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Las palabras son empleados públicos

  • Fabián Maero
  • 19/08/2025

Escribe Wittgenstein, en Sobre la certeza (Editorial Gedisa):

64. Compara el significado de una palabra con la “función” de un empleado 1. Y “significados diferentes” con “funciones diferentes”.

    La analogía me resulta extraordinariamente clara, y creo que es una muy adecuada caracterización de la teoría de Skinner sobre el significado –o más bien, sobre la ausencia del mismo.

    La función de un empleado público es lo que hace, las acciones que ejecuta. En un sentido, eso es lo que define su rol. Pero esas acciones se realizan en un contexto particular y en interacción con el resto del aparato del Estado. Si, por arte de magia, desapareciera todo el aparato estatal salvo un empleado, las funciones de ese empleado desaparecerían también.

    Pero nada de lo que hace un empleado, ninguna de sus funciones es la “verdadera”, en el sentido de fija, esencial o inamovible. Todas ellas se sostienen en convenciones y costumbres, algunas quizá de muy larga data y sostenidas con fervor por muchas personas, pero a fin de cuentas no son otra cosa que consensos entre seres humanos y por ello infinitamente modificables. Las funciones de quien está empleado como presidente (aquello que en conjunto llamamos su rol) pueden reducirse hasta convertirlo en una figura decorativa, ampliarse hasta volverlo un dictador o modificarse de cualquier otra manera, ya sea debido a iniciativa propia, presión foránea, decisión popular, la fuerza de las armas o acciones legislativas, entre otras circunstancias. Ninguna de sus funciones es intrínseca ni inmodificable, por muy deseables que nos parezcan, y aunque algunas de ellas estén respaldadas por leyes escritas siguen siendo convencionales en el sentido antedicho, dependen de que el resto de las personas involucradas acepte implícita o explícitamente jugar ese juego.

    El punto es que empleado y funciones son cosas distintas. Un empleado puede tener diferentes funciones (como en el caso de un presidente) y una misma función puede ser cumplida por varios empleados (como en el caso de la policía) ya sea de forma convergente (cuando cada uno cumple su función por su parte, como cuando patrullan las calles), o cooperativa (cuando la función es solo lograda de manera colectiva, como en una barricada). Nuevamente, no hay ninguna función que sea esencial, ni a un empleado ni a un rol.

    Pasando al otro lado de la analogía, para Skinner –al igual que para el segundo Wittgenstein– las palabras son empleados públicos, y sus significados, sus funciones. Una palabra (una respuesta verbal con una cierta topografía) hace algo, pero aquello que hace depende enteramente del contexto y las convenciones de una comunidad verbal. No hay nada de lo que hace una palabra que esté atado a su forma. La palabra “alto” tiene una función cuando la exclama un policía en la calle, y otra cuando la dice alguien asomándose por el balcón de un décimo piso, pero ninguna es más “verdadera” que la otra. Una misma palabra puede cumplir diferentes funciones, y una misma función puede ser realizada por diversas palabras.

    Notarán que esto implica que, para Skinner, no existe el significado, ni en el sentido de idea intangible ni en el sentido de definición primordial de una palabra. A lo sumo podríamos decir que existen los significados, las diversas funciones que un término tiene en el seno de una comunidad verbal, siempre y cuando recordemos que a) son convencionales y b) son contextualmente determinados. Los significados de las palabras son los usos que de ellas se hacen en el contexto de las actividades y convenciones de los miembros de una comunidad.

    Para Skinner, las palabras no tienen significados: tienen funciones. El análisis del sentido de una palabra se convierte así en el análisis funcional de una respuesta verbal. Y al igual que con la función de cualquier otra conducta, al examinar una palabra o expresión no debemos dar por sentado que conocemos su significado, sino en cambio considerar qué se está haciendo con ella en cada situación en particular. Cada palabra es un hacer social, y cada hacer sucede en y con un contexto.

    Espero que estas palabras hayan cumplido su función.

    Nota al pie de página:

    1. El agregado entre corchetes es mío. Wittgenstein usa el término Beamte, que literalmente se traduce como funcionario. El traductor de la edición que tengo, acertadamente, eligió traducirlo como empleado, evitando así la desagradable frase “la función de un funcionario”, pero perdiendo algo de la conexión con la idea de funciones que asociamos más típicamente con los empleados públicos que con los privados. ↩

    Artículo publicado en Grupo ACT Argentina y cedido para su re-publicación en Psyciencia.

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    • David Aparicio
    • 18/08/2025

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    • Psicología aplicada

    Más allá del diagnóstico: cómo la Psicoterapia Basada en Procesos transforma el abordaje clínico de los problemas sexuales

    • Nicolas Genise
    • 13/08/2025

    Por Nicolas Genise y Gabriel Genise

    Lucas, un abogado de 38 años, acude a terapia preocupado por una disfunción eréctil que ha comenzado a interferir con su vida afectiva. En su relato no hay referencias a enfermedades médicas, pero sí a jornadas laborales de doce horas, insomnio, presión por el rendimiento y una intimidad conyugal marcada por el silencio. A los ojos del manual diagnóstico, podría tratarse simplemente de un «trastorno de la excitación sexual masculina». Sin embargo, esa etiqueta no alcanza para explicar lo que realmente sostiene su malestar.

    La práctica clínica en sexualidad sigue estando influenciada por modelos que priorizan el síntoma y la clasificación, pero que muchas veces dejan por fuera la complejidad funcional y contextual de cada caso. Las dificultades sexuales no se presentan en el vacío: emergen de redes de significados, aprendizajes, creencias, emociones, valores y contextos socioculturales. Frente a este desafío, la Psicoterapia Basada en Procesos (PBP) ofrece una alternativa poderosa: un enfoque que desplaza la atención desde los síntomas hacia los patrones dinámicos que los organizan.

    Este artículo explora cómo la PBP puede transformar el modo en que formulamos, intervenimos y comprendemos los malestares sexuales en la clínica. A través de fundamentos teóricos, evidencia empírica y el caso clínico de Lucas, examinaremos cómo una lectura basada en procesos permite construir mapas funcionales más precisos, respetuosos y efectivos, que orientan el cambio más allá de la supresión sintomática. Porque a veces, entender lo que ocurre no implica nombrarlo, sino mapear cómo se sostiene.

    Marco conceptual y teórico: del diagnóstico a los procesos

    Durante décadas, la práctica clínica en salud mental ha estado estructurada en torno a sistemas diagnósticos categoriales, como el DSM, que prometen clasificar el sufrimiento humano con base en listas de síntomas observables (American Psychiatric Association, 2013). Esta lógica permitió avances en investigación, estandarización y comunicación profesional, pero también generó una psicoterapia cada vez más alejada de la singularidad de cada consultante. En el terreno de la sexualidad, esto se traduce en intervenciones que buscan «normalizar funciones» antes que comprender contextos.

    La Psicoterapia Basada en Procesos (PBP) nace como una respuesta crítica y constructiva frente a este paradigma. En lugar de centrarse en qué tiene una persona, se pregunta cómo funciona su sistema psicológico: qué procesos están activos, cómo interactúan, y qué función cumplen dentro de su contexto actual (Hofmann & Hayes, 2018). Este giro implica pasar de un enfoque descriptivo a uno funcional, donde los síntomas se leen como señales de una red de procesos interconectados que organizan la experiencia y la conducta.

    Desde la PBP, los problemas psicológicos no se comprenden como entidades estáticas ni como alteraciones localizadas, sino como sistemas dinámicos en movimiento. Una dificultad sexual, por ejemplo, puede emerger de la interacción entre fusión cognitiva, evitación experiencial, rigidez atencional y desconexión motivacional. Estos elementos no actúan en forma aislada: se enlazan, se retroalimentan y configuran patrones autorregulados que sostienen el malestar (Hayes, Hofmann & Ciarrochi, 2020).

    Este enfoque se nutre de la teoría de redes en psicopatología (Borsboom, 2017), la teoría de sistemas dinámicos (Meadows, 2008) y el metamodelo evolutivo extendido (Hayes & Hofmann, 2020). En conjunto, estas perspectivas ofrecen un marco para mapear, analizar e intervenir sobre las relaciones funcionales que constituyen un patrón clínico. Así, se sustituye la pregunta “¿qué diagnóstico tiene esta persona?” por otra mucho más potente: “¿cómo se organiza su sistema frente al malestar, y qué procesos debemos transformar para restaurar su capacidad adaptativa?”.

    Este cambio de perspectiva no implica desechar el conocimiento acumulado en las terapias basadas en la evidencia, sino integrarlo de forma más flexible y contextual. La PBP no es un nuevo paquete de técnicas, sino una forma de leer e intervenir en el sufrimiento humano desde su arquitectura interna.

    Comprender el comportamiento como una red en evolución permite al terapeuta adoptar una posición menos prescriptiva y más exploratoria. En lugar de aplicar un protocolo estándar a partir de una etiqueta diagnóstica, se construye junto al consultante un mapa funcional que guíe la intervención desde los procesos implicados. En palabras simples: se trata de mirar menos el “qué” y mucho más el “cómo” y el “para qué”.

    Revisión de evidencia: fundamentos empíricos para una psicoterapia basada en procesos

    El desarrollo de la PBP no surge como una moda teórica, sino como una respuesta sustentada en décadas de investigación que cuestionan los límites del modelo categorial tradicional. Varios estudios han señalado que, a pesar del aumento en la precisión diagnóstica y la proliferación de protocolos, los avances en efectividad terapéutica han sido modestos (Hayes et al., 2020). Esto ha motivado a la comunidad científica a explorar modelos alternativos que prioricen los mecanismos comunes del cambio, más allá de las etiquetas clínicas.

    Una de las críticas más relevantes proviene del campo transdiagnóstico: diversos estudios han demostrado que muchos trastornos comparten procesos psicológicos subyacentes, como la rumiación, la evitación experiencial o la fusión cognitiva (Harvey et al., 2009). Estos hallazgos sugieren que intervenir sobre dichos procesos puede generar mejoras significativas en múltiples cuadros clínicos, sin necesidad de encasillar al consultante en un diagnóstico particular.

    Además, la teoría de redes aplicada a la psicopatología ha permitido visualizar cómo los síntomas no se distribuyen de forma aleatoria, sino que se organizan en estructuras dinámicas con propiedades propias (Borsboom, 2017). Estas redes pueden estabilizarse en patrones rígidos que perpetúan el malestar, o flexibilizarse a partir de intervenciones bien dirigidas. En el ámbito clínico, este modelo ha mostrado utilidad para explicar fenómenos como la comorbilidad, la recaída y los cambios súbitos en el estado psicológico (Robinaugh et al., 2016).

    A su vez, el metamodelo evolutivo extendido propuesto por Hayes y Hofmann (2020) aporta criterios concretos para evaluar la funcionalidad de los patrones clínicos: variabilidad, selección, retención y ajuste al contexto. Estos principios permiten comprender por qué una conducta —como evitar el sexo— puede ser adaptativa en un momento de la vida y profundamente disfuncional en otro, dependiendo de cómo se inserte en la red global del sistema psicológico.

    La PBP también ha comenzado a recibir apoyo empírico en estudios clínicos. Ensayos recientes han mostrado que intervenciones centradas en procesos (como la defusión cognitiva, la clarificación de valores o la regulación emocional) pueden producir mejoras sostenidas en distintas áreas del funcionamiento psicológico, incluyendo la ansiedad, la depresión y los problemas sexuales (Barthel et al., 2020; Papa et al., 2018). Estos efectos no se deben a técnicas aisladas, sino al impacto que tienen sobre los nodos centrales de la red funcional del consultante.

    En el campo de la sexualidad, esta perspectiva es especialmente valiosa. Modelos tradicionales han tendido a reducir las dificultades sexuales a disfunciones localizadas, muchas veces medicalizadas o tratadas como fallas individuales (McCarthy & McDonald, 2009). En contraste, la PBP permite una formulación más contextual, dinámica y respetuosa de la experiencia sexual, reconociendo la interacción entre historia personal, mandatos culturales, emociones, creencias y vínculos afectivos.

    En resumen, la PBP no solo está teóricamente bien fundamentada: cuenta con un respaldo empírico creciente que valida su utilidad clínica. Al enfocarse en procesos transdiagnósticos y dinámicos, ofrece una vía más precisa, flexible y potente para intervenir en el malestar psicológico, incluyendo aquel que se manifiesta en la intimidad sexual.

    Aplicación clínica: un mapa funcional del malestar sexual

    En la consulta, Lucas no llega con un diagnóstico, sino con una vivencia: “me desconecto cuando más quiero estar presente”. Lo que inicialmente aparece como una disfunción eréctil adquiere, desde el enfoque basado en procesos, una profundidad mucho mayor. No se trata de un problema localizado en el cuerpo ni de un déficit de deseo, sino de una red funcional que se ha reorganizado en torno a la evitación del fracaso, el control rígido del rendimiento y la desconexión afectiva.

    El primer paso en la PBP es abandonar la lógica del síntoma aislado y comenzar a mapear los procesos activos. En el caso de Lucas, emergen con claridad cuatro núcleos disfuncionales:

    • Fusión cognitiva con pensamientos como “si fallo, no valgo como hombre”, que se viven como verdades absolutas.
    • Hipervigilancia somática, con foco en señales corporales mínimas como anticipos del fracaso.
    • Rumiación anticipatoria, que alimenta la ansiedad antes del encuentro íntimo.
    • Evitación experiencial, mediante la cual se elude el contacto sexual como forma de evitar la vergüenza.

    Estos elementos no se expresan en forma lineal, sino como una red recursiva que se autorrefuerza. Cada nodo potencia al siguiente: pensar que fallará lo lleva a estar más pendiente de su cuerpo, lo que aumenta su ansiedad, que a su vez incrementa la probabilidad de que ocurra la disfunción, reforzando la creencia inicial. Así se consolida una estructura rígida y resistente al cambio.

    El segundo paso es ubicar estos procesos en contexto. En la historia de Lucas hay aprendizajes que organizaron su identidad en torno al rendimiento, con poco espacio para la expresión emocional o la vulnerabilidad. Su entorno actual refuerza este patrón: jornadas laborales extenuantes, una cultura de exigencia masculina, y una pareja con la que ha perdido intimidad emocional. Lejos de ser solo una dificultad “sexual”, su malestar refleja una red de relaciones entre historia, contexto, emociones, cogniciones y conductas.

    A partir de este mapa funcional, el trabajo terapéutico se orienta a intervenir sobre los procesos que mantienen la rigidez del sistema. En vez de buscar una “cura” para la disfunción, se apuntan tres objetivos centrales:

    1. Aumentar la variabilidad conductual, mediante tareas de exposición erótica graduada, donde el foco no está en el rendimiento, sino en el contacto sensorial y afectivo.
    2. Debilitar la fusión cognitiva, con prácticas de defusión como observar pensamientos sin engancharse (“estoy notando que aparece la idea de que voy a fallar”).
    3. Reconectar con valores personales, explorando qué lugar tiene para él la intimidad más allá del sexo como desempeño.

    Estos objetivos se traducen en tareas intersesión que operan como agentes de cambio: ejercicios de relajación, prácticas de mindfulness, diarios de motivos afectivos, expresión cotidiana de afecto y contacto social significativo. No se trata de técnicas aisladas, sino de intervenciones orientadas por la comprensión funcional del sistema.

    Con el correr de las semanas, Lucas comienza a relatar cambios sutiles pero significativos: puede quedarse más tiempo en contacto íntimo sin evitar, los pensamientos de fracaso ya no lo definen, y empieza a recuperar momentos de disfrute genuino con su pareja. Lo que cambia no es solo su vida sexual: cambia la red.

    El caso de Lucas muestra cómo la PBP permite leer el malestar sexual como una configuración compleja, no como una falla localizada. Esta perspectiva evita tanto la patologización apresurada como la tecnificación del tratamiento. En lugar de reparar “una función rota”, se trabaja para restaurar la flexibilidad del sistema, ampliar las opciones de respuesta y reconectar al consultante con sus valores y deseos más profundos.

    Discusión crítica: desafíos y oportunidades clínicas del enfoque basado en procesos

    La aplicación de la PBP en el campo de la sexualidad ofrece una posibilidad transformadora: abandonar la lógica del déficit y leer el malestar sexual como una red funcional compleja. Esta perspectiva permite diseñar intervenciones más precisas, sensibles al contexto y ajustadas a los valores del consultante. Sin embargo, no está exenta de desafíos.

    Uno de los principales obstáculos es de orden formativo. Trabajar desde procesos requiere un tipo de lectura clínica que va más allá del diagnóstico: implica observar patrones dinámicos, identificar funciones, mapear redes de retroalimentación, y formular hipótesis idiográficas. Esto exige un entrenamiento que no siempre está presente en la formación tradicional de profesionales, más orientada a aplicar técnicas que a comprender sistemas. Sin una base sólida, la PBP corre el riesgo de volverse una etiqueta más, aplicada sin entender su fundamento.

    Además, este modelo implica una tensión epistemológica: mientras el campo de la sexología ha estado históricamente anclado en clasificaciones y enfoques normativos, la PBP propone una lectura contextual, plural y evolutiva de la sexualidad. Esto obliga a revisar no solo nuestras intervenciones, sino también nuestras creencias profesionales: ¿a qué llamamos “problema sexual”? ¿desde qué valores leemos el sufrimiento del otro?

    En términos clínicos, trabajar desde procesos demanda tolerancia a la ambigüedad. A diferencia de los modelos manualizados, aquí no hay un protocolo fijo, sino un camino que se construye caso por caso. Esto requiere capacidad de escucha, flexibilidad, y una posición terapéutica que se sostiene más en la colaboración que en la dirección. También requiere tiempo: mapear una red funcional no es inmediato, y muchas veces implica un proceso terapéutico más lento, pero más profundo.

    Por otro lado, las oportunidades que ofrece este enfoque son notables. En un área tan atravesada por el juicio, el mandato y la vergüenza como la sexualidad, la PBP habilita una forma de intervención que no busca “corregir” cuerpos ni conductas, sino facilitar la reorganización del sistema desde adentro, al servicio del bienestar y la agencia del consultante.

    La PBP en sexología clínica no es simplemente un modelo más: es una invitación a pensar distinto, a leer distinto y a intervenir desde un lugar más humano, más situado y respetuoso de la complejidad de lo sexual.

    Cierre y reflexión final

    La sexualidad humana no puede comprenderse desde la rigidez del diagnóstico ni desde la lógica de la normalización. Es un fenómeno profundamente encarnado, relacional y simbólico, que se organiza en redes de procesos tan singulares como cada persona que consulta. En ese terreno, la Psicoterapia Basada en Procesos ofrece una brújula clínica poderosa: no prescribe desde afuera, sino que ayuda a leer desde adentro cómo se organiza el sufrimiento y cómo puede transformarse.

    El caso de Lucas muestra que detrás de una disfunción puede haber una red de experiencias, creencias, aprendizajes y contextos que requieren ser escuchados y acompañados con sensibilidad. No se trataba solo de restaurar una función, sino de reconectar con una forma de habitar el cuerpo, el vínculo y el deseo.

    Adoptar esta mirada implica un cambio de paradigma, pero también una promesa clínica: que es posible intervenir sin reducir, comprender sin juzgar, y facilitar el cambio sin imponerlo. Y que, al hacerlo, no solo se transforman los síntomas, sino las vidas que los sostienen.

    Referencias

    • American Psychiatric Association. (2013). Diagnostic and statistical manual of mental disorders (5th ed.). Washington, DC: Author.
    • Barthel, A. L., Haynes, S. N., & Smith, G. T. (2020). Understanding generalized anxiety disorder from a network perspective. Journal of Anxiety Disorders, 72, 102234. https://doi.org/10.1016/j.janxdis.2020.102234
    • Borsboom, D. (2017). A network theory of mental disorders. World Psychiatry, 16(1), 5–13. https://doi.org/10.1002/wps.20375
    • Harvey, A. G., Watkins, E., Mansell, W., & Shafran, R. (2009). Cognitive behavioural processes across psychological disorders: A transdiagnostic approach to research and treatment. Oxford University Press.
    • Hayes, S. C., Hofmann, S. G., & Ciarrochi, J. (2020). Beyond the DSM: Toward a process-based alternative for diagnosis and mental health treatment. World Psychiatry, 19(3), 266–277. https://doi.org/10.1002/wps.20740
    • Hayes, S. C., & Hofmann, S. G. (2020). Process-based CBT: The science and core clinical competencies of cognitive behavioral therapy. New Harbinger Publications.
    • Hofmann, S. G., & Hayes, S. C. (2018). The future of intervention science: Process-based therapy. Clinical Psychological Science, 7(1), 37–50. https://doi.org/10.1177/2167702618772296
    • McCarthy, B., & McDonald, D. (2009). Sex therapy failures: A crucial link between clinician comfort and effectiveness. Journal of Sex & Marital Therapy, 35(4), 320–337. https://doi.org/10.1080/00926230903086500
    • Papa, A., Lancaster, N. G., & Kahler, J. (2018). Common emotion regulation strategies and psychological symptoms: The mediating role of perceived ability to tolerate distress. Journal of Nervous and Mental Disease, 206(2), 115–121. https://doi.org/10.1097/NMD.0000000000000764
    • Robinaugh, D. J., LeBlanc, N. J., Vuletich, H. A., & McNally, R. J. (2016). Network analysis of persistent complex bereavement disorder in conjugally bereaved adults. Journal of Abnormal Psychology, 125(5), 673–683. https://doi.org/10.1037/abn0000161

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    Intervención en personas con discapacidad intelectual frente a la violencia sexual

    • David Aparicio
    • 12/08/2025

    Esta guía surge a partir de la evidencia que conocemos respecto a cómo afecta a los niños/as, adolescentes y personas adultas con discapacidad intelectual el recorrido por diferentes profesionales, a partir de que revelan la violencia sexual sufrida. Pretende servir como material de apoyo para disponer de una guía práctica que destaque las pautas de actuación que deben conocer los equipos de profesionales, para reducir la victimización secundaria.

    Recuerda que cada persona con discapacidad intelectual tiene sus necesidades, personalidad y circunstancias particulares, además de su propia vivencia de la violencia sexual. No traslades tus interpretaciones personales a ellos/as y sus familias.

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    Adolescentes y familias en conflicto: una guía práctica para fortalecer la alianza terapéutica

    • David Aparicio
    • 09/08/2025

    La adolescencia es una etapa de grandes cambios y, a menudo, de tensiones familiares que pueden poner a prueba la convivencia. El Manual de Tratamiento en Terapia Familiar centrada en la Alianza Terapéutica, desarrollado por la Fundación Meniños y la Universidad de A Coruña, ofrece un modelo claro y fundamentado en evidencia para intervenir en familias con adolescentes en conflicto.

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    • Psicología aplicada

    La ley de atracción bajo la lupa de la psicología y la neurociencia

    • David Aparicio
    • 09/08/2025

    A las tres de la madrugada, en un scroll automático, un video de TikTok ofrece un atajo improbable: escribe tu deseo tres veces, tu intención seis, tu resultado nueve, y el universo se encargará del resto. No tienes que enfrentar la incomodidad de planificar, ni arriesgarte al fracaso. Solo “vibrar alto”.

    La propuesta no es nueva. En 2006, The Secret de Rhonda Byrne empaquetó la idea con una mezcla de misticismo y promesas de éxito rápido, vendió millones de copias y fue bendecida en televisión por Oprah Winfrey. Hoy, la misma narrativa circula en hashtags como #manifestation, con miles de millones de visualizaciones.

    La premisa es simple: “lo semejante atrae lo semejante”. Piensa en abundancia, obtendrás abundancia. Piensa en enfermedad, atraerás enfermedad. Es una oferta psicológicamente seductora: ofrece control total en un mundo que rara vez lo concede. Pero como advertía Scott Lilienfeld, “las afirmaciones extraordinarias requieren un examen extraordinariamente cuidadoso, sobre todo cuando encajan demasiado bien con lo que queremos creer”.

    El atractivo de la ilusión

    La ley de atracción (LA) descansa sobre dos sesgos cognitivos poderosos. El primero, la ilusión de control (Langer, 1975), nos lleva a sobreestimar nuestra capacidad de influir en eventos azarosos. El segundo, la creencia en un mundo justo (Lerner, 1980), nos convence de que las personas obtienen lo que merecen. Combinados, producen un mensaje reconfortante: si algo malo te ocurre, es porque “atrajiste” esa experiencia y, por lo tanto, puedes prevenirla con el pensamiento correcto.

    Pero la psicología científica es clara: no hay evidencia de que los pensamientos, por sí solos, modifiquen la realidad externa. Lo que sí existe son mecanismos conocidos —profecías autocumplidas, sesgo de confirmación, efecto placebo— que pueden hacer que la gente perciba que “manifestar” funciona.

    Recomendado: Constelaciones familiares, un peligroso método pseudocientífico

    Desde la neurociencia, las prácticas de visualización o afirmaciones pueden activar circuitos de motivación y recompensa —el estriado ventral, el núcleo accumbens, la corteza orbitofrontal—, liberando dopamina y produciendo sensaciones agradables. Esto puede aumentar la disposición a actuar, pero no produce cambios físicos directos en el entorno. Sin conducta, la actividad neural se desvanece sin consecuencias tangibles.

    Fantasear no basta

    La investigación de Gabriele Oettingen lo documenta con datos: las fantasías positivas sin contraste con la realidad tienden a reducir el esfuerzo y el rendimiento. Su modelo MCII (Mental Contrasting with Implementation Intentions) consiste en visualizar la meta, identificar el obstáculo interno más relevante y definir un plan concreto si–entonces. Este enfoque activa la corteza prefrontal medial y dorsolateral, regiones implicadas en control ejecutivo, facilitando que la motivación se traduzca en acción (Oettingen et al., 2016; Wang et al., 2021).

    Un meta-análisis (Gollwitzer & Sheeran, 2006) sobre implementation intentions encontró un efecto medio-alto (d≈0.65) en la consecución de metas. La diferencia clave con la LA es que aquí no se espera que el universo actúe, sino que se prepara al cerebro y la conducta para responder a contingencias reales.

    Creer que “manifiestas” y arriesgarse demasiado

    La creencia en la manifestación no es inocua. Dixon, Hornsey y Hartley (2023) desarrollaron una escala para medir esta creencia y encontraron un patrón preocupante: quienes puntuaban más alto reportaban mayor optimismo y autoeficacia percibida, pero también más atracción por inversiones de alto riesgo y mayor probabilidad de haber atravesado una bancarrota. El mecanismo parece claro: la sobreconfianza reduce la percepción de riesgo, favoreciendo decisiones impulsivas, un fenómeno asociado a una hiperactivación dopaminérgica y pobre modulación prefrontal.

    El lado oscuro de la positividad

    La LA fomenta la idea de que las emociones “negativas” deben reprimirse para no atraer desgracias. La supresión emocional (Gross, 2002) no solo incrementa la activación fisiológica —frecuencia cardíaca, conductancia de la piel— sino que deteriora la comunicación interpersonal y el bienestar psicológico. A nivel cerebral, inhibe el procesamiento adaptativo de la corteza cingulada anterior y de redes prefrontales implicadas en reevaluación, lo que a largo plazo puede exacerbar ansiedad y depresión.

    En el plano social, esta filosofía alimenta la culpabilización de la víctima. Barbara Ehrenreich (2009) documentó cómo pacientes oncológicos eran presionados a “mantenerse positivos” y responsabilizados de su evolución clínica, con el consiguiente daño emocional y, en algunos casos, abandono de tratamientos eficaces (Johnson et al., 2018).

    Una mirada conductista: reforzamiento y control de estímulos

    El análisis de la conducta ofrece una explicación sin misticismo. Las prácticas de “manifestar” son conductas verbales encubiertas (autohabla, imaginería) que aumentan la probabilidad de conductas manifiestas alineadas con la meta: buscar oportunidades, persistir ante obstáculos, acercarse a reforzadores.

    Cuando esas conductas son seguidas por consecuencias positivas —incluso si son parciales o incidentales—, se establece un reforzamiento operante que fortalece la asociación “pensar = obtener”. Además, las comunidades en línea y grupos de autoayuda proporcionan reforzamiento social: las historias de éxito se celebran, los fracasos se silencian o reinterpretan como falta de fe, manteniendo la conducta verbal.

    En términos de condicionamiento clásico, la repetición de visualizaciones puede asociar imágenes de meta con estados emocionales agradables, convirtiéndose en estímulos condicionados que motivan la acción. El resultado no es un “universo que conspira”, sino un entorno que refuerza selectivamente ciertos comportamientos y relatos.

    Por qué persiste la pseudociencia

    Lilienfeld y sus colegas (2015) identificaron varios factores que explican por qué creencias pseudocientíficas como la LA son tan resistentes:

    Evidencia anecdótica: historias vívidas y personales pesan más que estadísticas abstractas.

    Sesgo de confirmación: prestamos más atención a los casos que confirman nuestra creencia.

    Sesgo de disponibilidad: recordar fácilmente un “acierto” refuerza la ilusión de eficacia.

    Resistencia a la falsación: si falla, siempre hay una explicación interna (“no lo deseaste lo suficiente”).

    La difusión digital amplifica estos sesgos: el algoritmo premia contenido emocional y simple, los testimonios positivos se viralizan y las refutaciones requieren más tiempo y atención de la que la mayoría está dispuesta a invertir.

    Qué sí funciona

    La ciencia no niega el valor de la motivación ni del pensamiento positivo moderado. Lo que rechaza es la idea de que, por sí solos, los pensamientos generen cambios externos sin mediación de conductas y contingencias reales. La diferencia es crucial: la motivación y las expectativas optimistas pueden facilitar la acción, pero no sustituyen la planificación, la ejecución y la retroalimentación del entorno.

    Las estrategias que sí cuentan con respaldo empírico se apoyan en mecanismos conocidos de la psicología del aprendizaje, la regulación emocional y la neurociencia cognitiva:

    WOOP/MCII (Wish–Outcome–Obstacle–Plan / Mental Contrasting with Implementation Intentions): consiste en formular un deseo concreto, imaginar el mejor resultado posible, identificar el principal obstáculo interno o externo y definir un plan específico para superarlo. Este método combina visualización y realismo, y ha demostrado mejorar el compromiso con la meta al activar redes prefrontales implicadas en control ejecutivo y monitoreo de conflictos (Oettingen et al., 2016).

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    Implementación de intenciones (implementation intentions): se trata de crear reglas condicionales del tipo si ocurre X, entonces haré Y. Por ejemplo: “Si es lunes a las 7:00, entonces saldré a correr”. Este formato de planificación vincula la conducta a una señal temporal o situacional, facilitando su automatización y reduciendo la carga sobre la fuerza de voluntad. Estudios meta-analíticos han encontrado efectos medios a altos en la probabilidad de ejecutar la conducta (Gollwitzer & Sheeran, 2006).

    Imaginería de proceso + práctica deliberada: a diferencia de la visualización centrada únicamente en la “foto final” (ganar una carrera, dar una conferencia perfecta), este enfoque implica representar mentalmente los pasos, obstáculos y acciones necesarias para lograr el objetivo. La imaginería de proceso activa áreas motoras y premotoras, preparando al sistema nervioso para responder más rápido y de forma más coordinada en la situación real. Combinada con práctica deliberada, refuerza tanto las habilidades como la confianza realista.

    Optimismo realista: implica mantener expectativas positivas, pero basadas en datos, recursos y estrategias concretas. Este estilo optimista se asocia a mayor persistencia y mejor afrontamiento del estrés, pero sin caer en la negación de problemas o riesgos. Desde la neurociencia, el optimismo realista parece modular la respuesta al estrés y favorecer patrones de afrontamiento activo, sin la vulnerabilidad a riesgos innecesarios que puede generar la sobreconfianza.

    Psicoeducación sobre sesgos: conocer fenómenos como la ilusión de control o el sesgo de confirmación permite reconocer cuándo se está atribuyendo un resultado al azar o a supuestos “poderes mentales” en lugar de a conductas y contingencias reales. Este componente crítico no solo ayuda a evitar atribuciones mágicas, sino que fomenta la toma de decisiones más informada y ajustada a la evidencia.

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    Conclusión

    La ley de atracción es un producto cultural atractivo: reconforta, ofrece simplicidad y promete control absoluto. Pero desde la psicología y la neurociencia, lo que queda claro es que los pensamientos motivan, pero son las conductas sostenidas las que cambian el entorno. La dopamina no mueve montañas; el aprendizaje, la planificación y la repetición, sí.

    En lugar de enseñar que “todo lo que te pasa lo atraes”, podríamos enseñar que tus pensamientos pueden preparar el terreno, pero tus actos son los que lo siembran y cosechan. Esa es la diferencia entre soñar y hacer. Y aunque no venda tantos libros como una “ley” cósmica, tiene una ventaja: funciona.

    Referencias

    • Dixon, L. J., Hornsey, M. J., & Hartley, N. (2023). Belief in manifestation: Individual differences and economic risk-taking. Personality and Social Psychology Bulletin. Advance online publication. https://doi.org/10.1177/01461672231186583
    • Ehrenreich, B. (2009). Bright-sided: How positive thinking is undermining America. Metropolitan Books.
    • Gollwitzer, P. M., & Sheeran, P. (2006). Implementation intentions and goal achievement: A meta-analysis of effects and processes. Advances in Experimental Social Psychology, 38, 69–119. https://doi.org/10.1016/S0065-2601(06)38002-1
    • Gross, J. J. (2002). Emotion regulation: Affective, cognitive, and social consequences. Psychophysiology, 39(3), 281–291. https://doi.org/10.1017/S0048577201393198
    • Johnson, S. B., Park, H. S., Gross, C. P., & Yu, J. B. (2018). Complementary medicine, refusal of conventional cancer therapy, and survival among patients with curable cancers. JAMA Oncology, 4(10), 1375–1381. https://doi.org/10.1001/jamaoncol.2018.2487
    • Langer, E. J. (1975). The illusion of control. Journal of Personality and Social Psychology, 32(2), 311–328. https://doi.org/10.1037/0022-3514.32.2.311
    • Lerner, M. J. (1980). The belief in a just world: A fundamental delusion. Plenum Press. https://doi.org/10.1007/978-1-4899-0448-5
    • Lilienfeld, S. O., Lynn, S. J., Ruscio, J., & Beyerstein, B. L. (2015). 50 great myths of popular psychology: Shattering widespread misconceptions about human behavior (2nd ed.). Wiley-Blackwell.
    • Oettingen, G., Mayer, D., Thorpe, J. S., Janetzke, H., & Lorenz, S. (2016). Mental contrasting and goal commitment: The mediating role of energization. Personality and Social Psychology Bulletin, 42(2), 174–187. https://doi.org/10.1177/0146167215613585
    • Stenger, V. J. (1997). The myth of quantum consciousness. Skeptical Inquirer, 21(2), 37–42.
    • Wang, G., Chen, X., & Xie, L. (2021). Mental contrasting with implementation intentions (MCII) as a behavior change technique: A meta-analysis. Frontiers in Psychology, 12, 716651. https://doi.org/10.3389/fpsyg.2021.716651

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    • David Aparicio
    • 08/08/2025

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    El litio podría ser la respuesta al tratamiento del alzhéimer

    • David Aparicio
    • 06/08/2025
    monochrome photo of a brain

    Manuel Ansede para El País:

    La deficiencia de litio es una posible causa del alzhéimer, según sugiere un crucial estudio que proporciona una nueva teoría de la enfermedad y una novedosa estrategia para su tratamiento. Los autores, de la Universidad de Harvard (EE UU), han demostrado que el litio, un elemento químico metálico escaso en la corteza terrestre, desempeña un papel esencial en el funcionamiento del cerebro. Los investigadores también han observado que administrar una sal, el orotato de litio, a ratones previene las pérdidas de memoria y las características alteraciones patológicas de la demencia. Los firmantes piden a los ciudadanos que no tomen suplementos por su cuenta, porque pueden ser extremadamente peligrosos, pero urgen a iniciar ensayos clínicos para investigar el efecto del orotato de litio en las personas. Sus resultados se publican este miércoles en la revista Nature, una de las publicaciones científicas más prestigiosas del mundo.

    Artículo completo en El País.

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    • Psicología aplicada

    Los cristianos son más autocompasivos que los ateos, pero también más narcisistas, según estudio

    • David Aparicio
    • 06/08/2025

    ¿Las creencias religiosas influyen en cómo nos tratamos a nosotros mismos? Un estudio reciente publicado en la revista Pastoral Psychology analizó las diferencias psicológicas entre cristianos y ateos, enfocándose en tres aspectos clave: la autocompasión, el narcisismo y la vergüenza.

    Los hallazgos revelan un contraste interesante: los cristianos, en promedio, reportaron mayores niveles de autocompasión, pero también puntuaciones más altas en narcisismo grandioso. En cambio, no se observaron diferencias significativas entre ambos grupos en el narcisismo frágil ni en la experiencia de vergüenza.

    Aunque la autocompasión ha sido ampliamente estudiada por su relación con la resiliencia y la disminución del malestar psicológico, hasta ahora pocos estudios habían comparado directamente a personas religiosas con personas no creyentes en esta dimensión.

    Cómo se realizó el estudio

    El estudio contó con la participación de 631 adultos de entre 18 y 40 años, divididos de manera bastante equitativa entre cristianos (303) y ateos (328), provenientes en su mayoría de Estados Unidos, Reino Unido y Canadá.

    Los participantes completaron varias escalas psicológicas estandarizadas:

    • La Self-Compassion Scale – Short Form, que evalúa dimensiones como la amabilidad hacia uno mismo, la atención plena y la humanidad compartida, así como aspectos negativos como el autojuicio, el aislamiento y la sobreidentificación. Ejemplos de ítems incluyen: “Trato de entender y ser paciente con los aspectos de mi personalidad que no me gustan” o “Me desapruebo y me juzgo por mis errores”.
    • El Narcissistic Personality Inventory-13, utilizado para evaluar el narcisismo grandioso, particularmente actitudes de autoimportancia, búsqueda de atención y sentido de merecimiento.
    • La Hypersensitive Narcissism Scale, que mide el narcisismo frágil a través de ítems que capturan la autoconciencia extrema, la inseguridad y la sensibilidad a la crítica.
    • La Experience of Shame Scale, que evalúa emociones de vergüenza vinculadas al comportamiento, la imagen corporal y los rasgos personales.

    Los resultados

    Los cristianos reportaron niveles significativamente más altos de autocompasión en todos los subcomponentes evaluados. Este patrón sugiere que las enseñanzas religiosas, que suelen promover tanto el perdón como la autocrítica moral, podrían fomentar una forma compleja de relación consigo mismo, donde la amabilidad y el juicio coexisten.

    En cuanto al narcisismo grandioso, los cristianos también puntuaron más alto, aunque las diferencias fueron modestas. Este aumento se debió principalmente a un subcomponente específico: el exhibicionismo grandioso, es decir, la tendencia a buscar atención, mostrarse y destacar frente a los demás. No se encontraron diferencias significativas en los otros dos aspectos del narcisismo grandioso: liderazgo/autoridad y sentido de derecho/explotación.

    En contraste, no se observaron diferencias entre cristianos y ateos en el narcisismo frágil. Ambos grupos reportaron niveles similares de hipersensibilidad a la crítica, ansiedad social y autoconciencia. Lo mismo ocurrió con la vergüenza: no hubo diferencias en los niveles de vergüenza vinculados a la conducta, la personalidad o el cuerpo.

    ¿Cómo interpretar estos hallazgos?

    Según los autores, la identidad religiosa y la no religiosa moldean la autopercepción de maneras distintas pero no opuestas. Las personas cristianas, influenciadas por valores como el perdón, la humildad y la redención, pueden desarrollar una mayor capacidad de ser amables consigo mismas. Al mismo tiempo, el marco moral y espiritual también puede fomentar una percepción elevada de uno mismo en términos de propósito, rectitud o autoridad moral, lo que se reflejaría en puntajes más altos de narcisismo grandioso.

    Por otro lado, la ausencia de diferencias en vergüenza y narcisismo frágil sugiere que la vulnerabilidad emocional frente al juicio social y la autocrítica no está necesariamente condicionada por las creencias religiosas, al menos en esta muestra.

    Los autores sostienen que el mensaje principal de esta investigación es que las fortalezas y vulnerabilidades psicológicas no se determinan solo por la afiliación religiosa. Sino que el bienestar emocional se construye por la combinación de creencias, valores y experiencias. Por lo tanto, apoyar la salud emocional de manera efectiva podría implicar adoptar enfoques personalizados —que promuevan la humildad, la conciencia emocional y la autocompasión— y que respeten la diversidad de cosmovisiones que tienen las personas.

    Limitaciones

    Aunque el estudio contó con una muestra amplia, se trata de una recolección de datos en línea basada en autoinformes, lo cual introduce limitaciones importantes. Los estudios en línea ofrecen la ventaja de acceso rápido y económico a grandes grupos de personas, pero sacrifican el control sobre el contexto en que se completan las encuestas. No se puede saber si los participantes estaban distraídos, apresurados, desatentos o incluso bajo la influencia de alguna sustancia al momento de responder.

    Además, las plataformas en línea suelen pagar a los participantes, lo que puede motivarlos a completar los cuestionarios rápidamente para obtener más ingresos, a costa de la calidad o profundidad de sus respuestas. Aunque se usan herramientas para filtrar respuestas automatizadas o descuidadas —como verificaciones de atención o software que detecta patrones sospechosos—, aún se deposita una gran parte de la responsabilidad en la plataforma para garantizar la calidad de la muestra.

    Por otro lado, aunque los resultados encontrados fueron estadísticamente significativos, los tamaños del efecto fueron de pequeños a moderados. Esto indica que, si bien existen diferencias entre cristianos y ateos en variables como la autocompasión o el narcisismo, estas diferencias podrían no ser relevantes a nivel conductual o práctico. En otras palabras, notar una diferencia en los puntajes no implica necesariamente que haya una diferencia observable en cómo actúan las personas en su vida diaria. Por eso, es importante no sobredimensionar la interpretación de los hallazgos hasta que puedan ser replicados con métodos más controlados.

    Referencia: Magee, M.W. Christians Have More Self-Compassion Than Atheists—But Also More Grandiose (Not Fragile) Narcissism. Pastoral Psychol (2025). https://doi.org/10.1007/s11089-025-01239-x

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    • Guías y recursos

    Guía de intervención multidisciplinar para niños, niñas y adolescentes con trauma psicológico

    • David Aparicio
    • 06/08/2025

    Elaborada por el Grupo de Trabajo de Trauma y EMDR del Colegio Profesional de Psicología de Aragón, en colaboración con otros colegios profesionales de España, esta guía tiene como objetivo apoyar a profesionales en la detección e intervención del trauma psicológico en la infancia y adolescencia.

    El documento ofrece una mirada integral al trauma complejo desde una perspectiva neuropsicológica, clínica y contextual. Aporta herramientas para identificar síntomas cognitivos, conductuales, emocionales y fisiológicos, y propone pasos claros para la recogida de información, la valoración del caso y la intervención.

    Incluye recomendaciones específicas para profesionales de la salud mental y otros agentes del entorno (familia, escuela, sistema judicial, sanitario y deportivo), destacando la importancia de la psicoeducación, la intervención temprana y la necesidad de un enfoque sensible al desarrollo. La guía también subraya el impacto del trauma en el neurodesarrollo, la regulación emocional y las relaciones interpersonales, y resalta la necesidad de derivación a especialistas con formación en trauma, apego y disociación.

    Un recurso clave para mejorar la comprensión, prevención y atención del trauma infantil desde un enfoque basado en la evidencia.

    Descarga la guía completa en formato PDF.

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