce (lo inconsciente), la responsabilidad puede quedar del lado de los demás (mi infancia desgraciada, mi madre “castradora”, mi padre ausente) (Hornstein, 2013).

Aceptar o poseer al otro

¿Qué es el amor? No siempre es beberse los vientos. A veces es cuidar que no nos barran los vientos. Construye un refugio, cuando pone barreras a la soledad devastadora. Amar es carecer, es aspirar a poseer, es sufrir si no se es amado, es depender del amor y la presencia del otro. ¿Pero qué querrá decir “poseer” al otro? En verdad, ¿nos adueñamos del otro?  Los otros no son pasivos. Como lo sabe el que amó y no fue correspondido. Algunas personas se prestan a ser colonizados pero la mayoría exige reciprocidad.

Al principio del enamoramiento todo nos parece maravilloso en el otro: después se va marchitando. Se trata del mismo individuo, pero uno soñado, deseado, esperado, ausente…, y el otro presente. El uno brilla por su ausencia, el otro es mate por su presencia. Breve intensidad del enamoramiento, larga duración del amor (Hornstein, 2011).

Estamos obligados a pensar el psicoanálisis, con la física, la biología, las neurociencias, las ciencias sociales, la epistemología de hoy

Pero abordemos las parejas que se sienten relativamente felices. ¿Se quieren hoy más que ayer pero menos que mañana? No es lo frecuente. Continúan deseándose y su amor es placer más que pasión: han sabido transformar la locura amorosa de sus comienzos en gratitud, en lucidez, en confianza, en cierta felicidad de compartir. La ternura es una dimensión de su amor, pero no la única. Existe también la complicidad, el sentido del humor, la intimidad, el placer explorado y reexplorado; existen esas dos soledades cercanas, habitadas la una por la otra, existe esa familiaridad, existe ese silencio, existe esa apertura de ser dos, esa fragilidad de ser dos. Hace tiempo que renunciaron a ser sólo uno. Han pasado del amor loco al amor a secas y estaría errado quien viera esto solo como una pérdida o como una banalización.

Los celos implican miedo. Miedo a perder una relación o un lugar privilegiado o exclusivo. André Comte-Sponville señala: “El envidioso querría poseer lo que no tiene y otro posee; el celoso quiere poseer él solo lo que cree que le pertenece”. Los celos patológicos se basan en una concepción errónea de lo que es una relación afectiva. Parten de una concepción primitiva: amar consistiría en poseer y aceptar el amor de un celoso o celosa sería aceptar la sumisión a su enfermiza posesividad. Los celos acarrean siempre sufrimiento, provocan ansiedad por la anticipación de la pérdida. Los celosos nunca disfrutan de su alegría: se limitan a vigilarla. El celoso teme que sus cualidades no basten para retener a su pareja. De ahí la voluntad de examinar, intimidar y aprisionar.

Bibliografía

Freud, S. (1930): El malestar en la cultura, A.E. Tomo XXI.

Hornstein, L. (2006): Las depresiones, Paidós, Buenos Aires.

Hornstein, L. (2011): Autoestima e identidad, FCE, Buenos Aires.

Hornstein, L. (2013): Las encrucijadas actuales del psicoanálisis, FCE, Buenos Aires.

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  • Artículos de opinión (Op-ed)

Perder a un ser querido

  • Dani Bruno
  • 08/09/2015

Al principio, no te crees que no esté ahí, no lo aceptas, están demasiado cerca los recuerdos, parece que te contagian, aunque realmente sólo sean recuerdos intangibles. Estás con la “inercia emocional del tiempo”.

Pronto llega el abismo, es cuando estás más consciente del presente de la pérdida. Te sientes como un luchador sin armas. El abismo está ahí y tarde o temprano hay que pasarlo. Cuando salen las emociones es cuando toca recorrer, o más bien caer, en ese abismo que ha quedado pendiente. Es necesario conocerlo y recorrerlo, sólo.

Algo después, se acepta la pérdida, y las emociones salen a borbotones, como piedras por una tubería metálica que deben de dejarse ir. Hay mucho dolor, al ser tan recientes las vivencias, parece que se pueden vivir los recuerdos de nuevo, pero estás ahí, siendo consciente de la ausencia.

Algo después, se acepta la pérdida, y las emociones salen a borbotones

Más adelante aprendes que todo el sufrimiento es necesario. Se puede llegar a una comprensión de la vida que da un sentido espiritual. Se llega a “saborear el sufrimiento”, esto es algo que se consideraba tabú hasta hace poco, y que sólo parece tolerarse, ya hoy en día, precisamente en los duelos y con cierta licencia (a ser posible profesional).

Cuando aparecen recuerdos se produce un momento personal, espiritual, el tiempo pasa más despacio y todo se valora de otra forma, es como si conectaras con algo más sabio y más grande, con la Vida. La conexión supone un fuerte alivio, ante la falta de la presencia de quien ya no está.

Recordando, visualizamos, y la imaginación nos hace sentir que la persona está aquí mismo, la mente entonces se relaja y genera sensaciones liberadoras que pueden ayudar a seguir avanzando. Puede ser automático o se puede tomar por costumbre, como una droga, que queremos controlar por dosis poco a poco en momentos puntuales cuando sabemos que lo necesitamos, aunque el control es ilusorio. Se transforma en una válvula de escape temporal.

Compartir experiencias entre personas en igual situación ayuda mucho a comprender

La cicatriz queda, siempre está ahí, nunca se olvida, pero ahora vemos que tiene cierta belleza. El recuerdo se va diluyendo con el tiempo, se van acumulando experiencias y se va cubriendo la superficie, formando una base emocional no sólo del dolor sino del tránsito por ese duelo. El tiempo no tiene el poder de cambiar esa base emocional, pero sí que la protege y la cubre para que se mantenga a un nivel profundo y que podamos seguir el día a día manejando diferentes emociones necesarias para vivir.

Compartir experiencias entre personas en igual situación ayuda mucho a comprender. Es necesaria cierta comprensión más allá de la lógica habitual. Sin embargo es recorrido de forma solitaria, a manera y al ritmo de cada uno. Aunque la pérdida sea compartida por personas con un vínculo muy estrecho, sus emociones sólo se comparten en momentos especiales, que son tabú socialmente, ya que la tristeza compartida, como si de algo malo se tratara, sigue siendo mal vista. Como si se pudieran compartir momentos de alegría en común, pero no de tristeza. Algo parecido pasa con el pensamiento que alguno pudo haber tenido al ver el título, “¿Por qué voy a leer este ensayo si habla de algo malo?” es natural pensarlo, porque es lo que nos han enseñado.

Quizás tenerlo como un tema tabú no sea tan natural como pensamos, la muerte es natural y ocurre siempre. Quizás si alguien pierde a un ser querido y quiere compartir algo, está esperando que se le escuche y no que se le juzgue según lo que presupone una sociedad llena de problemas.

La sociedad está más enferma que cualquiera de nosotros. Sólo está esperando que nosotros la mejoremos.

Dani Bruno escribe en su blog personal y puedes visitarlo aquí para tener mayor información. 

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  • Artículos de opinión (Op-ed)

Cómo el diván de Sigmund Freud cambió la historia

  • David Aparicio
  • 07/09/2015

El divan de Freud es uno de los iconos de la popular cuando se habla de la psicoterapia. Hoy en día hay diferentes terapias que se apartan del método de Freud. Pero es interesante saber cuales son los orígenes del diván y por qué Freud lo eligió. La BBC publicó articulo sobre ello y te comparto algunos fragmentos.

El diván del primer psicoanalista fue una cama de día de origen victoriano, según se cree entregado como regalo a un neurólogo austríaco que luego sería el padre del psicoanálisis: Sigmund Freud.

El sillón fue un donativo de una agradecida paciente llamada Madame Benvenisti y Freud lo recibió en 1890.

Es robusto y sólido, cubierto con una pesada tela multicolor iraní y decorado con unos cojines bien gastados.

“Es la pieza de mobiliario que más fácilmente se asocia con mujeres victorianas como Florence Nightingale o Elizabeth Barrett Browning”, dice Iván Ward, curador del Museo de Freud en Londres.

Freud utilizó el diván en su consulta médica antes de los días del psicoanálisis.

Experimentó con toda clase de recursos, desde electroterapia hasta masajes y baños terapéuticos, aunque finalmente terminó abandonando todas esas técnicas porque no existía evidencia de que estuvieran teniendo éxito con sus pacientes.

No fue sino hasta que su idea de la “libre asociación” se combinó con las teorías freudianas de psicoanálisis que el sillón realmente asumió un rol propio.

Freud creía que su técnica – pedirle al paciente que se acueste, sin hacer contacto visual, y pedirle que diga lo primero que se le viene a la mente- podía aportar nuevas ideas para su método psicoanalítico.

El diván ayudó a crear un ambiente que era a la vez clínico e intimista, lo que permitió que el paciente explorara libremente sus ideas y pensamientos y construyese un cuadro con el que el psicoanalista podía empezar a trabajar.

Puedes leer el artículo completo de la BBC aquí.

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  • Artículos de opinión (Op-ed)

Ser Psicooncólogo

  • Aprende Viendo Terapia
  • 03/09/2015

Cuando eres psicooncólogo y te preguntan a qué te dedicas, sueles encontrar dos tipos diferentes de respuesta o de reacción: están los que no saben lo que es o no sabían que existía y los que te hacen comentarios del tipo “ay qué pena”, “qué valor”, “yo no podría”, “¿y qué les dices?”.

La psicooncología, así como las funciones que realiza un psicooncólogo, es una especialidad muy desconocida por eso quiero aprovechar esta entrada para hablaros un poco de ello.

tenemos que hacer frente a momentos muy duros

La psicooncología es un campo interdisciplinar de la psicología y las ciencias biomédicas. Se dedica a la prevención, el diagnóstico, la evaluación, el tratamiento, la rehabilitación, los cuidados paliativos y la etiología del cáncer. Además se ocupa de la mejora de las competencias comunicativas, de la interacción de los sanitarios y de la optimización de los recursos para promover servicios oncológicos eficaces y de calidad (Cruzado, 2003)

Los psicólogos en Oncología desarrollamos nuestra labor en cinco áreas distintas: la prevención, la evaluación clínica, el tratamiento psicológico, el personal sanitario y la investigación (Cruzado, 2010).

La prevención es muy importante pues nos permite hacer promoción de estilos de vida saludable y realizar educación para la salud. Mediante la prevención normalizamos sus preocupaciones y sus emociones y exploramos, combinándola con la evaluación, si tiene algún factor de riesgo al que tengamos que estar atentos. En esta evaluación valoramos entre otras cosas la adaptación a la enfermedad y al tratamiento, la comprensión de la información, su estado emocional, su calidad de vida, el apoyo familiar y social.

El tratamiento psicológico va desde la psicoeducación, el control de estados de ánimo negativos y la solución de problemas hasta la intervención familiar, el afrontamiento de los tratamientos e incluso los problemas sexuales.

Otra de nuestras funciones es prestar apoyo al personal sanitario mediante la formación y la intervención individual o grupal si fuese necesaria.

También es importante la investigación de factores psicológicos implicados en el cáncer y de eficacia de la evaluación y tratamientos psicológicos.

Con todo lo anterior, cabría esperar que todos los hospitales tuvieran un servicio de psicooncología pero no es así. Muchos de ellos no lo tienen y derivan a estos pacientes y a sus familiares a psiquiatría cuando la gran mayoría de ellos no cumplen los criterios de ningún trastorno psicológico sino que están tristes, preocupados, impactados con la noticia y no saben muy bien qué hacer y cómo afrontar todo lo que trae consigo un diagnóstico de cáncer, una recidiva o incluso el alta después de muchos meses con tratamiento activo.

Pero ser psicooncólogo es mucho más que eso. Para mí es acompañar a una paciente que acaba de ser diagnosticada mientras la preparan para el ingreso, ayudar a un padre a averiguar la manera de seguir ejerciendo de padre de sus hijos pequeños desde el hospital, dar sustento a una familia que tienen a su ser querido en coma desde hace dos meses, enseñar a relajarse a una paciente que tiene fobia a algunas de las pruebas médicas, ayudar a un abuelo a despedirse de sus hijos y nietos y acompañar a estos en la habitación llegado el momento del fallecimiento o ayudar a una madre a “estar más animada” para ayudar a su hija a preparar su boda que es dentro de cuatro meses.

Con frecuencia, tenemos que hacer frente a momentos muy duros como cuando a esa madre de la que os hablaba le han dado un pronóstico de vida de menos de un año y los efectos secundarios de los tratamientos paliativos la impiden disfrutar de los preparativos.

Hay pacientes que te marcan aunque sólo compartas con ellos tres sesiones

Es muy reconfortante ver como tras la primera sesión reflexiona sobre lo que puede hacer ella para cuidarse y encontrarse mejor y en la siguiente te da las gracias porque sin “nuestra charla” no se habría animado a ir al médico y pedir que le cambien la medicación para el dolor y que le manden algo para poder dormir mejor.

Recuerdo que en la segunda sesión le hice la pregunta que tantas veces le había oído hacer a mi tutor a sus pacientes cuando se acercaba el final: “En estos meses que te quedan, ¿quieres que te ayude a morir o quieres que te ayude a vivir?”. Ella respondió que los papeleos de la herencia y del banco ya estaban todos hechos y que en cuanto a sus seres queridos ya estaba todo dicho. Quería que le ayudara a estar más animada, a salir, a sonreír y a ser la de siempre también ahora. En la tercera, hablamos del legado. Quería darle una sorpresa a su hija para el día de su boda que le quedara como recuerdo suyo. Desgraciadamente esa fue la última vez que nos vimos. Falleció dos meses antes del gran día.

Hay pacientes que te marcan aunque sólo compartas con ellos tres sesiones. Lo importante, lo que permanece, es el saber que les has acompañado durante todo el camino y has ayudado a aliviar parte de ese sufrimiento haciéndoles saber que no están solos.

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Muchas veces me emociona escuchar que mis pacientes por fin están en remisión completa después de lo mucho que han luchado o cuando les dan el alta después de muchas semanas o meses ingresados. También lo hace el enterarme de una recaída o de que han fallecido. El día que deje de afectarme sabré que algo estoy haciendo mal.

Es posible que a esta altura de la entrada alguno os estéis haciendo las preguntas que todos los que nos dedicamos a esto nos hemos hecho en algún momento: ¿y si no valgo para esto?, ¿y si me supera?, ¿y si no soy capaz de manejar el estar tan en contacto con el sufrimiento? Si os estáis planteando el dedicaros a la oncología yo, por mi propia experiencia, os recomiendo empezar con el voluntariado. Hay muchas asociaciones que dan la oportunidad de realizar voluntariado en los hospitales bien con adultos como la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) o con niños como la Asociación de Padres de niños con Cáncer (ASION).  Puede ser que a raíz de la experiencia veáis en la Oncología vuestra vocación y os animéis a formaros el ello o que os guste pero no tanto como para dedicaros a ello y queráis seguir únicamente como voluntarios.

Autora: Estefanía Romero es psicóloga especializada en Psicooncología y en Psicología de urgencias, emergencias y catástrofes. Durante su carrera profesional ha trabajado en la Fundación ANAR (Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo) como psicóloga orientadora  y ha realizado prácticas en el Hospital La Paz como psicooncóloga. Compagina su labor con el voluntariado en varias asociaciones.

Artículo previamente publicado en Aprende Viendo Terapia y cedido a Psyciencia.

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  • Artículos de opinión (Op-ed)

¿Existe la envidia de la buena?

  • Clotilde Sarrió
  • 01/09/2015

¿Qué es la envidia?

La envidia es un sentimiento de admiración totalmente distorsionado que se asocia al deseo de poseer ‘algo’ (incluso el éxito) que pertenece “al otro”, y también el deseo de que “el otro” deje de tener o disfrutar de ese ‘algo’. También deberíamos incluir en el concepto el resentimiento que aparece en el envidioso si no logra ambos objetivos (conseguir lo del “otro” y que el “otro” deje de tenerlo)

Si la envidia implicara ‘solo’ el deseo de poseer lo que tiene “el otro”, no sería ‘necesariamente’ mala. Es mas, podría hasta ser un acicate de superación personal que permitiera, observando a los demás, conocer un modelo a seguir e imitar. En tal caso, hay hasta quien habla de una “envidia buena o positiva”, lo que para mí es un craso error semántico, pues para describir la imitación y la identificación como mecanismos de maduración personal, el léxico psicológico dispone de términos mas adecuados que el de la envidia, un vocablo que irremediablemente se relaciona con uno de los siete pecados capitales. Y un pecado no puede ser “bueno” ¿verdad?.

¿Existe una envidia sana y otra insana?

Coloquialmente, se utiliza el término “envidia sana” como un eufemismo, poco afortunado, con el que se expresa la admiración o el deseo ‘sano’ de tener la misma suerte que una persona que suele formar parte del circulo social próximo al envidioso. Resulta curioso que la mayoría de las personas, cuando se refieren a la fortuna o el éxito de personajes famosos y alejados de su realidad, suelen hablar de ‘admiración’, ‘deseo’, ‘me gustaría…’, en lugar de utilizar el término “siento envidia sana por fulanito o fulanita…”.

Un pecado no puede ser “bueno” ¿verdad?

 

Tal vez, lo mas adecuado sería hablar de: Sea como fuere, en el binomio “envidia sana” contiene dos términos claramente contradictorios, pues si, llegado el caso, la admiración llega a convertirse en envidia, es muy difícil que ésta sea “sana” (si es que en realidad existe; y recordemos además que es un ‘pecado’).

  • Envidia positiva (en la que admiramos y deseamos lo que posee “el otro”).
  • Envidia destructiva (en la que se desea que “el otro” deje de tener aquello que se ansia poseer).

Desde una perspectiva psicológica y psiquiátrica no es aventurado afirmar que, al igual que sucede con otros sentimientos como el miedo o la tristeza (que pueden convertirse en trastornos patológicos como las fobias o las depresiones respectivamente) también el sentimiento de la “envidia” puede derivar en un conflicto de tipo neurótico, y hasta psicótico en el peor de los casos, si no se controla adecuadamente por el individuo.

Envidia patológica

La envidia puede llegar a ser un problema grave cuando se convierte en la emoción central que rige la vida del individuo. Hay síntomas que alertan de ésta situación, por ejemplo, cuando el sufrimiento es tan intenso que genera ira por el deseo de despojar al rival de sus posesiones. Son situaciones en las que se puede llegar a la violencia física o a actos delictivos de cualquier tipo sobre todo si el envidioso es incapaz de regular y controlar sus emociones.

La envidia puede llegar a ser un problema grave cuando se convierte en la emoción central que rige la vida del individuo

Si bien hay características de la personalidad que predisponen a la envidia, consideremos que los factores socio-culturales y ambientales juegan también un papel importantísimo en la creación de la personalidad patológica del envidioso.

Su perfil (el del envidioso) sería el de una persona con una baja percepción de su auto-valía, que no se gusta a si mismo, egocéntrica, con dificultad para entablar relaciones interpersonales y con claras tendencia al histrionismo narcisista. Suelen ser individuos mediocres e inmaduros y básicamente podríamos resumir sus rasgos diciendo que tienen una clarísima insatisfacción consigo mismo.

Termina de leer el artículo completo en Gestalt Terapia, el blog especializado de Clotilde Sarrió.

Artículo relacionado: El lado bueno de la envidia. 

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  • Artículos de opinión (Op-ed)

Oliver Sacks, reconocido neurólogo y escritor muere a la edad de 82 años

  • David Aparicio
  • 30/08/2015

Hoy, Domingo 30 de Agosto, falleció el reconocido neurólogo y escritor Oliver Sacks, a la edad de 82 años en su hogar ubicado en Nueva York.

Hace nueve años descubrió que sufría de melanoma ocular(un tumor muy raro) en un ojo. Recibió tratamiento, pero lo dejó ciego de ese ojo. Tristemente, el tumor siguió avanzando y afectó también a su hígado hasta dejarlo en fase terminal.

Oliver Sacks sentía una profunda preocupación por el impacto que tenían los trastornos neurológicos en la rutina y las relaciones de sus pacientes y lograba humanizarlos y desmitificarlos.

Escribió varios libros, que se catalogan como ¨literatura neurológica¨ porque los relatos son tan dramáticos y tan ricamente detallados que cautivaron a millones de personas. Gracias a ello, Oliver Sacks fue uno de esos pocos científicos que lograron el reconocimiento público.

Oliver sacks muere

Uno de sus libros más populares fue ¨Despertares¨, el cual cuenta la historia de un grupo de pacientes que sufría de encefalitis letárgica y del asombroso despertar que lograron 40 años más tarde, gracias a que el Dr. Sacks les administró una dosis de L-dopa. El libro se convirtió en Bestseller y fue llevado al cine con la actuación de Robin Williams y Robert De niro.

A principios de este año, el Dr. Sacks publicó una emotiva carta donde nos avisó que sólo le quedaban unos meses de vida y que pensaba vivirlos al máximo. El tiempo se acabó y realmente nos conmueve su partida. Oliver Sacks fue un hombre que dejó una marca en el mundo y nos llenó de admiración y respeto.

Si lees en inglés, te recomiendo sus últimos ensayos publicados en The New York Times:

  • Sabbath
  • My periodic table
  • Mishearings
  • My own life
  • The joy of old age
  • This year, change your mind

Fuente: The New York Times

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  • Artículos de opinión (Op-ed)

El principito

  • David Aparicio
  • 26/08/2015

Antes de dormir quiero dejarte con este hermoso fragmento que recién me encontré de El Principito. Lo comparto porque me ayudó a identificarme más con los niños que trabajo y a comprender mejor su mundo.

«Cuando yo tenía seis años vi en un libro sobre la selva virgen que se titulaba “Historias vividas”, una magnífica lámina. Representaba una serpiente boa que se tragaba a una fiera.

En el libro se afirmaba: “La serpiente boa se traga su presa entera, sin masticarla. Luego ya no puede moverse y duerme durante los seis meses que dura su digestión”.

Reflexioné mucho en ese momento sobre las aventuras de la jungla y a mi vez logré trazar con un lápiz de colores mi primer dibujo.

Enseñé mi obra de arte a las personas mayores y les pregunté si mi dibujo les daba miedo.

-¿por qué habría de asustar un sombrero? – me respondieron.

Mi dibujo no representaba un sombrero. Representaba una serpiente boa que digiere un elefante. Dibujé entonces el interior de la serpiente boa a fin de que las personas mayores pudieran comprender. Siempre estas personas tienen necesidad de explicaciones

Las personas mayores me aconsejaron abandonar el dibujo de serpientes boas, ya fueran abiertas o cerradas, y poner más interés en la geografía, la historia, el cálculo y la gramática. De esta manera a la edad de seis años abandoné una magnífica carrera de pintor. Había quedado desilusionado por el fracaso de mis dibujos número 1 y número 2. Las personas mayores nunca pueden comprender algo por sí solas y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez explicaciones.

Tuve, pues, que elegir otro oficio y aprendí a pilotear aviones. He volado un poco por todo el mundo y la geografía, en efecto, me ha servido de mucho; al primer vistazo podía distinguir perfectamente la China de Arizona. Esto es muy útil, sobre todo si se pierde uno durante la noche.

A lo largo de mi vida he tenido multitud de contactos con multitud de gente seria. Viví mucho con personas mayores y las he conocido muy de cerca; pero esto no ha mejorado demasiado mi opinión sobre ellas.

Cuando me he encontrado con alguien que me parecía un poco lúcido, lo he sometido a la experiencia de mi dibujo número 1 que he conservado siempre. Quería saber si verdaderamente era un ser comprensivo. E invariablemente me contestaban siempre: “Es un sombrero”. Me abstenía de hablarles de la serpiente boa, de la selva virgen y de las estrellas. Poniéndome a su altura, les hablaba del bridge, del golf, de política y de corbatas. Y mi interlocutor se quedaba muy contento de conocer a un hombre tan razonable.»

Este fragmento también me recordó la realidad que viven muchos niños que sufren de una deficiencia de juego y tiempo libre.  Los padres están muy preocupados porque sus hijos aprovechen todas las ¨ventajas¨ y los saturan con cursos y clases complementarias después de un largo día de escuela y descuidan lo más importante: que el niño juegue y disfrute de su libertad y creatividad.

Si no lo has leído puedes comprarlo en digital aquí.

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